2. batalla de cepeda y tratado del pilar

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década de 1820 imprimir José Miguel Carrera 18201821 William Yates Batalla de Cepeda Tratado del Pilar [Batalla de Cepeda. El tratado del Pilar. Sarratea. Alvear. Carrera se retira a Santa Fe.] Ya era muy entrada la tarde cuando se echaron de ver, uno a otro, los dos ejércitos. Por lo avanzado de la hora, y como los soldados federales se hallaran fatigados de la marcha, se resolvió aplazar el ataque hasta la mañana siguiente, pero, no bien llegada la noche, los porteños, pese a la gran superioridad del número, emprendieron nuevamente la marcha con el objeto de retirarse a San Nicolás. Los federales iniciaron entonces la persecución, hostilizando la retaguardia enemiga, que avanzaba con dificultad, por causa de las carretas y los bagajes que hacían casi imposible la retirada. Con todo, sostuvieron sus guerrillas y continuaron la marcha con intención de ocupar una posición ventajosa en la Cañada de Cepeda. Llegados allí, hicieron alto. La infantería, que llegaba a unos mil quinientos hombres, formó en cuadro, cubriendo el frente con numerosas carretas y piezas de artillería, colocadas a intervalos convenientes; los flancos, o sea los lados derecho e izquierdo del cuadrado, se hallaban reforzados por la caballería, y la cara posterior del cuadro estaba protegida por la cañada sobre la cual se había formado. En esa posición, los porteños permanecieron hasta que amaneció. Ramírez en persona reconoció el campo, y poco después de salir el sol, todo estaba listo para un ataque general. Cuando sonó el toque de carga, ¡os federales avanzaron, espada en mano, con denuedo inaudito, a todo correr de sus caballos, entre un nutrido fuego de mosquetería y artillería. La caballería porteña, más confiada en las patas de sus caballos que en el filo de sus espadas, no pudiendo resistir la carga, huyó desordenadamente, abandonando su infantería. El mismo Rondeau fue uno de los primeros en huir. La caballería fugitiva fue perseguida, ocasionándosele grandes pérdidas mientras un cuerpo de reserva de ciento cincuenta hombres quedaba en observación de la infantería. El pasto, muy abundante, y seco por el intenso calor de la estación, tomó fuego con los disparos de la artillería y en pocos minutos se extendió por el campo todo, un pavoroso incendio. La pérdida de las carretas, de la artillería y demás, del enemigo, era inminente. Entonces atravesaron los pantanos, a retaguardia, y ganaron una laguna próxima donde se mantuvieron mientras el fuego continuaba más recio, cosa de tres horas. El viento había disminuido ya, y los federales volvieron de perseguir a una parte de los enemigos fugitivos, logrando con sus esfuerzos hacer cesar el tiroteo casi completamente. La situación de la infantería enemiga era la más lastimosa que pueda imaginarse: no tenía caballería que la protegiera, estaba sin refuerzos de ninguna clase, ante la inminencia de ser atacada por sus adversarios victoriosos y a siete leguas por lo menos de San Nicolás, que era la única posición en que podían tener esperanza de una posible defensa. A pesar de todo, eran todavía muy superiores en número a los federales y la decisión y coraje de los tres oficiales que mandaban, estaba a la altura de las dificultades y peligros de la situación. Balcarce fue intimado a rendirse pero rechazó la intimación con mucha energía y formó a sus hombres en columnas cerradas, con partidas de infantería ligera en

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década de 1820

imprimir José Miguel Carrera 1820­1821William Yates

Batalla de Cepeda ­ Tratado del Pilar

[Batalla de Cepeda. El tratado del Pilar. Sarratea. Alvear. Carrera se retira a Santa Fe.]

