democracia para idiotas.pdf
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Las ideas son como el fuego
Thomas Jefferson
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A Luis y Carlos
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©Santiago Hernández León
ISBN 978-84-615-3061-8
Registro 11/83647
Asiento Registral 00/2011/3248
http://democraciaparaidiotas.blogspot.com
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Índice
PROLOGO ..................................................................................................................................................... 7
INTRODUCCIÓN ........................................................................................................................................ 11
¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA? .......................................................................................................................... 15 UNA BREVE HISTORIA .................................................................................................................................. 17 CONCEPTOS COMUNES ................................................................................................................................. 21
DEMOCRACIA POLÍTICA ........................................................................................................................ 25
SEPARACIÓN DE PODERES ............................................................................................................................ 29 DIVISIÓN DE PODERES.................................................................................................................................. 32 LA ELECCIÓN DE LOS PODERES ..................................................................................................................... 37 LOS PARTIDOS ............................................................................................................................................. 38 ELECCIONES PRIMARIAS .............................................................................................................................. 40 FINANCIACIÓN DE LOS PARTIDOS ................................................................................................................. 44 LAS ELECCIONES ......................................................................................................................................... 47 ELECCIÓN DEL PODER EJECUTIVO ................................................................................................................. 48 ELECCIÓN DEL PODER LEGISLATIVO ............................................................................................................. 51 ELECCIÓN DEL PODER JUDICIAL ................................................................................................................... 56 POLICÍA Y DIVISIÓN DE PODERES .................................................................................................................. 61 POLICÍA JUDICIAL ........................................................................................................................................ 61 MÁS DEMOCRACIA ...................................................................................................................................... 63 LIMITACIÓN DE MANDATOS ......................................................................................................................... 64 FUNCIONARIOS............................................................................................................................................ 66 MÁS ALLÁ DE LA SIMPLE REPRESENTACIÓN: LA CONSULTA ........................................................................... 68 LA PRENSA .................................................................................................................................................. 71 LA NECESIDAD DE LA DEMOCRACIA POLÍTICA. .............................................................................................. 79
ALGUNOS PROBLEMAS DE LA DEMOCRACIA POLÍTICA ............................................................... 87
CONCIENCIA, MENTALIDAD Y COSTUMBRES.................................................................................................. 88 LA TRANSACCIÓN DEL VOTO ........................................................................................................................ 89 EL BIPARTIDISMO ........................................................................................................................................ 91 LA ALIANZA DE PARTIDOS .......................................................................................................................... 94 NACIONALISMOS, CULTURAS, ETNIAS Y RELIGIONES ..................................................................................... 96
DEMOCRACIA SOCIAL .......................................................................................................................... 103
LA DEMOCRACIA SOCIAL POSIBLE .............................................................................................................. 108 IGUALDAD Y CONDICIONES SOCIALES JUSTAS: LA DIVISIÓN IMPOSITIVA ...................................................... 112 TRABAJO, SALARIO DIGNO Y DEFENSA DE LOS DERECHOS ............................................................................ 117 LA DIVISIÓN DEL PODER ECONÓMICO ......................................................................................................... 127
ALGUNOS PROBLEMAS DE LA DEMOCRACIA SOCIAL ................................................................. 135
DEMOCRACIA Y PODER ECONÓMICO ........................................................................................................... 136 SOBERANÍA Y DEMOCRACIA SOCIAL ........................................................................................................... 139 LA COMPETENCIA POR EL TRABAJO A NIVEL GLOBAL .................................................................................. 141
EPÍLOGO ................................................................................................................................................... 143
SOBRE EL AUTOR ................................................................................................................................... 149
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Prologo
Me he atrevido a escribir este texto, sin ser especialista en la materia,
porque la política siempre me apasionó y porque a pesar de leer y leer libros
sobre el tema, ninguno me dejó satisfecho. Es curioso que con tanta literatura,
con tanto especialista, ninguna obra me llegó del todo al corazón. Igual es por
eso mismo, porque no soy experto en la materia. En primer lugar quiero pedir
perdón a todos ellos por atreverme a escribir algo sobre lo que solo he leído. Lo
segundo es pedir perdón al sufrido lector por la forma en la que lo he escrito. He
decidido romper con los esquemas clásicos de un manuscrito al no realizar
ninguna cita a lo largo del texto, dejando de lado la faceta científica para
centrarme en el mensaje, el personal por supuesto. Cabe resaltar que nada de lo
que se dice en este texto es de mi cosecha. Todo lo que se puede leer en adelante
lo han dicho otros y mi única intención ha sido plasmarlo en mi percepción de lo
que es y lo que debe ser. Por tanto, pido perdón a tantos y tantos autores de
libros, ensayos, artículos de periódico y panfletos por la osadía. Me imagino que
cada uno verá su grano de arena en esta pequeña playa.
El objetivo de este texto no es otro que intentar educar al ciudadano sobre
lo que es la democracia y sobre lo que no lo es. Por supuesto, bajo la visión de
otro ciudadano interesado por el tema. He pretendido simplemente que sea una
obra de poca extensión y agresiva. Es claro que lo que aquí se dice agrede al
corazón de un sistema putrefacto, en el que nadie cree pero en el que todos
conviven con resignación. También pido disculpas pues en muchos casos pongo
ejemplos sencillos, quizás demasiado simplistas, comparando las normas de
circulación con nuestra convivencia, con la política. Lo he hecho de esta forma
no porque considere que el lector sea un idiota (lea la introducción para ver que
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no es así), sino porque es una forma de ilustrar que, para convivir y no tener
accidentes, debemos tener normas. También, dicho sea de paso, cualquier idiota
puede conducir un vehículo al igual que cualquiera puede conducirse en la
democracia. Por tanto, cualquiera es capaz de entender la importancia de las
normas. Cabe decir que todos hemos realizado alguna idiotez conduciendo un
vehículo, por lo que no nos debe extrañar que podamos tener comportamientos
idiotas en la política. Somos humanos.
Lo que no parece de recibo es que nuestra civilización esté volviendo al
siglo XIX, perdiendo los derechos que hemos ido forjando durante muchos años
para, ahora, regalar nuestra libertad y nuestro trabajo a un poder que poco a poco
los va haciendo desaparecer bajo nadie sabe qué pretextos. Cuando la ciudadanía
pierde el poder de decisión y lo pone en manos de una clase política que le
usurpa toda voz, cuando rige algo que llaman mercados, que nadie sabe qué o
quiénes son, cuando estamos solo para trabajar y trabajar sin que nadie nos
aporte algo de felicidad, cuando ésta se confunde con el pan y el circo, me
imagino que habrá que reaccionar. Espero poner mi grano de arena.
También quiero añadir que cuando se habla de democracia en sentido
estricto tenemos que olvidarnos de conceptos como que el ser humano es bueno
por naturaleza. Los que desarrollaron la democracia moderna consideraron a las
personas, y especialmente a la clase política, susceptibles de corromperse,
abusar y aprovecharse de otros. También consideraron que el ser humano tiene
una tendencia innata a acumular poder y dinero por lo que consideraremos en
este escrito que las personas, si pueden (o les dejan), se corromperán. Algo así
como aquello de que el hombre es un lobo para el hombre. Parece claro que la
historia lo certifica. Algunos en cambio dirán que existen personas honradas y
que probablemente son la mayoría. No lo dudo. Sin embargo, la experiencia es
que cuando se tiene poder, esas personas honradas tienen altas probabilidades de
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dejar de serlo. Lo importante del sistema democrático es que nadie acumule
demasiado poder durante mucho tiempo para evitar la posibilidad de su mal uso.
He escrito este texto en el convencimiento de que la democracia es el
único sistema posible y el que históricamente ha promovido más felicidad al ser
humano, por supuesto en términos relativos. Los países más avanzados del
planeta son los más democráticos. En éstos nunca han existido hambrunas (en
los democráticos y no en los que simplemente existen elecciones) como las que
hemos visto en cualquier tipo de dictadura, muchas veces afectando a millones
de personas. Cuando hay democracia, hay discusión, disenso y resolución.
Cuanta más democracia, mayor discusión, mayor disenso y mejor resolución. A
mayor democracia, mayor avance económico y social. Cuando no hay
democracia no hay nada de nada, solo pobreza. De la misma forma, entre una
democracia avanzada y una dictadura existe un enorme abanico de desarrollo
social y económico. En un reciente artículo de una prestigiosa revista científica
se llega a la conclusión de que la corrupción mata, pues en los países más
corruptos las víctimas producidas por los desastres naturales son órdenes de
magnitud superiores. Lo importante en dicho trabajo científico es que demuestra
que los países con menor corrupción son los de mayor nivel económico por
habitante. Por ejemplo, cuando no existe seguridad jurídica, la emprendeduría
dentro de un país es una quimera. Si el Estado autoritario tiene la potestad de
acosar al ciudadano, a las empresas, a los científicos,… no habrá progreso.
Nadie querrá invertir donde la probabilidad de perderlo todo es muy alta.
Alcanzar altos niveles democráticos es, sin duda, un antídoto para la corrupción.
Por último, me he atrevido a escribir este texto pues tengo la percepción
de que la sociedad en general ha perdido el norte. No sabe reaccionar ante tanto
dislate político y da la impresión de no saber qué hacer. En mi opinión es lo peor
que le puede ocurrir a un colectivo, pues queda inutilizado para actuar en
política. No saber dónde ir es quedar a merced de la corriente. Aquellos países
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que han cambiado su sistema político debido a la presión de la sociedad, lo han
hecho cuando ésta estuvo concienciada del lugar a donde llegar. Por ejemplo, los
ciudadanos del extinto bloque socialista pensaron durante décadas que el suyo
era el mejor de los sistemas políticos. Cualquier reacción en contra fue
rápidamente aplastada pues no dejó de ser obra de una minoría (oprimida). Sin
embargo, cuando la mayoría se convenció de que el sistema estaba podrido, el
norte fue el sistema democrático y hacia él se han dirigido. Por cierto, con tanta
mala fortuna como nosotros pues los casos de corrupción en esos países son, en
general, muy altos. Ahora se hace imprescindible volver a localizar el norte en
los países democráticos. Es la tarea pendiente.
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Introducción
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En primer lugar debo disculparme ante usted señor lector por tener que
admitir la duda de si es usted idiota o no. En parte lo somos todos. La palabra
idiota tiene varios significados en los que no vamos a entrar, lo puede ver usted
en la Real Academia de la Lengua. Sin embargo, un conocido filósofo nos
alumbró certeramente sobre el origen de esta palabra. Nos dice que es una
palabra que proviene del vocablo griego Idiotés, utilizado para referirse a quien
no estaba interesado en la política, preocupado tan solo en lo suyo, incapaz de
ofrecer nada a los demás. Aunque en la vida (y en la política) hay de todo,
incluso a los que se refiere la Real Academia de la Lengua, mi motivo es hacer
llegar una idea universal a todos aquellos a los que se refiere el origen de dicha
palabra. En términos marxistas existe otra palabra menos coloquial, más
utilizada por intelectuales que es lumpen, que en una de sus acepciones
modernas son aquellos que no aspiran a que la sociedad mejore sino a mejorar
ellos a costa de la sociedad, no votan, y si pueden, no pagan impuestos y se
saltan todos los trámites que los ciudadanos normales deben realizar. Suelen
coincidir con lo que se denomina analfabeto político pues ni discute, ni habla de
política, ni quiere participar de la política. No vamos a entrar aquí en por qué
existe esta gente pues sin duda daría para un tratado de sociología, pero el hecho
es que cada vez es mayor su número. El resultado es que ese pasotismo
engendra la corrupción política y termina afectando su vida personal pues,
además de la libertad (algo que no se conoce bien hasta que se pierde), el
trabajo, la vivienda, los servicios sociales,… dependen de decisiones políticas.
Quizás lo decepcionante del actual sistema democrático, el del todo vale, el de la
abierta manipulación y corrupción, es que existe porque los ciudadanos les dejan
(pasan). Sin duda, que la ciudadanía actúe así beneficia a los de siempre, pues
existe toda una ideología detrás de esa forma de pensar.
Las socialdemocracias en el mundo vienen perdiendo votos desde hace
décadas, mientras que la derecha aumenta su representación. A nivel europeo
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esta tendencia se observa ya desde hace años. Esto parece ocurrir porque los
jóvenes están desertando, no porque de la noche a la mañana hayan pasado a ser
de derechas, sino por un desencanto generalizado por la política, al menos la
oficial. Esto es importante pues muchos jóvenes universitarios lo que no quieren
es oír hablar de la política impuesta desde un sistema en el que no creen, o al
menos les plantea terribles dudas. Muchos de ellos perciben el sistema
democrático actual como falso e indecente (corrupto). Los que se llenan la boca
de palabras como democracia, Estado de derecho,… son los que más
desconfianza les generan. Perciben el sistema de partidos políticos como una
opereta que solo beneficia a unos pocos. Cuando estos jóvenes muestran su
desconfianza en el sistema (o simplemente lo rechazan) se les dice que siempre
hubo tiempos peores, que tienen que elegir entre esto o la dictadura. Por tanto,
se les induce a ir a votar las actuales opciones (normalmente dos) pues no existe
otra alternativa. Solo en situaciones muy candentes de la realidad política del
país han ido a votar en masa, decantando el arco parlamentario hacia la
izquierda. Por tanto, no es que no quieran saber nada de política, lo que no les
interesa es la actual política de partidos. Quizás el texto que sigue pueda ser un
granito de arena para que la ciudadanía entienda el significado de esa palabra tan
usada, la democracia. Nada fácil.
Después de muchos años de sufrimiento por intentar explicar a mis
amigos, a mis compañeros de Universidad, a los estudiantes y a muchos
conocidos el verdadero sentido de la palabra democracia, me he decidido a
escribirlo. El motivo es claro, dicha palabra es tan sumamente compleja que no
hay charla, ni conferencia, ni tertulia, ni nada, que tenga el suficiente espacio de
tiempo para explicarla. Incluso discusiones con alumnos y profesores de derecho
o de ciencias políticas siempre me dejaron un mal sabor de boca, quizás por lo
técnicos y poco políticos que fueron. Cuando en algún momento podía disfrutar
de estancias largas con gente sensibilizada con la política, también me sentía
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frustrado a pesar de las largas tertulias de un día y otro también. La razón es
sencilla: no se puede explicar un todo sin un argumento y éste no es fácil de
llevar cuando las discusiones, de forma natural, saltan de un tema a otro. Por
tanto, intentaré ir paso a paso para que pueda unir las ideas sobre la democracia.
Si alguno de esos argumentos se me queda en el tintero pediré disculpas y lo
dejaré para otra edición.
Otro de los motivos que me han llevado a escribir este texto es la falta de
cultura política que tienen nuestros ciudadanos. El Estado debe enseñar esta
materia aunque por motivos que nadie entiende, rehúsa hacerlo. Es curioso que
durante la dictadura de Franco se estudiara su sistema político pero durante los
últimos treinta años nuestros hijos no han estudiado, ni estudian en qué consiste
el sistema democrático. Incluso existe una ley que obliga a ello pero que nadie
ha querido aplicar. Es también curioso que mucha gente tanto de la derecha
como de la izquierda que hoy vota, soporta y gestiona nuestro sistema, ni
siquiera se ha tomado la molestia de estudiarlo, reduciéndolo todo a que el que
gana las elecciones impone su política, su razón. Quizás es esta forma de pensar
la que más daño ha hecho al sistema democrático en muchos países.
Abundaremos en esto a lo largo del texto.
Por último, quiero dejar claro que esto no es un tratado, ni estudio
concienzudo, ni materia escrita siguiendo procedimientos académicos y
científicos. Es solo una reflexión basada en años de lectura, más lectura y gusto
por la política. Sí debo decir que detrás de estas reflexiones existe un marcado
carácter político y que me gustaría que los ciudadanos, tanto de derechas como
de izquierdas, apostaran por despertar de un largo letargo para empezar a
cambiar nuestra sociedad, para que todos vivamos en un sistema justo y digno.
A esto se han dedicado miles y miles de personas de bien. Modestamente quiero
añadir otro grano de arena.
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Quizás habría que empezar definiendo la palabra democracia para tener
claro cuál es el objetivo de ese sistema político. Como veremos no es nada
sencillo lograr una definición pero al menos podremos entender algunos de sus
principios, la razón de ser de este sistema y lo que en él se persigue.
¿Qué es la democracia?
Casi nada. Según la Real Academia Española de la Lengua es la doctrina
política según la cual la soberanía reside en el pueblo, que ejerce el poder
mediante representantes elegidos por sufragio universal. Es la definición más
triste de las que he podido leer pues de inmediato excluye que el pueblo pueda
decidir directamente, ejercer ese poder, por referéndum por ejemplo. Es triste
también porque una de las características fundamentales de cualquier sistema
democrático es el absoluto respeto a las libertades individuales. Ningún sistema
será democrático si no existe un escrupuloso respeto a los derechos de la
persona, a la libertad individual. Añadiría también aquella frase que los
revolucionarios americanos imprimieron en su constitución que decía que debe
servir para la búsqueda de la felicidad.
Vamos a no hacerle mucho caso a esta definición de la Real Academia
pues los sabios que escribieron esto, seguro que nos discutirán que sin
representantes no hay referéndum, y que por supuesto los derechos individuales
se respetan en el sistema judicial. Dejémoslo para más tarde. Vamos a quedarnos
con la primera parte de la frase que parece lógica: la soberanía reside en el
pueblo. Sin embargo, el problema que abordaremos en las siguientes páginas es
cómo, de qué forma puede residir la soberanía en el pueblo.
Antes que nada, también me gustaría dejar claro que este sistema no es el
menos malo de los sistemas políticos como decía alguien, sino que es el único
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sistema que nos permite decidir a todos. No existe otro sistema político que
pueda garantizar que en realidad decidamos todos. El problema es cómo llegar a
esa utopía. Ésta la han asemejado al horizonte en el mar, que es imposible llegar
a él, pero a medida que nos acercamos, que avanzamos hacia él, progresamos. Si
vamos a hablar aquí de democracia será mejor dejar claro este asunto, pues ésta
es una palabra que cuando la nombramos estamos hablando en positivo pero que
tiene muchos detractores. La condición humana es quizás la fuerza involutiva
más fuerte. No es sencillo avanzar hacia ese horizonte, existen muchos
movimientos en negativo. Este sistema no debe más que trabajar en pro de ese
avance pero sobre todo para que esos retrocesos, producto de nuestra naturaleza
no trabajen o sean anulados. No es fácil. En cualquier caso, parece claro que no
voy a responder a la pregunta que nos hacíamos al principio, pues definir la
democracia es algo complejo. Sería algo así como definir la vida. Conocemos si
existe o no, conocemos las condiciones para que exista, sus elementos y hasta
cuando deja de ser. Sin embargo, no sabemos definirla. A casi todos los
regímenes donde se convocan elecciones se les llama democracias, desde las
populares de los sistemas comunistas a las democracias orgánicas del fascismo.
Existe todo un espectro en el que se invoca la dichosa palabra. El grado de
perversión de este vocablo no tiene límites. Es lo que ha hecho que el concepto
pierda todo su valor y que incluso muchos renieguen de ella. Harán falta algunas
páginas para responder a la dichosa pregunta. Quizás, lo importante es conocer
las condiciones para que exista (al igual que la vida). En este sentido, lo único
que podemos decir por ahora es que lo contrario a la democracia es la
autocracia. En la primera, nadie puede hacerse con el poder por sí solo o por
herencia, tiene que ser elegido. En la segunda, hablamos de autoinvestidura o
simplemente heredar el poder.
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Una breve historia
Me va a permitir el lector que me salte la típica alusión a Grecia, aquello
de que la democracia nació en Atenas y toda esa historia. Desde el punto de
vista filosófico aprendería usted mucho. Sin embargo, a los efectos de conocer la
democracia actual no viene al caso. Tendríamos que empezar con una breve
historia de la democracia moderna. Contrariamente a lo que mucha gente piensa,
ésta no nace durante la revolución francesa. He oído muchas veces a destacados
intelectuales comenzar sus disertaciones sobre la democracia en dicha
revolución. En realidad, se puede atribuir el origen de la democracia moderna al
parlamentarismo Británico, el cual evolucionó de forma gradual, pero con
sobresaltos históricos. A partir de la Revolución de 1688 en Inglaterra se
establece un sistema de representación parlamentaria, pero no es hasta el siglo
XIX cuando se extiende el sufragio universal, y hasta el XX en el que se hace
efectivo. La presencia de una monarquía en la jefatura del Estado y de una
cámara formada por nobles y clérigos no garantizó una representación
democrática. Aún hoy el parlamentarismo como sistema político ofrece muchas
dudas. Lo veremos más adelante.
Unos años antes de la revolución francesa tiene lugar la revolución que
conquista la independencia para los Estados Unidos de América, en la cual tras
distintas vicisitudes, un grupo de hombres sin duda adelantados a su tiempo,
establecen un sistema democrático que curiosamente, con todas sus
perversiones, ha pervivido hasta nuestros días. Son los revolucionarios
americanos los que toman las ideas más progresistas de la época y las reflejan
más que en una constitución, en una forma de proceder. No confiaban en la
buena voluntad de sus representantes e intentaron que el poder estuviese
controlado, que nunca existieran personas o grupos con demasiado poder.
Intentan por todos los medios que el poder vigile al poder, que nadie tenga
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demasiado poder y que éste se divida de tal forma que no recaiga todo sobre una
persona o grupo. Quizás, lo más importante, es que estos pioneros de la
democracia moderna insistieron en defender los derechos de las minorías ante
las mayorías. Los Estados americanos fueron una minoría en el Imperio
Británico y rápidamente comprendieron que las mayorías (incluso en
democracia) pueden actuar de forma tiránica.
Por el contrario, la revolución francesa evolucionó en sentido contrario,
con una importante acumulación de poder en pocas manos. No vamos a analizar
aquí todo el proceso revolucionario pero sí es cierto que el sueño duró
relativamente poco tiempo, justo hasta el golpe de Estado de Napoleón. Su
igualdad, fraternidad y solidaridad no derivó en un ejemplo de democracia.
A partir de estas dos revoluciones, Europa comienza un proceso que
durará dos siglos en el que las ideas democráticas avanzarán rápidamente sin
llegar a cuajar nunca. Es precisamente España con su constitución de 1812 el
país que se adelanta en el proceso democrático con un texto que ya reconoce la
separación de poderes, sin duda emulando a los revolucionarios americanos.
Lógicamente, después de la invasión napoleónica no se quería emular el sistema
francés. La vieja monarquía rompe el proceso y el sueño. Es curioso que este
país haya sido también de los últimos en llegar a la democracia en el siglo XX si
excluimos a los países de la Europa del este. En medio, la aparición del
marxismo en el mundo abre un tremendo paréntesis y una ralentización de los
procesos democráticos. El marxismo promete el paraíso en la tierra. Claro, ante
esta promesa y la perversión del sistema democrático promovido por la escasa
(muchas veces nula) cultura democrática y el asalto del poder económico
pervirtiendo la representación, crean el caldo de cultivo para que poca gente
confíe en un sistema injusto en el que millones de trabajadores sufren
explotación y miseria. Los marxistas preconizan un sistema totalmente opuesto
al democrático, concentrando el poder en un partido único que sería la
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vanguardia de los trabajadores. La historia ha demostrado que quien tiene poder
se corrompe, y quien tiene poder absoluto se corrompe absolutamente. Cuando
se utiliza el terror y el asesinato para lograr los fines que sean, el resultado es
evidente, hay que mantenerse en el poder por la fuerza pues si se pierde, la
integridad física no se garantiza. Prometieron el paraíso en la tierra y solo
dejaron un infierno. En los pocos sistemas comunistas que quedan en el mundo
el poder se mantiene de padres a hijos, de hermanos a hermanos,… como en las
monarquías.
Una vez superado el fracaso social y humano de los países comunistas y
toda la reacción fascista del siglo XX, parece que estamos en un punto donde la
utopía de la democracia tiene el camino libre. Desafortunadamente no es así
pero, sin duda, es el momento de reivindicar un proceso de democratización que
nos lleve hacia ese horizonte inalcanzable. El problema que se plantea es si
realmente tenemos las ideas y los instrumentos para hacerlo.
Ese camino libre del que hablaba tiene ciertos problemas. Quizás el más
grave aparece al final de la segunda guerra mundial cuando Europa se divide en
dos, con sistemas políticos antagónicos. Curiosamente, una de las potencias
ganadoras, Estados Unidos, no exportó su sistema democrático a Europa. Más
bien impuso la democracia parlamentaria, que como veremos más adelante es un
sistema perverso, poco democrático y que permite la manipulación a todos los
niveles. Dado que en el parlamentarismo no es el pueblo quién elige a los
gobiernos (solo se elige a los parlamentarios), la formación de gobiernos
depende de las negociaciones entre partidos y personas. Puede existir una
mayoría parlamentaria que no forma gobierno, una mayoría popular que no
gobierna. Si añadimos aquella máxima de que toda persona tiene un precio (y en
estos niveles se juega con mucho dinero) podemos llegar a la conclusión de que
el sistema es fácilmente manipulable. Los que vivimos en países con democracia
parlamentaria lo hemos sufrido muchas veces. Pero, ¿por qué Estados Unidos
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impone este sistema? Principalmente porque en aquella Europa los partidos
comunistas tenían mucho apoyo popular. Un sistema de elección directa del
gobierno por parte del pueblo hubiese puesto en el poder a los comunistas al
menos en Italia y en Francia. Éstos, en un sistema parlamentarista nunca
llegarían al poder pues conformar una mayoría absoluta es muy difícil (y menos
con la propaganda en contra). Además, solo hay que poner mucho dinero en
múltiples partidos para que el voto se divida y aunque se obtenga mayoría, la
suma del resto de los partidos impediría la formación de un gobierno. En el peor
de los casos, se puede recurrir a la compra-venta de representantes (toda persona
tiene un precio). En un sistema de separación de poderes esto sería más
complicado (ver más adelante). Por otro lado, los comunistas no querían saber
nada de un sistema democrático importado del imperio capitalista, por lo que
todos de acuerdo. Quizás fueron los primeros idiotas. Claro, tantos años
estudiando el manifiesto comunista y otras lecturas afines, que cuando llegó la
democracia no sabían (y posiblemente siguen sin saber) en qué consiste.
Es probable que pocos ciudadanos conozcan qué es realmente la
democracia. Para la derecha es un mal menor. Sus votantes quieren mano dura y
los políticos favorecer determinados intereses. La izquierda, por otro lado, solo
ha soñado con llegar al poder e imponer su razón, muchas veces favoreciendo
también determinados intereses, en ocasiones aprovechándose de la ingenuidad
y buenas intenciones de su electorado. A ambas partes mantenerse en el poder a
toda costa les ha llevado a situaciones inconfesables. La democracia no debe ser
un trampolín para imponer una razón, un criterio, una forma de gobernar, sino
un sistema que permite a todos una convivencia en la justicia, en la igualdad de
oportunidades y en la libertad. Un claro ejemplo histórico fue la II República
Española donde, tanto la derecha como la izquierda solo pretendían alcanzar el
poder para imponer su política, su razón. Unos para perpetuar el sistema caciquil
decimonónico y los otros para hacer su revolución. Mientras, el pueblo de
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espectador y sufridor. La república fracasó pues cada facción tenía su razón y
quisieron imponerla. Nadie creía en la democracia, nadie quiso preguntar a la
ciudadanía.
En la actualidad, se percibe un retroceso social y político en el cual la
gente confía poco o nada en el sistema democrático. La percepción general es
que todo está atado y bien atado, las políticas de unos y otros son iguales y poco
queda por decidir. Solo nos piden el voto para legitimar unas listas electorales
que han elaborado unos partidos en los que nadie sabe cómo han llegado los
candidatos hasta ahí. El problema de dicha percepción es que la ciudadanía
pueda caer en la tentación de buscar líderes, caudillos,… que como en ocasiones
anteriores, han prometido hasta el imperio y lo que han conseguido es la
pobreza, la destrucción, e incluso la muerte.
Vamos, por tanto, a analizar lo que es, y lo que no es, el sistema
democrático. Es un sistema relativamente complejo, nada fácil de explicar y
sobre todo que es fácilmente puesto en duda por sus detractores. Veremos
también estas dudas.
Conceptos comunes
Vamos a definir algunos conceptos que seguramente muchos hemos oído
a lo largo de nuestra vida pero que en pocas ocasiones nos hemos parado a
pensar en su verdadero significado. En primer lugar, hay que dejar claro que no
existe una sola democracia. Existe lo que se denomina la democracia política y
la democracia social. Un sistema democrático por definición nunca puede
prescindir de estas dos formas. La primera abarca un complejo sistema de
normas e instituciones que tienen por objeto garantizar la libertad de los
ciudadanos. La democracia política debe garantizar que el poder del pueblo esté
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correctamente reflejado en sus representantes, que existan mecanismos para que
estos representantes no abusen del poder otorgado, y que permita a la ciudadanía
expresarse libremente, tomar decisiones, sobre todo cuando se desconfía de esos
representantes. En este sentido, la democracia política garantiza el gobierno de
las mayorías pero también garantiza los derechos de las minorías. Ningún
ciudadano puede ser sometido por una mayoría. Para ello la democracia política
aplica una serie de contrapesos para que ninguna institución, representante o
funcionario tenga demasiado poder. En una democracia sensu stricto el poder se
divide tanto que nadie podría llegar a tener un poder absolutamente decisivo.
La democracia social es aquella que persigue la igualdad de condiciones
sociales actuando sobre la economía para que ésta sea justa y permita a los
ciudadanos actuar en igualdad de condiciones económicas. Este tipo de
democracia es la que ha perseguido siempre la izquierda a costa de cercenar la
democracia política. Ésta no garantiza la democracia social. Sin embargo, un
siglo y medio de nefastas experiencias nos llevan a la conclusión de que para
que exista la democracia social es condición indispensable que exista
democracia política. En los inicios de la revolución francesa, un revolucionario
le preguntó a otro de qué le sirve la libertad política a quien no tiene pan. Típico
discurso de quien antepone la democracia social a la política, y curiosamente la
mentalidad que ha perdurado en muchos europeos. Uno de estos
revolucionarios descubrió la respuesta cuando fue guillotinado. En adelante,
intentaré demostrar que sin democracia política no puede existir democracia
social. La libertad te permite reclamar el pan.
Vamos primero a definir qué es y que no es democracia política,
condición necesaria para que se pueda desarrollar la democracia social. Entiendo
que esta última frase pueda crear muchas dudas pero la historia, especialmente
la del siglo XX, no me deja lugar para la duda. Las sociedades que han intentado
imponer la democracia social sin establecer la política, con todas sus
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consecuencias, han fracasado. Ya nadie se cree que tengamos que confiar en
alguien y que esa persona o grupo sea incorruptible. Eso ha pasado a la historia.
Lo terrible no es el fracaso en sí, sino los millones de personas que han sido
víctimas de sistemas sin democracia política. Cuando ésta no existe, el acoso, las
persecuciones, la privación de libertad y la muerte siempre pueden, en su razón
totalitaria, tener justificación. Cuántos ejemplos hemos visto donde la simple
disidencia es motivo mayoritariamente aceptado para privar de libertad e incluso
para justificar la muerte.
