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Encuentros y Desencuentros en India Emiliano Llano Díaz

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¿Será La India un país de ensueño o quizás, el escenario de una ver-dadera pesadilla? Lea y juzgue usted mismo.

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Encuentros y Desencuentros en

India

Emiliano Llano Díaz

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Encuentros y Desencuentros en India Emiliano Llano Díaz El autor y Exa Ingeniería® no están afiliados a ningún fabri-cante. Derechos Reservados© por el autor 2020. Derechos mundiales reser-vados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o al-macenada en ningún medio de retransmisión, fotocopiado o repro-ducción de ningún tipo, incluyendo, pero no limitándose a fotocopia, fotografía, fax, almacenamiento magnético u otro registro, sin per-miso expreso del autor y de la editorial. Compuesto totalmente en computadora por: Exa Ingeniería SA de CV® Bajío 287-101 Col. Roma México, D.F. 55 564-10-11 55 564-02-68 FAX 55 264-61-08 ISBN 970-20050-0-0 SEP 10137/20 Registrado ante la SEP en la propiedad intelectual del autor Impreso y hecho en México. 1era edición marzo 2020.

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Encuentros y Desencuentros en India

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La Inquietud .............................................. 3

El Viaje .................................................... 15

Amigo ...................................................... 29

El Aprendizaje ......................................... 62

Cita en Samarra ....................................... 88

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Emiliano Llano Díaz

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«La vida, o es una aventura o no es nada».

Helen Keller1

«El viajero ve lo que ve, el tu-rista ve lo que ha venido a ver».

G.K. Chesterton2

«Conozco gente que muere a los cuarenta y la entierran a los sesenta».

Emiliano Llano Díaz

1 1880-1968 Primera autora americana que, siendo sorda y ciega, obtuvo un diploma universitario. 2 1874-1936 Escritor, filósofo y teólogo inglés.

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Encuentros y Desencuentros en India

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La Inquietud

«El placer puro no existe: siempre va acompañado de al-guna inquietud.»

Ovidio3

Y ¿quién no estudió Egipto o la India en el colegio? Tierra de Buda, de los mogoles, pa-tria de Gandhi y Rabindranath Tagore4. Los tres ríos más grandes del mundo la atravie-san: el Ganges, el Brahmaputra y el Ga-muna. Ruta de las Sedas y especies de Marco Polo que tentó a Colón a aventurarse casi tres meses en un largo viaje por el Atlántico hacia lo desconocido. Desde que

3 43 a. C. – 17 d. C. Poeta Romano. 4 Primer premio nobel de literatura no europeo (1913). Militó por la independencia de la India.

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en 1498 llegaron los portugueses5 a Calcuta a retar la supremacía árabe en el país, las desgracias comenzaron. Sojuzgada por los ingleses6 durante 300 años, Gandhi puso fin a ello en 1950. Lástima que no la estudiáse-mos desde esos puntos de vista. La geopolí-tica, en esa época lejana de la secundaria, se concretaba a la geografía y la historia no se cuestionaba, se estudiaba. Así era.

Y es que… ¿quién no se alarma al ver la larga lista de medicamentos recomendados a la hora de viajar a un país extranjero, princi-palmente si se visita el sudeste asiático? O ¿quién no se sorprende al ver que, con la globalización, se pueden encontrar cosas tan “cercanas” como la “Nutella” y “Coca Cola” en lugares insospechados? Y… ¿qué hay de

5 El navegador Vasco de Gama descubre una nueva ruta de Europa a la India el 20 de mayo de 1498. 6 En 1640 reciben permiso de establecerse en Madrás.

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los tan temidos problemas de la barrera del idioma al viajar? Y si aparte de ello ya he-mos viajado por uno de esos lugares en que hemos sufrido uno o varios de estos incon-venientes, seguro que se nos escapa por lo menos una sonrisa al leer esto. Es difícil no sentirse identificado con cualquier turista o mochilero. En mi caso he viajado por mu-chos países de Europa, América y Asia, siempre por mi cuenta, y muchas veces he sufrido alguno o varios de ellos.

India fue para mí, por elección, el país a vi-sitar. Baloo, Mowgli y Joseph Rudyard Ki-pling7 me lo exigían a gritos desde hace ya más de un año.

Al escuchar que planeaba visitar la India, una de mis primas preguntó si no me

7 1865 Bombay, India- 1936 Londres, Inglaterra. Escribió, entre otras obras, “El libro de la Selva”.

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importaría que me acompañase. Contradic-toriamente, cada vez que ella oía hablar de la India se le venían a la cabeza imágenes de pobreza extrema, suciedad, caos y ruido por todas partes. Asimismo, tenía miedo del trato que se les reservaba a las mujeres que viajaban solas. Ella, a diferencia de mí, es amante de las grandes ciudades, pero le gus-tan que al menos sean limpias y mediana-mente ordenadas. Cuando acepté su compa-ñía, mi aventura en solitario viajando en tren, metro y caminando de mochilero, se acababa de convertir, automáticamente, en un viaje en taxis y en hoteles mucho más confortables.

Estaba ya impaciente por que diera co-mienzo nuestro largo y planificado viaje a la India. Ya había construido el país idealizado en mi imaginación con la información obte-nida de terceros. Sin embargo, descubrí que

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la India es un lugar como cualquier otro, a pesar de que algunos se empeñan en consi-derarla mágica y mística pero que al llegar sufren tremenda desilusión: ¡Esto no es la India! ¿Dónde están el colorido y las fiestas? ¿Dónde están los yoguis deambulando por las calles y los encantadores de cobras? Esto tampoco lo encontré, además, ¡Todos me pedían dinero! Les daba cincuenta rupias y me miraban con desprecio. ¿Más? Cien ru-pias y que no se diga más. Pensé que lo que debía hacer, como lo hacía cuando vivía en la Ciudad de México, era darles comida. Cuando lo hice, me sucedió igual que allá: veían la comida como con asco, como si fue-sen sobras, “—Mejor deme dinero que de la comida me encargo yo —”.

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Hasta los Beatles8 fueron a la India, ese país maravilloso, buscando la espiritualidad que se respira en su aire. Un lugar especial al que, si vas, seguro te iluminas y tocas la ci-tara al día siguiente. Yo conozco a uno que vive en Tepito, en la Ciudad de México y es un iluminado; y otro que vive en Los Ánge-les y nunca pisó la India. ¡Qué sarcasmo! ¿No? También conozco muchos que van a la India a consultar a su Gurú y nunca se ilu-minan. Aseguran conocer el camino, pero cuando alguien requiere ayuda, lo apartan porque “no tienen tiempo”. Son iluminados y entendidos en cuestiones de espiritualidad, y por eso lo profano no les va.

8 Los Beatles vivieron en la India con el gurú Maharishi Mahesh Yogi en febrero de 1968. Dos meses después partie-ron llevándose en su valija las 48 canciones del “Álbum Blanco” y un tremendo disgusto ocasionado por supuestos abusos sexuales del dicho gurú.

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Una cosa llevó a la otra y mi otra prima se nos unió y si van tres ¿por qué no cuatro? Mi mejor amigo de la adolescencia se enteró del viaje y ni tardo ni perezoso, pues, se apuntó. El grupo quedó constituido, cuatro amigos y amigas de la infancia y adolescencia en un grupo heterogéneo que se embarcaban en un viaje por un país que prometía mucho (o poco) según se viese.

Empezó la documentación y la multitud de opiniones, la mayoría de las veces contradic-torias. Fue aquí cuando tomé la mejor deci-sión de nuestro futuro viaje: iba a dejar de sufrir por todo lo que me mortificara de la India y me iba a dedicar a disfrutar lo que el país tenía para darme. Sería sensato y le ha-ría justicia a la India: tendría que ser un viaje maravilloso. Como lo averigüé después, no es un lugar para todo el mundo, exige salirse

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de sus preconcepciones, pero al final es un lugar sorprendente.