Ya era muy entrada la tarde cuando se echaron de ver, uno a otro, los dosejércitos. Por lo avanzado de la hora, y como los soldados federales se hallaranfatigados de la marcha, se resolvió aplazar el ataque hasta la mañana siguiente,pero, no bien llegada la noche, los porteños, pese a la gran superioridad delnúmero, emprendieron nuevamente la marcha con el objeto de retirarse a SanNicolás. Los federales iniciaron entonces la persecución, hostilizando laretaguardia enemiga, que avanzaba con dificultad, por causa de las carretas y losbagajes que hacían casi imposible la retirada. Con todo, sostuvieron susguerrillas y continuaron la marcha con intención de ocupar una posiciónventajosa en la Cañada de Cepeda. Llegados allí, hicieron alto. La infantería, quellegaba a unos mil quinientos hombres, formó en cuadro, cubriendo el frente connumerosas carretas y piezas de artillería, colocadas a intervalos convenientes; losflancos, o sea los lados derecho e izquierdo del cuadrado, se hallaban reforzadospor la caballería, y la cara posterior del cuadro estaba protegida por la cañadasobre la cual se había formado. En esa posición, los porteños permanecieronhasta que amaneció. Ramírez en persona reconoció el campo, y poco después desalir el sol, todo estaba listo para un ataque general. Cuando sonó el toque decarga, ¡os federales avanzaron, espada en mano, con denuedo inaudito, a todocorrer de sus caballos, entre un nutrido fuego de mosquetería y artillería. Lacaballería porteña, más confiada en las patas de sus caballos que en el filo de susespadas, no pudiendo resistir la carga, huyó desordenadamente, abandonandosu infantería. El mismo Rondeau fue uno de los primeros en huir. La caballeríafugitiva fue perseguida, ocasionándosele grandes pérdidas mientras un cuerpo dereserva de ciento cincuenta hombres quedaba en observación de la infantería.

El pasto, muy abundante, y seco por el intenso calor de la estación, tomófuego con los disparos de la artillería y en pocos minutos se extendió por elcampo todo, un pavoroso incendio. La pérdida de las carretas, de la artillería ydemás, del enemigo, era inminente. Entonces atravesaron los pantanos, aretaguardia, y ganaron una laguna próxima donde se mantuvieron mientras elfuego continuaba más recio, cosa de tres horas. El viento había disminuido ya, ylos federales volvieron de perseguir a una parte de los enemigos fugitivos,logrando con sus esfuerzos hacer cesar el tiroteo casi completamente.

La situación de la infantería enemiga era la más lastimosa que puedaimaginarse: no tenía caballería que la protegiera, estaba sin refuerzos de ningunaclase, ante la inminencia de ser atacada por sus adversarios victoriosos y a sieteleguas por lo menos de San Nicolás, que era la única posición en que podíantener esperanza de una posible defensa. A pesar de todo, eran todavía muysuperiores en número a los federales y la decisión y coraje de los tres oficiales quemandaban, estaba a la altura de las dificultades y peligros de la situación.Balcarce fue intimado a rendirse pero rechazó la intimación con mucha energía yformó a sus hombres en columnas cerradas, con partidas de infantería ligera en

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los flancos, iniciando en esa actitud defensiva la marcha hacia San Nicolás.

Ramírez formó su caballería en columnas de divisiones con el fin deatacarlos, y los hubiera concluido, de no haberse negado Carrera a tomar parteen el ataque. Esta actitud de Carrera obedeció a dos motivos: primero, que entrela infantería enemiga, formaban, según pudo advertirlo, seiscientos chilenos, que,por ser los más valerosos, hubieran caído antes que los demás; esperaba Carreraque esos soldados, en pocos días más estarían a sus órdenes, y, destruyéndolos,se hubiera privado él mismo de los contingentes con que después intimidó a susenemigos. En segundo lugar, pensó que, tratándose de soldados veteranos,mandados por jefes valientes, disputarían palmo a palmo el terreno, causandomuchas bajas entre los federales si éstos se obstinaban en reducirlos, y talcircunstancia obligaría a retardar por algún tiempo las operaciones, puesto queno podría rehacerse el ejército sin retrogradar a Santa Fe o Entre Ríos, dandotiempo a que se preparara nuevamente el gobierno de Buenos Aires. Por estemotivo Carrera pensó que una victoria ganada sobre esa infantería se pagaríademasiado cara.

