martini, carlo maria - libres para creer

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• I Libres para creer Una fe consciente para los jóvenes Cario Maria Martini

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Page 1: Martini, Carlo Maria - Libres Para Creer

• I

Libres para creer Una fe consciente para los jóvenes

Cario Maria Martini

Page 2: Martini, Carlo Maria - Libres Para Creer

Cario Maria Martini

Libres para creer Una fe consciente para los jóvenes

SALTERRAE Santander - 2009

Page 3: Martini, Carlo Maria - Libres Para Creer

Título del original italiano: Líber i di credere.

Igiovani verso unafede consapevole

© 2009 by In dialogo Cooperativa cultúrale S.r.l. 20122 Milano

www.indialogo.it

Traducción: María del Carmen Blanco Moreno

y Ramón Alfonso Diez Aragón

Imprimatur: * Vicente Jiménez Zamora

Obispo de Santander 04-06-2009

© 2009 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-1

39600 Maliaño (Cantabria) Tfno.: 942 369 198 / Fax: 942 369 201 [email protected] / www.salterrae.es

Diseño de cubierta: María Pérez-Aguilera

[email protected]

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,

almacenada o transmitida, total o parcialmente, por cualquier medio o procedimiento técnico

sin permiso expreso del editor.

Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 978-84-293-1825-8

Depósito Legal: SA-485-2009

Impresión y encuademación: Gráficas Calima - Santander

www.graficascalima.com

índice

Prólogo 7

Introducción, por Luigi Accattoli 9

Carta a los jóvenes 13

PRIMERA PARTE

N O S O T R O S SERVIREMOS AL SEÑOR

1. Dios nos llama y nos libera 23

2. El Credo y nuestra fe 63

3. Escuchad hoy su Palabra 69

4. Elegimos servir al Señor y proclamarlo 74

5. Iluminad la ciudad 81

6. Id también vosotros a mi viña 89

SEGUNDA PARTE

CENTINELAS D E LA MAÑANA

1. Escrutad el horizonte de la esperanza 95

2. Confío en vosotros, jóvenes 97

3. ¿Qué piden hoy los jóvenes? 100

4. Jóvenes con visión 106

5. Como lámpara que brilla en un lugar oscuro 111

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LIBRES PARA CREER

6. Caminamos en la noche 113 7. Una gran alegría y una riqueza desbordante 117 8. No tengáis miedo de ser santos 123

TERCERA PARTE

JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

1. Los cinco secretos del creyente 139 2. La esperanza está en nosotros y en medio de nosotros 144 3. Participar en la caridad de Dios 149 4. Permanecer en Jesús para ser hoy Iglesia viva 158 5. Llamados a salir de la mediocridad y del miedo . . . . 166

índice general 171

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Prólogo*

JTOR primera vez se reproducen en un solo volumen inter­venciones significativas que el cardenal Cario Maria Martini dirigió a los jóvenes, a lo largo de su prolongado y rico magis­terio como arzobispo de la diócesis de Milán, de 1980 a 2002. Se trata de una compilación amplia y variada, ya que una de las constantes de la obra del cardenal Martini fue precisamen­te la atención a la edad juvenil, vista, más que como proble­mática pastoral, como lugar necesario de un anuncio claro de las razones de la fe, de la centralidad de Cristo en la vida, de la escucha de la Palabra según el método de la lectio divina.

Un instrumento privilegiado para la formación de las con­ciencias juveniles fue, en el primer periodo de su episcopado, el de la «Escuela de la Palabra» en la catedral, que él mismo guió durante muchos años, inventando para ella fecundos iti­nerarios de escucha que atrajeron hasta la catedral a miles de jóvenes de toda la diócesis los primeros jueves de mes. «Es­cuela» que después, por su mismo deseo, se fue descentrali­zando gradualmente en las zonas pastorales y en los arcipres-tazgos de la diócesis, y fue confiada a otros muchos predica­dores y a la animación de los jóvenes de las unidades pastora­les, de las parroquias y de las asociaciones.

De los textos del cardenal Martini se han eliminado las referencias tem­porales y las indicaciones cronológicas ligadas a acontecimientos concre­tos pero irrelevantes para la comprensión del texto. [Nota del editor].

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LIBRES PARA CREER

Una segunda iniciativa comenzó, en cambio, con el itine­rario denominado «Asamblea de Siquén» (1988-1989) que, según la intención del cardenal Martini, estaba destinada a po­ner en el centro la fe como elección consciente, en la percep­ción de una misión específica encomendada por la Iglesia a los jóvenes. Este volumen recoge todas las intervenciones del ar­zobispo relativas a este itinerario, a partir de las meditaciones sobre el texto bíblico que fue elegido por él como referencia para las diferentes iniciativas (Josué 24,1-28) y que hasta aho­ra no habían sido nunca publicadas fuera de los textos desti­nados a los jóvenes delegados.

Un tercer paso fue el llamado «Sínodo de los jóvenes», en­tre noviembre de 2000 y febrero de 2002, cuyo lema sintético quedó resumido en el título «Centinelas de la mañana», en re­ferencia explícita al acontecimiento que, como Iglesia univer­sal, vivieron millones de jóvenes durante el gran Jubileo del año 2000. En el presente volumen se recogen también todas las reflexiones del arzobispo a lo largo de este itinerario.

Se encuentran después algunas intervenciones destinadas a los jóvenes de Acción Católica, con los cuales el cardenal Mar­tini vivió momentos muy intensos en las convocaciones dioce­sanas organizadas entre finales de la década de 1980 y duran­te la década de 1990; ellas son testimonio de la consonancia de temas y de las preguntas compartidas que el itinerario asocia­tivo fue madurando durante aquellos años, como respuesta al deseo del obispo de formar jóvenes corresponsables y caracte­rizados por su profundidad espiritual e impulso apostólico.

Por último, al comienzo del volumen se reproduce una car­ta muy hermosa, dirigida a los «jóvenes con los que no me en­cuentro», difundida en 1990 y tal vez no particularmente co­nocida ni valorada, que ayuda a comprender las razones y los sueños de un obispo para sus jóvenes, para todos los jóvenes que han vivido junto a él, a quienes toda la Iglesia puede y de­be dar razones para creer y vivir bien.

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Introducción

único que no me ha echado un sermón ha sido el car­denal Martini», me dijeron dos de mis hijos que en agosto de 1993 participaban en la Jornada Mundial de la Juventud de Denver (Estados Unidos). Yo estaba allí como enviado del Co­rriere della Sera y ellos con un grupo romano de Acción Católi­ca. El cardenal Martini se encontraba entre los obispos de to­do el mundo que impartían las catequesis.

Esta es la clave que el cardenal usa desde siempre: él nunca «sermonea», pero sobre todo no echa un sermón cuando habla a los jóvenes. Es decir, no cede a la tentación de construir su discurso en torno a una serie de llamamientos a la seriedad de la vida y de la vocación cristiana, a la necesidad de ser respon­sables en el uso de la libertad y de la sexualidad. O mejor: ex­horta ante todo a esto, pero no es el corazón de sus discursos.

He escuchado varias veces al cardenal en los encuentros con los jóvenes, sobre todo en los momentos -que él más esti­ma- de Escuela de la Palabra, y he descubierto que hay un tri­ple secreto detrás de su capacidad de hablar a las nuevas gene­raciones: se pone en su lugar, procede con franqueza, presenta el Evangelio.

Se pone en su lugar, es decir, razona sobre las dificultades para creer que pueden tener hoy los muchachos de veinte años y las hace suyas. No las mira desde arriba ni habla como quien ya conoce las respuestas. Toma en serio las preguntas que le hacen. No cuestiona la crisis de fe de los contemporáneos, si­no que se pregunta a sí mismo como a uno de los coetáneos y busca con ellos y en su nombre la respuesta.

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LIBRES PARA CREER

El segundo secreto se refiere a la franqueza de su lengua­je, que a menudo le ha convertido en objeto de críticas. El no es un diplomático de la palabra, sabe correr riesgos: el riesgo de exponerse, de ser mal interpretado, de terminar siendo acu­sado. Varias veces le he oído hablar de alguna duda sobre la fe y sobre una palabra de Jesús, sobre la credibilidad histórica de los Evangelios, sobre este o aquel aspecto de la vida cristiana. Dudas afrontadas y superadas, pero también interrogantes que siguen abiertos, con la invitación a continuar la búsqueda.

En este no resignarse veo un elemento vivo que cautiva a quienes le escuchan o leen sus escritos. Recuerdo una carta que escribió a los participantes en el Sínodo de mayo de 1994, en la que reconocía los «muchos dones» procedentes del Sínodo de la diócesis de Milán, pero afirmaba que «un poco más dé viento del Espíritu» no habría «hecho daño». En general, los obispos retienen a la grey. Martini, en cambio, exhorta a los cristianos «a novedades valerosas» y a gozar en plenitud de la «libertad del Evangelio».

El tercer secreto es el más importante: él no presenta una doctrina suya, ni sigue un particular método catequético, sino que propone el Evangelio. Va al corazón del corazón del men­saje cristiano, que es la figura de Jesús tal como la presentan los Evangelios, y en torno a ella desarrolla todos los temas. Di­cho con otras palabras: actualiza el mensaje de Jesús partiendo del texto de los Evangelios.

Conozco al cardenal Martini desde que era profesor en el Instituto Bíblico y yo era un muchacho de la FUCI (Federa-zione Universitaria Cattolica Italiana) y le escuchaba en Roma y en las semanas teológicas de Camaldoli. Ya entonces seguía este método.

Como experto en temas eclesiales de la Repubblica y, des­pués, del Corriere della Sera, me he encontrado con él en Mi­lán, en Roma y en varias partes del mundo, le he hecho pre­guntas en las conferencias de prensa y entrevistas en exclusiva, y me ha invitado a su mesa. En dos ocasiones (en 1991 y en

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INTRODUCCIÓN

2000) me llamó para que le propusiera -ante un público de pe­riodistas- algunas «provocaciones» sobre las «cosas últimas».

Al agrupar todos los contactos tenidos con él, puedo con­cluir que ese modo de entrar en conversación con los jóvenes he vuelto a encontrarlo, sustancialmente, en cada una de esas circunstancias, también cuando se dirigía al mundo de los adultos. Siempre he visto cómo su punto de partida era la Pa­labra y siempre me ha parecido que sus palabras llegaban cla­ramente al corazón del hombre de hoy.

Su maestría al exponer las Escrituras ha sido alabada tan­to por el papa Wojtyla como por el papa Ratzinger.

Benedicto XVI ha recomendado la lectura de las lectio bí­blicas de Martini a los jóvenes de la diócesis de Roma el 6 de abril de 2006 y lo ha descrito como un «verdadero maestro» del acercamiento a las Escrituras: «Aun cuando él conoce bien todas las circunstancias históricas, todos los elementos carac­terísticos del pasado, intenta siempre abrir también la puerta para hacer ver qué palabras pertenecientes aparentemente al pasado son también palabras del presente». ¡La actualización, justamente!

Dos años antes, en el volumen ¡Levantaos! ¡ Vamos! (Plaza & Janes, 2004), Juan Pablo II había hablado de Martini como de un modelo de obispo que expone la Palabra de Dios al pue­blo: «Las catequesis en la catedral de su ciudad atraían a mul­titud de personas, a las que revelaba el tesoro de la Palabra de Dios».

En ambos casos fui el primero que transmitió al cardenal -vía e-mail- la noticia de que había sido citado por el papa, y en las dos ocasiones me respondió, desde su retiro en Jerusa-lén, que le alegraba porque veía cómo se honraba el papel de la Escritura en la vida de la Iglesia. Se puede decir que Martini ha vivido para la Escritura: para ayudar a cuantos le habían si­do confiados a leerla y a vivirla. Recientemente, el 5 de octu­bre de 2008, en una entrevista para la televisión le he oído ha­cer una afirmación fuerte sobre esta centralidad de la Palabra

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LIBRES PARA CREER

de Dios en su aventura humana: «La Biblia ha sido en reali­dad mi vida».

Invito a leer sus textos, reunidos aquí, teniendo los ojos fi­jos en este hilo conductor de la transmisión del Evangelio a la humanidad de hoy, y en particular al mundo juvenil.

.* Luigi Accattoli

LuiGl ACCATTOLI, nacido en Recanati en 1943, es periodista, escritor y vaticanista italiano. De 1975 a 1981 trabajó en el diario la Repubblka. Desde 1981 es periodista del Corriere della Sera. Actualmente vive en Roma, está casado y tiene cinco hijos.

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Carta a los jóvenes

QyV¿Aa A*hl^e, *p*(Al/*. Athifyí:

No te sorprendas por esta carta que te dirijo precisamente a ti1. He decidido escribirte porque -al menos hasta ahora- me ha resultado imposible encontrarme contigo: donde iba yo, tú no estabas y donde ibas tú... ¡yo no estaba!

No obstante, nuestros caminos se han cruzado con fre­cuencia: muchas tardes, al volver de las parroquias o de los centros parroquiales, te he visto a las puertas de alguna disco­teca, dentro de alguna cervecería o hamburguesería, o bien pa­seando por las calles del centro, en la plaza de la catedral... Habría querido llamarte y detenerme para encontrarme conti­go, pero después me he preguntado: ¿cómo me presentaré? Y también: ¿qué pensará este muchacho, esta muchacha? ¿Con quién me comparará: con sus padres, un poco enfadados por sus retrasos; con algún intruso un poco entremetido-, con la in­tervención imprevista de algún agente de la fuerza pública? Y yo ¿seré capaz de escuchar, de dialogar con ella, con él...?

Por eso, he decidido escribirte. Yo trataré de ser breve, y tú trata de llegar hasta el fondo. No te tenderé trampas, evitaré los sermones y los reproches: sólo quiero hablarte y decirte que estoy preparado, si lo deseas, para dialogar contigo; deseo tra­tar de comprenderte mejor a ti y a tus amigos.

1. Se trata de la carta a los jóvenes escrita por el cardenal Martini, publica­da por ITL (editorial de la diócesis de Milán) y fechada el 3 de junio de 1990.

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LIBRES PARA CREER

A veces, a los adultos les sucede que te reprochan antes de comprender el motivo de un determinado comportamiento, que te descalifican sin darte la posibilidad de apelar. Yo no quiero comportarme así. Trataré, por el contrario, de escu­charte y de responderte, como he hecho ya con otros jóvenes de tu edad. Algunos de ellos, aunque estén alejados de la Igle­sia, me han escrito para explicarme el motivo de su alejamien­to. Otros me han dado a conocer sus razones por medio de amigos.

Estas son algunas de las cosas que dicen (naturalmente, los nombres son ficticios, pero conservo fielmente la sustancia de sus expresiones).

«Desde pequeño recibí de mi familia una buena educación religiosa. Pero las preguntas que me planteaba eran mu­chas y hacían que me sintiera muy confuso. Así, mientras que antes estaba, por decirlo así, obligado a ir a la iglesia, al llegar a una cierta edad, dejé de frecuentarla».

Roberto

«Me alejé de la Iglesia porque mis padres me mandaron a la catequesis de comunión y de confirmación, pero yo veía que a ellos nos les interesaba lo que me enseñaban. Llegado un cierto momento, ya no me obligaron y dejé de ir».

Marco

«Personalmente, creo mucho en las cosas prácticas, en los problemas concretos, cotidianos, en los hechos... no en las teorías, en las ideas bonitas, en el exceso de palabras que se escuchan en la iglesia. Hacen falta hechos para mejorar el mundo, no chacharas».

Laura

«A un muchacho de hoy no le interesa la Iglesia. Prefiere distraerse, divertirse, evadirse, jugar, enamorarse, correr

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CARTA A LOS JÓVENES

riesgos, tal vez también jugarse la vida conduciendo una moto. Si vas a la iglesia, te prohiben todas estas cosas».

Gionata

«Yo no estoy muy dispuesto a dejarme instruir por los sa­cerdotes... algunos quieren convertirte a toda costa: he de­cidido no dejarme amaestrar por nadie. No quiero que me manejen ni me encasillen. Puedo aprender a vivir yo solo. Si me equivoco, lo pagaré».

Cristian

«Me gusta muchísimo bailar, tener una alta autoestima, ser admirada, enamorarme al menos el sábado por la noche y el domingo. Pero la religión no permite estas cosas. No acepto que la Iglesia me diga lo que debo hacer o dejar de hacer con mi novio».

Monica

«Hasta el tercer curso de educación secundaria fui a la igle­sia y participé en las actividades parroquiales. Pero después vi que era un grupo de personas que te juzgaban, que esta­ban bien ellas juntas, que no aceptaban a personas nuevas, que pensaban que valían más que todos. Y lo dejé».

Stefano

«Iba a la iglesia más por costumbre que por necesidad; pa­ra mí era una tradición y no un gesto hecho por amor».

Debora

«Ya no creo en nada. A veces pienso que tiene razón mi pa­dre cuando dice que también la Iglesia es una tienda, un partido político, una invención para controlar a la gente. Ni siquiera creo en el más allá, o, mejor dicho, creía cuan­do era niña... pero he crecido, he conocido la realidad, el dolor, la muerte, la injusticia, el mal y me he preguntado:

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LIBRES PARA CREER

pero en medio de todo este caos, ¿qué hace Dios? ¿Existe? Y si existe, ¿por qué permite todo este dolor? Bah...».

Sara

¿En qué estás pensando? ¿Tal vez también tú suscribirías alguna de estas frases? ¿O tus motivos para no ir a la iglesia son distintos? Yo, personalmente, me siento «desplazado»: ba­jo estas expresiones fluye la vida, la alegría, el dolor, el sufri­miento, el tedio mortal de quien me ha escrito; me atrevería a decir algo más: puedo entrever también algunas verdades, e in­cluso algunos errores que nosotros, «hombres de Iglesia», he­mos cometido

En estas frases encuentro también el convencimiento de que ninguna persona humana, varón o mujer, se resigna a vivir una vida insignificante. Nadie desea sentirse un ser inútil, a merced de otros o del azar. Nadie puede convertirse en «amo» del hombre.

Siento tu deseo de cambiar el mundo de las injusticias, de los sufrimientos inútiles, de las masacres, de las desigualdades, de las falsas hipocresías, de la explotación.

Y cuando todas estas metas se vuelven inalcanzables... puedo imaginar (aunque no lo comprenda) que haya personas que se sientan tentadas a deslizarse hacia paraísos artificiales con todas las consecuencias.

A éstas sí que las he encontrado (en estos años): en las co­munidades terapéuticas, en las cárceles, enfermos de sida...

En estos jóvenes «desesperados» y en otros muchos de tus contemporáneos veo que existe el sueño del amor, el deseo de hacer algo bueno; en todos arde el deseo de amistad, la espe-raza de hacer la vida más hermosa y agradable, la tensión de la solidaridad hacia todos y particularmente hacia los más mar­ginados. Siento que tienen y quieren tener una conciencia pro­pia, que en todos se ocultan aspiraciones profundas, interro­gantes inteligentes sobre el sentido de la vida.

o 76 o

CARTA A LOS JÓVENES

El corazón humano -el tuyo, el mío, el de todos- es más rico de lo que puede parecer; es más sensible de lo que se pue­de imaginar; es generador de energías inesperadas; es una mi­na de potencialidades a menudo poco conocidas o ahogadas por la escasa autoestima, la frustrante convicción de que «es imposible cambiar... ¡total, yo no puedo!».

En este punto, entonces, desearía valorar contigo algunas propuestas.

La primera es ésta: intenta preguntarte acerca de las verda­des que están en lo más hondo de ti. No dudes en hacerte pre­guntas fundamentales que podrían dejarte sin respuesta; no tengas prisa por encontrar soluciones. Escucha en tu interior.

Tienes derecho a preguntarte para conocer tus luces y tus sombras, para saber de dónde vienes y adonde vas, qué senti­do tiene tu vida, la vida de tus seres queridos, cuál es el senti­do del mundo. No te niegues a pensar, razonar, reflexionar; te­me más bien a quien quiera ahogar esta capacidad tuya.

Aunque no encuentres las respuestas de inmediato, te su­geriría que no te angusties ni te atormentes: ¡el hecho de man­tener viva la pregunta es ya importante! Deja que te ayude al­guna persona en la que confíes. Los sacerdotes a quienes has conocido te quieren y están dispuestos a echarte una mano. En el silencio de algún momento crucial siéntete amado por Dios y, si puedes, dile: «Dios mío, qué difícil es orientarse en la vi­da. ¡Échame una mano!».

La segunda propuesta te parecerá un poco audaz, pero te la ha­go igualmente: trata de conocer a Jesús. Pregúntate qué piensas de él, de su vida, de su muerte en cruz.

Te invito a leer su vida, escrita en el Evangelio (si no lo tie­nes, pídemelo: ¡te lo regalaré de buen grado!). No tengas mie­do de Jesús: cuando le conozcas, le sentirás cercano, amigo, vi­vo, más concreto que la persona que tienes a tu lado.

o 17 o

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LIBRES PARA CREER

Siento un poco de temor al hacerte esta tercera propuesta, pe­ro lo intento de todos modos: a menudo se escucha la crítica según la cual la parroquia, o la Iglesia, es un ambiente cerrado (como decía Stefano); pues bien, intenta cambiar esta situa­ción. En otras palabras: invita a tus amigos a tu casa, invita también a alguien de la parroquia, al sacerdote... y habla con ellos, discute, haz que se oiga tu voz, tus exigencias, tus pro­blemas, los motivos que te han alejado de Dios y de la Iglesia.

Pregúntales y pregúntate: ¿qué sentido tiene nuestra vida? ¿Para qué sirve? ¿Qué hago por los demás? ¿Soy capaz de amar o tal vez me hago la ilusión de que sé hacerlo? Mi novio, mi novia ¿agota el horizonte de mis esperanzas o hay algo más? ¿Estoy con él o con ella por placer o por amor, porque quiero de verdad su bien?

La última propuesta está sugerida en parte por Laura. La des­proporción que ella enunciaba entre el decir y el hacer me per­mite invitarte a hacer algo concreto por los demás. La conmoción que experimentas al ver a quien muere de hambre, a los sin te­cho, a los habitantes del tercer mundo que buscan pan, casa y trabajo, a los discapacitados, los encarcelados, los enfermos de sida... trata de traducirla, quizá con la ayuda de algún amigo, en el compromiso concreto, en el voluntariado.

Tal vez te preguntes a menudo, en los momentos de sole­dad, quién es tu amigo, cuántos amigos tienes. Es posible que te sientas mal al constatar tantas deslealtades, indiferencias y traiciones. Yo te invito a cambiar este orden de ideas: en vez de preguntarte cuántos amigos tienes, pregúntate más bien de cuántas personas eres amigo o amiga. Y cuando tengas la ex­periencia de suscitar una sonrisa, de alumbrar una esperanza en la vida de los otros, caerás en la cuenta de que también en tu vida habrá más luz, más sentido, más alegría. Toma estas propuestas como una invitación. Podrías conversar sobre ellas con tus amigos.

o J8 o

CARTA A LOS JÓVENES

Te he escrito con la confianza de que leerías mi carta hasta el final y, al parecer, sigues leyéndola. Pues bien, al terminar, per­míteme expresar un último deseo: desearía que la relación ini­ciada con esta carta tuviera una continuación. Escríbeme, sé que también puedo aprender de ti. Por el momento te dejo, asegurándote que rezo desde ahora por ti, porque te aprecio y porque te quiero.

* Cario María Martini

o 19 °

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PRIMERA PARTE

Nosotros serviremos al Señor

Esta compilación de textos del cardenal Martini re refiere al ca­mino de preparación y a la celebración de la «Asamblea de Si-quén», la gran convocación de los jóvenes de la diócesis de Milán, a través de 2.500 delegados, que tuvo lugar los días 6 y 7 de ma­yo de 1989 en el Pala/ido de Milán. El encuentro, cuyo tema cen­tral era la opción de fe de los jóvenes y su compromiso de dar tes­timonio en medio de sus coetáneos, partió del texto bíblico de Josué 24, donde se narra la convocación de los representantes del pueblo de Israel en Sique'n.

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1 Dios nos llama y nos libera

IOSUÉ reunió a todas las tribus de Israel en Siquén y con­vocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y escribas, que se situaron en presencia de Dios. Josué dijo a todo el pueblo: «Esto dice el Señor, Dios de Israel: "Al otro lado del Río habitaban antaño vuestros padres, como Téraj, padre de Abrahán y de Najor, y daban culto a otros dioses. Yo tomé a vuestro padre Abrahán del otro lado del Río y le hice reco­rrer toda la tierra de Canaán, multipliqué su descendencia y le di por hijo a Isaac. A Isaac le di por hijos a Jacob y Esaú. A Esaú le di en propiedad la montaña de Seír. Jacob y sus hijos bajaron a Egipto. Envié después a Moisés y Aarón y herí a los egipcios con los prodigios que obré en medio de ellos. Luego os saqué de allí. Saqué a vuestros padres de Egip­to y llegasteis al mar; los egipcios persiguieron a vuestros pa­dres con sus carros y guerreros hasta el mar de Suf. Clama­ron entonces al Señor, el cual tendió unas densas nieblas en­tre vosotros y los egipcios, e hice volver sobre ellos el mar, que los cubrió. Visteis con vuestros propios ojos lo que hice con Egipto; luego habitasteis largo tiempo en el desierto. Os introduje después en la tierra de los amorreos, que habita­ban al otro lado del Jordán; ellos os declararon la guerra y yo los entregué en vuestras manos; y así pudisteis poseer su tie­rra, porque yo los exterminé a vuestra llegada. Después se le­vantó Balac, hijo de Sipor, rey de Moab, para pelear contra Israel, y mandó llamar a Balaán, hijo de Beor, para que os maldijera. Pero no quise escuchar a Balaán, y hasta tuvo que bendeciros; así os salvé yo de su mano.

° 23 o

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

Pasasteis el Jordán y llegasteis a Jericó; pero las gentes de Jericó os hicieron la guerra, igual que los amorreos, los perizitas, los cananeos, los hititas, los guirgaseos, los jivitas y los jebuseos, pero yo los entregué en vuestras manos. Mandé delante de vosotros avispas que expulsaron, antes que llega­rais, a los dos reyes de los amorreos; no fue con tu espada ni con tu arco. Os he dado una tierra que no os ha costado fa­tiga, unas ciudades que no habéis construido y en las que sin embargo habitáis, viñas y olivares que no habéis plantado y de los que os alimentáis".

Ahora, pues, temed al Señor y servidle perfectamente, con fidelidad; apartaos de los dioses a los que sirvieron vues­tros padres más allá del Río y en Egipto y servid al Señor. Pero, si no os parece bien servir al Señor, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros pa­dres más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi casa serviremos al Señor».

El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor nuestro Dios es el que nos hizo subir, a nosotros y a nuestros padres, de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre, y el que de­lante de nuestros ojos obró tan grandes señales y nos guar­dó por todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por los que pasamos. Además, el Señor expulsó delante de nosotros a todos esos pueblos y a los amorreos que habita­ban en el país. También nosotros serviremos al Señor, por­que él es nuestro Dios». Entonces Josué dijo al pueblo: «No podréis servir al Señor, porque es un Dios santo, es un Dios celoso, que no perdonará ni vuestras rebeldías ni vuestros pecados. Si abandonáis al Señor para servir a los dioses del extranjero, él a su vez traerá el mal sobre vosotros y acabará con vosotros, después de haberos hecho tanto bien». El pue­blo respondió a Josué: «No; nosotros serviremos al Señor». Josué dijo al pueblo: «Vosotros sois testigos contra vosotros mismos de que habéis elegido al Señor para servirle».

Respondieron ellos: «¡Testigos somos!». «Entonces, qui­tad de en medio los dioses del extranjero e inclinad vuestro corazón hacia el Señor, Dios de Israel». El pueblo respon-

° 24 °

1. - DIOS NOS LLAMA Y NOS LIBERA

dio a Josué: «Al Señor nuestro Dios serviremos y a su voz atenderemos».

Aquel día, Josué selló una alianza por el pueblo, y le dio un estatuto y una ley en Siquén. Josué escribió estas palabras en el libro de la Ley de Dios. Tomó luego una gran piedra y la plantó allí, al pie de la encina que hay en el santuario del Señor. Josué dijo a todo el pueblo: «Mirad, esta piedra será testigo contra nosotros, pues ha oído todas las palabras que el Señor ha hablado con nosotros; ella será testigo contra vo­sotros para que no podáis renegar de vuestro Dios». Y Josué despidió al pueblo, cada uno a su heredad.

Josué 24,1-28

1. La convocación

Las meditaciones que propongo2 se inspiran en el capítulo 24 del libro de Josué, cuyo primer versículo empezamos a leer: «Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquén y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y escribas, que se si­tuaron en presencia de Dios».

¿Por qué razón hemos elegido el texto de Josué? Porque describe la gran asamblea del pueblo de Dios para la renova­ción de la alianza con aquel Señor que les dio la tierra. Tam­bién nosotros, como el pueblo de Dios en Siquén, desearíamos celebrar una asamblea semejante y desearíamos celebrarla al término de este bienio dedicado a la educación3. Una asamblea en la que estén idealmente presentes todos los jóvenes de la diócesis para renovar la alianza con Cristo, Señor de esta tie­rra, de esta historia y de toda la historia.

2. Los primeros jueves de mes, de noviembre de 1988 a marzo de 1989, el arzobispo Cario María Martini guió a los jóvenes de la diócesis en la lec-tio divina sobre el texto bíblico de Josué 24. Se recogen aquí los textos de las cinco meditaciones.

3. El cardenal arzobispo dedicó al tema de la educación dos cartas pasto­rales: «Itinerari educativi» (Itinerarios educativos) en 1988 y «Educare ancora» (Educar todavía) en 1989.

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

El libro de Josué

El libro de Josué contiene 24 capítulos y, en la Biblia, lo encon­tramos después de los cinco libros de Moisés, llamados Penta­teuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.

Es poco conocido, quizá porque describe batallas y gue­rras, y no resulta fácil contar a Josué entre los constructores de paz. Un escritor judío contemporáneo, Elie Wiesel, en un be­llísimo volumen titulado Cinco figuras bíblicas, se esfuerza por librar a Josué de la imagen de hombre de guerra. «Los judíos», escribe, «hicieron la guerra durante un tiempo y el libro de Jo­sué está aquí para probarlo, está lleno de sangre y de violencia, y carece de poesía. Pero su falta de belleza literaria puede ser vista como una virtud. Josué, en efecto, venció muchas bata­llas, pero la Biblia no se gloría de ello. Y esto vale para todas las guerras judías. Los profetas se negaron a santificarlas, los poetas evitaron idealizarlas; se escribieron cantos para celebrar los milagros, no las guerras [...]. En el discurso de despedida que dirige a la nación [el capítulo 24 que nosotros meditare­mos], al echar la vista atrás y contemplar su vida, Josué omite significativamente toda alusión a sus conquistas; quería ser re­cordado como un profeta, no como un conquistador».

Por lo demás, más allá del juicio de Wiesel, que quiere re-dimensionar el aspecto bélico del libro de Josué, debemos decir que todas las páginas de la Escritura, cuando son leídas en re­lación con el misterio único que revelan, que es Jesucristo, pue­den nutrir nuestro espíritu con la savia genuina del Evangelio.

Hay que leer el Antiguo Testamento mirando también al mis­terio de Dios Padre que se comunica gratuita y totalmente, en el Hijo, al hombre para salvarlo.

El libro de Josué nos invita, ya en el título -porque Josué quiere decir Jesús-, a entrar en la invocación neotestamentaria que culmina en la palabra del ladrón en la cruz: «Jesús, acuér­date de mí cuando llegues a tu Reino!».

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Nosotros podemos decir: Jesús, haz que te conozcamos un poco más a través de las páginas del libro de aquel que ha lle­vado tu nombre desde el Antiguo Testamento.

El tema fundamental del libro es la tierra de Israel, las re­laciones que ligan al pueblo de Dios con su tierra y, como sa­béis, es un tema todavía hoy de rabiosa actualidad en Israel.

Este tema no está presente sólo en Josué, sino que atravie­sa toda la historia de la salvación y deviene imagen, símbolo y figura de aquella entrada y de aquella estancia en la tierra de Dios a la que son llamados todos los hombres en virtud de la comunión que los vincula a Cristo Señor.

Lo que me importa subrayar es que Josué es un libro im­portante y, al leer el capítulo 24, nos disponemos a captar una revelación del misterio de Cristo.

El sentido de la convocación

Para la meditación del primer versículo propongo algunos puntos: la relectura del texto; una pregunta de carácter histó­rico: ¿quién fue convocado en Siquén por Josué? Una pregun­ta que nos hace releer el versículo en clave neotestamentaria: ¿a quién convoca Jesús? Una pregunta de carácter existencial: ¿para qué valores somos convocados? [...]

1. El primer versículo está dividido claramente en tres partes: Jesús reunió a todas las tribus; convocó a los ancianos, los je­fes, los jueces y los escribas; y éstos se presentaron ante Dios.

2. Josué, jefe carismático, elegido por Dios, sucesor inmediato de Moisés, reunió a todas las tribus de Israel en la llanura, jun­to a los dos montes que se ven aún hoy: Ebal y Garizín. Se tra­ta, por tanto, de una asamblea universal, abierta a todos.

En Israel se distinguían en aquel tiempo doce grandes tri­bus, ligadas entre sí por parentesco y por la memoria de un único antepasado fundador. De estos clanes no son convoca­dos, como en otras ocasiones, sólo algunos hombres para gue-

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rrear contra otros, sino todos, para un gran pacto de paz. Se reúnen en Siquén, uno de los primeros lugares mencionados en la Escritura. Ya en el capítulo 12 del Génesis leemos que el Señor se apareció a Abrahán cerca de Siquén, bajo la encina de Mambré, y le prometió en heredad la tierra (cf. versículos 4-7). La primera promesa bíblica que Abrahán recibe en Pales­tina tiene lugar, por tanto, en Siquén. Después de él, Jacob se estableció allí. En efecto, al salir sano y salvo del temido en­cuentro con su hermano Esaú, Jacob logra comprar una parce­la de tierra justamente en Siquén -primer signo, para él, de una futura posesión de la tierra- y planta en ella la tienda (cf. Gn 33,18-19).

Siquén es un lugar célebre de la antigüedad, rico en re­cuerdos y en tradiciones, para todo el pueblo de Israel. Ya en el capítulo 8 del libro de Josué leemos que en Siquén tuvo lu­gar una primera reunión del pueblo, después de haber ocupa­do una primera parte de Palestina.

