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REGLAS PARA INTERPRETAR LA LEY -HERMENÉUTICA JURÍDICA-
Aunque parezca que hoy en día basta con la interpretación constitucional, lo cierto
es que la vida de las personas transcurre entre necesidades, negocios y servicios
que requieren muchas veces interpretaciones jurídicas concretas y modestas, no
siempre sustentadas en teorías constitucionales. El incremento del canon de un
arriendo, un mal servicio en un hotel, el incumplimiento de una oferta comercial, por
ejemplo, son temas legales, que pueden escalar a nivel constitucional, pero no al
contrario, no es el debate constitucional el que primero emerge frente al incremento
del canon, el mal servicio del hotel o el incumplimiento de una oferta.
No significa lo anterior que las dos formas de interpretar no estén estrechamente
relacionadas, pero es necesario distinguirlas, por lo que empezaremos por la
interpretación de la ley de tradición privada, y dejaremos para más adelante la
interpretación pública o constitucional.
La hermenéutica jurídica le debe a Emilio Betti una de las primeras
fundamentaciones de los instrumentos interpretativos en el Derecho dentro del
campo privado. Dicha fundamentación, aunque hoy un poco olvidada, sigue siendo
clave por su sencillez.
La interpretación, según Betti, se ubica entre dos campos: el campo del objeto y el
campo del sujeto. Una detallada explicación de tales campos se encuentra en los
“Cánones de la interpretación”, una de las partes más importantes de la famosa
El presente texto corresponde al Capítulo IV del libro Interpretar, Argumentar
y Persuadir de Javier Arias Toro.
Teoría de la Interpretación, de Betti. Para nuestro lector es suficiente tener en
cuenta lo siguiente.
Dentro de los cánones atinentes al objeto, nos recuerda Betti la célebre carta de
Pablo a los Corintios, en la cual el apóstol dice textualmente:
“La letra mata, más el espíritu vivífica”1.
Se encuentra en este pasaje la invitación a ir más allá de la palabra, dándole
superioridad al pensamiento, al espíritu sobre la letra. Esta tradición extrae el
sentido como trabajo hermenéutico, y considera el contenido extraído como
inmanente, según su necesidad interior, así como la coherencia y racionalidad de la
ley. Betti entiende el sentido propio contenido en el espíritu de la ley, como un objeto
propio y completo, y lo califica como el canon de la autonomía. En este canon
encuentra plena conformación el ideal del conocimiento. En esta línea, otra
exigencia atinente al objeto, es la afirmada por Celso, según el cual:
“Es contra derecho juzgar o responder en vista de alguna parte pequeña
de la ley, sin haber examinado toda la ley” 2.
El pasaje de Celso da razón de la importancia del contexto. Según Betti, dicho
canon exige no solo entender la palabra en su contexto y el texto en su integridad,
sino “profundizar el sentido encuadrándolo, como en un todo, en otras
manifestaciones de la personalidad del autor (…)”3. Se exige así la correlación entre
todas las partes del discurso, como del pensamiento, para que la parte ilumine el
todo y el todo a la parte.
1 2ª Corintios 3: 4-6 2 BETTI, Emilio, Teoría de la interpretación jurídica, Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 2007, pág. 30. 3 Ídem, pág. 31.
Esa correlación entre la parte y el todo, al sentir del autor italiano, responde a una
necesidad del espíritu e incluso del sentido común. La comprensión se va
extendiendo y perfeccionando con la misma extensión del discurso, y al final se
obtiene el sentido total del espíritu. Vemos, en otras palabras, la confirmación
clásica de la interpretación a partir del texto, del contexto y del espíritu.
Ahora, en el campo del sujeto, Betti se vuelve más audaz, al precisar que la
condición subjetiva del intérprete es esencial, pues la operación de interpretar no es
mecánica, como si se tratara de sacar un líquido de un recipiente, sino que el sentido
es algo que “el intérprete debe reconstruir con su sensibilidad e inteligencia, con las
categorías de su mente, con su intuición y con la fuerza inventiva de su educación”4.