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Democracia política
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La democracia política es una parte fundamental de la democracia que,
desgraciadamente, ha sido pervertida en prácticamente todos los Estados que se
llaman democráticos. En ella se incluyen las normas que tenemos que respetar
para que un pueblo pueda gobernarse a sí mismo, para que todos los ciudadanos
decidan (y no unos pocos). En realidad, el respeto a las normas es una base
fundamental del sistema democrático. Sin normas, sin su respeto y
cumplimiento no puede existir democracia.
Las normas nos ofrecen la posibilidad de ser libres. Decía un famoso
filósofo que el ser humano es libre si tiene que obedecer a las leyes y no a las
personas. Muchos jóvenes difícilmente podrán compartir dicha sentencia (es
poco romántica) por lo que les propongo un ejemplo. Imaginemos por un
momento que deseamos circular con un automóvil por carreteras donde no
existan normas de circulación, donde no existan señales, limitaciones de
velocidad, ni nadie que vigile el buen comportamiento de los conductores.
¿Seríamos libres? Es evidente que no. Circularíamos con un miedo
extraordinario pues el tráfico sería impredecible y en cada momento estaríamos
arriesgando la vida. Además, sería la ley del más fuerte. No sería lo mismo
circular con un enorme camión que con un pequeño utilitario o una motocicleta.
El más poderoso (el camión en este caso) circularía con mucha libertad mientras
que los demás estaríamos al dictado de sus movimientos. La ley del más fuerte,
la de la selva. Por tanto, una serie de normas para circular nos hacen ser más
libres pues por muy grande que sea el vehículo que circule a nuestro lado, tendrá
que respetar las leyes que nos hemos impuesto para circular sin miedo, con
libertad.
Claro, el cumplimiento de estas normas también va a depender del
conocimiento que tengamos de ellas, de la educación y de la cultura. En este
sentido, existen dos mentalidades bien distintas. La primera es la del
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subdesarrollo. Éste no es solo una falta de recursos en una sociedad, sino que es
una forma de pensar, una mentalidad. Existen países con grandes recursos pero
que no salen del subdesarrollo precisamente por una cuestión cultural. Piense el
lector en países “democráticos” que tienen enormes reservas de petróleo pero
cuya población vive en la más absoluta miseria. Aquí el problema no son los
recursos sino la mentalidad con que se gestionan. Así, suelen ser países donde la
corrupción está generalizada no solo en los representantes sino en el ciudadano.
En contra de esa forma de pensar, de la falta de educación, de la influencia de
algunas religiones en esa mentalidad, es difícil, muy difícil luchar. Máxime, si
esos políticos están al dictado de los grandes intereses económicos. El problema
se perpetúa y la democracia no tiene mecanismos para romper con esa
maldición. Por tanto, el ciudadano a través de sus representantes debe erradicar
esa mentalidad y concienciarse de que las normas son útiles y lo son para todos.
Es aquí donde surge el problema pues la población observa que quienes les
gobiernan se enriquecen y campan a sus anchas bajo la más estricta legalidad.
¿Por qué ocurre esto? Simplemente porque el sistema democrático (si lo hay) ha
sido pervertido. Esto es muy difícil de desenmascarar. Sin embargo, pienso que
los pueblos con mentalidad del subdesarrollo no están necesariamente
condenados, pueden salir de su triste situación si existe educación, conciencia
social y los mecanismos políticos para hacerlo. De hecho la España del siglo XX
es un claro ejemplo, aunque es cierto que todavía queda mucho camino.
Por el contrario, existe una mentalidad basada en la disciplina. A muchos
les debe sonar raro. En distintas tertulias con mis alumnos siempre he defendido
que los países más disciplinados son los más democráticos, aquellos en los que
su población respeta las normas. Cuando les digo que, por ejemplo, tirar un
papel al suelo (para muchos no tiene importancia aún siendo una generación de
estudiantes educados en la ecología) afecta a mi calidad de vida, la higiene, la
felicidad, y debería por tanto estar penalizado, piensan como mínimo que me
28
estoy pasando. Enseguida surge la palabra autoritarismo, confundiéndola con
disciplina. Esto ocurre en países, en culturas, donde hemos sufrido el
autoritarismo y hemos llegado a no diferenciar ambos conceptos. Es evidente
que si hay que cumplir las normas en pro de la convivencia y el ciudadano acusa
de autoritarismo a quien las vigila, no habrá nada que hacer.
Por tanto, vamos a recordar en adelante cuáles son esas normas para que
exista democracia. El primer punto fundamental es gozar de democracia política,
una serie de normas fundamentales como la separación y división de poderes, y
la configuración y elección de esos poderes para que en ningún momento
tengamos que confiar en la buena voluntad de quien gobierna, sino que éstos
cumplan y hagan cumplir las normas. La democracia se basa en elegir a nuestros
representantes para que gobiernen las mayorías, pero también para que exista
una salvaguarda absoluta de los derechos de las minorías y se garantice el
respeto y los derechos de los individuos. Si no existen normas claras, las
mayorías elegidas podrían aplastar a las minorías y a los individuos como en la
más carnicera de las dictaduras. Esto sigue ocurriendo en muchas democracias
consolidadas. Para que esto no ocurra, la democracia tiene unos mecanismos
universales que raramente se cumplen. Y como raramente se cumplen, muchos
ciudadanos han dejado de creer en ella, otros la toman como una forma poco
efectiva o mala para gobernar, y a otros simplemente no les sirve pues quien
siempre decide no son nuestros representantes sino los poderes económicos.
Vamos a ver cuáles son los requisitos para que esto ocurra en menor medida o al
menos nos podamos defender de quienes se quieren aprovechar de nuestro
derecho a la libertad.
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Separación de Poderes
Es el mecanismo clásico de la democracia política por el cual los que
gobiernan y aplican las leyes (poder ejecutivo), los que hacen las normas, las
leyes (poder legislativo) y los que defienden la legalidad y los derechos de los
ciudadanos (poder judicial) son elegidos independientemente, y por supuesto, el
poder no recae en las mismas personas, ni necesariamente los mismos grupos
políticos. Se crea así una serie de contrapesos con los cuales el poder puede
vigilar al poder para que no se cometan abusos. Cada uno de estos tres poderes
se debe al pueblo y responden ante él. Por tanto, deben vigilar las actuaciones de
los otros dos poderes del Estado. La libertad del ciudadano depende
directamente de que nadie utilice su poder gratuitamente, pues siempre existirá
otro poder independiente que salvaguarde sus derechos. Para que éstos sean
independientes tienen que ser elegidos por separado de tal forma que el poder no
resida en una persona, ni en un grupo de personas. Se debe garantizar de esta
forma que no se produzcan excesos ni abusos.
Existe una confusión general muy extendida por la que se considera que
existe separación de poderes cuando el pueblo elige al parlamento (legislativo) y
éste elige al ejecutivo (presidente del gobierno, primer ministro,…), y a su vez
éste elige a los jueces y fiscales. En este caso no existe separación de poderes
pues todo el poder está en manos de un grupo de parlamentarios, de un partido o
coalición de partidos. Si quien elabora una ley injusta la aplica porque le interesa
y nadie la recurre, el abuso está servido. Esto es lo que ocurre en las
democracias parlamentarias en las que se distinguen los poderes (ejecutivo,
legislativo y judicial) pero no se separan. Se puede gobernar por decreto sin
ningún problema pues la mayoría parlamentaria que nombra al presidente o al
primer ministro será la que ratifique dichos decretos. Por tanto, el
parlamentarismo adolece de una de las condiciones fundamentales del concepto
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de democracia, por lo que difícilmente podemos clasificarla como verdadera
democracia. La imposición del parlamentarismo representa la primera
perversión de la democracia al intentar engañar a los ciudadanos, haciéndoles
creer que existe la separación de poderes. Lo grave, como veremos, es que
cualquier minoría puede ser acosada, perseguida, aplastada y condenada.
En contraposición al parlamentarismo, nos encontramos con el
denominado presidencialismo en el cual efectivamente el ejecutivo es elegido de
forma independiente al legislativo. En este caso es el pueblo quien elige al
presidente del gobierno y no los parlamentarios. Sin duda es un avance sobre el
parlamentarismo pues dicho gobierno está legitimado directamente por los
ciudadanos y no se debe a una serie de pactos (a veces compraventas) entre
partidos de (a veces) muy distinto signo. Ocurre en el parlamentarismo que un
ciudadano vota por el partido A pues no quiere bajo ningún concepto que
gobierne el partido B. Después de las elecciones A y B pactan en contra de C
para que gobierne B. El ciudadano observa con estupor cómo con su voto
gobierna precisamente el partido que no quería (B). Esto es un absoluto engaño.
Por tanto, sin duda es preferible que el pueblo elija directamente a su gobierno.
Pero el denominado presidencialismo tampoco suele respetar la
separación de poderes. De hecho se denomina de esa forma pues en muchos
países donde existe este sistema, el gobierno hace caso omiso de las leyes que
emanan del parlamento mediante la utilización del derecho de veto o
simplemente gobernando por decreto. El poder judicial emana de quien gobierna
por lo que la posibilidad de controlar los excesos y abusos del gobierno queda
anulada. Las repúblicas latinoamericanas han sido siempre un ejemplo de estos
sistemas. Los decretos presidenciales han sido el pan nuestro de cada día y han
sido denominados de las formas más variopintas: decretos especiales, de
necesidad, poderes de emergencia, leyes habilitantes, medidas provisionales,…
En realidad, en muchas democracias presidencialistas, tanto de derechas como
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de izquierdas, lo que ha ocurrido es que prácticamente se ha elegido a un
dictador, por supuesto legitimado. Existe un caso bastante curioso que es el de
Estados Unidos donde en el interior existen unos niveles importantes de
democracia política pero en política exterior, como dijo uno de los estudiosos
del sistema democrático en 1835, es una dictadura. El presidente prácticamente
no responde ante los representantes populares de sus acciones. Así, durante siglo
y medio han promovido toda clase de conflictos alrededor del mundo (fomentar
el terrorismo, provocar golpes de Estado, alimentar y entrenar guerrillas,…).
Han manejado el mundo de espalda a sus representados, los cuales también han
mirado para otro lado. Sin duda, el campo de concentración de Guantánamo es
un caso más de cómo se puede actuar de forma dictatorial cercenando los
derechos humanos. Los procedimientos utilizados con esos prisioneros echan
por tierra el Estado de derecho y confirma que ningún ciudadano,
estadounidense o no, tiene garantizada ni las libertades, ni su integridad física.
Existe una forma intermedia entre presidencialismo y parlamentarismo en
la cual el pueblo elige al presidente del país, al jefe del Estado y el parlamento
elige a un primer ministro que es quien de hecho gobierna con su gabinete. En
realidad es otra perversión del sistema pues aunque en apariencia se elige
separadamente, en realidad es el primer ministro, elegido por los parlamentarios,
quien gobierna. A todos los efectos es un parlamentarismo disfrazado, un
sistema que distingue los poderes pero no los separa. En estos casos, el Jefe del
Estado es una figura simplemente representativa. Prácticamente no gobierna.
¿Alguien sabe cómo se llama el Presidente de la República Federal de
Alemania?
Nadie nos enseñó en qué consiste la democracia pues no interesa. La
complicidad de los partidos y los intereses de aquellos grupos económicos que
les financian, hacen que tanto en el presidencialismo como en el
parlamentarismo el sistema democrático quede absolutamente viciado. Por tanto,
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en un sistema democrático deben quedar claras las funciones de los tres poderes
como instituciones absolutamente independientes.
La elección de los poderes del Estado es un punto crítico del sistema
democrático y prácticamente cada país legisla de distinta forma atendiendo a
factores como el territorio, población,… En la mayoría de los casos son excusas
para una vez más pervertir el sistema. Quizás es este uno de los puntos más
complicados. Lo veremos más adelante.
División de poderes
Éste es un concepto escasamente diferenciado por los estudiosos de la
política. Algunos especialistas hablan de división de poderes dando el
significado que hemos argumentado para la separación de poderes. Incluso nos
dicen que es lo más correcto. No voy a entrar en esta terminología pues existen
otros especialistas que argumentan que se debe diferenciar entre separación y
división de poderes tal y como se hace aquí. Creo que la cuestión no es
terminológica sino de conceptos y se llame como se llame, lo importante es que
quede claro lo que decimos.
Las sociedades nunca son homogéneas y se diferencian por la desigual
ocupación del territorio, la geografía, las culturas, historia,… Atendiendo a las
características peculiares de los distintos territorios, los Estados se dividen a su
vez en otros Estados de menor entidad. Dicha división es común en los Estados
federales que a su vez se componen de otras unidades de menor rango. Es una
forma de dividir el poder para que, simplemente, el Estado nacional no lo tenga
en exceso y, a su vez, los federados tengan cierta independencia para llevar a
cabo sus particulares políticas con los ciudadanos. Generalmente la historia de
cada país y de cada región pesa mucho en el número y composición de los que
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se federan. Al final de dicha división de poder están las unidades básicas de
convivencia, generalmente los municipios. En adelante hablaré de Estados
federales como las unidades que configuran un país. Sin embargo, me gustaría
que el lector entendiera esta palabra en un sentido más amplio y general. Un país
se compone de Estados federados que a su vez pueden repetir el esquema
federal. Imaginen un Estado federado compuesto de territorios definidos (desde
el punto de vista de su geografía, economía, cultura, etnias,…). Cada una de
ellas puede funcionar a su vez como una unidad federada al hablar de su
organización política, funcionamiento, hacienda,…
En cada una de esas unidades de división vertical del poder se tiene que
respetar la independencia política y económica. Se trata de un Estado dentro de
otro Estado y aunque algunos ciudadanos no ven con buenos ojos tanta división
del poder, tanto parlamento, tanto político, tantos funcionarios,… la historia
demuestra que es la mejor forma de convivencia. Por un lado, que el poder se
acerque más y más al pueblo. Por otro, que el control de este sea efectivo sobre
las políticas locales y regionales. El problema reside en que el ciudadano tiene la
impresión de que no decide nada en ninguno de los niveles de los que hablamos.
Sin duda, esta división de poderes en unidades de menor entidad es otra
forma de limitar el poder. El problema es, nuevamente, la perversión de este
sistema. En realidad los Estados se deben federar y esto implica tener
responsabilidad no solo con el gasto sino con la hacienda. Los federados deben
ser capaces de recaudar sus impuestos y de utilizarlos de la forma que
establezcan sus leyes, dejando una parte proporcional para los gastos generales
del país. No existe división de poder cuando los federados no tienen hacienda
propia y aquello que recaudan va al Estado nacional, el cual se encarga ahora de
repartirlo según criterios políticos, criterios de interés electoral u otros. En este
caso, la división de poderes no sirve para nada pues por mucha decisión que
tenga el Estado federado, el poder central siempre ostentará el poder económico.
34
Este poder es decisivo y hace inclinar la balanza siempre a favor del poder
central. Por tanto, los federados no disfrutarán de la libertad para la que se
concibe esta división del poder. El caso español es un claro ejemplo. La división
de poderes se basa en algo inventado ad hoc que llaman Autonomía. El Estado
central recauda y luego reparte. Se encarga de repartir prebendas y mantener
intereses electorales en territorios que muestran un voto del signo del que
gobierna en Madrid. También apoyan monetariamente cuando se intenta
fortalecer un pacto con alguna fuerza local para que favorezcan las políticas
centrales, o simplemente para mantenerse en el poder (con nuestro dinero). En
España existen territorios que no salen del subdesarrollo simplemente porque es
más fácil que sus élites políticas extiendan la mano al Estado a cambio de
apoyos electorales, que intentar que dichos territorios avancen en bienestar,
educación, ciencia, nivel cultural,... Todo gira entorno a la forma de engordar
intereses inconfesables.
La Autonomía es prácticamente un invento español que no llegó a
desarrollarse durante la II República y que en la constitución de 1978 aparece
casi como una fórmula nueva. Existe algún caso que pudiera asemejarse en
Europa pero no con la trascendencia que en España. Parece claro que es un
invento para evitar el federalismo. Con la Autonomía se consiguió un sistema de
reparto de competencias absolutamente desigual de tal forma que las distintas
regiones españolas marcharon a ritmos muy distintos, siempre dependientes de
quien gobernara en el poder central. Así, ha servido de moneda de cambio para
muchos intereses. Sería prolijo relatarlo aquí. Durante 30 años el poder central
ha utilizado los presupuestos del Estado y la transferencia de competencias
como moneda de cambio para mantener al gobierno de turno en el poder, para
obtener apoyo político. Para colmo, no todas las regiones disfrutan de las
mismas libertades. Simplemente piense el lector en la capacidad que tienen unas
autonomías de aprobar sus estatutos en referéndum mientras que otras no
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pueden ni soñarlo. Hay españoles más iguales que otros. Lo que separa al
federalismo de la autonomía es que en esta última el Estado es el que reparte
poder y prebendas, mientras que en un Estado federal todos los Estados
hubiesen partido con las mismas competencias y libertades. Hay quien dice que
la Autonomía Española es en la práctica un Estado federal. Esta mentira, tantas
veces repetida, ha llegado a considerarse una verdad. La autonomía no ha
servido para dividir el poder sino ha hecho a los distintos Estados que
configuran el territorio español más dependientes de las concesiones del poder
central. Por supuesto, esto beneficia a determinadas minorías pues son éstas las
que con sus pocos escaños en el parlamento justifican la aritmética.
Este invento de las autonomías ha constituido una de las perversiones más
sangrantes de la democracia española pues ha cercenado la libertad de
determinadas comunidades, restringiendo su capacidad de actuación
simplemente para que su poder sea sumiso con el Estado central. Es tal, que el
modelo ya se exporta a países que quieren poner fachada democrática sin serlo.
Por ejemplo, Marruecos se anexionó el Sahara en los años 70 del pasado siglo y
su ocupación sigue siendo el problema no resuelto de la descolonización
africana. El Sahara está pendiente desde hace décadas de un referéndum de
autodeterminación impuesto por Naciones Unidas, pero que nunca ha logrado
llevar a término. Pues bien, la fórmula que encuentra Marruecos es la
autonomía. Saben perfectamente que administrarán el poder político y
económico de este territorio pues, la autonomía que no se sabe exactamente lo
que es, quedará a criterio de quien la otorga. De hecho, el general Franco otorgó
la Autonomía a la colonia española de Guinea Ecuatorial antes de su
independencia. Esto es un recurso utilizado hasta por los dictadores para decir
que otorgan lo que no es. Es previsible que esta fórmula se utilice más y más en
países de dudosa reputación democrática.
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En un sistema de división de poderes, cada uno de los federados debe
actuar como un Estado independiente, recaudar para sí con el objeto de escalar
su economía, de hacer su territorio productivo y no vivir a expensas de los
demás, de los que más empeño ponen en progresar. Desde mi punto de vista,
esta es una cuestión crucial de un sistema democrático. Las distintas unidades de
la división del poder deben tener la facultad de recaudar y gestionar sus recursos
pues esto les hará más eficientes y comprometidos con sus ciudadanos. Lo que
no es de recibo en ninguna sociedad es que unos vivan a costa del trabajo de
otros, utilizando el chantaje y la representación parlamentaria. En España hemos
visto muchas veces como un puñado de votos secuestra las decisiones
gubernamentales, o bien el gobierno cede enormes recursos por un par de votos,
simplemente para mantenerse en el poder. Una vergüenza.
Evidentemente un porcentaje de lo recaudado en cada Estado federado
tiene que ir a las arcas del país pues existen servicios que son más eficaces si
están centralizados. El tesoro del país, el ejército, la investigación,… necesitan
de grandes recursos y por tanto deben estar en el nivel más alto de la división de
poderes. El país debe disponer de recursos para actuaciones de solidaridad con
las regiones históricamente más pobres, para casos de emergencia, para actuar
ante las crisis,... Abundaremos en este asunto al tratar la democracia social y la
contribución al bienestar social de los ciudadanos con sus impuestos.
Ya hemos descrito los grandes epígrafes de los límites al poder, la
separación y la división de poderes. Y hemos visto como en muchas naciones,
que incluso los reconocen, es una quimera. Han pervertido el sentido de la
separación y división de poderes proclamándolas al mundo y a sus ciudadanos.
Sin embargo, en la realidad no existen como tal. Somos democráticos pero las
reglas auténticamente democráticas, las que nos garantizan la libertad como
ciudadanos o como pueblo quedan enmascaradas, o en último término no
existen. Si un grupo de parlamentarios elegidos de una lista que nadie sabe quien
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elabora elige al gobierno y éste a los fiscales y jueces, y además ese grupo que
ha tomado el poder tiene la facultad de otorgar más o menos presupuesto aquí o
allá según intereses muchas veces inconfesables, todo el poder estará en unas
pocas manos. Es lo contrario al concepto de democracia. Pero sigamos
abundando un poco más.
La elección de los poderes
Sin duda, este es uno de los puntos clave de cualquier tipo de democracia.
La variabilidad de sistemas electorales y de perversiones asociadas es enorme.
Sin embargo, es el único punto donde existe unanimidad: hay que elegir a los
representantes. De la forma que sea, pero hay que elegirlos. Cuando se eligen
éstos, el poder está, en último término, en el elector y esto es importante. De una
u otra forma, el Estado está en manos de la ciudadanía. Claro, 250 años de
democracias han dado lugar a perversiones que en algunos casos son insólitas.
Cabe decir en este punto que si bien la elección es un factor determinante, la
democracia no se limita a ella como ocurre en muchos países. Como veremos es
un sistema algo más complejo. La democracia no existe porque existan
elecciones en un determinado territorio. No se le escapará al lector que existen
muchos países nada democráticos en los que se eligen representantes cada cierto
tiempo. La representación es necesaria pero, tal y como estamos viendo, faltan
muchas otras condiciones. Por último, no todas las decisiones se realizan por
representación. Existen mecanismos para que el pueblo se pueda expresar
cuando desconfía de sus representantes. También lo veremos. Veamos ahora
cómo se deben elegir esos representantes.
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Los partidos
La forma de articular la representación es el sistema de partidos. Éstos
reúnen a aquellas personas que defienden una misma opinión o causa. El partido
es la representación del pueblo en la democracia. El partido surge de la unión
natural de aquellos que comparten unos criterios políticos similares. Por
ejemplo, los votantes de una opción determinada pueden formar un partido, el
cual se articulará por los distintos distritos de una ciudad o comarca. El partido
es una asociación que nace de la libre unión de los ciudadanos que a su vez
promoverá una estructura federada entre los distintos distritos o comarcas.
Digamos que es una unión natural de personas que piensan y promulgan una
actuación política similar cuyos centros de decisión están en los distintos
distritos. Es un sistema abierto a todos los ciudadanos para conseguir que sus
ideas puedan estar representadas en una institución democrática, la que sea.
Digamos que es el núcleo de la democracia, allí donde ésta se hace directa,
donde los ciudadanos se reúnen en su distrito y discuten su solución a los
problemas.
La perversión del sistema de partidos es la de una organización que
funciona como un club, como una agrupación de personas, muchas veces
influyentes, que presionan para conseguir determinados intereses. La entrada en
el partido es una admisión, con lo cual solo se puede pensar que entran a formar
parte de él personas cuya capacidad de crítica, en principio, puede ponerse en
duda. De otra forma, los dirigentes del club nunca los aceptarían. Sin embargo,
algún lector puede argumentar que no es así, que exagero. Igual sí. En lo que no
creo que me confunda es que si el nuevo miembro del partido no sigue los
criterios establecidos no llegará a nada, como si nunca hubiese entrado en el
partido. Los líderes lo apartarán de cualquier lista electoral. Por tanto, en este
sistema, el partido deja de ser la representación del pueblo en la democracia para
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convertirse en una organización jerárquica mucho más parecida a una
organización militar que a una asociación libre de ciudadanos. Curiosamente,
esta forma de proceder nace de la izquierda europea en la cual se imita a los
partidos centralistas de los países de la antigua área socialista. El partido en este
caso se configuraba como un ejército (de hecho a los partidarios se les llama
militantes), con una dirección férrea y con unas directrices que eran en muchos
casos dogmas. Por cierto, habría que desterrar el concepto de militante, horrible
palabra que asemeja a un partidario con alguien que obedece órdenes. Las
órdenes vamos a dejarlas para los cuarteles. Estas formas de organización
parecen heredadas de los partidos comunistas. Recuerden aquello del
centralismo democrático de dichos partidos. Se promovía la discusión de las
bases del partido pero, sin embargo, en último término decidía la dirección. Con
sus más y sus menos, en la actualidad, nuestros partidos funcionan de esa forma.
Si en ellos no funciona la democracia estarán dando un ejemplo terrible. Si una
organización que pretende gobernar un país no es democrática con sus
partidarios, tampoco lo será con el ciudadano.
Esta idea de partido se ha institucionalizado en Europa y no cabe duda de
que conviene a los poderes fácticos. El pueblo asume que la democracia
funciona así y por tanto quien gobierne el partido dirá lo que es y lo que no es
democrático, y lo que conviene o no a los ciudadanos. Prácticamente se erigen
en sacerdotes de la democracia. Los sacerdotes en cualquier religión tienen un
enorme poder pues interpretan la palabra de Dios. Si el pueblo tiene fe hará lo
que le diga el sacerdote. Esto promueve un poder casi infinito. Pues bien, estos
sacerdotes de la democracia le dicen a sus seguidores lo que tienen que hacer,
como deben comportarse, a quien admitir y a quien repudiar. Últimamente, en
esta creciente perversión, han adquirido una faceta más moderna y ya se
establecen como franquicias, como marcas, con un alto valor en el mercadeo
político. Por supuesto, venden una marca, una forma de pensar, proceder y hasta
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de vestirse. Los partidarios, e incluso sus votantes, llegan a identificarse como si
pertenecieran a una marca, vamos como si pertenecieran al Real Madrid o al
Fútbol Club Barcelona. En realidad, un partido es la asociación libre de
ciudadanos que eligen a sus futuros candidatos mediante elecciones primarias
donde se deciden las directrices políticas que representan los distintos
candidatos. Esto raramente ocurre. Veámoslo.
Elecciones primarias
Existe un debate muy frecuente en los medios de comunicación sobre la
forma de elegir a las personas que aparecerán como candidatos de un partido
político determinado. La gente se queja mucho de la forma en que se “eligen”
pues, como decíamos anteriormente, son las élites de los partidos quienes se
encargan de elaborar la lista de candidatos. Es aquí donde se nota el poder de los
partidos como entes cerrados y nada democráticos. Estamos acostumbrados a
que el jefe del partido actúe de sumo sacerdote nominando a su sucesor y
prácticamente a todos los candidatos. Y la gente se queda tan tranquila. En
algunos casos incluso se simulan unas primarias, una elección dentro del partido
para “elegir” a quien ha designado la cúpula del partido. A veces con todo un
montaje teatral. Incluso ha llegado a ocurrir que no sale el candidato oficial y en
cuanto se puede se descabalga de tanta responsabilidad al democráticamente
elegido. En otros casos, hay que decirlo, ha colado pero con enormes
servidumbres. Este compañero de viaje no, este sí, mejor estos otros,… En la
actualidad, donde no hay elecciones primarias por ley, la representación del
pueblo en la democracia es una quimera. Si por cualquier circunstancia (amigos,
dinero, obediencia,…) la persona está cerca de los órganos de poder del partido
podrá participar en la democracia. De otra forma, puedes pasarte la vida
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pegando carteles en las campañas electorales y suspirando el “qué hay de lo
mío”.
Existe una opinión muy extendida en la que se pide que las listas sean
abiertas para que el votante pueda elegir libremente entre la lista de nombres que
aparecen en ella. Este método parece muy sensato si no fuera porque en una lista
de, por ejemplo, 25 candidatos posibles (una ciudad de 100.000 habitantes) solo
conoceríamos como mucho a los cuatro o cinco primeros (a veces menos). Los
demás nombres probablemente habría que marcarlos al azar o dejarlos en
blanco. El efecto sería el mismo por lo que tampoco sería una solución. Los
ciudadanos tienen que conocer a quien eligen pues es la forma que tenemos para
hacer llegar a los órganos de poder nuestras inquietudes y reivindicaciones, y
por supuesto, las responsabilidades. No conocer a uno solo de los candidatos,
como ocurre en cualquier sistema de listas, es una aberración. La elección
basada en las listas electorales (cerradas o abiertas) no es democrática, es una
elección basada en la imposición de unos candidatos por parte de un partido. La
elección directa, no mediatizada, es la única realmente democrática.
Una condición importante de la democracia es que cualquiera pueda llegar
a ser candidato de un partido si aquellos que defienden una misma opinión o
causa lo eligen. La forma son las elecciones primarias en todos los distritos
electorales, por supuesto en todos los partidos y obligados por la ley. Hago
énfasis en este último aspecto pues no cabe duda de que el proceso de primarias
conlleva una serie de elecciones que pueden dar la impresión de división en el
seno del partido. El disenso es una condición necesaria en la democracia y por
fuerza en algún momento tiene que aparecer. Es necesario. Si existe otro partido
que no realiza primarias, la imagen que ofrece es de absoluta unidad. Sabemos
que no es cierto, es simple dictadura dentro del partido, pero la imagen es esa.
Curiosamente existe una parte del electorado (de derechas e izquierdas) al cual
eso le gusta. Piden dirección férrea, firmeza y mano dura. Por tanto, en
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democracia los partidos, insisto, deben estar obligados por ley a elegir a sus
miembros mediante el sistema de primarias donde los votantes inscritos
(legalmente declarados) de ese partido elijen a sus representantes desde el nivel
más sencillo hasta la más alta candidatura de un país.
El sistema de primarias permite la disidencia dentro de un partido, permite
plantear nuevas políticas y permite que exista discusión y debate. Hay quien
dice que estas dos últimas palabras debilitan a los partidos. Sin embargo, todos
sabemos que el progreso se basa precisamente en esas dos humildes palabras.
Cuando una de ellas o las dos desaparecen de la sociedad, ésta se empobrece sin
remedio. Además, el sistema de primarias permite que accedan a la
representación los más capaces, las personas mejor preparadas para la política.
Si existe competencia, existe en teoría selección de los más aptos. Existe un
riesgo y es que en política siempre existirán los demagogos y populistas. Ese es
el precio que tenemos que pagar por ser humanos, pero si hay discusión y
debate, nos equivocaremos una vez pero no dos, nos engañarán una vez, quizás
varias veces pero no siempre. En el sistema actual de partidos podemos ver a los
mismos candidatos durante décadas y décadas. Solo hay que mirar a los países
europeos (en especial a la Unión Europea) donde una casta de políticos lleva
veinte o treinta años danzando de un puesto a otro y no se les cae la cara de
vergüenza. En España y en muchas de sus autonomías existen personajes que no
han descabalgado desde mucho antes de morir el dictador. Se ha creado una
nueva aristocracia.
El partido socialista en España es uno de estos que escenifican la
democracia interna. Dejan claro que el proceso de primarias se realiza para
elegir al candidato que más posibilidades tenga de ganar las futuras elecciones y
que la política que han de llevar los elegidos la decide el congreso del partido,
los sumos sacerdotes. Es algo así como decir que eligen al más guapo o a la más
guapa, que serán una especie de títeres que escenificarán lo que decide el
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partido, aunque el candidato no piense exactamente como la aristocracia del
partido. Esta es otra de las falacias de la opereta democrática, el miedo a la
democracia o el control absoluto del sistema. Realizan esa especie de primarias
pues les produce rédito mediático y ofrecen una imagen de partido democrático,
lejos de la derecha de siempre. El problema es que la estructura de partido
impide nuevas o distintas formas de ver la política pues ésta la dicta la cúpula.