Fue así que hostilizaron la retaguardia de la columna por algunas pocasleguas. Muchos soldados, a causa de la extrema fatiga en que se hallaban, sedejaban caer al suelo, entregándose a las partidas que los amenazaban porretaguardia. La infantería iba al mando del coronel mayor Balcarce y de loscoroneles Rolón y Vidal. La disposición con que se defendieron y el ánimoresuelto que mostraron, les valió mucho crédito, así como fue deshonrosa para elDirector Rondeau la fuga vergonzosa con que abandonó el campo.1

Como solamente entraron en San Nicolás novecientos hombres deinfantería, la pérdida total, entre muertos, heridos y prisioneros, puede calcularseen trescientos hombres. Los federales prosiguieron su marcha en dirección aBuenos Aires, dejando una escasa fuerza en las vecindades de San Nicolás y SanPedro, para observar las operaciones del enemigo. Rondeau escapó del campo debatalla con uno de sus ayudantes y llegó a Buenos Aires a eso de las cuatro de lamañana del día siguiente. Creíanse los únicos sobrevivientes de la expedición y deahí que dieran cuenta al Congreso del espantoso desastre sufrido por lacaballería, diciendo que consideraban imposible que hubiera salvado de laderrota la infantería. Como a las siete de la mañana se publicó por las calles unbando en que se anunciaba al pueblo el funesto desastre que la patria acababa desufrir, con la pérdida total de su infantería y caballería en la batalla de Cepeda,“del que había escapado únicamente el gobernador para traer el parte”.

Este bando era más a propósito para preparar el ánimo a la resignacióncristiana, en el trance que se atravesaba, que para exhortar al esfuerzo y a ladefensa de la Capital. Ningún preparativo inmediato se hacía en ese sentido porel gobierno. La consternación y el espanto reinaban en la ciudad. Se llegó alabsurdo de creer que el grueso del ejército federal podría avanzar con la rapidezde un chasque y entrar esa misma noche en la ciudad.

Es de notar que fue esta la primera y casi única vez que el gobierno deBuenos Aires reconoció la derrota de sus fuerzas, aunque sus ejércitos habíansufrido una serie ininterrumpida de desastres, debido a la inepcia y cobardía desus jefes. No obstante haber perdido la Banda Oriental, Entre Ríos, Santa Fe ytodas las ciudades del Alto Perú, todavía las gacetas aparecían llenos depormenores falsos e imaginarios sobre las victorias obtenidas y se dabanpretextos al público hablando de la necesidad de enviar inmediatos refuerzos. Sinembargo, esta última calamidad dio lugar a una descripción, más que completa,exagerada, de las pérdidas sufridas.

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He aquí que dos días después, llega un expreso de San Nicolás condespachos de Balcarce. La infantería veterana existía! Inmediatamente se dio a lapublicidad una proclama, desmintiendo de plano los informes de Rondeau. Eraverdad que el Director y su Ayudante con toda la caballería habían sidoperseguidos por espacio de cinco leguas, pero, eso no obstante, el ejército estabareorganizado y, en rigor, “sus conciudadanos y soldados se habían cubierto delaureles inmortales y derrotado al enemigo”.

Pero ya la primera confesión se había aceptado como verídica, y nuncacomo entonces el pueblo había creído en una noticia oficial. Acostumbrado a lasfalsedades e imposturas de la prensa, ahora veía la necesidad de aprender ajuzgar por sí mismo. Sabíase que el ejército avanzaba en dirección a la ciudad yno era concebible que un enemigo derrotado en la forma anunciada por elcongreso, pudiera todavía continuar su avance. Esta última proclama se expidiócon el fin de levantar una contribución de guerra y pagar a los cívicos,constituyéndolos en defensores del congreso que peligraba; este propósitofracasó, porque el pueblo tenía formada idea exacta sobre sus imbéciles ycorrompidos gobernantes. Esperaba con ansiedad la hora en que todos se vieranlibres de su opresión.