Y la memoria de esta ciudad durará hasta los tiempos de Jesús, que en este lugar prometerá el don del agua viva; justa­mente a la estancia de Jacob en Siquén hace alusión la mujer samaritana cuando dice a Jesús: «¿Acaso eres tú más que nues­tro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» (Jn 4,12). Con todo, nuestro versículo tiene una singularidad. Hemos dicho que en Siquén fueron convocadas todas las tribus de Israel. Pero el texto es más pre­ciso: «reunió a todas las tribus [...] y convocó a los ancianos». ¿Por qué esta diferencia de verbos?

El verbo hebreo que traducimos con reunir significa «re­coger», «cosechar», reunir una gran masa; el verbo hebreo que traducimos con convocar significa «gritar», «llamar a alguien por el nombre gritando». Es el verbo usado para las grandes llamadas bíblicas. Por ejemplo: «Dios llamó a Moisés de en medio de la zarza: "¡Moisés, Moisés!"» (Ex 3,4).

Tenemos, por tanto, en el primer versículo, una reunión de todos y una convocación más específica, más personal, que afecta a cuatro categorías de personas: los ancianos, los jefes, los

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jueces y los escribas. En nuestro lenguaje podríamos decir: los responsables legislativos, judiciales, burocráticos y culturales.

Todo el pueblo está presente, pero es convocado ante Josué por medio de sus representantes. Es fácil imaginar la escena: el pueblo está detrás, en el campamento, y los ancianos, los jefes, los jueces y los escribas, se acercan y escuchan directamente el discurso de Josué. En un cierto sentido, el pueblo participa en segundo plano, mediante sus responsables.

El versículo concluye con estas palabras: «Que se situaron en presencia de Dios». Es otro verbo muy importante en la Escritura. Significa «estar ante alguien -el rey, el magistrado-en la posición de quien espera órdenes» y, por tanto, con reve­rencia, con respeto y con atención.

3. ¿Hay algo en la vida de Jesús que corresponda a la reunión que Josué había convocado en Siquén, muchos años antes?

Recuerdo al menos dos pasajes evangélicos, el primero de Mateo y el segundo de Lucas.

«Su fama llegó a toda Siria; y le trajeron todos los que se en­contraban mal con enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curó. Y le siguió una gran muchedumbre de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán. Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron» (Mt 4,24-5,1).

Lucas 6,17-20.27 está compuesto como el texto de Mateo: Jesús está con los discípulos y con una gran multitud de gen­te. La muchedumbre trataba de tocarlo porque de él salía una gran fuerza que sanaba a todos: «Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía...».

Estos dos pasajes evangélicos están divididos en dos par­tes: una reunión general de la multitud y después Jesús, que, de entre la multitud, convoca a algunos, los discípulos. Se trata de una convocación más reducida dentro de una asamblea muy amplia.

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Tal convocación no aleja a Jesús de la multitud, sino que constituye a los discípulos como intermediarios entre él y la gente. Y a ellos en primer lugar se les dirigen las famosas pa­labras: «Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos... Vosotros sois la sal de la tierra... A vosotros que escucháis os digo: "Amad a vuestros enemigos"».

Vosotros, queridísimos jóvenes, sois como discípulos, con­vocados de entre una multitud que podría ser toda la juventud de la diócesis. Lo que os digo a vosotros vale para todos, pero llegará a los demás si primero es significativo para vosotros, que sois convocados para un encuentro más cercano, como los ancianos, los jefes, los jueces y los escribas en Siquén, como los discípulos al lado de Jesús junto al lago de Tiberíades.

Y pienso: ¿dónde están en este momento los más de 600.000 jóvenes de nuestra diócesis? Tal vez en el cine, en la discoteca, en casa viendo la televisión o en su habitación escu­chando la radio; tal vez por la calle o en un bar; quizás en una situación dolorosa y apurada. Jesús desearía reunir una multi­tud inmensa y, mientras tanto, os ha llamado aquí a vosotros para que escuchéis su Palabra de modo responsable, por el bien de todos los demás.

Comenzamos entonces a entrever el sentido de la convo­cación de Siquén.

4. ¿Para qué valores somos convocados? Lo comprenderemos poco a poco, meditando todo el capítulo de Josué, pero pode­mos entender ya que el significado de esta convocación para el pueblo de Israel era tomar una mayor conciencia de su identi­dad, llegar a ser conscientes de la gravedad de su situación en medio de los pueblos paganos y, por tanto, de la urgencia de la misión que debía realizar, renovando la fidelidad al Señor.

El pueblo toma conciencia escuchando la Palabra de Dios y respondiendo a través de la proclamación de la fidelidad.

Lo mismo vale para las reuniones y las convocaciones rea­lizadas por Jesús: llama a los discípulos para que escuchen, pa­ra que tomen conciencia de su misión e identidad -«Vosotros

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xois la sal de la tierra»-, de su responsabilidad —«¡Ay de voso-Iros si la sal se vuelve sosa!»-. Y los llama para que respondan en nombre de todos los demás: «A vosotros que escucháis os digo: "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os MI lian"».

Jesús llama a los discípulos para que tomen conciencia de • i>mo deben estar en un mundo difícil, oscuro, hostil.

/ 'irgunías conclusivas

()s propongo algunas preguntas para una ulterior reflexión. ¿Me agrada que me convoquen, pero no para una reunión

ilc vez en cuando, sino en una convocación perseverante, los primeros jueves de mes, con el fin de vivir después la Asam­blea de Siquén, dejándome convocar para una responsabilidad, para escuchar y responder?

¿Cuáles son mis resistencias para dejarme convocar? ¿Qué siento dentro de mí? ¿Siento pereza, cansancio, apatía, náusea? A veces, estas cosas ocultan el miedo a comprometerse, la tris­teza de quien no quiere gustar la alegría del Evangelio. O tal vez haya en mí resistencias debidas al hecho de que me siento extraño: ¿por qué he venido? ¿Qué me importan a mí estas co­sas que son tan exigentes?

Sería entonces un signo de poca fe y deberíamos orar di­ciendo: «¡Señor, aumenta mi fe, acrecienta mi poca fe!».

O bien las resistencias derivan de obstáculos precisos. Ten­go miedo al juicio de los demás, no sé cómo me justificaré an­te los demás. Mis amigos se burlarán de mí haciéndome notar que, mientras yo estaba aquí, ellos han ido a divertirse... ¿Hay quizás obstáculos en mi interior que prefiero no escuchar? ¿No quiero mirar dentro de mí? Entonces podemos orar: «¡Señor, vence todas mis resistencias!».

Una tercera pregunta: ¿me da miedo llevar el peso de los de­más? El hecho de ser convocado para los demás, no solo para

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mí, ¿me molesta? «¡Señor, haz que sepa llevar también el peso de los otros, como tú me has llevado a mí, oveja perdida, sobre tus hombros!».

Por último: ¿estoy dispuesto a escuchar lo que se va a decir? Escuchar no significa sólo oír las palabras del obispo; signifi­ca no tener ruido interior. ¿Hay en mí preocupaciones, dis­tracciones, codicia, afán, ambiciones, reticencias, orgullo o irri­taciones que me impiden escuchar? «¡Señor, ayúdame a entrar en el silencio!».

Os propongo que viváis el momento de la escucha también como purificación de todas las veces que nos hemos dejado ven­cer por las preocupaciones, los deseos y las fantasías inútiles.

Os sugiero también que hagáis un propósito: hacer todos los días un minuto de absoluto silencio, de escucha, por ejem­plo antes de empezar las oraciones de la mañana o de la tar­de, antes de empezar las laudes o las vísperas. Haced el pro­pósito de deteneros durante un minuto diciendo: «Señor, quiero escucharte».

Os invito a orar: «Jesús, ayúdame a comprender, hazme penetrar, desata mi corazón, libera mi lengua interior para que yo grite tu alabanza!».

2. Nuestra historia: llamados a la libertad

Entre las cartas que he recibido de vosotros, una decía: «Los jóvenes de . . . le dicen que el instrumento de su voz4 no ha si­do frágil, sino vigoroso y exigente».

Pido al Señor que no sea el instrumento de mi voz, sino que sea la voz del Espíritu la que se haga sentir vigorosa y exi­gente en vuestros corazones durante la meditación del pasaje de Josué que leemos ahora de nuevo.

4. La observación se refiere al hecho de que la Escuela de la Palabra 1988-1989 predicada por el cardenal Martini se transmitió por radio.

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«Josué dijo a todo el pueblo: "Esto dice el Señor, Dios de Israel: Al otro lado del Río habitaban antaño vuestros pa­dres, como Téraj, padre de Abrahán y de Najor, y daban cul­to a otros dioses. Yo tomé a vuestro padre Abrahán del otro lado del Río y le hice recorrer toda la tierra de Canaán, mul­tipliqué su descendencia y le di por hijo a Isaac. A Isaac le di por hijos a Jacob y Esaú. A Esaú le di en propiedad la montaña de Seír. Jacob y sus hijos bajaron a Egipto. Envié después a Moisés y Aarón y herí a los egipcios con los pro­digios que obré en medio de ellos. Luego os saqué de allí. Saqué a vuestros padres de Egipto y llegasteis al mar; los egipcios persiguieron a vuestros padres con sus carros y gue­rreros hasta el mar de Suf. Clamaron entonces al Señor, el cual tendió unas densas nieblas entre vosotros y los egipcios; hice volver sobre ellos el mar, que los cubrió. Visteis con vuestros propios ojos lo que hice con Egipto; luego habitas­teis largo tiempo en el desierto"» (Jos 24,2-7).

Como veis, el pasaje está introducido por una mención de Dios que habla y, por tanto, es transmitido como oráculo divi­no: «Dice el Señor, Dios de Israel».

Este oráculo se compone de dos partes: la primera parte sintetiza brevemente el libro del Génesis, desde el capítulo 12 hasta el final; la segunda parte sintetiza los hechos principales del libro del Éxodo.

Casi todo el pasaje está en primera persona, como podéis captar fácilmente gracias a los verbos que describen la acción divina: «Yo tomé a vuestro padre Abrahán. . . le hice recorrer... multipliqué... d i . . . di en propiedad». Son cinco verbos que re­sumen la intervención de Dios en el libro del Génesis.

Después, otros verbos: «Envié.. . herí . . . obré. . . os saqué». Llega un momento en que hay una incoherencia gramatical porque, en vez de continuar en primera persona, se pasa a la tercera: «Clamaron entonces al Señor, el cual tendió unas den­sas nieblas». Acto seguido, se retoma la primera persona: «Hi­ce volver sobre ellos el mar». En conjunto, otros cinco verbos que indican la acción de Dios en tiempos del Éxodo.

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¿Qué deducimos de esta relectura general del texto? Dios habla y se revela como sujeto al hombre que escucha. Es pri­mera persona, es sujeto de acciones que el hombre puede ha­ber experimentado una a una también como casualidad, como eventualidades de la vida inconexas, como contingencias his­tóricas muy diversas, sin un sentido preciso.

El pasaje bíblico enumera diversos hechos y situaciones («habitaban al otro lado del Río» -al otro lado del Eufrates, en el actual Irak, donde vía Abrahán- y, después, «bajaron a Egipto»). Pueden parecer meras contingencias históricas, acu­muladas sin un orden preciso. Pero Dios revela que estas ac­ciones, estas contingencias aparentes, son parte de un designio conducido por él mismo, un designio motivado por su amor al pueblo, un designio que tiene la finalidad de hacer crecer, de promover, de multiplicar la familia de Abrahán, el pueblo ele­gido, y de liberarlo.

Dios guía la historia, y en ella nos llama y nos libera. Éste es el sentido global del pasaje.

Los tiempos de la intervención divina

Ahora podemos tratar de dividir el texto según los tiempos históricos que determinan esta intervención divina, que hace historia, que crea unidad, que da un orden a los múltiples he­chos tan diversos de la aventura humana. Podemos ver tres partes, tres divisiones, tres tiempos: el tiempo del paganismo, el tiempo de la elección, el tiempo de la liberación.

1. El tiempo del paganismo

Este tiempo está descrito en las primeras palabras: «Al otro la­do del Río habitaban antaño vuestros padres, como Téraj, pa­dre de Abrahán y de Najor, y daban culto a otros dioses». Abrahán viene del paganismo; y Dios dice: vuestras raíces son paganas y algo de estas raíces permanece en vosotros. Adora­bais a otros dioses, dabais culto a las fuerzas de la naturaleza, adorabais a poderes humanos divinizados.

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Podemos percibir que estas palabras se dirigen hoy a noso-tros: también nuestras raíces son paganas. Pensad en cuántos vestigios paganos, monumentos arqueológicos, hay en nuestra cultura. Roma está llena de ellos, pero también en nuestros campos y sobre nuestras colinas encontramos, si excavamos, vestigios del paganismo del que procedemos.

Tales vestigios no se han conservado sólo en los estratos superficiales del suelo, sino que se encuentran en lo más re­cóndito de nuestro corazón. Debemos recordarnos que somos paganos convertidos o, mejor, que somos paganos aún no con­vertidos del todo. Algo de paganismo permanece adherido a nosotros, y precisamente por eso siempre somos propensos a nuevas idolatrías, que ya no tienen el nombre de Júpiter, Ve­nus, Mercurio, sino que son el éxito y el dinero. Somos pro­pensos a viejos y nuevos materialismos, con nombres más o menos científicos, pero que de hecho quieren decir: ¡en esta vi­cia, sólo nos preocupa lo que rinde!

Interiormente, somos propensos también a los vicios paga­nos que Pablo enumera en la Carta a los Romanos: cinismo (pasar de los demás, no tener corazón), tristeza, autoagresión, amargura y reivindicaciones morbosas que llevamos dentro.

Hemos servido a otros dioses y por eso necesitamos ser llamados fuera de nuestras raíces nativas, en las que nuestra cultura sigue todavía inmersa a pesar de tantos siglos de cristianismo.

2. El tiempo de la elección de los padres

En nuestro pasaje, este tiempo está indicado con estas pala­bras: «Yo tomé a vuestro padre Abrahán del otro lado del Río y le hice recorrer toda la tierra de Canaán».

Abrahán, Isaac y Jacob representan el misterio de la llama­da. Son amados por Dios, sacados por él del paganismo, lla­mados, promovidos, multiplicados, para que sientan toda la ternura de Dios. La experiencia de la llamada, que Abrahán sintió en su interior, que también sintieron Isaac y Jacob, per-

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manece como un hecho existencial histórico, como algo que llevamos dentro en virtud de esta llamada histórica de Dios, que es definitiva; permanece en nosotros también hoy, dentro de nosotros, dentro de cada ser humano, al menos como nos­talgia imborrable.

«Nos hiciste, Señor, para ti», dirá Agustín, «y nuestro co­razón estará inquieto hasta que descanse en ti». La experien­cia de la llamada a los padres constituye el fondo de la perso­nalidad y es imborrable.

Y el bautismo ha sido para nosotros esta inmensa gracia, la actualización de aquella llamada. Nosotros, los bautizados, aunque no vayamos a la iglesia, aunque digamos que pasamos de todo, tenemos en el corazón la nostalgia del Padre, y mu­chos de nuestros estados de ánimo, tristezas y melancolías se explican así. Es la nostalgia del Padre que nos ha llamado, que nos está llamando, que ha marcado nuestra carne con el sello de su Palabra, de su Espíritu vivificador.

El tiempo de la elección de los padres es también para no­sotros el fondo de nuestra personalidad, fondo indeleble, sobre el cual se basa toda evangelización y que presupone que Dios nos ha llamado ya, que nos ha educado ya para el amor, si bien misteriosa e implícitamente, a veces con palabras que la con­ciencia no percibe con claridad.

3. El tiempo de la liberación de la esclavitud

El momento de la liberación se expresa en el segundo párrafo: «Envié a Moisés y Aarón... herí a los egipcios... os saqué de allí». Ibais a ser destruidos, pero yo intervine para salvaros.

Notad, en el texto, la continuidad entre nuestros padres y nosotros: «Saqué a vuestros padres de Egipto y llegasteis al mar».

Parece un anacronismo, porque, en realidad, fueron nues­tros padres quienes llegaron al mar, no nosotros. El libro del Éxodo narra después que todos aquellos que habían atravesa­do el mar Rojo murieron en el desierto, excepto Josué, que so-

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1. - DIOS NOS LLAMA Y NOS LIBERA

brevivió. Y, sin embargo, la Biblia dice: «Y vosotros llegasteis al mar»; «los egipcios persiguieron a vuestros padres... pero el Señor tendió unas densas nieblas entre vosotros y los egip­cios... y visteis con vuestros propios ojos».

En estas palabras se contiene un maravilloso misterio, y sólo la Escritura es capaz de sentir como unidad la experien­cia de los padres y la nuestra: vuestros padres sois vosotros, hay una continuidad de conciencia entre vosotros y ellos. Conti­nuidad de conciencia que emerge, por ejemplo, de manera pri­vilegiada en la misa: cuando escuchamos la misa, estamos ba­jo la cruz, estamos en el cenáculo, la cruz está con nosotros. Por tanto, nuestros padres vivieron la experiencia del cenáculo y nosotros la vivimos en la misa, nosotros vemos a Jesús, sen­timos que está en medio de nosotros. Se nos pide que vivamos [...] la continuidad entre la gracia dada a los padres y la gra­cia dada a nosotros, continuidad que la Biblia advierte con fuerza. Nosotros hemos experimentado también la liberación de la esclavitud y tenemos conciencia de haber sido liberados.

¿Cómo sentimos esta conciencia?, podemos preguntarnos. La sentimos en toda experiencia, aunque sea pequeña, de libe­ración del pecado, de una esclavitud moral, de un condiciona­miento que no nos permite ser auténticos, de un temor que nos pesa. Cuando somos liberados de estas cosas, por ejemplo después de una buena confesión, sentimos que podemos can­tar, regocijarnos y unirnos a la alegría de nuestros padres.

Entre los textos que expresan bien la conciencia de haber sido liberados, podemos leer el cántico de Moisés (Ex 15,1-17): «Quiero cantar en honor del Señor porque triunfó admi­rablemente, caballo y jinete arrojó en el mar». El relato de Josué dice: vuestros padres fueron perseguidos con carros y jinetes, y el Señor arrojó en el mar estos instrumentos de muerte.

Al leer el cántico de Moisés, podemos tomar conciencia de lo que quiere decir haber sido liberados interiormente.

Otro texto es el Salmo 50, el Miserere, que expresa una gran conciencia de la liberación obrada por Dios en su gran bondad: él cancela mi pecado, me lava, me limpia, me purifi­

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ca, crea en mí un corazón puro, renueva en mí un espíritu fir­me, me da la alegría de ser salvado. Si repito con fe las pala­bras de este salmo, se realizan en mí y experimento esta fuer­za de salvación.

Del Nuevo Testamento recuerdo dos pasajes: Lucas 5,8, cuando Pedro, después de la pesca milagrosa, cae en la cuenta de que es amado por Jesús y se arroja a sus pies, confesando que es pecador y necesita ser liberado por la bondad de Jesús que le sobrepasa, que le rodea por todas partes, confesando que necesita su amor y su misericordia. El otro texto neotestamen-tario es Lucas 18,11-13: el fariseo y el publicano en el templo. La conciencia de ser liberado obra en el publicano, que dice con confianza: «¡Oh Dios, ten piedad de mí, que soy peca­dor!»; y, en cambio, no obra en el fariseo. ¿Por qué es desacer­tada la oración del fariseo, que a primera vista podría parecer una oración justa de acción de gracias, dado que el fariseo realmente no roba, no es adúltero, no es injusto?

El fariseo se equivoca porque no reconoce que necesita la liberación de Dios, porque no ha comprendido que el ser sa­cado del pecado y de la culpa es don de Dios; el fariseo no tie­ne ningún mérito por ser justo, sino que lo debe a la bondad y a la grandeza de Dios.

La conciencia de ser llamados y de ser liberados

Se nos invita ahora a preguntarnos por nuestra conciencia de ser llamados y de ser liberados.

Os propongo que leáis [...] los textos de referencia que os he sugerido y os preguntéis: cuando leo estas palabras, ¿qué se mueve dentro de mí? ¿Con qué verdad las repito? ¿Por qué po­dría decirlas con verdad?

Recordémonos que no es el recuerdo frío y abstracto de mi bautismo lo que puede moverme en este momento, sino más bien el percibir en ciertas circunstancias concretas -por ejem­plo, frente a otras personas de mi edad, que se encuentran en una situación de increencia, de vacío, de desesperación- cuán-

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to me ha amado Dios, cuan importantes han sido para mí el bautismo, la educación cristiana, mis padres, la Iglesia, la pa­rroquia, los sacerdotes. Todos ellos son signos del amor de Dios, aunque imperfectos. Y, por tanto, siento cuánto me ha amado Dios.

En efecto, si me pregunto, con mucho realismo, «¿Dónde estoy?», y respondo: «Estoy aquí, escuchando esta Palabra, en silencio, en esta iglesia con otros muchos jóvenes», puedo tam­bién añadir: «¿Dónde no estoy y dónde podría estar?». Tal vez en lugares donde estaría desesperado, cansado, perdido, extra­viado, como están centenares de miles de jóvenes en el mun­do. Cuando intuyo esto, comprendo que Dios me ha elegido, me ha evitado ciertas situaciones y experiencias.

Y comprendo que todo esto tiene un sentido. También mis vicisitudes, que podrían parecer disparatadas y contingentes, casuales, constituyen una historia, que es la continuación de la historia de Abrahán: Dios me ama, me ha elegido, me ha se­guido, me ha promovido, me promueve humana y religiosa­mente; y me perdona, me libera, me saca de situaciones mo­lestas, absurdas, para hacerme vivir en la verdad5.

3. Nuestra historia: Dios nos ha dado una tierra

El papa, en el mensaje a los jóvenes y a las jóvenes de todo el mundo con ocasión de la IV Jornada Mundial de la Juventud6

[...] dice, entre otras cosas: «Sí, descubrir a Cristo es la aven­tura más bella de toda vuestra vida. Pero no es suficiente des­cubrirlo una sola vez. Cada vez que se descubre, se recibe un llamamiento a buscarle más aún, y a conocerle mejor a través de la oración, la participación en los sacramentos, la medita-

5. En este punto, el arzobispo indicaba a los jóvenes los momentos especí­ficos de la preparación de la Asamblea de Siquén.

6. Martini se refiere al mensaje de Juan Pablo II del 16 de diciembre de 1988, para la Jornada Mundial de la Juventud, cuya celebración estaba prevista para el mes de agosto de 1989 en Santiago de Compostela.

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ción de su Palabra, la catequesis y la escucha de las enseñanzas de la Iglesia».

«Haz, oh Señor, que te conozcamos [...] mediante la ora­ción y la meditación de tu Palabra. Danos tu ayuda para que queramos meditar un texto que es difícil. Quita de nuestros ojos el velo para que podamos profundizar en to­da la riqueza de la Escritura».

«Os introduje después en la tierra de los amorreos, que habitaban al otro lado del Jordán; ellos os declararon la guerra y yo los entregué en vuestras manos; y así pudis­teis poseer su tierra, porque yo los exterminé a vuestra llegada. Después se levantó Balac, hijo de Sipor, rey de Moab, para pelear contra Israel, y mandó llamar a Balaán, hijo de Beor, para que os maldijera. Pero no qui­se escuchar a Balaán, y hasta tuvo que bendeciros; así os salvé yo de su mano.

Pasasteis el Jordán y llegasteis a Jericó; pero las gen­tes de Jericó os hicieron la guerra, igual que los amo­rreos, los perizitas, los cananeos, los hititas, los guirga-seos, los jivitas y los jebuseos, pero yo los entregué en vuestras manos. Mandé delante de vosotros avispas que expulsaron, antes que llegarais, a los dos reyes de los amorreos; no fue con tu espada ni con tu arco. Os he da­do una tierra que no os ha costado fatiga, unas ciudades que no habéis construido y en las que sin embargo habi­táis, viñas y olivares que no habéis plantado y de los que os alimentáis"» (Jos 24, 8-13).

Como he dicho, esta página es difícil, está sobrecargada de nombres extraños y raros (amorreos, perizitas, cananeos, hiti­tas, guirgaseos, jivitas, jebuseos), y de referencias a aconteci­mientos y lugares alejados de nuestra realidad.

Ante este texto podemos preguntarnos: ¿de qué manera nos afecta? ¿Qué nos dice hoy a nosotros?

Para responder, me parece útil hacer primero una breve in­troducción, a la que seguirán la lectio, la meditatio y la contem-platio del pasaje.

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1. - DIOS NOS LLAMA Y NOS LIBERA

Introducción

I >a historia de Israel es raíz de nuestra historia. Por eso, cuan­tío la leemos, reflexionamos sobre nuestras raíces.

Esta historia de Israel se narra en la Biblia para que nos re­conozcamos herederos de ella en Jesucristo y a través de él. Por eso es necesario, para comprender esa historia, leerla de nuevo con los ojos de Cristo, filtrándola en su experiencia, en su co­razón y en su vida.

Entonces, toda la historia, pero particularmente la de Israel, es importante para nuestra conciencia de ser cristianos hoy: descubrimos, de hecho, que hemos sido buscados desde siempre por el amor del Padre en Cristo. Con esta persuasión, retomamos el texto de Josué según los tres momentos de la lec­tio divina, empezando por la relectura que nos ayudará a des­menuzarlo pacientemente y a descubrir en él la ocasión para un encuentro con Jesús.

«Lecho»

El pasaje bíblico procede a través de cinco momentos que na­rran acontecimientos históricos diversos y que caracterizan la conquista, por parte de Israel, de la tierra prometida.

El primer momento está resumido en las palabras de Dios: «Os introduje en la tierra... al otro lado del Jordán» y es, por tanto, la conquista de TransJordania.

El segundo momento está constituido por el episodio de Balac: «Después se levantó Balac, rey..., para pelear contra Israel». Es la superación de la potencia adversaria y, en par­ticular, de una potencia oscura, de una maldición, que se que­ría hacer recaer sobre Israel (cf. N m 23-24) .

El tercer momento es la entrada, al otro lado del Jordán, en la tierra propiamente dicha: «Pasasteis el Jordán y llegasteis a Jericó».

El cuarto momento contiene otra victoria sobre las dificul­tades con que se encuentran en la tierra, a través de la miste-

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

riosa mención de las avispas: «Mandé delante de vosotros avis­pas que les expulsaron».

Por último, la conclusión, que es la palabra más importan­te: «Os he dado una tierra que no os ha costado fatiga, unas ciudades que no habéis construido y en las que sin embargo habitáis».

Cinco momentos histórico-geográficos, que quieren recor­dar brevemente los dilatados acontecimientos narrados en el Pentateuco (en los libros del Éxodo, Números y Deuterono-mio) y, después, en el libro de Josué a propósito de la entrada de Israel en la tierra.

Podemos preguntarnos de inmediato: ¿cuál es la palabra clave de este texto? Mientras os invito a responder, releyendo el pa­saje, os sugiero que, en mi opinión, la palabra clave es «tierra», como muestra claramente el texto hebreo. Por tres veces se ha­bla de ella: «la tierra de los amorreos», «pudisteis poseer su tie­rra» y «os he dado una tierra». El término hebreo es herez, es decir, «tierra, suelo, país, región». Una tierra, dice el Señor, que no habéis trabajado y que yo os he dado, he puesto en vuestras manos, os he confiado.

Podemos, por tanto, resumir la página bíblica como una gran acción de Dios o, mejor, como cinco acciones de Dios que nos afectan en nuestra relación con la tierra. Dios nos ha in­troducido, nos ha defendido de los poderes oscuros que habrí­an querido derrotarnos y aplastarnos en la tierra; nos ha dado la victoria sobre los enemigos; ha enviado en favor nuestro al­gunos azotes (la palabra hebrea traducida por «avispas» signi­fica sencillamente el terror, la sensación de miedo) para hacer­nos valerosos e invencibles; por último, nos ha dado un suelo y ciudades.

La palabra conclusiva, que da el sentido teológico del rela­to, es Dios, que nos ha dado esta tierra, esta ciudad que ahora poseemos, porque nos ama.

En la historia de Israel debemos leer justamente, a contra­luz, el relato de nuestra historia en Jesús.

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1. - DIOS NOS LLAMA Y NOS LIBERA

En el momento de silencio, cada uno de vosotros podrá tratar de ordenar en su mente esta sucesión de acontecimien­tos que en pocas líneas resumen todo lo sucedido a lo largo de muchos años, para comprender con claridad que, aun cuando el pueblo vivió tantas vicisitudes, fue Dios quien le dio la tie­rra, la civilización, la cultura y la realidad en la que vive.

«Meditatio»

La meditatio consiste en reflexionar sobre el mensaje, sobre los grandes valores que el pasaje nos transmite y que son válidos todavía hoy.

- Reflexionamos primero sobre el término «tierra». Significa el suelo fértil, donde se cultivan las viñas, los olivares, todo aquello de lo que se alimenta el ser humano.

Pero significa también el conjunto de las actividades hu­manas desarrolladas a partir de la tierra y a propósito de ella.

Indica, además, la civilización, la cultura, las ciudades en particular, como símbolo de una cultura acrecentada y de gru­pos humanos.

Como consecuencia, «tierra» expresa también todo lo que está ligado a lo que llamados «vida civil y cultural»: las tradicio­nes humanas y religiosas que constituyen nuestro patrimonio.

- Es Dios quien nos ha dado la tierra, quien nos ha introduci­do en esta gran experiencia humana que nosotros vivimos y de la que él es el Señor. «Te reconocemos como el Señor de esta tierra, cultura y civilización; todo lo que aquí hay de bueno es don tuyo y tú lo has puesto con amor en nuestras manos».

Ciertamente, muchas personas han trabajado por nosotros: nuestros padres, nuestros abuelos, todos los grandes persona­jes históricos, las personas oscuras que desde hace muchos si­glos han hecho crecer esta cultura, han suscitado esta civiliza­ción, construido nuestra catedral, nuestras iglesias, nuestras ciudades. Nosotros las recibimos ahora como don, como signo de aquel amor que Dios ha puesto en el corazón del hombre y

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

por el cual el hombre es constructor de verdad, de civilización, de cultura.

- Es muy importante que nos preguntemos: ¿cuáles son los modos justos de poseer, cultivar y custodiar esta tierra? Porque hay modos justos y modos incorrectos de poseerla. El libro del Génesis y el libro del Levítico estigmatizan algunos modos equivocados de custodiar y poseer la tierra que, en consecuen­cia, se rebela, se venga: «¡Maldito sea el suelo por tu causa! Con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida» (Gn 3,17). «Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra» (Gn 4,12).

Se indican los modos erróneos de poseer la tierra, que par­ten de la desobediencia a Dios -«¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?» (Gn 3,11)- y después terminan en la explotación desordenada del suelo, en la explotación de los hombres, nuestros hermanos. Pensamos en las maldades hu­manas, en los abusos y en el terrible mundo de la injusticia hu­mana, que son fruto del modo equivocado de poseer, cultivar y custodiar la tierra. En vez de hacer de ella una morada frater­na, es reducida a una cárcel, a un lugar de odio mutuo. En las palabras de Dios -«Vagabundo y errante serás en la tierra»-debemos ver los numerosos sufrimientos humanos, las inmi­graciones, los problemas de las minorías [...]. Todas ellas son consecuencias de la concupiscencia del ser humano que usa la tierra de manera codiciosa, autoritaria y contaminante.

Es interesante el texto del Levítico: «No os hagáis impu­ros... y no os vomitará la tierra por vuestras impurezas, del mismo modo que vomitó a las naciones anteriores a vosotros» (Lv 18,28). Es la maldición que nace de una tierra tratada de manera maldita a través de la explotación de las riquezas y de las personas, sin respeto, orden, reverencia y custodia de la creación.

- La correcta posesión de la tierra, en cambio, está asegurada para quienes viven las bienaventuranzas, a la manera de vivir de Jesús: «Bienaventurados los mansos, porque heredarán la

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1. - DIOS NOS LLAMA Y NOS LIBERA

tierra» (Mt 5,5). Aun cuando aquí se trata ante todo de la tie­rra definitiva prometida, ella puede ser ya desde ahora gustada cuando se establecen en torno a nosotros relaciones pacíficas y justas.

«Bienaventurados los mansos» indica aquí todas las biena­venturanzas evangélicas: los pobres, los constructores de la paz, los misericordiosos. Una actitud, por consiguiente, no au­toritaria, sino agradecida y reverente, de la que han hablado los obispos lombardos en su carta sobre «La cuestión ambiental»7.

- La reflexión se amplía y se acerca a nosotros. ¿Qué es para nosotros el don de la tierra?

Es el lugar donde vivimos, son las memorias del cuerpo y del corazón: todo lo que, desde fuera y desde dentro, nos ha venido de los bienes culturales, civiles, éticos y religiosos; todo lo que ha sido dado y transmitido y que ahora es nuestro teso­ro, parte de nuestro cuerpo y de nuestra vida.

En la raíz de todo este amor, como motor continuo de tal don, está el misterio de Dios, de su amor, de la gracia del Espí­ritu Santo. Mirando a nuestro alrededor, vemos nuestro suelo, con todas sus actividades agrícolas, industriales, formas de transformación de la realidad; vemos nuestra ciudad y las rela­ciones que vivimos en ella, las amistades, los afectos; vemos nuestra tradición con sus valores, el mayor de los cuales es el religioso. Y decimos:

«Dios mío, tú eres el Señor de esta realidad, tú nos la has dado, tú nos has dado esta tierra que no hemos trabajado y nos has hecho habitar en ciudades que no hemos cons­truido. Tú, Señor, nos has dado esta tierra de la que eres el Señor. Proclamarte Señor en palabras y acciones es un ac­to de fe, de gratitud, de responsabilidad, de misión; es Si-

7. Se trata del documento de los obispos lombardos «La questione am­biéntale: aspetti etico religiosi» (La cuestión ambiental: aspectos ético-religiosos), del 15 de septiembre de 1988.

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

quén, es decir, lo que nos proponemos con nuestra asam­blea: tú, Señor de mi corazón y de mi vida, eres también el Señor de esta tierra en la que vivo».

Vienen a la mente las palabras del papa en el encuentro con los jóvenes de Turín, cuando expresa la convicción según la cual esta tierra se puede transformar gracias a la labor de los jóvenes: «Sí, estoy firmemente convencido de que la paz, el de­sarrollo y la solidaridad no son sólo espejismos fantásticos, si­no ideales que se han de traducir en objetivos concretos, a los que debemos acercarnos cada vez más con el valor de pasos a veces pequeños, pero claros y conscientes. Dios, en quien te­nemos la gracia de creer, a través del testimonio histórico de Jesús, ha demostrado que es el Dios de la paz, de la justicia, de la solidaridad mutua, el Dios de los pobres y de los oprimidos. Os ruego que recordéis esta referencia absoluta a Jesucristo, pues sin su ayuda el ideal se convierte realmente en una carre­ra casi desesperada»8.