Entonces, ¿para qué las primarias? No se entiende. El caso es que han llegado a
designar a algún candidato a presidente de gobierno que nunca pudo presentarse.
Algo así como un golpe de Estado dentro del partido. Muy democrático.
La participación en un proceso de primarias debe ser significativa. En
Estados Unidos, donde este es un proceso normal, participa entre un 20 y un
30% de la población, superando en algunos Estados el 50%. Si por el contrario,
las primarias se celebran con un número reducido de ciudadanos (p.e., el club de
militantes) donde la participación en el mejor de los casos no llega al 0.5% de la
población, simplemente se está dilucidando que facción de los militantes del
partido van a figurar en las numerosas y extensas listas electorales, los que
ocuparán los cargos institucionales en caso de ganar las elecciones. Vamos, que
se juegan los garbanzos.
Por tanto, si los partidos son la representación del pueblo en la
democracia, los partidarios de una tendencia política tienen que elegir
directamente a quienes les van a representar en el juego democrático. Dicha
elección la tienen que realizar los que abierta, libre y fehacientemente se
declaren votantes de esa tendencia. Sin esta condición, el sistema democrático es
una quimera pues los partidos se convierten en sospechosos y peligrosos centros
de decisión sin control alguno. Se corre el peligro de tener a una élite que nadie
sabe cómo llegó allí, en manos de oscuros intereses y del poder económico.
Veamos esto último.
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Financiación de los partidos
Es evidente que para que exista una organización tan amplia como es un
partido político, que pueda celebrar elecciones primarias y posteriormente
concurrir a unas elecciones hace falta dinero, mucho dinero. La forma natural de
financiarse es la donación voluntaria por parte de los partidarios. Según el sector
de población que pueda abarcar un partido tendrá mayor o menor financiación.
Existirán otras donaciones de particulares, empresas, grupos de presión,… que
también irán a las arcas de la formación política. En este sentido, se sabe desde
hace tiempo y está demostrado que el partido que consiga una mayor
financiación gana las elecciones. Esta es una máxima en política y es lo que
lleva a los partidos a una carrera desenfrenada por financiarse de la forma que
sea. En primer lugar, las donaciones a las que nos referíamos antes pueden llegar
a ser muy cuantiosas por parte de las grandes empresas. Es evidente que nadie
da nada a cambio de nada y por tanto dichas empresas pasarán su factura en un
determinado momento cuando el partido llegue al poder en forma de
concesiones, contratos, adjudicaciones, privatizaciones,… El grado de
sofisticación ha llegado a ser tan elevado, la simbiosis entre el empresariado y
los partidos ha llegado a ser tal que prácticamente se han puesto de acuerdo en la
financiación pública de los partidos. Al ciudadano medianamente informado no
se le escapa que cuando se concede una obra pública, generalmente por
cantidades que los ciudadanos de a pié no controlan (todos sabemos lo que
puede costar un coche pero pocos conocen lo que puede costar, por ejemplo, un
aeropuerto), existe un porcentaje que se destina a la financiación de los partidos.
Cuando se acercan las elecciones (las que sean), los gastos en infraestructuras
públicas se disparan. Hay que alimentar al sistema. Incluso en épocas de crisis
(y en la que estamos ha sido fuerte) se observan estos despropósitos. El mensaje
que nos transmiten es muy claro. Si hay paro, éste se combate construyendo
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dichas infraestructuras pues ocuparan a un sector de la población. Parece lógico.
Sin embargo, lo que hacen es poner dinero en las empresas que posteriormente
financiarán la campaña electoral.
Uno se pregunta si en tiempos de crisis no es mejor aplazar determinadas
infraestructuras e invertir en acciones que eleven el empleo, la riqueza y sobre
todo la competitividad del país. Es lo lógico. Sin embargo, lo que vemos por
ejemplo en el caso de España es que se sigue invirtiendo en cemento, trenes,
infraestructuras (normalmente más cemento) de muy dudosa viabilidad,… pues
son las empresas que tradicionalmente han engrasado la maquinaria electoral.
En el momento en que escribo, el alcalde de mi ciudad, en plena crisis, va a
invertir más de millón y medio de euros en unas piscinas y una enorme escultura
a la entrada de la ciudad. Le debe parecer que esto resolverá el paro (el de los
piscineros y escultores), la competitividad del país, y pensará que medidas como
esta nos sacarán de la crisis. Muy sospechoso.
Este fenómeno, bastante generalizado, hace que quienes realmente
financian a los partidos políticos, sus muy costosas campañas electorales, sus
viajes, fiestas,… sean todos los contribuyentes. Subvencionamos con nuestros
impuestos su asalto al poder. La simbiosis llega a ser casi perfecta. A veces
surgen fallos de este sistema que son los que continuamente leemos en la prensa
pero es solo la punta del iceberg. Claro, estos “negocios” lo hacen personas y
éstas a cambio del riesgo que sufren, se quedan con algo de dinero. Se teje de
esta forma una trama, una tela de araña, que en algún punto se rompe. Los
juegos de poder son arriesgados. Sin embargo, el ciudadano tiene la impresión
de que normalmente estos casos se saldan con sentencias poco ejemplarizantes.
Parece existir un acuerdo en aquello de hoy por mí, mañana por ti.
El problema es que en un país donde los principales partidos políticos
están continuamente de campaña electoral, organizan todos los fines de semana
mítines políticos muy costosos, tienen a un número increíble de personas
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trabajando, viajando, elaborando propaganda partidaria, electoral,… no es de
extrañar que necesiten ingentes cantidades de dinero. Si a eso le sumamos cifras
increíblemente altas cada vez que existe una campaña municipal, regional o
nacional, la razón no llega a entender de donde sale tanto dinero. Desde luego es
claro que no sale de las personas adscritas al partido. Es cierto que el Estado
subvenciona a los partidos según sea su representación pero aún así es imposible
financiar tanto gasto.
En realidad parece inevitable que un partido reciba dinero de particulares
o empresas. Existirán miles de formas para obtenerlo, para saltarse la legalidad,
por lo que urge poner normas. Lo que no es de recibo es que el ciudadano y el
Estado no conozcan ni las cantidades ingresadas, ni los gastos. Un Estado
democrático debe poner mucho énfasis en vigilar las donaciones que declaran
los partidos y, lo más importante, lo que gastan. Ambas cantidades deben ser
iguales. Es fundamental que este control lo realice el poder judicial democrático
pues si lo hace el ejecutivo o el legislativo parece evidente que no se van a tomar
muchas molestias para controlarse. El Estado debe tener personal especializado
en supervisar estas entradas y salidas de dinero. Aún más importante es poner un
techo a la financiación de los partidos de tal forma que aquellos que logren ese
techo estén en condiciones similares de competir electoralmente, permitiendo a
otros partidos acercarse a los niveles de financiación de los partidos
mayoritarios. Esto en la actualidad es imposible. Al actual sistema de partidos
no le interesa.
El control de la financiación de los partidos ahorraría mucha corrupción
en nuestras democracias y por tanto menor desvío de dinero público hacia fines
inconfesables y manos anónimas. Un sistema de primarias ayudaría mucho a
rebajar el gasto de los partidos pues dado que no se conocen los candidatos hasta
pocos meses antes de las elecciones, los partidos no se ven en la tesitura de estar
en campaña permanente. En los sistemas parlamentarios sin primarias los
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principales líderes de los partidos están cada día, en cada telediario,
bombardeando con mensajes electorales encubiertos. Es la vuvuzela política,
una auténtica tortura para el ciudadano.
Las elecciones
Sin duda, esta es la piedra angular de un sistema democrático, sin la cual
no se entendería que hubiese algo semejante a una democracia. Además, es el
proceso decisivo pues es donde todos somos conscientes en mayor o menor
medida de que otorgar el poder está en manos de la gente. Vamos a tratar el
proceso electoral con detenimiento argumentando cómo y de qué manera debe
efectuarse.
Una gran mayoría de los ciudadanos de países democráticos, sobre todo
en Europa, asimilan el término democracia con el hecho de ir a votar en una sola
elección, normalmente, cada cuatro años. En ese momento se acaba la
democracia pues lo demás está basado en un sistema representativo donde solo
se acuerdan de los ciudadanos en las siguientes elecciones. Además, lo que se
hace es elegir entre una lista u otra de candidatos que elabora el partido. Ya
hemos dejado ver que el proceso electoral es más complejo y de hecho ya hemos
hablado anteriormente de que primero hay que elegir a los candidatos mediante
un proceso de primarias. Vamos ahora a desmenuzar el proceso electoral pues
en un sistema democrático no existe una elección sino muchas. Ya hemos
argumentado que no existe democracia política si no existe separación y división
de poderes. Por tanto, habrá que elegir a todos y cada uno de ellos. Nos
centraremos en los tres poderes del Estado pero el lector puede trasladar los
distintos mecanismos a los Estados federados, regiones y municipios.
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Quizás, la primera regla a tener en cuenta es que las elecciones
(cualquiera que sea) tienen que tener fecha fija. Esto se hace para que nadie
abuse del poder que implica tener información privilegiada que pueda ser
utilizada por oportunismo político. En muchas democracias es normal observar
que los partidos en el poder adelantan las elecciones cuando las condiciones les
son favorables, cuando las encuestas vaticinan un buen resultado, o bien cuando
los resultados pueden ser malos si se espera hasta el final del mandato.
Obviamente, estas artimañas son antidemocráticas. Se trata de una manipulación
descarada. Tener fecha fija también elimina la tentación por parte de la
oposición de desestabilizar e incluso provocar crisis donde no existen. Veamos
la elección de cada uno de los poderes.
Elección del poder ejecutivo
La elección de la persona que encarna al poder ejecutivo (léase en
adelante cualquier órgano ejecutivo como Jefe del Estado, presidentes de un
Estado Federado, región, distrito o municipio) es, sin duda, el acto democrático
por excelencia pues dicho presidente y su gabinete de ministros serán los
encargados de gobernar, aplicar y hacer obedecer las leyes que emanan del
poder legislativo. Es la persona que marcará la política, y por tanto el destino de
un país durante un periodo determinado.
Como hemos dicho anteriormente, la primera condición para que exista
una verdadera democracia es que este poder lo otorgue, lo elija el pueblo. Esto
que parece obvio, no ocurre en las democracias parlamentarias como ya hemos
señalado. En ellas el legislativo elige de entre sus miembros al primer ministro
(en algunos países como España se le denomina Presidente). No lo elige el
pueblo aunque pueda parecer lo contrario. Ya hemos argumentado que un
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ciudadano vota por A pues no quiere que gobierne B y posteriormente A y B
pactan en contra de C con lo que gobierna B con el voto de quien nunca hubiera
votado por esa tendencia política. Qué cosas. También es cierto, y lo hemos
visto en numerosas ocasiones, cómo los tránsfugas de un partido se van con
otro, o simplemente votan por un candidato que no es el suyo. Dado que todo
hombre tiene un precio y aquí estamos hablando de cantidades que no
alcanzamos a comprender, solo hay que analizar cuánto valen esos diputados.
Los pactos anti-transfuguismo nunca han funcionado y forman parte de esa
opereta que inventan los partidos para dar una imagen de organizaciones
democráticas y responsables. El tiempo ha demostrado que no sirven para nada
y que si la persona elegida tiene que irse del partido, lo hace. Poderoso caballero
don dinero. Lo gracioso es que dicen que lo hacen por el bien de la ciudadanía,
porque la situación es ingobernable, por salud democrática,… Una desfachatez.
Por tanto, si el presidente de una institución es elegido por el pueblo, esta
compra-venta es imposible de ejercer. Lo que elige el pueblo lo quita el pueblo y
no el mercadeo y la compra-venta de intereses inconfesables en un parlamento.
Si el presidente de una institución decepciona y no actúa tal y como prometió,
existen mecanismos para restarle poder. Lo veremos al hablar del legislativo. Lo
que no puede ocurrir es que el parlamento pueda destituirlo. El parlamento
legisla y ese grupo contado de personas (con sus humanas miserias) no tiene
potestad para cambiar el gobierno de un país. Lo que designa el pueblo, lo
destituye éste.
La elección de cualquier poder, para que sea racional, se tiene que
celebrar en un sistema a dos vueltas. En una primera votación el ciudadano vota
en conciencia por la opción con la que se identifique, vota por convencimiento.
Este proceso tiende a evitar el bipartidismo pues da opción a que nuevas
formaciones entren en la competencia electoral. Si se elige a una sola vuelta, el
bipartidismo perenne está prácticamente garantizado. Indudablemente, otra
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perversión del sistema democrático. En esta primera vuelta, si una opción
obtiene más del 50% de los votos obtiene la mayoría y podrá gobernar. No es
muy común que esto ocurra, máxime si existe una buena cobertura informativa
sobre todas las opciones (ya veremos que no ocurre). Por tanto, habrá que ir a
una segunda vuelta entre las formaciones más votadas en la primera ronda.
Ahora el ciudadano votará otra vez a su partido si es uno de los más votados,
bien al que más se acerque a su pensamiento político, o bien realizará un voto
útil para que no salga lo que considera peor. De esta forma garantizamos que
quién gobierna lo haga por mayoría y no por tener el mayor número de votos. En
muchos casos ese mayor número de votos representa a un pequeño porcentaje de
los ciudadanos en un sistema con una sola vuelta. Es evidente que este problema
no se resuelve totalmente en dos vueltas, pero disminuye mucho su efecto.
Normalmente este sistema de elección se califica de presidencialista. Tal y
como hemos dicho anteriormente, el presidencialismo es otro concepto y se
aplica a sistemas donde la separación de poderes tampoco existe. Cuando el
presidente tiene un poder extraordinario estamos ante lo contrario a lo que
defendemos en este texto. Por este motivo, la izquierda ha denominado
despectivamente como presidencialista a los sistemas donde el pueblo elige al
Jefe del Estado. Es un error. Estas formaciones de izquierda se resisten a tener
líderes capaces de llegar a gobernar, máxime cuando en el sistema parlamentario
siempre les será imposible. Ya hemos hablado anteriormente de quién y por qué
se instauró en Europa el sistema parlamentarista. Solo cabe decir ahora que la
única forma realmente democrática de elegir al poder ejecutivo es la descrita
anteriormente. Es la ciudadanía quién tiene que elegirlo y no un parlamento.
51
Elección del poder legislativo
La elección de este poder del Estado es más compleja. Primero porque en
una democracia real tenemos que elegir dos cámaras y segundo porque los
elegidos tienen que representar a toda la sociedad. Se tienen que elegir dos
cámaras legislativas por la sencilla razón de que una de ellas debe representar a
las distintas mayorías de la nación, a las distintas opciones políticas del país, a
las distintas ideologías. La segunda cámara es territorial donde todos los Estados
federados están representados por igual, independientemente del tamaño y la
población de cada uno. Se elige a un número de representantes por Estado
federado igual para todos ellos. ¿Por qué se hace así? La primera cámara tiene
una misión fundamentalmente legislativa. En ella se elaboran, debaten y
aprueban las leyes que deberá aplicar y hacer cumplir el ejecutivo. Antes de
aprobarse definitivamente pasarán por la segunda cámara con el objeto de que
los distintos Estados federados vigilen que no se legisle en contra, o se
perjudique, a uno o varios Estados federados. Por eso cada Estado federado tiene
el mismo número de representantes. Aquí las leyes se aprobarán con los dos
tercios de la cámara. Esto evitará que los Estados federados grandes y muy
poblados legislen en contra, o perjudiquen a los pequeños, menos poblados (y
viceversa).
El primer problema que se plantea es la forma de elegir a los diputados
(léase cualquier cargo electo de órganos legislativos de municipios, Estados
federados,…) de la primera cámara. Existen dos formas, una es el sistema de
listas electorales donde según el número de votos saldrán más o menos
diputados de esa lista. El problema reside en que en el sistema de listas, los
distritos electorales tienen que ser muy grandes y normalmente el elector
(incluso si está bien informado) solo conoce a los que se encuentran en los
primeros puestos. Se da el caso de que el elector puede conocer al candidato de
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su vecindad próxima pero claro éste puede caer en un puesto de la lista en la que
difícilmente saldrá elegido. Imaginen un distrito electoral con 1.000.000
habitantes al cual le corresponden 20 diputados nacionales. En este caso, es poco
probable que mucha gente conozca al décimo quinto de la lista salvo aquel
sector (no muy grande por la posición que ocupa) que lo eligió en las primarias
(si las hubo). Normalmente, nadie conoce a los candidatos del quinto o sexto
puesto en adelante (en el mejor de los casos). El mayor problema reside en que
no existe una representación directa, un diputado que represente a tu comunidad
más cercana. El sistema de listas consigue, sin duda, alejar al ciudadano de la
política pues esta queda para una especie de profesionales que prácticamente
desconocen. No tienen vinculación directa con la gente que les vota en su
municipio, en su distrito,… Forman parte de unas listas por designación del
partido. La democracia y sus elecciones lo único que hacen en este caso es
legitimar una representación impuesta.
La segunda forma de elegir diputados es por distritos más pequeños y
cercanos al ciudadano. En el ejemplo anterior, cada distrito tendría un diputado,
por lo que el ciudadano ahora sí que puede conocer a los candidatos de su
distrito y elegir su opción más cercana. El lector debe extrapolar los distritos al
Estado federal, diputaciones, cabildos, municipios,… En esta forma de elección,
las primarias tienen auténtico significado pues cualquier ciudadano puede optar
dentro de un partido a ser candidato de distrito, darse a conocer, hablar con sus
vecinos, convencer y salir elegido para representarles. Es una democracia más
cercana entre representantes y representados en la cual los últimos pueden forzar
en mayor medida las decisiones de los primeros. De esta forma, el ciudadano no
tiene que entrar en un partido y medrar para llegar a un puesto en las listas
electorales, o para situarse en posiciones dentro de la lista que le permita salir
elegido.
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En la elección por distritos estarán representadas solo las mayorías. El
partido que mayor número de votos saca es quien obtiene representante. Los
demás quedan fuera. Si los distritos se ajustan bien a la población, la
proporcionalidad se mantiene. En el sistema de listas, los distritos electorales
abarcan a una enorme población y en cada distrito se eligen a una o dos decenas
de representantes, por lo que las minorías pueden tener más posibilidades si
superan las barreras electorales. Sin embargo, éstas pueden dejar sin
representación a una importante fracción de la ciudadanía. La democracia por
definición es el gobierno de las mayorías y la elección por distritos uninominales
fuerza a todas las opciones políticas a ser mayorías en el mayor número de
distritos. En teoría cualquier partido o cualquier candidato puede llegar a tener
mayoría en su distrito si convencen y son los idóneos para el ciudadano de ese
distrito. Por supuesto, la elección de representantes por distrito se tiene que
efectuar a dos vueltas. De otra forma es meridianamente injusta.
La elección de un sistema u otro origina una eterna discusión acerca de la
justicia o no de cada uno. Lo que parece claro es que el sistema de listas le da al
partido y su cúpula dirigente un poder casi ilimitado para elegir a sus candidatos,
mientras que el sistema de elección por distritos le otorga más poder al
ciudadano, es más democrática, más cercana, y en ella se puede ejercer presión
sobre el representante para hacer llegar determinadas decisiones al legislativo
del país. Cualquier ciudadano, si obtiene el apoyo de sus vecinos, puede llegar a
la máxima representación dentro del poder legislativo. En el sistema de listas el
ciudadano no sabe a quién dirigirse, salvo a los jefes de partido que, en el mejor
de los casos, solo pasan por el correspondiente distrito durante la campaña
electoral. Para llegar a diputado se tiene que estar muy bien situado dentro del
partido. Esto solo lo consiguen unos pocos. Lo que parece estar claro es que en
el sistema de listas no se permite el disenso, y si alguien comete tal osadía no
aparecerá nunca más en ninguna de ellas. Quizás lo más grave es que en ese
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sistema (y en general en el parlamentarismo) se promociona lo que se ha dado
en denominar el liderazgo dimisionario que consiste en promocionar a los que
menos problemas filtran hacia arriba, a quien deja que las cosas se pudran. La
sumisión, la falsa lealtad al partido y la promoción de los mediocres crea un
sistema autoritario. Podríamos relatar aquí muchas anécdotas acerca de la
ignorancia de muchos representantes que han accedido a puestos de
responsabilidad y han dicho o hecho auténticas barbaridades. No es el lugar. Lo
que ha demostrado el sistema de listas es que por este procedimiento no se elige
a los más capacitados, y eso es lo contrario de lo que pretende el sistema
democrático.
Por tanto, en el parlamentarismo da lo mismo que en los órganos
legislativos existan decenas o cientos de personas. Las decisiones dentro de un
partido y sus votaciones siempre se tomarán a la búlgara. Lo cierto es que en el
sistema de listas da lo mismo que vayan al parlamento treinta que trescientos
pues lo que vota el líder del partido es lo que votarán los demás. El que disiente
tiene los días contados. Seguro que no aparecerá en las próximas listas
electorales.
La elección de la segunda cámara es más sencilla pues aquí salen por
mayoría los candidatos más votados del Estado federado. Existirá un número
igual de electos por Estado federado, independientemente de la población que
tenga cada uno de ellos. Su misión es representar no tanto al partido como al
Estado (al territorio) al que pertenece. Debe vigilar que ninguna ley pueda
perjudicar a uno o varios Estados federados por lo que las decisiones sobre las
leyes se toman por amplia mayoría (normalmente por los dos tercios de la
cámara). En España la segunda cámara parece una broma, nadie entiende para
qué sirve a pesar de llevar treinta años reivindicando que sea una cámara
territorial. Como siempre todos los partidos prometen cambiar pero al final
nadie cumple.
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Sin ambas cámaras y con la separación de funciones descrita, la
democracia queda pervertida pues o bien las mayorías pueden someter a las
minorías, o viceversa. Es muy común el caso de sobre-representación de
determinados Estados federados con pocos habitantes en la primera cámara por
lo que continuamente legislan en contra de las mayorías (pondremos algún
ejemplo).
Una consecuencia importante de la separación de poderes es que se puede
producir lo que se denomina cohabitación, la presencia de formaciones políticas
distintas en el ejecutivo y legislativo. Es decir, que un partido ostente la mayoría
en las cámaras y no coincida con el partido del jefe del Estado. Este es uno de
los argumentos más utilizados para defender el parlamentarismo, pues se dice
que la cohabitación puede hacer ingobernable un país. Desde el punto de vista
democrático, en sentido estricto, la cohabitación no debe ser un problema pues
divide aún más el poder. Si la democracia es un sistema que limita el poder y
sobre todo hace que los poderes se vigilen para que nadie intente corromperse, la
presencia de distintos partidos en el ejecutivo y legislativo abunda aún más en
esta cualidad. Existen países donde la cohabitación ha sido más bien la norma
que la excepción. En Estados Unidos, la coincidencia de un partido en ambos
poderes se ha dado muy pocas veces y no creo que sean famosos por tener un
país ingobernable. Es más, cuando ha existido esa coincidencia como en el
periodo de George Bush después del 11 de septiembre, los niveles democráticos
en dicho país bajaron de forma alarmante. La cohabitación es una crítica al
sistema de separación de poderes solo cuando se quiere tener mucho poder (cosa
que ansían los partidos), pero no debe ser una crítica por parte del ciudadano.
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Elección del poder judicial
Esta elección no está exenta de controversia. No es fácil asimilar que este
poder pueda ser elegido por los ciudadanos. De hecho, es difícil hacer ver que
esto pueda ser llevado a la práctica. El comentario más común es que si el poder
judicial es elegido por el pueblo, dicho poder tenderá a practicar el oportunismo.
Curiosamente, es el mismo comentario que hacen los comunistas cubanos para
rechazar la democracia como sistema. Los partidos no juegan a favor de los
intereses sociales sino en relación a la oportunidad política en cada momento, al
estado de opinión de la sociedad. Dado que éste puede ser dirigido por los
medios de comunicación, la sociedad está a merced de los que manejan el
dinero. Esto no deja de ser cierto (no nos engañemos) y se tiene que legislar para
que ocurra en la menor medida posible (siendo realista siempre será difícil
erradicarlo en un sistema de libertades). Trataremos este asunto al hablar del
cuarto poder. Sin embargo, este aspecto no justifica que todos los poderes estén
en manos de unos pocos y aún menos una dictadura. Muchos de nuestros
conciudadanos piensan de la misma forma que en el ejemplo de los cubanos, la
judicatura podría estar manipulada por el estado de opinión, algo peligroso si se
quiere impartir justicia. La solución alternativa es que el poder ejecutivo y/o
legislativo nombre al poder judicial. Sin embargo, si estamos de acuerdo en que
una sociedad es democrática cuando existe un sistema de separación y división
de poderes, y que dicha separación de poderes vigila y garantiza la libertad del
ciudadano, el poder judicial debe ser elegido independientemente para que
realmente se encuentre libre de los otros poderes y, en su caso, vigile sus
excesos y parcialidades. Cuando el ejecutivo (elegido por el legislativo) nombra
a un juez (o un fiscal), éste podría tener la fuerza de un opresor. Lo puedo
asegurar.
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La elección del poder judicial es el sistema más pervertido de todas las
sociedades democráticas. ¿Qué poder se pone límites? ¿Qué político permite que
alguien le pueda censurar o incluso condenar por sus acciones? Se pervierte la
democracia cuando, como hemos visto en el parlamentarismo, el poder
legislativo elige al ejecutivo (por lo que apenas se diferencian, son lo mismo
prácticamente) y éstos eligen al judicial. Todo el poder está en las manos del
partido o coalición gobernante. Se consuma la pérdida del sistema de separación
de poderes. ¿Quién va a aplicar justicia sobre aquellos que tienen la potestad de
nombrarlos? Nadie. El sistema se corrompe aún más si se establece una carrera
judicial en la que jueces y fiscales pueden escalar puestos en la administración.
¿Cómo pueden actuar en contra del poder político sin arriesgar sus legítimas
aspiraciones de mejorar su nivel de vida? El deseo de progresar en cualquier
puesto de trabajo es legítimo pero no se puede llevar a cabo dando lugar a
sentencias en contra del que te puede ascender en tu trabajo. La independencia
de jueces y fiscales se pierde absolutamente.
Quizás el caso más claro para que se entienda por qué se debe elegir el
poder judicial reside en los fiscales. La función de éstos es vigilar y defender al
pueblo, no al Estado. Esto se confunde muy a menudo. Los fiscales deben
investigar todas aquellas actuaciones sospechosas de delito de todos los
ciudadanos, y esto por supuesto incluye a la clase política. Si queremos que
alguno de los poderes pueda vigilar el normal desarrollo de las actuaciones
políticas, este poder debe ser elegido por el pueblo. De otra forma no
funcionaría. Su elección por distritos es quizás el ejemplo más claro que existe
para que un equipo de trabajo vele por la libertad del ciudadano, para que nadie
(políticos, corporaciones, mafias,…) pueda abusar de su poder. Dicha vigilancia
debe ser en muchos casos de oficio, debe ser iniciativa de la fiscalía. Es muy
común en nuestra democracia que algún poder, léase alguna persona o medio de
comunicación, quiera modificar el criterio de la gente simplemente vertiendo
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opiniones más o menos dudosas sobre otra persona o grupo. En la actualidad, se
puede mentir descaradamente sobre alguien (en esto la prensa y los grupos de
poder son temibles) y si el ciudadano se defiende, cuando obtiene sentencia
favorable (meses o años después), la persona o el medio de comunicación
publicará una pequeña nota rectificando lo dicho y punto. Probablemente el
daño realizado, la marginación de la vida social o política sea irreparable.
Objetivo cumplido. Un fiscal debe actuar sobre la marcha para que aquél que
publica algo lo demuestre salvo sanción. De esta forma se evitaría en gran
manera los deseos de manipulación social. Debe abrir el periódico todos los días
y actuar de oficio, convocar a las partes y sancionar al que no demuestre sus
palabras. Otro gallo cantaría.
Vigilar la correcta actuación de las administraciones es uno de los
caballos de batalla de nuestra democracia. La figura del fiscal obliga a que los
procedimientos de la clase política sean claros y transparentes bajo pena de la
sanción correspondiente. Mucho cambiaría nuestra sociedad si solamente un
poder independiente como es un fiscal fuera elegido por los ciudadanos de su
distrito. Permítame el lector un par de anécdotas. Un fiscal de mi región alertado
por las actuaciones de los alcaldes en relación con el medio ambiente realizó un
informe (solo un informe) en el que los calificaba de delincuentes ambientales
(sic). Pues bien, un alcalde perteneciente al partido en el gobierno, ni corto ni
perezoso, lo denunció ante el gobierno judicial. El resultado fue su traslado bien
lejos de la región. El mundo al revés. Se supone que si alguien atenta contra el
patrimonio ambiental (patrimonio de los ciudadanos), la ley debe actuar no con
un informe sino con un proceso judicial y en su caso sentencia condenatoria.
Pues no, el presunto delincuente se quita de en medio a quien tiene que velar por
la justicia. Hace poco se informó en los medios de comunicación de mi región
que unos representantes municipales habían justificado como gastos una serie de
pantalones, bolsos, chaquetas, gafas de sol, cuadros y hasta ropa interior. Lo
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lógico es que el fiscal del distrito tome cartas en el asunto ante el mal uso del
dinero público. Tuvo que ser una asociación de ciudadanos los que denunciaron
el asunto. Quedó en nada. Otra vergüenza.
Más difícil de entender es que podamos elegir a los jueces. En realidad en
nuestro país se elige a muchos de ellos. En las ciudades y pueblos donde no
existen juzgados tenemos a los llamados jueces de paz que resuelven conflictos
de tipo civil y penal. Que yo sepa, nadie se ha quejado de esto. Suelen ser
vecinos del municipio elegidos por el pleno del ayuntamiento y no necesitan ser
titulados en derecho. Sin duda, la perversión está en que son elegidos por la
mayoría gobernante por lo que, una vez más, todo el poder está en manos de
unos pocos, del partido o coalición que gobierna. Por tanto, poca independencia
pueden tener. Lo que es curioso es que en estos ámbitos podemos tener jueces
“elegidos” mientras que al resto de los ciudadanos nos imponen unos jueces, que
primero pasan unas oposiciones, y luego entran en la llamada carrera judicial.
Los afines al poder establecido tendrán más oportunidades que aquellos que
puedan ser independientes del poder político, aquellos que vigilen sus posibles
desmanes. Para ascender en la carrera tendrá que tener un comportamiento
diferenciado con la clase política. Todos conocemos los problemas que tiene ese
sistema decimonónico que se llama “oposiciones”. A nadie se le esconde.
Habría que leer lo que dice un reciente ex ministro de justicia del partido
socialista sobre el reclutamiento de jueces, los preparadores y el acceso a la
carrera judicial.
No cabe duda de que para que el poder judicial sea independiente, tanto
jueces como fiscales, deben ser elegidos por los ciudadanos en sus distritos
correspondientes. La misión que le otorga el pueblo es sin duda hacer cumplir la
ley y que ningún poder político o fáctico pueda influir en sus decisiones. El
lector puede pensar acertadamente que ser elegido por los ciudadanos también
tiene sus servidumbres. Absolutamente. Sin embargo, es preferible esa
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servidumbre que la del poder político. Dado que son elegidos y por tanto son
renovables, y que como funcionarios públicos tienen que estar sometidos a
inspección (trataremos de este otro control al hablar de los funcionarios), en
principio deberían actuar atendiendo a la ley y no a los intereses económicos o
políticos.
