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PARA UNA CRITICA DE LA VIOLENCIA WALTER BENJAMIN Ediciones elaleph.com

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PARA UNA CRÍTICA DE LA VIOLENCIA

La tarea de una crítica de la violencia puede definir-se como la exposición de su relación con el derechoy con la justicia. Porque una causa eficiente se con-vierte en violencia, en el sentido exacto de la pala-bra, sólo cuando incide sobre relaciones morales. Laesfera de tales relaciones es definida por los con-ceptos de derecho y justicia. Sobre todo en lo querespecta al primero de estos dos conceptos, es evi-dente que la relación fundamental y más elementalde todo ordenamiento jurídico es la de fin y medio;y que la violencia, para comenzar, sólo puede serbuscada en el reino de los medios y no en el de losfines. Estas comprobaciones nos dan ya, para la crí-tica de la violencia, algo más, e incluso diverso, quelo que acaso nos parece. Puesto que si la violencia es

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un medio, podría parecer que el criterio para su crí-tica esta ya dado, sin más. Esto se plantea en la pre-gunta acerca de si la violencia, en cada caso específi-co, constituye un medio para fines justos o injustos.En un sistema de fines justos, las bases para su críti-ca estarían ya dadas implícitamente. Pero las cosasno son así. Pues lo que este sistema nos daría, si sehallara más allá de toda duda, no es un criterio de laviolencia misma como principio, sino un criteriorespecto a los casos de su aplicación. Permaneceríasin respuesta el problema de si la violencia en gene-ral, como principio, es moral, aun cuando sea unmedio para fines justos. Pero para decidir respecto aeste problema se necesita un criterio más pertinente,una distinción en la esfera misma de los medios, sintener en cuenta los fines a los que éstos sirven.

La exclusión preliminar de este más exacto plan-teo crítico caracteriza a una gran corriente de la filo-sofía del derecho, de la cual el rasgo más destacadoquizás es el derecho natural. En el empleo de me-dios violentos para lograr fines justos el derechonatural ve tan escasamente un problema, como elhombre en el "derecho" a dirigir su propio cuerpohacia la meta hacia la cual marcha. Según la concep-ción jusnaturalista (que sirvió de base ideológica pa-

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ra el terrorismo de la Revolución Francesa) la vio-lencia es un producto natural, por así decir una ma-teria prima, cuyo empleo no plantea problemas, contal de que no se abuse poniendo la violencia al ser-vicio de fines injustos. Si en la teoría jusnaturalistadel estado las personas se despojan de toda su auto-ridad en favor del estado, ello ocurre sobre la basedel supuesto (explícitamente enunciado por Spinozaen su tratado teológico-político) de que el individuocomo tal, y antes de la conclusión de este contratoracional, ejercite también de jure todo poder que in-viste de facto. Quizás estas concepciones han sidovueltas a estimular a continuación por la biologíadarwinista, que considera en forma del todo dog-mática, junto con la selección natural, sólo a la vio-lencia como medio originario y único adecuado atodos los fines vitales de la naturaleza. La filosofíapopular darwinista ha demostrado a menudo lo fácilque resulta pasar de este dogma de la historia natu-ral al dogma aún más grosero de la filosofía del de-recho, para la cual aquella violencia que se adecuacasi exclusivamente a los fines naturales sería porello mismo también jurídicamente legítima.

A esta tesis jusnaturalista de la violencia comodato natural se opone diametralmente la del derecho

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positivo, que considera al poder en su transforma-ción histórica. Así como el derecho natural puedejuzgar todo derecho existente sólo mediante la críti-ca de sus fines, de igual modo el derecho positivopuede juzgar todo derecho en transformación sólomediante la crítica de sus medios. Si la justicia es elcriterio de los fines, la legalidad es el criterio de losmedios. Pero si se prescinde de esta oposición, lasdos escuelas se encuentran en el común dogma fun-damental: los fines justos pueden ser alcanzados pormedios legítimos, los medios legítimos pueden serempleados al servicio de fines justos. El derechonatural tiende a "justificar" los medios legítimos conla justicia de los fines, el derecho positivo a "garan-tizar" la justicia de los fines con la legitimidad de losmedios. La antinomia resultaría insoluble si se de-mostrase que el común supuesto dogmático es falsoy que los medios legítimos, por una parte, y los finesjustos, por la otra, se hallan entre sí en términos decontradicción irreductibles. Pero no se podrá llegarnunca a esta comprensión mientras no se abandoneel círculo y no se establezcan criterios recíprocosindependientes para fines justos y para medios legí-timos.

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El reino de los fines, y por lo tanto también elproblema de un criterio de la justicia, queda por elmomento excluido de esta investigación. En el cen-tro de ella ponemos en cambio el problema de lalegitimidad de ciertos medios, que constituyen laviolencia. Los principios jusnaturalistas no puedendecidir este problema, sino solamente llevarlo a unacasuística sin fin. Porque si el derecho positivo esciego para la incondicionalidad de los fines, el dere-cho natural es ciego para el condicionamiento de losmedios. La teoría positiva del derecho puede to-marse como hipótesis de partida al comienzo de lainvestigación, porque establece una distinción deprincipio entre los diversos géneros de violencia,independientemente de los casos de su aplicación.Se establece una distinción entre la violencia históri-camente reconocida, es decir la violencia sancionadacomo poder, y la violencia no sancionada. Si losanálisis que siguen parten de esta distinción, ellonaturalmente no significa que los poderes sean or-denados y valorados de acuerdo con el hecho deque estén sancionados o no. Pues en una crítica dela violencia no se trata de la simple aplicación delcriterio del derecho positivo, sino más bien de juz-gar a su vez al derecho positivo. Se trata de ver qué

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consecuencias tiene, para la esencia de la violencia,el hecho mismo de que sea posible establecer res-pecto de ella tal criterio o diferencia. O, en otraspalabras, qué consecuencias tiene el significado deesa distinción. Puesto que veremos en seguida queesa distinción del derecho positivo tiene sentido,está plenamente fundada en sí y no es substituiblepor ninguna otra; pero con ello mismo se arrojaráluz sobre esa esfera en la cual puede realizarse dichadistinción. En suma: si el criterio establecido por elderecho positivo respecto a la legitimidad de la vio-lencia puede ser analizado sólo según su significado,la esfera de su aplicación debe ser criticada según suvalor. Por lo tanto, se trata de hallar para esta críticaun criterio fuera de la filosofía positiva del derecho,pero también fuera del derecho natural. Veremos acontinuación cómo este criterio puede ser propor-cionado sólo si se considera el derecho desde elpunto de vista de la filosofía de la historia.