En esta situación tan desfavorable, el gobierno recordó los servicios y lasaptitudes de don Estanislao Soler, a quien había postergado por largo tiempo,prescindiendo de sus servicios. Soler vivía ahora en su quinta, en el campo,olvidado y oscuro, aunque había sido Brigadier General y merecido la gratitud delpaís por su campaña en la Banda Oriental y en el sitio de Montevideo.

En tiempo en que no se ofrecían esta clase de honores, abundaban enBuenos Aires los candidatos al poder, pero ahora, el temor al peligro sesobreponía a la ambición de gloria, y no había un hombre que se ofreciera parasalvar al país.

El congreso llamó a Soler, y habiéndose presentado inmediatamente, lepidieron que se pusiera al frente de todas las fuerzas que pudiera reunir. Soleraceptó lo que se le proponía, —recordando acaso las anteriores injusticias—, perono hizo ninguna alusión a ellas. La opinión pública de Buenos Aires estaba porcompleto en favor de Soler y éste fue congratulado por todos al reincorporarse alservicio. En pocos días reunió sobre tres mil hombres para llevarlos al combate yestableció su cuartel general en Puente de Márquez, a siete leguas de BuenosAires. El ejército federal acampaba en el Pilar, distante ocho leguas de Puente deMárquez. Se concluyó un armisticio por el término de catorce días, pero losfederales, antes de adelantar ninguna proposición de paz, exigieron la disolucióndel congreso. Soler intimó esa orden y la ciudad vio complacida la disolución dela Asamblea. 2

Las provincias de Tucumán, Salta, Santiago del Estero, Catamarca, LaRioja y San Luis, se declararon independientes de Buenos Aires.3

Después que fue disuelto el congreso de Buenos Aires, el poder supremorecayó en el Cabildo, presidido por don Pedro Aguirre, Alcalde de Primer Voto.Abriéronse las negociaciones para un tratado de paz y tras algunos días deconferencias, fueron aceptadas las propuestas firmándose por ambas partes losartículos del tratado del Pilar, en la forma siguiente:

“Que la guerra sostenida por los federales contra el gobierno de BuenosAires y sus aliados en las Provincias Unidas, era justa en toda la extensión de lapalabra y tenía por único fin y objeto, la emancipación general de América, nosolamente del extranjero, sino también del opresivo yugo doméstico, todavía más

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mezquino e irritante.

“Que la subsistencia de muchos pequeños estados independientes ycolindantes entre sí, era contrario al orden, a la paz y a la prosperidad de laNación, siendo inevitable la guerra, mientras un gobernador mantuvierapretensiones exorbitantes y una fuerza militar bajo su mando.

“Que el preventivo más eficaz contra esos desórdenes, era la instauración deun gobierno federal porque concentraría las finanzas y las fuerzas de la Naciónbajo un Director o Presidente, elegido en la forma más constitucional y Justa.

“Que en cada una de las provincias federales sería elegida una asambleapor los votos imparciales de sus electores. De entre cada una de esas asambleas,se elegirían uno o dos diputados, (según la población de la provinciarepresentada), como miembros de un congreso general a reunirse en el conventode San Lorenzo, provincia de Santa Fe, —dada su situación más central—, setentadías después de firmado el tratado y entonces sería el caso de elegir entre susmiembros el dicho presidente y dictar las leyes generales que se estimarannecesarias al bien público. Que no debería subsistir ni sombra de opresión en esecongreso y toda fuerza militar se retiraría a veinte leguas de distancia, por lomenos.

''Que vista la gran extensión de los territorios que involucraba el tratado,serían consideradas las características locales y particularismos de cadaprovincia, que pudieran influir en sus leyes y costumbres, por lo que se hacíamenester que cada estado se gobernara según leyes dictadas por sus propiasasambleas y que las leyes dictadas por el congreso tendrían por finalidad lautilidad general de las provincias, colectivamente.