Existe en las democracias al uso la figura del defensor del pueblo que
tiene la función de denunciar los abusos que puedan realizar las
administraciones públicas. Sin embargo, es elegido por el poder político y su
función es solo denunciar, no puede sancionar ni corregir, por lo que su figura
en realidad es una parte más de la perversión del sistema. El país en este caso,
una vez más, hace un canto a la democracia diciendo que tiene un mecanismo de
control que en realidad no lo es. Es curioso ver cada año la dureza de ciertos
informes de algunos defensores del pueblo denunciando las arbitrariedades y
abusos de la administración con el ciudadano. La figura del defensor del pueblo
es casi ridícula pues solo informa de las quejas de los ciudadanos, como si la
clase política desconociera dichas quejas al ser ellos los que cometen dichas
arbitrariedades y abusos. Más bien parece una tomadura de pelo, pues es una
figura que escenifica que vivimos en democracia pero que no arregla nada de
nada, no controla al poder. Es también parte de esa opereta que escenifica la
democracia falsamente. En un país verdaderamente democrático son los fiscales
los que tienen que luchar contra estos abusos, los que tienen capacidad para
detener y sancionar las injusticias.
No hablemos del control político existente en las altas esferas de la
judicatura. El espectáculo es vergonzoso. La elección de estos estamentos así
como sus actuaciones siempre han estado rodeadas de polémica. Las actuaciones
de estos jueces y fiscales defendiendo intereses partidistas siempre han estado en
los periódicos. Aquí es donde la independencia siempre ha quedado en
entredicho.
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Policía y división de poderes
La policía es un cuerpo de seguridad que vigila el correcto cumplimiento
de las normas en un determinado territorio. La organización de esta institución
tiene que coincidir con la división de poderes establecida dentro del Estado. Así,
habrá una policía local en cada municipio, una en cada Estado federado y otra
para el Estado. Cada una tendrá su nivel de actuación y competencias definido.
No es lógico tener varias policías en un territorio con las mismas competencias y
además con competencias sobre todo el Estado como ocurre en España. No tiene
sentido que en un sistema democrático el Estado central tenga tal control sobre
los ciudadanos, además del enorme dispendio económico que significa tener
distintos cuerpos de policía con las mismas competencias. El número de mandos
se duplica o triplica con el consiguiente gasto. Tener cuatro policías como se
tiene en España (Local, Autonómica, Nacional y Guardia Civil) es
prácticamente una aberración. Menos sentido tiene que una de esas policías
tenga rango de cuerpo militar como ocurre en Europa con las Gendarmerías o la
Guardia Civil en España. Por definición, un cuerpo militar escapa a un efectivo
control democrático. En realidad, la existencia de estos cuerpos militares con
actuación policial en Europa indica lo poco que creen nuestros políticos (y
quizás nuestros ciudadanos) en la democracia. Este tipo de cuerpos son típicos
de las dictaduras.
Policía judicial
Otra de las condiciones fundamentales para que exista una verdadera
democracia es que exista una policía judicial, independiente de la policía del
Estado y bajo el mando de jueces y fiscales. En muchos países se denomina
62
policía judicial a una sección de la policía del gobierno que investiga para la
judicatura, por lo que no es independiente del ejecutivo (del partido o coalición
en el poder). Difícilmente podrá esta policía investigar al poder político (quizás
a la oposición). Es común la filtración de noticias a la prensa durante una causa
contra algún imputado de la oposición al gobierno. Es evidente que éste último
puede obtener la información de la investigación judicial de primera mano pues
es quien elige al jefe de la policía. La manipulación que hacen en contra del
partido en la oposición los medios de comunicación llega a ser cruel. Peor aún
es la utilización de esta policía “judicial” para llevar a cabo la primera fase de
estos procesos, la investigación, los interrogatorios,… Se pueden manipular
claramente desde el gobierno. Otro ejemplo es el de las escuchas telefónicas o el
acceso a internet. Parece lógico que el gobierno a través de su policía pueda
tener información sobre las personas que están siendo investigadas. Una vez
más, la policía y sus mandos están puestos por el ejecutivo, y por tanto, éste
tiene acceso a cualquier investigación. Difícilmente se podrá investigar a los
miembros del ejecutivo y difícilmente se podrá evitar la corrupción de quien nos
gobierna. Más aún, se podrá utilizar no solo en contra de los partidos en la
oposición sino del ciudadano. Esta es otra grave perversión de la democracia
que hace que los ciudadanos no disfruten de las garantías y libertades que
requiere un proceso judicial, o bien difícilmente puedan controlar al poder con
los mecanismos democráticos. Peor aún, que jueces y fiscales no disfruten de la
libertad necesaria para investigar y llegar a las últimas consecuencias de un
determinado delito.
Por tanto, sin un poder judicial que responda ante sus ciudadanos, y no
ante el gobierno o los partidos, no puede existir justicia, libertad y democracia.
Siempre estaremos a merced del lobby fáctico (partidario) que comentábamos
anteriormente.
63
Más democracia
Hemos visto que para que exista democracia tenemos que elegir de forma
independiente a todos los poderes del Estado. Pero no acaba aquí el verdadero
sentido de la democracia. Sin duda, este sistema va mucho más allá de esta
elección. En realidad, en democracia, cualquier poder debe ser elegido con el
objeto de garantizar su independencia. Así, los poderes en un Estado federado,
en una región o un municipio, por supuesto deben ser elegidos teniendo en
cuenta las reglas de separación y división de poderes que hemos argumentado
arriba. Pero todavía quedan más poderes en una sociedad. Por ejemplo, la
policía es uno de ellos. Los jefes de la policía deben ser objeto de elección por
parte de los ciudadanos pues estos regentan un poder extraordinario en sus
ámbitos de actuación. Su elección les dará independencia ante los demás
poderes. En algunos lugares del mundo se elige hasta el forense de la
comunidad. También parece lógico que aquellos poderes mediáticos públicos
tengan una dirección democrática, elegida por el ciudadano y no por el partido
en el poder. Solo es cuestión de hasta dónde quieren llegar los ciudadanos en el
ejercicio de la democracia.
Por tanto, la democracia es, en mi opinión, el sistema que en mayor
medida puede garantizar los anhelos de libertad de los ciudadanos,
asemejándose en cierta forma al ideal libertario. Se divide tanto como se pueda
el poder para que nadie tenga demasiado, y para que todos los poderes se vigilen
unos a otros. La diferencia con lo que la gente entiende por ideal libertario es
que en democracia las normas y su cumplimiento son un requerimiento
fundamental pues, como hemos dicho, de otra forma gobernaría el más fuerte,
en otras palabras, elegiríamos “democráticamente” a alguien que en caso de
querer actuar como un cacique, tendría muchas posibilidades para hacerlo. La
democracia pone muchos, muchos límites para que esto no ocurra. El sistema
64
democrático debe ser riguroso en el cumplimiento de la ley. De otra forma no
habría libertad.
Limitación de mandatos
Es este otro debate en muchos sectores de nuestra sociedad pues existe la
creencia popular que en democracia, mientras el pueblo elija a un ciudadano
para representarles, éste queda legitimado por esa especie de bendición que es la
elección. Además, parece lógico pensar de esa forma pues el sentido de la
democracia es que todo aquello que decida el pueblo tiene legitimidad. Sin
embargo, no parece lógico que un ciudadano se mantenga indefinidamente en el
poder pues la democracia consiste en limitar el poder y, por tanto, es también
alternancia. Éste es otro de los pilares del sistema democrático. Cuando alguien
se instala en el poder, por su condición humana, tendrá simpatías y antipatías,
amigos y enemigos, fortalezas y debilidades,… Por tanto, si algún ciudadano
(aunque sea solo uno) puede sufrir esas, digamos, debilidades del ser humano
que gobierna, es lógico que tenga la oportunidad de no sufrirla. Decía un
libertador americano que "...nada es tan peligroso como dejar permanecer largo
tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle
y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía".
Todos conocemos ejemplos de políticos que se han instalado en el poder a base
de favorecer a un sector mayoritario de sus votantes y someter al sector
minoritario. Sin duda, este sector tiene derecho a salir de su miserable situación.
Además, la ciudadanía que observa lo mal que lo pasan aquellos que no son de
la cuerda de quien gobierna, tienden a que no se les compare o asimile con
aquellos que sufren el acoso, la persecución, la tiranía,… La autocensura es
automática pues nadie está dispuesto a empeorar su situación mostrando ideas
en contra de los posibles desmanes del poder. Todos se apartarán del ciudadano
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acosado pues nadie querrá que se le asimile a esa persona, pues corre el riesgo
de pasar por el mismo calvario. Es por tanto lógico que los mandatos tengan
caducidad pues de otra forma se genera automáticamente un poder caciquil.
Nuestros representantes en democracia son un recurso renovable y en efecto, lo
deben ser, pero no solo votando a otros sino también limitando sus mandatos. En
muchos países existe un claro consenso en que dos periodos legislativos
(normalmente de cuatro años) son suficientes.
Mantenerse en el poder por periodos largos o indefinidamente, aún con la
legitimidad que otorgan las elecciones, es como hemos dicho una perversión del
sistema democrático. Desde luego un Estado con déficit democrático no tendrá
problemas en mantener a una persona en el poder mientras éste juegue a lo de
siempre, a que el sistema establecido no se toque. Todos los partidos estarán de
acuerdo pues se repartirán y respetarán las parcelas de poder, los Reinos de
Taifas, mientras el pueblo no opine lo contrario. Estos reinos se mantendrán a
base de dinero, financiación muchas veces ilegal, subvenciones de otro poder
del mismo color en estamentos más altos,… Lo de siempre, el dinero del
ciudadano se utiliza para mantener un estatus de poder. Además, se sabe que el
poder engendra poder y corrupción. Permanecer largos periodos en el poder es
el camino hacia la corrupción. Decía alguien que los políticos y los pañales hay
que cambiarlos a menudo y por la misma razón. Ni siquiera el político brillante
debe quedar al margen. Es probable que le esté haciendo sombra a cualquier
otro, que su luz no deje ver otra con más matices. Si la democracia es dividir el
poder y no acumularlo, limitar mandatos es una parte esencial del sistema.
Es cierto que limitando el poder por un periodo determinado tampoco se
soluciona el problema de falta de alternancia política. Existen partidos que, aún
renovando a sus representantes, han permanecido décadas y décadas en
determinados estamentos. Al final el efecto es el mismo, se instala un auténtico
régimen político. Es por ello que el sistema de elección por distritos, las
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primarias, la elección a doble vuelta,… todos son mecanismos necesarios para
que el caciquismo no se instale en el poder, o al menos lo tenga difícil.
Funcionarios
Para que exista democracia deben existir puestos que, curiosamente, no
puedan ser elegidos democráticamente. Este es el caso de los funcionarios.
Parece una contradicción pero ya veremos que su existencia (a pesar de la mala
fama de estos) es clave para el funcionamiento democrático.
Un funcionario es un servidor público prácticamente intocable (salvo
algunos casos que veremos) pues esa característica le ofrece independencia ante
el poder político para salvaguardar la legalidad. Generalmente, custodian
documentación oficial o son técnicos cualificados para decidir si una actuación
propuesta por la clase política es legal o no. Si un estamento político intenta en
una actuación contradecir la ley, el funcionario no avalará dicha actuación. No
se podrá realizar y punto. Cambie la ley si quiere pero nunca en contra de ella.
Es cuestión de salvaguardar los derechos de la ciudadanía. Evidentemente, la
figura del funcionario no suele ser del agrado de muchos políticos y
empresarios. Cuanto menos se respeta la democracia, más se intenta degradar la
figura del funcionario. Es evidente que a ciertos grupos tanta salvaguarda de la
legalidad, de nuestros derechos les pone de los nervios.
Para que el funcionario defienda la legalidad y a su vez no abuse de su
poder, no se corrompa, debe estar sujeto a un sistema de inspección por el cual,
por un lado, pueda denunciar el incumplimiento de la ley sin tener que hacer una
denuncia formal en el juzgado, y por otro, debe ser controlado para que no
pueda corromperse junto a la clase política. La inspección, a la cual puede
recurrir también el ciudadano, vigilará que esto no ocurra. Es evidente que esta
67
inspección no puede pertenecer al poder ejecutivo o legislativo. Debe ser el
sistema judicial el que vigile que la legalidad se cumpla. Por supuesto, es aquí
donde la estabilidad laboral del funcionario se puede perder. Si su función es
vigilar la legalidad y no lo hace, incumple su mandato.
¿Cuál es la perversión del sistema? En muchos países, como el nuestro,
dicha inspección no existe por lo que el funcionario depende exclusivamente del
poder político inmediato. Si el funcionario no sigue las consignas de la clase
política, ésta pone a dicho funcionario en una habitación con una mesa y una
silla, sin nada que hacer (pasar ocho horas al día en un cuarto sin trabajo es una
humillación y lo más próximo a una tortura), y además se dirá de él que es un
vago (en realidad no trabaja, no le dejan), una lacra para la sociedad. Lo he visto
en numerosas ocasiones. En su lugar, se contrata a otra persona, se le ofrece un
magnífico sueldo pero, o firmas lo que te ponga delante o a la calle. El resto de
funcionariado “aprenderá” que el que no “colabore” seguirá el mismo camino y
además se le hará la vida imposible. Sin duda, una actuación con tintes
mafiosos. Las personas contratadas en sustitución del funcionario actuarán como
auténticos comisarios políticos para mantener su estatus (y el plus monetario).
Se selecciona a la gente sin escrúpulos y generalmente ligada al poder. Aparece
una administración paralela, personal de confianza que maneja documentación,
datos protegidos por ley, e ingentes cantidades de dinero público sin que nadie
les haya legitimado para ello. Muchos logran con el tiempo entrar en la
administración pues el sistema de ingreso, el denominado sistema de
oposiciones, sigue siendo una antigualla manipulable. En algunos casos ni las
convocan pues los candidatos “oficiales” no darían nunca la talla. Se les contrata
de por vida y se perpetúa el sistema. Normalmente, el funcionario no denuncia
las ilegalidades que se cometen con los ciudadanos pues sabe que eso le traerá
múltiples problemas ante sus jefes inmediatos. Por tanto, es la ciudadanía la que
paga las consecuencias de que no exista una inspección independiente del poder
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político, perdiendo así sus derechos (expedientes que nunca salen adelante, otros
que salen con inusitada rapidez, otros que no se tramitan, que no prosperan, que
se pierden,…).
Muchas veces, cuando un caso de corrupción salta a los medios, vemos
como los políticos quedan libres de culpa, pues el delito lo cometieron los
funcionarios que firmaron los informes técnicos bajo amenaza de empeorar su
situación en la institución. Se cierra el círculo y la clase política queda libre de
delito.
También hay que decir que no todos los puestos en la administración
deben estar ocupados por funcionarios. Solo aquellos en los que se tiene una
clara responsabilidad como puede ser salvaguardar documentación, actuar bajo
criterios técnicos, y donde se deban emitir informes que la clase política tenga
que conocer. Las administraciones pueden contratar empleados públicos como
cualquier otra empresa. Esto hace que el sistema sea más eficiente.
Más allá de la simple representación: la consulta
Es curioso que en gran parte del mundo se piense que el sistema
democrático termina con la representación. Decíamos al principio de este texto
que incluso la Real Academia de la Lengua dice que este es un sistema en el que
la soberanía reside en el pueblo, que ejerce el poder mediante representantes
elegidos por sufragio universal. Punto. Se quedan tan tranquilos. En este caso,
países como Marruecos se deberían considerar como democracias. Según esta
definición y la mentalidad imperante, al ciudadano solo se le consulta a la hora
de elegir a sus representantes. Todo lo demás queda en manos de la élite elegida
(designada por los partidos). Excluyen que el pueblo pueda ser consultado, lo
cual es absolutamente falso y constituye una tremenda perversión del sistema.
69
En realidad la representación aparece para facilitar las miles de decisiones que
tienen que tomar los Estados, pero nunca sustituye a quien realmente tiene la
soberanía. Incluso entre la izquierda no se tiene (o no se quiere tener) conciencia
de la importancia que tiene la consulta popular. Muchas veces apelan a que el
cambio en una determinada cuestión deberá venir de la propia sociedad (bien),
pero a continuación argumentan que solo desde la denuncia y la movilización se
pueden cambiar las cosas. Algunos llegan a plantear algo que llaman democracia
deliberativa y participativa sin explicar qué es eso.
En Europa muy pocas organizaciones políticas han reclamado el
referéndum como forma democrática normal. Han asumido que consultar a la
gente no debe ser importante, o simplemente como he oído a veces, el pueblo se
puede equivocar. Como si existiesen unas mentes pensantes, investidos de la
razón, que no se equivocan jamás. Es el miedo a la democracia o quizás aquel
pensamiento típico de los partidos por el cual se hacen con el monopolio de la
razón. Cuando me elijan aplicaremos nuestra política, caiga quien caiga, pues
tenemos la razón. Tremenda equivocación pues prácticamente cada ciudadano
tiene su razón… Simplemente hay que sentarse en una tertulia y escuchar. Lo
malo es que muchos de nuestros representantes piensan que cuando un
ciudadano no comparte su razón es que está equivocado, desinformado, no tiene
criterio,… y en el peor de los casos, no se adapta, no colabora, ha perdido el
juicio,… Alguien dijo una vez que la razón es totalitaria y lo comparto
plenamente ¿Por qué da miedo la democracia? ¿Por qué no se atreven a
preguntar? ¿Por qué el mecanismo del referéndum está prácticamente vetado?
¿por qué ni siquiera la izquierda lo plantea? Pienso que si la población no
reivindica sus derechos, la clase política no se los va a dar nunca pues eso sería
quitarse poder y nadie en este mundo está dispuesto a eso. En algunos casos
(sobre todo en política municipal) se engaña a los votantes prometiéndoles más
participación ciudadana, concejalías de distrito,… Es increíble como al final
70
todo se queda en unas cuantas reuniones con las asociaciones de vecinos o la
asignación de un concejal para escuchar las quejas de los ciudadanos. Una
tomadura de pelo.
Existen países en el mundo en los que cada vez que se celebra una
elección a presidente, al parlamento, a municipios,… al mismo tiempo realizan
cientos de consultas populares mediante referéndum. Desde leyes, pasando por
normativas a cuestiones tan mundanas como si en este territorio queremos la
carretera tal o el tren cual, o no los queremos. Preguntas tales como subir los
impuestos para determinados gastos como la inversión en educación, en
sanidad,… Esto para muchos países que se denominan democráticos es ciencia-
ficción. El mayor grado de democracia que gozamos en nuestro entorno es la
posibilidad de reunir una serie de firmas (decenas de miles) y proponer al
parlamento que debata una iniciativa popular. En muchas ocasiones hemos visto
como este mecanismo es inútil pues, o bien el parlamento termina dictaminando
lo contrario que pretendía la iniciativa popular, o bien simplemente dicha
iniciativa no entra a debatirse. La democracia en este caso solo es una quimera.
En mi tierra solo han prosperado iniciativas intrascendentes. En algunas
comunidades de España si lo he visto pero para cuestiones digamos de estética
como prohibir las corridas de toros. Digo de estética pues a nadie se le ha
ocurrido plantear la erradicación, por ejemplo, de la indigencia. En cualquier
caso, de consulta popular nada. Eso de preguntarle al pueblo directamente no se
les pasa por la cabeza, ni de lejos.
Una democracia no lo será nunca si los ciudadanos no tienen derecho a
decidir en los temas que considere oportuno. Estoy absolutamente seguro de que
determinados acuerdos tomados por los ayuntamientos, diputaciones, cabildos o
parlamentos tendrían un signo contrario si el pueblo fuese consultado. Cuando
se dice que el pueblo no está bien informado para ciertos temas, que se puede
equivocar, que se asume un riesgo,… estamos ante un extraordinario desprecio a
71
la ciudadanía. Hoy en día los medios de masas llegan a todas partes. Se puede
estar informado de cualquier tema susceptible de ser consultado. Por supuesto,
la campaña informativa entre los partidarios de uno y otro signo debe estar
regida por un proceso con acceso igual a los medios de comunicación y con
suficiente tiempo para explicar bien la propuesta, con sus pros y contras, con las
consecuencias de una u otra elección. Cualquier ciudadano puede elaborar su
criterio perfectamente sobre el tema en cuestión. Si al final nos equivocamos
(cosa que puede ocurrir), lo haremos con todas las consecuencias. Lo demás es
paternalismo ridículo. La consulta es un pilar básico de la democracia. Aunque
necesitamos el sistema de representación, en ocasiones tenemos el derecho a
desconfiar de nuestros representantes pues al fin y al cabo son humanos.
La prensa
El cuarto poder, nunca mejor dicho. No cabe duda de que es uno de los
poderes más necesarios, más útiles en el sistema democrático, pero también el
que más se escapa (por definición) al control democrático. Probablemente, eso
no es malo en sí mismo, pero el problema reside en la perversión de su fin
primordial. Como todo. Ya hemos comentado al hablar de los comunistas
cubanos que es precisamente la prensa quien, en su opinión, pone en entredicho
todo el sistema democrático. Merece la pena recordar lo que dicen: “Los
partidos no juegan a favor de los intereses sociales sino en relación a la
oportunidad política en cada momento, al estado de opinión de la sociedad.
Dado que éste puede ser dirigido por los medios de comunicación, la sociedad
está a merced de los que manejan el dinero”. La democracia tiene aquí un
problema. Es tan fácil manipular. Los recientes sucesos de Islandia donde la
población se ha negado a pasar por el aro de los banqueros es un claro ejemplo.
La prensa en el mundo no ha informado de nada de lo que sucede en ese país.
72
No interesa. Los periodistas tienen aquí una clara responsabilidad pues deben ser
ellos los que digan lo que es noticiable, y no lo que digan las grandes empresas
de la comunicación.
Decía un activista sudafricano que la mayor arma de los opresores es el
cerebro de los oprimidos. Quizás sea por eso el afán de todos los poderes
fácticos por hacerse con la prensa a toda costa. En términos democráticos, el
cuarto poder lo fue mientras los ciudadanos mantuvieron un control relativo
sobre la prensa. Esto fue así cuando un grupo de personas con afinidades
políticas o económicas, o un empresario establecía un periódico. El éxito de
dicho medio de comunicación lo daban los compradores de dicho periódico. A
mayores ventas, más influencia sobre la sociedad. El grupo de periodistas se
esforzaba, en parte porque de ello dependía su salario, por encontrar la noticia y
publicarla, aún en contra del poder establecido. Al mismo tiempo existía cierto
control del ciudadano pues era éste quien comprando o no dicho periódico iba a
hacer que dicha empresa saliera adelante o no. Esto fomentó que aparecieran
medios de comunicación de las más variadas tendencias que atendían a los
requerimientos de un público que pedía una determinada orientación. Aparecen
pues periódicos muy críticos, poco críticos o nada críticos con determinadas
tendencias políticas, y viceversa. Al fin y al cabo, el cuarto poder estaba en
manos de los seguidores de cada uno de los periódicos.
El problema surge cuando estos medios de comunicación se convierten en
grandes empresas donde el dinero no proviene del ciudadano sino de aquellos
que pueden subvencionar dicho periódico con publicidad. En este momento los
medios pasan a ser voceros no solo de cada tendencia política (que también)
sino de los intereses de quien paga. En la actualidad pagan las grandes empresas
y los gobiernos mediante subvenciones de las formas más variadas y variopintas.
El problema es que muchos trabajadores de la información viven, en mayor o
menor medida, secuestrados por sus empresas y por tanto, secuestrados
73
ideológicamente. Si el poder en la política está en manos de unos pocos partidos
y estos dependen de la financiación de los gobiernos en el poder y de las grandes
empresas para ganar elecciones y seguir en la política, el resultado es evidente,
la prensa estará en unas únicas manos. Es prácticamente imposible que un medio
de comunicación salga adelante si no es con el apoyo de los grandes empresarios
y los partidos en el poder. Así vemos que cada medio de comunicación depende
de los dos o tres partidos que subsisten en un país. En los comienzos del
periodismo un trabajador de la prensa podía cambiar de trabajo simplemente
pasando a otro medio donde su información y crítica fuese aceptada y valorada
por el público. Eso vendía periódicos. Ahora los empleadores son un sistema de
partidos y unos empresarios que no difieren mucho ideológicamente por lo que
al periodista crítico le va a ser muy difícil encontrar trabajo. Por tanto,
tendremos la selección natural al revés. Se perpetuarán, no los mejores, sino los
más serviles, los voceros de quien paga.
El fin primordial de los grandes medios de comunicación (en manos del
poder político y empresarial) es lo que se ha dado en denominar la fabricación
del consenso. El poder dominante utiliza la prensa para guiar la opinión pública
(y por tanto al electorado) hacia sus inconfesables intereses. Su estrategia se
suele basar en el uso de trucos sucios, manipulación, secuestro de información,
encuestas de opinión falsificadas, amenazas de problemas sociales, incluso de
desastres sociales,… y un largo etcétera. Casi todo es válido con tal de dirigir las
decisiones de un individuo hacia un producto comercial (si no consumes tal
producto te hacen sentir como un ser miserable), una tendencia política, una
forma de pensar o un determinado candidato. Si no se logra dominar esta
manufactura del consenso, casi todo estará perdido.
El problema se agrava con la universalización de la prensa en internet. En
este caso el ciudadano no paga nada (por tanto controla muy poco o nada) y
dichas empresas dependen directamente de la clase política y de los empresarios.
74
Ahora es prácticamente imposible que las voces críticas de la sociedad tengan
eco en los medios de comunicación. Lo más que puede ocurrir es que entren en
el juego de ser voceros de los intereses particulares de un partido o rama
empresarial. De hecho, el espectáculo que cada día legitima el sistema es la
pléyade de periodistas que apoyan las posiciones de uno u otro partido, con
especial énfasis en aquellos que apoyan a la oposición pues éstos escenificaran
la crítica con tal vehemencia que aparentarán que el sistema funciona. Si detrás
de todos estos medios de comunicación están solo dos o tres partidos y unos
pocos empresarios, la crítica racional quedará fuera del sistema.
El control de este cuarto poder en la actualidad es uno de los problemas
más difíciles a los que se somete el sistema democrático pues la influencia de los
medios de comunicación es decisiva. ¿Quién puede competir con estas grandes
empresas? Pensemos en los canales de televisión donde las cifras que se
manejan son astronómicas. Cualquier tendencia política que quiera salir al ruedo
tendrá los días contados. Se ignora o se hace una pequeña campaña de acoso y
derribo por parte de los medios adscritos a los partidos establecidos, y se acabó.
Por otro lado, cualquier tipo de control sobre la prensa se verá, con mucha
razón, bajo sospecha de censura y esto es lo que se quiere evitar ante todo.
Ya decíamos arriba que el verdadero control de los medios de
comunicación lo debería hacer el público que paga por la información. Esta es la
única posibilidad de mantener una prensa que pueda competir en igualdad de
condiciones y donde se garantice la pluralidad política. Por tanto, en este
llamado cuarto poder debe ocurrir lo que argumentamos sobre la financiación de
los partidos políticos. Decíamos que dicha financiación debería tener un techo,
ser transparente y auditable. Algo similar debería ocurrir con los medios de
comunicación. Deberían tener un techo muy claro y transparente de financiación
empresarial y estatal que permita la existencia de una prensa tan amplia como el
espectro de tendencias políticas elegidas por la sociedad, permitiendo la libre
75
competencia entre los medios. En la actualidad solo los grandes grupos
empresariales en conexión con el poder político pueden competir y esto no
parece democrático. El auténtico control y las posibilidades de generar
beneficios deben venir de los ciudadanos que compran la información, no de
oscuros intereses políticos apoyados por las empresas. En fin, como cualquier
empresa, se debe a sus clientes y no a las subvenciones. Sin duda, sería
necesario endurecer la legislación para evitar sobrepasar los diversos techos de
financiación.
Por otra parte, se podría pensar que la ansiada diversificación de la
información se está empezando a disfrutar en internet. De hecho, en este medio
podemos encontrar de todo, aunque no siempre. Piense el lector en la censura de
la empresa Google en China. Ni internet se libra de los empresarios y de los
Estados. Sin embargo, un medio de comunicación es algo más que una simple
página web. Contar con información, periodistas y firmas de prestigio solo es
posible con dinero por lo que estamos en las mismas. A esto se une otro de los
problemas de la comunicación, el de las fuentes de información. Es común abrir
varios periódicos en internet y ver exactamente la misma noticia, con el mismo
perfil y con la misma orientación ideológica (y a veces con los mismos errores).
No olvidemos que por encima están las grandes multinacionales de la
información que lo mismo te venden una guerra como una hambruna. Este es
otro problema, el de las grandes corporaciones que por coherencia lo trataremos
aparte.
No estaría completo este apartado dedicado a la prensa si no nos
detuviésemos un momento en ese instrumento de alcance universal que es la
televisión. Sin duda, uno de los instrumentos de comunicación con más impacto
sobre los ciudadanos. Tiene quizás más potencialidad educativa que cualquier
otro invento humano y un tremendo poder para orientar el deseo de las masas,
solo superado por determinadas religiones. Lo triste es que teniendo el poder
76
educativo (en sentido positivo) que tiene, en pocas ocasiones se ha utilizado para
ese propósito. Aparte de los problemas que hemos enunciado para la prensa en
general, el escollo para su utilización racional reside básicamente en la
competencia de los canales de televisión por la audiencia. Su financiación se
basa en la publicidad y eso la ha transformado en uno de los elementos
primordiales del mercado. Estar en el mercado significa retransmitir lo que el
público pide (generalmente deporte, sexo y violencia) y esto sin duda la aparta
de las maravillosas potencialidades que encierra. Dado que competir en el
mercado significa alcanzar la máxima financiación por parte de gobiernos y
empresas, este medio, al igual que los demás, se pone al servicio de los que
pagan y, por supuesto, al servicio de la indoctrinación que necesitan los intereses
políticos y económicos.
Si uno de los pilares de la democracia se basa en que el poder esté
dividido, que nadie acumule demasiado poder, la prensa debe estar diversificada
y por tanto el espectro (como el de las frecuencias de radio) debe estar dividido
permitiendo la libre competencia. En la actualidad son los Estados y sus
federados los que otorgan las frecuencias de radio y televisión, normalmente
siguiendo criterios económicos y políticos. La financiación debe estar controlada
para que la libertad de información pueda ser una realidad. No debe existir
espacio para la corrupción financiando más allá de lo permitido, y menos con
dinero público. Los anuncios publicitarios presentados con forma de noticias y
los suplementos pagados con dinero público que se presentan como reportajes
periodísticos deben desaparecer. Hablaremos más adelante sobre las grandes
empresas multinacionales (ver Democracia Social). Lo que allí se argumenta
será válido para las corporaciones de la comunicación.