El significado de la distinción de la violencia enlegítima e ilegítima no es evidente sin más. Hay quecuidarse firmemente del equívoco jusnaturalista, pa-ra el cual dicho significado consistiría en la distin-ción entre violencia con fines justos o injustos. Másbien se ha señalado ya que el derecho positivo exige

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a todo poder un testimonio de su origen histórico,que implica en ciertas condiciones su sanción y le-gitimidad. Dado que el reconocimiento de poderesjurídicos se expresa en la forma más concreta me-diante la sumisión pasiva -como principio- a sus fi-nes, como criterio hipotético de subdivisión de losdiversos tipos de autoridad es preciso suponer lapresencia o la falta de un reconocimiento históricouniversal de sus fines. Los fines que faltan en esereconocimiento se llamarán fines naturales; losotros, fines jurídicos. Y la función diversa de la vio-lencia, según sirva a fines naturales o a fines ju-rídicos, se puede mostrar en la forma más evidentesobre la realidad de cualquier sistema de relacionesjurídicas determinadas. Para mayor simplicidad lasconsideraciones que siguen se referirán a las actua-les relaciones europeas.

Estas relaciones jurídicas se caracterizan -en loque respecta a la persona como sujeto jurídico- porla tendencia a no admitir fines naturales de las per-sonas en todos los casos en que tales fines pudieranser incidentalmente perseguidos con coherenciamediante la violencia. Es decir que este orde-namiento jurídico, en todos los campos en los quelos fines de personas aisladas podrían ser coheren-

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temente perseguidos con violencia, tiende a estable-cer fines jurídicos que pueden ser realizados de estaforma sólo por el poder jurídico. Además tiende areducir, mediante fines jurídicos, incluso las regio-nes donde los fines naturales son consentidos den-tro de amplios límites, no bien tales fines naturalesson perseguidos con un grado excesivo de violencia,como ocurre por ejemplo, en las leyes sobre los lí-mites del castigo educativo. Como principio uni-versal de la actual legislación europea puede formu-larse el de que todos los fines naturales de personassingulares chocan necesariamente con los fines ju-rídicos no bien son perseguidos con mayor o menorviolencia. (La contradicción en que el derecho delegítima defensa se halla respecto a lo dicho hastaahora debería explicarse por sí en el curso de losanálisis siguientes.) De esta máxima se deduce que elderecho considera la violencia en manos de la per-sona aislada como un riesgo o una amenaza de per-turbación para el ordenamiento jurídico. ¿Como unriesgo y una amenaza de que se frustren los finesjurídicos y la ejecución jurídica? No: porque en talcaso no se condenaría la violencia en sí misma, sinosólo aquella dirigida hacia fines antijurídicos. Se diráque un sistema de fines jurídicos no podría mante-

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nerse si en cualquier punto se pudiera perseguir conviolencia fines naturales. Pero esto por el momentoes sólo un dogma. Será necesario en cambio tomaren consideración la sorprendente posibilidad de queel interés del derecho por monopolizar la violenciarespecto a la persona aislada no tenga como expli-cación la intención de salvaguardar fines jurídicos,sino más bien la de salvaguardar al derecho mismo.Y que la violencia, cuando no se halla en posesióndel derecho a la sazón existente, represente para ésteuna amenaza, no a causa de los fines que la vio-lencia persigue, sino por su simple existencia fueradel derecho. La misma suposición puede ser sugeri-da, en forma más concreta, por el recuerdo de lasnumerosas ocasiones en que la figura del "gran" de-lincuente, por bajos que hayan podido ser sus fines,ha conquistado la secreta admiración popular. Ellono puede deberse a sus acciones, sino a la violenciade la cual son testimonio. En este caso, por lo tanto,la violencia, que el derecho actual trata de prohibir alas personas aisladas en todos los campos de la pra-xis, surge de verdad amenazante y suscita, inclusoen su derrota, la simpatía de la multitud contra elderecho. La función de la violencia por la cual éstaes tan temida y se aparece, con razón, para el dere-

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cho como tan peligrosa, se presentará justamenteallí donde todavía le es permitido manifestarse se-gún el ordenamiento jurídico actual.

Ello se comprueba sobre todo en la lucha de cla-ses, bajo la forma de derecho a la huelga oficial-mente garantizado a los obreros. La clase obrera or-ganizada es hoy, junto con los estados, el único su-jeto jurídico que tiene derecho a la violencia. Contraesta tesis se puede ciertamente objetar que una omi-sión en la acción, un no-obrar, como lo es en últimainstancia la huelga, no puede ser definido comoviolencia. Tal consideración ha facilitado al poderestatal la concesión del derecho a la huelga, cuandoello ya no podía ser evitado. Pero dicha conside-ración no tiene valor ilimitado, porque no tiene va-lor incondicional. Es verdad que la omisión de unaacción e incluso de un servicio, donde equivale sen-cillamente a una "ruptura de relaciones", puede serun medio del todo puro y libre de violencia. Y co-mo, según la concepción del estado (o del derecho),con el derecho a la huelga se concede a las asocia-ciones obreras no tanto un derecho a la violenciasino más bien el derecho a sustraerse a la violencia,en el caso de que ésta fuera ejercida indirectamentepor el patrono, puede producirse de vez en cuando

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una huelga que corresponde a este modelo y quepretende ser sólo un "apartamiento", una "separa-ción" respecto del patrono. Pero el momento de laviolencia se presenta, como extorsión, en una omi-sión como la antedicha, cuando se produce respectoa la fundamental disposición a retomar como antesla acción interrumpida, en ciertas condiciones queno tienen absolutamente nada que ver con ella omodifican sólo algún aspecto exterior. Y en estesentido, según la concepción de la clase obrera -opuesta a la del estado-, el derecho de huelga es elderecho a usar la violencia para imponer determi-nados propósitos. El contraste entre las dos con-cepciones aparece en todo su rigor en relación conla huelga general revolucionaria. En ella la claseobrera apelará siempre a su derecho a la huelga, pe-ro el estado dirá que esa apelación es un abuso,porque -dirá- el derecho de huelga no había sido en-tendido en ese sentido, y tomará sus medidas ex-traordinarias. Porque nada le impide declarar queuna puesta en práctica simultánea de la huelga en to-das las empresas es inconstitucional, dado que noreúne en cada una de las empresas el motivo par-ticular presupuesto por el legislador. En esta dife-rencia de interpretación se expresa la contradicción

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objetiva de una situación jurídica a la que el estadoreconoce un poder cuyos fines, en cuanto fines na-turales, pueden resultarle a veces indiferentes, peroque en los casos graves (en el caso, justamente, de lahuelga general revolucionaria) suscitan su decididahostilidad. Y en efecto, a pesar de que a primeravista pueda parecernos paradójico, es posible defi-nir en ciertas condiciones como violencia inclusouna actitud asumida en ejercicio de un derecho. Yprecisamente esa actitud, cuando es activa, podrá serllamada violencia en la medida en que ejerce un de-recho que posee para subvertir el ordenamiento ju-rídico en virtud del cual tal derecho le ha sido con-ferido; cuando es pasiva, podrá ser definida en lamisma forma, si representa una extorsión en el sen-tido de las consideraciones precedentes. Que el de-recho se oponga, en ciertas condiciones, con vio-lencia a la violencia de los huelguistas es testimoniosólo de una contradicción objetiva en la situaciónjurídica y no de una contradicción lógica en el dere-cho. Puesto que en la huelga el estado teme más queninguna otra cosa aquella función de la violenciaque esta investigación se propone precisamente de-terminar, como único fundamento seguro para sucrítica. Porque si la violencia, como parece a prime-

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ra vista, no fuese más que el medio para asegurarsedirectamente aquello que se quiere, podría lograr sufin sólo como violencia de robo. Y sería completa-mente incapaz de fundar o modificar relaciones enforma relativamente estable. Pero la huelga de-muestra que puede hacerlo, aun cuando el sen-timiento de justicia pueda resultar ofendido por ello.Se podría objetar que tal función de la violencia escasual y aislada. El examen de la violencia bélicabastará para refutar esta obligación.