El único modo con que podemos pensar en llegar a una correcta posesión de la tierra es, por tanto, el de reconocer a Cristo Jesús como el Señor de esta tierra, cultura y civilización. Entonces nuestros ideales de paz y de solidaridad serán verda­deros; en caso contrario serán, como dice Juan Pablo II, una «carrera casi desesperada».

«Concédenos, Señor, comprender estas cosas; haz que pe­netren en nuestro corazón porque son parte viva y dramática de nuestras responsabilidades». [...]

Hacia la contemplación

Hemos llegado así al tercer momento de la lectio divina, es de­cir, al momento de la oración, de la contemplación, que cada uno de nosotros hará en el silencio y en la adoración. El tema

8. Discurso de Juan Pablo II a los jóvenes reunidos en el Estadio Olímpico de Turín, el 3 de septiembre de 1988 («L'Osservatore Romano», 8 de septiembre de 1988, n. 8).

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1. - DIOS NOS LLAMA Y NOS LIBERA

de esta contemplación podría ser el siguiente: Jesús manso y humilde de corazón, Señor de la historia y de la tierra. Y me viene de inmediato a la mente algún episodio evangélico par­ticularmente significativo. Por ejemplo, el episodio de Jesús que llora sobre Jerusalén, sobre esta tierra que él habría queri­do llevar a la verdad y que, a causa de este llanto y gracias a él, es purificada.

«Te pedimos, Señor, por esta tierra, por todos los gravísi­mos problemas de sufrimiento, de corrupción, de degrada­ción a los que desgraciadamente asistimos. Concédenos llegar y hacer que otros lleguen a usar las cosas correcta­mente, a una relación correcta con las personas, para que tú llegues a ser Señor de esta tierra a través de la mansedum­bre de tu vida, a través de tus bienaventuranzas».

O bien, en la contemplación, podemos adorar sencilla­mente la eucaristía, diciendo:

«Oh Jesús, desde este sagrario tú eres Señor de la tierra, en tu humildad, en la entrega de ti, en tu gratuidad. Tú eres Señor de esta tierra, en tu pobreza. Haz que yo esté conti­go para ayudar a esta tierra a ser una tierra de verdad y de amor, en la que tú reines».

Concluyo citando de nuevo algunas palabras del papa a los jóvenes de Turín: «Me atrevo a decir que un joven (una joven) de vuestra edad que no dedique, de una forma o de otra, un tiempo prolongado al servicio de los demás, no puede consi­derarse cristiano, habida cuenta de la importancia y la canti­dad de las exigencias que nacen de los hermanos y las herma­nas que nos rodean»9.

Preguntémonos: oh Señor, ¿cómo puedo dedicar yo de modo prolongado algo de mi tiempo al servicio de los demás?

9. Ibidem.

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

O h Señor, yo deseo ser cristiano, ser de Cristo, proclamar que eres el Señor de mi vida. Guíame hacia elecciones valientes y auténticas.

4. La respuesta: no queremos servir a otros dioses

Si quisiera expresar un término que abarcara los aconteci­mientos, de los hechos y de las consecuencias sobre los que he­mos reflexionado10, diría «la alianza». En efecto, en este capí­tulo 24 del libro de Josué hay una frase conclusiva, que he añadido al final del texto que se ha de meditar: «Aquel día, Josué selló una alianza por el pueblo, y le dio un estatuto y una ley en Siquén». Son palabras [...] importantísimas, que sinte­tizan todo el camino que estamos recorriendo: la alianza de Siquén es reconocimiento y renovación de la alianza de Dios con nosotros.

Os invito, por tanto, a meditar [...] sobre los versículos 14-18, pero teniendo presente este versículo 25 que nos da el sen­tido de todo el capítulo. Nos preguntaremos: ¿qué significa «alianza»? ¿Qué significa «no queremos servir a otros dioses»? ¿Qué consecuencias tiene esto para nosotros?

El texto

«Me pongo ante ti, Señor, de quien provienen estas pala­bras, en actitud de silenciosa escucha de tu Palabra, de la Palabra de tus profetas. Concédeme, oh Señor, recibirla en lo íntimo de mi corazón y poder acogerla y ponerla en práctica en mi vida. O h María, oyente de la Palabra, ayú­danos a escucharla».

10. Se trata de una meditación grabada y transmitida a los jóvenes mientras el cardenal viaja hacia Benarés, la ciudad sagrada a orillas del Ganges. «Y reflexionaré», comenta Martini, «sobre el misterio de la búsqueda de Dios en el país de la India donde la oración de miles de hombres y mu­jeres, de innumerables generaciones, ha tomado la forma de un inmenso océano de oración».

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1. - DIOS NOS LLAMA Y NOS LIBERA

«"Ahora, pues, temed al Señor y servidle perfectamente, con fidelidad; apartaos de los dioses a los que sirvieron vuestros padres más allá del Río y en Egipto y servid al Señor. Pero, si no os parece bien servir al Señor, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes ser­vían vuestros padres más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi casa servi­remos al Señor".

El pueblo respondió: "Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor nues­tro Dios es el que nos hizo subir, a nosotros y a nuestros padres, de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre, y el que delante de nuestros ojos obró tan grandes seña­les y nos guardó por todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por los que pasamos. Además, el Señor expulsó delante de nosotros a todos esos pueblos y a los amorreos que habitaban en el país. También nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios".

Aquel día, Josué selló una alianza por el pueblo, y le dio un estatuto y una ley en Siquén» (Jos 24,14-18.25).

.apalabra «alianza»

Qué significa la palabra clave «alianza»? Ella nos permite omprender todo el Antiguo y el Nuevo Testamento; la escu­llamos en el centro del misterio cristiano cada vez que parti-ipamos en la misa cuando el sacerdote, en el momento de la onsagración, dice: «Éste es el cáliz de mi sangre, de la nueva eterna alianza». También al decir «Nuevo Testamento», evo-

amos esta palabra, porque en realidad Testamento quiere de-ir pacto, alianza, y «Nuevo Testamento» significa la disposi-ión divina definitiva para con nosotros.

Por esta razón es importante comprender bien el sentido e «alianza» si queremos comprender el sentido de la Asam-lea de Siquén, el sentido de este capítulo 24 de Josué, el sen-ido de toda la vida cristiana.

Ante todo se trata de una metáfora, de un modo figurado e hablar que aplica a Dios conceptos que indican realidades,

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

cosas y acontecimientos humanos. La alianza indica sobre to­do los contratos solemnes que se estipulan entre dos partes y que implican obligaciones. La palabra se usa en el mundo po­lítico y a veces en el mundo comercial; se usa también en el ni­vel más personal, aludiendo, por ejemplo, a la alianza conyugal o al pacto matrimonial.

Aquí queremos comprender el significado judío y cristiano de «alianza», que en el Antiguo Testamento aparece con mu­cha frecuencia, y más de 250 veces en toda la Biblia.

Es un concepto que tiene tres elementos constitutivos.

El primer elemento es una acción divina liberadora y gra­tuita. Como dice el cántico de Zacarías: «Bendito sea el Señor Dios de Israel que ha visitado y redimido a su pueblo [...] re­cordando su santa alianza» (Le l,68b.72b).

Supone una acción divina liberadora y gratuita, y la acción espectacular, que está en la base de la memoria histórica de Israel, es la liberación de la esclavitud de Egipto. En aquel mo­mento nace, de manera privilegiada, la alianza. Todo esto se recuerda en el texto de Josué (el Señor nos sacó a nosotros y a nuestros padres del país de Egipto, de la condición servil, y realizó grandes milagros).

El segundo elemento, que es consecuente del primero, es el de una relación de mutua pertenencia y fidelidad.

La fórmula de la alianza que aparece con tanta frecuencia en la Biblia es la fórmula de la reciprocidad: «Yo soy tu Dios, tú eres mi pueblo». Esta fórmula, u otras semejantes, las en­contraréis también en otras partes: «Si queréis escuchar mi voz y guardar mi alianza, vosotros seréis mi propiedad entre todos los pueblos» (Ex 19,5); llega incluso a la expresión personalí-sima e íntima del Cantar de los Cantares: «Mi amado [es] pa­ra mí y yo [soy] para mi amado» (Ct 6,3). Dios para el hom­bre, el hombre para Dios. Y toda la Sagrada Escritura está atravesada por este concepto: «Yo soy tuyo, tú eres mío». Ve­mos aquí la conciencia de mutua pertenencia de Dios y del pueblo, de Dios y del hombre.

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1. - DIOS NOS LLAMA Y NOS LIBERA

En el Nuevo Testamento, la fórmula, se expresa de muchos modos diferentes. El evangelista Juan usa a menudo la palabra «permanecer»: «Permaneced en mí y yo en vosotros» (Jn 15,4). Pablo usa con frecuencia la expresión «ser en Cristo». Se trata siempre de esa reciprocidad profundísima, propia de la alianza.

Me parece útil sugeriros que toméis [...] el libro de los Salmos y lo abráis al azar. De este modo caeréis en la cuenta de que prácticamente en todos los Salmos se refleja algo de la conciencia del pacto: nosotros somos suyos; pertenecemos a él; él nos ha hecho y nosotros somos suyos. Tal conciencia de la alianza se expresa en la Biblia también con los siguientes tér­minos: elección, redención, reconciliación (reconstitución del pacto traicionado por el hombre; al reconciliarse con el hom­bre, Dios concluye de nuevo la alianza), misericordia, prome­sa. Podemos recordar a este respecto el canto del Magníficat, cuando la Virgen recita: «Auxilia a Israel, su siervo, acordán­dose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia, para siempre» (Le 1,54-55). Y los Salmos son justamente celebración, ala­banza, acción de gracias por la actividad liberadora y operante de Dios, invocación de esta actividad divina para hoy: «Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme».

El tercer elemento es un comportamiento ético conse­cuente, es decir, las cláusulas del pacto (la relación de perte­nencia mutua, en efecto, no carece de fundamento). En el Antiguo Testamento están representadas por los diez manda­mientos, la Ley. En el libro del Éxodo, después de la promesa y de la preparación de la alianza (capítulo 19), se describe la Ley (capítulo 20), que no es entendida como realidad externa al pacto, sino como consecuencia y signo de la pertenencia mutua entre Dios y el hombre. Dios se compromete a amar al hombre con amor eterno, indestructible, y el hombre se com­promete a vivir según las prescripciones del Decálogo, y, por tanto, con respeto, amor y fidelidad a Dios, con fraternidad y solidaridad hacia las demás personas que se adhieren al pacto. Se constituye así entre los miembros del pueblo de Dios, en

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

virtud de la ley contenida en el Decálogo, una solidaridad que es más fuerte que los vínculos de sangre: es la fraternidad cris­tiana que nos hace una sola cosa en Cristo.

Podemos preguntarnos: ¿cuál es el fruto de la alianza? En términos bíblicos es la paz, el shalom. Shalom es el con­

junto de los frutos benéficos que proceden de la acción divina liberadora que suscita una relación de pertenencia mutua y que se traduce en un comportamiento leal, fiel y justo. La conse­cuencia de todo esto es la paz entendida como armonía de to­das las relaciones, plenitud de todos los bienes, sin sombras y sin límites: paz del corazón, paz personal, moral y psicológica; paz social y paz política; paz ecológica, en el ambiente que ro­dea al ser humano; paz cósmica y paz eterna.

Este es el fruto específico del pacto.

«No queremos servir a otros dioses»

En este contexto, ¿qué significa «no queremos servir a otros dio­ses»? Quiere decir que la alianza, el pacto, se nos confía a noso­tros, está en nuestras manos; a nosotros nos toca responder.

Y la respuesta es doble [...]. Consideremos, pues, la pri­mera respuesta que da Josué a la propuesta del pacto.

Ella significa una clara y exclusiva aceptación de esta alian­za, con total sinceridad, eliminando toda connivencia, eviden­te o solapada, con otros aliados enemigos de Dios y de su de­signio sobre el hombre y sobre el mundo. Significa no querer servir a otros dioses, no querer servir a los ídolos. ¿Qué enten­demos por «otros dioses», por ídolos?

Mientras vosotros escucháis mi voz", me encuentro en medio de aquella multitud de divinidades que caracterizan a la religiosidad hindú, una religiosidad que tiene realizaciones pu­rísimas, pero que está también atravesada por supersticiones e

11. Se trata del ya mencionado viaje del cardenal a la India.

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1. - DIOS NOS LLAMA Y NOS LIBERA

idolatrías impresionantes, cargada de figuras divinas que lle­nan los templos como una exuberante vegetación tropical.

Con todo, éstos no son los ídolos que nos interesan, los ídolos de los que debemos alejarnos. Y tampoco son los ídolos de nuestros padres que vemos en los monumentos, cuando, por ejemplo, vamos a visitar el Foro romano. Ciertamente, to­davía hoy están presentes nostalgias de estos ídolos y sabemos que algunos cultos hindúes se están poniendo de moda en nuestros países occidentales.

Pero al decir «no queremos servir a otros dioses», pensa­mos en nuevos nombres de ídolos, en nombres más solapados y no menos rivales del Dios de la alianza: el éxito, el dinero, el placer, el poder, el beneficio, vistos como realidades absolutas, como fines y no como instrumentos de servicio. Estos ídolos-amos son un reflejo del yo convertido en señor absoluto, pues­to de manera narcisista en el centro de todas mis admiraciones y cuidados, son el espejo del culto a mí mismo considerado co­mo absoluto.

La presencia de esos ídolos es sutil y constante. Esta tentación idolátrica la encontramos junto a todas nuestras elecciones.

Porque en todas nuestras elecciones tratan de insinuarse el orgullo, la ambición, la sensualidad, la dureza de corazón, la lujuria, el cinismo, la indiferencia, el desprecio de los demás y el racismo. Todos ellos son efectos de los ídolos, del mismo modo que la paz, la armonía, la fraternidad, la justicia y la so­lidaridad son efectos de la alianza.

Además de los ídolos, debemos estar atentos a las ideolo­gías, término con el que me refiero a aquellos sistemas domi­nantes que se imponen a las masas para doblegarlas a los gus­tos, consumos y elecciones no dictados por la razón o el bien común, sino por el interés de unos pocos o de la autoridad abs­tracta de un sistema de poder. Como ideología dominante en­tre nosotros, impera hoy sobre todo la laicista y consumista que empuja a maximizar los beneficios, las necesidades y los consumos, sólo en función de la satisfacción individual.

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

Salir de la influencia de los ídolos y de las ideologías es di­fícil, porque se requiere un vigoroso salto cualitativo en la vi­da, que nosotros llamamos «conversión» -religiosa, moral, in­telectual-, es decir, la aceptación en la mente, en el corazón y en la vida de la alianza que Jesús nos ofrece desde la cruz y en la eucaristía.

Algunas preguntas prácticas

La primera: ¿cuáles son mis ídolos? Puedo empezar preguntándome acerca de cuáles son mis

ídolos más inocuos, aquellos por los que estoy chiflado, mis héroes, cuyos posters están colgados en mi habitación. Es ver­dad que no tienen mucha importancia, pero tal vez me ayuden a comprender cuáles son los valores (o los valores negativos) que representan para mí. Y ahora me planteo la pregunta: ¿cuáles son mis ídolos, es decir, a qué doy peso en la vida, qué pesa en mis decisiones? ¿Los ídolos o el dios de la alianza?

La segunda pregunta: ¿soy deudor de ideologías? Esta pregunta parece muy solemne y la traduzco con una

expresión más sencilla: ¿qué periódicos leo con más agrado y qué ideologías están detrás de esas páginas impresas?

La tercera pregunta la expreso así: ¿he tenido alguna vez alguna experiencia que se pueda calificar como conversión?

Pienso en los momentos en que he resistido con fuerza y decisión a los ídolos y he dicho: no quiero servir a otros dio­ses, no quiero servir al dinero, a la sensualidad, a la morbosi­dad, al poder. Pienso en los momentos en que he vivido los Salmos que cantan la experiencia de la pertenencia al Dios de la alianza: «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo. M i al­ma tiene sed de ti, mi carne tiene ansia de ti» (Sal 63,1-2). Pienso en los momentos en que vivimos, como David, la inti­midad profunda que nos vincula a Dios y que es efecto de la mano fuerte con que él nos ha agarrado sacándonos del mal, del fango, de la muerte, de la esclavitud, del sinsentido, y nos ha puesto en el centro de su amor y de su redención.

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1. - DIOS NOS LLAMA Y NOS LIBERA

Contemplemos y adoremos juntos a Jesús pidiéndole: «Concédenos, oh Señor, servirte con todo el corazón. Haz que no sirvamos a otros dioses fuera de ti».

5. Elegimos servir al Señor

Con el fin de que podamos tener una mirada más completa, el texto que nos proponemos meditar [...] comprende también algún versículo de los leídos anteriormente.

Digamos: «Concédenos, oh Señor, escuchar esta Palabra tuya y sentir cómo resuena profundamente en nuestro cora­zón, porque es una palabra tuya para nosotros, aquí y ahora».

«El pueblo respondió: "Lejos de nosotros abandonar al Se­ñor para servir a otros dioses. Porque el Señor nuestro Dios es el que nos hizo subir, a nosotros y a nuestros padres, de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre, y el que delante de nuestros ojos obró tan grandes señales y nos guardó por todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por los que pasamos. Además, el Señor expulsó delante de nosotros a todos esos pueblos y a los amorreos que habitaban en el país. También nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios". Entonces Josué dijo al pueblo: "No podréis servir al Señor, porque es un Dios santo, es un Dios celoso, que no perdonará ni vuestras rebeldías ni vuestros pecados. Si abandonáis al Señor para servir a los dioses del extranje­ro, él a su vez traerá el mal sobre vosotros y acabará con vo­sotros, después de haberos hecho tanto bien". El pueblo res­pondió a Josué: "No; nosotros serviremos al Señor". Josué dijo al pueblo: "Vosotros sois testigos contra vosotros mis­mos de que habéis elegido al Señor para servirle".

Respondieron ellos: "¡Testigos somos!". "Entonces, qui­tad de en medio los dioses del extranjero e inclinad vuestro corazón hacia el Señor, Dios de Israel". El pueblo respon­dió a Josué: "Al Señor nuestro Dios serviremos y a su voz atenderemos".

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

Aquel día, Josué selló una alianza por el pueblo, y le dio un estatuto y una ley en Siquén. Josué escribió estas palabras en el libro de la Ley de Dios. Tomó luego una gran piedra y la plantó allí, al pie de la encina que hay en el santuario del Señor. Josué dijo a todo el pueblo: "Mirad, esta piedra será testigo contra nosotros, pues ha oído todas las palabras que el Señor ha hablado con nosotros; ella será testigo contra vo­sotros para que no podáis renegar de vuestro Dios". Y Josué despidió al pueblo, cada uno a su heredad» (Jos 24,16-28).

Lectio

Reflexionemos, pues, sobre este texto, siguiendo los tres pasos: lectio-meditatio-contemplatio. Empecemos por la lectio, que consiste en releer el texto, intentando poner de relieve sus ele­mentos fundamentales y tratando de comprender los momen­tos que lo componen.

Resaltan muy claramente dos partes: la primera (hasta el versículo 24) es el diálogo entre Josué y el pueblo; la segunda se podría definir como una síntesis histórica conclusiva, por­que indica el sentido de todo lo que sucedió aquel día y se ha contado en este capítulo.

El diálogo está compuesto de dos momentos. Primero, el de la afirmación por parte del pueblo: «Nosotros queremos servir al Señor», «Nosotros serviremos al Señor», «¡Testigos somos!». Segundo, lo que podríamos llamar una «provocación» de Josué, que estimula, incita al pueblo, para excluir de su elec­ción toda posible componenda, para desanidar toda posible ilusión.

E inmediatamente podemos reflexionar sobre nosotros: ¿dónde encontramos en nuestra experiencia el repetido propó­sito de servir al Señor? Lo encontramos en los momentos sa­cramentales fundamentales: ante todo en la liturgia de nuestro bautismo (las llamadas promesas bautismales, repetidas varias veces); después, en la renovación de las promesas bautismales, que hacemos cada año el sábado santo; y también en la litur-

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1. - DIOS NOS LLAMA Y NOS LIBERA

jria de la confirmación. Lo encontramos, además, en todas las celebraciones litúrgicas que comportan un modo especial de dedicarse a Dios: la de la ordenación diaconal, presbiteral y episcopal; la liturgia de la profesión religiosa.

En todas las celebraciones y los sacramentos en los que mío se juega la propia vida, en los que se decide a fondo, to-i.límente, se repite una pregunta de provocación, que suscita la i (-petición de la respuesta.

En las palabras de Josué y del pueblo, por tanto, encontra­mos también nuestra experiencia, nuestra historia sacramental.

De la síntesis histórica (cf. w. 25-28) ponemos de relieve .ilgunas palabras clave: la alianza, especificada en un estatuto; el estatuto que se explícita en una ley; y serán recordados por un signo o memorial. Reflexionaremos sobre algunos de estos lenninos fundamentales en el momento de la meditatio.

Ahora desearía preguntarme con vosotros cuáles son otros elementos fundamentales de este texto cuyos ritmos internos (diálogo, síntesis histórica) hemos tratado de identificar hasta ,U |UÍ .

El sujeto principal de la alianza es Dios, y de él se dice que es un Dios celoso: «No podréis servir al Señor, porque es un I )ios santo, es un Dios celoso, que no perdonará ni vuestras re­beldías ni vuestros pecados» (v. 19).

Quiere decir que a Dios le importa la alianza de manera .ibsoluta, que no puede renunciar a esta relación que ha insu­mido con la humanidad y con cada uno de nosotros. El no | mede pensar en otra cosa, porque éste es el designio para el cual ha creado el mundo y al hombre, para el cual ha suscita­do a Cristo, la historia, todo el devenir humano, físico, bioló-jrico y cósmico. Dios está inclinado y dirigido hacia su alian­za, concentrado en ella de tal modo que no puede permitir que sea descuidada o trivializada.

Por parte del pueblo, el tema fundamental es el de «servir al Señor», que se repite varias veces: «Nosotros queremos ser­vir al Señor», «Nosotros serviremos al Señor», «Al Señor nues-Iro Dios serviremos y a su voz atenderemos» (w. 18, 21, 24).

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

En el mismo libro de Josué encontramos sinónimos del verbo servir: «amar al Señor vuestro Dios, caminar en todos sus ca­minos, observar Sus mandatos, ser fieles a El con todo el co­razón y con toda el alma» (22,5). Esto es lo que quiere decir «servir al Señor»: amar, ser fieles, permanecer en él, observar los mandamientos de la vida.

«Y nosotros queremos, oh Señor, amarte, dejarnos orientar por ti en el discernimiento de nuestra existencia, ser fieles a tu ley de vida, evitando los senderos de la muerte que son odio, envidia, violencia; queremos vivir las consecuencias prácticas de la alianza, como personas indisolublemente pertenecientes a ti, como tú indisolublemente perteneces a nuestra historia».

Jesús es quien ha servido perfectamente al Señor y ha vivi­do perfectamente la alianza, aquel en quien se realiza la plena comunión entre Dios y el hombre; Jesús, el siervo de Yahvé, es aquel que dice: «Yo hago siempre lo que le agrada».

Entonces comprendemos cómo servir al Señor significa, en la plenitud neotestamentaria, entrar en una relación de amor, de fidelidad, de permanencia en él, como amigo, espo­so, hermano, como «todo» para nuestra vida.

Meditatio

¿Cómo se verifican y se actualizan en mi vida los elementos fundamentales del texto? Respondemos subrayando en par­ticular dos temas: el estatuto y el signo de la alianza.

Leamos un pasaje muy iluminador del Evangelio de Juan: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también voso­tros los unos a los otros» (Jn 13,34). Tenemos, por un lado, la referencia al fundamento de la alianza, la acción gratuita y li­beradora de Jesús que nos ha amado hasta la muerte; por otra, el estatuto, el mandamiento, la consecuencia ética («así os

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1. - DIOS NOS LLAMA Y NOS LIBERA

améis también vosotros los unos a los otros»), que se convier­te después en signo que manifiesta la alianza: «En esto cono­cerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (13,35).

El tema del estatuto y de la condición ética de la alianza aparece de nuevo en Juan 15: «Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (15,9-10); «Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (15,12), es decir, con el amor más grande, que es el que da la vida por los amigos. Y en el versículo 11 se habla también del fruto de la alianza, a sa­ber, la alegría: «Os he dicho esto, para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea colmada».

Para nuestra actualización es muy importante también un texto de Lucas (cf. 6,20-26). Usando el género literario bíbli­co de la «bienaventuranza» (bienaventuranza significa «felici­dad»), se expresan aquí las condiciones y los frutos de la alian­za, junto con el fruto amargo de su rechazo. Podemos encon­trar paralelos en el mismo libro de Josué o en el Deuterono-mio, donde se dice: «Si seguís el camino de la vida, tendréis alegría y prosperidad»; tendréis lo contrario si seguís el cami­no de la muerte.

Por consiguiente, el fruto de la alianza es para Lucas, al igual que para Juan, la alegría: «Bienaventurados vosotros», es decir, «felices vosotros». Y la condición para recibirlo es vivir el amor.

El amor no es posesivo, no es esclavo del dinero, se preo­cupa más por los otros que por él mismo, se empobrece para enriquecer a otros, se inclina con compasión sobre los sufri­mientos del otro, sufre por la justicia: «Bienaventurados voso­tros pobres, bienaventurados vosotros que ahora tenéis ham­bre, bienaventurados vosotros que ahora lloráis, bienaventura­dos vosotros cuando os odien por mi nombre».

En cambio, la tristeza y la muerte son la consecuencia de la infelicidad para quien rechaza la alianza: «Ay de vosotros

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

que os apacentáis sólo a vosotros mismos, que os cerráis en vuestro bienestar, que pensáis sólo en vosotros, en vuestras di­versiones, que perseguís el éxito; ay de vosotros ricos, ay de los que ahora estáis hartos, ay de vosotros que ahora reís, ay cuan­do todos hablen bien de vosotros»; porque vuestro corazón es­tá cerrado, vosotros no amáis, no estáis en la alianza; estáis en la muerte, porque vivir en la alianza es amor. Lucas 6,27-29: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien» (vivir en la alianza es devolver bien por mal, no ser violento), «al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica» (es no cerrar el corazón). En el cristianismo, vivir la alianza es expresar a nues­tro alrededor el amor con que Jesús nos ha amado.

¿Cuál es para nosotros, hoy, el signo de la alianza?

Nos responde Lucas 22,19-20: «Jesús tomó luego pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: "Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros; haced esto en recuerdo mío". De igual modo, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que se derrama por vosotros"».

El signo, el memorial de la nueva alianza es la eucaristía, es el cuerpo y la sangre de Jesús. Cada vez que celebramos la eucaristía vivimos de nuevo la alianza. Cada vez que dirigimos la mirada al sagrario y contemplamos la eucaristía, contempla­mos el signo vivo de la alianza.

La eucaristía es el signo visible, el memorial (semejante a la piedra puesta por Josué en el centro de la comunidad) que nos remite a nuestras raíces; porque cada vez que celebramos la eucaristía, recordamos que Dios nos ha amado tanto a cada uno de nosotros que ha dado por cada uno de nosotros a su Hijo, en la cruz. Para que yo sea una sola cosa con él y ame co­mo Jesús ha amado. [...]

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1. - DIOS NOS LLAMA Y NOS LIBERA

Contemplatio

La contemplatio no es una realidad que se pueda expresar total­mente con palabras. Allí donde nos encontramos, en la Iglesia que nos acoge, elevamos la mirada hacia Jesús en el tabernácu­lo, contemplamos a Jesús eucarístico y le decimos: «Señor, tú eres signo vivo de la alianza eterna del Padre con la humanidad, conmigo, en tu muerte y resurrección, en la gracia del Espíritu Santo por la que estoy unido a ti indisolublemente».

Contemplando así a Jesús, podemos preguntarnos cuál es el vínculo entre la eucaristía y la vida.

Es la ofrenda de nuestro cuerpo: «Os exhorto, pues, her­manos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual» (Rm 12,1). A la eucaristía de Je­sús, celebrada en la comunidad, en la misa, corresponde la eu­caristía de mi vida: la ofrenda del cuerpo, de mi vida cotidia­na, biológica, familiar, de amistad, de estudio, de trabajo, so­cial, civil, política.

Esta ofrenda hay que hacerla sustrayendo la vida cotidiana a la «mentalidad de este siglo» (12,2), es decir, al condiciona­miento del éxito, del poder, del sexo, del dinero; transformán­dola, en cambio, renovándola según la mentalidad evangélica de Jesús, es decir, según las bienaventuranzas, según la fórmu­la recordada en los Hechos de los Apóstoles: «Hay más gozo en dar que en recibir» (Hch 20,35). Así se vive la eucaristía co­mo sacrificio cotidiano.

Durante el silencio podéis también haceros algunas preguntas.

La primera es un intento de hacer memoria de nuestro bautismo.

¿En qué fecha fui bautizado? ¿He expresado alguna vez un agradecimiento como éste: «Señor, te doy gracias por­que con el bautismo me has hecho tuyo, me has hecho tuya indisolublemente»?

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

Y podemos repetir también las promesas de nuestro bautismo, junto con el pueblo que dice: «Señor, sí, quiero servirte».

¿Me resulta fácil vivir la relación entre alianza, eucaristía, caridad y vida cotidiana? ¿Veo estas realidades unidas en mí con naturalidad o, por el contrario, necesito un gran esfuerzo mental para unificarlas?

«Señor, dame la luz para que yo vea la unidad, y viva así la unidad de mi vida; para que vea la unidad entre tu cruz, mi misa y mi vida cotidiana; entre mi oración y mi trabajo; en­tre mi vida interior, mi meditación de estos jueves y la vi­da de todos los demás días».

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2 El Credo y nuestra fe

D ICE san Ambrosio, hablando de esta celebración (que, por lo tanto, se celebraba ya hace al menos 1.600 años)12: «Ahora es el tiempo y el día de transmitir el Símbolo, el Símbolo que es sello espiritual; el Símbolo que es la meditación de nuestro co­razón y constituye para él como una defensa siempre presente. Sin duda es el tesoro que custodiamos en nuestro interior».

¿Qué hemos venido a buscar? Nuestra fe; y, en efecto, al fi­nal de la celebración proclamaremos el Credo. Y yo desearía sintéticamente recordaros este Credo que sabemos de memo­ria, que repetimos tantas veces.

«Concédenos, Señor, comprender el Símbolo misterioso de nuestra fe, que es un sello espiritual, es la meditación de nuestro corazón y constituye para él como una defensa siempre presente. Concédenos, oh María, Madre de Jesús, comprender este Símbolo como tú misma lo concebiste y meditaste, intuyendo el misterio de la salvación».

1. Elementos y partes del Credo

El Credo está compuesto de dos elementos: uno que sirve de fondo, y un elemento que representa la figura o el diseño so­bre el fondo.

12. Homilía del cardenal arzobispo en la vigilia In Traditione Symboli, ca­tedral de Milán, 18 de marzo de 1989.

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

El elemento que sirve de fondo es la proclamación de la misteriosa pluralidad del Dios único; un Dios único, más allá de todo, antes de todo, por encima de todo, que es al mismo tiempo comunión de amor, vida en comunión, intercambio de bienes, intercambio de dones, donación de sí continua y total.

Es el misterio que articula el Credo en tres momentos: «Yo creo en Dios Padre omnipotente», «en Jesucristo, su único Hi­jo», «en el Espíritu Santo». Es el misterio de los misterios, y nosotros somos llamados ante todo a proclamarlo: Dios mío, yo no te conozco, no te he visto nunca en tu esencia, pero sé que eres grande e infinito, que eres Trinidad, que eres múltiple en tu don íntimo, eres continua comunión de amor, vida en­tregada y recibida como don.

El elemento que representa la figura sobre el fondo de la misteriosa pluralidad del Dios único es el hecho de que esta vida de comunión divina se nos comunica a nosotros. Y está explicado en las tres partes del Credo: la vida divina es comu­nicada por el Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu.

1. La misteriosa comunión de vida nos la comunica Dios, co­mo Padre, principio y origen de todo: «Yo creo en Dios Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra». Aquel que es ori­gen de todo, de todo lo que vemos a nuestro alrededor, de lo que sentimos y gustamos, que está en el origen de todo lo que nos hace vivir. El no sólo es creador del cielo y de la tierra, de una tierra y de un cielo informes y vacíos, sino que nos ha da­do una casa, una tierra habitable, nos ha dado concretamente una historia, una tradición, una cultura, una civilización; la que nosotros recibimos ahora en herencia y de la que vamos a ha­cernos responsables al asumir los deberes propios de los adul­tos. Todo es don de Dios.

Parece que afirmar «Dios creador del cielo y de la tierra» es poca cosa. Sin embargo, constituye una diferencia esencial en el modo de conocer a la divinidad. [...] He estado reciente­mente en la India y he podido captar la confusión religiosa, la indeterminación del misterio divino que deriva del hecho de

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2. - EL CREDO Y NUESTRA FE

un poseer el concepto de creación. Hay culturas que, de hecho, un limen este concepto; para ellas, lo divino y lo humano son imlulüdcs indistintas, confusas, a veces extremadamente ele-vmliiN, y otras extremadamente mezquinas. Sólo el proclamar que I )ios es creador nos permite afirmar, por una parte, la uni­cidad, la santidad, el carácter absoluto de Dios, nuestra distin­ción de él y, al mismo tiempo, que él nos ha hecho por amor y para él.

Así pues, esta primera parte del Credo da claridad a todo lo que es cielo y tierra, historia y hombre y destino, tiempo y eternidad, vida y muerte.

2. La segunda parte del Credo está centrada en el misterio de la alianza y nos presenta el punto culminante del Dios que se comunica. Él se comunica no sólo creándonos y dándonos una casa, una tierra y una historia, sino comunicándose él mismo, en su Hijo: «Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor», el cual se hizo parte de nuestra historia; fue concebido, nació, padeció, murió, fue sepultado.

En Jesús, Dios ratifica su alianza definitiva con la huma­nidad. La humanidad, criatura y sierva de Dios, es llamada ahora, en Jesús, a la filiación: el Hijo, haciéndose como noso­tros, nos llama a una relación recíproca entre Dios y el hom­bre, nos hace entrar en la alianza eterna y definitiva.

Somos, por consiguiente, de Dios y podemos decir con verdad que Dios es nuestro y que nada puede separarnos de él: «Yo soy tuyo y tú eres mío», para siempre, con una relación conyugal indisoluble. Jesucristo, Hijo de Dios y hombre, es la alianza perenne, eterna, en la que todo hombre y toda mujer se convierte en parte del misterio de la comunión divina, de aquella misteriosa comunión de vida que es Dios.