“Que únicamente podrían disponer del tesoro y las fuerzas de la Nación, elPresidente y el Congreso. Ninguna provincia en particular, podría organizar,reunir o disciplinar soldados o milicias, sino por orden del gobierno general ycuando tales soldados o milicias se reunieran y organizaran, debían estar sujetasa presentarse allí donde se considerase necesaria su presencia.

“Que don Manuel de Sarratea, sería nombrado por ahora gobernador deBuenos Aires, hasta que más adelante fuera conocida la voluntad de la asambleade la provincia.

“Que el ejército federal se retiraría de la provincia de Buenos Aires pordivisiones que no excedieran de doscientos hombres cada una, por la mayorcomodidad para provisionarlas durante su regreso; la primera división sepondría en marcha tres días después de esa fecha y las subsiguientes divisionespartirían con intervalos que no excedieran de ocho días”.4

Sarratea tomó posesión de su cargo tranquilamente, de acuerdo a lostérminos del tratado y se despacharon circulares a las provincias solicitando elenvío de diputados para la fecha convenida.

Carrera fue instado por los más respetables ciudadanos de Buenos Aires aque aceptara el gobierno. Ramírez también hizo presente que no podía tenerseninguna confianza en un pueblo que había sido enemigo por tanto tiempo,mientras estuviera gobernado por un porteño, y le aconsejó que se proclamaragobernador, apoyándose en las tropas dignas de confianza, vengando losagravios e indignidades de que había sido víctima. Si Carrera hubiera sidomovido por la ambición, en vez de inspirarse en el bien de su patria, no habríaperdido tan excelente oportunidad de encumbrarse, pero él no aspiraba a unpoder sin control ni limites sobre sus compatriotas; sus esfuerzos se dirigían

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solamente a Chile y a su felicidad; nada deseaba fuera de sus límites.5

Carrera confiaba en ver establecida una forma más liberal de gobiernorepresentativo y esperaba con impaciencia la reunión del congreso de SanLorenzo, donde con su elocuencia, sus aptitudes y la rectitud de su conducta, sehubiera allanado el camino para reparar sus errores y castigar a quienes lodifamaban, tiranizando a su patria. De haberse reunido el congreso, es desuponer que hubiera suministrado a Carrera todo lo necesario para su expedicióna Chile, el cual una vez regenerado se hubiera reunido a la Confederación.

La América, unida de este modo, bajo el mando de algún jefe capaz dedirigir las operaciones, hubiera cambiado muy pronto su aspecto anárquico, y alcaos político hubiera sucedido un gobierno organizado, si bien imperfecto en susprimeros pasos, por lo menos bajo una forma favorable, susceptible de servircomo base a la futura grandeza de América.

Balcarce, que se había procurado transportes en San Nicolás, embarcó sustropas y vino río abajo hasta Buenos Aires. Ya era muy entrada la noche cuandodesembarcó, y marchando de inmediato a la plaza, formó sus tropas, reunió en elcentro a los coroneles y capitanes y les dirigió una arenga sobre la ominosasumisión a que había sido reducida la ciudad y su territorio, tan gloriosos otrora.Protestó que estaba todavía en condiciones de rescatar con sus fuerzas a sushabitantes de las manos de sus enemigos y restaurarlos a su antiguo poder.

Soler, French, Pagola y varios otros oficiales del nuevo gobierno se hallabanpresentes, pero consideraron inoportuno el momento, e inadecuado el lugar, paradefender las últimas medidas adoptadas o para discutir sus ventajas, y así, seretiraron tan pronto como se los permitió su decoro. La elocuencia del generalBalcarce logró el efecto deseado en aquella reunión militar. Estaban todos muyorgullosos de su comportamiento anterior y conscientes de sus méritos, lo que leshacía considerarse acreedores a mucho más, por la conducta demostrada enCepeda. Después de algunas especiosas promesas de pago, etc., oficiales ysoldados consintieron en acompañar a Balcarce y en la mañana siguiente éste fuereconocido en el Cabildo como capitán general de la provincia, etc.6 Lacorporación del Cabildo no pudo resistirse a Balcarce, los votos emitidos fuerontodos forzados porque el vestíbulo estaba lleno de oficiales y frente al Cabildo,como en toda la plaza, se hallaban filas de soldados, listos para entrar en acción,caso de surgir una dificultad cualquiera contra su jefe.