Sin duda, entre la lluvia de críticas a lo argumentado estará que los
medios (especialmente la televisión) perderán calidad. Lo dudo pues he visto
pequeños canales con una calidad envidiable, pero aún así, la libertad de los
77
ciudadanos está basada en que nadie pueda hacerse con el monopolio de la
información, la crítica y el disenso. Desde mi personal punto de vista, el
problema ha residido siempre en mezclar información y opinión (dos valores
democráticos fundamentales) con la propaganda comercial, institucional y
estatal (intereses económicos y de poder, antagónicos a la libertad de opinión e
información). Dicha mezcla es perversa para el sistema democrático pues una
puede, literalmente, comprar a la otra, y viceversa. Si quieres información y
opinión debes pagar un peaje sujeto a los poderes políticos y económicos. Como
hemos dicho, esta situación se agrava con la gratuidad del sistema tal y como
ocurre en internet. Hemos llegado a tal límite que incluso entregamos nuestra
vida privada a determinadas multinacionales a cambio de servicios gratuitos, tal
y como ocurre en las redes sociales. Urge un cambio radical en el sistema pues
nos jugamos el futuro de la democracia. Sin duda, hay que separar información
y opinión de propaganda estatal o comercial. No es fácil.
En realidad, la publicidad perfecta es aquella que aparece en todos los
medios de comunicación. Se supone que cuando una institución del Estado o
una empresa desean informar en la prensa, lo hacen solo con el propósito de
anunciar algo para el conocimiento de todos. Así, una empresa que quiera
anunciar un producto pagará más o menos según dicha información llegue a un
mayor o menor número de ciudadanos. Lo mismo ocurre con las instituciones
cuando quieren hacer llegar una determinada información a la ciudadanía. Se
supone que ese es el interés primordial. Por tanto, si queremos separar la
información y opinión de la propaganda, tanto las instituciones como las
empresas deberían enviar la publicidad a un fondo común y pagar por el espacio
o el tiempo publicitario. Una vez enviado a todos los medios de comunicación,
éstos cobrarían proporcionalmente según las ventas o audiencia de ese día. Esta
sería una forma elegante de poner un techo tanto a la propaganda (sería
auditable) como a los intereses oscuros. Tendríamos libertad absoluta para
78
publicar, control por parte de la ciudadanía, competencia leal y publicidad con
escasas posibilidades de controlar a los medios de comunicación. Esto
diferenciaría a un sistema de libertades pues es en las dictaduras donde se
controla la información y la opinión, dando vía libre a la publicidad. En la
democracia se garantiza la publicidad sin controlar la información y opinión.
Por último, no debemos olvidar que la profesión de periodista es en
ocasiones de alto riesgo. Como persona metida en el mundo universitario,
científico y cultural, he visto auténticas persecuciones hacia determinados
periodistas por el simple hecho de practicar la libertad de expresión. He visto
como algún periódico boicotea determinados eventos culturales simplemente por
el hecho de que participa un determinado periodista. El mensaje es claro. Quien
colabore con él será castigado. Por tanto, se enviará un mensaje para que nadie
le ofrezca oportunidades o trabajo. En este sentido, los periodistas deberían estar
protegidos por una especie de libertad de cátedra que vaya más allá de la libertad
de expresión. La primera es el derecho de los docentes a exponer sus
conocimientos según sus propias convicciones y sin someterse a una doctrina
impuesta por los poderes públicos. Al ser un derecho no pueden ser removidos
de su puesto de trabajo por disentir con la clase política. Es distinto de la libertad
de expresión que te permite disentir pero no procura una salvaguarda en el
puesto de trabajo. Es claro que se puede alegar en caso de conflicto, pero la
empresa (o el poder político) siempre buscará otras razones (económicas
generalmente). El ansiado estatuto del periodista intenta solventar este aspecto
mediante los consejos de redacción. Se debería introducir en este tipo de
empresas determinadas condiciones para que el periodista no pierda su puesto de
trabajo después de una trayectoria profesional importante. Esto le daría libertad
para disentir sin ser castigado con el paro. Es una vergüenza para el sistema
democrático observar como brillantes profesionales quedan apartados de los
79
medios de comunicación por el poder político (económico) simplemente por el
hecho de ser críticos, por ejercer el derecho que cualquier ciudadano posee.
Por tanto, tener una prensa libre, que no esté atada al poder estatal o
empresarial, que permita la transparencia del sistema democrático, es
fundamental para su correcto funcionamiento. Si no es así, le estaremos dando la
razón a los que no quieren la democracia como sistema de convivencia.
La necesidad de la democracia política.
Quiero ilustrar lo argumentado en este texto con tres ejemplos cercanos
que nos afectan directamente. El ejemplo de España y de Canarias se puede
trasladar a muchos países y regiones de Europa. Piense el lector en el caso
italiano cuyos niveles de degradación democrática están llegando al esperpento.
Es importante que el lector aprecie la forma de democracia en la que vivimos y
se haga una idea de cómo se han construido nuestros sistemas de convivencia, y
qué esconden.
Europa es un invento. Formada por múltiples países y regiones con sus
lenguas, tradiciones, culturas,… es un mosaico de intereses tan complejo que su
historia está plagada de conflictos y guerras. Marcada por la revolución francesa
primero y el auge de las ideas socialistas después, sus ciudadanos nunca
tuvieron una convicción democrática fuerte, y de hecho nunca se desarrolló un
sistema democrático avanzado. Nuestra historia ha hecho que no se haya
desarrollado una mentalidad firmemente democrática y hasta nuestra vida
particular está impregnada de instituciones privadas que limitan nuestra libertad
(colegios profesionales, notarios, registradores de la propiedad,…). Una parte de
la población nunca ha creído en la democracia, es la derecha social que en
ocasiones ha llegado al extremo de anular las libertades básicas. Otra parte de la
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población ha tachado el sistema democrático como el gobierno de los burgueses
y la han considerado como paso previo a la transformación social que siempre
predicó la izquierda. Para ésta, el ideal igualitario siempre estuvo por encima de
los valores democráticos. Aún cuando aceptó gestionar el sistema desde el
parlamentarismo, nunca quisieron ir más allá en los avances democráticos.
Simplemente esperaron a que les tocara llegar al poder para imponer sus
razones. La izquierda nunca llegó al poder pues, como argumentamos al
principio, el sistema estaba trucado. En un sistema parlamentarista es muy difícil
alcanzar mayorías.
Después de la Segunda Guerra Mundial, visto el desastre y para no repetir
la historia, se produce el intento de Unión Europea, primeramente con pasos
muy tímidos al establecer la Unión del Carbón y el Acero por parte de Francia,
Italia, Alemania, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Fue un acuerdo meramente
económico para suprimir ciertos aranceles. Todos conocemos la historia y la
adhesión de los distintos países hasta crear la moneda única, el Euro. Siempre ha
sido un matrimonio de intereses. El sistema democrático siempre quedó en un
segundo plano y aunque existen elecciones europeas, nunca se han parecido ni
de lejos a un auténtico sistema democrático. De hecho, la presidencia va rotando
entre los distintos países y está gobernada por una serie de comisarios (elegidos
por los distintos partidos) que llevan toda su vida en el poder, manejando
ingentes cantidades de dinero. Es quizás lo más parecido al antiguo sistema
soviético en el que una élite de burócratas manejaba a su antojo los entresijos del
poder. Estar gobernados por burócratas es todo lo contrario a una democracia
por mucho que quieran darle legitimidad a sus nombramientos. Lo contrario del
gobierno representativo es la administración burocrática, la cual es en ocasiones
despótica. Así nos va en Europa, de fracaso en fracaso. Solo hay que mirar sus
políticas para darse cuenta del despilfarro, de la regresión que sufre el continente
y del olor a putrefacción que comienza a tener. En realidad, la Europa de hoy
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busca el poder económico y no la libertad política. Esto es curioso pues los
fundadores del sistema soviético decían que el poder económico era
indispensable y en cambio la democracia no. No cabe duda de que existe un
paralelismo con el marxismo: no importa la política sino el crecimiento
económico. El hombre queda supeditado a la producción. A esto hay que añadir
la tolerancia de las políticas europeas con regímenes dictatoriales permitiendo la
opresión de millones de personas, pues lo importante es la economía.
Parece claro también que ninguna de las estructuras de poder establecidas
en este continente tiene algo que ver con el normal establecimiento de la
democracia política. Ni separación de poderes, ni nada de nada. Ya lo vimos en
el texto de la fracasada constitución. De democracia social, mejor no hablar dada
la notable proyección economicista de la Unión, la famosa Europa de los
Mercaderes. La Unión funciona como uno de esos entes que le quitan poder
nacional a los Estados (G-8, Banco Mundial, Fondo Monetario
Internacional,…), pero desde la legalidad e intentando, al menos sobre el papel,
dar legitimidad democrática. La última crisis es un claro ejemplo pues ha
sometido a los distintos Estados a las condiciones establecidas por las
instituciones que nadie ha elegido democráticamente (G-n, Banco Mundial,
FMI,…). Elegir un parlamento, ya lo dijimos, no es condición para alegar que
existe democracia. No existe una clara voluntad de democratizar Europa, quizás
por miedo a lo que pueda pasar, por intereses inconfesables o porque sus
ciudadanos tampoco saben lo que es y las ventajas que tiene. Debe quedar claro
que la Unión Europea es un club con una serie de normas pero no un sistema
democrático. Sin embargo, argumentan lo último para manejar enormes
cantidades de dinero, intereses y un poder extraordinario.
Otro de los casos es el español. La democracia española nace desde la
dictadura franquista en una especie de pacto entre las distintas fuerzas políticas
de derecha e izquierda para establecer un régimen parlamentario. Ya hemos
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desgranado la falacia que es el parlamentarismo y no voy a abundar en ello.
También la falacia de la autonomía, haciendo creer que es algo casi o más que
un federalismo. En el momento de la transición española a la democracia, una
parte de la derecha la aceptó a regañadientes, otra simplemente como forma de
mercadear en Europa. La izquierda, toda la vida leyendo las obras completas de
Marx y de Lenin (quizás a Gramsci), no tenía ni idea de lo que significaba la
palabra democracia (creo que aún siguen sin saberlo). La única condición que
pusieron fue la de participar en las elecciones y por supuesto participar de un
proceso de consolidación de partidos que en el futuro le daría un notable poder.
Se contentaron con gestionar el sistema que les vino impuesto y, por supuesto,
disfrutar de su nueva situación social. Los líderes y burócratas de los partidos
pasaron a ser una especie de aristocracia que en muchos casos todavía siguen
entre bambalinas. Además, se ponen los sueldos, tienen inmunidad judicial,
jubilaciones escandalosas,… La constitución les dio mucho poder a los partidos,
y sus sacerdotes han sabido aprovecharlo. Ahí siguen.
Quizás, la mayor concesión que hicieron fue la de participar en un sistema
electoral a todas luces injusto. Primero porque el sistema de listas les convenía y
segundo porque cedieron en otorgar un mayor peso al voto rural que al de las
ciudades. En un país con una tradición caciquil de siglos, es claro que dándole
mucho más valor a este voto, la derecha iba a obtener mejores resultados. El
sistema aún perdura. En los pueblos, a base de favores y dinero público se logró
crear una parroquia. Por último, la no limitación de mandatos ha perpetuado
auténticas castas que se han mantenido comprando el voto con dinero público.
Como decíamos, una importante parte de la representación política en España ha
estado en el poder durante los 30 años de democracia.
Otro de los problemas de la elección del legislativo y de la democracia
española y su sistema electoral es la representación de grupos nacionalistas sin
un proyecto común. Parece lógico que cuando se elige un parlamento, éste debe
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ser la voz de la mayoría de los ciudadanos de ese país. Los grupos políticos
deben tener candidatos en todo el territorio representando así a todos los
ciudadanos del país. El legislativo representa a todos aunque los diputados se
elijan por distritos. Por tanto, los diputados defienden lo mejor para el conjunto
de la población. En España, por ejemplo, un grupo político local se puede
presentar en un solo distrito electoral y obtener mayor representación que un
partido que se presenta en todo el territorio nacional con muchos más votos. Así,
el sistema electoral permite que un partido que se presenta solo en una
circunscripción, por ejemplo en Canarias, obtenga dos diputados en el
parlamento nacional con apenas 160.000 votos, mientras que otro en todo el
territorio obtiene el mismo número con casi un millón de votos. Lo gracioso es
que estos dos diputados locales suelen ser decisivos para gobernar. La pregunta
es clara, ¿a quién representan? ¿solo a los canarios o velan por el interés de
todos los ciudadanos del país? Recientemente el gobierno de España hizo una
propuesta para subir el impuesto sobre el valor añadido (IVA) y sacaron
adelante la votación gracias a los dos votos nacionalistas de Canarias. Lo
curioso es que en Canarias no existe ese impuesto. Han votado en un tema que
perjudica a la mayoría de los españoles (el IVA es un impuesto injusto y está en
niveles escandalosamente altos, ya lo veremos) y no a su electorado a cambio de
sabe Dios qué contraprestaciones. El mercadeo del que hablamos anteriormente.
Pienso que lo que uno no quiere para sí, tampoco lo debería desear para otros.
Expongo el anterior ejemplo pues para mí, como ciudadano de Canarias,
ni Convergencia i Unió, ni Esquerra Republicana de Catalunya, ni el Partido
Nacionalista Vasco, ni el Bloque Nacionalista Gallego, ni muchos de estos
partidos, con todos mis respetos, me representan. Van a lo suyo. Es lógico que lo
hagan pero en sus respectivos Estados federados, donde deben lograr el mayor
grado de gobernabilidad que ofrece un Estado federal. Lo que no es lógico es
que el legislativo español sea un mercadeo impresentable para que estos
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pequeños grupos, sobre-representados, que no representan a todo el país, se
nutran de las crisis gubernamentales. Este mercadeo lo pagamos todos los
españoles con nuestros impuestos y no es lógico. El legislativo del Estado
español legisla para todo el Estado y por tanto, o se unen esos grupos y
defienden lo mismo para todos los federados, o no hay congruencia democrática.
Lo que se quiere para uno, debe ser beneficioso para todos.
Si bien hemos expuesto ciertas aberraciones a lo largo de este texto, nada
es comparable a lo que ocurre en determinadas autonomías españolas. Voy a
exponer el caso de Canarias por ser un caso extremo, aunque el lector puede
extrapolarlo a otros lugares. En esta autonomía española el sistema democrático
es una quimera aceptada por todos, legitimada. La región está compuesta por
siete islas, dos de ellas muy pobladas con el 40 y el 43% de la población en cada
una, y el resto (17%) en las cinco islas restantes. Es el típico ejemplo para
establecer un legislativo con dos cámaras (una representando a los ciudadanos y
otra a las islas). Cuando llega la democracia, en vez de llevar a cabo un sistema
lógico de una persona un voto y de igual valor se establece lo que en su
momento se denominó la triple paridad. Había que representar a las islas más
pobladas, menos pobladas y a toda la ciudadanía a la vez. Ni idea de lo que es la
democracia (quiero pensar). Se crea un sistema en el que las islas menos
pobladas eligen al 50% de los diputados en el parlamento y las dos islas más
pobladas al otro 50%. Es decir, el 17% de la población elige a la mitad de los
parlamentarios y el 83% restante a la otra mitad. El voto de una persona de la
isla de El Hierro, por ejemplo, vale 14 veces más que el voto de una persona de
cualquiera de las islas más pobladas. Este invento consiste en llevar la
desproporción argumentada para el territorio español a las máximas
consecuencias. Sin duda, es uno de los engaños más importantes que he visto y
una de las mayores injusticias realizadas con un pueblo europeo. Es evidente
que la clase política en el poder favorezca todo aquello relacionado con ese 17%
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de la población. El neocaciquismo adquiere su máxima expresión. Así hemos
visto inversiones millonarias para unos pocos mientras una parte de la población
de las islas más pobladas sufre pobreza, desarraigo y marginación. Un desastre
social de enormes proporciones. Siempre digo en broma (o quizás en serio) que
si un habitante de El Hierro le pide al político de turno que le pinte la casa, no
solo lo hará sino que si quiere le pondrá un piso más. Su voto vale en el mercado
electoral una fortuna. Es evidente también que el ciudadano que no sea de la
cuerda del sistema caciquil en esas islas tiene los días contados. Tanto los
partidos de derechas como los de izquierda han entrado por esa vía y las
diferencias sociales entre las islas más y menos pobladas han aumentado.
Incluso se ha dado el caso en el que un presidente del cabildo del partido
socialista paga los entierros a los habitantes de una isla. No sé si es de risa o para
llorar.
Parece claro que tanto en Europa, como en España y sus Autonomías, se
ha pervertido el sistema democrático de tal forma que lo que se ha creado es una
tela de araña con legitimidad pero sin las garantías de una democracia política.
Quizás he apuntado problemas candentes y alguien podrá recriminar que no
considero los demás logros democráticos. Señalar solo al sistema electoral no es
una crítica contra el parlamentarismo pues, dicen algunos, que las elecciones
deben estar adaptadas a cada uno de los países y regiones. Esto es una falacia y
lo cierto es que suele ser al revés. En cada lugar se impone un sistema electoral
para que la población no ejerza su libertad. Ocurrió en Europa después de la
Segunda Guerra Mundial imponiendo el parlamentarismo para que las mayorías
de la época no alcanzaran el poder. Lo hicieron posteriormente con la Unión
Europea para que prácticamente gobernara una élite de burócratas. Durante la
transición española impusieron un sistema electoral para que los partidos fueran
muy fuertes, tanto que nos imponen una dictadura alterna. En algunos casos,
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como en Canarias, el caciquismo impuso su ley, al igual que en los 500 años
anteriores.
Necesitamos la democracia política como el agua. Ya hemos visto que
mantener el estatus actual solo nos traerá atraso y miseria. Mientras la libertad
de los ciudadanos no quede garantizada por la democracia política, nuestras
ansias de progreso como sociedad, nuestra vida como ciudadanos y nuestros
recursos quedarán en manos de unos pocos, que como hemos visto, no se han
molestado en traernos libertad, capacidad de decisión, mejora de nuestra calidad
de vida,… Solo se han molestado en mantenerse en el poder. Les emborracha.
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Algunos problemas de la democracia política
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No se le escapa a nadie que la democracia tiene múltiples problemas.
Vamos a enumerar unos pocos en la certeza de que existen muchos más, lo
cuales harían este texto inacabable. Quiero hacer énfasis en estos pues los
considero marcadamente graves para la democracia y su normal desarrollo. Los
problemas que generan son de tal magnitud que pueden dar al traste con todo.
Creo necesario hablar de ellos pues los países que quieran abundar en el sistema
democrático, tal y como se propone aquí, deben plantearse algunas preguntas o
al menos deben tener claras las ideas de los problemas que se generan por el
simple hecho de avanzar en democracia.
Conciencia, mentalidad y costumbres
Sin duda, éstos son tremendos escollos para la democracia. Cuando los
revolucionarios americanos hicieron la declaración de derechos de Virginia
diciendo que todos los hombres son libres e independientes, pronto les
recordaron que esa declaración implicaba acabar con la esclavitud. Sin embargo,
tenían claro que la nueva democracia acabaría si tocaban ese tema. De hecho, la
discriminación por raza, sexo, religión,… ha perdurado en muchas democracias
hasta nuestros días. Hoy vemos normal el voto femenino, no discriminar por
razones de etnia, color de la piel, el matrimonio sin distinción de sexos (algunos
todavía no), la libertad religiosa,… pero piense el lector en los años, sacrificios,
y vidas que se han llevado estas luchas en los países democráticos. En los no
democráticos siguen siendo una quimera. Sin duda, no es fácil convencer a la
mayoría de que tenemos ciertos derechos inalienables por el simple hecho de
nacer, y que ninguna mayoría puede dar o quitar. Por ejemplo, el derecho a la
vida no es discutible. Ninguna mayoría puede suprimirlo. El derecho de una
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persona a vivir legalmente con otra persona, independientemente de su sexo es
otro ejemplo. Dentro de unos años lo veremos tan aberrante como la esclavitud,
la discriminación de la mujer, o suprimir la libertad religiosa. Sin duda, la
democracia es una lucha continua por los derechos y tanto la conciencia, como
la mentalidad y las costumbres son escollos importantes. Sin embargo, ningún
otro sistema permite esas luchas, y lo más importante, que cuando alguien te
otorga un derecho, también alguien (p.e., otro partido) te lo puede quitar.
Cuando es la ciudadanía quien conquista un derecho, hace falta una dictadura
para suprimirlo.
La transacción del voto
El segundo problema es el sentido que tiene el acto de la votación. El
ciudadano que acude a votar para elegir cualquier estamento representativo, o el
que va a pronunciarse sobre cualquier asunto en una consulta popular,… le guía
un cierto espíritu egoísta. Esta persona va a dar su voto a una opción a cambio
de algo que la clase política le ofrece en un programa. Por tanto, su decisión
estará condicionada, no por el bien común, sino por la renta que va a obtener de
una determinada decisión. Sin duda, ejerce una transacción con su voto. La
izquierda política, siempre algo reticente con la democracia política, ha
denominado este comportamiento como individualismo. Creo que no es un
sentido apropiado pues tiende a confundir este aspecto con la esencia misma de
la democracia que es la defensa de los derechos individuales (cosa que algunas
posiciones de derechas o izquierdas siguen rechazando). Es importante que el
lector diferencie bien estas dos cuestiones y no las lleve a un terreno donde se
puedan confundir. Se haría un flaco favor a la defensa del sistema democrático.
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Las consecuencias de la transacción del voto son importantes y difíciles
de evaluar. Por un lado, tendrá un efecto positivo pues la conciencia de muchos
individuos sobre una forma de proceder puede, sin duda, incrementar el nivel de
vida de la población. Por el contrario, nadie está dispuesto a rebajar su nivel de
vida, por lo que pocos votarán en contra de todas aquellas iniciativas que puedan
poner en duda dicho nivel, aunque la iniciativa en sí sea buena para la
comunidad. Por supuesto, ningún político tendrá la peregrina idea de proponer
algo que rebaje la calidad de vida de su parroquia. Por ejemplo, ningún
presidente de los Estados Unidos de América ha tenido la mínima intención de
firmar el protocolo de Kyoto para evitar la desmesurada emisión de gases de
efecto invernadero de ese país. Rebajar los niveles de contaminación de uno de
los países del mundo que consume más petróleo por habitante es sin duda,
rebajar el nivel de vida de sus ciudadanos. A nadie le gustaría que le subieran el
precio o le limitaran el uso de la gasolina. Tampoco estarían dispuestos a pagar
más impuestos por el hecho de contaminar, mucho menos a cambiar los hábitos
de vida. Es probable que si un candidato dice esto en unas elecciones se arriesga
a perder. No lo hará y punto. El resultado es que dicho país, además de
perjudicar al planeta, se perjudicará a sí mismo. Los norteamericanos se han
empezado a concienciar cuando les ha tocado a ellos (p.e., el huracán Katrina)
pero existen problemas que no podemos esperar resolver de esta forma.
Evitar la transacción del voto es un problema de conciencia social y de
educación. Es complicado que toda la población permanezca suficientemente
informada en todo momento sobre cualquier tema pero es la única forma. Aquí
el papel de los medios informativos es importante, y tal y como comentamos al
hablar de la prensa, se deben crear los canales necesarios para que exista un
debate democrático, sin cortapisas, a la hora de tomar decisiones importantes.
Máxime cuando muchas (si no todas) de las propuestas que tienen un significado
político, social, ecológico,… normalmente salen adelante gracias a la acción de
91
determinados colectivos minoritarios. Es común observar en nuestras
democracias propuestas ciudadanas que se elevan a los parlamentos para, por
ejemplo, llevar a cabo una política que preserve la naturaleza del afán destructor
de algunas empresas y políticos. Ya hemos comentado que casi todas mueren
allí, pero habría que preguntarse si realmente prosperarían en una consulta a la
población. Habría que mantener una política de información equitativa y eficaz,
y así y todo, muchos pensarían en el pan para hoy, en que nadie toque mi nivel
de vida.
El bipartidismo
Existe una tendencia clara en prácticamente todas las democracias hacia el
bipartidismo. Normalmente los sistemas electorales nos dejan solo con dos
opciones con verdaderas posibilidades de gobernar. Desde el punto de vista de la
financiación por parte de las empresas parece claro que no es factible
subvencionar múltiples partidos por lo que habrá que apostar por aquellos que
tengan verdaderas posibilidades de gobernar. Ya sabemos por qué “invierten” en
ellos, no lo vamos a repetir. También decíamos que aquellos partidos con mayor
financiación son los que tienen posibilidades de ganar unas elecciones. Los que
logran mayor financiación tendrán casi todas las papeletas para ganar. Sin
embargo, quienes votan son los ciudadanos y en ellos deberían quedar reflejadas
todas las tendencias políticas, todo el espectro de ideologías. No ocurre así pues
en casi todos los países las elecciones se celebran a una sola vuelta, por tanto, no
hay oportunidad para reflejar tu afinidad política. Decíamos que cualquier
elección, si pretende ser justa, debería convocarse en dos vueltas. En una se vota
en conciencia, al partido que soporta la ideología del ciudadano. En una segunda
vuelta, el ciudadano elegiría entre las dos formaciones más votadas, escogería
entre las dos opciones más próximas a su pensamiento en el caso de que ninguna
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de ellas fuese su primera elección. Esta forma de proceder animaría la
competencia entre los distintos partidos y permitiría que las formaciones
políticas que decepcionen puedan dar paso a otras con alternativas. Aún así,
existe una tendencia natural en los votantes a unirse al ganador. Esto ocurre en
la vida cotidiana, nadie quiere apostar a caballo perdedor por lo que opta por una
de las dos formaciones con más probabilidades de ganar. Es como si se tratase
del Real Madrid o del Fútbol Club Barcelona. La gente puede tener maravillosos
equipos en su ciudad pero apoyan a uno de los dos que siempre ganan. El
motivo debemos buscarlo en la tendencia natural del ser humano a mostrar
apoyo a los ganadores (y no unirse a los perdedores). Lo peor es que lo hacen
para toda la vida y esto se suele ver también en política. Por muy corrupto que
haya sido un partido en el gobierno, un porcentaje muy alto de sus votantes
siguen siendo fieles a las siglas con el pretexto de que el otro partido lo haría
peor, o bien sería igual de corrupto. De hecho en España, el partido socialista
pierde las elecciones porque aquellos que un día se motivaron a votarles, en las
siguientes elecciones simplemente se abstienen (normalmente los jóvenes).
Parece una máxima que la socialdemocracia siempre decepciona (promete pero
no cumple). La derecha les termina superando pues mantiene una parroquia muy
fiel.
Sin duda, el problema radica en un sistema electoral íntimamente ligado al
parlamentarismo. Elegir un partido u otro por el sistema de listas podrá hacer
que existan muchos partidos en el legislativo pero es una ilusión. Solo existirán
dos con posibilidades de gobernar y otros muchos de sacar cierto rédito (político
y pecuniario). En este sentido, se critica mucho el sistema de elección de
representantes por distritos pues solo hay un ganador por distrito. Si el sistema
es a una vuelta esto parece claro. Aún así en el Reino Unido hay tres partidos
mayoritarios en un sistema por distritos uninominales a una sola vuelta. El
problema es que en estas votaciones no hay espacio para las alternativas, es
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prácticamente imposible. Es curioso que durante tantas décadas de democracia
en Europa y en España, nadie haya reaccionado ante este problema. Solo en
algunos países como Francia existe un sistema de votación a dos vueltas pero se
da la circunstancia de que los demás partidos europeos no alcanzan a ver que el
sistema a dos vueltas es el más democrático. Desprecian estas cuestiones pues
creen que son sutilezas. Los partidos de otros países que han podido llegar a ser
alternativa han callado, han admitido su derrota a priori. Increíble. Lo peor es
que han dejado a la ciudadanía sin posibilidad alguna de una alternancia distinta
a la de siempre.
Quizás el mayor problema que plantea el bipartidismo es que en poco
tiempo las políticas de uno y otro partido llegan a ser increíblemente similares.
Particularmente lo llamo el régimen de partido biunívoco. Esta es una tendencia
normal pues si un partido lleva a cabo una determinada acción y les funciona
electoralmente, cuando el partido adversario llega al poder no cambia dicha
política pues lo que al otro le funcionaba, a este también le va crear rentabilidad
electoral. Esto va íntimamente unido a la manufactura del consenso. Cuando un
día sí y el otro también los medios de comunicación logran embutir una idea en
la mente de los ciudadanos y éstos terminan apoyando dicha idea, el partido que
llegue al poder va a aprovechar dicho consenso. El problema es grave pues bajo
una falsa estabilidad, los dos partidos se alternan solo para tener el poder. El
resto no importa, ya funciona. Claro, la posibilidad de avanzar en la democracia
queda prácticamente excluida. Para estos partidos, los avances sociales importan
poco siempre que tengan la posibilidad de alcanzar el poder. Normalmente se
logra, no por méritos propios, sino crispando, quemando a los que gobiernan que
caerán tarde o temprano por el desgaste de gobernar, y creando en la población
un auténtico repudio hacia la política pues votes lo que votes, nada va a cambiar.
La mayoría de los jóvenes perciben que poco se puede hacer para cambiar la
situación social, para avanzar hacia una sociedad más justa.
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La Alianza de Partidos
Se denomina alianza de partidos a los acuerdos tácitos entre estas
organizaciones para que el sistema no cambie y la alternancia se produzca en el
seno de ellos y sus acuerdos. Es típico que en el sistema de partidos de muchos
países exista una cierta alianza deshonesta y fraudulenta entre políticos. Los
partidos y sus líderes escenifican todos los días su desacuerdo con las acciones
de sus adversarios políticos. Son habituales las insinuaciones de corrupción con
el “y tú más” por bandera. La vida política se convierte en una campaña
electoral permanente en la que el reproche mutuo es el factor común. Tienen
claro que el desgaste del adversario (la crispación), y no el programa o los
méritos propios, será quien determine la ventaja en las encuestas.
Lo curioso es que en medio de esta escenificación, los partidos con
posibilidades de alcanzar el poder, se ponen de acuerdo en lo fundamental, en
que nadie toque sus parcelas de poder y sobretodo que nadie pueda entrar en la
competición. La conchupancia es un término popular latinoamericano que
expresa acertadamente una actitud que los ciudadanos de muchos países
perciben en su clase política. Los partidos después de toda la escenificación
opositora, se ponen de acuerdo en los grandes temas para repartirse los
beneficios de los recursos naturales, de las grandes empresas; esta institución
para ustedes, la otra para nosotros,… Al final da lo mismo votar por uno que por
otro partido.
En muchas democracias esta alianza entre partidos es más o menos
descarada, más o menos sutil. La alianza de varios partidos para perpetuar
sistema electorales injustos donde ninguna otra tendencia política pueda tener la
más mínima posibilidad, donde esta posibilidad pueda ser anulada por medio de
subvenciones a los medios de comunicación, donde uno o dos partidos apoyen a
un tercero con el objeto de que ningún otro pueda entrar en el ruedo político,…
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constituyen el pan nuestro de cada día. No digamos de las alianzas para
repartirse favores económicos empezando por tú me enchufas a este familiar en
tu ayuntamiento y yo al tuyo en el mío, siguiendo por tu recalificas esto y yo
cedo aquello, comete esta ilegalidad, te la echaré en cara públicamente pero al
final indemnizaremos con dinero público,… y así ad infinitum.