Un componente subjetivo, por ejemplo, es el que Betti llama la espontaneidad del
intérprete: Es necesaria la apertura mental del intérprete que permita ponerse en la
perspectiva justa, favorable para descubrir. Es la actitud hermenéutica por
excelencia la que se destaca en esta parte, la cual tiene un componente ético, pues
se debe llegar a la interpretación con buen ánimo, como dice Betti, para entender al
magnánimo y al apasionado, como al pequeño y al mezquino.
Dejando de lado a Betti, lo interesante es que, desde hace mucho tiempo, bajo esa
tensión de lo objetivo y el subjetivo, se han construido los esquemas de
interpretación que reconocen la mayoría de legislaciones. Pero hay más, bajo dicha
tensión siguen chocando las corrientes contemporáneas de la hermenéutica jurídica
para explicar el fenómeno de la interpretación: una corriente ve la interpretación
como una actividad mediante la cual el intérprete detecta y determina el significado
del texto; mientras que la otra ve la interpretación como una actividad en la que el
intérprete adjudica el significado. La primera será una actividad cognoscitiva, la
segunda será una actividad decisoria5. Los primeros sostienen que es posible
detectar la intención o el espíritu determinado en la ley (intencionalistas), mientras
4 Ídem. pág. 39. 5 MENDOCA, Daniel, Las claves del derecho, Editorial Gedisa, Barcelona, 2000, pág. 154.
que los segundos consideran que es el intérprete quién adjudica tal intención o
espíritu (constructivistas). Esta dualidad se enmarca, en términos generales, en la
confrontación entre los positivistas, que consideran la ley como autosuficiente para
resolver todos los casos, desconectada de valoraciones morales, y los que critican
la visión positivista, al ver que la ley no es suficiente para la justicia. Aunque es una
vieja discusión, los abogados conocen la nueva reformulación de la controversia
como la discusión Hart - Dworking, en la que el primero representa el positivismo
duro y el segundo una vía reconstructiva.
Las legislaciones en su evolución han ido incorporando, al lado de los viejos
métodos, los nuevos, y coexisten todos bajo un orden más o menos riguroso, que
debe respetar el intérprete. En Colombia, por ejemplo, se conocen como reglas para
interpretar y aplicar la ley. Hoy en día, las democracias liberales han querido
diferenciar la ley, en sentido tradicional, de la Constitución, en sentido moderno. La
ley se refiere a las codificaciones y reglamentaciones locales, de influencia europea,
emparentadas con el derecho romano y receptoras de procedimientos formales
antiguos. Por Constitución se refieren a las constituciones posteriores a la Segunda
Guerra Mundial, las cuales tienen como ideal el triunfo de los derechos humanos a
nivel global.
Con base en esta diferencia, muchos autores hablan de interpretación legal para
referirse a la interpretación de la ley, y de interpretación pública o constitucional para
referirse a la que atañe a la constitución. Se trata de una diferencia apenas
metodológica, pues en el fondo los problemas de interpretación son los mismos y
comparten las mismas reglas de solución. Pero para ilustrar al lector y evitar
confusiones, es sano recordar que en la práctica los primeros hablan de
interpretación de la ley, los segundos de argumentación constitucional, así mismo,
los primeros hablan de escuelas, los segundos de argumentos.
Dejamos para la segunda parte del libro los instrumentos argumentativos utilizados
por la hermenéutica pública o constitucional, para que el propio lector deduzca sus
diferencias o similitudes con la interpretación legal. Lo que sí vale la pena resaltar
desde ahora es que la interpretación constitucional se asume abiertamente como
una técnica argumentativa, mientras que la legal tiende a verse como una
experiencia teórica de atribución de significados6.
Veamos entonces las reglas para interpretar la ley. Vengan del ámbito objetivo o
subjetivo, las leyes civiles de casi todos los países herederos de las leyes europeas
adoptaron en sus inicios los tres niveles de interpretación mencionados, el literal, el
de la intención del autor y el de contexto, y a partir de ellos construyeron
clasificaciones y subdivisiones. Igualmente, emergieron alrededor de estos niveles
métodos como el histórico u otros más actuales como el del fin social, o científico.