¿Cuál es el signo de esa comunión? El misterio pascual, es decir, el hecho de que el Hijo de Dios, por amor nuestro, fue crucificado, murió, fue sepultado, descendió a los infiernos, y el tercer día resucitó de entre los muertos, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre omnipotente. Él lleva a la

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

humanidad hasta Dios. Con Jesús a la derecha del Padre no­sotros estamos ya indisolublemente en él y, al proclamar el Credo, aceptamos la alianza y reconocemos que somos parte del misterio trinitario divino, mientras esperamos que sea re­velado en plenitud. Somos parte de este misterio desde el bautismo y no tememos el momento en que Jesús vendrá a juzgar a vivos y muertos, porque este juicio distinguirá la his­toria divinizada de la que no es historia porque no ha acepta­do el misterio de Jesús. Es el juicio sobre la historia que se ex­presa desde ahora. Aceptar el misterio de Jesús y la alianza con Dios equivale a entrar en la historia verdadera que no tendrá que someterse al juicio de condena, sino que tendrá la plenitud de la vida.

3. La tercera parte del Credo responde a la pregunta: ¿cuándo, cómo y dónde se verifica para nosotros la alianza?

Se verifica «en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia católi­ca, en la comunión de los santos, en el perdón de los pecados». La alianza, la divinización del hombre, se verifica en el Espí­ritu que es Dios dado a nosotros en el bautismo, es decir, en la Iglesia. La Iglesia es el lugar de la alianza, es la asamblea de los que se han dejado llamar y convocar en la alianza eterna de la Trinidad, en Jesús, en la gracia del Espíritu Santo, gracia que nos ha reunido juntos.

Somos una asamblea en el Espíritu Santo, que es Dios, uno con el Padre y con el Hijo. Y, por tanto, somos una sola cosa con el Padre y el Hijo en el Espíritu, participamos en la comunión de Dios. [...]

2. Tres consecuencias del Credo

A estas tres partes del Credo, que vamos a proclamar ante la cruz, desearía añadir tres breves elementos que son importan­tes consecuencias del Credo.

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2 . - EL CREDO Y NUESTRA FE

1. El primer elemento es la afirmación de Pablo VI, en el Credo que él mismo escribió y recitó en 1968, como papa, por toda la Iglesia: «Creo que María es Madre de Jesús y de la Iglesia».

También en el Credo se habla de María: «Jesús nació de María virgen». María, creo que tú eres Madre de Jesús y de la Iglesia.

2. Una segunda consecuencia. En el Credo se habla de la Igle­sia, y para nosotros es la santa Iglesia católica, que se realiza aquí y ahora en la Iglesia particular. Así pues, al decir «Creo en la santa Iglesia católica», profesamos que somos una verdade­ra realización de la Iglesia católica en comunión con la Iglesia de Roma, con el papa y con todos los centenares de millones de cristianos, con todos los millares de Iglesias diocesanas dis­persas por el mundo.

Como Iglesia, nuestra diócesis expresa el misterio de Dios, de la Trinidad, también en sus proyectos pastorales: somos, pues, y queremos ser la Iglesia del silencio contemplativo, de la escucha de la Palabra (de la lectio divina), de la centralidad de la eucaristía, la Iglesia del arranque misionero, del hacerse pró­jimos, la Iglesia del educar.

Ésta es concretamente la Iglesia en la que nosotros vivimos el misterio del Espíritu Santo.

3. Tomo la tercera y última consecuencia del Símbolo también del Credo de Pablo VI, donde dice: «Creo que el reino de Dios no es de este mundo, pero impulsa a preocuparse del verdade­ro bien temporal de los hombres». Es toda nuestra responsa­bilidad por la tierra, por la casa del hombre, por la humanidad, por nuestro planeta, por la aldea global que somos nosotros. Para que esta tierra sea habitable, para que esta casa sea de to­dos y sea habitada en la paz y en la justicia.

En la Asamblea de Siquén meditaremos sobre estas conse­cuencias del Credo, preguntándonos acerca de las responsabi­lidades de los jóvenes hacia la elección de fe, hacia la Iglesia,

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

hacia la existencia moral, hacia la sociedad y en el compromi­so misionero.

Preparémonos ahora a acoger la cruz, signo central de nuestra fe, signo de Jesús muerto y resucitado [...]. Ante el misterio de la cruz haremos juntos, en la gracia del Espíritu, nuestra solemne profesión de fe.

«Oh Señor, por el misterio de tu muerte y resurrección, con el fuego del Espíritu Santo, enciende en mí la gracia de una fe grande como la de nuestros padres en la fe: Ambrosio, Agustín, Carlos, el cardenal Montini Pablo VT, Gianna Beretta Molla, el beato Mazzucconi, todos nues­tros santos.

Enciende en nosotros la misma fe, para que podamos responder hoy a la gracia de tu misterio».

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3

Escuchad hoy su Palabra

1. Fijar la mirada en el Crucificado

XlLNTE todo desearía que pusiéramos en práctica las palabras tomadas de la Carta a los Hebreos: «Hermanos, pertenecéis a Dios que os ha llamado [...]. Por eso, tened los ojos fijos en Jesús».

Empezamos, por tanto, fijando la mirada en Jesús, que en este momento está representado por el Crucifijo ante el cual se ha realizado un gesto de veneración silenciosa13.

Mientras fijo la mirada con vosotros en este Señor Jesús en la cruz, signo de la nueva y eterna alianza, siento que nuestra Asamblea se une espiritualmente con la gran asamblea ecu­ménica que tratará problemas candentes, dificilísimos para nuestro tiempo14. Será la primera vez que todos los cristianos de Europa -protestantes, ortodoxos y católicos- se encontra­rán para reflexionar y orar en común; por eso estoy contento al

13. Milán, Palalido, 6 de mayo de 1989. En la celebración inicial se intro­dujo procesionalmente un crucifijo de madera, al que Martini hace refe­rencia. «Cuando se ha introducido en la sala este crucifijo de madera, me he conmovido porque ha sido llevado por muchos caminos a través de Europa, en diferentes peregrinaciones y encuentros juveniles. Ha llega­do hasta nosotros en peregrinación desde Asís, pasando por algunos conventos de las hermanas clarisas, en su camino hacia Basilea. Llegará la próxima semana a la ciudad suiza con ocasión del gran encuentro ecu­ménico de los cristianos de toda Europa, que orarán y reflexionarán jun­tos sobre el tema "Paz en la justicia", y yo tendré la posibilidad de volver a verlo».

14. Martini se refiere a la Asamblea ecuménica de Basilea de 1989.

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

percibir también el esfuerzo que estamos realizando aquí co­mo un camino hacia la unidad espiritual de Europa y de todos los pueblos.

2. Tres actitudes diferentes

Me encuentro un poco como Josué en la mañana de Siquén, lleno de miedo y de temor. Pienso que Josué se preguntaría: ¿seré capaz de exponer auténtica y eficazmente el misterio de la alianza de modo que suscite una respuesta auténtica? Es el temor de no estar a la altura del misterio de la alianza, que es Dios mismo, que es Dios que se comunica.

Y, después, Josué vive un momento de temor por aquellos a quienes ha convocado, aun cuando los conoce a todos por­que los ha convocado por su nombre. Vosotros estáis aquí con­vocados por vuestro nombre15; a muchos de vosotros ya os co­nozco, y conozco las parroquias de las que venís. Habéis sido elegidos por vuestras realidades de base y, al mismo tiempo, sois convocados por el obispo.

Pero Josué intuye en la gente diversas actitudes. Indico tres.

La actitud del «sólo porque hay que hacerlo». Hagamos lo que Josué pide; no nos cuesta demasiado, los párrocos es­tarán contentos y nuestros compañeros nos aprobarán. Es probable que este «sólo porque hay que hacerlo» no se dé en ninguno de vosotros, pero si se diera, crearía en Josué per­plejidad y dificultad.

Otra actitud, tal vez más difundida y mejor que la anterior, es la de quien dice: «No soy digno y no sé por qué han pensa­do precisamente en mí; yo no tengo la madurez de fe necesa­ria, a veces tengo dificultades con la fe, con la moral, con la Iglesia».

15. El cardenal se refiere a los delegados de la Asamblea de Siquén.

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3 . - ESCUCHAD HOY SU PALABRA

Una tercera actitud, más elevada y que, no obstante, cons­tituye una dificultad, es la actitud de quienes son concienzu­dos, desean verdaderamente realizar un gesto auténtico para el cual se han preparado durante varios meses a través de dife­rentes etapas, pero no captan bien un aspecto del gesto de re­novación de la alianza con Jesús, Señor de esta tierra, cultura y civilización: el aspecto de la dimensión misionera. Se com­prende el sentido que tiene renovar la alianza con Cristo, que me ha elegido en primer lugar, me ha amado, me ha entrega­do su mismo ser, me ha dado una tierra, una casa, una civili­zación, para que yo la cultive. Pero ¿qué quiere decir que tal alianza es misionera, expansiva, irradiante, extensible a todos los confines de la tierra, a todos los jóvenes y las jóvenes de nuestra tierra?

3. Alianza misionera

El adjetivo misionero es, en este punto de nuestro camino, la característica más difícil y también más relevante de la Asam­blea. En efecto, si estuviéramos aquí sólo para nosotros, todo sería bastante fácil y previsible. En realidad, no estamos aquí sólo para nosotros. Vosotros representáis a los jóvenes y las jó­venes que os han mandado, y sois conscientes de ello. Pero es­táis aquí también para aquellos que no os han mandado, que no saben nada de nuestra Asamblea; estáis aquí para los jóve­nes a los que no les importa nada esta reunión y a los cuales, quizá, incluso les molesta. Éste es el punto culminante del ca­mino hacia Siquén. Nosotros no queremos hacer simplemen­te una renovación privada de la alianza con el Señor Jesús, si­no una renovación en nombre de todos, porque la alianza es relación recíproca de Dios con cada ser humano, abierta a to­dos los hombres y a todas las mujeres. La sangre de Jesús, de la nueva y eterna alianza, que tendremos sobre el altar, no se puede privatizar.

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

¿Qué implica una verdad tan sobrecogedora? Pidamos al Espíritu Santo la gracia de comprenderlo para poder superar frenos e incertidumbres; en efecto, algunos se avergüenzan de hablar de Jesús a quienes no creen; algunos piensan que ya no está de moda el proselitismo o que no son capaces de hacerlo. ¿Qué debemos hacer?

4. Escuchar la Palabra

He indicado primero algunas actitudes que constituyen difi­cultades: el formalismo del «sólo porque hay que hacerlo», la incomodidad del «no soy digno», la falta del sentido de «di­mensión misionera».

El Señor no nos pide antes que nada que resolvamos tales dificultades, sino que escuchemos: «Escuchad hoy la Palabra», prestad oído. Esta es una Palabra profética: hoy, la alianza se revela como alianza de luz y de verdad, para expulsar todo te­mor, toda incertidumbre y toda duda. «Escuchad hoy su voz».

El pueblo del Señor puede realizar la voluntad de Dios, es decir, renovar la alianza misionera, eligiendo al Señor Jesús co­mo Señor nuestro y proclamándolo frente a todos, eligiéndo­lo no sólo como mi Señor, sino como el Señor de todos. «Viva es la palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada algu­na de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y pensa­mientos del corazón» (Hb 4,12).

«Oh Señor, haz que sintamos desde este momento la efi­cacia y la vida de tu Palabra; te pedimos que cortes los nu­dos de nuestras incertidumbres, de nuestras sutilezas, de nuestros "si..." y "tal vez...", porque nada en nuestro espí­ritu se sustrae a tu Palabra. Tú conoces y juzgas nuestros temores, incertidumbres y miedos, y sabes que nos resisti­mos a ser misioneros».

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3 . - ESCUCHAD HOY SU PALABRA

«No hay criatura invisible para ella: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta» (Hb 4,12).

Esta palabra del Señor no nos reprende, no nos regaña, no nos culpabiliza, sino que nos salva, nos asegura que él está con nosotros y que su alianza consiste en proponernos que le acep­temos como compañero de camino, como amigo inseparable.

¿Aceptas -nos pregunta- que tú y yo somos una sola cosa? ¿Aceptas que ya no haya ninguna diferencia entre tú y yo y que mis cosas sean tuyas? ¿Aceptas que la única diferencia entre tú y yo sea sólo la diferencia de naturaleza entre el hombre y Dios? ¿Aceptas dejarte llevar de la mano también en esta jor­nada de mi Palabra?

«Concédenos, Señor, estar en esta disponibilidad. Y tomar con paz, sin demasiados problemas, la Palabra de Dios que estamos escuchando ya, que escucharemos a través de la voz de nuestros hermanos y de nuestras hermanas en los grupos, porque todos son parte del misterio de Dios que se revela; la Palabra que escucharemos en la eucaristía y [...] en el momento de los testimonios y de los informes conclusivos.

Oh Señor, haz que esta Palabra tuya nos dé alegría, nos fortalezca, nos purifique, nos salve.

Y tú, María, Madre de la Palabra y del silencio, danos el silencio que suscita en el corazón la alegría de la escucha y de sentirnos verdaderos, vivos, auténticos, de sentir que todo lo que es difícil se vuelve fácil, lo que está enredado se desenreda, lo que está oscuro deviene luminoso en vir­tud de la Palabra. Así sea».

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4 Elegimos servir al Señor y proclamarlo

«.Ll/LEGIMOs servir al Señor y lo proclamamos»16: [...] son las palabras del pueblo de Israel reunido en Siquén, al que Josué pone frente a su historia y sus responsabilidades. Responsabi­lidades de un pueblo liberado de los enemigos, de los opreso­res, de un pueblo cuyos pecados son perdonados, que es col­mado de bienes, introducido en la tierra, en la casa, en la ciu­dad, en una civilización rica y próspera.

En este punto de su historia, el pueblo de Israel es inter­pelado: ¿a quién quieres servir? ¿Quieres servir a los ídolos, que son los frutos materiales de esta tierra -el bienestar, el po­der, la explotación- o quieres servir al Señor que te llama a amarlo y te llama a hacer de esta tierra una morada fraterna? ¿A quién quieres servir?

Y por tres veces el pueblo responde a la pregunta diciendo: «Nosotros elegimos servir al Señor».

1. La elección de servir al Señor

Con todo, a nosotros nos interesa saber qué significan estas palabras hoy, para nosotros.

«Elegimos». Esta elección es hoy inevitable. Mientras es­taba en el desierto, Israel tenía pocas opciones: morir en sole-

16. Se trata del lema elegido para la Asamblea de Siquén, que el cardenal ex­plica en el Palalido, en la homilía de la misa de la vigilia de la Ascensión, en Milán, el 6 de mayo de 1989.

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4 . - ELEGIMOS SERVIR AL SEÑOR Y PROCLAMARLO

dad o seguir a Moisés aceptando su ley. En realidad, no había un camino intermedio y abandonar las costumbres del pueblo equivalía a ser asesinados por otras tribus nómadas.

Esto podemos llamarlo, desde el punto de vista histórico y sociológico, el estadio de la sociedad sacral, donde el conjunto de las costumbres empujaban -como sucedía antaño entre no­sotros- a ir todos a misa, a hacer la señal de la cruz en públi­co, a comulgar en Pascua. Más aún, era casi más difícil hacer la elección contraria. Era, por tanto, el estadio de la uniformi­dad, el estadio de un cristianismo sólidamente fundado sobre costumbres sociales, culturales y civiles.

Pero cuando Israel pasa del desierto a la cultura pluralista de Canaán, cultura llena de ídolos, de ofertas culturales atra-yentes y múltiples, se hace necesario elegir; ya no bastan las buenas costumbres, hacen falta convicciones. También noso­tros, hoy, siguiendo la historia de este pueblo, nos encontramos frente a elecciones necesarias.

Quien no elige ser cristiano ha elegido ya no serlo, es de­cir, ser arrastrado por una confusión pluralista que le turba y le aparta de elecciones valientes. Así pues, elegimos, porque quien no elige ha elegido ya a los ídolos.

Y elegimos servir al Señor. El verbo hebreo que traduci­mos por «servir» tiene un significado muy amplio: referido a la divinidad, quiere decir «dar culto, adorar». Por ejemplo, se aplica también a divinidades idolátricas: «Se avergüenzan los que adoran ídolos» (Sal 97,7).

«Servir» indica ante todo una entrega religiosa total, que se expresa principalmente en el culto. Nosotros, en este momen­to, estamos sirviendo al Señor: simbólicamente, hemos elegi­do, en la vigilia de la Ascensión, servirle celebrando la eucaris­tía, ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza por/con/en Cristo.

Pero el servicio no se explica sólo en una entrega religiosa total, sino que significa también tomar a Jesús como referen­cia autorizada, decisiva, para nuestras elecciones de valores. Servir al Señor quiere decir elegir su sistema de valores:

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

Nos preguntamos: ¿qué significa todo esto en concreto? Significa al menos dos cosas, que podemos explicar con dos términos neotestamentarios: seguir a Jesús, el seguimiento («ven y sigúeme»), y hacerse cargo (la parábola del buen sama-ritano: «ve y haz tú lo mismo»).

Veamos rápidamente los dos significados. Seguir a Jesús quiere decir entrar en el sistema de juicios y de valores de las bienaventuranzas. Me remito directamente a la meditación de don Bruno Maggioni17, cuando ha hablado de las bienaventu­ranzas poniendo en el centro la de los puros de corazón, la pu­reza de corazón como la totalidad de la búsqueda de Dios; el puro de corazón es el hombre que busca a Dios con todo su ser, con corazón indiviso, totalmente orientado en una única dirección.

Tal búsqueda debe tener lugar dentro del circuito de la so­lidaridad con los hombres, como sugieren las otras bienaven­turanzas: la misericordia, la pasión por la justicia, el compro­miso por la paz. Y se caracteriza por un estilo determinado: re­chaza la violencia, sabe pagar el precio de la persecución. El hombre de las bienaventuranzas no recurre a ninguna forma de violencia para hacer prevalecer sus proyectos, ni siquiera pa­ra hacer prevalecer el Reino de Dios; por el contrario, confía en el poder de Dios. Pero dado que defiende a los excluidos, a menudo es asociado con ellos en su exclusión, es marginado, como le sucedió a Jesús. Todo esto es la pobreza de espíritu, de la que habla la primera bienaventuranza, que constituye el tí­tulo de todas las demás. El añadido, contenido en la expresión «pobres de espíritu», expresa el vivo sentido del don.

El pobre de espíritu es consciente de que todo lo que es y todo lo que posee es don de Dios, y lo convierte en un don pa­ra los demás.

17. Durante la Asamblea de Siquén, don Bruno Maggioni dirigió a los de­legados del Palalido la meditación misionera «La nuova evangelizzazio-ne e i giovani» (La nueva evangelización y los jóvenes).

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4. - ELEGIMOS SERVIR AL SEÑOR Y PROCLAMARLO

Seguir a Jesús quiere decir entonces asumir a Jesús, Siervo de Yahvé, misericordioso, pacífico, pobre, perseguido, glorifi­cado en la cruz, como figura de valor, referencia ideal de todas mis elecciones.

Elegir servir al Señor quiere decir reconocerlo como Señor, como criterio determinante de las elecciones humanas auténti­cas; adorarlo como el Señor Dios tuyo y servirle sólo a él.

Quiere decir seguirle en sus elecciones de Siervo de Yahvé, libre de los condicionamientos perversos, quiere decir hacerse cargo incondicional y gratuitamente de todos los hermanos y las hermanas que están en torno a nosotros, hacerse prójimo: ve y haz tú también lo mismo, porque cualquier cosa que ha­yáis hecho al más pequeño de estos hermanos míos, me la ha­béis hecho a mí.

2. Proclamar al Señor

¿Qué significa la palabra que hemos añadido al lema «quere­mos servir al Señor y proclamarlo»? ¿Qué significa esta misión que es una nueva evangelización?

Trato de explicar brevemente ante todo lo que no es la nueva misión. No es un proselitismo confesional, en el senti­do limitado de la palabra: mi confesión religiosa, mi grupo, mi parroquia es mejor que la tuya. Precisamente contra el prose­litismo sectario tronó Jesús diciendo: «¡Ay de vosotros, escri­bas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condena­ción el doble que vosotros!» (Mt 23,15), es decir, lo encajáis en un sistema angosto y sectario, que se parece más a una casta que a un grupo religioso auténtico.

Nueva misión no es, por tanto, proselitismo confesional. Tampoco es marketing religioso, empeñarse en vender el pro­ducto, para situarlo a toda costa en el mercado de las ideas o de las prácticas religiosas o en el gran mercado de la opinión pública o de los medios de comunicación. El espíritu del mar-

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

keting no es el de Jesús que, al ver a muchos discípulos que se van, dice a los Doce: «¿También vosotros queréis iros?».

A Jesús no le importa colocar la mercancía a toda costa, te­ner muchos clientes. Jesús quiere gente auténtica, dispuesta a apostar por palabras verdaderas, como Pedro, que le responde: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).

Nueva misión no es tampoco un elitismo espiritual: ven a formar parte de un pequeño cenáculo de iluminados, de pro­gresistas, de tradicionalistas o de iniciados. Porque [...] todos somos un poco incoherentes, todos somos frágiles, todos so­mos pecadores. «Si decimos: "No tenemos pecado", nos enga­ñamos y la verdad no está en nosotros» (1 Jn 1,8). Porque, co­mo dice san Pablo, «Dios más bien ha escogido lo que en el mundo es débil, lo que en el mundo es innoble y despreciable, lo que no es» (1 Co 1,27-28), y porque -estas palabras son de Jesús- «Tú, Padre, Señor del cielo y de la tierra, has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pe­queños» (Mt 11,25).

Si la nueva evangelización no consiste en lo que hemos tratado de explicar, entonces ¿qué es?

Es sencillamente lo que hemos dicho al comienzo [...]: reco­nocer a Jesús como Señor; seguirle en su modo de valorar la rea­lidad, y aceptar las consecuencias; hacerse cargo de los hermanos con amor, también de lo que están solos, alejados, extraviados.

Ésta es la misión, con un añadido que indico con una pa­labra neotestamentaria: parresia, la libertad de palabra y de ex­presión, la libertad interior para expresar lo que llevamos den­tro, cuando y como conviene, la libertad de expresarme y de decir aquello que me mueve y me conmueve, por lo que soy acogido, lo que para mí es hermoso, verdadero y grande. Es la libertad y claridad de la que nos habla Jesús en el Evangelio que ha sido proclamado en la liturgia de esta vigilia de la As­censión: «Ahora os hablo abiertamente del Padre», y a propó­sito de la cual dicen los discípulos: «Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola» (Jn 16,25-29).

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4 . - ELEGIMOS SERVIR AL SEÑOR Y PROCLAMARLO

Proclamación es la expansión libre en los gestos, en la vi­da, en la expresión, en el lenguaje, de la elección de servir al Señor en serio. Y es una proclamación por sobreabundancia, por contagio, por connaturalizad, por expansión espontánea de la gracia derramada por el Espíritu Santo en nosotros [...].

Este servir al Señor y proclamarlo es lo que deriva de la contemplación del espectáculo de la cruz, este espectáculo pú­blico que escandaliza, cautiva y sorprende, y que, trasladado, reescrito, rediseñado en la vida del creyente mediante las bie­naventuranzas, la caridad y la valentía para hablar, se convier­te en proclamación.

Pienso, en este momento, en nuestras numerosas comuni­dades: algunas son abiertas, fervorosas, ágiles, mientras que otras están fatigadas, casi no tienen aliento, están casi apagadas. Y sé que aquellos de vosotros que representáis a estas últimas os preguntaréis qué podéis hacer para ayudarles. Somos llama­dos a hacernos cargo, con amor, de todas las comunidades.

«Nosotros queremos, oh Señor, elegirte y proclamarte por todas las comunidades de la diócesis. Queremos procla­marte en esta misa, que es la renovación de la alianza, con la que has vinculado a ti a todas estas comunidades con amor indisoluble y eterno. Tú has muerto, oh Señor, por todos, por todos los jóvenes de las comunidades, también por los que no saben nada de nuestra Asamblea, o incluso están molestos por el hecho de que nosotros estamos aquí. Tú, oh Señor, has muerto para ofrecerles una alianza eter­na de comunión y de vida. Y nosotros en este momento nos hacemos cargo de ellos, queremos servirte también por ellos, queremos servirte por las comunidades cansadas, di­fíciles, claudicantes, por las comunidades que están dividi­das y enfrentadas. Nosotros queremos servirte porque tú, oh Señor, no has desdeñado a ninguna de estas comunida­des, del mismo modo que no nos has desdeñado a ningu­no de nosotros, y nos acoges siempre y de nuevo con amor; pero al acogernos a nosotros, acoges a cada una de las per­sonas a las que representamos».

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

El momento que estamos viviendo es extraordinariamente importante. Tal vez sea la primera vez que todas nuestras co­munidades juveniles y parroquiales son representadas y ofreci­das de este modo en una eucaristía, para vivir el misterio de la alianza.

«Y tú, oh María, arca de la alianza, ayúdanos en esta euca­ristía a renovar nuestra alianza no sólo para nosotros, que tal vez en este momento no nos sentimos del todo prepa­rados, sino a renovarla y a proclamarla en nombre de todos nuestros hermanos y hermanas que componen esta inmen­sa diócesis».

Si a veces me siento preso del pánico pensando en la in­mensidad de la diócesis y en cómo alcanzar a tantos hermanos y hermanas lejanísimos, con quienes tal vez nunca conseguiré encontrarme, tengo la certeza de que el Señor me concede po­der sentir que están presentes, representados en la presencia fí­sica y espiritual de los delegados, y poder ofrecer por todos es­te sacrificio de alianza y de reconciliación.

«Queremos comprometernos para que esta proclamación de la alianza en tu sangre, Jesús, Señor, Hijo de Dios, Sal­vador nuestro, descienda como salvación para todos estos amigos y amigas nuestros que tenemos en el corazón. Haz, Señor Jesús, que ninguno de ellos se sienta excluido de nuestra renovación de la alianza. Haz que la reconozcan como su salvación y su verdad. Tú, oh Señor, que harás de nosotros una sola cosa en esta eucaristía, haz que esta uni­dad sea la de todos aquellos que el Padre te ha dado y que ninguno de ellos se pierda. Por todos, en este momento, te oramos insistentemente y te suplicamos».

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5 Iluminad la ciudad

Xl/S posible que no todos sepan que Siquén nació de un sue­ño18. En 1986, mientras se celebraba en Assago el gran con­greso «Hacerse prójimo»19 en una atmósfera de entusiasmo, de familiaridad y de alegría, alguien se acercó a mí -tal vez el pri­mero fuera el anciano y sabio obispo monseñor Bernardo Citterio- diciendo: «¡Qué hermoso sería un Assagogiovanü». Damos gracias a Dios porque el sueño se ha hecho realidad.

1. Una síntesis provisional

Lo que voy a deciros no será exhaustivo20. Mientras escuchaba las diversas intervenciones y los testimonios, he sentido que surgían dentro de mí dos preguntas:

18. Conclusión del cardenal arzobispo en la Asamblea de los delegados de Siquén, Milán, Palalido, 7 de mayo de 1989.

19. Se trata del Congreso eclesial dedicado al tema de la caridad. 20. Dice Martini, en la conclusión de la Asamblea de Siquén, el 7 de mayo

de 1989: «Ahora tengo la difícil tarea de proponer una síntesis breve y provisional del trabajo de estos dos días. Provisional, he dicho, porque naturalmente tendremos que continuar la reflexión. Por otro lado, la Asamblea sigue abierta: mira a Pentecostés, donde podremos retomar el diálogo en un nivel más amplio; mira a Santiago, donde los mil afortu­nados que vendrán conmigo al encuentro con el papa tendrán de nuevo la oportunidad de reflexionar; mira al 8 de septiembre, día del comienzo del año pastoral, y probablemente pensaremos para esa fecha en algún signo de continuidad con lo que hemos vivido ayer y hoy».

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

a) ¿Qué es, por tanto, la alianza misionera para nosotros hoy?

b) ¿Qué figura en carne y huesos resulta respecto a los valo­res de la elección de la fe, de la proclamación de la fe?

Esta segunda pregunta estimula a dar carne y huesos a la figura de cristiano que elige servir al Señor y proclamarlo, se­gún lo que se ha esbozado.

De estas dos preguntas que sirven de criterios para la es­cucha, enmarcadas en el contexto de todo el camino recorrido desde el principio del sueño de Siquén hasta hoy, parte mi in­tervención, que expreso en cuatro puntos, a modo de índice de las materias. Primero: hay algunos principios que hemos de mantener. Segundo: basándonos en ellos, nos preguntamos qué ha significado Siquén en estos meses. Tercero: ¿qué ha sig­nificado esta Asamblea como acontecimiento? Cuarto: ¿qué viene después de Siquén?

2. Algunos principios que hemos de retener

De todo lo que hemos vivido en estos meses, me parece que podemos entresacar algunas frases a modo de eslóganes, pero que deberíamos llenar de contenido, y principalmente la si­guiente: «Elegimos servir al Señor y lo proclamamos ante to­do entre los jóvenes, para los jóvenes».

O bien: «Nos hacemos cargo de verdad de nuestra tierra, cultura y civilización, y de toda la gente que está a nuestro alrededor».

Es la conciencia de un cristianismo evangelizador, que he­mos de hacer crecer como un punto sin retorno para todo el camino futuro.

También en el nivel de los principios, hemos de retener al­gunas palabras de Juan Pablo II en su mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud de 1989: «La Jornada mundial de

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5. - ILUMINAD LA CIUDAD

1989 tendrá como punto central a Jesucristo en cuanto es nuestro camino, verdad y vida. Por consiguiente, deberá ser para todos la Jornada de un nuevo, más maduro y más profun­do descubrimiento de Cristo en vuestras vidas. Descubrir a Cristo, nuevamente, y cada vez mejor, es la aventura más ma­ravillosa. El redescubrimiento de Cristo, cuando es auténtico, tiene como consecuencia directa el deseo de llevarlo a los de­más, a saber, el compromiso apostólico».

Es un principio que vale también como punto sin retorno para definirnos.

Sería igualmente posible referirse a otras dos páginas del papa. Una, de la encíclica Redemptor Hominis, habla del estu­por frente al misterio de la encarnación de Jesús, en la que tie­ne su origen la buena noticia. Este estupor (frente al espectá­culo de Cristo nacido y crucificado, podríamos decir) «justifi­ca la misión de la Iglesia en el mundo, y quizá aún más, "en el mundo contemporáneo"» {RH10). Y el papa continúa con es­tas palabras: «La Iglesia, que no cesa de contemplar el con­junto del misterio de Cristo, sabe con toda la certeza de la fe que la redención llevada a cabo por medio de la cruz, ha vuel­to a dar definitivamente al hombre la dignidad y el sentido de su existencia en el mundo [...]. El cometido fundamental de la Iglesia en todas las épocas, y particularmente en la nuestra, es dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la ex­periencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo» (RH 10).

La segunda página de Juan Pablo II se encuentra en la ex­hortación apostólica post-sinodal Christiftdeles Laici: «Cierta­mente urge en todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana. Pero la condición es que se rehaga la cris­tiana trabazón de las mismas comunidades eclesiales que viven en estos países o naciones» (n. 34). Podríamos transcribir las afirmaciones del papa y ponerlas como una serie de principios que nos remiten al fondo de nuestra experiencia.

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

3. ¿Qué ha significado Siquén como proceso?

Siquén ha significado sobre todo cuatro realidades.

1. Para el conjunto de la diócesis, un nuevo cambio de creati­vidad tímida, pero confiada; ha significado empezar a liberar potencialidades, dar los primeros pasos, ejercitarse en una ex­periencia apostólica amplia.

Se podría establecer una comparación con lo que está su­cediendo en las parroquias, en los centros parroquiales, me­diante la petición, hecha con el programa pastoral «Itinerarios educativos», de redactar un proyecto educativo; las comunida­des se están moviendo, también las que se sentían mayormen­te tranquilas, asentadas, replegadas sobre sí mismas.

Igualmente, Siquén está interesando al conjunto de las re­alidades de la pastoral juvenil; y vosotros, como delegados, ha­béis puesto las premisas de un acontecimiento que no tiene vuelta atrás.

2. Para las parroquias pequeñas, Siquén ha significado la toma de conciencia según la cual para un número considerable de ellas es indispensable garantizar la presencia de una pastoral juvenil más precisa, también a través de una acción que vaya más allá del estricto límite de cada parroquia. Siquén ofrece, por tanto, la indicación práctica, vivida y no sólo escrita, para garantizar, en todo el territorio de la diócesis, responsables de pastoral juvenil, que ya van emergiendo. Pienso, en particular, en los que han trabajado muy bien: los sacerdotes encargados en cada arciprestazgo, los jóvenes, los pequeños secretariados de cada arciprestazgo.

3. Para la pastoral juvenil en su conjunto, Siquén ha significa­do la verificación de la utilidad práctica que tiene reunir gru­pos de amistad, de colaboración entre sacerdotes y jóvenes, que aseguren en el nivel de los arciprestazgos un mínimo de

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5 . - ILUMINAD LA CIUDAD

iniciativas de secretariados y de programa, que ayuden y sacu­dan también a quienes tienen menos fuerzas y hagan que se sientan parte de un camino mayor que ellos.

4. Por último, está emergiendo algo también para la pastoral juvenil en los ámbitos de la escuela, del trabajo, de la cultura y del tiempo libre. Siquén puede significar también otro tipo de coordinación a favor de los jóvenes: no sólo la de ayuda mutua entre parroquias, sino también la de una estrategia bien coor­dinada de presencia y de acción entre todas las fuerzas apostó­licas evangelizadoras presentes en la diócesis y que se vinculan a asociaciones, movimientos y grupos.

La Iglesia local tiene que mirar al objetivo sustancial, es decir, que todos los jóvenes sean evangelizados; el objetivo no es, por tanto, el de un proselitismo religioso, sino el de una evangelización amplia y abierta, y para ello es preciso poner en movimiento y coordinar todas las buenas energías disponibles.

4. ¿Qué ha significado Siquén como Asamblea?

Enumero brevemente cuatro puntos.

1. La capacidad de los jóvenes, provenientes de todas las rea­lidades, de estar juntos, de rezar, cantar y proyectar. La expe­riencia ha sido muy hermosa. Ciertamente, yo había esperado que esta Asamblea fuera como el cenáculo: ¡esperar la efusión del Espíritu Santo orando y reflexionando en común!