Quizás el caso más terrible de esta alianza entre partidos es anular a
aquellas personas progresistas que destacan en los partidos y que están
dispuestos a llevar a cabo un cambio de rumbo hacia una política más racional,
una política que no esté al servicio de intereses inconfesables. Personas que no
van a hacer la revolución pero sí a dignificar la vida política. Pecado mortal. En
nuestro sistema de partidos, en el sistema parlamentarista tarde o temprano hay
que pactar, hay que hacer extraños compañeros de cama, pues como hemos
dicho, no es el pueblo quien elige a sus gobernantes sino aquellos
parlamentarios salidos de unas listas. Dado que la mayoría absoluta se presenta
pocas veces y que algunos sistemas electorales hacen prácticamente imposible
dicha mayoría absoluta, el pacto siempre manda. Claro, aquí la alianza de
partidos se convierte en un freno a este tipo de personas. Pacto si me quitas a
este chico de aquí y me lo envías lejos. Los partidos se ponen de acuerdo pues
tocar el poder (o algo de poder) es mucho más importante que las aspiraciones
democráticas de nadie. Cabría preguntarse cuántas veces determinados partidos
en el poder se han puesto de acuerdo en ceder instituciones (puestos en Europa,
directores de puertos, rectores de Universidad, consejos económicos, defensores
del pueblo,…) a partidos en la oposición con tal de que nadie crítico con el
sistema pueda acceder democráticamente para poner algo de decencia. La
oposición suele caer fácilmente pues participar del poder es parte de su esencia.
En el sistema parlamentario rara vez triunfa dentro de un partido una tendencia
que se proponga dignificar la vida política. La experiencia de tantos años de
democracia en este país lo ha demostrado en muchas ocasiones.
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Al final las elecciones sirven para dirimir qué partido lleva la voz cantante
en dicha alianza, estableciendo una complicidad entre ellos que provoca cada
vez más desconfianza hacia el sistema democrático. Esto lleva a la gente a
pensar que lo que hace falta es mano dura, que no es otra cosa que lo que desea
la clase política más corrupta, del signo que sea. No hay nada mejor para
gobernar en contra de los intereses generales que los ciudadanos bendigan la
posibilidad de escapar a los controles democráticos. El sistema parlamentarista
consuma y consagra la conchupancia por ser un sistema de pactos entre políticos
y no de representantes directamente elegidos por el pueblo (presidentes,
alcaldes, diputados por distrito,…). Lo que han conseguido en este sistema de
partidos es crear una especie de aristocracia, una nomenklatura cada vez más
distante de la ciudadanía.
Nacionalismos, culturas, etnias y religiones
Este es un tema espinoso. No quiero que se confundan las cosas. No
pretendo en absoluto ir en contra de la identidad de los pueblos y su libre
determinación (las defiendo como el que más), las religiones, las lenguas,… De
hecho, algunos nacionalismos y algunas religiones han sido catalizadores de
importantes movimientos democráticos. Sin embargo, nada puede estar por
encima de la democracia, de los derechos y deberes que nos hemos dado para
convivir. Tanto el nacionalismo, como la religión, como la pertenencia a una
etnia, a una cultura,.. suelen ser potentes excusas para cercenar derechos a
minorías e individuos. Ya decíamos que una de las virtudes de la democracia es
que el derecho de los individuos está por encima de la decisión de las mayorías.
El auge de los nacionalismos en Europa y especialmente en España ha
sido determinante en la construcción de nuestra historia. Europa es un crisol de
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culturas y eso es tremendamente positivo. No cabe duda. Sin embargo, muchas
veces nos ha causado problemas, en ocasiones resueltos a base de derramar
sangre, mucha sangre. No voy a entrar en sus causas y consecuencias pero sí
quiero hacer énfasis en los problemas que afectan al desarrollo de un sistema
democrático.
Los políticos actúan muchas veces como los abogados. Éstos buscan las
rendijas que deja la ley para liberar a sus clientes de una condena. Los políticos
hacen algo similar para obtener votos. Por ejemplo, cuando el electorado tiene
un nivel de vida importante, cuando el porcentaje de clase media es alto, cuando
los pobres más bien son una minoría (no deciden), no se puede enarbolar la
bandera de las grandes diferencias sociales, o de la conquista de servicios
básicos para todos. Solo se puede ofrecer un mayor bienestar, pero eso lo hacen
todos los partidos. Una forma de buscar las rendijas para obtener el voto es
apelar a las diferencias y al victimismo. Así se culpa de los males de esa
comunidad al poder central, a la comunidad contigua, a los inmigrantes y hasta
al vecino. A todo aquello bajo sospecha de limitar los recursos de esa sociedad.
En los países en los que los pobres son la mayoría se suele echar mano de la
religión. Siempre ha funcionado extraordinariamente bien para los intereses
contrarios a la democracia y hoy en día lo vemos en muchos países islámicos.
En el caso del nacionalismo, la clase política confunde (a propósito) la
Nación con el Estado, y usa la primera como único referente identitario. No cabe
duda de que esto constituye un problema para el desarrollo de un sistema
democrático pues crea una división social e individual relacionada con la
pertenencia o no a una cultura, una etnia o cualquier grupo que se identifique
con unas fronteras, una lengua o simplemente una forma de ser. No digamos si
la religión entra en juego. Confundir al Estado con todos estos conceptos es un
error cuando hablamos de democracia.
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El sistema democrático, el que defiende la libertad de los ciudadanos
frente a mayorías, etnias, religiones,... no se puede desarrollar en, por ejemplo,
un Estado religioso. El ejemplo claro son los países islámicos y judíos cuyo
funcionamiento está absolutamente mediatizado por la religión. Cuando los
derechos individuales y colectivos pueden ser puestos en duda por algún
precepto religioso, étnico, cultural o lingüístico, poco se puede hacer. Alguien
dirá que un Estado religioso como Israel vive en democracia. Simplemente
invitaría a cualquiera a que repase las condiciones que hemos expuesto arriba
para que este sistema sea real. Es probable que no se cumpla ninguna. Cuando
los ciudadanos no son iguales porque a alguien se le ocurre que el lugar de
nacimiento, la lengua, la cultura,… te hace diferente, se acabó, poco hay que
defender. Las normalizaciones religiosas, culturales, lingüísticas,… no son
democráticas y evitan el establecimiento de un sistema de libertades. La
democracia es precisamente lo contrario, tratar como iguales a los que son
distintos. Es una de sus facetas más bellas. Imponer el criterio de la mayoría en
contra de los individuos, ya lo hemos dicho, no es democrático.
Es muy común vender políticamente que el Estado nacionalista ganará en
valores democráticos si aplica el derecho a la autodeterminación. Esto es
discutible y lo veremos más adelante. El derecho legítimo de todos los países a
la independencia es uno de los asuntos más controvertidos y complicados de la
democracia pues no trata a todos los ciudadanos por igual, pues siempre
existirán claros ganadores y perdedores. Sin embargo, uno de los derechos
democráticos fundamentales es la consulta, el referéndum. Es evidente que una
consulta de este tipo no es una cuestión sencilla pues habrá un importante sector
de la población que tendrá que aceptar el estatus que resulte de la consulta. Por
tanto, en este caso el referéndum no es una simple pregunta sino un proceso
donde se debe consultar primero si es procedente o no embarcarse en esa
aventura, cuáles pueden ser las ventajas y los inconvenientes, cuáles son las
99
salvaguardias de derechos democráticos cualquiera sea el resultado de la
consulta,… Es fundamental en este proceso configurar los posibles escenarios
que resulten de dicha consulta. Es un proceso que debe durar años para que la
sociedad pueda asimilarlo, y lo más importante, en libertad, sin coacciones. No
es sencillo.
En cualquier caso, el sistema democrático se refuerza cuanto mayor es el
país que lo acoge. Cuando la comunidad es pequeña, el riesgo de caciquismo es
grande. Como hemos dicho, el sistema democrático se basa en el gobierno de las
mayorías pero, repito, la salvaguardia de los derechos de las minorías y de los
individuos es una condición fundamental. Si una persona solo pudiera ser
juzgada por una instancia no tendría la posibilidad de apelar y podría ser víctima
de una injusticia, de la exclusión social o incluso de la muerte. Por tanto, cuantas
más instancias tenga un país, mejor quedarán protegidos los derechos de las
minorías y de los individuos. Un país con Estados federados tendría una calidad
democrática mayor que un Estado único. Cuantos más estratos federados
existan, mejor. En este sentido, el peligro del nacionalismo está en que
aplicando el derecho de autodeterminación probablemente se rebajarán mucho
las salvaguardias democráticas. Dado que en Europa no existe democracia
política, reclamar ser un Estado independiente en la Unión es condenar al
ciudadano a las salvaguardias locales. Da miedo.
Por otro lado, el fenómeno nacionalista ha sido generalmente la lucha de
las burguesías locales en contra de un Estado central que no les permite alcanzar
las cotas de riqueza potenciales. Normalmente han sido las burguesías de las
regiones ricas las que han exacerbado el sentimiento nacionalista para lograr que
la población rechace al Estado central. Cuando el nacionalismo nació de la
izquierda, lo hicieron por todo lo contrario, por el abandono o explotación de sus
gentes por parte del Estado central. Es curioso que cuando lograron el poder, sus
clases dirigentes se derechizaron, aplicaron políticas antidemocráticas y
100
normalmente terminaron matándose entre ellos (literal o políticamente). El
ejemplo de la independencia de los países africanos durante la segunda mitad del
siglo XX es tremendo. Los líderes nacionalistas (en muchas ocasiones de
izquierdas), eliminando primero a sus propios compañeros de viaje, se
convirtieron pronto en caciques, déspotas y en algunos casos, sanguinarios
dictadores. Dado que la Nación está por encima de todo, es muy común apelar a
la violencia, en cualquiera de sus manifestaciones (verbal, política, psíquica,
física,…), para acabar con la disidencia. Es como apelar a una religión. Los
sacerdotes del nacionalismo, los héroes de la liberación serán los nuevos
próceres y cualquier disidencia se verá como un atentado a la Nación, a los
logros conquistados. Esto suele ocurrir en muchos Estados que han nacido bajo
formas poco democráticas, donde la disidencia “atenta” contra los logros del
nacimiento del nuevo estatus. Una vez lograda la independencia nacional, el
único valor debería ser la democracia pero eso raramente ocurre.
El nacionalismo tiende a aislar a una comunidad que se cree diferente y se
le adoctrina en los logros de la nueva situación. Esto, simplemente, crea un
nuevo Estado con pocas instancias donde la mayoría dicta los designios de las
minorías y en muchos casos cercena los derechos individuales. Al final, el
ciudadano prácticamente no tiene a quien dirigirse para resolver una situación
injusta, pues su apelación termina en la nueva nación, casi en el vecino, y ahí se
queda. Por supuesto, los intereses de la nación estarán por encima de lo que diga
cualquiera. Parafraseando a alguien, el nacionalismo es la fase superior del
caciquismo. Suena duro pero la historia lo ha demostrado. Las naciones
pequeñas deben cambiar el estatus de aquellas que las alberga para ganar en
valores democráticos. Los sacerdotes del nacionalismo jamás aceptarán esto
pues le resta poder y al fin y al cabo los neocaciques lo que persiguen es el
poder que un Estado amplio, democrático, nunca les daría. Ya hemos
argumentado que la democracia separa y divide el poder pues esto nos ofrece
101
más libertad. Estas naciones deben luchar por un estatus federal como el que
hemos expuesto arriba, ser una nación que elige su destino en la democracia
política y social, su destino económico, judicial,… pero cuyos ciudadanos
siempre tengan la posibilidad de recurrir a múltiples instancias superiores
cuando se cercenan sus derechos y libertades. En realidad, la razón de ser de un
Estado federado desarma una gran parte de los argumentos esbozados por los
nacionalistas en el sentido de que el Estado central limita el desarrollo y el
crecimiento de dicho Estado federado. Cuando las decisiones políticas, sociales
y económicas (ver Democracia Social) están en manos de la población cercana a
través de sus representantes, no hay motivo para rasgarse las vestiduras y echar
la culpa a otros de la situación de la sociedad. Quedan pocos argumentos.
102
103
Democracia social
104
Como decíamos arriba, este componente del sistema democrático es aquel
que persigue la libertad e igualdad de condiciones sociales actuando sobre la
economía para que ésta sea justa y permita a los ciudadanos actuar en
condiciones económicas justas. Evidentemente, la desigualdad priva a las
personas de oportunidades ante el trabajo, los bienes, la ley,… En fin, todo lo
que se pueda comprar o mejorar con dinero. El dinero hace a unos más iguales
que a otros. Con la democracia social se persigue esa igualdad no tanto
económica, como de oportunidades económicas. La precariedad económica es
un lastre para la democracia. Aquellas sociedades en las que sus ciudadanos
tienen un patrimonio moderado y suficiente, podrán desarrollar un mejor sistema
democrático. Cuando existe una sociedad donde los pobres son una mayoría, la
democracia es mucho más complicada, aunque cabe decir que el sistema
democrático es el único que permite salir de esa situación. Si miramos la
historia, cualquier otra solución ha sido nefasta, tal y como hemos argumentado
en el prólogo de este texto. Sin embargo, no se debe cometer el error de
confundir la democracia social con el sistema económico imperante. La
democracia es un sistema político y no un sistema económico como puede ser el
capitalismo. El sistema democrático actúa sobre la economía, como hemos
dicho, para que ésta sea justa, para que la mayoría ponga las normas que
impidan que una minoría abuse de su situación social y económica.
También es cierto que si la democracia es el gobierno de las mayorías con
escrupuloso respeto a las minorías, igualmente esto se debe cumplir en la
democracia social: las personas tienen el derecho innato a vivir en unas
condiciones sociales justas. En los países donde las clases medias son una
mayoría, éstas no podrán cercenar los derechos sociales y los deseos de una vida
mejor para los menos favorecidos de la sociedad. Lo que vale para la
democracia política también se tiene que cumplir en la democracia social.
105
Decíamos arriba también que la izquierda política siempre ha perseguido
en su ideario esta democracia social. De hecho, la frase “de cada uno según su
capacidad, a cada uno según sus necesidades” viene a reflejar ese ideario de
crear una especie de línea de base donde estén cubiertas las necesidades vitales
para así poder optar a las oportunidades económicas, supuestamente según su
capacidad. Curiosamente nunca lo consiguieron pues difícilmente pudieron crear
esa línea de base en una sociedad de castas dentro de un partido único. Por otro
lado, si eran unos pocos quienes definían las capacidades (los burócratas del
partido), pues iba a ser que no. Otra vez las debilidades humanas. En fin,
podríamos escribir miles de folios sobre este tema pero no nos llevaría más lejos
de lo que hay publicado a favor o en contra. No merece la pena. La experiencia
resultó nefasta y no se debe considerar nunca más por mucho que algunos digan
que ellos sí que lo harían bien. Mejor no confiar jamás nuestro futuro a la buena
voluntad de nadie. Solo queremos reglas de juego muy claras y que no cambien
a la mitad del partido.
Por el contrario, sí que debemos pararnos a hablar, aunque sea
someramente, del mercado. Es probable que un economista nos vuelva locos con
este concepto. Confieso que no sé mucho de economía y que lo que relato en
adelante sobre el mercado son simples convicciones que han aflorado a lo largo
de mucho tiempo y de mucha lectura. El mercado es un sistema regular y
regulado de intercambio de bienes donde se supone que existe competencia. La
primera pregunta, básica, es si este concepto es algo bueno que la humanidad
debe mantener, o bien es algo malo, culpable de todas las desgracias de la
sociedad. De hecho, ideologías y sistemas enteros condenan al mercado como la
maldición de la humanidad y apuestan por desterrarlo para siempre. Cabe decir
aquí que intentar librarse de él nunca funcionó. Probablemente porque
intercambiar bienes es una de las libertades básicas del ser humano.
106
Las personas tenemos el derecho de intercambiar libremente lo que nos
plazca. Quién se puede oponer a eso. Nadie. De hecho limitar este derecho ha
empobrecido hasta límites increíbles a las sociedades que lo han intentado. Por
el contrario, donde estuvo prohibido y se ha permitido posteriormente, dichas
sociedades han experimentado un enriquecimiento significativo. Sin embargo,
como todo en este mundo, han de existir normas muy claras pues por un lado el
mercado es competencia (marca el valor y los precios) y en ella unos ganan y
otros pierden. Por otro lado, el mercado no considera el valor de muchos
recursos. El aire, el agua, la tierra, los océanos, los árboles,… no parecen estar
incluidos en los balances de los mercados. Parece claro que hay que regularlo
pues de otra forma en poco tiempo van a poner en riesgo nuestra supervivencia o
la de generaciones venideras. Peor aún es poner en peligro la vida de las
personas o el bienestar de sociedades enteras. El mercado es parte de la libertad
de las personas pero al igual que todas las demás, debe circular por nuestras
vidas sin que perdamos las demás libertades, sin que nos impriman miedo.
El problema no es cercenar esa libertad con la que nacemos, sino poner
reglas claras para que no la coarten. Otra vez las dichosas normas. Durante los
últimos siglos el funcionamiento de nuestra sociedad ha logrado avances
significativos gracias a que nos hemos dotado colectivamente de reglas que nos
han permitido ser más libres. Poníamos arriba el ejemplo del tráfico de
vehículos. La normativa, su respeto y su vigilancia nos hace libres de ir donde
queramos sin sufrir accidentes. Insisto, las normas con las que hemos dotado a
nuestra sociedad nos deben hacer más libres. De hecho, la democracia política y
los mecanismos arriba comentados tienen la función de extender esa libertad.
Sin embargo, cuando hablamos del mercado parece que nadie ha puesto
las normas necesarias para que el ciudadano pueda circular libremente por la
economía. De hecho, en el último siglo se ha dicho que el mercado se regula
solo y que nadie tiene que intervenir. Algo así como que los ciudadanos tenemos
107
que respetar las normas de tráfico pero aquellos que tienen los vehículos más
grandes y más potentes pueden circular sin normas, sin vigilancia, pues
automáticamente van a regular el tráfico. Y vaya que lo regulan pues o te quitas
de en medio o te atropellan. Esta simplicidad es lo que ha ocurrido en economía
a los ojos de un ciudadano normal y corriente. Las normas son para mí pero no
para el poderoso. Es claro que esto no puede funcionar así. Ya llevamos varias
experiencias en las que la falta de reglas nos ha llevado al desastre económico.
En este punto, habría que hacer una clara distinción con el capitalismo.
Aunque mercado y capitalismo parecen ir en sacrosanta unión, pienso que no
debemos confundir las cosas. Cuando decimos que una de las libertades del ser
humano es intercambiar bienes no nos referimos al sistema económico
capitalista, el cual tiene como objetivo acumular ganancias. Si uno de los pilares
de la democracia es lograr que nadie tenga demasiado poder, es evidente que
tener mucho poder económico no debe ser muy democrático. La acumulación de
riquezas no es parte de esas libertades.
Por tanto, si admitimos que una de las libertades de las personas es
intercambiar bienes, libremente (y por tanto en competencia), sujeto a normas y
vigilancia, el problema está en que el sistema democrático debe legislar y
vigilar. Si en la democracia política, como hemos visto, prácticamente todas las
normas están pervertidas, nos podemos imaginar que en la democracia social
pasa lo mismo (o peor). Normalmente el control político y económico de las
sociedades navegan en paralelo. Pero, una vez más, insisto en que al final son
los ciudadanos los que ponen y quitan al poder político por lo que siempre
existirá la posibilidad de reglamentar la economía. El control democrático del
mercado no solo es posible sino deseable. Aquellas sociedades que han logrado
un mayor control, no de la economía, sino de sus reglas de juego, son las que
mejor han prosperado.
108
Pero vayamos al núcleo fundamental de la democracia social. Existen tres
pilares fundamentales para su desarrollo. El primero es el que tiene que ver con
la dignidad del ser humano, con los derechos que esta sociedad debe garantizar
por el simple hecho de nacer en ella. Se trata del derecho al cuidado médico, a la
vivienda y a la educación. Tres derechos que nos permiten poder sobrevivir,
llevar una vida digna y prosperar. El segundo pilar es tener trabajo, salario digno
y seguridad social, esta última entendida como la protección ante la pérdida del
trabajo. Por último, la sociedad debe protegerse de la acumulación del poder
económico, de los monopolios, y en general, de todos aquellos que utilizan la
competencia desleal. La democracia por definición divide el poder y el
económico es parte del sistema.
La democracia social posible
La tesis que defiendo en este texto es que si (y solo si) logramos
conquistar la democracia política, se puede abrir el camino hacia la democracia
social. La democracia política no garantiza la democracia social pero hoy por
hoy es la única vía para alcanzarla. Si somos capaces de dividir el poder tanto
como podamos y establecer la consulta como un mecanismo común a nuestras
vidas, es probable que pensado globalmente pero actuando localmente, logremos
ver el horizonte, acercarnos a la utopía. Los conceptos que esbozamos más
adelante deben tomarse como una primera aproximación al problema. Si duda,
es un enfoque político no exento de críticas (me imagino lo que pueden decir los
economistas) pero realizable como un primer paso para el uso legítimo de la
economía. Debe tomarse como una serie de reglas sin las cuales no podríamos
avanzar hacia la democracia social. Lo único que pretendo es que los ciudadanos
tomen las riendas de su devenir social y económico bajo el prisma de la
separación y división del poder allí donde se dé. Por supuesto, los mínimos de
109
los que vamos a hablar se pueden ampliar casi ad infinitum y habrá quien diga
que me quedo corto. También habrá quien diga que es una propuesta radical y
utópica. Lo importante no es lo que yo diga, sino las reglas que tienen que
existir para que la gente decida su futuro. Lo que para este autor es claro es que
sin estos mínimos, la democracia social y por ende el sistema democrático será
una quimera.
Después de la Segunda Guerra Mundial se estableció en Europa
occidental un pacto tácito entre los gobiernos y sus ciudadanos por el cual el
Estado garantiza los servicios básicos para la población (cobertura social,
vivienda, sanidad, educación,…) con igualdad, calidad y dignidad para todos a
cambio de recaudar mayores impuestos de los que más ganancias generan. Tanto
los desfavorecidos de la sociedad como los que mayores ingresos poseen,
disfrutarán de unos servicios de calidad e iguales para todos. Quizás es uno de
los logros igualitarios más importantes de la historia. Es lo que se ha
denominado como Estado de Bienestar. El igualitarismo en este caso no consiste
en desposeer a todos de sus bienes, eliminar la propiedad privada y nacionalizar
los medios de producción, no es la tabla rasa del marxismo. El igualitarismo
consiste en que todos contribuyen (repito todos) pero los que más tienen,
contribuyen en una mayor proporción. Sin duda, en este logro ha influido de
forma decisiva la ideología socialista y la presión de los socialistas en Europa.
Algunos casos como el Británico son de libro. Los logros obtenidos por el
partido laborista en sanidad, prestaciones sociales, vivienda, educación,… a
partir de los años 50 fueron espectaculares.
En la actualidad, el Estado de Bienestar se está desmontando a una
velocidad de vértigo simplemente porque los líderes de los partidos (presionados
por las empresas que pagan sus costosas campañas electorales, su acceso al
poder) lo han decidido así. Alegan la baja productividad en la que cae un país
cuando el trabajador está más pendiente de los subsidios que de trabajar, el
110
abuso de las prestaciones sociales, la baja calidad de los servicios públicos, y un
largo etcétera. Sin dejar de reconocer estos problemas (sin duda minan la
credibilidad del sistema), lo que existe detrás de este asunto es la enorme
cantidad de servicios (y por tanto dinero) que puede ser privatizado. Si se
desmonta el sistema sanitario, prácticamente convirtiéndolo en una beneficencia
(como está ocurriendo en España), el lector se puede imaginar los enormes
(inimaginables) recursos que van a ir a las empresas que gestionan la sanidad
privada. Lo mismo ocurre con la enseñanza donde también hay mucho por
privatizar, mucho dinero que manejan los gobiernos y que está pasando a manos
privadas. La falta de eficiencia y de calidad es solo el pretexto. Existen países en
Europa donde la enseñanza pública es de las mejores del mundo. Tenemos
muchos modelos para desmontar estos argumentos. Por supuesto, la ineficiencia
del sistema la provocan los mismos gobiernos. Si admitimos que privatizar
(vender empresas muy costosas a precio de saldo a sus amigos) les va a
proporcionar ingentes cantidades de dinero para sus campañas electorales, para
perpetuarse en el poder, el problema no va a haber quien lo pare. Por otro lado,
decir que los servicios privatizados funcionan mejor es una falacia. Cualquier
empresa tiene como objetivo maximizar las ganancias y esto suele ser
incompatible con la calidad. Un ejemplo es la creciente privatización de la
atención a nuestros mayores en España. El trato denigrante e incluso la tortura
están a la orden del día.
El Estado de Bienestar es en mi opinión un sistema justo en el cual el
ciudadano desfavorecido puede obtener los recursos básicos para el trabajo, la
vivienda, sanidad, educación,… Sabemos que no es suficiente pues muchas
veces la felicidad de una persona depende de muchos otros factores y no es lo
mismo nacer en una familia pobre que en una rica. En cualquier caso, lo que
debe pretender el Estado de Bienestar es garantizar un mínimo que permita al
individuo prosperar en la vida. Para ello, ninguno de los servicios que ofrece el
111
Estado debe ser regular o malo. Se tiene que garantizar la calidad pues de otra
forma sería injusto para todos, para los que más tienen pues probablemente
tendrían que pagar dos veces por un mismo servicio (normalmente el uso de la
sanidad y educación privada), y para los que menos tienen, pues no podrían
disfrutar de un servicio de calidad y no tendrían otra opción. Además, no
tendrían ninguna posibilidad de competir con los que más tienen. Un ejemplo es
la enseñanza donde el secular fracaso del sistema público en nuestro país
condena a generaciones y generaciones de ciudadanos a ser poco o nada
competitivos para el acceso al trabajo.
Tener servicios de calidad requiere mucho dinero y control democrático.
Éste último es fundamental para que el sistema sea creíble. Una importante parte
de la ciudadanía reniega del Estado de Bienestar por la tremenda picaresca
(invento español) que existe en casi todos los sectores. Parece ser que al Estado
se le puede engañar fácilmente. Sin embargo, el ciudadano observa con sus
propios ojos dicha picaresca por parte de su vecino y, lógicamente, se siente
impotente. Desde luego esta sutileza echa por los suelos todo el sistema. Al
igual que hemos argumentado arriba, nadie es bueno por naturaleza. Decía un
premio Nobel de literatura, recientemente fallecido, que no es que los políticos
sean corruptos, sino que lo está toda la sociedad. Por tanto, si queremos control
sobre la clase política, inspección sobre los funcionarios,… también tenemos
que admitir que habrá que inspeccionar de vez en cuando al ciudadano y a las
empresas.
También hace falta mucho dinero. Veremos en adelante cuáles deben ser
las pautas para que la recaudación sea lo más ajustada posible a las necesidades
de la población. La sociedad, y no los partidos, será quien tenga que decidir el
camino que quiere elegir. Ya hemos visto que si dejamos estas decisiones en
manos de los partidos, por su propia naturaleza, tenderán a desmontar el Estado
de Bienestar si no tienen una amenaza clara. Desaparecido el bloque socialista
112
en Europa después de 1989, nuestros partidos políticos (sí, los que tenemos
ahora) han procedido a liquidar el sistema. Fabrican el consenso y proceden, así
de fácil. En un sistema con democracia política, lo lógico es que nos pregunten.
Eso sería lo correcto.
Una vez más, solo la democracia política puede presionar mediante el
debate y la consulta, la dirección que puede tomar el Estado de Bienestar en un
determinado país. Hasta ahora lo hemos dejado en manos de los partidos, de una
élite que nadie sabe cómo llega al poder. Por tanto, habrá que desmontar ese
sistema parlamentarista si queremos recuperar este logro social. No existe otra
vía. Veamos ahora con más detenimiento los tres pilares de la democracia social.
Igualdad y condiciones sociales justas: La división impositiva
El primer problema al que se enfrenta el sistema democrático para que la
economía sea justa y permita a los ciudadanos actuar en condiciones económicas
justas es tener recursos, tanto para gobernar el país, como para que el ciudadano
posea trabajo y condiciones de vida dignas. Los recursos se obtienen a través de
los impuestos y éstos se deben utilizar para que cualquier persona pueda
disfrutar de servicios, pero también de igualdad y condiciones sociales justas. En
cualquier democracia los que más tienen, aportan más, siempre que no se ponga
en peligro ese sistema, es decir, que no se huya de producir más porque todo se
lo lleva la hacienda. El equilibrio no es sencillo. Lo que no es de recibo es lo que
claman día sí y día también los empresarios: menos impuestos y más inversión
pública (en sus empresas). Así las cuentas no salen.
Sin embargo, la preocupación de la mayoría de los ciudadanos no reside
ahí sino en el pésimo uso que la clase política hace de los recursos. En ese
sentido, el primer requisito del gasto en un Estado es que debe ser neutral. No se
113
puede utilizar la recaudación para favorecer intereses inconfesables, el mercadeo
electoral, o determinadas áreas geográficas o de influencia política. En segundo
lugar, debe ser redistributivo para aumentar la eficiencia y la solidaridad en su
caso. No es lógico financiar la ineficiencia. Por último, los impuestos deben ser
mayores donde lo son las ganancias pero corrigiendo siempre el coste de la vida.
No es lo mismo vivir en un pueblo que en una gran ciudad. En ésta, la mayor
presión fiscal sería injusta.
La primera pregunta que nos hacemos es quién recauda los impuestos.
Parece claro que la división de poderes de un país va a determinar la forma en
que se recaudan. Desde un punto de vista democrático es lógico que se recauden
allí donde se generan. Así, los impuestos sobre la propiedad y los servicios
municipales se recaudan en los ayuntamientos. Esto es así y parece lógico. Sin
embargo, los impuestos sobre las ganancias de los ciudadanos y empresas, así
como el impuesto sobre el valor añadido o similar (en adelante IVA) los suele
recaudar el Estado central. Éstos son los impuestos más importantes de un país.
Sin embargo, es una solución que no parece razonable. Primero porque tiende a
elevar los impuestos de forma poco racional, incrementando así los gastos del
Estado central. Poco control posee el ciudadano sobre la recaudación y el gasto
en un poder central que queda lejos y donde toda posibilidad de seguirle el rastro
es sumamente difícil. Es como si los gastos de comunidad de un edificio los
recaudase el ayuntamiento y éste te devuelve el 50%, haciendo cualquier otra
cosa con el 50% restante. También es una forma de gastar más y a su vez pedir
más al contribuyente. Está demostrado que un mayor IVA hace que los
gobiernos centrales gasten más. En los Estados federales donde se impone y
recauda el IVA, este impuesto se suele mantener en unos niveles aceptables
(<8%). Digo aceptable pues el lector reconocerá que este es un impuesto injusto
(lo paga igual un pobre que un rico). Además, la competencia entre los Estados
federados hace que no pueda subir demasiado pues los ciudadanos se
114
desplazarían al Estado más próximo para adquirir los productos más baratos. A
la clase política le encanta subir el porcentaje de IVA pues es el impuesto que
les origina menos quebraderos de cabeza, menos desgaste electoral. Subir los
impuestos a los que más tienen genera muchos problemas, especialmente con la
derecha. La transferencia de impuestos directos a indirectos es, sin duda, una
política regresiva que hoy en día práctica incluso la socialdemocracia. Por
cierto, que habría que poner el IVA en cualquier factura para que el ciudadano
sea consciente de lo que está pagando. Europa es extremadamente grosera en el
tratamiento de este impuesto. En casi todos los países se mantiene en niveles
escandalosos (17-23%) y tremendamente injustos. Además, no se nos permite
comprar allí donde se paga menos IVA y/o la mercancía es más barata. Parece
un sistema hecho para perjudicar al ciudadano.