La posibilidad de un derecho de guerra descansaexactamente sobre las mismas contradicciones ob-jetivas en la situación jurídica sobre las que se fundala de un derecho de huelga, es decir sobre el hechode que sujetos jurídicos sancionan poderes cuyosfines -para quienes los sancionan- siguen siendo na-turales y, en caso grave, pueden por lo tanto entraren conflicto con sus propios fines jurídicos o natu-rales. Es verdad que la violencia bélica encara enprincipio sus fines en forma por completo directa ycomo violencia de robo. Pero existe el hecho sor-prendente de que incluso -o más bien justamente-en condiciones primitivas, que en otros sentidosapenas tienen noción de los rudimentos de rela-ciones de derecho público, e incluso cuando el ven-

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cedor se ha adueñado de una posesión ya inamovi-ble, es necesaria e imprescindible aun una paz en elsentido ceremonial. La palabra "paz", en el sentidoen que está relacionada con el término "guerra"(pues existe otro, por completo diferente, entera-mente concreto y político: aquel en que Kant hablade "paz perpetua"), indica justamente esta sanciónnecesaria a priori -independiente de todas las otrasrelaciones jurídicas- de toda victoria. Esta sanciónconsiste precisamente en que las nuevas relacionessean reconocidas como nuevo "derecho", indepen-dientemente del hecho de que de facto necesitan máso menos ciertas garantías de subsistencia. Y si es lí-cito extraer de la violencia bélica, como violenciaoriginaria y prototípica, conclusiones aplicables atoda violencia con fines naturales, existe por lotanto implícito en toda violencia un carácter decreación jurídica. Luego deberemos volver a consi-derar el alcance de esta noción. Ello explica la men-cionada tendencia del derecho moderno a vedar to-da violencia, incluso aquella dirigida hacia fines na-turales, por lo menos a la persona aislada como su-jeto jurídico. En el gran delincuente esta violencia sele aparece como la amenaza de fundar un nuevo de-recho, frente a la cual (y aunque sea impotente) el

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pueblo se estremece aún hoy, en los casos de impor-tancia, como en los tiempos míticos. Pero el estadoteme a esta violencia en su carácter de creadora dederecho, así como debe reconocerla como creadorade derecho allí donde fuerzas externas lo obligan aconceder el derecho de guerrear o de hacer huelga.

Si en la última guerra la crítica a la violencia mili-tar se convirtió en punto de partida para una críticaapasionada de la violencia en general, que muestrapor lo menos que la violencia no es ya ejercida otolerada ingenuamente, sin embargo no se le ha so-metido a crítica sólo como violencia creadora de de-recho, sino que ha sido juzgada en forma tal vezmás despiadada también en cuanto a otra función.Una duplicidad en la función de la violencia es enefecto característica del militarismo, que ha podidoformarse sólo con el servicio militar obligatorio. Elmilitarismo es la obligación del empleo universal dela violencia como medio para los fines del estado.Esta coacción hacia el uso de la violencia ha sidojuzgada recientemente en forma más resuelta que eluso mismo de la violencia. En ella la violencia apa-rece en una función por completo distinta de la quedesempeña cuando se la emplea sencillamente parala conquista de fines naturales. Tal coacción con-

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siste en el uso de la violencia como medio para finesjurídicos. Pues la sumisión del ciudadano a las leyes-en este caso a la ley del servicio militar obligatorio-es un fin jurídico. Si la primera función de la violen-cia puede ser definida como creadora de derecho,esta segunda es la que lo conserva. Y dado que elservicio militar es un caso de aplicación, en princi-pio en nada distinto, de la violencia conservadoradel derecho, una crítica a él verdaderamente eficazno resulta en modo alguno tan fácil como podríanhacer creer las declaraciones de los pacifistas y delos activistas. Tal crítica coincide más bien con lacrítica de todo poder jurídico, es decir con la críticaal poder legal o ejecutivo, y no puede ser realizadamediante un programa menor. Es también obvioque no se la pueda realizar, si no se quiere incurriren un anarquismo por completo infantil, rechazan-do toda coacción respecto a la persona y declarandoque "es lícito aquello que gusta". Un principio deeste tipo no hace más que eliminar la reflexión sobrela esfera histórico-moral, y por lo tanto sobre todosignificado del actuar, e incluso sobre todo signifi-cado de lo real, que no puede constituirse si la "ac-ción" se ha sustraído al ámbito de la realidad. Másimportante resulta quizás el hecho de que incluso la

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apelación a menudo hecha al imperativo categórico,con su programa mínimo indudable -"obra en for-ma de tratar a la humanidad, ya sea en tu persona oen la persona de cualquier otro, siempre como fin ynunca sólo como medio"- no es de por sí suficiente

para esta crítica1. Pues el derecho positivo, cuandoes consciente de sus raíces, pretenderá sin más reco-nocer y promover el interés de la humanidad por lapersona de todo individuo aislado. El derecho po-sitivo ve ese interés en la exposición y en la conser-vación de un orden establecido por el destino. Yaun si este orden -que el derecho afirma con razónque custodia- no puede eludir la crítica, resulta im-potente respecto a él toda impugnación que se basesólo en una "libertad" informe, sin capacidad paradefinir un orden superior de libertad. Y tanto másimpotente si no impugna el ordenamiento jurídicomismo en todas sus partes, sino sólo leyes o hábitosjurídicos, que luego por lo demás el derecho tomabajo la custodia de su poder, que consiste en quehay un solo destino y que justamente lo que existe, y

1 En todo caso se podría dudar respecto a si esta célebre fórmula

no contiene demasiado poco, es decir si es lícito servirse, o dejar queotro se sirva, en cualquier sentido, de sí o de otro también, como unmedio. Se podrían aducir óptimas razones en favor de esta duda.