Sarratea, Soler, Bellino, French, Pagola, Martínez y todos los oficiales deBuenos Aires, excepto los pertenecientes a los dos batallones de Balcarce, setrasladaron al Pilar, donde Ramírez todavía permanecía con doscientos hombres.Yo me contaba entre esos oficiales.7 Estuvimos dos días en el Pilar y durante esetiempo se nos reunió un gran número de ciudadanos de Buenos Aires, quehabían seguido a Sarratea y sus oficiales, demostrando de ese modo su adhesiónal gobierno.

Con un cuerpo de doscientos soldados, muchos oficiales y un grupoheterogéneo de ciudadanos, nos pusimos en marcha hacia Buenos Aires y en dosdías llegamos a los suburbios de la ciudad. Esa misma noche, Carrera y Ramírez,con una guardia de cuarenta hombres, entraron en Buenos Aires einmediatamente se les reunieron la artillería, los dragones y los regimientos degranaderos. Los cívicos y la mayor parte de los ciudadanos se unieron a nosotrosen los corrales de Miserere, esa misma noche.

Balcarce, viendo que todos los ciudadanos y soldados —menos los

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batallones que le pertenecían—, le abandonaban, se encerró en el Fuerte; sussoldados, que dos días antes habían jurado sostenerlo, vieron ahora que eratotalmente imposible hacerlo y pensaron en rendir la fortaleza. Sin embargo, losmuros estaban defendidos por algunas partidas que hicieron fuego sobre unospocos soldados que se divertían en galopar frente a ellos. Balcarce, Rolón, Vidal yunos pocos más escaparon por una puerta privada que daba sobre el río, y allí seembarcaron en un bote, después de apoderarse de $ 14.000 que estaban en lascajas del Estado, a fin de costear sus gastos en Montevideo, o dondequiera losllevara su mala fortuna.

Tan pronto como se supo en el Fuerte la fuga del gobernador y de susprincipales oficiales, enviaron desde allí un parlamentario a los jefes federales,proponiendo la rendición y solicitando el indulto, lo que se les garantizó. Seabrieron entonces las puertas de la fortaleza, de par en par, salieron las tropas, yformaron en las filas de Soler.

Todos los asuntos de gobierno se organizaron nuevamente según lodeterminado en la Convención del Pilar. Una vez la ciudad tranquila, Ramírez seretiro a los Santos Lugares, donde acampó durante seis o siete días. Carrerapermaneció en Buenos Aires con Sarratea, lo que le permitió sacar todos lossoldados chilenos de los regimientos en que servían, y con ellos y unos pocosoficiales, el coronel Benavente formó un regimiento de húsares que tuvo comocuartel una espaciosa casa de campo, situada como a una legua de la capital.

Alvear, que había precedido a Pueyrredón en el gobierno de Buenos Aires,consideró oportuno el momento para volver de su destierro, pero a su llegada aBuenos Aires fue arrestado por Soler. 8 Alvear había servido con Carrera enEuropa, donde vivieron juntos, en términos de amistad íntima y esa intimidad sehabía renovado cuando residieron en Montevideo. Este fue el motivo de queCarrera le hiciera poner en libertad, haciendo valer su influencia paraencumbrarlo en Buenos Aires.

Por otra parte, como Alvear fue el primero en formar el ejército de BuenosAires sobre una base respetable y el único director que pagó siempre lossoldados, no halló muchas dificultades para tramar una revolución. Todas lastropas se congregaron en el Retiro, en los suburbios, y proclamaron general aAlvear, deponiendo a Soler.