Con esta materia prima el derecho ha desarrollado lo que se conoce como escuelas
o métodos de interpretación jurídica, los cuales vale la pena repasar, aunque sea
rápidamente, porque son los que siguen usando en los debates judiciales.
4.1 MÉTODO LITERAL O EXEGÉTICO
El primer sentido al que acude el intérprete es al sentido literal de las palabras.
También se le llama exégesis o método exegético. El significado básico lo dará el
diccionario y el sentido común de la expresión. Si este es claro, no hay por qué
buscar otro sentido. Ahí acaba la interpretación.
Por una tendencia a considerar que las ideas recientes son mejores que las
pasadas, es común creer que la interpretación exegética es cuestión del pasado,
cuando en verdad se usa siempre que el sentido de las palabras es claro y no
requiere mayores análisis. Lo que sucede es que el sentido literal puro y simple es
casi imposible que exista como tal, del modo en que lo creían los intérpretes
6 Una prueba de que la argumentación constitucional trabaja exactamente los mismos contenidos que la interpretación legal la aporta Francisco Javier Ezquiagua Ganuzas, quien en su libro La argumentación en la justicia constitucional, trabaja los mismos esquemas de interpretación (aplicados a la constitución española) expuestos por el genovés, Giovanni Tarello, en su libro clásico, La interpretación de la ley.
formados en la escuela de la exégesis. Como lo advertimos, en todo caso, se debe
tener cuidado con las palabras, pues resultan ser más que palabras.
Tomemos una oración aparentemente clara como la siguiente:
Un seguro colectivo es más económico que un seguro individual.
La oración contiene una parte informativa ciertamente, en la cual el usuario entiende
que a mayor volumen de asegurados el costo de una póliza desciende frente al
costo de una póliza individual. Estudiosos como Ascombre y Ducrot fundamentan
desde sus investigaciones lingüísticas7 hechos problemáticos que suceden al
interior de la lengua y que el análisis literal no puede superar dentro de su propio
método, a saber: que los enunciados adquieren una significación más fuerte que su
significación literal8.
Lo que nos informa el sentido literal de la oración propuesta es la diferencia de
precios, más exactamente la desigualdad en los valores de una póliza. ¿Pero en
qué momento el menor valor, la inferioridad de una opción, resultó tener una
significación más fuerte que la simple desigualdad? ¿Existe entonces una
graduación de los significados literales? No es así. Lo que sucede es que el
enunciado no se puede interpretar únicamente desde su función informativa.
Como lo explican los especialistas existen tres fases en la lengua. La sintaxis, o fase
sintáctica, en la que son ineludibles unas reglas gramaticales de formación de la
oración para obtener una estructura lingüística correcta. La fase semántica, en la
que se establece el significado de la oración y se determina la verdad o falsedad de
la misma respecto de las condiciones que debe cumplir según lo informado por el
enunciado; y la fase pragmática, en la cual la oración se presenta como un
fenómeno social que tiene efectos positivos o negativos para quien la usa, y tiene
7 ASCOMBRE, Jean-Claude y DUCROT, Oswald, La argumentación en la lengua, Editorial Gredos, Madrid, 1994. 8 Ídem. pág. 42.
que ver con el hecho de determinar si la oración es apropiada o no a la situación a
la que hace referencia.
Para Ascombre y Ducrot resulta insostenible ver cada fase de la lengua como una
fase independiente una de la otra; por el contrario, “en la mayoría de enunciados
hay ciertos rasgos que determinan su valor pragmático independientemente de su
contenido informativo”9. Incluso la pragmática puede determinar a la semántica. Lo
que al final proponen estos autores de modo relevante, es que la lengua en sí misma
tiene un rasgo argumentativo, lo cual explica que numerosos enunciados no se
puedan emplear “sin pretender orientar al interlocutor hacia un tipo de conclusión”10.