Faltaba, ahora decidir qué visitar. Esto fue sencillo pues como desde un principio era “mí” viaje y siempre me causó ilusión el Taj Mahal9 la elección era casi obvia: “El Trián-gulo Dorado10” y a las que más tarde añadi-mos las ciudades de Udaipur y Varanasi. Varias propuestas de transportes y hoteles de distintas estrellitas y precios fueron pre-sentados hasta llegar a un arreglo que a to-dos convenia. Un nuevo desacuerdo se pre-sentó, en menor medida, en los monumentos y templos a visitar dentro de cada ciudad y las expectativas de cada uno de los integran-tes con respecto al viaje ¿qué busca cada uno al viajar?

9 Que significa Corona del Palacio. 10 Formado por las ciudades de Nueva Delhi, Agra y Jaipur.

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Y ¿qué es la India? Para muchos es un lugar indescriptible que produce un gran placer, no por haber ido, sino por no tener que vol-ver. Todos los días miran al cielo y le agra-decen al creador del universo nunca tener que volver a poner un pie en ese país. Otros, por el contrario, vuelven cada año a renovar su voto espiritual con ese gran país y aman a la India; tienen una especie de conexión psíquica que se debe rejuvenecer periódica-mente so pena de perderla.

En Inglaterra hay un comercial de un pro-ducto llamado Marmite11 cuyo lema es “La amas o la odias”. Esto mismo es lo que la mayoría de la gente siente después de cono-cer la India: sencillamente no pueden igno-rarla.

11 Confitura a base de levadura subproducto de la fabricación de la cerveza.

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Nos dedicamos entonces a ver museos, mez-quitas, mausoleos, castillos, jardines y todas las joyas que la India tenía para ofrecer. Fui-mos un grupo feliz.

Al final disfruté la India y la gocé dema-siado, pero no creo volver. Si bien uno se dedica a empaparse del lugar y a experimen-tar realidades que, no vividas en ningún otro lugar, te sacuden a cada instante. Es muy di-fícil sentirse cómodo en un lugar que, como por ejemplo Nueva Delhi, te excede en ab-solutamente todo. Continuamente estás ex-puesto a situaciones y costumbres que no solo no conoces, sino que no compartes y, en muchos casos, como humano, son com-pletamente inaceptables. Razón tenía un co-lega de trabajo que me platicó tanto cosas te-rribles como maravillosas de la India hace ya 40 años “—A la India o la amas o la

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odias, no hay punto medio —”. Yo la dis-fruté al máximo, pero al final la odié.

En resumen, la India es una verdadera deli-cia para la vista y, especialmente, para men-tes inquietas y curiosas. ¡A viajar se ha di-cho!

1 Los Viajeros

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El Viaje

«Viajar te deja sin palabras y después te convierte en un na-rrador de historias.»

Ibn Battuta12

Llegó el viaje, éste, como tantos otros, mar-caría mi visión del mundo, su perspectiva y mi vida. Es cierto que hoy en día se habla inglés en prácticamente cada esquina del mundo y la India no es excepción. Uno de los idiomas oficiales es el inglés, sin em-bargo, sé por experiencia que no está de más aprender ciertas palabras en otros idiomas. De esta forma siempre me he sentido más cerca de la cultura que quiero conocer. Aprender a decir “hola” y “gracias” en otros

12 1304 Tánger - 1377 Marruecos. Explorador, geógrafo, es-critor, cartógrafo, cadí y comerciante árabe.

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idiomas me ha abierto muchas puertas en mis viajes.

A lo largo de mis viajes he pasado horas in-terminables intentando aprender palabras impronunciables en otros idiomas y divir-tiéndome con ello, así como interactuando con la población, descubriendo otras cultu-ras.

Aquella mañana me levanté temprano. Iba a ser un día ajetreado. Eran las cuatro de un día de noviembre y aún no había amanecido. Como en otros viajes, una misma escena se repetía. Mi compañera y yo de pie, contem-plando la hermosa luz que desprendía la luna antes del alba, para dejar paso, finalmente, al sol y mi mochila “de viaje” apoyada en la escalera. Inquieto y expectante, esperando el avión de Luxemburgo a Múnich. Destino fi-nal: Nueva Delhi, la India.

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Ya en el avión, repasé todo aquello que que-ría ver. Todas las reservas y destinos prees-tablecidos. Veintiún breves días para reco-rrer la parte norte de la India. Esta vez no viajaría sin planificar ni reservas. Ya lo hice mucho en una época cuando volaba alto y libre con el riesgo que conlleva; viviendo el día a día y reaccionado ante cada situación según se presentaba. Este viaje sería dis-tinto, no se planeó de esa forma. Lo único que conservo de esa época es el viaje sin un guía. Esta vez tampoco llevo tarjeta de cré-dito por un problema que se presentó una se-mana justo antes de salir ¡Igual que cuando tenía 18 años y que pasé un año viajando por Europa! Para mí, en esos tiempos, no existía el crédito.

Ya en Múnich muchos indios tomaban el avión para regresar a su patria o visitar a fa-miliares. Su actitud era distinta de los

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“occidentales”: mucho equipaje, mucha im-paciencia, hasta la forma de hacer la “cola” era distinta. No respetaban su turno, empu-jaban, forzaban su posición, invadían mi es-pacio vital, usando su ropa tradicional sin importar en dónde están.

Llegando tras 8 horas de viaje a lo que es el equivalente de las 3 de la madrugada a Nueva Delhi, cambié en rupias el efectivo que llevaba. Entré al baño para extraer el di-nero que, supuse, gastaría la primera se-mana, discretamente, sin exponerme. Me llevé la primera sorpresa: no era un baño como el que esperaba encontrar en un aero-puerto internacional moderno.

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2 Baño público en el aeropuerto internacional de Nueva Delhi

Recibí a cambio de una cantidad moderada de euros una suma exorbitante de rupias13 en denominaciones que van de 10 a 1000 ru-pias. Lo primero que me sorprendió de estos billetes bicolores tristones es que todos

13 Primer descubrimiento: debí haber cambiado una cantidad generosa de billetes de alta denominación por billetes de 100 rupias ¡los necesité constantemente!

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ellos, sin excepción, tienen en una de sus ca-ras el retrato de Gandhi, el padre de la patria.

A la salida del aeropuerto ya me esperaba el transporte enviado por el lujoso hotel que mis primas habían reservado. El conductor hablaba un perfecto inglés ¡caray, igual que yo! Lástima que el mío sea de Oxford y el suyo de… difícil saberlo. No entendía ni jota de lo que quería decirme; imposible comu-nicarnos si no era lo más básico, usando todo mi arsenal de sinónimos, mímica y hablán-dole como se le haría a un crío de 5 años.

El camino del aeropuerto Indira Gandhi al hotel de 20,000 estrellas seleccionado por mis primas duró la bagatela de 45 minutos en los que pasé de sorpresa en sorpresa: casi no existen reglas para conducir en la India14

14 Habiendo sido la India una colonia inglesa por tanto tiempo se conduce por la izquierda.

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y prevalece una anarquía absoluta. Los con-ductores, poseídos por uno de sus mil demo-nios, ignoran olímpicamente las marcas en el suelo, si es que las hay; toman las calles en sentido contrario para acortar su camino, hacen marcha atrás si se equivocan de sa-lida, se pasan el alto y las señales en las in-tersecciones podrían bien servir para secar la ropa o para cualquier otro uso. Sus intencio-nes se transmiten a través de gestos con las manos en lugar de con las señales del código de la ruta previstas a tal fin. Una señal co-mún es una especie de pellizco con los dedos que parece significar un insulto o espérate según se quiera interpretar. Balancear el brazo significa algo así como pasa o apúrate; el uso de cinturón de seguridad es optativo, si es que el vehículo lo tiene. Utilizar el cla-xon es casi obligatorio para señalar cosas como “paso”, “no pases”, “te paso”, “¿por

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qué me pasas?”, “¿qué te pasa?”, “¿estás ciego”, “¿qué no ves?”, “voy”, “vas”, “voy primero”, “cuidado” y cualquier otra situa-ción que le pase por la cabeza, lo que lleva a que el conductor normal use la bocina de su coche unas 150 veces en promedio al día. El conductor tiene que luchar, claro está contra las vacas, perros, monos, burros, peatones, coches tirados por peatones, coches tirados por burros, coches tirados por camellos, co-ches tirados por caballos, coches tirados por elefantes, coches tirados, elefantes y, no fal-taba más, los otros coches. No importa el sentido de la vía, uno va para donde le da la gana y a donde le da la gana ¡fácil!