Por tanto, los tributos sobre las ganancias e IVA deben ser recaudados en
el Estado federado para que exista un mayor control y decisión de los
ciudadanos sobre su destino, al igual que el resto de los impuestos. También
existirá un mayor control del Estado federado sobre sus ciudadanos.
Normalmente los Estados centrales hacen dejación de sus responsabilidades
pues para un poder central es complicado vigilar ciertos desmanes de baja
intensidad pero tremendamente injustos para la población. En la actualidad, los
sistemas impositivos son extraordinariamente sencillos. El ciudadano común
apenas desgrava por nada, simplemente porque para el Estado central que
recauda es prácticamente imposible contrastar mucha información (millones de
facturas). Sin embargo, a cualquier persona que cumpla con sus impuestos le
quema la economía sumergida, los que nunca pagan impuestos. Estos personajes
están repartidos por toda la sociedad, digamos democráticamente, pues nos
encontramos desde el sector servicios a los grandes profesionales. El problema
está en que nadie hace factura pues no se necesita (no desgrava). De cualquier
forma, si uno pide factura en cualquiera de estos servicios, lo tiene claro, te
115
cobran el porcentaje de más que tendrían que declarar. Mejor no pedir factura.
Por tanto, es importante que toda transacción comercial (desde un café a una
casa) se realice mediante facturas. En algunos países esto es una realidad y
cualquier factura puede llegar a ser declarada, inspeccionada o simplemente
desgravar en determinadas condiciones. Para que no se relajen las costumbres,
los países tienen que tener un sistema de inspección que vigila el delito de no
emitir factura. Esto es importante sobre todo a nivel de determinados ciudadanos
que rozan o sobrepasan el nivel de riqueza y declaran por lo mínimo. El resto de
los ciudadanos lo verá con muy buenos ojos.
El Estado central se nutrirá por tanto de los impuestos del comercio con el
exterior y entre Estados, así como de un porcentaje de la recaudación que cada
Estado federado pondrá en las arcas centrales para aquellos servicios que,
unificados, son de mayor eficiencia para el país. Éstos generalmente son el
gobierno del país, la justicia, el tesoro público, la defensa, la investigación, la
solidaridad y otros de menor entidad.
Algún lector quedará sorprendido por esta división impositiva, llevando la
hacienda allí donde se recauda. Sin embargo, en España tenemos este sistema en
los denominados derechos forales del País Vasco y Navarra. Por cuestiones
históricas (por reivindicación de la burguesía y no por derecho democrático),
estas dos comunidades autónomas tienen su hacienda propia. Las diputaciones
recaudan sus impuestos y ponen en las arcas centrales un porcentaje del
presupuesto (el denominado cupo vasco) para satisfacer aquellos servicios que
otorga el Estado central. La recaudación en el resto de España va a la hacienda
estatal y al gobierno central. Desde hace muy poco, devuelve el 50% a las
comunidades autónomas (antes era un porcentaje mucho menor). Por tanto, no
es utópico pensar que los Estados federales tengan su propia recaudación, su
más cercano compromiso con los ciudadanos y la posibilidad de decisión
mediante consulta de determinadas partidas. En un Estado con democracia
116
política, la población podría decidir qué productos gravar o no (p.e., alimentos,
agua, electricidad,…), en qué medida, el porcentaje del presupuesto que se
dedicaría a la sanidad, enseñanza,… La democracia política garantizaría que el
ciudadano pueda decidir sobre los recursos de un Estado federado, sobre la
recaudación y el gasto. Sin ella, no podríamos abordar este aspecto importante
de la democracia social. Es más, decidiría qué hacer en tiempos difíciles.
En la última crisis, el gobierno español dedicó ingentes cantidades de
dinero para ayudar a los accionistas de los bancos que junto con un gasto
irracional del presupuesto produjo un déficit extraordinario. Las medidas
regresivas no se hicieron esperar. Bajaron el sueldo a los funcionarios y
congelaron las pensiones. Dos medidas sin duda facilonas pues con los primeros
ya habían fabricado el consenso ante la sociedad sobre sus privilegios y lo poco
que trabajan (véase Funcionarios). Los segundos, poco pueden protestar. Es
claro que no son medidas racionales pues, me pregunto, por qué tienen que
pagar la crisis dos sectores de la población tan determinados y en general con
bajos salarios. Las crisis son estados excepcionales en los que la población
tendrá algo que decir. Lo lógico es que se abra el debate y la postura racional es
que si hemos puesto a un gobierno que nos ha llevado a la ruina, seamos todos
los que paguemos el desaguisado. Lo democrático es que en tiempos de crisis se
suban los impuestos para, entre todos, solucionar el problema y por supuesto no
cargarlo a espaldas de uno o dos sectores de la población que seguro poca culpa
tuvieron en la generación de dicha crisis. Esto es lo que se ha hecho siempre en
estas circunstancias. En épocas de guerra (la peor de las crisis) siempre se han
subido los impuestos, se ha pagado entre todos, y por supuesto, pagan los que
más ganan. Después de la crisis del 29 y durante la segunda guerra mundial, los
más ricos en Estados Unidos pagaron hasta el 95% en impuestos. En un Estado
de derecho nunca se hubiese permitido el atropello que se ha cometido en
117
España con un sector de los trabajadores. En España, los que más ganancias
generan son los que menos pagan.
Trabajo, salario digno y defensa de los derechos
El segundo problema al que se enfrenta la democracia social es garantizar
el trabajo. El Estado y los empresarios son los que crean las condiciones para
que exista, y los ciudadanos los que hacen valer a las empresas mediante el
trabajo. Sin embargo, sigue vigente aquel principio marxista por el cual el
empresario toma al trabajador como un elemento más de su cadena de
producción, como una máquina más, que cuando no lo necesita se lo quita de
encima. Esto no parece tener mucha solución, es triste decirlo. Máxime cuando
el trabajador supone unos costes importantes para las empresas por lo que si
puede sustituirlo por una máquina lo hará cuanto antes. Por supuesto, la
competitividad y las ganancias son las que mandan. Cualquiera que se ponga en
los zapatos de un empresario lo comprenderá fácilmente. Cualquiera que se
ponga en la situación de una persona sin trabajo, también comprenderá que el
sistema no es justo. Por tanto, el problema no es sencillo y ha generado ríos y
ríos de tinta en la literatura social, política y económica.
Sin embargo, una parte importante del problema está en el sistema de
intercambio de bienes que poseemos. Al ser el trabajo un elemento más de la
cadena de producción es importante para el empresario que su coste no se eleve
demasiado. Lo hemos visto en determinados países con un nivel de vida muy
alto. En algunos Estados de Europa, el paro se ha mantenido de forma artificial.
Se provoca un pequeño porcentaje de desempleo simplemente para que el coste
de los salarios no suba demasiado. Si dicho coste se incrementa, también lo hará
el producto que se comercializa por lo que éste será poco competitivo en el
118
mercado. La forma de crear ese desempleo artificial se realiza normalmente
incrementando la inmigración. Esta práctica se ha hecho también en España en
la última década. El aumento de inmigrantes es una estrategia económica
alentada por los empresarios, pero que también está bien vista por la izquierda
social en su vocación de ayuda a los desfavorecidos. Desde luego, a quien
menos le gusta es al ciudadano que acude a la justicia y su problema tarda años
en resolverse, al que va a la sanidad y padece una lista de espera interminable, o
al que no puede elegir donde estudiar, al que espera por su vivienda, por
trabajo,... En estos últimos casos, dado que los inmigrantes son el sector más
desfavorecido de la sociedad, alcanzan determinados servicios antes que los
nacidos en el país, por lo que se producen problemas de xenofobia difíciles de
contener. Los casos de Francia y determinadas regiones de España han llegado a
ser alarmantes. El problema muchas veces reside en la velocidad de esos
cambios. Existe un cierto retraso entre la llegada de extranjeros y la adecuación
de los servicios sociales por lo que, sin duda, se generan problemas. Esto no
parece importar ni a los gobernantes, ni a los empresarios. Es una cuestión que
debe tener un control democrático importante y que no se debe dejar a la
voluntad de los empresarios. Si por ellos fuera, llenarían el país de inmigrantes.
No dejarían de ser mano de obra barata (a veces en condiciones de esclavitud)
que elevan la competitividad (bajos costes laborales) y que cuando no se les
necesita, los demás ciudadanos corremos con los gastos en sanidad, educación,
vivienda, justicia,… con nuestros impuestos. Se hace necesario un verdadero
control democrático. Aquí, la ayuda a los países donde se genera la inmigración
parece fundamental y Europa tiene recursos suficientes para invertir en la
consolidación democrática, social y económica de esos Estados. No lo hace pues
prefiere mantener un ejército de pobres que pueda utilizar a discreción.
Por tanto, el trabajo parece estar reñido con la competencia. La reformas
neoliberales que se están produciendo en toda Europa para abaratar y/o suprimir
119
el coste del despido es el claro ejemplo para ilustrarlo. Es evidente, los
empresarios serían más competitivos si pudieran producir solo con máquinas y
esclavos. Sin embargo, si pudiéramos invertir la ecuación, es decir, darle el valor
que tiene el trabajo creando competencia por él, los empresarios buscarían al
trabajador. Es lo que ocurre en los países ricos donde se tiene que echar mano de
la inmigración para contener los salarios. No voy a ser yo quien diga que hay
que detener la inmigración. Ese problema es imparable y seguirá mientras el
trabajo no adquiera el valor que tiene en sus países, mientras no tengan las
condiciones mínimas de democracia y por tanto de Estado de derecho para que
el mundo rico invierta en ellos. Salvo las grandes multinacionales (que pueden
quitar al dictador de turno), nadie invierte en países no democráticos pues la
probabilidad de perder la inversión es muy alta.
En fin, vayamos al tema. ¿Es posible o no mantener la dualidad trabajo-
competencia? La única forma es que el Estado actúe también de empleador
creando cierta competencia (leal) con la empresa y por supuesto creando trabajo.
Mantener un nivel de paro pequeño y de corta duración no es reprochable a
nadie. No es malo ni para la ciudadanía, ni para la economía. El problema es qué
hacer cuando las cifras se disparan como ha ocurrido durante la última crisis.
Aunque los datos son difíciles de creer, el desempleo ha alcanzado niveles
insólitos. El sistema democrático debe decidir claramente en estos casos.
Primero inspeccionando de verdad la economía sumergida. Nadie se cree que el
desempleo en algunas comunidades como Canarias sea del 30%. Si fuese cierto,
no solo tendríamos una revuelta social sino una revolución. Tampoco se observa
en una bajada del precio de determinados servicios claramente afectados por la
crisis. Por tanto, la economía sumergida es un fraude de gigantescas
proporciones que el ciudadano prácticamente asume. Incluso si se puede
beneficiar de ella, mejor que mejor. La democracia política debe poner los
mecanismos necesarios para reducirla al máximo. Las formas de control se
120
conocen pero se utilizan poco. El ciudadano medio que paga sus impuestos
tiende a perder la fe en el sistema. No es de recibo.
Por otro lado, el Estado debe crear trabajo. Durante los últimos treinta
años se nos ha machacado hasta la saciedad indoctrinándonos sobre lo malo y
perverso que es el Estado. Las grandes empresas se han privatizado bajo la
consigna de la eficacia y lo corrupto que son los Estados que solo crean pérdidas
para el ciudadano. Quizás esto haya podido ser cierto pero me inclino a pensar
que esa ineficiencia más bien se ha permitido. Los que trabajamos en el sector
público lo percibimos claramente. Disparar con pólvora ajena es sencillo para
todos, desde luego, pero es la clase política la que debería tomar las riendas para
que eso no ocurra. En mis años de trabajo en el sector público he visto una y otra
vez el derroche sin ningún pudor por parte nuestros políticos. Unas veces lo
hacen de forma miserable para cobrar unas dietas de más, otras veces para
engrosar su cuenta corriente, otras para divertirse, y muchas veces para financiar
lo de siempre, la permanencia en el poder. Parece lógico que cuando pueden,
cuando nadie ni nada les frena, usan los recursos de todos para su propio
beneficio. No digamos cuando determinadas empresas públicas producen
ganancias hasta que llega el momento de privatizarlas y de repente empiezan a
producir pérdidas millonarias (p.e., la gestión de los aeropuertos). Por tanto,
parece contraproducente que diga aquí que el Estado debe crear empleo. Sin
embargo, el Estado malgasta precisamente en lo que no es empleo. Lo hace
financiando grandes infraestructuras cuyo mayor porcentaje se va a los
empresarios del ramo, los que están en connivencia con los que gobiernan. La
excusa es clara. Si financiamos infraestructura, las empresas crearán empleo.
Para una persona de la calle parece una forma algo costosa de financiar el
empleo. ¿Por qué no hacerlo directamente? Desde luego que existen numerosas
formas de crear empleo sin entrar en competencia con las empresas.
Suministrando al trabajador una adecuada formación, el Estado puede crear
121
oportunidades en determinados sectores productivos, de avance social,
ambiental, cultural y científico que no son capaces de ser absorbidos por las
empresas. Parece una forma simplista de exponer un problema importante para
la sociedad pero a cualquiera le sorprende los tremendos gastos que se realizan,
incluso en épocas de crisis, para financiar proyectos que no tienen ni pie, ni
cabeza. Basta leer el periódico todos los días. Por supuesto, la prensa creará el
consenso y la mayoría de la población pensará en otra cosa. Se debe redirigir el
tremendo gasto que los Estados dedican a perpetuar el sistema (financiación de
empresas en connivencia con los partidos).
La democracia política, una vez más, debe dar respuesta a estos problemas
de la democracia social. Reconducir la lacra social en la que se han convertido
los partidos políticos, establecer el debate y la consulta en la sociedad, informar
y decidir son piezas fundamentales. No me toca decir cómo se puede hacer. Eso
le toca a los economistas pero sí es cierto que se puede y se debe hacer. Se
deben crear las condiciones para que el Estado pueda promover cierto empleo
productivo, no consolidable (no vamos a caer en lo mismo e inflar el
funcionariado), para no dejar todo el peso del empleo en manos de los
empresarios. Sin duda, el trabajo adquiriría un mayor valor y tendría
competencia, cosa que nuestros gobiernos desde hace unas décadas se empeñan
en que no tenga. En las políticas actuales parece pecado mortal que el Estado
pueda sofocar algo el paro, y éste se ha llegado a subvencionar de tal forma que
ha disparado el gasto público sin contraprestación alguna. Incluso en épocas de
crisis se ha dejado la resolución del problema a la iniciativa privada, poniendo
más y más dinero en sus manos. Es hora de parar tanto dispendio.
En este contexto, la defensa de los derechos de los trabajadores ha sido la
lucha histórica que mejor ha definido el progreso de la humanidad. Es obvio que
solo tener trabajo no es suficiente si éste no se realiza en condiciones dignas. Sin
embargo, en los últimos años hemos visto una regresión importante que arruina
122
la calidad de vida y dignidad de los trabajadores y de los empresarios que no
pueden competir con aquellas empresas que no tienen convenios colectivos,
donde se trabaja en condiciones infrahumanas por aquello de las rigideces del
mercado laboral. En este sentido, la representación sindical y empresarial es
parte de la división de poder en la democracia social. Es tan necesaria como la
separación y división de poderes en la democracia política. Tanto las
organizaciones sindicales como empresariales deben tener una dinámica que
beneficie a las partes y redunde en un mejor desarrollo económico y social. La
tarea no es sencilla como así ha demostrado la historia, pero los logros están ahí.
La negociación entre las dos partes ha suavizado (que no resuelto) el binomio
trabajador-empresario, a veces con luchas que costaron la vida a muchos
trabajadores. Conseguir cosas tan sencillas como salarios dignos, jornadas de
ocho horas, el acceso de la mujer, condiciones dignas de trabajo,… han sido
conquistas que se han logrado con tremendo esfuerzo, dedicación y muchas,
muchas veces altruismo. El papel jugado por los sindicatos ha sido decisivo y
hoy nadie duda de su eficacia en el avance, en el progreso de nuestra
civilización. El mundo no sería el mismo sin ellos.
Sin embargo, como cualquier otra condición de las que hemos visto arriba
para que exista democracia, la representación sindical y empresarial también se
ha pervertido. No quiero que esta sección sirva para desacreditar ni a unos, ni a
otros pues me consta la importante labor que ambos realizan, especialmente la
representación sindical. Pero pasa lo de siempre, el ser humano tiene una
habilidad extraordinaria para pervertir el poder que otros le otorgan y la
representación sindical no se salva.
En primer lugar, a los sindicatos les ocurre lo que a los partidos políticos y
es que han llegado a ser organizaciones herméticas ligadas al poder. A nadie se
le esconde los millones de euros que reciben los sindicatos españoles del
presupuesto público. Parece evidente que esto les resta independencia ante el
123
poder político. Si admitimos (como ya argumentamos arriba) que existe un lazo
importante entre el poder empresarial y el político a través de la financiación de
los partidos políticos, podemos imaginar que las grandes centrales sindicales no
van a actuar en contra de quien paga. Una vez más la financiación es la clave.
Lo decíamos de los partidos políticos y lo decimos de la misma forma de los
sindicatos y organizaciones empresariales. El resultado es que se ha generado
una importante burocracia ligada a estas organizaciones que vive de la
subvención estatal. La profesionalización sindical y empresarial perjudica
mucho al sistema democrático (al igual que la profesionalización en la política).
Encima han asumido una tarea que no les corresponde, la enseñanza. La
financiación ligada a ella lo explica, y también explica que los enseñantes, los
que están capacitados para llevarla a cabo, no puedan ni replicar.
Cuesta decirlo pero a los sindicatos la democracia política se les atraganta,
quizás por la misma idiosincrasia que tiene la izquierda. Las crisis que venimos
padeciendo los trabajadores desde los años 80 del pasado siglo son un ejemplo.
Durante los últimos 30 años no han dejado de convocar huelgas generales con
escasos o nulos resultados. A cada atropello del sector gubernamental o
empresarial se le ha respondido con una huelga, lo cual parece lógico. Sin
embargo, en una democracia quien manda son los votos y la huelga general
parece un recurso decimonónico en desuso. Éstas se convocaban para derribar a
los gobiernos que usurpaban los derechos de los trabajadores en pro de intereses
particulares. No existía otro mecanismo. Así avanzaron las conquistas laborales,
a paso de tortuga. En un sistema con democracia política sí existe dicho
mecanismo pues la soberanía reside en el pueblo y este tiene derecho a ser
preguntado si los trabajadores así lo piden. ¿Por qué hoy en día los sindicatos no
utilizan ese derecho? ¿temen preguntar? ¿les da miedo? ¿no interesa? ¿a quién?
¿por qué no se nos pregunta si queremos esta o aquella reforma laboral? ¿por
qué no se nos dice cuáles son las consecuencias de una u otra? ¿por qué no
124
decidimos en vez de malgastar un día en la opereta sindical? ¿por qué no creen
en la democracia política? En las últimas huelgas generales, además de
protestar, ¿qué hemos logrado? Nada, aparte de perder un día de salario. Parece
una broma. La impresión es que los gobiernos tienen en su debe y haber una
huelga general, cuentan con ella, y los sindicatos justifican su razón de ser,
existir y estar subvencionados. Esto tiene que cambiar.
En segundo lugar, ya hemos hablado largo y tendido de la perversión que
encierra el sistema de elección por listas al hablar de los partidos políticos. Es
evidente que en tu empresa como no seas de la cuerda de los dirigentes, poco
tienes que hacer. En este sentido, no es que el trabajador no tenga posibilidad de
tener una defensa sindical digna, sino que los propios representantes sindicales
han llegado a ir en contra de determinados trabajadores por la simple razón de
que han osado disentir. Las elecciones desde la base encierran muchos
problemas, permiten la manipulación (dilución de la disidencia en la base de la
pirámide, acoso desde el vértice de la pirámide) y en realidad sigue siendo el
procedimiento preferido en los sistemas de partido único. Se deben modificar
estas elecciones con el objeto de que cada grupo de trabajadores tenga su
representación.
En tercer lugar, hablamos de la alianza de partidos y podemos hablar de
alianza de sindicatos. En muchos casos existe una auténtica conchupancia entre
sindicatos y se da el caso de que es prácticamente imposible que nadie entre en
las listas de los sindicatos y acceder a la representación sindical a la que
cualquiera en teoría tiene derecho. Además, existen puestos de privilegio, los
liberados que en ocasiones es un peligro ponerles en entredicho. Muchas veces
estos liberados permanecen en esa situación hasta la jubilación. Una vergüenza.
Decíamos al hablar de los partidos que permanecer en el poder durante mucho
tiempo da lugar a una importante pérdida de nivel democrático, pues siempre
125
habrá una minoría que tendrá que sufrir esa indefinida permanencia. No
hablemos de otros problemas relacionados con la corrupción. No es el momento.
Por último, la exclusiva que tienen los grandes sindicatos de la
representación motiva que cualquier otra manifestación de sindicación sea
boicoteada. En un país democrático se supone que somos libres para
sindicarnos. Pues no, eso no funciona en nuestra democracia. Cuando los
trabajadores, hartos de los mismos representantes pertenecientes a
organizaciones sindicales mayoritarias, ligadas a su vez a los partidos políticos y
al poder, deciden formar su propia plancha sindical, la persecución es la
consigna. Por supuesto, no habrá apoyo a las propuestas, se les tachará de
radicales, excéntricos,… de todo. Lo mismo que en la política. Además, los
partidos en el poder harán lo indecible para acabar con ellos. No llegarán a
ningún acuerdo con estos incontrolados. En determinadas instituciones he
observado cómo estos nuevos sindicatos nunca han llevado a término
negociación alguna. La consigna tanto del poder político como de los sindicatos
mayoritarios es condenarlos al ostracismo. La máxima conchupancia. El boicot
es tal que terminarán por arrojar la toalla. Al final lo que queda es un sistema
donde todo está atado y bien atado. Partidos políticos, instituciones,
sindicatos,… Parte de la putrefacción del sistema.
A todo esto hay que añadir la tremenda injusticia que crean los sindicatos
actuales al defender solo a una parte de los trabajadores. En la actualidad, para
mantener su estatus, su modus vivendi, su razón de ser, los sindicatos mantienen
un importante papel en las grandes empresas, en las instituciones y poco más. El
resto de los trabajadores parece que cuentan poco o no cuentan. La precariedad,
la movilidad, la flexibilidad, la intermitencia en el trabajo, la exigencia de ser
trabajador autónomo, aquellos que aún siendo asalariados figuran como
autónomos, los que sufren dispersión social, fragmentación familiar,… son
todos factores que han cambiado el panorama del mundo laboral de tal forma
126
que probablemente hoy y seguramente mañana, la gran mayoría de los
trabajadores estén sometidos a uno o varios de esos factores. Sin olvidar el peor
de los escenarios, el parado. Ante este escenario donde el trabajador, al igual que
en el siglo XIX, vuelve a ser pura mercancía, los sindicatos o bien no saben
cómo adaptarse a los tiempos (cosa que dudo), o bien se mantienen en su faceta
conservadora, en una especie de opereta donde escenifican la representación de
los trabajadores y mantienen el estatus de una nueva clase social, los burócratas
sindicales.
Por tanto, una de las condiciones importantes para el funcionamiento de
los sindicatos y de la democracia social es cambiar el sistema de elección,
haciéndolo extensivo a cualquier trabajador, esté en paro, trabaje como
autónomo, contrato administrativo, sea precario, fijo o trabaje
intermitentemente. Hay que evitar el sistema de listas y las elecciones a la
soviética de abajo a arriba (altamente manipulables). La elección por distritos de
trabajadores se hace inevitable para que todos los trabajadores, tengan o no
trabajo, puedan tener representación. El mundo ha cambiado y no podemos dejar
a una mayoría de los trabajadores fuera del sistema por el simple privilegio de
unos pocos. La representación sindical debe configurarse al modo de los fiscales
de distrito. Deben perseguir y denunciar, ante una inspección de trabajo
dependiente del poder judicial, los abusos, el acoso laboral, los piquetes
empresariales que hacen pasar al trabajador por determinadas circunstancias
bajo la amenaza de despido,…. La democracia no puede permitir que se violen
los derechos de los trabajadores sin que nadie les defienda de oficio.
Podríamos decir lo mismo de los empresarios, metidos muchas veces en
luchas vergonzosas por el poder, con subvenciones que rozan el esperpento, con
una legión de liberados pagados con dinero público. A los empresarios también
se les atraganta la democracia. No cabe duda que en un sistema democrático
todos los empresarios deben participar en el sistema y no solo los grandes. La
127
especie de sistema asambleario que poseen es otra de esas elecciones de abajo
arriba que ya hemos criticado. No parece lógico que se acumule tanto poder en
el sistema de elecciones. Desde el punto de vista empresarial parece lógico, pero
no para los intereses de la pequeña y mediana empresa. El sistema democrático
debe llegar a todos, y todos deben procurar que no se margine a ningún grupo.
Alguien tendrá que defender a los pequeños y medianos empresarios.
La división del poder económico
Nuestra sociedad tiene pocas experiencias que aborden la división del
poder económico. Quizás, la primera que tuvo lugar en el mundo moderno con
cierta trascendencia fue la de los revolucionarios norteamericanos. En su época,
la tierra era el medio de producción más importante y según la tradición europea
era el primogénito quien heredaba toda la tierra, todos los medios de producción,
con lo cual éstos nunca se dividían y podrían continuar creciendo. Esta tradición
que nace en los albores de nuestra civilización tuvo sentido cuando las pequeñas
comunidades basadas en la agricultura y ganadería dependían de un mínimo
indivisible que si se superaba traería la pobreza irremediable para todos. Buena
prueba de esto lo tenemos en la tradición judía donde la supervivencia fue
prácticamente el sello de su religión. Para aquellos que eran pocos y
perseguidos, mantenerse y llegar a tener poder era cuestión de unidad e
indivisibilidad. Los revolucionarios americanos rompen con esta tradición y
legislan de tal forma que obligan a dividir la tierra entre los hijos. Sabían que en
unas pocas generaciones todo el territorio conquistado, todos los medios de
producción (las tierras en ese momento), estarían divididos y repartidos entre la
población que emprendió la aventura norteamericana. Evitaría de esa forma la
excesiva acumulación del poder, justo lo que hicieron en la democracia política.
Que nadie acumule poder, en este caso económico.
128
Tal y como ha ocurrido en toda la historia de la democracia, no parece
difícil pensar que las ideas de aquellos revolucionarios se dejaran de lado ante el
desmesurado avance económico de aquel país y la tendencia que en toda
sociedad existe a perder o pervertir las ideas originales. Si somos libres,
argumentan los poderosos, lo somos con todas las consecuencias por lo que el
mercado también será libre. Asimilaron, una vez más, la libertad a la ausencia de
normas y la gente lo aceptó. Esto parece ser una tendencia natural del ser
humano. A partir del comienzo de la revolución industrial (pocos años después)
lo que valía para la tierra (que había dejado de ser el medio de producción
principal) ya no vale para las empresas. Como sabemos, las empresas, no solo en
Estados Unidos, han ido creciendo hasta prácticamente gobernar el mundo.
Algunas grandes corporaciones manejan presupuestos mayores que muchos
países y sin duda su poder es tal que prácticamente gobiernan el planeta. ¿Qué
país tiene la peregrina idea de enfrentarse a dichas corporaciones sin sufrir las
consecuencias? En unos segundos, miles de millones de euros podrán salir de
ese país vía internet y en un tiempo corto se perderán miles de puestos de
trabajo. La desestabilización económica y social estará servida.
El problema hoy en día es que la acumulación de poder por parte de estas
empresas es tal que el mundo se dirige a un camino sin salida. No solo desde el
punto de vista social en el que la pobreza aumenta de forma desproporcionada
(las hambrunas las vemos todos los días en las noticias), sino que es la propia
supervivencia planetaria lo que está en juego. Al desastre social le acompaña el
desastre ecológico y nuestra supervivencia como civilización.
Los ciudadanos difícilmente se paran a pensar en recuperar la división de
los medios de producción. Quizás lo único a lo que llegan es que tal
acumulación de poder no les afecte. En este sentido, en algunos casos hemos
podido observar que los ciudadanos han reivindicado leyes antimonopolio ante
el exceso de concentración de poder por parte de algunas empresas. Los
129
pequeños comerciantes de Estados Unidos presionaron para que las grandes
empresas no les dejaran fuera del mercado. Estas leyes han sido muy criticadas
por los defensores del mercado libre pues sin duda van en contra de la libre
competencia, la cual imponen los consumidores pues cuando compran en
grandes empresas se benefician del bajo precio de los productos. Las leyes
antimonopolio también han sido criticadas porque la intervención estatal suele
favorecer a determinadas empresas, muchas veces con conexiones políticas. En
cualquier caso, estas leyes antimonopolio con sus pros y sus contras existen para
consumo interno de un país. Lo que cabe resaltar aquí es que esa preocupación
por limitar el poder de determinadas empresas ha existido entre los ciudadanos
con el objeto de no quedar excluidos de la economía (y riqueza) del país. Este
problema no ha sido nunca resuelto, en parte, porque se ha dejado en manos de
jueces y burócratas decidir si existe o no monopolio y parece evidente que si no
existe una norma clara y concisa, la arbitrariedad puede no tener límites. Si no
existen normas claras, si dejamos estas decisiones en manos de personas, la
corrupción estará servida pues, como ya hemos dicho, toda persona tiene un
precio y las grandes empresas pueden pagar mucho, mucho.
Por tanto, la economía o lo que ahora llaman los mercados campan a sus
anchas en un mundo sin normas, se han hecho sumamente poderosos y no hay
control sobre ellos. Por supuesto, están fuera del control democrático, no se
presentan a las elecciones, no tienen cara definida, nadie los elige, pero sin
embargo, dicen lo que se puede o no hacer. La democracia social tiene como
misión poner el poder democrático por encima de los mercados y que estos
funcionen de acuerdo con las decisiones de los ciudadanos, que al fin y al cabo
somos quienes decidimos nuestros destinos en un régimen de libertades. La
política económica tiene que estar en manos de las decisiones de la ciudadanía y
no de unos cuantos políticos o burócratas puestos con dinero de las grandes
empresas, y menos de especuladores que nadie identifica.
130
Cuando los revolucionarios americanos decidieron dividir la tierra,
impusieron una limitación al tamaño de las empresas, poniendo también límites
medibles a las ganancias. La idea es que por la carretera donde circula el
ciudadano con sus diferentes modelos de coches y camiones no circule un
vehículo del tamaño de un tren. Existen otras soluciones para vehículos tan
grandes y esa solución tiene otros límites definidos. Esta idea se debería
explorar si quisiéramos un mundo con democracia social. Nuestros economistas
deben pensar en estos límites, hacerlos medibles, pues por un lado la riqueza se
debe repartir y por otro las empresas nunca pueden estar por encima del Estado-
Nación, no pueden imponer sus criterios.