2. El descubrimiento de que hay mucha generosidad en la base de la diócesis, y en la base juvenil. A veces he pensado, en estas horas vividas con vosotros: si todos los sacerdotes de la diócesis pudieran ver el espectáculo que estoy viendo yo, tal vez habría menos quejas sobre los jóvenes y, por el contrario, más confian­za y más coraje. Por consiguiente, ¡apostar por los jóvenes!

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

3. Ha surgido la voluntad seria de hacerse cargo de los herma­nos. [...] La voluntad de hacerse cargo también de los herma­nos que no están aquí, «tanto de los dos o tres que podré lle­var a San Siró21, como de los quince que esta vez me dirán que no». La voluntad de no poder seguir adelante sin hacerse car­go de todos, quizá sólo en el corazón, en la oración, en el su­frimiento, en el llanto, en la imploración.

4. Por último, la elaboración de un abanico de sugerencias que se han de precisar en propuestas orgánicas, según algunas prioridades. Recuerdo algunos lemas, que he escrito mientras los escuchaba: «no nos detengamos aquí, vayamos más allá de Siquén»; «estemos más tiempo juntos»; «aprendamos a estar juntos en círculos más amplios»; «basta con mirarnos en el es­pejo, reflejémonos en la zarza ardiente que es el otro» (el Otro con mayúscula y el otro en el sentido del hermano). Y tam­bién: «la cotidianeidad como lugar de la misión»; «necesidad de formación y autoformación». [...]

5. ¿Qué vendrá después de Siquén?

Hay varios mandatos para después de Siquén.

1. Algunas citas que completar [...]. Para la próxima vigilia de Pentecostés, os invito de nuevo a vosotros y a todos los que han participado en la vigilia In Traditione Symboli a llevar a algún amigo a San Siró, pero que sean amigos que puedan comprender lo que vamos a hacer.

2. Algunos retos diocesanos que están ante nosotros. Tendre­mos que elaborar un instrumento diocesano orgánico de pas­toral juvenil; tendremos que pensar atentamente en los cami-

21. Se hace referencia a la vigilia de Pentecostés en el estadio milanés de San Siró, prevista para el 13 de mayo de 1989.

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5. - ILUMINAD LA CIUDAD

nos o itinerarios, sobre todo en los itinerarios asociativos, en particular en los de Acción Católica, que pueden responder a las diversas exigencias; tendremos que reconsiderar las escue­las de los arciprestazgos desde el punto de vista de la petición de formación.

3. Algunas iniciativas de los arciprestazgos sostenidas por la diócesis. A mí me gustaría, por ejemplo, que una de estas ini­ciativas fuese la Escuela de la Palabra, no dirigida por mí, sino atendida por los arciprestazgos. En este momento, en cada uno de los arciprestazgos está presente un grupo de vosotros y pienso que, si se unieran dos arciprestazgos, sería posible con­tinuar esta reflexión que es la contemplación del misterio. [...]

4. Hay también un compromiso emblemático para después de Siquén, al que aludo titubeando y con miedo, porque se refie­re a una iniciativa que desearía tomar yo, sustituyendo a la Escuela de la Palabra. Pero debería limitarse a un grupo bas­tante limitado, de pocas personas, y lo llamaría «Grupo Sa­muel». La idea es la siguiente: entre los jóvenes que han se­guido el camino de Siquén, hay ciertamente algunos que han tomado conciencia de sus responsabilidades de elegir a Jesús como Señor, de proclamarlo, y, no obstante, no han identifica­do todavía el ámbito de su servicio. Su capacidad de elección está, por consiguiente, abierta no sólo pasiva, sino positiva­mente: estoy buscando qué hacer para servir al Señor.

A estos jóvenes (doce, quince, veinte, treinta, cuarenta) les propongo hacer un año de camino conmigo, una especie de búsqueda que desearía ser ejemplar para caminos de máxima apertura vocacional, podríamos decir; tal búsqueda podría de­sembocar en la decisión de un compromiso profesional serio por un motivo de dedicación social, o bien un año de volunta­riado de evangelización (poner un año de mi vida a disposición de la diócesis para evangelizar o para educar). En suma, elec­ciones resueltas de servicio, que harían presente lo que quiere decir para algunos la elección de servir al Señor y de procla-

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

marlo con decisiones que toquen un poco la existencia o, para otros, la elección del Señor con decisiones más definitivas.

Un año, por tanto, no simplemente de buenas meditacio­nes, sino orientado a opciones que se expresarán públicamen­te, poniéndose de algún modo a disposición con valentía, qui­zá sólo por un tiempo determinado.

5. Por último, un mandato para vosotros, muy sencillo: os pido dar cuenta, narrar rápidamente [...] vuestra experiencia de de­legados a las comunidades parroquiales a las que pertenecéis.

Es el mandato que he dado también a los delegados de Assago. Naturalmente, informaremos debidamente a los párrocos.

Antes de concluir con una oración, deseo ofreceros todavía una imagen. Observando este gran espacio del Palalido, he pensado que si se llenara de agua, formaría una gran piscina o un bellísimo lago; si pusiéramos después este lago sobre una montaña, sería un depósito con un poder inmenso. Y me ima­ginaba que este lago de agua pura, limpia y verdadera, que ha­béis sido vosotros, que ha sido la Asamblea... este lago de agua sencilla y poderosa -porque sois muchos- bajaba para iluminar la ciudad; la central eléctrica está, pero las conduc­ciones no funcionan muy bien, el agua se resiste a bajar, le cuesta descender.

Mi sueño es que las conducciones se abran y este inmenso potencial juvenil que sois vosotros, como representantes del potencial juvenil diocesano, baje para iluminar verdaderamen­te la ciudad.

Tengo la certeza de que será posible, con la gracia de Dios.

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6 Id también vosotros a mi viña

JL XEMOS querido celebrar esta Asamblea22 para que el fuego encendido en el corazón de los 2.500 delegados de Siquén se transmitiera a otros muchos jóvenes, mediante la gracia del Espíritu Santo. Es el Espíritu que obra y que está obrando mediante los mensajes y los testimonios. En efecto, hemos es­cuchado los mensajes procedentes de Jerusalén, de Santiago, de Taizé y, sobre todo, las bellísimas palabras del papa Juan Pablo II; nos hemos conmovido por los testimonios proceden­tes de Siquén y por el testimonio dramático y espléndido del obispo chino que pasó treinta años en la cárcel23, y también por el de los tres mártires asesinados hace sólo unas semanas.

El papa lleva en el corazón nuestra Asamblea; precisamen­te ayer estuve mucho tiempo con él. Me habló de vosotros, de Siquén, de las esperanzas que tiene puestas en vosotros, y me dijo que os espera en Santiago. En vuestro nombre le di las gra­cias y le recordé que nuestro encuentro tendría lugar el 13 de mayo, día de la Virgen de Fátima y octavo aniversario del aten­tado que casi le cuesta la vida. Él siente que la Virgen le salvó y nosotros hoy, una vez más, damos gracias a Dios por ello.

Desearía resumir la Asamblea que hemos celebrado con una sola palabra: «Id también vosotros a mi viña» (Mt 20,4).

22. Mensaje del cardenal arzobispo a los participantes en la vigilia de Pente­costés, Milán, San Siró, 13 de mayo de 1989.

23. Se trata del cardenal I. Kung, obispo de Shangai, que pasó treinta años en la cárcel por su firme negativa a plegarse al gobierno comunista.

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PRIMERA PARTE: NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR

Como ha dicho el papa en la Christifideles Laici, «el llama­miento del Señor Jesús "Id también vosotros a mi viña" no ce­sa de resonar [...] en el curso de la historia: se dirige a cada hombre que viene a este mundo. En nuestro tiempo, en la re­novada efusión del Espíritu de Pentecostés que tuvo lugar con el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha madurado una conciencia más viva de su naturaleza misionera [...]. Id también vosotros. La llamada no se dirige sólo a los pastores, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, sino que se extiende a todos: también los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión en favor de la Iglesia y del mundo» (n. 2). Y también: «En los umbrales del tercer milenio, toda la Iglesia, pastores y fieles, ha de sentir con más fuerza su res­ponsabilidad de obedecer al mandato de Cristo: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación" (Me 16,15), renovando su empuje misionero. Una grande, compro­metedora y magnífica empresa ha sido confiada a la Iglesia: la de una nueva evangelización, de la que el mundo actual tiene una gran necesidad. Los fieles laicos han de sentirse parte vi­va y responsable de esta empresa, llamados como están a anun­ciar y a vivir el Evangelio en el servicio a los valores y a las exi­gencias de las personas y de la sociedad» (n. 64).

Sed mis testigos, dice el Señor, sed mis testigos en este tiempo difícil del final del segundo milenio, especialmente vo­sotros, jóvenes.

El papa Juan Pablo II dice también que los jóvenes «deben ser incitados a ser sujetos activos, protagonistas de la evange­lización y artífices de la renovación social [...]. La sensibilidad déla juventud percibe profundamente los valores de la justicia, de la no violencia y de la paz. Su corazón está abierto a la fra­ternidad, a la amistad y a la solidaridad. Se movilizan al máxi­mo por las causas que afectan a la calidad de vida y a la con­servación de la naturaleza» (n. 46).

Si preguntamos al Señor: «¿Dónde seremos tus testigos?», él nos responde con las palabras que nos ha repetido en el ca­mino de preparación para la Asamblea de Siquén: «Seréis mis

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6. - ID TAMBIÉN VOSOTROS A MI VIÑA

testigos en esta tierra, en esta cultura, en esta civilización, en esta región que Dios nos ha dado como don de alianza, para que la cultivemos para nuestros hermanos en la justicia y en la paz».

Mañana por la tarde viajaré a Basilea: con decenas de mi­les de cristianos de toda Europa viviremos una semana de ora­ción y de diálogo sobre el tema de la paz en la justicia y en la salvaguardia de la creación, para Europa y para el mundo. Llevaré conmigo vuestro espléndido testimonio, queridísimos jóvenes.

El papa, que cuenta especialmente con vosotros, cuenta también particularmente con el encuentro de Basilea, y por eso pido vuestra oración, vuestro compromiso por un camino de paz y de justicia. Partiré con la confianza en que vuestro testimonio irradiará el fuego del Espíritu Santo sobre todos los países europeos [...].

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SEGUNDA PARTE

Centinelas de la mañana

Iste grupo de textos recoge las intervenciones del cardenal dartini para el camino «Centinelas de la mañana», reco­

rrido por los jóvenes de la diócesis de Milán entre noviem­bre de 2000 y mayo de 2001. El resultado de este itinerario

fue la convocación del «Sínodo» de los jóvenes, que concluyó en la catedral de Milán el 2 de febrero de 2002.

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1 Escrutad el horizonte de la esperanza

_L ARTIENDO de la experiencia de Roma24, tomo aquí la pala­bra en nombre del mismo Jesús, para relanzar el llamamiento que os dirigí el pasado mes de septiembre, durante la Redditio Symboli.

Es el llamamiento contenido en la carta que se os ha en­tregado y que repito sintetizándolo en tres expresiones: «Cen­tinelas de la mañana», taller de la fe, hacia un Sínodo de los jóvenes.

«Centinelas de la mañana» indica el tema; «taller de la fe», el tipo de trabajo; «hacia un Sínodo de los jóvenes», el método.

Sois llamados a ser ante todo «Centinelas de la mañana», según la expresión usada por el papa. Esto quiere decir que nuestra Iglesia espera de vosotros, al comienzo de este milenio, que nos ayudéis, como centinelas, a escrutar el horizonte de la esperanza, a ver el sol de la victoria de Cristo resucitado que está iluminando las oscuridades del mundo.

Debéis, por tanto, abrir los ojos de la fe, como subraya la segunda expresión: «taller de la fe». El tipo de trabajo al que sois llamados es el de una reflexión sobre la fe y sobre las pers­pectivas que la fe nos abre para el tercer milenio.

24. Es el llamamiento del cardenal arzobispo al comienzo del camino «Cen­tinelas de la mañana», catedral de Milán, 20 de noviembre de 2000.

En la Jornada Mundial de la Juventud de Roma, con ocasión del Jubileo del 2000 (Tor Vergata, mes de agosto), Juan Pablo II había diri­gido a los jóvenes de todo el mundo la invitación a ser «los centinelas de la mañana en este amanecer del tercer milenio». De esta invitación sur­gió el camino de la diócesis de Milán hacia la celebración del Sínodo de los jóvenes, llamado justamente «Centinelas de la mañana». El itinerario comenzó en noviembre de 2000 y concluyó en mayo de 2001.

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SEGUNDA PARTE: CENTINELAS DE LA MAÑANA

La tercera expresión, «Sínodo de los jóvenes», indica un punto de llegada y un método. «Sínodo» no significa nuevos reglamentos, nuevas normas, nuevas leyes; significa el método de «caminar juntos». Quiere decir sobre todo subjetividad de los jóvenes. Hay que reconocer vuestra responsabilidad y vues­tra competencia, como centinelas de la mañana, en el taller de la fe, vuestra competencia para indicarnos las prioridades, los valores y los itinerarios que el Espíritu Santo os hace entrever para el nuevo milenio.

Recuerdo lo que dije en septiembre cuando cité al profeta Joel, retomado por san Pedro en los Hechos de los Apóstoles: «Vuestros jóvenes tendrán visiones, vuestros ancianos soñarán sueños». Se trata de comparar las visiones con los sueños y de unirlos en una acción incisiva para el milenio que comienza.

Nuestra Iglesia necesita que algunos de vosotros, que muchos de vosotros, estéis dispuestos a escuchar e implicar a otros mu­chos. Concretamente, os pido que estéis dispuestos a ser repre­sentantes y animadores de cada una de las realidades juveniles (parroquias, asociaciones, grupos, movimientos, personas com­prometidas en el mundo universitario, del trabajo y del volunta­riado), a ser intérpretes, como delegados de la Iglesia, de aquello que se mueve en el corazón de muchos jóvenes hoy, en el corazón de muchos que a veces parecen superficiales y no comprometi­dos, pero que llevan en él preguntas, esperanzas y problemas que piden ser interpretados. Ayudadnos a escucharlos y a compren­derlos, a suscitar aquellos valores profundos que el Espíritu pone dentro de vosotros y también en otros muchos jóvenes, si sabe­mos comprender el sentido último de sus preguntas.

Y pido también a todas las realidades juveniles, parroquia­les y no parroquiales, que no tengan miedo de «poner aparte», como la comunidad de Antioquía (cf. Hch 13), a algunos jó­venes para la obra a la que el Espíritu Santo los llama en este camino de los «Centinelas de la mañana». Estoy seguro de que este camino nos ayudará a nosotros y a vosotros; os doy las gracias por haberlo empezado [...] y por haceros cargo de él para el futuro.

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2 Confío en vosotros, jóvenes

V./UERIDÍSIMOS jóvenes25,

Me dirijo a vosotros, que estáis en camino, en busca del sentido de la vida; que no os habéis rendido ante los mitos de este mundo, que lleváis en el corazón el amor al Evangelio, que os sentís hijos de esta Iglesia.

A vosotros, jóvenes, que sois generosos en el servicio a los hermanos, que no tenéis miedo de vivir gestos de acogida y de solidaridad, que deseáis ser artífices de paz, que no sabéis resis­tir a la fascinación de la radicalidad evangélica de los testigos.

A vosotros, jóvenes de la Jornada Mundial de la Juventud, que habéis peregrinado a Roma para vuestro Jubileo y habéis ofrecido al mundo el espectáculo de gente que tiene esperan­za, que sonríe, que afronta los sacrificios con serenidad, que sa­be guardar silencio, escuchar, pedir perdón, vivir en común con respeto y amor.

A vosotros, jóvenes, que estáis afrontando las elecciones importantes de la vida, que miráis a vuestro futuro con dispo­nibilidad a la llamada del Señor y con responsabilidad hacia las necesidades de la sociedad.

Me dirijo a todos vosotros para deciros con la mirada de toda la Iglesia que «veo en vosotros a los centinelas de la ma­ñana en este amanecer del tercer milenio».

25. Carta a los jóvenes para el comienzo del camino «Centinelas de la ma­ñana», 20 de noviembre de 2000.

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SEGUNDA PARTE: CENTINELAS DE LA MAÑANA

Veo en vosotros a los jóvenes que en estos años, a través de la ayuda de las comunidades parroquiales, de las asociaciones, de los movimientos, de los grupos de voluntariado, del mundo universitario y del trabajo, han entrado en el «taller de la fe».

Jóvenes que, por la gracia del Señor, han percibido la luz de aquella mañana de Pascua, que sabe transformar los gran­des sueños de la juventud en esperanza y proyecto de vida.

Jóvenes que están compartiendo con muchos coetáneos las pruebas de un camino aún en la noche y que también para ellos están en busca de los signos de la presencia del Resucitado.

Confío en vosotros, centinelas de aquella mañana especial, en la que Jesús, el Crucificado, resucitó.

Confío -como he escrito ya en mi carta pastoral «La Vir­gen del sábado santo»- en vuestra capacidad creativa y ejem­plar, don que viene de la gracia del Señor y que os pido que en­treguéis para ayudar a nuestra Iglesia diocesana a entrar en el nuevo milenio con la vigilancia y la amplitud de miras de los centinelas de la mañana.

Por eso, os dirijo a cada uno de vosotros la llamada a vivir juntos el camino diocesano de los jóvenes «Centinelas de la mañana». Este itinerario, que se articulará en diversas etapas, os pedirá que seáis protagonistas en su proyecto y realización, y desembocará en un Sínodo de los jóvenes. Como ya he di­cho a los jóvenes de 19 años de la Redditio Symboli, desearía que se os diera la palabra a vosotros, jóvenes, para que nos in­diquéis los valores de nuestro tiempo, las prioridades hacia las cuales debemos dirigirnos, los miedos que hemos de exorcizar y las esperanzas que debemos tener.

Como «Centinelas de la mañana», vivid también vosotros, jóvenes, la extraordinaria y laboriosa experiencia de Iglesia, lla­mada a discernir hoy los signos del Espíritu, presentes en el cambio de los tiempos, para ser la Iglesia que anuncia con ale­gría el Evangelio y que invita a todos -hombres y mujeres, jó­venes y adultos, creyentes y no creyentes- a mirar hacia el fu­turo con confianza y esperanza.

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2 . - CONFÍO EN VOSOTROS, JÓVENES

En la respuesta a esta llamada, os invito a vosotros, jóvenes, a sostener este camino con una oración constante y generosa, in­dividual y comunitaria, atenta y sensible a las necesidades pre­sentes en el mundo, acompañada por un estilo de vida sobrio y esencial.

Como la comunidad de Antioquía, descrita en los Hechos de los Apóstoles (cf Hch 13,1-3), sabed vivir con «la oración y el ayuno» el primado de Dios en vuestra existencia, para ser verdaderos «Centinelas de la mañana».

Junto con la oración, pido también la disponibilidad de al­gunos jóvenes para ser representantes y animadores de cada una de las realidades juveniles presentes en nuestra diócesis. Que ninguno de vosotros, jóvenes, tenga miedo de reservar para este camino especial sus mejores energías. Inspiraos en el icono bíblico de las comunidades de Antioquía, de modo que ninguna realidad juvenil tenga miedo de «poner aparte» a al­gunos jóvenes para la obra del Espíritu, que es siempre mag­nífica, es mayor que nuestros proyectos, y da a todos frutos de consuelo y de alegría.

Con el deseo de implicar al mayor número posible de en­tre vosotros, jóvenes, y de otros muchos, invoco sobre vosotros y sobre este camino la bendición del Señor, a través de la in­tercesión de María, verdadera centinela de la mañana.

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3 ¿Qué piden hoy los jóvenes?

1 >l OS hemos reunido, cercana ya la Navidad, en un momen­to cargado de emociones y desearía situar nuestra reflexión de esta tarde en el marco de algunas palabras decisivas pronun­ciadas por el papa en la plaza de san Pedro el pasado mes de agosto, durante la ceremonia de acogida de la XV Jornada Mundial de la Juventud, en la que participasteis muchos de vosotros26.

Decía Juan Pablo II: «Queridos jóvenes, no permitáis que el tiempo que el Señor os concede transcurra como si todo fuese casualidad [...]. Creed intensamente en Él. Él guía la historia de cada persona y la de la humanidad. Ciertamente Cristo respeta nuestra libertad, pero en todas las circunstancias gozosas o amargas de la vida, no cesa de pedirnos que creamos en El, en su Palabra, en la realidad de la Iglesia, en la vida eter­na. Así pues, no penséis nunca que sois desconocidos a sus ojos, como simples números de una masa anónima. Cada uno de vosotros es precioso para Cristo, El os conoce personal­mente y os ama tiernamente, incluso cuando uno no se da cuenta de ello».

26. Homilía para el envío de los delegados de «Centinelas de la mañana», catedral de Milán, 20 de diciembre de 2000.

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3 . - ¿QUÉ PIDEN HOY LOS JÓVENES?

Os hablo, por tanto, a vosotros como conocidos del Señor, que os llama a cada uno por vuestro nombre, que sois amados por él, y conocidos y amados por vuestro obispo. Os hablo a vosotros como colaboradores míos que aceptáis vivir una mi­sión especial en el año próximo. Os hablo a vosotros que ha­béis sido «puestos aparte», reservados por vuestras comunida­des para la obra a la que el Espíritu os ha llamado, según el texto de Hechos 13,1-3 que hemos escuchado. Os hablo a vo­sotros dejándome inspirar por los bellísimos fragmentos de los profetas que se han leído, cuatro del profeta Isaías, uno de Ezequiel y uno del profeta Habacuc. Todos estos textos tienen en común la palabra «centinela» y, por tanto, expresan algo de vuestra misión de ser -como os ha pedido el papa el pasado 20 de agosto- «centinelas de la mañana» en este amanecer del ter­cer milenio.

Deseo leer con vosotros, en los textos proféticos, seis ver­bos, seis acciones características que califican el camino que tenéis delante, a saber: observar, escuchar, consolar, interceder, amonestar, discernir.

1. Observar(Is 21,6.8)

El primer pasaje presenta un centinela puesto por el Señor pa­ra anunciar lo que ve. Está en el puesto de observación día y noche, en pie, esperando captar los signos de lo que el Señor ha previsto.

Aquí es importante el verbo «observar», observar en pie, con constancia, día y noche, escrutando el día y la noche.

A vosotros os pido, ante todo, que observéis los signos de los tiempos en el mundo juvenil, un mundo confuso, inquieto, un poco amorfo, a menudo indiferente, pero a la vez rico en valores, entusiasta, lleno de esperanzas, de ilusiones. Observad preguntándoos: en el fondo ¿qué buscan estos jóvenes? ¿Qué quieren? ¿Qué se oculta bajo la superficie?

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SEGUNDA PARTE: CENTINELAS DE LA MAÑANA

2. Escuchar(Is 21,11-12)

El segundo texto está tomado también del capítulo 21 de Isaías y es uno de los oráculos más enigmáticos del Antiguo Testamento. Al parecer, imitar un canto que los centinelas cantan en la noche para no quedarse dormidos: «Centinela, ¿cuánto queda de la noche?». Parece como si dijera: pero ¿qué hora es? O bien: ¡esta noche no acaba nunca!

Sigue una invitación a buscar: si queréis preguntar, ¡pre­guntad, convertios, venid!

Por consiguiente, en la noche del escenario de la historia, el centinela trata de penetrar en la oscuridad y, dado que no se ve nada, invita a preguntar de nuevo, porque siempre está dis­puesto a escuchar.

A vosotros os pido una segunda acción: que escuchéis las preguntas profundas vuestras y de otros, las preguntas que bro­tan del corazón, las preguntas de vuestros amigos, tanto las preguntas de la mañana (las más claras, límpidas, fáciles de en­tender), como las preguntas de la noche (en el texto se habla tres veces de la noche, y sólo una vez de la mañana). Las pre­guntas nocturnas son las más enigmáticas, las más provocati­vas, porque con frecuencia quieren decir lo contrario de lo que expresan.

3. Consolar, evangelizar (Is 52,7-9)

El tercer texto es un pasaje de alegría, el canto del retorno del pueblo del exilio en Jerusalén. Los centinelas miran y ven al pueblo, que está a punto de regresar, y por ello gritan, se ale­gran, evangelizan. Es el Evangelio de Isaías, que proclama: «El Señor ha consolado a su pueblo», exultemos de gozo.

Hay que entender las preguntas entreviendo detrás de ellas la obra del Señor que reina y salva. No se trata de anuncios de desventura, no se trata de multiplicar las lamentaciones estéri-

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3 . - ¿QUÉ PIDEN HOY LOS JÓVENES?

les sobre la juventud de hoy, sino de comprender el proyecto positivo de Dios sobre nuestra sociedad.

A vosotros os pido que realicéis esta obra de lectura gozo­sa, evangelizadora, que sabe ver el bien también en el mal, también en las realidades dolorosas o amargas [...], que estéis más unidos, que seáis más valerosos, más incisivos en la edu­cación para la paz, más fuertes en la oposición a la violencia, sabiendo sacar, como hace Dios, el bien del mal.

4. Interceder (Is 62,6-7)

El cuarto verbo es «interceder», suplicar: «Sobre tus muros, Jerusalén, he apostado centinelas -dice el Señor-; ni en todo el día ni en toda la noche estarán callados. Vosotros, que ha­céis que el Señor recuerde, no guardéis silencio. No le dejéis descansar, hasta que restablezca Jerusalén». Es el compromiso de orar por todas las tentaciones que nos rodean, por todos los jóvenes frágiles y desmotivados, cansados, fanáticos o extravia­dos que nos encontramos.

A vosotros os pido, por consiguiente, algo más que gestos exteriores: os pido que intercedáis por vuestros compañeros y amigos. Con frecuencia nos lamentamos de muchos compor­tamientos de los que somos espectadores; pero ¿oramos por esas personas, las llevamos de verdad en el corazón al elevar nuestra súplica? Orar, interceder hasta que el Señor restablez­ca Jerusalén, es decir, hasta que sea restituida la dignidad a to­dos los seres humanos.

5. Amonestar (Ez 33,7)

El profeta Ezequiel nos propone el verbo «advertir», amones­tar: «Te he hecho centinela [...], escucharás una palabra de mi boca y les advertirás de mi parte». El Señor nos da la fuerza para pronunciar palabras justas, incluso vigorosas, ante todo

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SEGUNDA PARTE: CENTINELAS DE LA MAÑANA

para nuestra comunidad cristiana, para que se despierte, y des­pués para la sociedad, para todos los jóvenes. El Señor os ins­pirará estas palabras a lo largo del camino, os hará entrever los peligros que corren hoy los jóvenes de vuestra edad, los falsos senderos, las laderas heladas sobre las cuales no deben aventu­rarse [...], para que podáis amonestarles, advertirles. Es una gracia saber prever los peligros.

6. Discernir (Ab 2,1-3)

El sexto y último oráculo es de Habacuc. El profeta es un centinela, espía para ver qué dirá el Señor, trata de intuir el futuro que vendrá. El verbo que sintetiza esta actitud es «discernir».

A vosotros os pido que discernáis el plan de Dios para el futuro, que tratéis de comprender cuáles son las prioridades para el futuro de los jóvenes y de nuestra Iglesia; cuáles son los caminos que seguir, las sendas nuevas que trazar.

El discernimiento es un don del Espíritu Santo, un acto de inteligencia espiritual, y yo espero que vosotros tengáis tam­bién la capacidad de discernir para ayudarme a leer el camino eclesial que hemos de recorrer.

Dejaos mover por el Espíritu.

Os he expresado lo que os pido y ahora siento que entre voso­tros surge la pregunta: ¿qué haremos? Nuestro obispo ¿no nos está pidiendo demasiado?

Mi respuesta es sencillísima: tengo confianza en vosotros y en el Espíritu Santo que os conduce, vivid el trabajo que se os sugiere con agilidad y con alegría, casi con ligereza, dejaos mo­ver por el Espíritu, orad intensamente, leed el Evangelio, y to­do será posible.

Os deseo de todo corazón el espíritu de la Navidad, espí­ritu de paz, de serenidad, de confianza, de intimidad. Que la

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3 . - ¿QUÉ PIDEN HOY LOS JÓVENES?

fuerza de Dios que vino al mundo en la Navidad de hace dos mil años os llene de alegría. Oremos juntos para que esta fuer­za se manifieste también allí donde por primera vez resonó el mensaje de la Navidad: en Belén, en Jerusalén, en Oriente Medio. Estoy seguro de que nuestra oración y nuestro com­promiso consolarán y ayudarán a todos los que en aquellas tie­rras desean la paz.

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4 Jóvenes con visión

V_^ON ocasión de la Redditio Symboli del pasado 29 de sep­tiembre27, inspirándome en el discurso de Pedro (cf. Hch 2,14ss) y en su cita del profeta Joel-«Vuestros jóvenes tendrán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños [...], vuestros hi­jos y vuestras hijas profetizarán», subrayé que hoy la Iglesia tiene necesidad de vosotros, de vuestras visiones, de vuestra profecía.

Y ahora tengo la alegría de confirmar de nuevo mis pala­bras. Habéis creído en este camino, os habéis lanzado a esta aventura que se hará cada vez más hermosa y fructuosa, y hoy os repito: necesitamos vuestra profecía y vuestras visiones.

He pensado en detenerme, en nuestra reflexión, sobre to­do en el término «visión». Vision, en inglés, indica una meta, un ideal, aquello en lo que se inspira un compromiso, un pro­grama. Nosotros usamos a veces el sustantivo «visión» en el sentido de «aparición» -las apariciones de la Virgen en Lour­des o en Fátima, por ejemplo-, pero yo lo refiero al significado de visión. Es una mirada de conjunto, la intuición de una sín­tesis, una iluminación orgánica y sintética de la relación entre el misterio de Dios y el misterio del hombre, que nos permite captar las conexiones entre todas las piezas de un mosaico.

27. Es la reflexión bíblica en la asamblea de los delegados del camino «Centinelas de la mañana», Sesto San Giovanni, Palasesto, 19 de mayo de 2001. Aquí se refiere, en particular, a la celebración que marca el co­mienzo del camino.

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4. - JÓVENES CON VISIÓN

1. La gracia de la visión

Ésta es la gracia que pide Salomón en el texto del Primer libro de los Reyes (3,4-15) y el Señor se la concede. Salomón se de­fine como un muchacho, un joven sin experiencia, que no sa­be cómo comportarse, que advierte el peso de una enorme res­ponsabilidad frente a un pueblo numeroso.

Cada uno de nosotros se siente frente a un pueblo nume­roso, una sociedad compleja, una Iglesia rica en dones y a la vez en tensiones; cada uno de nosotros experimenta que es in­capaz de hablar, de hacer una síntesis, de poner juntos los ca­minos de Dios y los caminos de los hombres, de unir las ex­pectativas y las esperanzas de la gente con las expectativas y las esperanzas del Señor.

Por eso, pedimos insistentemente la gracia implorada por Salomón, es decir, la visión [...]. Es la gracia que recibe mu­chos nombres diferentes en el texto del libro de los Reyes: co­razón dócil, saber hacer justicia a la gente, saber distinguir el bien del mal, la sabiduría para gobernar, el discernimiento pa­ra escuchar las causas, el corazón sabio e inteligente.

Es la gracia que necesitaréis [...]: hacer una síntesis entre las preguntas del hombre y las de Dios; discernir ante todo en­tre las preguntas explícitas del hombre -vuestras y de vuestros compañeros-, y mucho más entre las preguntas implícitas que nadie se atreve a formular y que de hecho subyacen en todo; hacer una síntesis entre los caminos del corazón entendidos en sentido amplio y el Evangelio.

En estos días he pensado durante mucho tiempo en esa gracia. He pensado en ella durante mi estancia en Roma, don­de me encontraba con todos los obispos italianos, y ayer por la mañana, mientras concelebraba la eucaristía en la basílica de San Pedro, me preguntaba qué iba a deciros hoy. Como suce­de durante las celebraciones solemnes en San Pedro, estaba distraído, miraba hacia arriba, contemplaba la inmensidad de la cúpula, admiraba la extraordinaria proporción armónica en­tre los arcos y la cúpula; de repente me di cuenta de que la am-

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SEGUNDA PARTE: CENTINELAS DE LA MAÑANA

plitud y la inmensidad no infunden miedo, sino que más bien recogen el ánimo. Así, poco a poco, tras la comunión eucarís-tica, sentado en torno al altar de la cátedra y después de entrar en un recogimiento más profundo, tuve una experiencia que no me resulta fácil traducir. Primero me estimuló el recuerdo de mi consagración episcopal, que tuvo lugar en San Pedro ha­ce veintidós años por la imposición de manos de Juan Pablo II; veía de nuevo el lugar donde me postré en el suelo para la ora­ción de adoración y de petición del Espíritu; veía de nuevo también al pueblo de la diócesis de Milán, numerosísimo en la basílica en aquella mañana de enero. Pensaba en este pueblo y en vosotros. Y de pronto comprendí -en la forma de una vi­sión entendida en el sentido que he explicado- la unidad pro­funda y el vínculo entre lo humano, lo divino y lo evangélico.

Lo humano, es decir, los deseos del corazón humano, es­pecialmente los deseos de ir más allá, de conocer y de amar más, de comprender más, de expresarse de manera plena, de vivir una existencia que se mueva en horizontes cada vez más amplios.

Lo divino, en particular lo divino trinitario, el ser de Dios que se nos revela como don que va más allá, que sale de sí mis­mo; el ser divino que se nos revela como entrega. Me parecía intuir la estrechísima interconexión entre lo humano que aspi­ra hacia lo alto, más allá de sí, y lo divino que es entrega, rela­ción, don de sí.

Lo evangélico, definido por Jesús con expresiones muy in­cisivas: «Quien pierde la vida por mí y por el Evangelio la en­contrará», «No tengáis miedo de los que matan el cuerpo», «No hay amor más grande que éste: dar la vida por los amigos».

Captaba una perfecta coherencia, una total sintonía, entre lo humano, lo divino y lo evangélico porque se explican uno a otro, y lo evangélico nos hace comprender que lo humano es reflejo de lo divino, y partiendo de lo divino comprendemos lo evangélico y lo humano: por consiguiente, un encaje maravi­lloso entre estas tres piezas del mosaico.

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4. - JÓVENES CON VISIÓN

Advertía en mí como una sensación de luz, de alegría, de paz, con la promesa de que cuanto vivía era apenas un antici­po de lo que vosotros y yo estamos llamados a comprender en el esfuerzo de hacer una síntesis entre las preguntas de la gen­te y las de Dios, entre las aspiraciones de nuestro corazón y los deseos del Señor sobre nosotros. Luz, alegría, paz, promesa.