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sobre todo lo que amenaza, pertenece irrevocable-mente a su ordenamiento. Pues el poder que con-serva el derecho es el que amenaza. Y su amenazano tiene el sentido de intimidación, según inter-pretan teóricos liberales desorientados. La intimida-ción, en sentido estricto, se caracterizaría por unaprecisión, una determinación que contradice laesencia de la amenaza, y que ninguna ley puede al-canzar, pues subsiste siempre la esperanza de esca-par a su brazo. Resulta tan amenazadora como eldestino, del cual en efecto depende si el delincuenteincurre en sus rigores. El significado más profundode la indeterminación de la amenaza jurídica surgirásólo a través del análisis de la esfera del destino, dela que la amenaza deriva. Una preciosa referencia aesta esfera se encuentra en el campo de las penas,entre las cuales, desde que se ha puesto en cuestiónla validez del derecho positivo, la pena de muerte esla que ha suscitado más la crítica. Aun cuando losargumentos de la crítica no han sido en la mayorparte de los casos en modo alguno decisivos, suscausas han sido y siguen siendo decisivas. Los críti-cos de la pena de muerte sentían tal vez sin saberloexplicar y probablemente sin siquiera quererlo sen-tir, que sus impugnaciones no se dirigían a un de-

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terminado grado de la pena, no ponían en cuestióndeterminadas leyes, sino el derecho mismo en suorigen. Pues si su origen es la violencia, la violenciacoronada por el destino, es lógico suponer que en elpoder supremo, el de vida y muerte, en el que apare-ce en el ordenamiento jurídico, los orígenes de esteordenamiento afloren en forma representativa en larealidad actual y se revelen aterradoramente. Conello concuerda el hecho de que la pena de muertesea aplicada, en condiciones jurídicas primitivas, in-cluso a delitos, tal como la violación de la propie-dad, para los cuales parece absolutamente "despro-porcionada". Pero su significado no es el de castigarla infracción jurídica, sino el de establecer el nuevoderecho. Pues en el ejercicio del poder de vida ymuerte el derecho se confirma más que en cualquierotro acto jurídico. Pero en este ejercicio, al mismotiempo, una sensibilidad más desarrollada adviertecon máxima claridad algo corrompido en el dere-cho, al percibir que se halla infinitamente lejos decondiciones en las cuales, en un caso similar, el des-tino se hubiera manifestado en su majestad. Y el in-telecto, si quiere llevar a término la crítica tanto de laviolencia que funda el derecho como la de la que lo

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conserva, debe tratar de reconstruir en la mayormedida tales condiciones.

En una combinación mucho más innatural que enla pena de muerte, en una mescolanza casi espectral,estas dos especies de violencia se hallan presentesen otra institución del estado moderno: en la policía.La policía es un poder con fines jurídicos (con po-der para disponer), pero también con la posibilidadde establecer para sí misma, dentro de vastos lími-tes, tales fines (poder para ordenar). El aspecto ig-nominioso de esta autoridad -que es advertido porpocos sólo porque sus atribuciones en raros casosjustifican las intervenciones más brutales, pero pue-den operar con tanta mayor ceguera en los sectoresmás indefensos y contra las personas sagaces a lasque no protegen las leyes del estado- consiste en queen ella se ha suprimido la división entre violenciaque funda y violencia que conserva la ley. Si se exigea la primera que muestre sus títulos de victoria, lasegunda está sometida a la limitación de no deberproponerse nuevos fines. La policía se halla eman-cipada de ambas condiciones. La policía es un po-der que funda -pues la función específica de este úl-timo no es la de promulgar leyes, sino decretos emi-tidos con fuerza de ley- y es un poder que conserva

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el derecho, dado que se pone a disposición de aque-llos fines. La afirmación de que los fines del poderde la policía son siempre idénticos o que se hallanconectados con los del derecho remanente es pro-fundamente falsa. Incluso "el derecho" de la policíamarca justamente el punto en que el estado, sea porimpotencia, sea por las conexiones inmanentes detodo ordenamiento jurídico, no se halla ya en gradode garantizarse -mediante el ordenamientojurídico- los fines empíricos que pretende alcanzar atoda costa. Por ello la policía interviene "por razo-nes de seguridad" en casos innumerables en los queno subsiste una clara situación jurídica cuando noacompaña al ciudadano, como una vejación brutal,sin relación alguna con fines jurídicos, a lo largo deuna vida regulada por ordenanzas, o directamenteno lo vigila. A diferencia del derecho, que reconoceen la "decisión" local o temporalmente determinadauna categoría metafísica, con lo cual exige la crítica yse presta a ella, el análisis de la policía no encuentranada sustancial. Su poder es informe así como supresencia es espectral, inaferrable y difusa por do-quier, en la vida de los estados civilizados. Y si bienla policía se parece en todos lados en los detalles, nose puede sin embargo dejar de reconocer que su es-

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píritu es menos destructivo allí donde encarna (en lamonarquía absoluta) el poder del soberano, en elcual se reúne la plenitud del poder legislativo y eje-cutivo, que en las democracias, donde su presencia,no enaltecida por una relación de esa índole, testi-monia la máxima degeneración posible de la vio-lencia.

Toda violencia es, como medio, poder que fundao conserva el derecho. Si no aspira a ninguno deestos dos atributos, renuncia por sí misma a todavalidez. Pero de ello se desprende que toda vio-lencia como medio, incluso en el caso más favora-ble. se halla sometida a la problematicidad del dere-cho en general. Y cuando el significado de esa prob-lematicidad no está todavía claro a esta altura de lainvestigación, el derecho sin embargo surge despuésde lo que se ha dicho con una luz moral tan equívo-ca que se plantea espontáneamente la pregunta de sino existirán otros medios que no sean los violentospara armonizar intereses humanos en conflicto. Talpregunta nos lleva en principio a comprobar que unreglamento de conflictos totalmente desprovisto deviolencia no puede nunca desembocar en un con-trato jurídico. Porque éste, aun en el caso de que laspartes contratantes hayan llegado al acuerdo en

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forma pacífica, conduce siempre en última instanciaa una posible violencia. Pues concede a cada parte elderecho a recurrir, de algún modo, a la violenciacontra la otra, en el caso de que ésta violase el con-trato. Aun más: al igual que el resultado, también elorigen de todo contrato conduce a la violencia. Pesea que no sea necesario que la violencia esté inme-diatamente presente en el contrato como presenciacreadora, se halla sin embargo representada siem-pre, en la medida en que el poder que garantiza elcontrato es a su vez de origen violento, cuando noes sancionado jurídicamente mediante la violenciaen ese mismo contrato. Si decae la conciencia de lapresencia latente de la violencia en una instituciónjurídica, ésta se debilita. Un ejemplo de tal procesolo proporcionan en este período los parlamentos.Los parlamentos presentan un notorio y triste es-pectáculo porque no han conservado la concienciade las fuerzas revolucionarias a las que deben suexistencia. En Alemania en particular, incluso la úl-tima manifestación de tales fuerzas no ha logradoefecto en los parlamentos. Les falta a éstos el senti-do de la violencia creadora de derecho que se hallarepresentada en ellos. No hay que asombrarse porlo tanto de que no lleguen a decisiones dignas de

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este poder y de que se consagren mediante el com-promiso a una conducción de los problemas políti-cos que desearía ser no violenta. Pero el compromi-so,

"si bien repudia toda violencia abierta, es sinembargo un producto siempre comprendido enla mentalidad de la violencia, pues la aspiraciónque lleva al compromiso no encuentra motiva-ción en sí misma, sino en el exterior, es decir enla aspiración opuesta; por ello todo compromiso,aun cuando se lo acepte libremente, tiene esen-cialmente un carácter coactivo. «Mejor sería deotra forma» es el sentimiento fundamental de to-

do compromiso".2

Resulta significativo que la decadencia de losparlamentos haya quitado al ideal de la conducciónpacífica de los conflictos políticos tantas simpatíascomo las que le había procurado la guerra. A los pa-cifistas se oponen los bolcheviques y los sin-dicalistas. Estos han sometido los parlamentos ac-tuales a una crítica radical y en general exacta. Pese atodo lo deseable y placentero que pueda resultar, a

2 Unger, Politik und Metaphysik, Berlin 1921, p. 8.

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título de comparación, un parlamento dotado degran prestigio, no será posible en el análisis de losmedios fundamentalmente no violentos de acuerdopolítico ocuparse del parlamentarismo. Porque loque el parlamentarismo obtiene en cuestiones vitalesno puede ser más que aquellos ordenamientos jurí-dicos afectados por la violencia en su origen y en sudesenlace.