Otra de las cuestiones importantes para que exista una auténtica
democracia social es que se le ofrezca al ciudadano la posibilidad de elegir el
modelo de actuación económica que desea. Es muy común observar propuestas
que hacen determinados partidos en las campañas electorales que posteriormente
prácticamente imponen a la población. Si un partido promete una reforma
económica o social, debe consultar a la población sobre los detalles de tal
reforma. Esta es una cuestión que ha suscitado innumerables problemas sociales
en el pasado. Creen los partidos que salir elegidos es un cheque en blanco para
imponer sus convicciones y su modelo económico. La lógica es simple. Si
salimos elegidos, nuestras propuestas también son ratificadas por el electorado.
Tanta simplicidad asusta pues las propuestas legislativas tienen numerosos
matices. En primer lugar, en un sistema de separación de poderes quien legisla
son los parlamentos. Podríamos argumentar también que en estos está
representada la ciudadanía y por tanto tienen la legitimidad para decidir. Sin
embargo, existen determinadas cuestiones para el desarrollo social y
democrático de un país cuya decisión debería estar en manos del pueblo
directamente. Por ejemplo, ¿cuáles son las medidas que se pueden tomar para
reducir el déficit que pueda producir un país? La clase política suele ir por el
131
camino fácil, poner impuestos a los más débiles (subir el IVA), reducir el salario
a los que menos tienen (pues no podrían sostener una huelga), congelar
pensiones,… Sin embargo, en un sistema democrático se deberían exponer
varias propuestas, explicarlas bien a la población con sus pros y sus contras, y
que ésta decida. Quizás la gente vería con mejores ojos posponer alguna
inversión pública para mejores tiempos, limitar determinados gastos suntuarios,
gravar a los que más tienen,… Nada de esto se nos permite. Es la ciudadanía la
que debe decidir sobre los impuestos, no los partidos. Máxime ahora que hasta
los socialdemócratas dicen que bajar los impuestos es de izquierda.
Por tanto, la democracia social es posible si no la ponemos en manos de
los partidos. Éstos generalmente se han ido a posiciones tan parroquianas que la
población normalmente se ha visto cercenada de su derecho a decidir. Y lo más
importante, a discutir los pros y contras, las repercusiones mayores o menores de
cada de una de estas medidas. Que la población participe con responsabilidad es
factible, es normal y lógico.
Ya hemos comentado en este texto repetidas veces que dividir el poder es
la esencia de la democracia y por tanto el poder económico debe estar sujeto a
este criterio. Cuando hablamos de recaudar impuestos hemos defendido una
división vertical en la cual la responsabilidad de obtenerlos debe estar cerca del
ciudadano que lo genera, evitando el bucle gubernamental. Habrá entonces una
división clara entre la aportación de los ciudadanos en sus distintos niveles y el
gasto allí donde se origina. De forma similar debemos tratar al poder económico,
a las empresas y al poder financiero. Ya hemos comentando la división de los
medios de producción que llevaron a cabo los revolucionarios norteamericanos.
En adelante defenderé que es posible llegar a un criterio donde las grandes
empresas y poderes financieros deban comenzar un camino que les lleve a
escalarse con el territorio, con el Estado federal o un país determinado. La
132
tendencia en la actualidad es la contraria, por lo que el lector tendrá razón si me
acusa de estar rozando la utopía.
La acumulación de capital en empresas y bancos es tan grande que
prácticamente gobiernan el mundo. Es como si desde el punto de vista
económico hubiésemos creado unos pocos países con unas élites gobernantes
que deciden nuestro destino en cada momento. Ni siquiera los gobiernos más
fuertes del mundo pueden enfrentarse a este poder. En la última crisis, incluso
Estados Unidos, tuvo que plegarse a esos intereses y aportar una cantidad
asombrosa de dinero para salvar la situación. Todos los demás países corrieron
la misma suerte. El caso es que se sabe como ocurrió, donde estuvo la estafa e
incluso quien la produjo. Un comisario europeo declaró que sabían quien había
generado la crisis y cómo. Sin embargo, no podían hacer nada contra esos cinco
o diez hombres casi omnipotentes.
Por tanto, a la vista de lo que ha sucedido, los países democráticos deben
comenzar una larga andadura para dividir el poder económico. Eso es posible y
se hace con tiempo y normas muy claras. En el pasado, algunas tendencias
políticas preconizaron medidas drásticas como expropiar, confiscar y estatalizar
empresas y bancos. La historia nos ha demostrado que, aunque es posible, nunca
hemos llegado a ninguna parte por esta vía. En un estado democrático, este tipo
de intervenciones son de dudosa legalidad, atentan contra el estado de derecho y
muchas veces están movidas por intereses políticos y económicos claros. A
nadie se le esconde que alguna expropiación ha sido un pingüe negocio para
algunos políticos de turno. En ocasiones han estado por medio los intereses de
partido, apoyando determinadas empresas y bancos por un lado, y suprimiendo
la competencia por otro. Ha existido de todo. En un sistema democrático no son
posibles ni deseables este tipo de actuaciones. Sin embargo, no por ello debemos
quedar impasibles ante tanta acumulación de poder. Es curioso observar cómo
después de la última crisis se ha fabricado el consenso para mirar con buenos
133
ojos la acumulación de poder de los bancos, absorbiendo las Cajas de Ahorro,
desprotegiendo aún más a las comunidades autónomas, al país y a los
ciudadanos, impidiendo que organicen su vida en su entorno más cercano.
Por tanto, la democracia política debe crear las normas para que la
asombrosa acumulación de poder económico que está viviendo el mundo,
primeramente se detenga y posteriormente comience a decrecer. Las normas a
desarrollar deberían tener en mente la división de los medios de producción a la
escala de los Estados federados, de los países, de Europa,… Dicha división debe
hacerse de forma paulatina, por una simple división como puede ser la herencia,
al estilo de los revolucionarios norteamericanos, escalándola a su territorio de
actuación. Lo que se quiere decir con esto es que la suma de las empresas no
puede sobrepasar una determinada proporción del producto interior bruto del
Estado federado, del país o de Europa por ejemplo. No se pretende eliminar las
grandes empresas sino que estén en proporción con la economía del país en la
que actúa. Ya lo decíamos anteriormente, un tren no puede circular por una
carretera. Normalmente las vías se adecúan al tipo de vehículo que las transita.
Así el carril para bicicletas tiene su función y las vías del tren otra muy distinta.
Una de las consecuencias de esta división es que en principio deben crear más
competencia. En la introducción acerca de la democracia social decíamos que el
sistema de mercado se basa en la competencia. Sin embargo, cuando hablamos
de grandes empresas más bien hablamos de capitalismo de Estado. Aquí deja de
existir competencia para pasar a una situación en la que tenemos incluso que
subvencionarlas bajo el pretexto de ser sectores estratégicos. La división de estas
grandes empresas tendería a aumentar la competencia entre ellas de tal forma
que pondrían a los sectores estratégicos bajo las leyes habituales del mercado.
Dicha división sería bastante sana para la economía, para los Estados y para los
ciudadanos.
134
La forma de organizar esta división del poder económico debe partir de
las comunidades más pequeñas, del Estado federado, escalando las empresas a
sus economías. Esto debería forzar a los países a escalar las suyas pues las
empresas y bancos pedirán vías más amplias para circular. Si somos capaces de
actuar localmente sin dejar de pensar globalmente, es posible que podamos
convivir en sistemas democráticos donde el poder económico no guíe
absolutamente la política de los distintos países y regiones. Digo absolutamente
pues no creo que se pueda llegar jamás a una auténtica concordia con los
poderes económicos. Sin embargo, sí es posible ponerle límites. Que éstos estén
más allá o más acá dependerá del desarrollo de la democracia política, de
nuestro poder de decisión como ciudadanos y no de unos partidos más
preocupados en mantenerse en el poder que en procurar la felicidad de su
pueblo. Una vez más, insisto, el logro de una democracia social pasa por el
desarrollo de la democracia política.
135
Algunos problemas de la Democracia Social
136
Ya hemos expuesto a grandes rasgos cómo debe funcionar la democracia
social. También hemos aludido a los escollos que tiene su desarrollo, e incluso
nos hemos aventurado a vislumbrar su esencia: la división del poder económico.
Ya lo hemos dicho, si la democracia política consiste en dividir el poder, la
democracia social es, entre otras cosas, evitar la acumulación de poder
económico. La democracia es por definición poco proclive al desarrollo
capitalista. Sin embargo, el lector es consciente de los tremendos problemas que
tiene la democracia social en el mundo de hoy. Históricamente, la democracia se
ha puesto en peligro o ha desaparecido cuando se tocan los poderes económicos.
La sumisión de los Estados a éstos y los problemas que provoca la globalización
de la economía son factores que están haciendo desaparecer, no solo el Estado
de Bienestar, sino la democracia en sí. Ya hemos apuntado algo pero veamos
estos factores pues, para reivindicar la democracia política y social, debemos
conocer los grandes problemas que tenemos que evitar.
Democracia y poder económico
En nuestro sistema, la democracia siempre estará por encima de todo
salvo cuando vaya en contra de los intereses del poder económico. Esto parece
una máxima. Ejemplos los tenemos de los más variados signos y situaciones. La
democracia no vale nada cuando los intereses económicos se ponen en peligro.
La primera queja del ciudadano informado es el uso de su dinero para proteger a
las grandes empresas mientras que las demás tienen que sobrevivir en un mundo
de alta y desigual competitividad. En esta última crisis, unos señores que se han
puesto a jugar al Monopoly, los accionistas de los bancos, han tenido pérdidas
tremendas y el Estado (con nuestros recursos) ha ido en su ayuda con fabulosas
cantidades de dinero. Lo curioso es que el dinero que tenemos en los bancos no
estuvo en peligro pues éstos tienen un seguro con el que responder. Lo que ha
137
hecho el Estado en este caso es la política más regresiva, la del subsidio. La
competitividad como norma del sistema de mercados no se aplica pues se dice
que son cuestiones de Estado. Por tanto, estas empresas dejan de estar en el
mercado libre y el sistema se convierte en un capitalismo de Estado. Lo que se
persigue, sin duda, es poner dinero público en manos privadas. No parece lógico
que existan unas normas para unos y no para otros, máxime cuando el dinero
que está en juego es el de todos. Me explico. En un sistema de mercado, las
pérdidas de los accionistas de los bancos se solucionan con la compra de esas
acciones. Si éstas tienen poco valor, su compra por parte del Estado es
prácticamente una nacionalización de dichos bancos. Lo normal en esta última
crisis hubiese sido esa compra dentro del sistema de mercados de tal forma que
el Estado podría actuar como accionista mayoritario de esas empresas.
Ganaríamos todos pues los bancos podrían tener liquidez, los ciudadanos sus
créditos y los accionistas su dinero, aunque a un valor mucho menor (han
invertido mal). Sin embargo, lo que se hace es lo contrario, darle dinero a los
bancos para cubrir a sus accionistas. Así también juego yo a la bolsa pues nunca
perdería. En cambio los que han perdido son los ciudadanos que han visto cómo
su nivel de vida se degrada (espectacular aumento del paro), las empresas aún
con el rescate se quedan sin créditos y hasta le bajan el sueldo a funcionarios y
pensionistas para cubrir el desaguisado. El mundo al revés. En vez de elegir a
nuestros representantes parece que hemos elegido a nuestros enemigos. Lo
curioso es que el partido en la oposición defiende lo mismo o incluso iría aún
más lejos. Parece una broma de mal gusto y lo peor, nos deja sin salida.
La privatización de las empresas públicas es otro ejemplo. Las grandes
empresas se han adueñado de tremendas propiedades pagadas con el dinero de
los contribuyentes a muy bajo precio. Se hacen con el patrimonio del Estado sin
la más mínima competitividad en el mercado. Solo tienen que conseguir que
determinados partidos (da igual de qué signo) lleguen al poder. A cambio, la
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casta política se perpetúa, y me remito al capítulo sobre la financiación de los
partidos. Si lo privatizado constituye un sector estratégico del Estado (defensa,
grandes industrias, aeropuertos, investigación,...), el negocio es redondo pues
además habrá que subvencionarlos. La desfachatez ha sido tal que en ocasiones
determinados partidos (incluyendo a los socialdemócratas) realizan tremendas
inversiones con dinero público para mejorar una infraestructura (léase la
segunda pista de un aeropuerto) para después privatizarla, aún cuando generan
importantes ganancias para el Estado. Se trata de, prácticamente, regalar dinero
público a empresas que en el futuro asegurarán la financiación del partido e
incluso darán pingües salarios a aquellos políticos que llevaron a cabo la
privatización, perpetuando esa aristocracia que habita en la política. Por
supuesto, los trabajadores que tengan la osadía de negarse a estas privatizaciones
sufrirán las consecuencias. Al fin y al cabo, todo el poder está en manos de
quien gobierna (ejecutivo, legislativo y judicial). La prensa los estigmatizará
como delincuentes. Decretos, pérdidas de derechos laborales, sueldos, descrédito
público,… Algo así como la cólera de Dios.
No parece muy democrático que un gobierno elegido por los ciudadanos
actúe de esta forma. La perversión del sistema alcanza la aberración. Si los
ciudadanos han pagado por una infraestructura parece lógico que se les consulte.
Habría que preguntarse si hubiésemos querido o no desprendernos de, por
ejemplo, el servicio de correos, telefónica, grandes industrias, puertos,
aeropuertos,… y una larga lista. También parece claro que si vamos a ayudar a
una empresa como en el caso de los bancos, les prestemos el dinero y cobremos
al menos los mismos intereses que a veces con tanta usura nos piden. Regular
todas estas prácticas es parte del deber de nuestros legisladores, consultar a la
ciudadanía también. Penalizar las malas prácticas es función de un poder judicial
especializado en la salvaguardia de nuestros intereses. Los fiscales que nos
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pueden defender de estas malas prácticas se echan de menos. El avance en la
democracia política parece fundamental.
Soberanía y democracia social
La globalización de la economía ha producido una pérdida de soberanía
de los Estados pues los gobiernos dependen de las inversiones de empresas que
en cualquier momento pueden salir del país, provocando paro y miseria. Esto
hace que los gobiernos teman las decisiones del mercado y se comporten de
acuerdo a sus dictados. Por tanto, nuestros representantes no pueden tomar
decisiones que vayan en contra de estos poderosos y la democracia es una
quimera pues el trabajo está en manos de poderes no electos, sin legitimación.
Como hemos visto anteriormente, la democracia política se ha ido
pervirtiendo desde su nacimiento en la era moderna mediante cambios en su
concepto y el control económico sobre los partidos. Incluso, para deslegitimar a
los Estados, los mercados promueven entidades como el G-8, el Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial que imponen su política, debilitan a
los Estados Nacionales y, por supuesto, no están sujetos a control democrático
alguno. Sin embargo, en los sistemas democráticos los gobiernos acumulan el
poder político y económico, y su elección pasa por una decisión de la
ciudadanía. Por tanto, depende de la ciudadanía tomar las decisiones más
convenientes. El problema es que el actual sistema democrático pone todo el
poder en las estructuras de partido y ya hemos argumentado arriba hasta que
punto han llegado a pervertir todo el sistema. En un auténtico régimen de
democracia política, con todos sus mecanismos democráticos, la soberanía
popular tendría un peso importante y no la decisión de unos representantes (al
140
fin y al cabo con sus debilidades) pertenecientes a una organización (partidos)
que dependen de la financiación de las empresas para alcanzar el poder.
En la actualidad se nos trata como a idiotas que no saben decidir sobre su
futuro. Es más, el debate ni se plantea. La última crisis ha sido un ejemplo
perfecto, ya lo hemos comentado. Un gobierno que decide ayudar a los
accionistas de los bancos con una enorme suma de dinero, que permite un
agujero económico inmenso,… y encima establece políticas regresivas desde el
punto de vista social para paliar el déficit, con el beneplácito de la oposición.
Parece claro que si los ciudadanos ponemos a esos gobiernos, también
tendremos que decir algo a la hora de tomar medidas. Ese debate no existe en
ningún país y menos aún la consulta. Lo curioso es que la gente lo ve normal.
Nadie echa de menos un debate nacional a la hora de tomar decisiones sobre los
grandes problemas. ¿Por qué? Evidentemente no interesa. Lo único que se hace
es fabricar el consenso mediante la indoctrinación mediática con el objeto de
imponer “sus” reformas.
Por tanto, la tan ansiada democracia social es también una consecuencia
del avance de la democracia política. Me quiero parar un momento aquí pues la
izquierda europea nunca creyó en la democracia política, calificándola de
democracia burguesa y otras cosas peores, simplemente porque en la democracia
la clase hegemónica es la burguesía. No cabe duda de que cualquier sistema
político es un juego de poder y la burguesía tiene mucho. Sin embargo,
renunciar a que las mayorías puedan decidir me parece preocupante. Creerse con
la razón y tratar de imponerla es aún más inquietante. Hemos argumentando
arriba que la razón es totalitaria pues cada uno tiene la suya y con el pretexto de
tenerla se han hecho muchas barbaridades. Pues bien, entre la derecha y sus
votantes que creen en la mano firme, el caudillaje, y una izquierda que aplica su
razón, los ciudadanos nos hemos quedado en elegir lo menos malo en cada
momento. Nadie nos ha consultado nunca nada, nos han quitado la voz, la
141
decisión. A veces uno tiene la impresión de estar en un sistema paternalista en el
que el representante piensa que el ciudadano es una persona sin responsabilidad,
incapaz de decidir, incapaz de asumir sus decisiones, en definitiva un idiota.
Muchas veces es al contrario, pero ese es otro tema.
La competencia por el trabajo a nivel global
Este es, sin duda, un Talón de Aquiles de la democracia social. El trabajo
está en manos de quien pueda ofrecerlo con sus problemas y oportunidades. En
el mundo occidental hemos alcanzado un grado importante de desarrollo en
nuestro sistema laboral. Después de la segunda guerra mundial, la división de
Europa en dos bloques hizo que los trabajadores de los países occidentales
alcanzaran un grado de bienestar muy alto para contrarrestar los presuntos
logros de los trabajadores del bloque socialista. Además de sanidad, justicia y
educación universales, teníamos condiciones y derechos laborales dignos que
permitieron un cierto nivel de vida si lo comparamos con el resto del mundo.
Además, teníamos la libertad que permite un sistema democrático. Nada que
envidiar de los ciudadanos del bloque socialista. Cuando este sistema se
derrumba al final del siglo XX, desaparece primero esa razón de ser, pero más
importante, el mundo entra en un proceso de globalización de la economía de
magnitud inimaginable hasta el momento. Las conquistas (o concesiones) del
denominado Estado de bienestar se desmontan rápidamente. De repente nos
dicen que vivimos por encima de nuestras posibilidades y ya no hay dinero para
mantener la sanidad, educación, pensiones, cobertura social,…
En realidad, la globalización de la economía comienza con el
descubrimiento de América y con el auge de la navegación. En la actualidad ha
alcanzado una proporción extraordinaria debido avance de las comunicaciones.
142
Actualmente es posible fabricar cualquier bien de consumo en los países
subdesarrollados o en vías de desarrollo a cambio de un salario miserable o en
condiciones de semi-esclavitud. Mejor eso que nada. Ahora los países que
habíamos avanzado algo en derechos laborales tenemos que competir con un
mundo donde las condiciones de trabajo no están reguladas y claro… no somos
competitivos. La única forma de poder mantener nuestro nivel de bienestar pasa
por generar tecnología y hacer dependientes de ella a todos esos países con los
que no podemos competir a nivel laboral. El mundo ha entrado aquí en una
encrucijada pues en vez de elevar el nivel de vida de los países pobres, estamos
perdiendo el nuestro. El sueño de una sociedad de bienestar para todos se
desvanece día a día y no solo aquellos ciudadanos de países pobres lo ven más
lejos sino que aquellos que lo tienen, lo están perdiendo.
El problema reside en una estructura laboral en la que no se crea empleo
si, a cambio, no se acumulan ganancias. Dada la competitividad de los países
emergentes, se tienen que reducir los salarios, los gastos sociales y las políticas
de protección a los desfavorecidos. Si los gastos en salarios y protección social
de un país son muy elevados, si no se trabajan más horas con menos
vacaciones,… las empresas se trasladan a países que oferten dichas ventajas. La
globalización de la economía implica un retroceso de los logros sociales en
muchos países pues existe un tercer mundo esperando los trabajos del primer
mundo a cambio de bajos salarios para la población. Parece claro que los
ciudadanos tendremos que consensuar cuál va a ser el modelo por el que se
regule nuestro trabajo, nuestros salarios, la productividad del país y hasta donde
queremos crecer. Ahora lo importante es que podamos tener ese debate, que el
sistema democrático lo permita.
143
Epílogo
144
Los dos elementos fundamentales de la democracia, la política y la social,
van unidas y no es posible desarrollar la segunda sin la primera. Si queremos
conducir nuestra sociedad hacia la libertad debemos conquistar la democracia
política para luego decidir qué sociedad queremos desde el punto de vista social.
Dicha decisión debe depender de la ciudadanía y no de ningún intelectual, de
ningún caudillo, de ningún partido. El ser humano siempre ha querido depositar
estas responsabilidades en otros, es una tendencia natural. Por ello, siempre
hemos buscado líderes y los partidos nos los han proporcionado. Sin embargo,
habrá que concienciar a la gente de que esta no es la solución, no podemos
confiar nuestro destino a representantes, a partidos, gobiernos,… Éstos son solo
instrumentos para decidir nuestro futuro, para ejercer la libertad y buscar la
felicidad, el propósito de nuestra vida.
Sin embargo, el lector se preguntará acertadamente qué podemos hacer
para cambiar el estado de las cosas. No es fácil pues esta clase social que se ha
apoderado de nuestra representación no va a claudicar a sus privilegios
gratuitamente. Incluso es prácticamente imposible desbancarlos desde las urnas
pues el sistema está atado. No existe una forma democrática que pueda luchar
contra su propaganda, la maquinaria del partido, las instituciones,… El lector
pensará que hace falta una revolución para cambiar el sistema. Personalmente,
nunca me han gustado pues como decía alguien, en una revolución (360 grados)
se vuelve al mismo sitio. Eso es lo que nos ha mostrado la historia una y otra
vez. Es preferible la media vuelta (180 grados) e inducir el sentido contrario al
modelo socialdarwinista al que nos dirigimos. Al final, esta media vuelta la hará
la gente cuando el sistema termine por pudrirse (que lo hará).
Permítame el lector una última anécdota. En septiembre 1989 estuve
trabajando en un buque de investigación oceanográfica de la extinta República
Democrática de Alemania. Estábamos en medio del Atlántico subtropical
145
cuando en la celebración de un cumpleaños, uno de los marineros con cierta
dosis etílica, se subió a un mástil del barco y comenzó un discurso en contra del
régimen comunista de su país. Durante el resto de la campaña oceanográfica
proliferaron las tertulias sobre la viabilidad de un sistema que tenía encarcelada
en sus fronteras a media humanidad. Unos decíamos que era imposible mantener
ese sistema durante mucho tiempo pues no es posible cercenar la libertad de
tantos durante tanto tiempo. Otros decían que si se abría la mano y simplemente
se permitía el turismo, el sistema socialista desaparecería y eso era impensable.
Incluso aposté que aquello no duraría 50 años más. Curiosamente, solo duró 50
días más. En noviembre de ese año cayó el Muro de Berlín. Nadie lo pudo
imaginar unos meses antes. Nadie en ese momento podía imaginar que un país
como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas pudiera desaparecer. Es
algo así como pensar ahora que Estados Unidos pueda desintegrarse y
desaparecer en un par de años. Quiero decir con esta anécdota que el grado de
putrefacción de un sistema no lo percibimos hasta que aquello ya no es viable.
En el caso del sistema socialista se escondió hasta el último momento, cuando la
gente de forma espontánea salió a la calle y dijo basta.
El sistema parlamentario, con todas sus mentiras, está en un punto de
putrefacción alto. No disfrutamos de los requisitos mínimos de una democracia
como es la separación y división de poderes, donde los partidos son estructuras
de poder en vez de ser la representación del pueblo en la democracia, el poder
judicial, la policía, y todos los poderes están en manos de unos pocos, se
persigue a los funcionarios que quieren vigilar la legalidad, no existe la consulta,
el ciudadano no puede manifestar su opinión y su función es solo ratificar las
listas de partido, la prensa manipula a la ciudadanía en connivencia con los
poderes económicos,…. No sabemos cuándo dirá la gente basta y de qué forma,
pero ocurrirá. El ciudadano, bajo cualquier régimen político, tiene derecho a
reivindicar la libertad y ningún Estado tiene derecho a cercenar o reprimir las
146
ansias de libertad de las personas y comunidades. En el actual sistema, nuestros
representantes se jactan de decir que vivimos en un estado de derecho, con
separación de poderes, en un estado donde somos capaces de elegir libremente,
donde no existe nada más allá que “su democracia”. Como he intentado exponer
en este texto, nada de eso existe. Lo que tenemos es una opereta sobre la
democracia que tiene a sus ciudadanos impotentes ante tanta manipulación, ante
tanta putrefacción. No tenemos la culpa del estado actual de nuestro sistema
democrático, nos lo han impuesto, y nos lo han prefabricado bajo la falsa
premisa de que esto es lo máximo que podemos obtener. Nos dicen que si
queremos democracia política y social tendrá que venir de la mano de alguna
formación política que se presente y gane las elecciones (por mayoría absoluta).
Por supuesto, a estos osados se les tachará de radicales e iluminados, se les hará
una campaña ad hoc en la prensa, incluso se les sacará algún trapo sucio
(aunque sea falso pues la justicia está en sus manos y es lenta, lo lenta que ellos
quieran),… y se acabó. Prácticamente imposible.
La democracia y la libertad no son concesiones, son derechos que
tenemos y que nos damos a nosotros mismos. La democracia no se otorga de
forma prefabricada con un “o esto, o nada”, sino que tenemos que construirla
mediante el proceso constitucional que nunca existió y que ahora reivindicamos.
Desde aquí invito a los ciudadanos tanto de derechas como de izquierda a que
reflexionen sobre cada uno de los argumentos que hemos expuesto, los discutan
y tomen la postura más adecuada para reivindicar la libertad política y social.
Tanto unos como otros necesitamos un sistema basado en unas normas que
garanticen que los abusos de poder sean muy difíciles de materializar, y sobre
todo basado en no depositar nuestra confianza en la responsabilidad personal de
los gobernantes o en mayorías populares.
Ante tanta mentira, los ciudadanos solo podemos mostrar nuestra
indignación, concienciarnos y concienciar a nuestros vecinos. Tenemos que
147
declararnos inocentes. Nos toman por idiotas y nos han engañado fácilmente en
un sistema que no hemos construido, que nos lo han servido cocido,
prefabricado, masticado, hecho para el disfrute de unos pocos. Lo importante
ahora es que no nos sigan mintiendo, que sepan que la opereta democrática ya
no cuela, que aunque no hemos puesto mucho interés en sus desmanes, aunque
hemos pasado durante mucho tiempo, no nos pueden tomar por ignorantes. No
pueden sobrepasar los logros sociales y democráticos que con tanto sufrimiento,
lucha y hasta muerte ha costado conseguir. Si creemos en la libertad, en que el
poder frene al poder, en no confiar en nuestros representantes, seamos de
derechas o de izquierdas, mejor declararse inocente que idiota. Como dijo
alguien hace tiempo, se puede resistir la invasión de un ejército, pero no una
idea cuyo momento ha llegado. Tal como ha sucedido en la extinta Unión
Soviética y ahora en los países árabes o en Islandia, es hora de reivindicar la
democracia con todas sus letras. La historia no está escrita.
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Agradecimientos
Deseo mostrar mi agradecimiento a Carmen Fraga, Francisco Santana, Juan
García Luján, Alonso Hernández Guerra, Juan Manuel Santana, Mikel Latasa,
Alejandro V. Ariza e Indalecio Rodríguez por la lectura crítica y las opiniones
constructivas de un primer borrador del texto.
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Sobre el autor
Santiago Hernández León nace en Las Palmas de Gran Canaria en 1958. Vive la
transición española en la época universitaria y termina la licenciatura en
Biología en 1980. Doctor en Ciencias Biológicas en 1986. Premio del Gobierno
de Canarias a la Mejor Tesis Doctoral. Ha realizado estancias en Alemania,
Francia, Estados Unidos y Noruega. Profesor Titular de Universidad en 1989 y
Catedrático de Zoología en 2001. Ha sido Vicedecano de la Facultad de
Ciencias del Mar desde 1994 a 1998 y Decano desde 2004 a 2009. Ha sido
director de la Universidad de Verano en Gran Canaria y candidato a rector de la
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Actualmente es investigador del
Instituto de Oceanografía y Cambio Global de Canarias. Ha publicado más de
100 artículos, la mayoría en revistas internacionales con índice de impacto y ha
participado en más de treinta proyectos de investigación siendo investigador
principal en diez de ellos. Ha realizado más de cuarenta campañas
oceanográficas, ocho de ellas en áreas polares (Ártico y Antártida). Trabaja en el
estudio del papel del océano en el cambio climático así como en la influencia de
éste sobre las comunidades marinas.
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Estos tiempos convulsos y revueltos en los que la ciudadanía no solo ha perdido la fe en los dirigentes
sino también en el sistema político y financiero, están conduciendo al desánimo de muchos. También
nos llevan a la búsqueda de alternativas a esta denostada democracia que nos han impuesto. Santiago
Hernández León, con su obra Democracia para idiotas, nos aporta las herramientas necesarias para
entender el por qué de esta situación y como posicionarnos para revertirla hacia una nueva sociedad en
la que las decisiones estén en manos de los ciudadanos y no de determinadas élites como sucede en la
actualidad.
Democracia para idiotas es un ensayo que nos acerca al concepto objetivo de democracia con
un marcado carácter didáctico desde una valiente, osada y despiadada crítica hacia todos los
estamentos que contribuyen de forma espuria a distorsionar y prostituir el verdadero sentido y esencia
de la misma, con la finalidad de mantener los privilegios de unos pocos en detrimento de la mayoría
de los ciudadanos. Desde el prólogo Santiago Hernández León deja manifiestamente claro su rechazo
a un sistema que califica de “putrefacto”, eludiendo los circunloquios o términos políticamente
correctos en los que muchos autores se refugian para no molestar a los poderosos (mercados,
organizaciones empresariales, partidos políticos, sindicatos, poder judicial, medios de
comunicación….). De forma pedagógica disecciona el concepto de democracia y sus dos vertientes, la
política y la social, mediante el análisis y reflexión sobre la separación, división y elección de los
poderes; las elecciones primarias, la financiación de los partidos, la elección del poder ejecutivo,
legislativo y judicial; la limitación de mandatos, la transacción del voto, el bipartidismo, la alianza de
partidos, los nacionalismos, la policía y división de poderes, los sindicatos, la prensa,…
En este ensayo Santiago Hernández León va más allá del concepto y del devenir histórico de
la democracia, así como de las deliberaciones críticas sobre el sistema imperante con un canto a la
esperanza en un vibrante epílogo en el que deja en manos de los ciudadanos “el poder para decidir
nuestro futuro, para ejercer la libertad y buscar la felicidad, el propósito de nuestra vida”. Estamos en
suma, ante un texto fruto de estudios teóricos, de análisis, de comprobaciones empíricas, de vivencias
y de debates, elementos propios de su doble e inseparable condición de científico y de apasionado de
la política.
Francisco Santana
Periodista
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