2. Mi experiencia y vuestras cartas

Son también los sentimientos vividos por vosotros y que me habéis comunicado en los mensajes recibidos a través del co­rreo electrónico. Algunos me han escrito cosas muy hermosas sobre el camino, sobre la experiencia que estáis teniendo, sobre la alegría, sobre la apertura de horizontes, sobre el sentido de unidad que se va afirmando.

La gracia que se me ha dado en Roma es para vosotros. Esta síntesis está destinada a infundiros luz, alegría, paz, con la confianza de que conseguiréis poco a poco penetrar en la profunda unidad que existe entre lo humano, lo divino y lo evangélico, y expresarla para nuestra Iglesia y nuestro futuro.

Por eso, me ha parecido que era suficiente contaros la ex­periencia en San Pedro, deciros que forma parte de vuestro ca­mino y que, si perseveráis, se os concederá la gracia de la vi­sión, de la sabiduría, del discernimiento para escuchar las cau­sas y distinguir el bien del mal.

3. El camino que os espera

Antes de concluir, vuelvo brevemente al pasaje bíblico donde se narra que Salomón tuvo una aparición del Señor en sueños en Gabaón, localidad de Palestina hoy redescubierta.

Nuestro pensamiento se dirige a todos los muertos, a to­dos los dramas y las tragedias de aquella tierra por la que que­remos pedir y ofrecer a Dios esta jornada.

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SEGUNDA PARTE: CENTINELAS DE LA MAÑANA

Precisamente en Gabaón [...], con ocasión de mi primera visita a Tierra Santa, mientras fotografiaba uno de los antiguos y profundos pozos del tiempo de Salomón, estuve a punto de caer al fondo y morir. Esta experiencia, en la que sentí la cer­canía de la muerte, ha permanecido grabada en mí porque me sentía tranquilo, sereno, en paz. Ya desde entonces empecé a amar Tierra Santa, que está siempre en la cumbre de mis de­seos; habría sido feliz muriendo allí.

El camino que os aguarda es apasionante: en efecto, sois llamados a realizar, como servicio para toda la Iglesia, la sínte­sis entre lo humano y lo divino, una síntesis en función del dis­cernimiento del Espíritu Santo, que es luz, alegría y paz.

Este camino es la esperanza de nuestra Iglesia, y yo os acompaño pidiendo al Señor que os conceda a todos una vi­sión unitaria, integral y coherente del plano divino sobre cada uno de nosotros, sobre las personas con quienes nos hemos en­contrado y que tenemos en el corazón, sobre el papa, sobre la Iglesia y sobre toda la sociedad humana.

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5 Como lámpara que brilla en un lugar oscuro

1 DESEARÍA hacer referencia al título «Como lámpara que brilla en un lugar oscuro», porque tengo ante mí algunas lám­paras que brillan y que son signo de cada uno de vosotros . Esta expresión está tomada de la Segunda carta de Pedro, del pasaje donde el apóstol describe el acontecimiento de la trans­figuración. Pedro recuerda la voz que bajó de lo alto: «Éste es mi Hijo muy amado en quien me complazco». Y después es­cribe: «Y así -con esta voz- tenemos también la firmísima pa­labra de los profetas, a la cual hacéis bien en prestar atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro» (2 P 1,16-21).

La voz de los profetas es, por consiguiente, «como lámpa­ra que luce en lugar oscuro» y, puesto que os he pedido a to­dos que seáis profetas en la Iglesia, esta lámpara sois vosotros. Ella brilla, añade Pedro, «hasta que despunte el día y se levan­te en vuestros corazones el lucero de la mañana» (2 P 1,19): es la referencia a los centinelas de la mañana que escrutan la apa­rición del día y el signo de la luz. Ésta es, por tanto, la imagen propuesta por el texto, una imagen que hace pensar de inme­diato en el contraste que se crea entre la llama y la oscuridad. En efecto, la llama es pequeña, mientras que la oscuridad de la noche es grande. La llama es trémula, débil, frágil, delicada:

28. Saludo del arzobispo en la vigilia de la Asamblea de los delegados de «Centinelas de la mañana», Sesto San Giovanni, Palasesto, 19 de mayo de 2001.

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SEGUNDA PARTE: CENTINELAS DE LA MAÑANA

basta un soplo de nada para apagarla. La noche y la oscuridad, en cambio, son algo automático: la oscuridad es sólida, obvia­mente. La llama de la lámpara tiene que ser mantenida, culti­vada. Por el contrario, la oscuridad no necesita de nada porque cae sola y permanece.

Sin embargo, esta pequeñísima realidad que es la llama re­sulta vencedora: vence cualquier oscuridad, brilla en las tinie­blas, es la luz que viene al mundo. Aunque sea diminuta, una llama vence la oscuridad, resulta siempre victoriosa sobre la noche. Esto es lo que siento: somos una llama pequeña, apa­rentemente frágil, insignificante -tanto yo como vosotros y también la Iglesia en el mundo-. Pero esta llama hace que res­plandezca una luz en la noche, es un signo de esperanza, se la ve también de lejos: es rica, llena de calor, infunde confianza, abre nuevos horizontes. ¡Sed esta llama! ¡Sed esta lámpara! Tened conciencia de que ser tal llama significa llevar la salva­ción al mundo. Sed conscientes de que una llama, aunque sea pequeña, vence la noche.

Y oremos juntos al Señor para ser siempre, constantemen­te, esa llama de amor, de luz y de discernimiento.

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6 Caminamos en la noche

JL/STA vigilia se había pensado como momento fuerte para que vosotros, jóvenes, reanudarais el camino hacia vuestro Sí­nodo, que significa justamente «hacer camino juntos»29. Por eso, se ha propuesto el gesto extraordinario de caminar juntos durante toda la noche, a la luz de las antorchas y sobre todo a la luz del pasaje evangélico que narra la gran alegría del en­cuentro con Jesús resucitado después de una noche de trabajo y de decepción. Os habíamos pedido que escrutarais en vues­tro corazón y en el corazón de vuestros amigos y compañeros para decirnos cuáles son los anhelos de verdad, los deseos pro­fundos de humanidad, los valores altos, las visiones de un fu­turo de paz que todos nosotros y todos vosotros, a menudo de manera inconsciente, tenemos en el corazón. Os habíamos pe­dido que velarais por todos nosotros con el fin de reconocer la voz de Dios que también en la noche del corazón nos llama a comportarnos como hijos e hijas suyos y a amar a todos como hijos de Dios, a ver a todos como personas que llevan en el ros­tro, si bien en la oscuridad y en el pecado, el signo del amor que Cristo les tiene.

Pero en los últimos días una gran oscuridad ha invadido los corazones30. «Ha sido», ha dicho Juan Pablo II, «un día os­curo en la historia de la humanidad, una terrible afrenta a la

29. Homilía para la marcha nocturna de los «Centinelas de la mañana», Saronno, 15 de septiembre de 2001; se trata de una de las citas que pre­ceden al Sínodo de los jóvenes.

30. El cardenal se refiere a los dramáticos acontecimientos del 11 de sep­tiembre de 2001, con el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York.

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SEGUNDA PARTE: CENTINELAS DE LA MAÑANA

dignidad del ser humano». Ha sido como encontrarse frente a una noche oscura del espíritu, en la que han prevalecido el odio y la locura homicida, una crueldad gratuita y un terroris­mo llevado a límites extremos. Ha sido la noche de una vo­luntad de muerte que ha explotado los recursos tecnológicos más avanzados de nuestra época para convertirlos en instru­mentos de masacre y de destrucción. «Ante acontecimientos de un horror tan incalificable», ha dicho también el papa, «no podemos dejar de estar profundamente turbados».

Caminar en la noche ha asumido, por consiguiente, el sig­nificado de un mensaje aún más profundo y más grave: el de quien no quiere dejarse vencer por la oscuridad que engendra pánico y miedo, el de quien no quiere abandonarse a senti­mientos de odio que engendran represalias y nuevas violencias, sino que quiere expresar la certeza de que el mal y la muerte no son la última palabra, y la noche vivida en la fe anticipa el momento del amanecer y de la luz. Queremos afirmar [...] que ni siquiera la noche más profunda hace desesperar de la presencia del Señor, y que el Señor se manifiesta allí donde los seres humanos trabajan unidos y concordes. Queremos que es­te camino de los «Centinelas de la mañana» exprese aquellos valores de paz, de concordia y de superación de los conflictos que todos deseamos para evitar nuevas catástrofes. Queremos que todo nuestro obrar para ayudar a los jóvenes a mirar hacia lo alto y a sentirse protagonistas de un mundo nuevo hunda sus raíces en la oración y en la certeza de que el Señor está con nosotros. Allí, en la orilla de un mar siempre grávido de tem­pestades, el Señor vela y se hace sentir presente.

Hay en estos días una inmensa necesidad de testimoniar tales valores y tal cercanía a quien sufre tanto. Valores que son anunciados con la oración y la solidaridad, con la compasión y el llanto, con el silencio amistoso y la palabra fraterna, pero so­bre todo con la certeza de que el Señor no está lejos y tiene po­der, si escuchamos y ponemos en práctica su Palabra, para sa­carnos de la espiral de un crescendo de violencia que podría arrastrar al mundo entero.

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6. - CAMINAMOS EN LA NOCHE

Estamos viviendo, al comienzo del nuevo milenio, una gravísima crisis de la humanidad. Las personas de buena vo­luntad se encuentran ante un trágico desafío, un desafío que se presenta lamentablemente en intervalos casi regulares en el ca­mino de la civilización. Un desafío que la humanidad ha vivi­do también en tiempos recientes -hace diez años, en la época de la guerra del Golfo-, y en decenios anteriores en momen­tos angustiosos de la tensión internacional, como en tiempos de Juan XXIII y de la crisis de Cuba. Por eso surge la pregun­ta dramática: ¿cómo lograr apagar con decisión y firmeza todo foco de terrorismo homicida sin multiplicar y agigantar al mis­mo tiempo las reacciones en cadena de la violencia y del odio?

El papa, después de haber expresado el profundo dolor por los ataques terroristas que han ensangrentado América y su participación en el duelo de tantas familias, y después de ha­ber expresado su «indignada condena» de un «horror tan inca­lificable», ha afirmado de nuevo «que los caminos de la vio­lencia no conducen nunca a verdaderas soluciones de los pro­blemas de la humanidad». Ha proclamado que «aun cuando la fuerza de las tinieblas parezca prevalecer, el creyente sabe que el mal y la muerte no tienen la última palabra».

Queridísimos jóvenes y todos los que me escucháis, éste es el testimonio que se nos pide. Avanzando por los caminos de la diócesis en la oscuridad de la noche, se nos pide que haga­mos resonar las palabras que la tradición pone en labios de san Lorenzo en el momento de su martirio, retomadas por el can­to de los místicos españoles del siglo XVI [...]: «Esta noche ya no es noche ante ti; la oscuridad brilla como luz».

No vencerá la oscuridad de la noche, no triunfarán las ti­nieblas de la muerte si cada uno de nosotros, en la vida coti­diana y en el ámbito de nuestras responsabilidades, aparente­mente ocultas e insignificantes, destierra toda violencia, tanto en las palabras como en los sentimientos.

También en la comprensible inquietud de una legítima de­fensa y en la justa voluntad de desarmar y desalentar todo po­sible acto de terrorismo será importante actuar desde la racio-

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nalidad y en el respeto a la complejidad de los datos, sin caer en fáciles simplificaciones de rostros del enemigo o en apresu­radas creaciones de chivos expiatorios que puedan satisfacer una voluntad de venganza. La violencia y el terrorismo tienen que ser aislados y desarmados con energía y determinación, pero precisamente por esto no tienen que ser confundidos con contextos culturales, religiosos o étnicos mucho más amplios, a los que sólo una búsqueda restrictiva de objetivos inmedia­tos que derrotar podría considerar responsables directos de tanta crueldad.

También en el conflicto que ensangrienta Oriente Medio será preciso tomar valiente y urgentemente iniciativas de diá­logo y de paz, de cese de las hostilidades y de multiplicación de gestos de escucha mutua, aislando toda voluntad de ven­ganza que engendra sólo nuevas violencias.

Queridísimos jóvenes: en circunstancias tan difíciles y gra­ves es necesario multiplicar las oraciones y las súplicas. Termi­naremos, por tanto, uniéndonos a la oración que el papa ha di­rigido personalmente hace unos días. Haremos primero un momento de silencio para expresar nuestro duelo por todas las víctimas del terrorismo, por sus familiares, por los heridos, por todas las personas a quienes la violencia ha privado de los bie­nes esenciales de la vida.

Que la Virgen santísima, Madre de misericordia, suscite en nuestros corazones pensamientos de sabiduría y propósitos de paz.

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7 Una gran alegría y una riqueza desbordante

O E han dicho todas las palabras esenciales, se han realizado los gestos decisivos [.. .]31. Y a mí sólo me queda resumir y su­brayar brevemente el sentido y las etapas de los acontecimien­tos cuyos protagonistas principales sois vosotros, los jóvenes.

1. El sentido de los acontecimientos

Ante todo, encuentro el sentido, el significado, en la frase to­mada del capítulo 8 de la Segunda carta a los Corintios: «Vues­tra gran alegría y vuestra extrema pobreza se han transforma­do en la riqueza de vuestra generosidad».

Ciertamente, vuestra pobreza no es extrema en el sentido físico o material del término, sobre todo si nos comparamos con los pueblos que viven en la miseria y el hambre. Vuestra pobreza consiste, todavía en gran parte, en una condición ju­venil que tiene relativamente poco poder social y político. No dependen de vosotros ni las grandes decisiones que se toman en el ámbito financiero, ni las que se toman en los círculos po­líticos, y tampoco las decisiones que se toman en los parla-

31. Homilía en la celebración por la entrega del trabajo sinodal en la con­clusión del camino «Centinelas de la mañana», catedral de Milán, 2 de febrero de 2002.

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mentos o en las sedes de los gobiernos, y ni siquiera en el ám­bito de la Iglesia.

Sin embargo, vuestra carencia de poder de decisión -la po­breza de la que habla san Pablo- ha estado atravesada por una gran alegría, la de sentiros en el camino de los «Centinelas»; en particular, en la etapa sinodal habéis sido partícipes y co-rresponsables activos, sujetos responsables de un proceso im­portante, de un discernimiento de Iglesia.

Así, vuestra pobreza, atravesada por la alegría, se ha trans­formado en la riqueza de vuestra generosidad. La pobreza ha sido barrida y hecha fecunda por la gran alegría de saberos in­terpelados, convocados, escuchados, tomados en serio, consi­derados con confianza por toda la Iglesia, a partir del papa y, después, del obispo.

Sí, queridísimos «Centinelas de la mañana», os hemos pe­dido que nos ayudéis en este comienzo de milenio a escrutar el horizonte de la esperanza, a ver el sol de la victoria de Cristo resucitado que está iluminando ya las oscuridades del mundo. Os hemos pedido que nos indiquéis las prioridades, los valo­res, los itinerarios que el Espíritu Santo os hace entrever para el nuevo milenio.

Os dije, al comienzo del camino, citando la promesa de Joel retomada en el libro de los Hechos, que mientras los an­cianos soñarán sueños, los jóvenes tendrán visiones. Nuestra sociedad y nuestra Iglesia tienen una necesidad extrema de vi­siones, de grandes horizontes de futuro, y os hemos pedido que nos ayudéis a descubrirlos.

Y hoy me entregáis a mí, a los arciprestes, a los vicarios episcopales, las primicias de vuestras visiones, los primeros fru­tos del trabajo realizado. Y yo lo recibo con alegría y gratitud, en nombre de nuestra Iglesia. Puedo deciros ante todo que los recibo en nombre del Consejo de Pastoral diocesano, que ha decidido dedicar su próxima sesión de dos días a reflexionar so­bre lo que nos entregáis. Lo recibo también en nombre de al­gunos otros de mis colaboradores más estrechos, aquí presentes -obispos auxiliares, vicarios episcopales, arciprestes-; y en

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7. - UNA GRAN ALEGRÍA Y UNA RIQUEZA DESBORDANTE

nombre de los miembros del Consejo episcopal, con el cual re­flexionaré atentamente sobre lo que es fruto de vuestra escucha de otros jóvenes y de vuestro discernimiento común.

2. Las etapas

Después del sentido, recuerdo las etapas. De todo lo que se ha hecho hasta ahora y de lo que se hará en adelante quiero dar gracias a Dios y a vosotros, recordando brevemente las etapas que os han conducido hasta aquí y las que quedan por recorrer: seis ya recorridas y dos por recorrer.

La primera etapa fue aquella noche extraordinaria de agos­to de 2000, en la que se encendió una luz que iluminó el cora­zón y la mente de un millón y medio de jóvenes, y también de nueve mil jóvenes de la diócesis de Milán presentes en Tor Vergata. Aquella noche estuvo iluminada por la visión que ins­piró las palabras del papa: «Queridos jóvenes, veo en vosotros a los centinelas de la mañana en este amanecer del tercer mi­lenio». Vosotros sois, por consiguiente, quienes habéis recogi­do aquel «testigo» que jóvenes de todo el mundo recibieron de Juan Pablo II en el corazón del año jubilar.

La segunda etapa, diocesana, tuvo lugar en el siguiente mes de septiembre, cuando dije en la catedral, haciéndome eco de las palabras del papa en Tor Vergata: «Nuestra Iglesia, que­ridos jóvenes, espera de vosotros que nos ayudéis, como centi­nelas de la mañana, a escrutar el horizonte de la esperanza».

La tercera tuvo lugar en la primera cita de los Ejercicios espirituales, en el mes de noviembre, cuando lancé la propues­ta de un Sínodo a los jóvenes aquí presentes y a los que esta­ban conectados a través de la radio y la televisión. «El Sínodo de los jóvenes», dije, «no significa nuevos reglamentos, normas y leyes; significa una manera de "caminar juntos". Quiere de­cir sobre todo subjetividad de los jóvenes. Hay que reconocer vuestra responsabilidad y competencia, como centinelas de la mañana, en el taller de la fe, vuestra competencia a la hora de

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indicarnos las prioridades, los valores y los itinerarios que el Espíritu Santo os hace entrever para el nuevo milenio». En aquella ocasión pedí también a algunos que estuvieran dis­puestos a ofrecerse como delegados de los jóvenes de las pa­rroquias y de las diversas realidades asociativas, para iniciar la fase de la escucha a los coetáneos.

En la cuarta etapa, la de la escucha, el «testigo» pasó a las manos de los 1.753 delegados que recibieron de mí el manda­to en el mes de diciembre de 2000 y animaron la escucha has­ta mayo de 2001, acercándose también a algunos jóvenes en­carcelados. Recordamos en particular, entre los coetáneos es­cuchados, a los jóvenes provenientes de nuestras misiones y que animaron el mes misionero, de modo que mantuvieron vi­vo el espíritu de apertura misionera y de escucha mutua carac­terístico de las Jornadas Mundiales de la Juventud. El manda­to de la escucha, que di a los 1.753 delegados, contenía seis verbos que calificaban el camino: observar, escuchar, consolar, suplicar, amonestar, discernir. En las síntesis conclusivas, los delegados nos contaron muchas experiencias hermosas. Cito alguna de ellas: «Hemos acogido de buen grado esta oportuni­dad que se nos ofrecía de escuchar y de escucharnos. No se da con frecuencia». Y también: «Al término de esta fase podemos concluir sin dudarlo que, de todas formas, ha sido muy her­moso. Lo ha sido porque nos ha permitido salir a cara descu­bierta. No siempre ha sido fácil, porque hemos encontrado también el rechazo o la indiferencia. A veces, también noso­tros hemos tenido miedo de no ser capaces o de no ser acep­tados. Hemos caído en la cuenta de que muchas veces hemos entrado en crisis por nuestros amigos no creyentes, pero la be­lleza ha estado en el hecho de descubrir que estamos en cami­no y deseosos, por tanto, de profundizar en nuestra fe».

La quinta etapa la vivimos en Sesto San Giovanni, en la asamblea de los delegados del pasado mes de mayo. En aque­lla ocasión se aprobó, en un espléndido clima de comunión fraterna y de inteligente responsabilidad, la síntesis que cons­tituyó después el hilo conductor para la fase ulterior del dis-

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7 . - UNA GRAN ALEGRÍA Y UNA RIQUEZA DESBORDANTE

cernimiento, para la individuación de elecciones concretas que podrán contribuir, en el ámbito eclesial de pertenencia, a promover contextos favorables al encuentro con el Señor Jesús, a la comunión fraterna y al testimonio evangélico en la vida cotidiana.

Después vino el verano y, como sucede siempre cuando termina esta estación, a algunos les resultó difícil continuar, mientras que otros, por suerte, se fueron incorporando a lo lar­go del camino. Todos los arciprestazgos y los sectores de com­promiso trabajaron bien y con concreción, y el fruto de este trabajo se puso en manos de los arciprestes y de los responsa­bles de los ámbitos de compromiso y de presencia juvenil.

En la sexta etapa, por último, los sinodales -a quienes he llamado «los trescientos elegidos de Gedeón»- elaboraron una síntesis de todos vuestros discernimientos, y yo mismo recibí de vosotros, jóvenes sinodales -que también habéis recibido el testigo de los delegados de los arciprestazgos y de los sectores de compromiso-, el fruto de vuestro trabajo. Me habéis entre­gado un documento que contiene las «visiones» y los compro­misos que asumís.

Y os doy las gracias porque en los documentos, que sólo he podido hojear, no aparece únicamente la palabra «pedimos», sino también la palabra «nos comprometemos». Así pues, os estoy agradecido por la generosidad de la respuesta a la invita­ción del papa, extendida en el tiempo y caracterizada por la energía y la creatividad. En la sexta etapa están presentes tam­bién muchos jóvenes de las parroquias y asociaciones eclesiás­ticas, los representantes adultos de los Consejos pastorales, y también educadores, religiosas y sacerdotes. Juntos representa­mos a toda la comunidad diocesana, pero estamos aquí tam­bién «en nombre de» y «por» otros hermanos y hermanas, cre­yentes y no creyentes. Desearía decirles a ellos: sentios presen­tes, vosotros que tal vez habríais sido capaces si hubieseis sido animados y sostenidos un poco más por vuestra comunidad. En todo caso, nuestra Iglesia puede sacar nueva energía evan-gelizadora de esta experiencia -que ciertamente transformó

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interiormente, más allá de los resultados visibles, a quienes se lanzaron a ella.

Ahora nos aguardan las dos últimas etapas. En efecto, pa­ra comunicar el Evangelio hace falta que el Evangelio nos ilu­mine interiormente, que cale en nuestro interior. Para ello pro­pongo la séptima etapa, que anuncio ahora: la cita de los Ejercicios espirituales del 18-20 de febrero, aquí, en la cate­dral. Podrá ser la ocasión favorable para profundizar en el ni­vel personal el camino que hemos recorrido juntos, un camino de escucha, de discernimiento y de decisión (ver, juzgar, ac­tuar). Deseo que el Señor, en los días de los Ejercicios, llame a alguno de vosotros a tomar opciones radicales por el Evangelio en la Iglesia y en la sociedad.

Como octava y última etapa, os espero en la vigilia In Tra-ditione Symboli, para confiar vuestro trabajo y a cada uno de vosotros a la Palabra, en sintonía con mi carta pastoral «Por tu Palabra».

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8 No tengáis miedo de ser santos

« I ESÚS entró en Jericó y cruzaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para ver­le, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: "Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa". Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: "Ha ido a hospe­darse a casa de un hombre pecador". Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: "Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré cuatro veces más". Jesús le dijo: "Hoy ha lle­gado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abrahán, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido"» (Lucas 19,1-10).

1. Atravesaba la ciudad

Esta noche celebramos la entrega del Credo (Traditio Symbo­li) que la Iglesia nos ha transmitido y que vosotros habéis aprendido a conocer y apreciar32: la fe en Jesucristo, nuestro

32. Se trata de la respuesta al trabajo del Sínodo de los Jóvenes, en la vigilia

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SEGUNDA PARTE: CENTINELAS DE LA MAÑANA

Señor, a quien vosotros conocéis y amáis sin haberle visto (cf. 1 P 1,8). Esta fe en Jesús es el secreto de vuestra vida, y voso­tros la habéis redescubierto y anunciado en el camino extraor­dinario de los «Centinelas de la mañana».

He leído atentamente el relato de vuestra experiencia y de vuestro deseo. Habéis experimentado la presencia del soplo del Espíritu y descubierto con mayor conciencia que Jesucristo es aquel que da sentido, gusto y promesa a vuestros días y a vues­tro futuro. Este sentido de la vida es lo que muchos jóvenes buscan hoy y a menudo no encuentran, a veces también por­que nosotros, por un falso respeto humano, no tenemos valor para anunciarlo abiertamente.

En vuestro Sínodo hay perlas preciosas, visiones proféticas de futuro, semejantes a aquellas de las que habla el profeta Joel, citado en los Hechos de los Apóstoles, cuando dice: «Vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes tendrán visiones». Al comienzo del camino sinodal, os había pedido para nuestra Iglesia estas visiones de futuro. Tal vez la mayor de ellas sea ya la contenida en el título: «¡No tengáis miedo de ser los santos del tercer milenio!». Os pido que no dejéis a un lado esta va­lerosa palabra profética, que es también el secreto de vuestra felicidad.

El deseo de ser felices es el sueño y el proyecto más gran­de que lleváis en el corazón. Juan Pablo II os lo ha dicho en Tor Vergata: «Es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis con la felicidad». Por eso, vosotros, «Centinelas de la mañana», que­réis que vuestra libertad se oriente según el proyecto misterio­so y fascinante que Dios tiene sobre cada uno de vosotros.

In Traditione Symboli, catedral de Milán, 18 de marzo de 1989, publi­cada por el Centro Ambrosiano.

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8. - NO TENGÁIS MIEDO DE SER SANTOS

2. Tened valor para atravesar de nuevo la ciudad

Pensando en vuestra asamblea, que ha reunido a los represen­tantes de los jóvenes de nuestras parroquias y de nuestras co­munidades, he visto ante mí la escena evangélica de Jesús que, rodeado por la multitud, entra en la ciudad de Jericó, y, con la gran libertad que le da la obediencia al Padre, la atraviesa por entero.

Jesús, después de haber dado la luz de la vista y la claridad de la vida al mendigo ciego que estaba sentado junto al cami­no, entra en la ciudad. No tiene miedo de convivir con los hombres. Jesús se presenta con un extraordinario señorío, mientras que la multitud, entusiasta y contradictoria, grita: «Pasa Jesús el Nazareno». Jesús va derecho por su camino, sa­be en qué casa tiene que entrar y qué salvación necesita esa ca­sa. Jesús sabe que alguien le espera; Zaqueo abrirá el corazón y cambiará su vida.

Queridísimos jóvenes, tened también vosotros el valor de atravesar las ciudades. Pasad en medio de las multitudes en el nombre de Jesús, avanzad directamente por el camino de la obediencia de la fe. Alguien inesperado os espera, os hará en­trar en su casa y alegraréis su vida y la vuestra.

En el camino de los «Centinelas de la mañana» habéis comprendido y gustado la necesidad, el esfuerzo y la belleza de atravesar la ciudad donde habitan y trabajan los hombres y las mujeres de hoy. Habéis estado en medio de los jóvenes, les habéis escuchado, les habéis comprendido, habéis acogido aquello que más necesitan, os habéis mezclado entre ellos sin dispersaros.

Nuestras ciudades os necesitan. No tengáis una idea de la fe demasiado intimista. Jesús hablaba por los caminos, entra­ba en las casas, no hacía diferencias, sabía suscitar asombro, era discreto y decidido. A su paso despertaba la alabanza a Dios, porque anunciaba el Evangelio. No os cerréis nunca, la Iglesia está abierta al mundo.

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SEGUNDA PARTE: CENTINELAS DE LA MAÑANA

La comunidad cristiana y toda la Iglesia de Milán ha escu­chado el anhelo de vuestra fe y vuestro modo de situaros en la historia. Habéis descrito los problemas de la gente de hoy, de­seáis transmitir la fe y queréis comprometeros en una seria for­mación cristiana que impregne vuestra vida cotidiana: dedi­caos a ella con generosidad, con confianza y con perseverancia.

Habéis experimentado el método del «escuchar, discernir y decidir» que vosotros mismos indicáis como referencia positiva para calificar los caminos de formación propuestos a los jóve­nes. También habéis gustado el compromiso y la belleza de ca­minar juntos, jóvenes de las parroquias, de las asociaciones, de los movimientos, de los diversos grupos de compromiso, traba­jando con el obispo para el bien de nuestra Iglesia diocesana. Confío estos bienes preciosos a las parroquias, a los arcipres-tazgos, a la Acción Católica y a las demás asociaciones eclesia-les, a la Delegación de Pastoral Juvenil y a los demás organis­mos diocesanos que trabajan con los jóvenes y para los jóvenes.

A todos vosotros, en cambio, en el momento en que trans­mitimos el símbolo de la fe, mirando en particular a las gene­raciones nuevas, desearía confiaros tres consignas decisivas. Son las mismas que el evangelista Lucas confió a la comuni­dad cristiana a través de la página de Zaqueo. Que esta sólida tradición os acompañe, alimente vuestra vida y sea el alma de vuestro futuro: buscad a Jesús, que viene a salvar lo que está perdido; construid esperanzas nuevas de vida común; perma­neced cerca de los pobres al servicio del mundo.

3. Buscad a Jesús

Ante todo, la primera consigna: buscad a Jesús, el autor y el perfeccionador de la fe (cf. H b 12,2). Zaqueo quería ver a Jesús. Supo percibir la ocasión de un paso irrepetible: este en­cuentro cambió su vida. Zaqueo quiere ver, quiere conocerlo, quiere saber quién es; no está habituado a su presencia y a su modo de actuar, pero intuye que Jesús tiene algo de misterio-

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8. - NO TENGÁIS MIEDO DE SER SANTOS

so y de fascinante. Zaqueo es un hombre que se siente peque­ño, demasiado rico, pero tiene una curiosidad sana y está deci­dido a intentarlo.

«Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publí­canos y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se ade­lantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí» (Le 19,2-4).

Tened la fuerza de buscar a Jesús. Algo atraía irresistible­mente a Zaqueo hacia él; pero también había algo que le ha­cía sentirse muy distante de él. Tal vez su modo de vivir y de actuar hacía que se sintiera a disgusto, inadecuado, como mu­chos jóvenes hoy: él, un publicano, tan seguro en sus aspira­ciones, tan incoherente, tan solo e insatisfecho en sus relacio­nes. No era uno de los de Jesús. No se atrevía y, sin embargo, estaba preparado para creer. Una fuerza irresistible le da valor para subir, intentarlo y tratar de ver a Jesús.

A veces nos sentimos pequeños, no nos sentimos a la altu­ra de las situaciones; con frecuencia somos pocos. Es necesario subir al árbol, escuchar la Palabra del Señor, recibir su invita­ción y entrar en una relación singular con él.

Vosotros habéis hecho este esfuerzo, habéis difundido esta divina curiosidad; en vuestro corazón se ha movido una ener­gía nueva, un bienestar, una voluntad extraordinaria de bien que os inducirá a nuevas y precisas decisiones. El Señor ha ve­nido y os ha llenado de alegría.

Estad alegres por ser cristianos

Sentios contentos de ser cristianos; quien se deja alcanzar por el Señor está alegre. No estéis excesivamente preocupados por muchas cosas; buscad, con una regla de vida, los signos con­cretos con los cuales podéis permanecer cerca del Señor. Edú­caos vosotros mismos en itinerarios reales de ascesis y de con­versión, superad la indigencia de ser un rebaño pequeño.

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Expresaos con serenidad y seguridad, gozosos por vivir co­mo cristianos en el mundo, porque el testimonio no es una propaganda superficial e inmediatamente vencedora, sino que es ante todo la convicción agradecida de un don recibi­do, un bienestar que se ha de difundir, una alegría que se ha de experimentar.

Buscad a Jesús en la vida cotidiana: la familia, los amigos, el estudio, el trabajo y la universidad son los primeros lugares de vida en los que se puede encontrar al Señor. Mantened el compromiso de la oración diaria de la mañana y de la tarde, construid los rasgos cordiales y gozosos de vuestro tempera­mento; estad siempre dispuestos a buscar y ayudar concreta­mente a las personas; mantened viva la inteligencia con un pensamiento vivo sobre las cosas y sobre el mundo; disponeos para la caridad: la caridad es un don de Dios y es un servicio a los hermanos. En todo esto se juega ante todo vuestra viven­cia como cristianos.

Vosotros deseáis mucho que vuestra fe pueda incidir en la vida en un estilo de fraternidad entre creyentes y no creyentes; vosotros sentís la necesidad de relaciones más significativas también entre los que están lejos de nuestras realidades ecle-siales. Asimismo, las experiencias de voluntariado son a me­nudo lugares propicios de relaciones profundas, auténticas pa­lestras de interrogantes existenciales, donde las preguntas fun­damentales sobre la vida se convierten en ocasiones fecundas de perspectivas vocacionales.

Custodiad la Palabra

Sostened el primado de la Palabra y custodiad la Biblia en el corazón; os la confío como el don más hermoso: en mi vida, la Biblia me ha acompañado siempre en la alegría y en el discer­nimiento, en la preocupación y en la esperanza, y me acompa­ñará siempre. Custodiad la Palabra y con la Biblia rezad tam­bién por mí.

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8. - NO TENGÁIS MIEDO DE SER SANTOS

Entrad con confianza y con amor en el tercer milenio y lle­vad esta preciosa herencia. La constante proposición de la práctica de la lectio divina me ha acompañado siempre en mi ministerio episcopal, y me he sentido consolado al ver que mu­chos jóvenes y muchas comunidades han entrado progresiva­mente y con fruto en las páginas de la Escritura, y a partir de ella han tomado decisiones y orientaciones de vocación y de vida.

Doy las gracias sinceramente y de corazón a todos aquellos que han colaborado conmigo en estos años para la difusión de la Palabra, en las numerosísimas iniciativas y en el intenso tra­bajo de la pastoral juvenil.

El don de la oración

Pedid el don de la oración para poder ver a Jesús, porque [...] la oración es el lugar de la comunión íntima con Dios y fuen­te de la alegría que todo joven es llamado a expresar con su propia vida.

Que los sacramentos de la eucaristía y de la reconciliación sean el sustento de vuestra fe. Con la Palabra y con los sacra­mentos viviréis un encuentro real con Jesús y seréis impulsa­dos a nuevas formas de caridad, en ligereza y sencillez de co­razón, con inteligencia y prudencia. Sostened en las comuni­dades cristianas la belleza de las celebraciones, con lenguajes y estructuras que no sean un peso, sino que por el contrario ha­gan más visible el Espíritu.