¿Es en general posible una regulación no violentade los conflictos? Sin duda. Las relaciones entrepersonas privadas nos ofrecen ejemplos en canti-dad. El acuerdo no violento surge dondequiera quela cultura de los sentimientos pone a disposición delos hombres medios puros de entendimiento. A losmedios legales e ilegales de toda índole, que sonsiempre todos violentos, es lícito por lo tanto opo-ner, como puros, los medios no violentos. Delica-deza, simpatía, amor a la paz, confianza y todo loque se podría aun añadir constituyen su fundamentosubjetivo. Pero su manifestación objetiva se halladeterminada por la ley (cuyo inmenso alcance no esel caso de ilustrar aquí) que establece que los mediospuros no son nunca medios de solución inmediata,sino siempre de soluciones mediatas. Por consi-guiente, esos medios no se refieren nunca directa-

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mente a la resolución de los conflictos entre hombrey hombre, sino solo a través de la intermediación delas cosas. En la referencia más concreta de los con-flictos humanos a bienes objetivos, se revela la esfe-ra de los medios puros. Por ello la técnica, en elsentido más amplio de la palabra, es su campo pro-pio y adecuado. El ejemplo más agudo de ello loconstituye tal vez la conversación considerada comotécnica de entendimiento civil. Pues en ella el acuer-do no violento no sólo es posible, sino que la exclu-sión por principio de la violencia se halla expre-samente confirmada por una circunstancia significa-tiva: la impunidad de la mentira. No existe legisla-ción alguna en la tierra que originariamente la casti-gue. Ello significa que hay una esfera hasta tal puntono violenta de entendimiento humano que es porcompleto inaccesible a la violencia: la verdadera ypropia esfera del "entenderse", la lengua. Sólo ulte-riormente, y en un característico proceso de deca-dencia, la violencia jurídica penetró también en estaesfera, declarando punible el engaño. En efecto, si elordenamiento jurídico en sus orígenes, confiandoen su potencia victoriosa, se limita a rechazar laviolencia ilegal donde y cuando se presenta, y el en-gaño, por no tener en sí nada de violento, era con-

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siderado como no punible en el derecho romano yen el germánico antiguo, según los principios res-pectivos de ius civile vigilantibus scriptum est y "ojo aldinero", el derecho de edades posteriores, menosconfiado en su propia fuerza, no se sintió ya encondición de hacer frente a toda violencia extraña.El temor a la violencia y la falta de confianza en símismo constituyen precisamente su crisis. El dere-cho comienza así a plantearse determinados finescon la intención de evitar manifestaciones másenérgicas de la violencia conservadora del derecho.Y se vuelve contra el engaño no ya por consi-deraciones morales, sino por temor a la violenciaque podría desencadenar en el engañado. Pues co-mo este temor se opone al carácter de violencia delderecho mismo, que lo caracteriza desde sus oríge-nes, los fines de esta índole son inadecuados paralos medios legítimos del derecho. En ellos se expre-sa no sólo la decadencia de su esfera, sino también ala vez una reducción de los medios puros. Al prohi-bir el engaño, el derecho limita el uso de los mediosenteramente no violentos, debido a que éstos, porreacción, podrían engendrar violencia. Tal tendenciadel derecho ha contribuido también a la concesióndel derecho de huelga, que contradice los intereses

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del estado. El derecho lo admite porque retarda yaleja acciones violentas a las que teme tener queoponerse. Antes, en efecto, los trabajadores pasabansúbitamente al sabotaje y prendían fuego a las fábri-cas. Para inducir a los hombres a la pacífica ar-monización de sus intereses antes y más acá de todoordenamiento jurídico, existe en fin, si se prescindede toda virtud, un motivo eficaz, que sugiere muy amenudo, incluso a la voluntad más reacia, la necesi-dad de usar medios puros en lugar de los violentos,y ello es el temor a las desventajas comunes que po-drían surgir de una solución violenta, cualquiera quefuese su signo. Tales desventajas son evidentes enmuchísimos casos, cuando se trata de conflictos deintereses entre personas privadas. Pero es diferentecuando están en litigio clases y naciones, casos enque aquellos ordenamientos superiores que amena-zan con perjudicar en la misma forma a vencedor yvencido están aún ocultos al sentimiento de la ma-yoría y a la inteligencia de casi todos. Pero la bús-queda de estos ordenamientos superiores y de loscorrespondientes intereses comunes a ellos, que re-presentan el motivo más eficaz de una política de

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medios puros, nos conduciría demasiado lejos3. Porconsiguiente, basta con mencionar los medios purosde la política como análogos a aquellos que gobier-nan las relaciones pacíficas entre las personas priva-das.

En lo que respecta a las luchas de clase, la huelgadebe ser considerada en ellas, en ciertas condicio-nes, como un medio puro. A continuación defini-remos dos tipos esencialmente diversos de huelga,cuya posibilidad ya ha sido examinada. El mérito dehaberlos diferenciado por primera vez -más sobre labase de consideraciones políticas que sobre consi-deraciones puramente teóricas- le corresponde a So-rel. Sorel opone estos dos tipos de huelga comohuelga general política y huelga general revolu-cionaria. Ambas son antitéticas incluso en relacióncon la violencia. De los partidarios de la primera sepuede decir que

"el reforzamiento del estado se halla en la basede todas sus concepciones; en sus organizacionesactuales los políticos (es decir, los socialistas mo-derados) preparan ya las bases de un poder fuer-te, centralizado y disciplinado que no se dejará

3 Sin embargo, cfr. Unger, pág 18. y sigs.

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perturbar por las críticas de la oposición que sa-brá imponer el silencio, y promulgará por decreto

sus propias mentiras"4.

"La huelga general política nos muestra que elestado no perdería nada de su fuerza, que el po-der pasaría de privilegiados a otros privilegiados,que la masa de los productores cambiaría a suspatrones."

Frente a esta huelga general política (cuya fórmulaparece, por lo demás, la misma que la de la pasadarevolución alemana) la huelga proletaria se planteacomo único objetivo la destrucción del poder delestado. La huelga general proletaria

"suprime todas las consecuencias ideológicasde cualquier política social posible, sus partida-rios consideran como reformas burguesas inclusoa las reformas más populares". "Esta huelga ge-neral muestra claramente su indiferencia respectoa las ventajas materiales de la conquista, encuanto declara querer suprimir al estado; y el es-tado era precisamente (...) la razón de ser de losgrupos dominantes, que sacan provecho de todas

4 Sorel, Reflexions sur la violence. Va. edición, Paris, 1919, pág. 250.

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las empresas de las que el conjunto de la sociedaddebe soportar los gastos."