En mi periplo al hotel a las 3 de la mañana de un domingo, utilizando la vía rápida, en-contré que el asfalto estaba invadido conse-cutivamente por vacas, gente bailando en vestidos típicos saliendo de una boda,

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carritos de tres ruedas similares a los de he-lados en México y Latinoamérica vendiendo marihuana y gutka15; coches en contrasen-tido, bicicletas en medio de los carriles de alta velocidad, tuc-tucs16, árboles gigantes-cos en su maceta protectora de concreto, ca-rromatos tirados por burros con una sobre-carga impresionante; cosas que vería cons-tantemente por todo tipo de rutas.

15 Substancia polvosa de color marrón claro utilizada por mi-llones de niños y adultos. Se coloca en la boca para disolverla con la saliva tomando, entonces, un color rojo fuerte. El usua-rio que lo masca experimenta una sensación más intensa que la producida por el tabaco. 16 Vehículo triciclo motorizado. Es una versión motorizada del tradicional rickshaw y del bicitaxi. De uso extendido en distintas regiones de Asia. Otra ortografía aceptada es Tuk-Tuk.

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3 Vehículo con ligera sobrecarga que encontré en el periférico de Nueva Delhi

Las motocicletas circulan en cualquier carril y sentido con dos, tres, cuatro y hasta cinco pasajeros; eso sí, cada uno lleva su casco de cuero cabelludo y huaraches protectores obligatorios; a veces hasta lentes para prote-gerse del polvo o de los insectos. Los retro-visores los llevan cuidadosamente plegados hacia adentro del cuerpo de la moto para no

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perderlos o rayarlos o sencillamente son inexistentes, dependiendo del modelo.

4 Motociclista y sus pasajeros

No hay duda de que, cuando viajamos, co-nocemos nuevas culturas y personas que nos

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aportan otros puntos de vista y siempre mar-carán nuestra vida. Aprendemos en cada momento. En este viaje, sobre todo, aprendí que hay que dejar atrás la ansiedad y el ner-viosismo para sentirme libre y descubrir las nuevas aventuras que me ofrecía.

Y así, como mis días en la India empezaban, también había comenzado la confirmación de todo lo que yo pensaba era la India:

• La pobreza está por todas partes, • El caos te persigue, • La suciedad es extrema y • Todo, claro, está a punto del co-

lapso.

Eso sí, era un caos y una suciedad extraños. Sobra decir que yo he recorrido México de arriba a abajo y allí ni la suciedad ni el caos me molestaron tanto, es más, ni los notaba.

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Ésta era, definitivamente, una historia dife-rente, un mundo distinto; un mundo aparte.

Regla de oro número 1: En la India debí esperar siempre lo ines-perado.

5 Señal en el estacionamiento del Aeropuerto Inter-nacional Indira Gandhi de Nueva Delhi

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Puedo entender que en cualquier lugar pú-blico existan señales de prohibido fumar o beber alcohol. Puedo aceptarlas y compren-derlas. Lo que es difícil comprender es que en un aeropuerto internacional existan seña-les de prohibido escupir o cocinar. Viendo esto en la zona de migración al bajarme de un vuelo de 8 horas proveniente de Europa lo primero que pensé fue ¿A dónde diablos llegué?

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Amigo

«Las cosas no importan, los amigos sí.»

Rosie Thomas17

—¡Namaste! — me dijo con entusiasmo una señorita enfundada en su sari tradicional a la entrada del hotel, mientras hacía una pro-funda reverencia uniendo las manos a la al-tura del pecho.

Otro señor de una altura impresionante, ves-tido también a la usanza india con todo y su sombrero, repetía la rutina mientras me se-ñalaba un equipo de rayos X donde deposi-tar mi equipaje. Procedió, luego, a mos-trarme un pórtico de detección de metales

17 1978- Cantante, compositora y comediante estadouni-dense, originaria de Michigan EE.UU.

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que debí atravesar. A su salida me esperaba su alma gemela con una especie de bastón terminado en un arillo que hizo pasar por todo mi cuerpo. Dicho bastón hacia todo tipo de ruidos agudos y chirridos a los que el guardia hizo caso omiso haciéndome refle-xionar sobre la inutilidad de toda la cha-rada18.

—¡Namaste! Bienvenido a Nueva Delhi —repitió la rutina del hall de entrada la seño-rita de la recepción.

Ya no acertaba a responder desorientado por el extraño viaje en coche que me habían ofrecido y porque, en general, estoy acos-tumbrado a hacerme cargo yo mismo de mis maletas y en ese momento sentía que todo el

18 La India, desde su independencia en 1950, está en guerra contra Pakistán y sufre constantes atentados.

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personal del lujoso hotel se peleaba por lle-var una pieza de mi escaso equipaje.

Detrás de mí, uno de ellos insistía en portar mi mochila en la que tenía mi pasaporte y demás papeles importantes; yo tiraba de un lado tratando de mantenerla en mi espalda y el otro hacía lo propio tratando de arrancarla de mi cuerpo.

—¡Arturo, carajo! —finalmente acerté a de-cirle cuando me volví hacia a él para insul-tarlo o golpearlo, lo que se me ocurriese pri-mero.

Era mi amigo, uno de los integrantes del grupo, quien me esperaba en el lobby a las 3 de la mañana incapaz de dormir. Menuda sorpresa.

La noche y el sueño fueron cortos tratando de contarnos nuestras aventuras y peripecias

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de viaje. Al amanecer la decisión fue rápida: partimos a descubrir Nueva Delhi por nues-tro lado como ya lo tenía previsto19. Siendo que el monumento que decidimos visitar quedaba completamente al otro lado de la ciudad, la opción más juiciosa era el trans-porte común. El metro quedaba a menos de medio kilómetro, por lo que andar hasta ahí se imponía.

Quinientos metros en una ciudad cualquiera puede ser un recorrido sin interés. No es el caso en la India. No es posible caminar por la banqueta pues es prácticamente inexis-tente y si la hay, recorrerla es toda una aven-tura. Se reserva para puestos de comida, ex-tensiones del comercio establecido, pelu-querías, almacenes, depósitos de cascajo, ti-raderos de basura, áreas de reposo para las

19 Nuestro viaje organizado comenzaba al día siguiente.

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vacas, áreas de reunión para los monos o cualquier otro uso menos para caminar. La única alternativa viable es invadir la calzada y, si existe, como era el caso, la jardinera de división de carriles que sólo estaba invadida parcialmente por tendederos de ropa, vacas y carromatos de comida.

El metro de Nueva Delhi es un transporte, sorprendentemente, limpio, eficaz y barato. Llama la atención que, a su entrada, para la compra de los boletos, la fila se divide en dos: hombres y mujeres. Una vez adentro se debe pasar por el pórtico de rayos X, detec-ción de metales y palpación corporal, cons-tante que encontré a todo lo largo de nuestro viaje por la India. Faltando a las reglas más elementales de prudencia y tacto, así como llevado por la sorpresa de la situación, mi amigo decidió tomar una foto. Diez segun-dos después dos militares lo tenían

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acorralado contra una pared apuntándole con sus metralletas a punto de confiscarle su celular. Llevó una buena quincena de minu-tos convencerles de nuestras intenciones y de mostrarles que borraba la foto para que todo cambiara. Después del susto, hasta el billete del metro nos compraron sin hacer cola. Nos abrieron el pórtico y platicaron con nosotros de nuestro destino, entregándo-nos un mapa del metro e indicándonos en qué estación debíamos hacer corresponden-cia y en cuál bajarnos para tomar un trans-porte o caminar hasta el destino final. Dos usuarios nos tomaron bajo su ala y nos lle-varon casi de la mano desde ese punto hasta la estación indicada.

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6 Foto prohibida, supuestamente borrada, del pór-tico de rayos X en una estación del metro de Nueva

Delhi.

Todo a lo largo del trayecto se nos acercaron distintos pasajeros para preguntarnos “—¿De dónde son?, ¿cuántos días estarán en la

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India?, ¿qué visitan? ¿con quién? —”, etc., etc. Querían saber todo de nuestras vidas.