Volviendo al ejemplo de los seguros, el sentido literal no debe verse como una
condición de verdad sino como una condición argumentativa, porque el sentido
literal no se reduce a una mera descripción, sino que el comparativo de igualdad
resulta ser una conclusión de intención típicamente argumentativa. La lengua y la
argumentación, según los autores, no están separadas11
Entonces el nivel literal será útil en aquellos enunciados que puedan ser despojados
de valoraciones pragmáticas, o, si hemos de aceptar estas valoraciones, debemos
estar de acuerdo mutuamente en ellas. Pero un fenómeno cierto, en este sentido,
es que desde tiempos remotos el intérprete ha luchado con el problema de la
oscuridad y la ambigüedad de las palabras y, más aún, con establecer su verdad o
falsedad. La claridad pareció siempre frágil ante la oscuridad, y siempre se ha
pensado que detrás de la palabra hay un espíritu que la pronuncia. No obstante, no
se confunda el lector al creer que el espíritu que ha de aparecer para derrotar el
sentido oscuro de la palabra, es un espíritu ajeno a la palabra, proveniente de otro
mundo. No, se trata del mismo espíritu que creó la palabra. Un ejemplo dentro de la
religión cristiana se da al considerar a la Biblia como la palabra de Dios.
9 Ídem. pág.31. 10 Ídem. pág.48. 11 Ídem. pág. 194.
San Agustín, antes de convertirse al cristianismo, en abril del año 386 de nuestra
era, fue un famoso profesor de retórica en África, más exactamente de dialéctica, la
cual él definía, siguiendo a Quintiliano, como la ciencia de discutir bien. Es conocida
la crisis de fe que sufrió el santo, pero debemos resaltar acá que su crisis surgió con
el problema de las palabras. En la ambigüedad se muestran muchas cosas, escribió
el santo, mientras que en lo oscuro no se muestra nada. Cuando es poco lo que se
muestra, la oscuridad y la ambigüedad son semejantes. Y ofrece un ejemplo: en la
noche no se ve ningún camino, mientras que al clarear el día ya es claro el trazado
de todos los caminos:
“pero se duda por cuál se debe caminar, no por oscuridad, sino por
ambigüedad”.
El anterior pasaje corresponde al capítulo de la oscuridad y los tres géneros de
oscuridad, contenidos en sus Principios de Dialéctica12.
El capítulo arranca con una frase determinante: “La oscuridad o la ambigüedad
impide que el oyente vea la verdad de las palabras”. Si las palabras le impidieron
ver la verdad, la conversión de San Agustín significó para Occidente la renuncia a
buscar la verdad en la expresión literal, y encontrarla mejor en su espíritu, que en
términos cristianos es la fe. Desde los comienzos, la Biblia se aceptó como un
cuerpo y un alma, pero la interpretación literal, o exégesis, nunca fue la forma
principal de interpretarla13, pues ¿cómo entender que Dios le haya dicho a la mujer
“siempre te hará falta un hombre, y él te dominará” o que haya querido exterminar
con el Diluvio Universal a toda la humanidad, o que hiciera llover azufre ardiendo, o
que hubiera ordenado a Abraham que matase a su hijo?
El ejemplo de San Agustín ilustra cómo, desde tiempos remotos, la palabra se ve
como algo limitado. Así como el santo renunció a la palabra escrita y buscó la verdad
12 HIPONA, Agustín de, Principios de Dialéctica, Universidad de los Andes, Bogotá, 2003, pág. 83 13 AMSTRONG, Karen, Historia de la biblia, Editorial Debate, Bogotá, 2008.
en el espíritu, hoy en día el debate no recae sobre la verdad, sino sobre la
conveniencia o inconveniencia de un enunciado, por lo que se puede afirmar que la
claridad de las palabras depende del uso que le den a estas quienes se sirven del
enunciado. Mejor dicho, no hay una luz oculta detrás de la oscuridad de las
palabras, sino que serán los usuarios los que establezcan la intensidad de la luz
que aplicarán a las palabras. El sentido literal sigue siendo útil si se está de acuerdo
en que todos los involucrados en la interpretación le darán a determinada palabra
el mismo sentido, de lo contrario sirve muy poco. El asunto radica en medir el valor
pragmático o argumentativo con que se cargue determinada expresión.
Si la cláusula de un contrato de compraventa de mercancías estipula como plazo lo
siguiente:
La mercancía se entregará a los 30 días.