Mientras la primera forma de suspensión del tra-bajo es violencia, pues determina sólo una modifi-cación extrínseca de las condiciones de trabajo, lasegunda, como medio puro, está exenta de violencia.Porque ésta no se produce con la disposición deretomar -tras concesiones exteriores y algunas mo-dificaciones en las condiciones laborables- el tra-bajo anterior, sino con la decisión de retomar sóloun trabajo enteramente cambiado, un trabajo no im-puesto por el estado, inversión que este tipo dehuelga no tanto provoca sino que realiza directa-mente. De ello se desprende que la primera de estasempresas da existencia a un derecho, mientras que lasegunda es anárquica. Apoyándose en observacio-nes ocasionales de Marx, Sorel rechaza toda clase deprogramas, utopías y, en suma, creaciones jurídicaspara el movimiento revolucionario:

"Con la huelga general todas estas bellas cosasdesaparecen; la revolución se presenta como unarevuelta pura y simple, y no hay ya lugar para lossociólogos, para los amantes de las reformas so-

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ciales o para los intelectuales que han elegido laprofesión de pensar por el proletariado."

A esta concepción profunda, moral y claramenterevolucionaria no se le puede oponer un razo-namiento destinado a calificar como violencia estahuelga general a causa de sus eventuales con-secuencias catastróficas. Incluso si podría decirsecon razón que la economía actual en conjunto seasemeja menos a una locomotora que se detieneporque el maquinista la abandona, que a una fieraque se precipita apenas el domador le vuelve las es-paldas; queda además el hecho de que respecto a laviolencia de una acción se puede juzgar tan poco apartir de sus efectos como a partir de sus fines, yque sólo es posible hacerlo a partir de las leyes desus medios. Es obvio que el poder del estado queatiende sólo a las consecuencias, se oponga a estahuelga -y no a las huelgas parciales, en general efec-tivamente extorsivas- como a una pretendida violen-cia. Pero, por lo demás, Sorel ha demostrado conargumentos muy agudos que una concepción así ri-gurosa de la huelga general resulta de por sí apta pa-ra reducir el empleo efectivo de la violencia en lasrevoluciones. Viceversa, un caso eminente de omi-

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sión violenta, más inmoral que la huelga general po-lítica, similar al bloqueo económico, es la huelga demédicos que se ha producido en muchas ciudadesalemanas. Aparece en tal caso, en la forma más re-pugnante, el empleo sin escrúpulos de la violencia,verdaderamente abyecto en una clase profesionalque durante años, sin el menor intento de resisten-cia, "ha garantizado a la muerte su presa", para lue-go, en la primera ocasión, dejar a la vida aban-donada por unas monedas. Con más claridad que enlas recientes luchas de clases, en la historia milenariade los estados se han constituido medios de acuerdono violentos. La tarea de los diplomáticos en sucomercio recíproco consiste sólo ocasionalmente enla modificación de ordenamientos jurídicos. En ge-neral deben, en perfecta analogía con los acuerdosentre personas privadas, regular pacíficamente y sintratados, caso por caso, en nombre de sus estados,los conflictos que surgen entre ellos. Tarea delicada,que cumplen más drásticamente las cortes de arbi-traje, pero que constituye un método de soluciónsuperior como principio, que el del arbitraje, pues secumple más allá de todo ordenamiento jurídico ypor lo tanto de toda violencia. Como el comercioentre personas privadas, el de los diplomáticos ha

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producido formas y virtudes propias, que, aunque sehayan convertido en exteriores, no lo han sidosiempre.

En todo el ámbito de los poderes previstos por elderecho natural y por el derecho positivo no hayninguno que se encuentre libre de esta grave pro-blematicidad de todo poder jurídico. Puesto que to-da forma de concebir una solución de las tareashumanas -para no hablar de un rescate de la es-clavitud de todas las condiciones históricas de vidapasadas- resulta irrealizable si se excluye absolu-tamente y por principio toda y cualquier violencia,se plantea el problema de la existencia de otras for-mas de violencia que no sean las que toma en con-sideración toda teoría jurídica. Y se plantea a la vezel problema de la verdad del dogma fundamentalcomún a esas teorías: fines justos pueden ser alcan-zados con medios legítimos, medios legítimos pue-den ser empleados para fines justos. Y si toda espe-cie de violencia destinada, en cuanto emplea medioslegítimos, resultase por sí misma en contradiccióninconciliable con fines justos, pero al mismo tiempose pudiese distinguir una violencia de otra índole,que sin duda no podría ser el medio legítimo o ile-gítimo para tales fines y que sin embargo no se ha-

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llase en general con éstos en relación de medio, ¿enqué otra relación se hallaría? Se iluminaría así la sin-gular y en principio desalentadora experiencia de lafinal insolubilidad de todos los problemas jurídicos(que quizás, en su falta de perspectivas puede com-pararse sólo con la imposibilidad de una clara deci-sión respecto a lo que es "justo" o "falso" en laslenguas en desarrollo). Porque lo cierto es que res-pecto a la legitimidad de los medios y a la justicia delos fines no decide jamás la razón, sino la violenciadestinada sobre la primera y Dios sobre la segunda.Noción esta tan rara porque tiene vigencia el obsti-nado hábito de concebir aquellos fines justos comofines de un derecho posible, es decir no sólo comouniversalmente válidos (lo que surge analíticamentedel atributo de la justicia), sino también como sus-ceptible de universalización, lo cual, como se podríamostrar, contradice a dicho atributo. Pues fines queson justos, universalmente válidos y universalmentereconocibles para una situación, no lo son para nin-guna otra, pese a lo similar que pueda resultar. Unafunción no mediada por la violencia, como esta so-bre la que se discute, nos es ya mostrada por la ex-periencia cotidiana. Así, en lo que se refiere al hom-bre, la cólera lo arrastra a los fines más cargados de

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violencia, la cual como medio no se refiere a un finpreestablecido. Esa violencia no es un medio, sinouna manifestación. Y esta violencia tiene mani-festaciones por completo objetivas, a través de lascuales puede ser sometida a la crítica. Tales mani-festaciones se encuentran en forma altamente signi-ficativa sobre todo en el mito.