Al salir del metro se me ocurrió preguntarle a uno de nuestros nuevos “amigos” por un baño público. Nos llevó a uno cercano al que, de sólo verlo por fuera, me hizo pensar que una fosa séptica clausurada y usada por miles de personas asistiendo a un concierto de rock, era mucho más limpia. Un enfermo de la próstata seguro que se cura del susto. Nuestro autoproclamado guía insistía en que el mapa que traíamos no servía y que él co-nocía a un amigo que nos proporcionaría otro de calidad. Al adentrarnos más en las calles de lo que parecía una zona cada vez más peligrosa tuve que reaccionar y de una forma fría y tajante sólo dije “goodbye”; tomé del brazo a mi amigo, di media vuelta y de un paso decidido nos encaminamos hasta la avenida principal.

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Al comenzar de nuevo la caminata en la di-rección correcta no pasó ni un minuto cuando se nos había acercado otro “buen sa-maritano”.

—¿De dónde son? —era la clásica pregunta en inglés.

—De la Ciudad de México —respondió es-pontáneamente mi compañero de viaje, en su dudoso inglés.

—¡Amigos! Yo los puedo guiar —nos res-pondió en español chapucero.

Nos advirtió amablemente que el monu-mento que queríamos visitar no abría el do-mingo20 para a continuación, informarnos que era un insulto ir vestidos como

20 La gran mayoría de los monumentos en la India cierra los lunes. Por lo que no era cierta su información.

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“occidentales” a los monumentos. Según él requeríamos un sari y, claro está, él conocía el mejor lugar y el más barato a unos cuantos metros de ahí. Tomamos un triciclo para los tres. El extremadamente delgado conductor pedaleaba ciegamente como poseído por el demonio y, en menos de cinco minutos de un viaje inolvidable entre el tráfico de un do-mingo a mediodía, llegamos a la susodicha tienda.

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7 Triciclo de 2, 3, 4 ó 5 pasajeros, según se requiera, en Nueva Delhi.

Un enjambre de empleados nos mostró una vasta cantidad de alfombras, sí alfombras, no saris; eso vendría después. Amenacé a mi compañero de matarlo a moquetes si osaba preguntar el precio, aún por pura curiosidad,

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pues sé que una vez cometido ese error es muy difícil deshacerse de un vendedor. Con gran dificultad y prometiendo venir más tarde con “nuestras esposas” pudimos zafar-nos, visitar los tres pisos de la tienda y salir de ella.

A la puerta nos esperaba nuestro fiel “amigo” que ahora se ofrecía a llevarnos a nuestro destino final: el Fuerte Rojo que, mi-lagrosamente, ahora sí abría el domingo. Forzosamente nos indicaba un taxi de su elección para ir a nuestro destino tramitando directamente él el precio. Sólo la amenaza de mi puño en su cara lo hizo desistir y, anu-dando mi amenaza a la acción a toda prisa, detuve uno de las decenas de tuc-tucs que pasaba por ahí. Yo mismo pacté el precio a la vez que empujaba a mi compañero de viaje para que subiese al transporte. Le hice señas al conductor de que partiésemos bajo

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los miles de insultos que nos profería en hindi nuestro ya “ex amigo”.

El conductor del tuc-tuc, sin previo aviso, aceleró todo lo que pudo encaminándose ha-cía un mar de objetos en movimiento. Sentí igual que cuando me subí a la montaña rusa por primera vez: la vida se me escapaba por la boca cuando iba pendiente abajo. Pero esta vez fue peor, mucho peor. Al menos en la montaña rusa, que yo recuerde, iba sujeto al carro con un cinturón de seguridad y había una barra enfrente de donde agarrarse. Aquí no existía punto de anclaje, ni pasamanos, ni cinturón de seguridad y el asiento parecía flotar en su base. Habiéndoseme olvidado hasta rezar, lo único que pude hacer fue con-fiar en su pericia.

Con gran habilidad y una precisión quirúr-gica, nuestro conductor comenzó a esquivar

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obstáculos a diestra y siniestra. Empezó a abrirse paso entre la multitud de objetos que nos rodeaban; parecía seguir una vía invisi-ble, así como el carrito de la montaña rusa sigue sus rieles de acero en su loca carrera.

Sólo la luz roja detuvo momentáneamente nuestra galopada por las calles de Nueva Delhi. Una barricada policíaca, que encon-traría frecuentemente en mi viaje21, hacía que se cumpliese dicha señal. Quizá fuera una combinación entre el miedo a las gordas y largas cachiporras que los policías de a pie batían nerviosamente y parecían dispuestos a usar de forma indiscriminada, alegre y con saña a la menor provocación o discusión; o probablemente fuera la intimidación, la co-rrupción o las grandes multas para pequeños

21 Muchas de ellas protegidas con sacos de arena o rejillas de acero formando laberintos.

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bolsillos. Lo que sí sé es que parecía que la mezcla de todos estos factores cooperaba a que el semáforo fuese respetado por todos, aunque de forma esporádica.

Dos grandes avenidas de cuatro carriles con-fluían en dicho cruce y, unos metros más allá, se convertían en una desmesurada cal-zada de siete carriles. Adjunta a ella, una pe-queña callejuela, a la derecha y de sentido único, serpenteaba subiendo por la falda de una colina extremamente poblada.

Mientras nuestro conductor esperaba la luz verde, al extremo izquierdo de la avenida, un motociclista se nos emparejo. Montaba una moto en muy buen estado de modelo re-ciente, cilindrada mediana y, cosa extraña, usaba casco y blusón de cuero. Los retrovi-sores de su moto iban plegados hacia el cuerpo de la misma inutilizando su función.

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El hombre pedía en hindú indicaciones de cómo llegar a su destino, por lo que sólo en-tendíamos su gestual. Nuestro chofer le ex-plicaba acompañando sus indicaciones con gestos y ondulaciones de la mano indicando repetidas veces la pequeña calle de la ex-trema derecha. El motociclista dio las gra-cias, bajo su visera, dio unos pequeños ace-lerones, engranó la primera y, en cuanto la luz pasó al verde, cual piloto de fórmula 1, atravesó los ocho carriles que le separaban de su destino para perderse de nuestra vista. Para los demás conductores de primera fila fue como espantar una mosca que atrave-saba el parabrisas o como disuadir de un cla-xonazo un perro que intentaba cruzar en un mal momento o como que comenzase a llo-ver: algo cotidiano. Nada de qué preocu-parse o inquietarse. Mi compañero y yo, con muchos años de experiencia en

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motociclismo en pequeñas y grandes cilin-dradas, nos quedamos boquiabiertos. Si nos pagasen por hacerlo no creo que lo hubiése-mos intentado.

Ni eso ni un embotellamiento marca diablo que parecía infranqueable inmutó a nuestro chofer. Un poco a la izquierda, un poco a la derecha, claxonazos (muchos), acelerar, fre-nar, volver a acelerar, reversa22; como un ri-tual fríamente calculado para poder atrave-sar esa obstrucción, hasta llevarnos a nues-tro destino final.

Irreflexivamente pactamos que el mismo conductor nos recogiera dos horas después para regresarnos al metro. Nos pasó igual que la primera vez que montamos en la

22 Estos vehículos no cuentan con marcha atrás. El conductor baja y empuja el Tuc-Tuc haciendo maniobras hacía delante y atrás con el pasaje a bordo hasta ponerlo en la posición deseada.

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montaña rusa: al final del viaje corrimos es-túpidamente y, emocionados, fuimos de nuevo a la cola a comprar otro billete.

No acababa mi pie de tocar tierra cuando es-cuché lo que ya sabía iba a ser de ahora en adelante nuestra mantra a lo largo del viaje por la India:

—¿De dónde son? —preguntó en inglés otro indio con su peculiar acento.

—De la Ciudad de México — respondió sin pensarlo mi compañero, también en inglés.

— Amigos! ¿requieren guía? — vino de in-mediato la respuesta esta vez en español.

Nuestro nuevo “amigo” nos soltó toda una letanía de información “muy” interesante y obvia como dónde adquirir el boleto, cuánto

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costaba23, dónde se encontraba la entrada al monumento, pero, lo más importante, ¡re-queríamos un guía para explicarnos las pe-culiaridades del monumento en detalle, todo esto por un precio muy accesible!