Nadie habrá de negar la claridad sintáctica de la expresión, pero será la calidad y la
intensidad de luz que apliquen las partes sobre la oración lo que permita abrir o
cerrar la entrada de la oscuridad con que se presenta el nivel semántico. La
valoración argumentativa inicia cuando se hacen las siguientes preguntas: ¿A los
30 días a partir de cuándo?, ¿del pago de la mercancía?, ¿de la firma del contrato?,
¿de una fecha determinada?, ¿Cómo se contarán los 30 días, corridos o hábiles?,
¿Qué pasa si el último día cae en domingo?
Supóngase ahora la palabra hijo. La palabra es reconocida fácilmente por todos, sin
embargo, los intérpretes deben ponerse de acuerdo si se habrán de aplicarla a Juan,
quien sostiene que es hijo de Carlos y no de Ernesto. La palabra en sí no es
imparcial o neutra, ya no depende de su mero significado literal, sino que será
necesario acudir a otros niveles y correspondencias: será un juez quien defina si a
Juan se le aplican o no los efectos legales de la palabra hijo, respecto de Carlos.
El aporte que hicieran los ingleses al lenguaje en la mitad del siglo XX, y que aún
hoy influye en los estudios analíticos, tiene buena relación con lo que deseamos
explicar. Nos referimos especialmente a las conferencias que impartió J.L Austin
en Harvard, cuando planteó su diferencia famosa entre las expresiones descriptivas
y las realizativas14. Aunque hoy parece obvio, vale la pena recordar que una
expresión como:
El árbol está en mi jardín.
No es equivalente a una expresión como:
Debes respetar la propiedad del vecino.
La primera enuncia un hecho, mientras que la otra implica un deber, y este se
cumple mediante formas y procedimientos que enseñan a reconocer las fórmulas
sociales que satisfacen las exigencias de respeto. Formular un deber presupone
una serie de acciones que lo colmen, y esas acciones generan otros derechos y
otras obligaciones.
Para los abogados, muchas de las palabras que suponen derechos, deben ser
llenadas con formalidades (títulos, escrituras o registro en oficinas públicas) lo que
demuestra una vez más que la claridad del lenguaje no existe en sí, sino que el
lenguaje está sometido a unas reglas de uso y acciones específicas que le definen
su sentido. Solo hasta que se revisa el sentido podemos hablar de claridad. La
palabra propiedad, por ejemplo, hace parte de lo que Olivecrona llama la función
técnica de las palabras huecas15, como muchas otras palabras que no denotan
realidad alguna. Con esto deseamos decir que multitud de expresiones resultan
estar vacías.
14 AUSTIN, John Langshaw, Cómo hacer cosas con palabras, Barcelona, Editorial Paidós, 1990, pág.47 15 OLIVECRONA, Karl, Lenguaje jurídico y realidad, Editorial Fontarama, México D.F., 1999, pág. 34.
Por lo anterior, para el intérprete es crucial tomar conciencia de las funciones del
lenguaje, porque con un mismo enunciado se puede informar algo, pero también se
puede expresar un sentimiento, o se puede ordenar algo. Un aviso puesto al frente
de la entrada de un predio, que diga ¡Cuidado, perro bravo!, informa de un peligro,
pero también expresa que no hay un gusto por el ingreso libre de visitantes, y, aún
más, ordena respetar la propiedad ajena. El intérprete debe escoger la función del
lenguaje con que interpretará la expresión; esperamos, en el ejemplo, que no se
quede con la función puramente informativa, pues el perro no tiene problemas de
interpretación.
Con lo anterior podemos afirmar que la claridad como la oscuridad, en materia de
lenguaje, solo existe de acuerdo a la valoración argumentativa que le den los
intérpretes. No obstante, que la ley acuda a la claridad como criterio básico, así
como acude a la presunción de la buena fe natural del hombre, es una necesidad
lógica para que la ley opere en la práctica.
Conforme a lo dicho, el criterio literal o exegético se da cuando el intérprete usa el
significado inmediato y directo de las palabras, y el interlocutor acepta tal sentido,
eliminando cualquier ambigüedad. El legislador, para fomentar el acuerdo, prefiere
definir él mismo, y no dejarlo al intérprete, varias de las palabras legales más
comunes, lo que obliga en los asuntos legales a tener en cuenta tal definición, antes
que cualquier otra. Así, por ejemplo, la ley define la palabra persona, niño, púber,
impúber, adulto, hijo, culpa, dolo, fuerza mayor, caso fortuito, entre otras.