La violencia mítica en su forma ejemplar es unasimple manifestación de los dioses. Tal violencia noconstituye un medio para sus fines, es apenas unamanifestación de su voluntad y, sobre todo, mani-festación de su ser. La leyenda de Níobe constituyeun ejemplo evidente de ello. Podría parecer que laacción de Apolo y Artemis es sólo un castigo. Perosu violencia instituye más bien un derecho que nocastiga por la infracción de un derecho existente. Elorgullo de Níobe atrae sobre sí la desventura, noporque ofenda el derecho, sino porque desafía aldestino a una lucha de la cual éste sale necesaria-mente victorioso y sólo mediante la victoria, en to-do caso, engendra un derecho. El que esta violenciadivina, para el espíritu antiguo, no era aquella -queconserva el derecho- de la pena, es algo que surgede los mitos heroicos en los que el héroe, como porejemplo Prometeo, desafía con valeroso ánimo al

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destino, lucha contra él con variada fortuna y elmito no lo deja del todo sin esperanzas de que algúndía pueda entregar a los hombres un nuevo derecho.Es en el fondo este héroe, y la violencia jurídica delmito congénita a él, lo que el pueblo busca aún hoyrepresentarse en su admiración por el delincuente.La violencia cae por lo tanto sobre Níobe desde laincierta, ambigua esfera del destino. Esta violenciano es estrictamente destructora. Si bien somete a loshijos a una muerte sangrienta, se detiene ante la vidade la madre, a la que deja -por el fin de los hijos-más culpable aún que antes, casi un eterno y mudosostén de la culpa, mojón entre los hombres y losdioses. Si se pudiese demostrar que esta violenciainmediata en las manifestaciones míticas es estre-chamente afín, o por completo idéntica, a la violen-cia que funda el derecho, su problematicidad se re-flejaría sobre la violencia creadora de derecho en lamedida en que ésta ha sido definida antes, al anali-zar la violencia bélica, como una violencia que tienelas características de medio. Al mismo tiempo estarelación promete arrojar más luz sobre el destino,que se halla siempre en la base del poder jurídico, yde llevar a su fin, en grandes líneas, la crítica de esteúltimo. La función de la violencia en la creación ju-

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rídica es, en efecto, doble en el sentido de que lacreación jurídica, si bien persigue lo que es instau-rado como derecho, como fin, con la violencia co-mo medio, sin embargo -en el acto de fundar comoderecho el fin perseguido- no depone en modo al-guno la violencia, sino que sólo ahora hace de ellaen sentido estricto, es decir inmediatamente, violen-cia creadora de derecho, en cuanto instaura comoderecho, con el nombre de poder, no ya un fin in-mune e independiente de la violencia, sino íntima ynecesariamente ligado a ésta. Creación de derechoes creación de poder, y en tal medida un acto de in-mediata manifestación de violencia. Justicia es elprincipio de toda finalidad divina, poder, el princi-pio de todo derecho mítico. Este último principiotiene una aplicación de consecuencias extre-madamente graves en el derecho público, en el ám-bito del cual la fijación de límites tal como se esta-blece mediante "la paz" en todas las guerras de laedad mítica, es el arquetipo de la violencia creadorade derecho. En ella se ve en la forma más clara quees el poder (más que la ganancia incluso más ingentede posesión) lo que debe ser garantizado por laviolencia creadora de derecho. Donde se establecelímites, el adversario no es sencillamente destruido;

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por el contrario, incluso si el vencedor dispone de lamáxima superioridad, se reconocen al vencidociertos derechos. Es decir, en forma demoníaca-mente ambigua: "iguales" derechos; es la misma lí-nea la que no debe ser traspasada por ambas partescontratantes. Y en ello aparece, en su forma mástemible y originaria, la misma ambigüedad mítica delas leyes que no pueden ser "transgredidas", y de lascuales Anatole France dice satíricamente que prohi-ben por igual a ricos y a pobres pernoctar bajo lospuentes. Y al parecer Sorel roza una verdad no sólohistórico-cultural, sino metafísica, cuando plantea lahipótesis de que en los comienzos todo derecho hasido privilegio del rey o de los grandes, en una pala-bra de los poderosos. Y eso seguirá siendo, mutatismutandis, mientras subsista. Pues desde el punto devista de la violencia, que es la única que puede gar-antizar el derecho no existe igualdad, sino -en lamejor de las hipótesis- poderes igualmente grandes.Pero el acto de la fijación de límites es importante,para la inteligencia del derecho, incluso en otro as-pecto. Los límites trazados y definidos permanecen,al menos en las épocas primitivas, como leyes no es-critas. El hombre puede traspasarlos sin saber e in-currir así en el castigo. Porque toda intervención del

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derecho provocado por una infracción a la ley noescrita y no conocida es, a diferencia de la pena,castigo. Y pese a la crueldad con que pueda golpearal ignorante, su intervención no es desde el puntode vista del derecho, azar sino más bien destino, quese manifiesta aquí una vez más en su plena ambi-güedad. Ya Hermann Cohen, en un rápido análisis

de la concepción antigua del destino5, ha definidocomo "conoci"miento al que no se escapa" aquel"cuyos ordenamientos mismos parecen "ocasionar yproducir esta infracción, "este apartamiento". Elprincipio moderno de que la ignorancia de la ley noprotege respecto a la pena es testimonio de ese espí-ritu del derecho, así como la lucha por el derechoescrito en los primeros tiempos de las comunidadesantiguas debe ser entendido como una revuelta diri-gida contra el espíritu de los estatutos míticos.

Lejos de abrirnos una esfera más pura, la mani-festación mítica de la violencia inmediata se nosaparece como profundamente idéntica a todo podery transforma la sospecha respecto a su problemati-cidad en una certeza respecto al carácter pernicioso

5 Hermann Cohen, Ethik des reinen Willens, 2a. ed., Berlin 1907, pág.

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de su función histórica, que se trata por lo tanto dedestruir. Y esta tarea plantea en última instancia unavez más el problema de una violencia pura inme-diata que pueda detener el curso de la violencia mí-tica. Así como en todos los campos Dios se oponeal mito, de igual modo a la violencia mítica se oponela divina. La violencia divina constituye en todos lospuntos la antítesis de la violencia mítica. Si la vio-lencia mítica funda el derecho, la divina lo destruye;si aquélla establece limites y confines, esta destruyesin limites, si la violencia mítica culpa y castiga, ladivina exculpa; si aquélla es tonante, ésta es fulmí-nea; si aquélla es sangrienta, ésta es letal sin derra-mar sangre. A la leyenda de Níobe se le puede opo-ner, como ejemplo de esta violencia, el juicio deDios sobre la tribu de Korah. El juicio de Dios gol-pea a los privilegiados, levitas, los golpea sin pre-aviso, sin amenaza, fulmíneamente, y no se detienefrente a la destrucción. Pero el juicio de Dios estambién, justamente en la destrucción, purificante, yno se puede dejar de percibir un nexo profundoentre el carácter no sangriento y el purificante deesta violencia. Porque la sangre es el símbolo de lavida desnuda. La disolución de la violencia jurídicase remonta por lo tanto a la culpabilidad de la des-

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nuda vida natural, que confía al viviente, inocente einfeliz al castigo que "expía" su culpa, y expurgatambién al culpable, pero no de una culpa, sino delderecho. Pues con la vida desnuda cesa el dominiodel derecho sobre el viviente. La violencia mítica esviolencia sangrienta sobre la desnuda vida en nom-bre de la violencia, la pura violencia divina es vio-lencia sobre toda vida en nombre del viviente. Laprimera exige sacrificios, la segunda los acepta.