Regla de oro número 2: Supe que, cuanto más dijera “No”, “No thanks” o “No thank you” sería peor.

Se nos pegó como la caca al pañal: imposi-ble deshacerse de ella por más que se talle, siempre quedan trazas. Finalmente, a instan-cias mías, mi compañero terminó por no di-rigirle la palabra y, por duro que pareciera, simplemente ignorándolo, le hicimos la ley del hielo. Al cabo de 6 ó 7 largiiiisimos mi-nutos el “amigo” acabó por perder la

23 Ya sabía yo que el precio de entrada era distinto para los indios que para los extranjeros. Es considerablemente más caro y es preferible comprarlos con anterioridad por Internet.

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paciencia, seguramente maldecirnos en hindi e irse a buscarse otra víctima.

Me quedé, ahora sí, extasiado e ensimis-mado en la contemplación del maravilloso espectáculo que ofrecía la estructura del Fuerte Rojo. Una obra magnifica y monu-mental que debió, en su época, exigir movi-lizar a miles de obreros, recursos y esfuer-zos. Estaba en eso cuando escuché a mi es-palda a una persona que se me acercaba y preguntaba en inglés:

—Señor, ¿una foto?

—¡Sí, claro! Colóquese ahí —le contesté haciéndome el artista para que saliera detrás la estructura impresionante de la muralla del fuerte. ¡Como si supiera lo que hacía!

—No señor —me corrigió —. Con usted.

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No entendí nada hasta que se puso a mi lado para sacar, sonriente y orgulloso, un autorre-trato ¡conmigo! Esto desencadenó una serie de 5, 10, 20 ó 100 autorretratos, o “sel-fies24”, como sea que se llamen, con un nú-mero incontable de indios e indias. Lo siento, perdí la cuenta y luego la calma.

24 Autorretrato típicamente tomado con un smartphone y compartido en las redes sociales. En español se acepta con la ortografía “selfi”.

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8 Sufriendo del acoso fotográfico en la India.

Mi amigo en eso tuvo mejor suerte, su piel está un poco más curtida. El efecto fue peor al andar con mis primas rubias, sencilla-mente no nos dejaban en paz: querían saber todo sobre nuestras vidas. En un desfile de portátiles sacamos fotos con sus novias, sus sobrinas y sobrinos; con toda la familia, car-gando a sus niños o a sus bebés. Les enseña-mos palabras en español, ellos en hindi y al final tuvimos que pedir paz.

Claro, como estamos hablando de un país con más de mil millones de personas, no acababa de irse un grupo que ya llegaba otro a solicitar lo mismo. Al cabo de 10 minutos esto me comenzó a parecer más que obvio: La gente abundaba en absolutamente todas partes y parecía salir de las alcantarillas, aunque estas últimas eran difíciles de

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encontrar. Pero el problema ya no sólo me pareció la cantidad de gente sino lo que esta gente hacía. Sentía que el concepto de espa-cio personal no existía en la India. Las per-sonas caminaban junto a mí y eso implicaba que se inmiscuían en mi conversación, me pisaban, empujaban, invadían mi espacio y seguían su camino como si nada. En India, eso no parecía ser un problema. Tuve que asimilar su presencia y tratar de ignorarlos o de lo contrario esto se convertiría en una vi-sita a los nueve círculos del infierno de Dante.

Regla de oro número 3: En este viaje tuve que olvidar el concepto del espacio personal25. Esto no parece existir en la India.

25 Se entiende como el espacio vital que rodea a las personas. Este espacio permite interactuar con nuestros semejantes de

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Llegando a la entrada donde se solicitaban los boletos tuvimos que pasar por la rutina de la inspección corporal y las dos filas, una para hombres y otra para mujeres, con la ventaja de que para los extranjeros la admi-sión es prioritaria y, afortunadamente, no tu-vimos que hacer cola. Alguna ventaja había que tener el haber pagado 6 veces el precio que pagan los nacionales.

Toda esta sarta de emociones me produjo una sed impresionante; el problema es que después de ver los bebederos, me acordé de un mochilero que me encontré un día en un viaje y quien me preguntó de dónde era ori-ginario.

—De la Ciudad de México —le respondí.

manera cómoda.

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—Alguna vez estuve ahí —precisó con una sonrisa triste.

—Y ¿qué conociste?

Me relató que al bajarse del avión y salir a la calle para descubrir México, hacía tanto ca-lor que en el momento le pareció buena idea tomar un agua de colores de las que se ofre-cían en un puesto ambulante.

En su momento fue una experiencia intere-sante, lo grave vino después. Su estómago no estuvo muy de acuerdo con probar las re-frescantes y coloridas bebidas callejeras me-xicanas. Los siguientes 15 días previstos de su viaje los pasó en su “Camino de San-tiago” de la orilla de la cama a la orilla del wáter dónde debía decidir si primero hin-carse, sentarse o viceversa.

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Por toda la India encontré bebederos con se-ñales que indicaban presuntuosamente “Agua potable”. Aunque quizá esta agua fuera segura para beber, tan pronto como vi el estado del bebedero, la sed se me espantó y a menos de que acabara de cruzar el de-sierto de Gobi, por mi madre que no tomaría esa agua. Intuía que mi estómago no se acos-tumbraría a la India e intenté tratarlo con ca-riño. De lo que sí estaba casi seguro es que, si bebía un sorbo del agua de esos bebede-ros, estaría sentado en el wáter del hotel 3 días seguidos.

Regla de oro número 4: Lo que me pareció agua potable seguro no era potable; al menos no para mí como tu-rista.

Llegó la hora de regresar a nuestra cita pac-tada con el tuc-tuc. No lo lograríamos si

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bajábamos andando, por lo que decidimos tomar un transporte. Al notar que discutía-mos dudando qué hacer, inmediatamente nos abordó el buscavidas en turno para de-cirnos que por esa calle no circulaban vehículos, cuando hacía apenas una hora y media acabábamos de subir en uno y verlo bajar. Increíble pero cierto. A esas alturas ya no era uno sino varios los que daban su docta opinión de qué deberíamos hacer. Varios de ellos nos propusieron llevarnos por otro lado en tuc-tuc y, después de 30 minutos, dejar-nos en la entrada. Muchos mascaban gutka que algunos escupían, sin vergüenza, en so-noros y esplendorosos escupitajos rojizos a nuestros pies. Claro que rechazamos la oferta e, ignorándolos, tomamos el primer transporte que bajaba por la calzada por la que habíamos subido. Cinco minutos basta-ron para el trayecto.

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Llegando a la entrada, de inmediato fuimos asaltados por los conductores de tuc-tucs que se empecinaban en que hiciésemos el viaje con ellos. Mientras esperábamos a nuestro conductor pude ver con sorpresa cómo en un tuc-tuc se pueden subir una, dos, tres, cuatro… siete o más persona. No im-porta el número de personas que quieran via-jar, siempre caben.

Si ya antes, al llegar del aeropuerto de ma-drugada, me sorprendió el uso indiscrimi-nado del claxon; de día y con más tráfico esto se volvió insoportable. Me pregunté ¿por qué? No, no es para indicar que hay pe-ligro inminente, como pudiera esperarse, sino que se usa como la luz intermitente para salir de una plaza de estacionamiento, para informar a los otros que va a pasar (inva-diendo la otra vía, en sentido contrario, por la izquierda o por la derecha o vaya usted a

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saber); para que el de al lado se mueva de una fregada vez, para que el peatón corra ágil y no termine apachurrado en medio de la calzada; porque voló una mosca, porque se aburre, porque se le olvidó hacerlo las ul-timas 10 décimas de segundo precedentes… En fin, por todo y por nada. Obviamente después de 15 minutos de ese horrible ruido, quería arrancarme la cabeza y que la usaran de una buena vez como pelota de criquet26 con tal de no tener que seguir oyendo dicha cacofonía constante y que mis oídos comen-zasen a sangrar. No contentos con todo lo anterior, muchos de los vehículos tienen un letrero atrás que dice “Blow Horn please27” o “Horn OK” sólo para el caso de que a al-guien se le olvide que hay que usar el claxon

26 El cricket es el deporte más popular en la India. Los parti-dos India-Pakistán son los más esperados. 27 “Toque el claxon por favor” o “Se acepta el uso del cla-xon”.