Pienso con agradecimiento en los jóvenes que en estos años han encontrado su camino aprendiendo de Jesús: muchos de ellos han llegado a ser adultos en la fe mediante los Ejerci­cios espirituales, con la ayuda de una regla de vida, a través del Grupo Samuel, la Escuela de la Palabra y el compromiso con­tinuo en caminos de discernimiento sobre la cultura contem­poránea. Sólo el don de la oración, practicado con fidelidad y perseverancia, hace gustar el misterio de Dios e ilumina las elecciones fundamentales de la vida.

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4. Bajo la mirada de Jesús

Quiero confiaros una segunda consigna: construid experien­cias de vida fraterna según la tradición más verdadera de nues­tras comunidades. Para que la Palabra de Dios sea escuchada se necesita un contexto comunitario, y la eucaristía necesita una mesa alrededor de la cual compartir la vida. Jesús encon­tró a Zaqueo en su casa.

«Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: "Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa". Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: "Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador"» (Le 19,5-7).

A Jesús no le preocupa dirigir de inmediato a la multitud; quiere a todos, pero cuida particularmente a alguno. Jesús si­gue su pensamiento más profundo, el de ir derecho al corazón de Zaqueo: quiere entrar en su casa. No quiere que este en­cuentro sea como uno de tantos, sino que desea crear contex­to, quiere dejar una huella; no se deja detener ni por el hecho de que Zaqueo es un pecador, ni tampoco por el hecho de que la gente pueda murmurar. Jesús prepara a Zaqueo para una pausa prolongada, un habitar continuo, un morar con él.

Sed acogedores

Sed acogedores, abrid vuestros contactos, vuestras relaciones humanas. Aprended a saludar, a entablar nuevas amistades, a ampliar el número de los conocidos y los amigos.

Con Zaqueo, Jesús celebra el misterio de toda acogida hu­mana real. Que en vuestras relaciones haya espacio para quien comparte ya la alegría del Evangelio, pero también para quien está más lejos, por formación, por tradición, por historia per­sonal, por contexto familiar, por situación eclesial. Sed capaces de acoger a los hermanos en la fe, pero también a los herma­nos en la humanidad.

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8. - NO TENGÁIS MIEDO DE SER SANTOS

Hace falta atención comunitaria y entrega personal para que los lugares de la comunidad cristiana sean una encrucija­da más expedita, más ligera, más capaz de entrar en las verda­deras necesidades de los jóvenes y los muchachos de hoy. No es una tarea fácil y es ante todo un camino de educación per­sonal. Muchos no se esperaban nada de Zaqueo y, sin embar­go, Jesús da a este hombre una nueva esperanza, le cambia la vida y le llena de alegría. Zaqueo se ha sentido buscado, lla­mado, conocido y acogido.

Formas nuevas de vida fraterna

Sentid la alegría de tener una casa común, una domus ecclesiae. Que sea más un contexto que un edificio, un lugar permanen­te de encuentro, días de vida compartida en los que se respire un estilo de fraternidad, de trabajo y de oración; tiempos co­munes dentro de la vida ordinaria, para aprender a hacer bien las cosas de todos los días, y para interpretar juntos la Palabra y la cultura contemporánea, con la inteligencia de la fe y con el deseo de dialogar con todos.

Que todas nuestras comunidades cristianas estén atentas a las exigencias juveniles de vida común, sabiendo que los jóve­nes, hoy más que nunca, necesitan formación inteligente y afectiva, para apasionarse por el Señor, por la comunidad cris­tiana y por los fermentos evangélicos diseminados entre sus coetáneos en el mundo.

Ciertamente, alguna estructura tendrá que ser transforma­da, algún contexto nuevo de encuentro tendrá que ser inven­tado, con creatividad y sabiduría, para que sean lugares de au­téntico conocimiento del Señor y gozoso compartir fraterno. La Palabra de Dios necesita un terreno bueno y la eucaristía necesita una casa.

Los vínculos afectivos

Habéis expresado vuestro justo deseo de comprender y de vi­vir el verdadero sentido de vuestra afectividad y de la sexuali-

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SEGUNDA PARTE: CENTINELAS DE LA MAÑANA

dad humana. Hoy, los vínculos afectivos ocupan un espacio muy intenso en la relación juvenil; y a veces las relaciones de pareja sustituyen demasiado precozmente y con duración va­riable a otros vínculos que se han vuelto demasiado débiles, como, por ejemplo, el vínculo con los padres y los familiares, los vínculos sociales o las relaciones con el grupo de amigos.

Que la comunidad cristiana pueda ayudaros en esta esfera tan relevante de la vida a estar menos solos, mediante una sa­bia y actualizada descripción de la evolución del amor, con la aportación de las ciencia humanas, con el acompañamiento in­dividual discreto y sincero, con la sabiduría pedagógica de la tradición ética cristiana.

A veces, no os resulta fácil comprender las sugerencias de la Iglesia: ahora sabéis que las indicaciones morales que deben orientar el comportamiento son un fruto de la gracia; piden verdaderamente un cierto sacrificio de la voluntad, pero son un don que os ayuda a crecer y a permanecer fieles en el amor. Es­tas orientaciones tienen que ser explicadas y comprendidas con inteligencia, iluminadas a la luz de una búsqueda madura del sentido del amor, expresado en el bienestar o en el malestar de la vida contemporánea.

El Señor quiere que vuestro amor sea singular, fiel, capaz del don grandísimo de vosotros mismos, cuerpo y alma, en la sin­gularidad de cada vocación. Amad el matrimonio y tened en al­ta estima la virginidad cristiana: ambos son signos del amor de Dios que no abandona nunca a su pueblo. Considerad el amor como una auténtica vocación que se ha de buscar, con profundo discernimiento y con valor evangélico. Amad la castidad, que es fuerza interior y capacidad de espera, dominio de sí y preámbu­lo de fecundidad. Reflexionad y poned vuestra voluntad en la exploración de estos aspectos de la vida, con rigor, con capaci­dad crítica, con profunda honestidad. La Iglesia os acompaña con infinita comprensión y con propuestas precisas, que son la expresión de la solicitud educativa que cultiva para con vosotros. Ya para el pueblo de Israel, tener puntos fijos de referencia era una ayuda preciosa en el momento de atravesar los desiertos.

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8. - NO TENGÁIS MIEDO DE SER SANTOS

Amad a la Iglesia

Mediante el bautismo, la Iglesia os ha engendrado para la fe que hoy os entrega; y os ha custodiado, revelándoos el miste­rio de Cristo y el amor misericordioso del Padre. En la Iglesia, el Espíritu Santo os acompañará. Sé que deseáis contar con hombres y mujeres espirituales que os ayuden con disponibili­dad y cariño a orientar vuestras elecciones cotidianas, a dirigir vuestras decisiones definitivas hacia el discernimiento y la ex­periencia plena de vuestra vocación. Toda la comunidad cris­tiana debe sentir la urgencia de este acompañamiento de los jóvenes en las formas más diversas y en la práctica de la direc­ción espiritual. Vosotros amáis a la Iglesia y en ella no os sen­tiréis nunca solos. Podéis ser en la Iglesia adultos en la fe y participar en primera persona en algún ministerio. Orad por vuestra vocación.

Hoy, la Iglesia está buscando caminos nuevos para anun­ciar el Evangelio, y os necesita. Hemos visto vuestro compro­miso y la capacidad de escucharos mutuamente, y alentamos el estilo fraterno que habéis mostrado en vuestra convivencia du­rante el itinerario de los «Centinelas de la mañana».

Los obispos italianos os invitan a comunicar el Evangelio en un mundo que cambia: que vosotros podáis ser estos anun­ciadores, que podáis ser los protagonistas de este nuevo mun­do que se abre ante vuestra vida. «El Evangelio es el don más grande del que disponen los cristianos. Por eso deben compar­tirlo con todos los hombres y las mujeres que están buscando razones para vivir»33. Mostrad a vuestros coetáneos, a vuestros compañeros de estudio y de trabajo, el verdadero rostro de la Iglesia.

33. Conferencia Episcopal Italiana, Comunicare il Vangelo in un mondo che cambia, n. 32.

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SEGUNDA PARTE: CENTINELAS DE LA MAÑANA

5. Cristianos para el mundo

Por último, os confío una tercera consigna: permaneced cerca de los pobres, los pobres de todas las categorías (pobres de pan, de afecto, de cultura, de libertad, de salud...), mediante la re­lación personal y a través de una entrega convencida a las ins­tituciones civiles.

«Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: "Daré, Señor, la mi­tad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a al­guien, le devolveré cuatro veces más"» (Le 19,8).

Tenéis una gran capacidad de iniciativa para construir el mundo. Jesús suscita en Zaqueo un deseo de actuar y obrar limpiamente. Zaqueo queda liberado de todas sus reservas y de sus miedos; sale de nuevo al descubierto, ya no se oculta, reco­noce sus errores y espera en el don.

Amad nuestras ciudades y nuestro país, y abrios a las di­mensiones del mundo. Estudiad y sed competentes en vuestra profesión, sed hombres y mujeres de justicia, gente que auxilia de verdad a quien necesita presencia y ayuda.

La dimensión civil de la vida

Aprended a tomar en serio la dimensión civil de la vida, por­que quien encuentra a Jesús sabe evitar el fraude y sabe sufrir generosamente en su propia carne. Participad con fruto en los cursos de formación social y política, y asumid progresiva­mente, en diferentes niveles, las primeras responsabilidades públicas.

Amad el mundo profesional, la cultura humanística y la científica, los nuevos campos de la economía, la informática y la bioética, para que estén siempre al servicio del hombre. Construid en vosotros una sólida conciencia de la dignidad de la persona y del valor de lo público, y un vivo deseo de parti­cipación social.

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8. - NO TENGÁIS MIEDO DE SER SANTOS

Estad cerca del sufrimiento y del dolor del mundo. El mis­terio del dolor y de la muerte exige una justa ubicación en el marco de la vida y de sus expresiones; vosotros os habéis com­prometido personalmente a estar cerca de quien sufre, a visitar a los enfermos, a ser solidarios en el duelo, a no dejar a nadie solo en estos momentos dramáticos de la existencia. Que vues­tra sensibilidad humana sea un ejemplo para todos.

Trabajad por la paz, sabiendo -como ha dicho el papa Juan Pablo I I - que no hay paz sin justicia y sin perdón. Habéis es­crito que la paz nace de una exigencia interior, para crecer des­pués en los contactos y en las relaciones cotidianas, y se ex­tiende hacia la superación de todo conflicto y de toda discri­minación, de toda violencia y de toda injusticia, entre las per­sonas, entre los grupos, las comunidades y los pueblos. Cultivad la información y el diálogo, construid una cultura de la paz.

Un alma universal

Atravesad la ciudad contemporánea con el deseo de escuchar­la, de comprenderla, sin esquemas restrictivos y sin miedos in­justificados, sabiendo que es posible conocerla juntos en su va­riedad diversificada, en la red de amistades y de encuentros, en la colaboración entre los grupos y las instituciones. Favoreced las relaciones entre personas que son diferentes por historia, por proveniencia, por formación cultural y religiosa.

Que podáis ser el fermento y los promotores de nuevas «ágoras» donde se pueda dialogar también con quienes pien­san de otra manera, en una búsqueda apasionada y común. Debemos crear plazas nuevas entre nuestras casas, en las que haya, en un clima de respeto mutuo, verdaderas posibilidades de entendimiento entre el hermano, el ciudadano y el extran­jero, según las exigencias actuales de la vida, del estudio y del trabajo.

Es necesaria una mayor educación en la dimensión mun­dial que favorezca una integración real entre culturas y reali-

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SEGUNDA PARTE: CENTINELAS DE LA MAÑANA

dades humanas, sin detenerse en ocasiones esporádicas, sino realizando experiencias constantes de apertura y de acogida hacia renovadas integraciones eclesiales y sociales. Tened un alma universal.

6. Hoy, la salvación

«Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, por­que también éste es hijo de Abrahán, pues el Hijo del hom­bre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido"» (Le 19,9-10).

Hoy la salvación entra en vuestra casa. Sed capaces de mantener la vitalidad espiritual, porque la salvación viene a ve­ces de manera inesperada; en situaciones complejas sabe en­contrar caminos derechos, no demasiado programables, sino fruto de la generosidad, de una preparación asidua y de un sa­bio y sereno discernimiento. La salvación se nutre de confian­za, de diálogo, de paciencia y de trabajo. La salvación se insi­núa en las instituciones y en los contextos de hoy, entra en to­das las casas que saben acoger de verdad.

Mantened siempre unidos el cuidado de las comunidades y la atención a la vida civil. Hay lugares que parecen impene­trables, perdidos, arruinados para siempre, inaccesibles al Evangelio: tened confianza, id al encuentro del mundo con­temporáneo, os necesita y os espera. El Hijo del hombre ha ve­nido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. No hay nada perdido que no se pueda salvar.

Con el valor y la confianza de Jesús, ¡atravesad la ciudad! No tengáis miedo de ser los santos del nuevo milenio.

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TERCERA PARTE

Jóvenes corresponsables en la misión

Se recogen aquí algunos discursos dirigidos por el cardenal Mar-tini a los jóvenes de Acción Católica de Milán, con ocasión de sus encuentros diocesanos.

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1 Los cinco secretos del creyente

ICE Jesús cuando se aparece a los once apóstoles después de la resurrección:

«Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstos son los signos que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aun­que beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien» (Me 16,15-18).

Si examinamos en profundidad estos cinco signos-secretos del creyente34, advertimos que se trata de cinco realidades un poco incontrolables y, de algún modo, hostiles, de las que se tiene miedo: demonios, lenguas nuevas, serpientes, venenos y enfermos. También la enfermedad crea ansiedad, porque se te­me el contagio y, además, no es fácil ocuparse de un enfermo.

Este es, entonces, vuestro secreto: vosotros queréis ir con­tracorriente superando los miedos, la pereza, las dificultades, evitando los tópicos, civiles o eclesiásticos.

El secreto de ir contracorriente es propio de quien se fía, no de quien confía en sí mismo. Quien confía en sí mismo no agarra serpientes con la mano, pero quien se fía del Señor

34. Homilía del cardenal arzobispo en la celebración eucarística para la fies­ta de los jóvenes de Acción Católica «Monzagiovani '88», Monza, so­lemnidad de la Ascensión, 15 de mayo de 1988.

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TERCERA PARTE: JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

Jesús, que está a la derecha de Dios y obra junto con nosotros, puede realizar acciones valerosas.

El Evangelio dice que los discípulos expulsan demonios, beben venenos y agarran serpientes -de modo que tanto unos como otras se vuelven inofensivos-, hablan lenguas nuevas y se acercan a los enfermos con amor.

Tal vez sea útil tratar de hacer una traducción simbólica de estas cinco realidades.

1. Imponer las manos a los enfermos

Ir contracorriente imponiendo las manos a los enfermos y de­volviéndoles la salud significa una verdadera, individual -de hecho, se les imponen las manos uno a uno-, auténtica y di­recta cercanía al hombre con sus enfermedades, sufrimientos y dificultades, aceptándole tal como es, estando cerca de él, im­poniéndole las manos con amor y con fe porque, no por nues­tro poder sino únicamente en el nombre de Jesús, pensamos que podemos ayudar a alguien.

Vuestro ir contracorriente es la cercanía al ser humano y a todas las situaciones humanas cotidianas más miserables, más abandonadas; las situaciones de la parroquia y del barrio en las que nadie piensa, porque no tienen etiqueta ni color, sino que son grises.

2. Expulsar demonios

A los demonios, en cambio, no hay que acercarse, sino recha­zarles. ¿Cuándo dice Jesús a Pedro: «Apártate, Satanás»? Cuan­do Pedro es hipócrita. Desearía estar con Jesús, pero no acep­ta el mesianismo de la cruz, sino que se hace una religión a su medida, una religión fácil.

Porque queréis ir contracorriente, rechazáis abiertamente todo mesianismo ideológico, fundado únicamente en el éxito

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1. - LOS CINCO SECRETOS DEL CREYENTE

inmediato. Rechazad las formas de hipocresía civil y eclesiásti­ca que son medios ocultos para llegar al poder; tratad de servir con amor alejando con valor toda tentativa de religión fácil.

3. Hacer frente a las serpientes

Aquí es necesario tener mucha humildad, para no ser encan­tadores de serpientes que después resulten devorados. ¿Cómo definir las «serpientes»? Cada uno puede proponer sus refle­xiones, porque la Escritura es un inmenso y maravilloso juego de símbolos que indican la vida cotidiana transformada por el misterio de Dios.

Yo leo en la «serpiente» la idea de que es preciso aprender a agarrar con la mano lo que llamamos las complejidades de la modernidad, de las que nos sentiríamos tentados de alejarnos con soluciones simplistas, tal vez de naturaleza espiritualista e intimista.

Por el contrario, hay que agarrar con la mano la serpiente de la complejidad diciendo: no tengo miedo, me enfrento a ti. Esto exige esfuerzo, organización, requiere también un servi­cio institucional, aceptación de la complejidad de la sociedad y de la estructura eclesiástica. No obstante, es posible agarrar la serpiente con la mano y, más aún, sabemos que, puesta en el mástil, se convierte incluso en el símbolo de la cruz, de la salvación.

4. Hablar lenguas nuevas

Son todos los lenguajes de la cultura contemporánea y no hemos de tener miedo de aprenderlos. Las lenguas nuevas no son las jergas fáciles, con las que algunos se entienden entre sí y otros quedan excluidos. Nosotros no queremos re­chazar la multiplicidad de los dialectos y de las lenguas, si­no aprender a expresarnos en todas las formas de nuestra so-

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TERCERA PARTE: JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

ciedad, de la civilización, de la cultura, sin considerarlas a priori demonizadas.

Hace falta, por tanto, inteligencia, discernimiento y estu­dio. Id contracorriente rechazando los «programas de traduc­ción automática», rechazando las soluciones fáciles y afrontan­do el esfuerzo de la formación, de encontrar nuevos lenguajes y concepciones, para llegar a conocer las diferentes lenguas.

5. Beber el veneno

El veneno es, en mi opinión, la soledad, el individualismo. Te­nemos que beberlo aceptando un poco de esa soledad junto a Jesús. Id contracorriente en la medida en que aceptáis el hecho de no juntaros inmediatamente con otros y haced un valeroso trabajo de camino interior, afrontando la soledad en sus raíces y llegando así a ser capaces de escuchar todas las soledades, de be­ber el veneno de la soledad contemporánea, que aflige a tantas personas haciéndolas neuróticas e incapaces de comunicarse

Si vivimos con seriedad los momentos de desierto, de con­templación solitaria, sabremos beber el veneno de la soledad del otro sin ser contagiados por ella, sino contribuyendo a des­contaminar la atmósfera del aislamiento y llevando semillas de serenidad, de bondad y de comunión.

6. Amigos de Jesús

Vosotros, pues, sois aquellos que «se atreven a remar contraco­rriente cuidando del conjunto de la vida y de la misión de la Iglesia local estrechamente unidos a los pastores». Sois quie­nes luchan en la cotidianidad contra el veneno y la tristeza de la soledad, contra la serpiente de la complejidad; contra la hi­pocresía que amenaza la cotidianidad; contra la enfermedad de la apatía y de la tibieza o de la negligencia en el ámbito de la parroquia o del grupo. Y si os remontáis aguas arriba, podréis

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1. - LOS CINCO SECRETOS DEL CREYENTE

tener la alegría de encontrar la fuente profunda, los orígenes de todo.

Los orígenes son sencillos, porque la fuente que sacia la sed sin medida es el llegar a ser amigos de Jesús. Conocerle pa­ra amarle, buscar su compañía, descubrirle en los Evangelios, en la eucaristía, en los hermanos. Son palabras que los adultos os han escrito en su carta, y son verdaderas. Jesús es una per­sona viva, la más viva de todos, y es nuestra luz, nuestra espe­ranza, nuestra paz, nuestra verdadera alegría, «la plenitud que deseamos, la recapitulación de todos nuestros deseos, el senti­do último de todo el amor que queremos recibir y dar».

Por eso, ahora nos ponemos en actitud de oración y de ofrenda, para dejarnos atraer por aquel que es cabeza de la his­toria y de la humanidad y que, sentado a la derecha de Dios, precisamente ahora, está haciendo irresistiblemente de noso­tros una sola cosa con él.

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2 La esperanza está en nosotros y en medio de nosotros

1. La esperanza está en torno a nosotros

A JLLNTE todo desearía decir que existe la esperanza. Basta pensar en lo que ha sucedido recientemente en Praga, en las palabras de saludo dirigidas por Havel, presidente de Checos­lovaquia, al papa35: «En una de sus poesías, usted pregunta: ¿acaso puede la historia ir contra el curso de la conciencia? Es evidente lo que usted quería decir con esta exclamación: que la historia no puede ir contra el curso de la conciencia. Ha teni­do razón y junto a usted han tenido razón todos aquellos que no habían perdido la esperanza».

Y el Santo Padre, en la misma ocasión de la visita a Che­coslovaquia, afirmó, entre otras cosas, en un discurso a los jó­venes: «Vosotros habéis vencido el miedo, habéis encontrado una nueva confianza, un nuevo valor para vivir en la verdad, para vivir bebiendo de los valores espirituales».

La esperanza, por tanto, existe, está en torno a nosotros, tenemos muchos signos de su presencia.

35. Intervención del cardenal arzobispo de Milán en el Sacro Monte de Várese, fiesta de los jóvenes de Acción Católica «Varesegiovani '90», 27 de abril de 1990.

Aquí, en particular, Martini se refiere a la histórica visita de Juan Pablo II a Checoslovaquia, en abril de 1990.

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2. - LA ESPERANZA ESTÁ EN NOSOTROS Y EN MEDIO DE NOSOTROS

2. La esperanza está también lejos de nosotros

Por otro lado, pensando en las ciudades de la llanura que do­minamos desde este monte, tenemos que añadir, no obstante, que la esperanza está también lejos de nosotros. Todo joven que se rinde ante la monotonía de la vida, que trata de exorci­zarla de manera violenta..., toda resignación, toda monotonía de nuestras vidas y de nuestras parroquias, todo acto de cerra­zón, de vileza, todas las formas de encerrarnos en nuestro cas­carón. .. todos ellos son gestos más o menos grandes de deses­peración, algunos extremos, otros cotidianos, pero siempre do­lorosos y tristes.

3. La esperanza es Cristo resucitado

Al encontrarnos frente a los signos de esperanza innegables que vemos cerca de nosotros y en toda Europa, y frente a los signos de resignación y de desesperación que suben de tantas ciudades, nos preguntamos: ¿qué es la esperanza?

1. Empezamos diciendo -con la ayuda de san Pablo, según el cual lo que vemos no es objeto de esperanza- lo que no es es­peranza. Por ejemplo, no es esperanza un simple optimismo que me hace decir: no me va tan mal en la vida, de algún modo me las arreglo, al final tengo un saldo positivo. A lo sumo, es una valoración de una situación feliz que el Señor nos ha dado.

En efecto, san Pablo afirma que la esperanza crece en la caducidad, es decir, donde hay un mundo que sabe que está condenado a morir. La esperanza no es cerrar los ojos frente a un fin ineludible, para contentarse con poco; no es negarse a mirar una historia que se va degradando, pensando que, en el fondo, yo estoy bastante bien.

2. La esperanza es, según las palabras de Pablo, escuchar la re­velación de los hijos de Dios, esperar la gloria futura. Es antes

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TERCERA PARTE: JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

que nada dirigir los ojos a la vida que nos viene de Cristo, que está más allá y por encima de todo lo que nos decepciona y se nos escabulle entre las manos. En este sentido, la esperanza es don gratuito de Dios, es aceptación de ese don, es mirar al futuro también en un mar de oscuridad; no depende, por tan­to, de condiciones externas más o menos favorables. Depende de saber dirigir la mirada hacia lo alto, hacia la gloria que inunda a Cristo y a nosotros en él. La esperanza es fijar los ojos en Cristo resucitado, que está más allá de toda corrup­ción y mortalidad.

A partir de aquí, la esperanza es también apertura de los ojos, para ver cuándo y cuánto desde ahora esta fuerza, que es­tá por encima de la historia, obra dentro de ella y la atrae a sí. Cuando existe tal esperanza, llegamos a ser capaces de mirar alrededor y de ver los signos de Cristo resucitado en medio de nosotros.

4. Los signos de la esperanza

Los signos de Cristo resucitado no los encontramos necesaria­mente donde hay éxito y optimismo, donde todo va bastante bien. Si la esperanza es verdadera, sabe bajar los ojos hacia las realidades negativas de la vida, viéndolas a la luz del Reino. Entonces la esperanza es de los pobres, de los hambrientos, de los que lloran, de los perseguidos, a quienes Jesús llama «bie­naventurados». Porque para ellos ante todo hay esperanza y para ellos hay una perspectiva sobrecogedora.

La esperanza, por tanto, está presente allí donde una si­tuación negativa es leída con un amor más grande que la muerte, a la luz de Aquel que ha vencido a la muerte; y donde toda situación positiva es leída en su tensión hacia la plenitud, que es el poder mismo del Resucitado.

Por esto os preguntaréis dónde está la esperanza y busca­réis los lugares donde se encuentra.

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2. - LA ESPERANZA ESTÁ EN NOSOTROS Y EN MEDIO DE NOSOTROS

Os doy las gracias porque tenéis el valor de buscar estos lu­gares de la esperanza también donde hay sufrimiento y triste­za: en las cárceles, en los hospitales, en los hermanos discapa­citados, en las personas solas y abandonadas. Vosotros no olvi­dáis que la esperanza expresa su poder en primer lugar allí donde humanamente nosotros no lo pondríamos.

Y vuestras elecciones de los lugares de esperanza han con-mocionado a muchas personas que se han asombrado; vosotros daréis, en estos días, el testimonio de que se trata realmente de lugares de esperanza.

5. Un deseo

Mientras os confío a otros testimonios de la esperanza36, que podrán hablaros con profundidad de este misterio, os dejo con un doble deseo. El deseo de que conduzcáis a muchas perso­nas de la ciudad de Várese, que nos hospeda y nos acoge, a des­cubrir estos lugares de la esperanza. Pero tendréis que descu­brirlos ante todo vosotros mismos viviendo estos días como un nuevo modo de ver y juzgar la realidad.

Y después el deseo de conmocionar a muchos jóvenes que desperdician estas posibilidades, que no saben reconocer la es­peranza. Desearía que muchos jóvenes de la diócesis pudieran estar con vosotros y escucharos, que pudieran orar con vosotros.

Pido que las antorchas que esta noche llevaréis a la ciudad puedan iluminar a otros muchos corazones.

Pido que seáis testigos de esperanza en Várese y en toda la diócesis.

Pido, como he hecho ya en la Traditio Symboli y como pe­diremos de nuevo durante el camino de Pastoral juvenil y en

36. Durante la vigilia de oración en el Sacro Monte de Várese, los jóvenes de Acción Católica escucharon también los dos testimonios de la comuni­dad monástica de las Hermanas ambrosianas (monjas de San Ambrosio) y de Jean Vanier, fundador de las comunidades de «El Arca».

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TERCERA PARTE: JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

la Escuela de la Palabra, que muchos jóvenes puedan ser esti­mulados por estos signos de esperanza que hay en el mundo, por estos signos que sois vosotros.

Pido a María, madre de la esperanza, que nos abra el cora­zón, para que seamos capaces de captar los maravillosos signos de esperanza en los que estamos inmersos todos los días.

Pido que podamos ser testigos y signos de esperanza para todas las personas con quienes nos encontramos.

Por último, pido una oración por los encuentros que esta­mos teniendo en la catedral -en los viernes durante el domin­go de Pascua de resurrección y el de Pentecostés- y en los que participan personas lejanas, no creyentes o en búsqueda.

El Señor os conceda captar en vuestro corazón el mensaje de la esperanza, comprender la necesidad de ver sus signos en el día de hoy, y llevar ampliamente el anuncio de este mensaje durante estos días a esta ciudad.

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3

Participar en la caridad de Dios

l\.BRE nuestro corazón, Señor, para conocer las maravillas de tu Palabra. Abre nuestro corazón y haz que arda, como cuando explicaste las Escrituras a los dos discípulos que iban de camino a Emaús. Acércate a nosotros en nuestro camino y explícanos las Escrituras.

Estamos totalmente seguros de que el Señor camina con nosotros y abre nuestro corazón para que podamos compren­der las maravillas de su Palabra37.

1. ¿Qué quiere decir «abrir el corazón»?

Queremos reflexionar sobre algunos versículos de la segunda parte de la Carta a los Romanos (cf. Rm 12,9-18), que empie­za en el capítulo 12 y habla de las consecuencias que brotan de la teología expresada en la primera parte, del capítulo 1 al ca­pítulo 11 (el deber ser brota del ser, el vivir una nueva vida bro­ta del hecho de ser una criatura nueva).

Con todo, la segunda parte no es simplemente un corola­rio de la primera, que es la parte dogmática; se trata más bien de verificar la doctrina, de mostrar que es verdadera en su ca­pacidad de suscitar en nosotros un nuevo modo de ser en la fe y, por la gracia, en la caridad.

37. Meditación en la fiesta de los jóvenes de Acción Católica «Leccogiova-ni», Lecco, iglesia de San Nicoló, 8 de mayo de 1992.

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TERCERA PARTE: JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

Nos acercaremos, por tanto, al pasaje con que da comien­zo la parte ética o moral de la carta, con la pregunta propia de estos días de la «Leccogiovani»: ¿qué quiere decir «abrir el corazón»?

2. El contexto de Romanos 12,9-18

En primer lugar, tratemos de situar el pasaje en su contexto. Pablo describe sintéticamente la vida cristiana como una gran ofrenda personal: «Ofreced vuestros cuerpos», vuestra historia cotidiana, vuestras vicisitudes, «como un sacrificio vivo» (cf. 12,1-2). Después subraya el tema de la comunidad cristiana, del cuerpo eclesial en el que cada uno tiene una misión que cum­plir, donde los carismas son unos para otros (cf. versículos 3-8).

En este punto encontramos nuestro pasaje, que responde a la pregunta: ¿cuál es la verdadera caridad? ¿Qué significa «abrid el corazón»?

«Vuestra caridad sea sin fingimiento: detestad el mal con horror, adherios al bien; amaos cordialmente los unos a los otros; competid en el afecto mutuo. No seáis negligentes en el celo; sed fervientes en el espíritu; servid al Señor. Sed ale­gres en la esperanza, fuertes en la tribulación, perseverantes en la oración, solícitos por las necesidades de los hermanos, atentos en la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen, bendecid y no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros; no aspiréis a cosas demasiado altas; ple­gaos más bien a las humildes. No os hagáis una idea dema­siado alta de vosotros mismos. No devolváis a nadie mal por mal. Tratad de realizar el bien ante todos los hombres. Si es posible, en cuanto de vosotros dependa, vivid en paz con to­dos los hombres» (Rm 12,9-18).

A primera vista, es posible que sean palabras un poco de­cepcionantes, parece que se suceden al azar, con un elenco de actitudes y una acumulación de imperativos. En realidad, si

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3 . - PARTICIPAR EN LA CARIDAD DE DIOS

consideramos esta página con atención, descubrimos que pre­senta un cierto orden.

Por ejemplo, un orden numérico. En los tres primeros ver­sículos hay siete imperativos, que concluyen con «servid al Señor»; encontramos después otra serie de cinco imperativos, que se refieren a las circunstancias con que se vive la caridad (alegres, fuertes, perseverantes, solícitos, atentos); siguen otros siete imperativos que guardan relación con situaciones parti­cularmente difíciles, donde se pone a prueba el corazón y no sólo la mano que ayuda (bendecid y no maldigáis, alegraos, llorad, tened un mismo sentir, no aspiréis, plegaos, no os ha­gáis una idea demasiado alta de vosotros mismos); finalmente, tres exhortaciones sintéticas (no devolváis mal por mal, tratad de realizar el bien ante los hombres, vivid en paz).

A través de una disposición numérica sencilla (siete, cinco, siete, tres), Pablo expresa diversas condiciones y momentos de la vivencia de la caridad.

Tal vez sea útil notar también que en el texto original grie­go los verbos no están siempre en imperativo; hay participios de presente, gerundios y adjetivos (evitando al mal, adhirién­dose al bien, alegres en la esperanza, pacientes en la tribula­ción). N o se trata, por tanto, de mandatos, sino más bien de actitudes que describen el retrato robot del cristiano, el espejo del cristiano que abre el corazón.

En este espejo queremos mirarnos, releyendo uno a uno todos los imperativos {lectio), captando su mensaje [meditatio) y terminando con una oración (oratio).

3. Lectio de Romanos 12,9-18

1. Hay un principio general que introduce los siete primeros imperativos: el amor es incompatible con la hipocresía. Es una afirmación, una puesta en guardia general: estáte atento, por­que la caridad no puede ser una máscara detrás de la cual ocul­tas una búsqueda de ti mismo, una búsqueda de gratificacio-

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TERCERA PARTE: JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

nes para ti, o incluso tu interés. Puedes hacer gestos de cari­dad sin abrir el corazón, y en este caso eres hipócrita. Parece, por tanto, que Pablo dice al principio: «Fuera la máscara».

¿Pero cómo podemos saber que nuestra caridad no es una máscara, sino la expresión de la apertura del corazón? Éstos son los siete imperativos que indican la apertura del corazón.

- «Detestad el mal con horror». Por ejemplo, el horror de es­tos días38, el disgusto de la opinión pública por los escán­dalos políticos y administrativos, es un hecho positivo. Aborrecer las tramas inicuas, las asociaciones perversas, es un movimiento justo de caridad.

- «Adherios al bien», adherios a él como una especie de fu­sión amorosa; sed una sola cosa con el bien, no os dejéis despegar de él por miedo o por complicidad.

- «Amaos cordialmente, con amor de hermanos», como miembros de una sola familia.

- «Competid en el afecto mutuo». La exhortación parece obvia, pero no es tan fácil aplicarla de verdad, es decir, abrir el corazón, y decir al otro: «Tú vales más que yo, y eso me alegra».

- «No seáis negligentes en el celo». El celo es aquí el interés solícito por otra persona, el cuidar del otro: me importa, no me desintereso, no dejo a un lado a los demás. Este empe­ño en cuidar del otro, o en realizar lo que se nos ha con­fiado, queda especificado por el imperativo siguiente.

- «Sed fervientes», ardientes en el espíritu; no seáis tibios, apáticos, perezosos, aburridos, como quien no encuentra nunca tiempo para comprometerse y siempre sabe aducir excusas. Sed ardientes, id contra toda forma de estanca­miento, de paralización espiritual.

38. El cardenal se refiere al escándalo de Tangentopoli y a las investigacio­nes judiciales denominadas «Mani pulite» (Manos Limpias) de la déca­da de 1990.