Entonces los cívicos, bajo el mando de Soler, su jefe favorito, tomaronarmas contra Alvear y el ejército de línea, que abandonó la ciudad viniendo anuestro campamento con la esperanza de que Carrera tomara partido en sufavor, o le prestara algún apoyo en la revolución. Ramírez iba en marcha rumboa Entre Ríos, donde se hacía necesaria su presencia y su ejército, porque Artigasdirigía sus marchas a la frontera de la provincia. 9 Nosotros estábamos tambiénpara marchar, al día siguiente, con destino a Santa Fe, donde Carrera habíaresuelto acampar durante el invierno.

Alvear pidió a Carrera que retornara a la ciudad y le hiciera reconocer comojefe del ejército porteño. Carrera se rehusó a tomar parte alguna en esarevolución, pero le hizo presente que, en caso de verse obligado a huir, él podríaretroceder a prestarle auxilio. Las tropas de Alvear, viendo que Carrera no lesprestaba apoyo, pensaron en abandonar a su jefe y entregarse a Soler quemarchaba tras ellas con sus cívicos.

Algunos pocos subalternos encabezaron a los soldados, y en la mañanasiguiente, al pasarse revista, usurparon el mando, diciendo a los oficialesrestantes de Alvear, que podían optar entre seguir con sus respectivos batallones

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o permanecer al lado de Alvear. Con esto, iniciaron el regreso a Buenos Aires.Alvear pidió a Carrera que les cortara la retirada, pero éste insistió en nocomprometerse por cuestiones ajenas y de esa manera, los batallones de Alvearse retiraron sin ser molestados. Alvear, con siete coroneles y cuarenta y sieteoficiales, incluyendo tenientes coroneles y mayores, siguieron nuestro regimientocon sus asistentes y unos pocos soldados que no quisieron volver a Buenos Aires.

Ramírez prosiguió sus marchas a Entre Ríos y nosotros nos dirigimos aSanta Fe. Nada ocurrió en la marcha digno de mencionarse. Acampamos en elRincón de Grondona, ángulo de tierra formado por la confluencia de los ríosCarcarañá y Paraná, cubierto de bosques, y con muy buenos pastos para nuestroganado y caballadas. Los oficiales de Alvear, que se hallaban bajo nuestraprotección, formaron su campamento como a una legua más abajo de nosotros,en la costa del río Paraná. Ramírez atravesó el río, hacia la Bajada, donde fuerecibido con toda clase de demostraciones de alegría por sus convecinos.

Permanecimos dos meses en nuestro campamento, y durante ese tiempo,los soldados hacían ejercicios de caballería y se ensayaban en las cargas y otrasmaniobras. Subieron por el río dos bergantines y algunos botes armados,conduciendo armas, municiones, vestuarios y dinero, que venían dirigidos aCarrera y destinados a nuestro regimiento. Las armas, municiones y vestuariosque sobraron, fueron obsequiados a Ramírez por Carrera, y los oficiales ymarineros quedaron en los barcos para auxiliar a Ramírez en el río.