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insistentemente. Estaba ya advertido ¡Esto era la India!

Regla de oro número 5:

El ruido formó parte de mi mundo en las ciudades de la India.

El trayecto de regreso al metro fue intere-sante. Noté con asombro que la basura se apilaba en las pseudo banquetas. Recordé que una vez en la Ciudad de México re-prendí a una señora por tirar la cubierta de un helado cuando el bote de basura se en-contraba bajo su mismísima nariz. Bajo su estúpida sonrisa, terminé recogiéndola yo. En la India la basura se acumula en la vía pública llevada a un extremo insospechado.

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Y es que ¿para qué colocar botes para la ba-sura por todos lados cuando basta simple-mente con tirarla al suelo? Parece que cuando la gente tiene un papel o desperdicio en la mano y no sabe qué hacer con él, la solución es fácil: para eso está el piso. Quizá se pregunten, si todo mundo lo hace ¿Por qué no yo? Parece que cooperar no hace la diferencia cuando millones de personas no se han habituado durante los últimos cien años. Mi profesor de civismo estaría orgu-lloso.

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9 Un triste bote para la basura dentro de un monu-mento en Jaipur.

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El Aprendizaje

«Viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente.»

Mark Twain28

Llegó el día esperado de visitar el Taj Mahal29, la joya de nuestro viaje. La visita comenzó temprano; una vez tomadas las fo-tos de rigor y tomados los “selfis” con todo indio que se presentase, procedimos a entrar al monumento. Como todo monumento o templo que se respete en la India, el Taj

28 1835-1910 EE.UU. Escritor, humorista, empresario y edi-torialista americano. Escribió, entre otras obras, “Las Aven-turas de Tom Sawyer”. 29 Corona de los Palacios, construido por el emperador mu-sulmán Shah Jahan en 1631 en honor de su esposa favorita Mumtaz Mahal. Recibe entre 7 y 8 millones de visitantes al año.

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Mahal no es excepción y hay que descal-zarse; medida que se impone ya sea por res-peto o para proteger sus suelos del deterioro. En este caso más preciso nos ofrecieron “cu-bre zapatos”. A mis primas ya les había su-cedido olvidar llevar calcetas, medias o cal-cetines para entrar en otros sitios, por lo que aquí la solución presentada les vino bien.

La lección quedó bien asimilada: en nuestro botiquín de emergencia se debía incluir para cada pasajero un par de calcetines en buen estado, un pañuelo o chal que cubriese la ca-beza y hombros, así como una camisa o ca-miseta de manga larga en el vehículo de nuestro conductor, si no queríamos quedar-nos fuera de la mayoría de los monumentos o templos a visitar. Aun así, en muchos tem-plos era “obligatorio” tanto para hombres como para mujeres, alquilar una falda y chal

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si la vigilancia juzgaba indecente la vesti-menta.

Como motociclista, me llamó la atención que los moteros dejaban sus cascos, sin nin-gún cuidado, apilados en precario equilibrio en los estacionamientos a la entrada.

Aprendí pronto que debíamos evitar a toda costa mostrar demasiada piel si queríamos impedir que nos tocasen, cogiesen y mano-seasen los brazos mientras nos ofrecían mer-cancías, guiarnos o preguntarnos que de dónde veníamos.

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10 Preparándose para entrar a un templo.

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11 “Casille-ros” para cas-cos y zapatos a la entrada

de los templos y monumen-

tos.

A las afueras de Jaipur las murallas del Fuerte Amber se alzan imponentes sobre una colina estratégica. Tras sus muros y to-rres de color amarillo-ocre se oculta uno de los palacios más conocidos de la provincia de Rajastán.

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Bajo una temperatura de 40ºC a la sombra, lo malo es que no hay sombra, una larga fila de elefantes cargados de turistas ascendía por las rampas de acceso hacia la puerta de entrada. La escena parecería sacada de otra época si no fuera por los turistas y sus mó-viles que insistentemente sacaban fotos en todos los ángulos imaginables. Más allá, en las montañas adyacentes, se veían torreones y murallas defensivas que limitaban una vasta extensión que protegía al fuerte en ki-lómetros a la redonda. Tras el Taj Mahal éste es uno los lugares más visitados del país.

O se sube en elefante o a pie, tal es la dis-yuntiva. La verdad es que acceder al Fuerte Amber subido a lomos de un elefante suena exótico… mucho, y tentador. Pero estamos en el siglo XXI y el turismo de masas no pa-rece muy compatible con el cuidado y aten-ción que se merecen estos paquidermos.

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Los tradicionalistas esgrimen, entre muchos otros argumentos, que los elefantes:

• Son la principal fuente de ingresos para muchas familias. Sus cuidadores, los mahouts, establecen una relación de por vida con el elefante al que cuidan y del que dependen para vivir; si no se usaran para subir al Fuerte Amber, estos serían abandonados y un sinnúmero morirían pues cuesta mucho cuidarlos y alimen-tarlos.

• Están cuidados, pasan continuos contro-les; está prohibido que suban más de 2 personas (además de su mahaut) y que hagan más de 3 ascensos al día.

• Son uno de los principales atractivos tu-rísticos.

En contraparte, los defensores de los paqui-dermos dicen que los elefantes:

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• Son sometidos a base de castigos para “romper” su voluntad, domesticarlos y mantenerlos dóciles.

• Caminan más de 20 km. diarios sobre superficies blandas en su medio natural, pero no es el caso en el suelo de piedra de las rampas de acceso al fuerte. Este trayecto acaba lastimándoles los pies y la columna vertebral.

• Muestran huellas de heridas o señales de que son encadenados cuando no están trabajando. También señales de fatiga por una actividad antinatural y repeti-tiva.

• Podrían bien quedarse en reservas natu-rales y que la gente subiera a pie. Para aquellas personas con problemas de mo-vilidad se podrían usar vehículos eléctri-cos.

Lo que sí constaté fue que todos los elefan-tes tenían buen aspecto. No les vi ni heridas, ni cicatrices, ni marcas de cadenas en las

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patas. Tampoco vi que sus mahauts, perfec-tamente uniformados, les maltasen ni les clavasen el ankus, una especie de gancho metálico, en la cabeza. Muchos de ellos ni siquiera traían uno.

Mi compañero de viaje y yo decidimos, puesto que nunca lo habíamos hecho, subir en elefante. Mis primas, las defensoras, ca-minaron.

Un vendedor de pulseras nos abordó. Mi compañero cometió de nuevo una impru-dencia: preguntó el precio, sólo por curiosi-dad, no pensaba comprar. El vendedor soltó una letanía que duró unos buenos 15 de los 30 minutos del trayecto de subida. Comenzó en inglés, pasó al español, inició en dólares a un precio exorbitante, terminó en rupias a un precio ridículo. Finalmente, no compró, sólo estropeó el trayecto y el paseo. Decidí,

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entonces, tomarlo con filosofía y no dirigir-les más la palabra a los buscavidas, aunque fuese difícil y contradictorio. Aunado a esto, también evité todo contacto visual con los vendedores ambulantes y pseudo guías. Los indios pueden ser pesados, muy pesados, y grandes especialistas en llevarte a su terreno hasta el punto de que acabas comprándoles lo que sea con tal de que dejen de molestarle y seguirte. Llegué, en algunos casos, a creer firmemente que el indio en cuestión me se-guiría todo el día y, en caso de descuido, dormiría a la puerta de mi habitación para que, al abrirla a la mañana siguiente, comen-zara de nuevo su letanía en el punto exacto en donde la dejó el día anterior.

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12 Subiendo a lomos de elefante hacia el Fuerte Am-ber en Jaipur.

Soy muy difícil en eso de las compras pues casi no las hago cuando viajo, pero si algo me interesa de verdad no me gusta que me engañen pidiendo un precio exorbitante.

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Estoy dispuesto a pagar el precio justo. También comprendo que es la única forma que tiene la gente de ganarse la vida. Sabía que si quería comprar algo tampoco iba a discutir hasta la muerte por unas cuantas ru-pias. El precio, en este caso, no hacía nin-guna diferencia para mi bolsillo, pero sí para el del vendedor.