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3 . - PARTICIPAR EN LA CARIDAD DE DIOS

- El séptimo imperativo, que concluye esta primera serie, es el decisivo: «Servid al Señor». Es decir: Pablo no está dan­do buenos consejos para regular relaciones puramente ho­rizontales, sino que quiere que veamos en toda actitud a aquel que está detrás: Jesús. Es él quien nos repite: «Me lo habéis hecho a mí»; por mí, adhiérete al bien; por mí, com­pite en el amor a los demás; por mí, sacúdete la pereza y sal de ese estado de indolencia que te hace tanto daño.

2. Siguen otros cinco imperativos, que designan circunstancias particulares (no son ya, por tanto, sólo indicaciones generales) en las que se ha de mostrar concretamente lo que significa abrir el corazón. A través de tales circunstancias se realizan las exhortaciones precedentes. Veámoslas:

- la tensión hacia el futuro cuando el presente es oscuro;

- la resistencia cuando la tribulación aplasta;

- seguir orando cuando la oración pesa; - ocuparse de otro cuando su necesidad se vuelve exigente o

molesta; - mantener la hospitalidad cuando resulta incómoda.

En estas cinco ocasiones que atraviesan la cotidianeidad (de la oración, pasando por la atención al otro, a la hospitalidad) somos llamados a hacer exactamente lo contrario de lo que ten­dríamos la tentación de hacer. Porque cuando no vemos aper­turas al futuro, nos entristecemos; cuando la tribulación nos acosa, nos deprimimos; cuando la oración pesa, la abandona­mos; cuando el hermano nos resulta molesto, le dejamos plan­tado; cuando el huésped es incómodo, le despedimos.

Abrir el corazón quiere decir actuar a la manera de Dios, superando lo que es el peso de la fatiga, del disgusto, el abu­rrimiento de la oración, el cansancio que se experimenta hacia el hermano o la hermana.

Se empieza a esbozar la figura de Jesús. Es él quien no nos ha dejado plantados en el camino, es él quien nos ha acogido,

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TERCERA PARTE: JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

es él quien ha perseverado en la oración en el huerto de Get-semaní, es él quien, en la tribulación de la cruz, no se ha sen­tido aplastado, sino que ha perdonado.

3. Otro paso adelante. Después de estas cinco circunstancias difíciles, hay siete imperativos que se refieren a las disposicio­nes internas, es decir, al corazón de la caridad, no sólo a los gestos.

Estos imperativos responden a las preguntas: ¿qué debo hacer cuando alguien no me quiere y no acepta mi gesto de ca­ridad, de educación, de delicadeza? ¿Cómo estar realmente cercano a los sentimientos de otro? ¿Cómo aceptarnos entre nosotros? ¿Cómo mantener el equilibrio cuando tengo gran­des responsabilidades?

Si somos sinceros al leer estas siete nuevas exhortaciones, vemos que normalmente hacemos lo contrario de lo que ellas nos dicen.

- «Bendecid a los que os persiguen». Frente a la hostilidad nos amargamos o nos irritamos: «Pero mira cómo me tra­tan. ¡Mira cuánta ingratitud y cuánta maldad hay en la gente, en el mundo!». Pablo dice: alegraos, bendecid, dad gracias, no maldigáis. Francisco de Asís hablará de la «per­fecta alegría».

- «Alegraos con los que se alegran». Aun cuando hagamos muchas cosas por los demás, a menudo no compartimos nuestros sentimientos, y entonces, si alguien ríe, pensamos: ya se siente feliz, ya está contento así; y nos ocupamos de otra cosa, no reímos con él. Pablo nos hace saber que esto no es caridad, porque caridad significa compartir.

- Lo mismo vale para el imperativo siguiente: «Llorad con los que lloran». Quizás ayudemos a la persona que llora, pero no lloramos con ella.

- «Tened un mismo sentir los unos para con los otros»; es decir, interesaos también por quienes están junto a voso­tros, tratad de encontrar tiempo para los de casa.

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3 . - PARTICIPAR EN LA CARIDAD DE DIOS

- No aspiréis a cosas demasiado altas».

- «Plegaos más bien a las humildes». Si hacemos algo bue­no, nos damos importancia; si nos parece que hemos orga­nizado algo que ha salido muy bien, crecen nuestras pre­tensiones. Y entonces el apóstol nos exhorta: no aspiréis a cosas demasiado altas, sino plegaos a las humildes.

- Mejor aún: «No os hagáis una idea demasiado alta de vo­sotros mismos», porque la caridad es humilde, paciente, no quiere aparentar.

4. Finalmente, los tres últimos imperativos, que son una es­pléndida síntesis de la apertura del corazón, de la caridad.

- El primero: sed tan creativos que podáis vencer el mal con el bien. Esta es la conclusión del pasaje, que se encuentra en el versículo 21 y que está anticipada en la frase: «No de­volváis a nadie mal por mal».

- El segundo: «Tratad de realizar el bien ante todos los hom­bres», sed universales, católicos en vuestra apertura de cora­zón; no lo abráis sólo a los de vuestro grupo, sino id más allá de los muros, de los círculos reducidos, de las simpatías.

- El tercero: «Si es posible» -Pablo, por tanto, supone que es muy difícil-, «vivid en paz con todos los hombres», ofreced paz.

Si ésta no es aceptada, volverá a vosotros para vuestro bien, pero seguid ofreciéndola sin cansaros.

Y nosotros tomamos conciencia, después de haber recorri­do todos los imperativos (siete, cinco, siete, tres), de que esta síntesis (vencer el mal con el bien, abrir el corazón a todos, ofrecer a todos la paz) es algo divino, porque lo propio de Dios es sacar el bien del mal. Cuando abrimos el corazón, partici­pamos de este poder creador y redentor, y entramos en la obra de Jesús que redimió al mundo.

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TERCERA PARTE: JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

4. Dos interrogantes para la meditatio

Después del momento de la lectio, os propongo dos interro­gantes para la meditatio.

1. ¿Cuándo nacen en mí las actitudes que hemos descrito? La respuesta está en los once primeros capítulos de la

Carta a los Romanos. No puedo forzar esas actitudes en mí, no puedo acariciarlas sólo con la imaginación o imponérme­las; son, de hecho, las actitudes de Cristo en mí, del Espíritu en mí.

Abrir el corazón quiere decir, por tanto, abrir el corazón al don del Espíritu que nos lo cambia.

¿Estoy dispuesto a abrir mi corazón? ¿Creo en el don del Espíritu? ¿Lo pido? ¿Pido a menudo al Señor que me abra el corazón para poder cantar las maravillas de su ley?

2. Una vez recorridas todas las actitudes descritas en nuestro pasaje, puedo preguntarme: ¿cuál es para mí la actitud más im­portante, la que más me cuesta, aquella en la que más fallo, en la que me reconozco menos, aquella que Jesús me invita a aprender hoy?

5. Una triple oración

Por último, os sugiero una triple oración. La primera es personal, nos la dirigimos casi a nosotros

mismos releyendo estas palabras:

«Ábrete, corazón mío. Ábrete, corazón mío, para ser per­severante en la oración. Ábrete, corazón mío, para ser fuer­te en la tribulación. Ábrete, corazón mío, para bendecir y no maldecir, para cuidar a quien me resulta pesado. Ábre­te, corazón mío, para llorar con quien llora y alegrarme con quien está alegre».

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3 . - PARTICIPAR EN LA CARIDAD DE DIOS

Para poder decir esto, es necesaria la segunda oración:

«Ábrete, corazón de Cristo, para que yo pueda entrar en ti, en tu conciencia de Hijo, de Hijo del Padre, de hermano de todos nosotros; para que, entrando en ti, pueda abrir mi corazón como tú nos lo has abierto a nosotros en la cruz. Haz que entre, oh Jesús, en tu corazón herido, para abrir mi corazón a esta humanidad inquieta, asustada, dividida, deprimida, triste».

La tercera oración es por la ciudad de Lecco, que ya nos ha abierto el corazón:

«Ábrete, corazón de esta ciudad, para acoger a los jóvenes. Ábrete y anuncia al mundo que no hay en medio de noso­tros, no hay en esta tierra sólo corrupción y explotación, no hay sólo escándalos, sino que hay dones gratuitos, personas generosas, libertades que se entregan sin recibir nada a cambio. Ábrenos tu corazón, ciudad de Lecco, y haz que conozcamos en ti algo de la historia del corazón de Cristo, y la llevemos a nuestras ciudades, tan necesitadas de ese testimonio».

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4 Permanecer en Jesús para ser hoy Iglesia viva

-L/ESDE el balcón del que os hablo puedo contemplar un es­pectáculo bellísimo y doy gracias a Dios por lo que veo39: doy gracias a Dios sobre todo por vosotros, queridísimos jóvenes aquí reunidos y doy gracias a Dios por la ciudad de Busto Arsizio, ciudad de corazón abierto, cordial, acogedora, a la que me unen tantos recuerdos. En efecto, al ver la iglesia, pienso en la liturgia que celebré para vosotros hace 45 años.

A vosotros, jóvenes, os expreso un agradecimiento muy sincero por estos tres días; vosotros lleváis la voz y la presencia de todos los arciprestazgos de la diócesis e invadís pacífica­mente esta ciudad para difundir la alegría de ser Iglesia. Es una experiencia particularmente intensa de la que seréis pro­tagonistas durante tres días; es una experiencia pública de cris­tianismo vivido, de Iglesia abierta a la gente.

1. La vid y los sarmientos

Nosotros queremos fundar la iniciativa de «Bustogiovani» sobre la Palabra de Dios, sobre la página del Evangelio de Juan que nos ha propuesto la imagen de la vid y los sarmien­tos (Jn 15,1-11).

39. Meditación en la fiesta de los jóvenes de Acción Católica «Bustogiova­ni», Busto Arsizio, 6 de mayo de 1994.

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4 . - PERMANECER EN JESÚS PARA SER HOY IGLESIA VIVA

Reflexionaremos sobre este pasaje teniendo presente esta pregunta: ¿dónde está la Iglesia y qué es verdaderamente Iglesia hoy?

La página de Juan es tan densa que no nos permite fácil­mente captar su profundidad y, sin embargo, no queremos quedarnos en la superficie.

«Señor, ayúdanos a entrar en las palabras tal como tú las pronunciaste y como nos las transmitió el evangelista. Nosotros desearíamos entrar en tus palabras para ser ilu­minados y reconfortados por ellas, para tener ideas más claras a propósito de tantos tópicos relativos a la Iglesia y a propósito también de las motas y las vigas que se nos han recordado».

Nos proponemos, por tanto, leer en el texto evangélico la idea que debemos y podemos tener de la Iglesia. En verdad, el significado parece bastante obvio, porque Jesús habla de su re­lación con los discípulos recurriendo a la imagen, muy simple y evidente de inmediato, de la vid y los sarmientos. Esta ima­gen connota una unión estrechísima entre dos realidades físi­cas, prácticamente una identificación: la vid no es una cosa di­ferente del sarmiento; la vid no es el tronco desnudo de un ár­bol, sino que es un todo con los sarmientos.

El concepto de unidad entre Jesús y los suyos se expresa con mucha fuerza. Jesús no quiere decir sólo: «Vosotros estáis muy unidos a mí», sino que dice: «Vosotros sois una parte de mí».

Pero más allá de esta percepción global que deducimos del pasaje, no es en modo alguno fácil orientarse frente a la lectu­ra de tantas palabras y de tantas expresiones. Más bien hay que acercarse con atención a la página de Juan, haciendo una lectio de ella, para subrayar las palabras recurrentes y los sujetos de las oraciones de este pasaje; en un segundo momento, podre­mos reflexionar sobre su mensaje.

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TERCERA PARTE: JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

2. Lectio de Juan 15,1-11

¿ Cuáles son las palabras más frecuentes ?

«Vid» se repite tres veces; «sarmiento», cinco; «fruto», seis; «permanecer», siete veces.

- El término más frecuente es un verbo: «permanecer», que aparece cinco veces en la forma positiva (permanecer) y dos veces en la forma negativa (no permanecer).

- Sigue el sustantivo «fruto», con seis ocurrencias. El tema central no son de por sí la vid y el sarmiento, sino el per­manecer, el estar con Jesús y quedarse con él. Y el tema central de la página joánica se especifica diciendo: ¡perma­necer en Jesús es la condición para dar fruto! Esta es la en­señanza contenida en la imagen del sarmiento en la vid: sólo si el sarmiento está en la vid es fructífero, vital, autén­tico. Si lo traducimos para nosotros, podemos decir que sólo quien está en Jesús es una persona auténtica, que sólo si estamos en Jesús nuestra vida no es estéril.

- Entonces podemos entender el significado de la tercera palabra: «sarmiento». El sarmiento unido a la vid da fruto, mientras que el sarmiento separado, estéril, arrojado fuera, se seca y se quema en el fuego. En el término «sarmiento» están incluidos los dos resultados de la condición humana: o una humanidad plena que se expande, da fruto e irradia; o bien una humanidad fracasada, entumecida, cerrada en su soledad, incapaz de amar, desfigurada y desolada. Cada uno de vosotros pertenece necesariamente a uno de estos resultados.

- La última palabra es «vid», repetida tres veces, y tiene una larga historia en la Biblia. Esa historia parte de la vid plan­tada por Noé (Gn 9) y se encuentra sobre todo en los Salmos. «Vid» o «viña» significa el pueblo en su relación con Dios.

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4. - PERMANECER EN JESÚS PARA SER HOY IGLESIA VIVA

La novedad de Jesús consiste en el hecho de que él no lla­ma «vid» al pueblo, sino a sí mismo («Yo soy la vid»); más aún, a sí mismo en oposición a otras posibles falsificaciones. Es co­mo si dijera: Yo soy la vid verdadera, la vid auténtica que las precedentes imágenes veterotestamentarias hacían presagiar. Jesús se define como «vid» para subrayar que él es la realidad mesiánica de los últimos tiempos, que revela el sentido del ca­mino del pueblo de Dios y de la revelación. La verdadera vid es el pueblo mesiánico incorporado en Jesús.

Descubrimos, por tanto, la cristología y la eclesiología de Juan 15: Cristo es la Iglesia; la Iglesia es él con nosotros y en nosotros; la Iglesia somos nosotros en él; la Iglesia no es nada sin Cristo y si prescinde de Cristo; es más, en este caso no me­rece ni siquiera el nombre de Iglesia. Quien dice Iglesia y no piensa ante todo en Cristo, no expresa en realidad la verdad de la Iglesia, sino que habla de sarmientos muertos, inútiles y jus­tamente sometidos a todas las críticas del mundo.

¿Cuáles son los sujetos de las oraciones de este pasaje?

Después de hacer considerado las palabras clave, preguntémo-nos cuáles son los sujetos del pasaje.

- Ante todo Jesús, mencionado siempre en primera persona, como el sujeto clave de la acción e indicado como el refe­rente necesario de los discípulos, del pueblo y de la Iglesia, con la expresión «en mí».

- Con Jesús es mencionado el Padre: «Mi Padre es el viña­dor. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta; poda el sarmiento que da fruto; es glorificado en el hecho de que deis fruto». El Padre es el Principio de todo principio y he­mos de pensar que está actuando siempre que hablamos de la Iglesia.

- Por último, el tercer sujeto del pasaje son los discípulos, in­dicados siempre con el pronombre «vosotros»: «Vosotros estáis ya limpios; os he anunciado la Palabra; permaneced

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TERCERA PARTE: JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

en mí y yo en vosotros; si no permanecéis en mí, no podéis dar fruto; vosotros sois los sarmientos...».

- Además de los tres sujetos mencionados, hay un cuarto su­jeto, mencionado sólo de manera general, a saber, «quien»: «quien permanece en mí; quien no permanece en mí». No se hace referencia sólo a los discípulos, sino también a quien abandona a Jesús, que es como un sarmiento separa­do; se hace referencia a quien permanezca o no permanez­ca en Jesús, a quien quiera permanecer con Jesús o a quien piense quizás en hacer Iglesia, pero sin preocuparse de per­manecer en él.

En esta página se habla de nosotros, de aquellos de noso­tros que quieren ser discípulos y de quienes corren el riesgo de convertirse en un sarmiento seco que después será arrojado al fuego. Se habla de nosotros, de nosotros y de tantos amigos nuestros, y se subrayan las características de su verdad y de la nuestra, de su autenticidad y de la nuestra, de su naufragio en la vida y del nuestro.

3. Meditatio: la alianza

Para captar con mayor profundidad aún el mensaje de este pa­saje, os hago observar que la relación entre Jesús y los discípu­los aparece siempre indicada como una relación que nace de Jesús y hace referencia por entero a él, pero es también una re­lación recíproca: yo en vosotros y vosotros en mí.

¿Qué sentido tiene esta reciprocidad varias veces repetida? Esta pregunta nos introduce justamente en el corazón de la página evangélica: Jesús no quiere sólo afirmar de manera ge­neral la necesidad de estar unidos a él. Los términos usados nos ayudan a comprender que con la imagen de la vid y los sar­mientos se nos remite a una realidad clave de todo el Antiguo Testamento y de toda la Biblia: la realidad de la alianza.

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4 . - PERMANECER EN JESÚS PARA SER HOY IGLESIA VIVA

Quienes vivisteis, hace algunos años, la experiencia de Siquén, recodaréis ciertamente nuestra insistencia en la alian­za y la alegría de haber captado la centralidad de ésta en nues­tra vida. De hecho, en Siquén proclamamos la alianza con Je­sús, Señor de esta tierra, de esta cultura, de esta historia.

El texto de Juan 15 es otro modo de expresar la alianza, cu­ya fórmula bíblica sintética suena así: «Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo». Es, por tanto, la fórmula de reci­procidad característica de la alianza entre Dios y el pueblo, porque la alianza no es sólo un gesto real con el que Dios cui­da de su pueblo, sino que es una declaración de amor de quien de por sí tiende siempre a la reciprocidad: ámame porque yo, el Señor, te amo; ámame como yo, el Señor, te amo.

La fórmula de la alianza aparece además en un contexto explícito de declaración de amor en el Cantar de los cantares, el libro que canta el amor entre Dios y su pueblo, y cuya frase clave es: «Mi amado es para mí y yo soy para él, yo soy para mi amado y mi amado es para mí»; «yo soy para mi amado y su deseo se dirige hacia mí».

Jesús aplica la alianza a la relación entre él y los discípulos, y en esa alianza entre Jesús y quienes están junto a él en la úl­tima cena entrevemos su relación con la humanidad entera.

El pasaje de la vid y los sarmientos lanza un gran mensaje a todos los hombres y las mujeres del mundo: vosotros sois lla­mados a ser una sola cosa conmigo, del mismo modo que los sarmientos son una sola cosa con la vid, y sois llamados a dar fruto.

La vid representa entonces la nueva humanidad en Je­sús, que es el Viviente. Ésta es la Iglesia en la que creemos, la Iglesia de la que se os pide que tengáis experiencia en la «Bustogiovani», la Iglesia que la gente debe poder contemplar, la Iglesia que quien no tiene fe debe al menos poder presentir cuando entra en contacto con los discípulos de Jesús, la Iglesia que vosotros debéis llevar por las calles de esta ciudad. Según la bellísima oración de la liturgia de hoy, «la Iglesia es la hu­manidad conforme al deseo de Dios».

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TERCERA PARTE: JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

¿Qué quiere decir ser Iglesia que da fruto?

No me toca a mí sacar conclusiones de cuanto hemos descu­bierto al releer y meditar la página del Evangelio de Juan. Las sacaréis vosotros al término de los tres días en los cuales vivi­réis vuestro «Creo en la Iglesia hoy». ¡Y os deseo que deis fru­to y que vuestro fruto permanezca!

Con todo, sugiero dos respuestas a la pregunta: ¿qué quie­re decir ser Iglesia que da fruto?

I. Quiere decir permanecer en Jesús. Esta indicación me la su­giere la figura de Gianna Beretta Molla, médica y madre de familia, proclamada beata el pasado 24 de abril por Juan Pablo II. Me la sugiere concretamente el permanecer en Jesús de Gianna, aquel permanecer que había decidido desde la adoles­cencia, durante los Ejercicios espirituales que hizo cuando te­nía 16 años. De su permanecer en Jesús como sarmiento en la vid nació primero el fruto grande, en el compromiso profesio­nal como médica dedicada por entero a su misión, después su amor matrimonial y conyugal, su fecundidad de madre y, fi­nalmente, el heroísmo de dar la vida por la hija que llevaba en sus entrañas. El dar fruto de Gianna permanece hoy en la Igle­sia universal porque en todo el mundo la vida de Gianna está iluminando a innumerables personas, las está reconfortando, consolando, animando.

Ser Iglesia que da fruto quiere decir permanecer en Jesús dando fruto en la vida personal, familiar y profesional.

2. Un segundo modo de permanecer en Jesús dando fruto, po­demos verlo en otras figuras que conocemos: Giorgio La Pira, Giuseppe Lazzati, Marcello Candia y don Isidoro Meschi, un joven sacerdote ejemplar, mártir de la caridad cristiana, asesi­nado hace algunos años en esta ciudad por no haberse negado a ayudar a un muchacho discapacitado.

Las figuras que he mencionado son ejemplos de lo que sig­nifica dar fruto en el ámbito caritativo, social, cultural y poh-

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4 . - PERMANECER EN JESÚS PARA SER HOY IGLESIA VIVA

tico. Frutos por los cuales hoy se reconocerá si la Iglesia es de verdad sarmiento unido a la vid, si permanece en Jesús, si no­sotros somos estos sarmientos.

Y entre los compromisos -personal, familiar, social, cultu­ral, caritativo, político- subrayo en particular el socio-político, que hoy parece frustrarse en la confusión de nuestro tiempo. Nosotros pensamos que también ese compromiso por la socie­dad -vivido según los valores evangélicos- puede dar fruto, un fruto que da gloria al Padre que está en los cielos, un fruto que muestra la fecundidad de la Iglesia, sarmiento de la vid que es Jesús.

Mi deseo es que «Bustogiovani» muestre qué frutos son capaces de dar quienes, como vosotros, quieren permanecer en Jesús y ser de verdad Iglesia viva.

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5 Llamados a salir de la mediocridad y del miedo

JL/lRIJO ante todo un cordial y afectuoso saludo a la simpá­tica y generosa ciudad de Treviglio, que nos acoge con su ri­quísima historia civil, religiosa, artística, cultural y social40.

Saludo al santuario de la Madonna delle Lacrime, al que he venido tantas veces como peregrino, como mis predeceso­res, entre los cuales recuerdo, en particular, al beato cardenal Andrea Ferrari y al próximo beato cardenal Ildefonso Schuster.

Un cordial saludo a las autoridades, al alcalde, al decano, al prepósito y a todos los presentes, y un sincero agradecimiento a las familias que se han desvivido para acoger a los jóvenes.

Gracias también al Palazzetto dello Sport (Palacio de De­portes) que se inaugura justamente con la «Trevigliogiovani».

Esta manifestación tiene también su historia, cuyas etapas quiero recordar: Monza 1988, Várese 1990, Lecco 1992, Busto Arsizio 1994. Cada etapa ha tenido sus características, sus sor­presas y recuerdos espléndidos, y así sucederá también con la que estamos viviendo.

El tema «Más allá» es muy significativo dado que, para nuestra tradición religiosa, evoca de inmediato el cielo, el pa­raíso, la vida eterna, aquel más allá al que tiende siempre el de­seo humano, que nunca se sacia, que nunca queda satisfecho.

40. Intervención en la fiesta de los jóvenes de Acción Católica «Treviglio­giovani», Treviglio, 3 de mayo de 1996.

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5 . - LLAMADOS A SALIR DE LA MEDIOCRIDAD Y DEL MIEDO

La expresión indica el dinamismo profundo de la persona, de donde brota la acción moral; la apertura a la revelación, a la fe, a la esperanza, al amor. Indica el ir «más allá» hacia el mis­terio de Dios, que he tratado de expresar en mi última carta pastoral: «¡Volvamos a partir de Dios!».

1. El encuentro entre la Samaritana y Jesús

Os habéis propuesto releer este extraordinario dinamismo en la figura de la mujer samaritana que encuentra a Jesús junto al pozo de Sicar (cf. Jn 4,1-30).

Una figura que conocemos bien porque la liturgia nos presenta este pasaje joánico todos los años, en el tiempo de cuaresma.

Y el diálogo entre ella y Jesús se compone de siete inter­cambios, es decir, de siete preguntas y siete respuestas. La ca­racterística del diálogo consiste en el hecho de que Jesús eleva cada vez más el nivel del discurso, lo lleva más allá de la pre­gunta de la mujer.

Es más, podríamos decir que Jesús no responde nunca en el mismo plano, y obliga siempre a la mujer a ir más allá.

- Dice la Samaritana: «¿Cómo tú me pides de beber a mí?». Y Jesús responde: «Tú misma deberías haberme pedido de beber a mí». Por tanto, no responde en el mismo plano.

- «¿Cómo puedes tú sacar agua?». Y él: «Todo el que beba de esta agua no volverá a tener sed».

- La mujer, una vez más: «Dame de esta agua». Jesús, en vez de responder, le dice: «Ve a llamar a tu marido».

- Esta vez ella no pregunta nada, sino que afirma: «No ten­go marido». Jesús finalmente responde en el mismo nivel: «Has tenido cinco». Responde en el mismo plano porque la samaritana empieza a hablar de sí misma, a cuestionar­se, si bien de forma velada. Naturalmente, Jesús, como en

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TERCERA PARTE: JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

las tres primeras respuestas, va más allá, mucho más allá de la declaración tímida de la mujer, obligándola a preguntar­se, a entrar en el meollo de sus problemas, y a confesar sus decepciones, amarguras y descontentos en la vida.

- Ella insiste: «Pero ¿debemos adorar en Jerusalén o sobre este monte?». Y Jesús: «Ni aquí ni en Jerusalén, sino en es­píritu y en verdad».

El nivel del diálogo se ha ido elevando cada vez más y la mujer, en este punto, desearía evitarlo, remitiendo a un Mesías esperado la explicación de la verdad, como si sugiriera: deje­mos las cosas como están y si un día viene el Mesías, ya vere­mos. Sin embargo, la respuesta de Jesús es seca y sorprenden­te: «Soy yo, el que está hablando contigo».

Esto es lo que significa en el relato de Juan «ir más allá»: encontrar, descubrir que quien nos habla, aquí y ahora, es aquel de quien no podemos huir porque nos conoce por dentro y nos obliga a ir más allá de las reticencias y las resistencias.

¿A quién representa la Samaritana?

Nos preguntamos a modo de meditación: ¿qué me dice esta página del Evangelio? ¿Quién es ante todo la mujer samarita­na y a quién representa? ¿Qué está viviendo y qué espera?

Ella es figura de todos nosotros, es nuestra sociedad de­cepcionada después de tantas experiencias y tantas promesas, es una sociedad rota por los dolores de las guerras, de los odios, de las crueldades, de las venganzas; es una sociedad que se dobla bajo el peso del tedio, manchada por las banalidades cotidianas, deseosa sólo de evadirse, de no ser explotada por más tiempo. Como la mujer, es una sociedad que ya no espera nada ni a nadie y vive comiéndose su capital de historia y de talentos; está decepcionada y amargada, es escéptica, quiere evitar todo análisis serio y Jesús la obliga siempre a ir más allá.

La Samaritana somos nosotros, cada uno de nosotros: cuando nos resignamos a la rutina de lo ordinario, a la coti-

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5 . - LLAMADOS A SALIR DE LA MEDIOCRIDAD Y DEL MIEDO

dianidad siempre idéntica a sí misma; cuando nos contenta­mos con nuestro esfuerzo al sacar agua del pozo para un día y basta; cuando nos sentimos molestos porque un extraño nos pide algo y nos decimos a nosotros mismos: pero ¿qué quiere éste, quién es?

Justo en ese momento viene el Señor, nos lleva más allá de nuestra cotidianeidad y de nuestra banalidad, y nos hace com­prender que el extraño presente no es un intruso, sino una in­vitación a ir más allá de nosotros mismos, a encontrar lo me­jor de nosotros.

¿Qué espera la mujer? No espera nada ni a nadie: lo había probado todo en la vida, ya no creía en nadie. Pero tenía den­tro una pequeña luz, una palabra que le hacía esperar que tal vez un día vendría el Mesías. Ciertamente era una expectativa vaga, que no incidía en su vida diaria. Y, sin embargo, a ella se le da la revelación: «Soy yo, el que está hablando contigo».

2. «Soy yo, el que está hablando contigo»

Queridísimos jóvenes, en estos días sois llamados a hacer comprender que aquí, en nuestro contexto, en nuestra cotidia­neidad, está él, el Señor que habla, que nos encuentra, que nos invita a ir más allá; es Jesús, que nos invita a recuperar el alien­to y el entusiasmo.

Vosotros sois esta voz, vosotros lleváis esta palabra a una sociedad que siente la tentación de plegarse sobre sí misma, sobre sus egoísmos, sobre sus desilusiones. Llevad, pues, esta palabra con valentía, haced que se oiga en las calles de Treviglio que hay un más allá, un más allá que nos llama y nos moviliza.

Y os deseo de corazón que viváis cuanto se dice en la con­clusión de la página de Juan, después de que Jesús se ha reve­lado: «La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: "Venid a ver"» (Jn 4,28-29). Id a la ciudad y decid a la gente: «¡Venid a ver!».

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TERCERA PARTE: JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

Os encomiendo también a vosotros la tarea de prepararnos a todos nosotros, a toda la diócesis -a la que representáis- pa­ra escuchar otra voz, que resonará en la plaza de San Pedro, en Roma, dentro de pocos días, llamándonos a la santidad: la voz del próximo beato, el cardenal Ildefonso Schuster -que tanto amaba a los jóvenes y a la ciudad de Treviglio-, el cual inter­cede desde ahora para que nosotros salgamos de la mediocri­dad y del miedo, y nos lancemos al horizonte de la santidad, a aquel «más allá» donde encontraremos la verdadera alegría.

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Prólogo 7

Introducción, por Luigi Accattoli 9

Carta a los jóvenes 13

PRIMERA PARTE

NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR 21

1. Dios nos llama y nos libera 23

1. La convocación 25 El libro de Josué 26 El sentido de la convocación 27 Preguntas conclusivas 31

2. Nuestra historia: llamados a la libertad 32 Los tiempos de la intervención divina 34 La conciencia de ser llamados y de ser liberados . . . . 38

3. Nuestra historia: Dios nos ha dado una tierra . . . 39 Introducción 41 «Lectio» 41 «Meditatio» 43 Hacia la contemplación 46

4. La respuesta: no queremos servir a otros dioses . 48 El texto 48 La palabra «alianza» 49 «No queremos servir a otros dioses» 52 Algunas preguntas prácticas 54

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LIBRES PARA CREER

5. Elegimos servir al Señor 55 Lectio 56 Meditatio 58 Contemplatio 61

2. El Credo y nuestra fe 63 1. Elementos y partes del Credo 63 2. Tres consecuencias del Credo 66

3. Escuchad hoy su Palabra 69 1. Fijar la mirada en el Crucificado 69 2. Tres actitudes diferentes 70 3. Alianza misionera 71 4. Escuchar la Palabra 72

4. Elegimos servir al Señor y proclamarlo 74 1. La elección de servir al Señor 74 2. Proclamar al Señor 77

5. Iluminad la ciudad 81 1. Una síntesis provisional 81 2. Algunos principios que hemos de retener 82 3. ¿Qué ha significado Siquén como proceso? . . . . 84 4. ¿Qué ha significado Siquén como Asamblea? . . . 85 5. ¿Qué vendrá después de Siquén? 86

6. Id también vosotros a mi viña 89

S E G U N D A P A R T E

CENTINELAS D E L A M A Ñ A N A 93

1. Escrutad el horizonte de la esperanza 95

2. Confío en vosotros, jóvenes 97

3. ¿Qué piden hoy los jóvenes? 100 1. Observar (Is 21,6.8) 101

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ÍNDICE GENERAL

2. Escuchar (Is 21,11-12) 102 3. Consolar, evangelizar (Is 52,7-9) 102 4. Interceder (Is 62,6-7) 103 5. Amonestar (Ez 33,7) 103 6. Discernir (Ab 2,1-3) 104

4. Jóvenes con visión 106 1. La gracia de la visión 107 2. Mi experiencia y vuestras cartas 109 3. El camino que os espera 109

5. Como lámpara que brilla en un lugar oscuro 111

6. Caminamos en la noche 113

7. Una gran alegría y una riqueza desbordante 117

1. El sentido de los acontecimientos 117 2. as etapas 119

8. No tengáis miedo de ser santos 123 1. Atravesaba la ciudad 123 2. Tened valor para atravesar de nuevo la ciudad . . 125

3. Buscad a Jesús 126 Estad alegres por ser cristianos 127 Custodiad la Palabra 128 El don de la oración 129

4. Bajo la mirada de Jesús 130 Sed acogedores 130 Formas nuevas de vida fraterna 131 Los vínculos afectivos 131 Amad a la Iglesia 133

5. Cristianos para el mundo 134 La dimensión civil de la vida 134 Un alma universal 135

6. Hoy, la salvación 136

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Page 88: Martini, Carlo Maria - Libres Para Creer

LIBRES PARA CREER

TERCERA PARTE JÓVENES CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN 137

1. Los cinco secretos del creyente 139 1. Imponer las manos a los enfermos 140 2. Expulsar demonios 140 3. Hacer frente a las serpientes 141 4. Hablar lenguas nuevas 141 5. Beber el veneno 142 6. Amigos de Jesús 142

2. La esperanza está en nosotros y en medio de nosotros 144 1. La esperanza está en torno a nosotros 144 2. La esperanza está también lejos de nosotros . . . . 145 3. La esperanza es Cristo resucitado 145 4. Los signos de la esperanza 146 5. Un deseo 147

3. Participar en la caridad de Dios 149 1. ¿Qué quiere decir «abrir el corazón»? 149 2. El contexto de Romanos 12,9-18 150 3. Lectio de Romanos 12,9-18 151 4. Dos interrogantes para la meditatio 156 5. Una triple oración 156

4. Permanecer en Jesús para ser hoy Iglesia viva 158 1. La vid y los sarmientos 158 2. Lectio de Juan 15,1-11 160

¿Cuáles son las palabras más frecuentes? 160 ¿Cuáles son los sujetos de las oraciones de este pasaje? 161

3. Meditatio: la alianza 162 ¿Qué quiere decir ser Iglesia que da fruto? 164

5. Llamados a salir de la mediocridad y del miedo . . . . 166 1. El encuentro entre la Samaritana y Jesús 167

¿A quién representa la Samaritana? 168 ¡ 2. «Soy yo, el que está hablando contigo» 169 >

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