Mientras estábamos en ese paraje, vino a nuestro campamento un capitán,de Buenos Aires, con cartas del coronel Dorrego, informando a Carrera de queSoler había depuesto a Sarratea por medio de una revolución y los habitantes dela ciudad se veían reducidos al estado más miserable que hasta entonces habíansoportado. 10 Soler se había proclamado Capitán General de la provincia,marchando a Lujan, con nuevas tropas organizadas, había formado uncampamento, a una legua más o menos de la ciudad, donde ejercitaba sustropas, y había obligado al Cabildo de Buenos Aires a imponer al pueblo unacontribución semanal para pago y sostén de su base militar. Llegó también unoficial francés, con correspondencia de Chile, solicitando inmediato auxilio deCarrera en favor de ese país para apoyar una revolución que había de estallar tanpronto como se supiera que él se encontraba al frente de una fuerza cualquiera.Como la estación estaba muy avanzada para cruzar los Andes, losrevolucionarios se vieron obligados a desistir y un pariente lejano de Carreradenunció el plan a O’Higgins, lo que trajo como consecuencia que varias personasde las más espectables fueran desterradas a diferentes sitios, y cuarenta de losprincipales oficiales comprometidos, cargados de grillos, fueran llevados a NuevaGranada, con cartas para Bolívar, dándole cuenta de los delitos que habíancometido. Ofrecíasele a Bolívar una indemnización por parte de Chile, por todoslos gastos que se hicieran para guardar los reos en prisiones seguras. Los dichosoficiales eran adictos a las libertades de su patria, y si bien esto en Chileconstituía delito, en Colombia era la mejor recomendación que pudieranpresentar. De manera que, no sólo no continuaron engrillados, sino que deinmediato se vieron libres de la carga que soportaban y se les proveyó de todo lonecesario. Los oficiales que quisieron entrar al servicio de Colombia, obtuvieronun destino, inmediatamente. Bolívar respondió, como contestación al oficio deO’Higgins, que proveería de todo lo necesario a la seguridad y comodidad de losinfortunados oficiales en todo lo que estuviera a sus alcances, sin aceptar de Chileninguna indemnización, agregando que todos aquellos americanos de mérito queChile considerase como una amenaza o una carga, pedía que se mandaran aColombia, donde encontrarían siempre seguro asilo. A esto añadía que, el suelo

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de los Provincias Unidas y Chile, ya se había manchado bastante con la sangrede ciudadanos y soldados dignos. Esta contestación de Bolívar, pareció sonarmuy mal en los oídos de un gobierno acostumbrado únicamente a la lisonja yaunque salieron, después, muchos exilados de Chile, ninguno fue mandado aColombia porque este país perdió todo crédito para el gobierno chileno, comolugar de destierro.

El regimiento N.° 1, de los Andes, cuyo coronel era Al­varado, había sidodejado en San Juan, a don Juan Rosas, 11 gobernador de la ciudad. Se componíade cuatrocientos dragones y quinientos hombres de infantería ligera. Estos sedeclararon independientes de San Martín, depusieron al gobernador Rosas, y, apedido de la ciudad, colocaron en su lugar a don Mariano Mendizábal que sedeclaró inmediatamente en favor de Carrera, enviando al Teniente CoronelMorillo con despachos en los que le invitaba a establecer sus cuarteles de inviernoen San Juan y le ofrecía alojamiento, provisiones, dinero y fuerzas auxiliares paracruzar los Andes en la primavera próxima, siempre que tales auxilios le fuerannecesarios.

Ramírez también mandó un Ayudante a nuestro campamento, pidiéndole aCarrera que cruzara el Paraná, porque Artigas había iniciado las hostilidades 12.De esta suerte, Carrera tenía en su campamento cuatro embajadas al mismotiempo, todas las cuales solicitaban su ayuda en sitios diferentes: Buenos Aires,Chile, San Juan y Entre Ríos.

A Chile no podría pasar hasta la primavera, en San Juan su presencia noera necesaria, y además no parecía bien marcharse a pasar el tiempo en el ocio yla inacción, dejando a su amigo Ramírez envuelto en una guerra peligrosa. Suexperiencia le decía que en Buenos Aires le sería fácil restaurar las cosas a suestado anterior en poco tiempo, porque los porteños se mostraban dóciles enextremo cuando los amenazaba de cerca el enemigo. Por el contrario, creía que laguerra entre Ramírez y Artigas sería larga y cruenta. En consecuencia, se dispusoa marchar en ayuda de Buenos Aires, donde esperaba dejar todo pacificado en elplazo de un mes, a lo más, y después cruzaría el Paraná, con todas las fuerzasque pudiera reunir para auxiliar a Ramírez. Don Estanislao López, gobernador dela provincia de Santa Fe, entró también en la empresa y acompañó a Carrera concuatrocientos hombres.13 Antes de marchar a Buenos Aires se mandaron algunospertrechos a nuestros aliados de San Juan, porque se hallaban en peligro de seratacados por una fuerza que se estaba levantando en Mendoza.

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