Al final del día dejamos atrás las habitacio-nes vacías y silenciosas del Fuerte Amber. Afuera nos esperaba la India con sus ruidos, sus colores, sus olores, su loco tráfico, sus músicos callejeros y sus vendedores de elo-cuencia inagotable.

En mi caso si quiero ver animales, aparte de gatos y perros, voy a un zoológico o veo un documental. No es el caso de la India, el ahorro es considerable pues los encontré por todos lados vagando por la calle: perros,

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gatos, monos, ratas, burros, camellos, vacas, ardillas, cabras, cobras, loros verdes y hasta elefantes. Caminaban con la mayor naturali-dad del mundo entre la gente y los autos; también tiraban carromatos. En el caso de las vacas, si por desgracia se detenían a ru-miar frente a un coche, había que esperar pa-cientemente a que se movieran. Toda esta fauna urbana parecía adorable y simpática, pero sé por experiencia propia30 que hay que evitar a toda costa la tentación de tocar a los animales salvajes y aún domesticados. La mordida de una ardilla o mono infectado me podía llevar a un hospital y creo que no que-ría visitar uno en la India.

30 Me mordió un perro que salió repentinamente de entre unos setos cuando corría en un parque público. Catorce dolorosos piquetes en el estómago contra la rabia; aún me acuerdo y se me eriza la piel.

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Nos preguntamos cómo es que habiendo tantas vacas sagradas en la India las calles no estaban llenas de excremento y orina. La respuesta fue muy simple: el primero se usa como fertilizante y combustible y el se-gundo como pesticida. Aquellas vacas que nosotros los turistas veíamos vagando por las calles eran las vacas viejas que no dan leche y se mantienen comiendo basura. El estómago de éstas queda taponado por los desechos plásticos; el animal deja de comer y de defecar. Su cuerpo se hincha y co-mienza una lenta agonía que solo acabará cuando fallezca por inanición o atropellada. La paradoja de las vacas sagradas.

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13 “Galletas” de excremento de vaca sagrada se-cando al sol que se usa posteriormente como com-

bustible.

La desventaja de ser mamífero es que llega, como siempre, la hora de comer. Varios puntos me quedaron clarísimos desde mi primera visita a un restaurante indio:

• Aunque, viniendo de México, el picante forma parte de mi cultura, aquí la co-mida picante, es picante de verdad. Mi tolerancia casi cero al chile me hizo

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pasar enormes disgustos y bajar de peso; única ventaja de la experiencia.

• Si pedía no picante, de todas formas, creo que, para reírse de mi cara desde la cocina, me traían igualmente picante y, de ser posible, se ensañaban aún más con dicho condimento.

• Es el paraíso para los vegetarianos; aun-que si los carnívoros insisten, encuen-tran, principalmente pollo, quizá éste no es (tan) sagrado.

• En general la comida me pareció muy rica, pero picante.

• Encontré una gran variedad de comida en la calle, pero desde un principio, al igual que en Latinoamérica, desistí de probarla si quería sobrevivir a la expe-riencia.

• Aunque creía, erróneamente, que el arroz era la base de su alimentación, el trigo parecía predominar en el norte.

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• Sentí que el arroz lo usaban como miti-gante para sus platos picantísimos y casi era obligación ordenarlo.

• Vi que se aceptaba comer directamente con la mano derecha, eructar, sorber y me ahorro el resto. Ya ni percaté otras peculiaridades, pues tengo una amiga alemana y varias francesas, que quizá podríamos clasificar de finas, de las cua-les tengo que evitar sus escupitajos al hablar sin dejar de masticar y que pre-fieren chuparse los dedos antes usar una servilleta. Esto da todo su sentido a la expresión ¡esto está para chuparse los dedos!

• Si de plano me cansaba de la comida in-dia, pues siempre podía refugiarme bajo los arcos dorados de un McDonald. Op-ción estúpida pues entonces ¿A que ve-nía a la India?

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Decidí aceptar el picante como parte de mi vida en la India y ser vegetariano 21 días. Adelgazar no me vendría mal tampoco.

Regla de oro número 6: Podía comer lo que quisiera, pero nunca en la calle y siempre sería picante.

Y ¿Por qué no conocer un poco más la cul-tura india a través de “Bollywood”? Al fin y al cabo, ya cumplió 100 años de divertir a chicos y grandes.31

A los indios les encanta que les cuenten his-torias, “Las Mil y una Noches32” es testigo de ello. Sherezada relata al marajá esta serie de cuentos orientales, indios, persas,

31 Seis meses después de su debut en París en 1895, los her-manos Lumière llegaron al hotel Watson de Bombay (ahora Mumbai) y mostraron su nueva invención. 32 Supuestamente escrito por el cuentista Abu Abd-Allah Muhammad el-Gahshigar, que vivió en el siglo IX.

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musulmanes iraquíes y musulmanes egip-cios que tienen gran influencia en Europa. Escritores tales como Cervantes, Lope de Vega, Giovanni Boccaccio, los hermanos Grimm, Shakespeare, el Conde Lucanor y otros más se inspiran en ellos33.

Entre los personajes que recuerdo con espe-cial cariño se encuentran Simbad “El Ma-rino” (basado en Achaib al-Hind y sus “Ma-ravillas de la India”), Ali Babá y sus “Cua-renta Ladrones” y Aladino y su “Lámpara Mágica”.

Decidimos pues, visitar un cine y deleitar-nos de una historia india de aventuras y amor. El cine “Raj Mandir” en Jaipur fue el elegido. La película, con un nombre en hindi

33 Juan Vernet “Traducción, Introducción y Notas a Las Mil y Una Noches”. Ediciones Acantilado 2001

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que se proyectaba esa semana, no nos decía nada.

Las entradas se compraban por el lado iz-quierdo del edificio rosa en dos filas: una para hombres y otra para las mujeres. Todos muy pegaditos. El precio, en este caso, no dependía de la nacionalidad sino de la posi-ción en el cine. Éramos los únicos extranje-ros en la fila y pagamos el tributo de la es-pera con varias decenas de “selfies” con un número indeterminado de indios interesados y sus familias.

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14 Exótico cine “Raj Mandir” en Jaipur34.

Al entrar al “hall” vi un cine como los de an-taño: grande, ostentoso, de majestuosas es-calinatas, luces de colores y lámparas de cristal que me hicieron volver a mi infancia en México cuando los cines de 500 y más plazas (hasta las 3,600 del cine Opera) eran comunes. Las puertas de acceso a la sala per-manecían cerradas lo que nos dio tiempo de

34 Foto de Antoine Taveneaux bajo Licencia Libre.

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localizar la nuestra que estaba claramente indicada en el billete. Poco tiempo después las puertas se abrieron para dar acceso a una sala amplia y encortinada. Las parejas, ami-gos y familias llenaron rápidamente las bu-tacas. La oscuridad invadió el ambiente y fue entonces cuando la gritería se armó en grande.

Para un turista que desconoce la lengua, en-tender o no entender lo que dicen los prota-gonistas de la película pasa a segundo plano. Al fin y al cabo, ¿a quién le interesa dema-siado saber lo que ocurre en la pantalla mientras todos los espectadores se levantan de sus asientos para cantar, bailar y gritar a la pantalla como si los actores pudieran oír-los?

Como si se tratase de un concierto, el pú-blico vitoreaba al protagonista, bailaba

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desde sus asientos o en el pasillo al ritmo de la música o abucheaba al enemigo que inten-taba vencerle.

Entrañables recuerdos de aquellas tardes de cine en la España rural donde la película se proyectaba al aire libre contra la pared de la iglesia o del ayuntamiento y el público le gritaba desesperado al cowboy “—¡Atrás, atrás de ti! —” cuando el villano se aproxi-maba sigilosamente, pistola en mano, para acribillar al héroe35. Recuerdo claramente los tupidos aplausos que acompañaban al beso de los actores que se enamoraban al fi-nal de la película y mi brazo estrujado por mi novia de aquel entonces sensiblemente emocionada con el, para mí, obvio desen-lace. Un amigo francés me contó que

35 Recuerdo también a mi abuela paterna gritarle emocionada al héroe de la película que veía en la TV “¡Ala! ¡Pégale al malo!”.