Existen testimonios de esta violencia divina nosólo en la tradición religiosa, sino también -por lomenos en una manifestación reconocida- en la vidaactual. Tal manifestación es la de aquella violenciaque, como violencia educativa en su forma perfecta,cae fuera del derecho. Por lo tanto, las manifesta-ciones de la violencia divina no se definen por elhecho de que Dios mismo las ejercita directamenteen los actos milagrosos, sino por el carácter no san-guinario, fulminante, purificador de la ejecución. Enfin, por la ausencia de toda creación de derecho. Enese sentido es lícito llamar destructiva a tal violen-cia; pero lo es sólo relativamente, en relación conlos bienes, con el derecho, con la vida y similares, ynunca absolutamente en relación con el espíritu delo viviente. Una extensión tal de la violencia pura o

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divina se halla sin duda destinada a suscitar, justa-mente hoy, los más violentos ataques, y se objetaráque esa violencia, según su deducción lógica, acuer-da a los hombres, en ciertas condiciones, también laviolencia total recíproca. Pero no es así en modoalguno. Pues a la pregunta: "¿Puedo matar?", siguela respuesta inmutable del mandamiento: "No mata-rás." El mandamiento es anterior a la acción, comola "mirada" de Dios contemplando el acontecer. Pe-ro el mandamiento resulta -si no es que el temor a lapena induce a obedecerlo- inaplicable, incon-mensurable respecto a la acción cumplida. Del man-damiento no se deduce ningún juicio sobre la ac-ción. Y por ello a priori no se puede conocer ni eljuicio divino sobre la acción ni el fundamento omotivo de dicho juicio. Por lo tanto, no están en lojusto aquellos que fundamentan la condena de todamuerte violenta de un hombre a manos de otrohombre sobre la base del quinto mandamiento. Elmandamiento no es un criterio del juicio, sino unanorma de acción para la persona o comunidad ac-tuante que deben saldar sus cuentas con el manda-miento en soledad y asumir en casos extraordinariosla responsabilidad de prescindir de él. Así lo enten-día también el judaísmo, que rechaza expresamente

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la condena del homicidio en casos de legítima de-fensa. Pero esos teóricos apelan a un axioma ul-terior, con el cual piensan quizás poder fundamen-tar el mandamiento mismo: es decir, apelan al prin-cipio del carácter sacro de la vida, que refieren a to-da vida animal e incluso vegetal o bien limitan a lavida humana. Su argumentación se desarrolla, en uncaso extremo -que toma como ejemplo el asesinatorevolucionario de los opresores-, en los siguientestérminos:

"Si no mato, no instauraré nunca el reino de lajusticia (...) así piensa el terrorista espiritual (...)Pero nosotros afirmamos que aún más alto que lafelicidad y la justicia de una existencia se halla la

existencia misma como tal"6.

Si bien esta tesis es ciertamente falsa e incluso in-noble, pone de manifiesto no obstante la obligaciónde no buscar el motivo del mandamiento en lo quela acción hace al asesinato sino en la que hace aDios y al agente mismo. Falsa y miserable es la tesisde que la existencia sería superior a la existenciajusta, si existencia no quiere decir más que vida des-

6 Kurt Hiller en un almanaque del "Ziel".

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nuda, que es el sentido en que se la usa en la refle-xión citada. Pero contiene una gran verdad si laexistencia (o mejor la vida) -palabras cuyo doblesentido, en forma por completo análoga a la de lapalabra paz, debe resolverse sobre la base de su re-lación con dos esferas cada vez distintas- designa elcontexto inamovible del "hombre". Es decir, si laproposición significa que el no-ser del hombre esalgo más terrible que el (además: sólo) no-ser-aúndel hombre justo. La frase mencionada debe su apa-riencia de verdad a esta ambigüedad. En efecto, elhombre no coincide de ningún modo con la desnu-da vida del hombre; ni con la desnuda vida en él nicon ninguno de sus restantes estados o propiedadesni tampoco con la unicidad de su persona física.Tan sagrado es el hombre (o esa vida que en élpermanece idéntica en la vida terrestre, en la muertey en la supervivencia) como poco sagrados son susestados, como poco lo es su vida física, vulnerablepor los otros. En efecto ¿qué la distingue de la delos animales y plantas? E incluso si éstos (animales yplantas) fueran sagrados, no podrían serlo por suvida desnuda, no podrían serlo en ella. Valdría lapena investigar el origen del dogma de la sacralidadde la vida. Quizás sea de fecha reciente, última abe-

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rración de la debilitada tradición occidental, me-diante la cual se pretendería buscar lo sagrado, quetal tradición ha perdido, en lo cosmológicamenteimpenetrable. (La antigüedad de todos los preceptosreligiosos contra el homicidio no significa nada encontrario, porque los preceptos están fundados enideas muy distintas de las del axioma moderno.) Enfin, da que pensar el hecho de que lo que aquí es de-clarado sacro sea, según al antiguo pensamiento mí-tico, el portador destinado de la culpa: la vida des-nuda.

La crítica de la violencia es la filosofía de su his-toria. La "filosofía" de esta historia, en la medida enque sólo la idea de su desenlace abre una perspecti-va crítica separatoria y terminante sobre sus datostemporales. Una mirada vuelta sólo hacia lo máscercano puede permitir a lo sumo un hamacarsedialéctico entre las formas de la violencia que fun-dan y las que conservan el derecho. La ley de estasoscilaciones se funda en el hecho de que toda vio-lencia conservadora debilita a la larga indirecta-mente, mediante la represión de las fuerzas hostiles,la violencia creadora que se halla representada enella. (Se han indicado ya en el curso de la investiga-ción algunos síntomas de este hecho.) Ello dura

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hasta el momento en el cual nuevas fuerzas, o aque-llas antes oprimidas, predominan sobre la violenciaque hasta entonces había fundado el derecho y fun-dan así un nuevo derecho destinado a una nuevadecadencia. Sobre la interrupción de este ciclo quese desarrolla en el ámbito de las formas míticas delderecho sobre la destitución del derecho junto conlas fuerzas en las cuales se apoya, al igual que ellasen él, es decir, en definitiva del estado, se basa unanueva época histórica. Si el imperio del mito se en-cuentra ya quebrantado aquí y allá en el presente, lonuevo no está en una perspectiva tan lejana e in-accesible como para que una palabra contra el dere-cho deba condenarse por sí. Pero si la violencia tie-ne asegurada la realidad también allende el derecho,como violencia pura e inmediata, resulta demostra-do que es posible también la violencia revo-lucionaria, que es el nombre a asignar a la supremamanifestación de pura violencia por parte del hom-bre. Pero no es igualmente posible ni igualmente ur-gente para los hombres establecer si en un determi-nado caso se ha cumplido la pura violencia. Puessólo la violencia mítica, y no la divina, se deja reco-nocer con certeza como tal; salvo quizás en efectosincomparables, porque la fuerza purificadora de la

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violencia no es evidente a los hombres. De nuevoestán a disposición de la pura violencia divina todaslas formas eternas que el mito ha bastardeado con elderecho. Tal violencia puede aparecer en la verda-dera guerra así como en el juicio divino de la multi-tud sobre el delincuente. Pero es reprobable todaviolencia mítica, que funda el derecho y que se pue-de llamar dominante. Y reprobable es también laviolencia que conserva el derecho, la violencia ad-ministrada, que la sirve. La violencia divina, que esenseña y sello, nunca instrumento de sacra ejecu-ción, es la violencia que gobierna.