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sucedía lo mismo en su niñez en África, donde la gente iba un paso más allá ape-dreando al villano directamente en la panta-lla tendida entre dos árboles para “ayudar” al bueno del film de acción.

Finalmente, a pesar de que la película no es-taba subtitulada, alcanzamos a entender que era una versión moderna de “Romeo y Ju-lieta”. Incluía baile, lucha, amor, celos y todo lo demás. Presenciamos el sacrificio de la Julieta, pero no el del Romeo que fue en-carcelado injustamente. Una lagrimita se es-capaba de muchos enfurecidos espectadores que manifestaban su desacuerdo a grito pe-lado mientras se encendía la luz.

Una hora y media de grito y sombrerazos pasó rápida. Salimos a lo que ya era la fresca noche de Jaipur aún asombrados. Una de mis primas leyó, en voz alta, la reseña de la

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película que encontró en su iPhone. Para sorpresa de los cuatro, lo que consideramos el final, era sólo el intermedio de 30 minutos para la segunda parte de otra hora y media. Se trataba de una impensable película dra-món de tres horas en la cual el Romeo regre-saba de la cárcel para vengarse de su her-mano y conquistar su puesto en el pueblo. Todo ello con la aprobación de su padre y, seguramente, de la enardecida sala. Incredi-ble!ndia36

36 Campaña publicitaria que hace promoción para visitar la India y sus maravillas y que tiene por lema precisamente ¡La India increíble! (usando esa ortografía peculiar).

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Cita en Samarra

«Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada produce una dulce muerte.»

Leonardo da Vinci37

A nuestro triángulo de oro mis primas pro-pusieron una ciudad peculiar llamada Vara-nasi, Benarés en español. Varanasi es el lu-gar de peregrinación más frecuentado por los hindúes que representan más del 80% de la población de la India y por los turistas. Todos los días, esta antigua ciudad bordeada por el Ganges ve desfilar cientos de muertos

37 1452 Italia-1519 Francia. Pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, artista, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista rena-centista.

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que serán objeto de cremaciones sagradas en piras al aire libre.

Descubrí por primera vez Varanasi en un do-cumental en el que vi a una cuadrilla de in-dios, a los que taché de locos, lavándose los dientes mientras que otros se bañaban, ha-cían gárgaras, oraban, bebían el agua del río y se zambullían38 tranquilamente en el Gan-ges mientras a unos metros de distancia, otros paisanos quemaban cuerpos “a la pa-rrilla” en madera de sándalo. Al mismo tiempo por el río transitaban cadáveres e in-mundicias de todo tipo. Parecía ser que eso era Benarés.

38 Según el hinduismo, cada inmersión en el río sirve para expiar un pecado.

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15 Cargando un cadáver hacia su destino final en una pira crematoria en un Ghat39 40.

Según el hinduismo, todo aquel que muera en Varanasi, o lo suficientemente cerca, romperá con el ciclo infernal de las reencar-naciones y está listo para entrar directa-mente en el Nirvana.

39Ghat=escaleras que descienden hasta el Ganges. 40Foto usada con permiso de la autora Laura Locke.

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La atracción que desprende esta urbe no sólo reside en contemplar una cremación; sus ca-llejones, los amaneceres y atardeceres en los Ghats41, el colorido de los saris secándose al sol, el color naranja de las ropas de los pere-grinos, los millones de ofrendas en forma de flor, son fuentes de introspección. Varanasi es un auténtico espectáculo de vida y de muerte; un lugar que impacta a cualquiera que se atreve a ir. En suma, el destino al que a toda costa hay que visitar.

El sol quema las gradas de piedra a orillas del Ganges, en la ciudad. A la luz cegadora de la tarde, un humo blanco se mezcla con una pira de sándalo o mango. Todos los días cientos de cadáveres se queman ante los ojos de los incrédulos turistas y viajeros que pa-san; de las mujeres en sari que se purifican

41 Escaleras que descienden hasta el Ganges.

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en el Ganges y de los "hombres santos42", esos hindúes de largas barbas que meditan todo el día a orillas del río sagrado.

En las guías leí que, tras 3 horas de crema-ción sobre madera, el cuerpo se entrega al río. En un horno de cremación moderno de gas el proceso dura entre 45 minutos y 3 ho-ras, dependiendo del peso de la persona.

Aprendí también que sólo hay 5 excepciones para no ser cremado por estar ya en un es-tado de pureza:

• Las mujeres que mueren embaraza-das.

• Los niños menores de 12 años.

42 Llamados Sadhus.

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• Los que mueren por la mordedura de una cobra43.

• Los leprosos. • Los Sadhus44.

Ellos son directamente entregados al Gan-ges. Esto convierte al Ganges en un caldo donde transitan constantemente cuerpos en estado de putrefacción y cenizas.

43 Símbolo de Shiva. 44 Hombres santos.

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16 Varanasi y sus Ghats.

Las cremaciones son abiertas, al aire libre, en un espacio público. Cualquier turista puede acercarse y mirar. Y ahí se mezcla la curiosidad con el morbo. ¿Hasta qué punto sería necesario ver arder un cuerpo en lla-mas? ¿me ayudaría a entender la religiosi-dad del lugar o mejoraría en algo mi visita a

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la India? Francamente me respondí que no. Tomás el Apóstol buscó ver al Señor con los ojos del cuerpo mientras que Tomás de Aquino con los ojos de la razón. Así, una vi-sita a Benarés sólo serviría para satisfacer y atizar mi morbo con el encuentro de la muerte.

“Cuentan los que saben que un rico merca-der de Bagdad envió a su fiel sirviente al mercado, de compras. Éste volvió casi de in-mediato, aterrorizado, afirmando haber visto a la muerte que lo amenazaba; pidió le pres-tase un caballo para huir a toda prisa a Sa-marra, a lo cual el mercader asintió. Poco más tarde el mercader increpó a la muerte solicitándole cuentas de por qué había ame-nazado a su fiel servidor. La muerte le dijo que su gesto no fue de amenaza sino de

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sorpresa de verlo en Bagdad pues tenía una cita con él, esa misma noche en Samarra.”45

Recordar mi “Cita en Samarra” siempre me ayuda a pensar en la importancia de disfrutar los días que me restan hasta que llegue el momento. En llenarlos con lo que vale la pena. En Benarés no es mi cita, la esperaré en Samarra.

A aquel que tiene fe, ninguna explicación le es necesaria. Para uno sin fe, ninguna expli-cación es posible.

Santo Tomas de Aquino46

45 Versión del apólogo “El gesto de la muerte” de la literatura judeo-talmúdica del siglo VI y de la musulmana sufí de los siglos IX al XIII. 46 1225-1274 Teólogo y filósofo italiano.

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Acerca del Autor Con su curiosidad insaciable, su espíritu inquieto y su pluma li-gera, Emiliano Llano Díaz se aden-tra en sus múltiples mundos para-lelos y rescata historias. Crea. Y yo, a cambio de unos cuantos puntos y comas, tengo el privile-gio de ser la primera en descubrir-las. ¡Qué suerte! Es así como he sido testigo, al igual que una matrona improvi-sada, del nacimiento de sus nu-merosas y eclécticas proles. Todas se parecen a él, todas sacaron su mirada y su carácter. La lista es larga: manuales técnicos y cientí-ficos; recuentos de datos curio-sos, poemas nacidos del alma, no-velas de todos colores, cuentos para todo público y para un público aguerrido, sin olvidar los libros de chistes que, a pesar de su ligereza, tienen profundidad e invitan a la reflexión. Pero las creaciones que yo prefiero, son aquéllas en donde Emiliano narra sus recuerdos y vivencias, porque me acercan más a él. Es el caso de este recién nacido “Encuentros y Desencuentros en India” que nos presenta una eterna disyuntiva a los ojos de un viajero ávido de aventura: el colorido de la India y sus tonos grises, el acercamiento y el rechazo, un bálsamo para el alma y un aguijonazo profundo. Emili-ano nos demuestra que viajar es descubrir, pero que recordar, es vol-ver a vivir. Así mismo, los que viajamos con él a través de sus relatos nos preguntamos ¿Será La India un país de ensueño o quizás, el esce-nario de una verdadera pesadilla? Lea y juzgue usted mismo.

María Cristina Vera Aristi