La ley civil adopta el sistema literal de interpretación bajo la perspectiva de evitar al
máximo intromisiones ajenas al razonamiento jurídico. En Colombia está contenido
en el artículo 27 del Código Civil, según el cual:
“Cuando el sentido de la ley es claro, no se puede desatender su tenor
literal a pretexto de consultar su espíritu”.
La interpretación literal o exegética resume históricamente la visión del derecho del
siglo XIX y parte del XX, conocida como la escuela de la exégesis: su objetivo era
la aplicación estricta y precisa de la ley, eliminando cualquier opción de
interpretación.
Lo que supone esta escuela es que la ley es suficiente para el juez. Tanto así que
en aquellos casos en que no exista ley aplicable, la solución se puede encontrar en
otra ley semejante (analogía). He aquí el ideal de un derecho positivo, a la manera
de una máquina perfecta que, después de combinar los hechos y las normas
respectivas, expide por una de sus ventanillas la sentencia. Este sueño viene desde
el siglo XIX, y se repite cada tanto. Aquí no solo se confirma el culto a la ley, sino
que se presume que conocerla es conocer el derecho y que su aplicación es solo
una mecánica deductiva. La visión exegética parte de la creencia en la plenitud del
ordenamiento jurídico, según la cual este es un sistema sin vacíos o
contradicciones, o que, de tenerlos, tiene dispositivos para rectificarlos. Al ser
autosuficiente, la aplicación de la ley para esta escuela resulta ser una operación
más mecánica que interpretativa.
Podemos decir que la interpretación literal cree en un sentido restringido de la ley,
delimitado por el significado literal, o incluso enriquecido con el espíritu que creó la
ley, y no cualquier espíritu, porque la ley se compone de letra y espíritu, como las
sagradas escrituras. Así que, si la interpretación de la ley se atasca con la limitación
gramatical, es decir, no encuentra la claridad de las palabras, puede pasar el
intérprete a un segundo nivel de interpretación, para encontrar la intención o el
espíritu, el cual corresponde al nivel lógico.
4.2 MÉTODO LÓGICO. INTENCIÓN O ESPÍRITU DEL LEGISLADOR
Cuando la expresión es problemática, no logra la claridad esperada o su sentido se
torna impreciso, se puede acudir a este segundo orden de interpretación. No debe
perder de vista el lector que el espíritu o intención a que hacemos referencia en
estos casos es el espíritu o intención de quien creó la ley o el enunciado: el autor.
Así, ampliamos la búsqueda de sentido, pero sobre el mismo objeto, la palabra o
expresión oscura, pero más allá de su significado gramatical, para entender la
intención de quien la creó.
Como lo anunciamos cuando vimos el nivel pragmático de la lengua, una
interpretación por naturaleza es la muestra de una intención; propone una manera
de ver aquello que se está interpretando, tanto una práctica social como un texto o
una pintura. El intérprete debe tratar de descubrir los motivos y propósitos de otra
persona, y desde este ámbito no podemos aspirar a que la interpretación sea
totalmente objetiva. Nadie puede sentir lo que el autor sintió, aunque sí reproducir,
en nuestros términos, lo que pudo sentir.
Se considera lógico el método porque intenta reconstruir mediante un razonamiento
válido el pensamiento que está detrás del texto legal. Este tipo de interpretación se
trabaja en dos formas: como recomposición de lo que rodeó al autor para expresar
lo que expresó en su momento (lógico-subjetivo), o como construcción del sentido
actualizado, es decir, lo que rodearía al autor si estuviera presente (lógico-objetivo);
responde específicamente a la pregunta: de estar aquí el autor, ¿qué hubiera dicho?
Como lo que se intenta interpretar es el texto de acuerdo al tiempo presente,
algunos lo llaman método de la evolución histórica.
Para el derecho positivo, el texto se confunde con la intención de quien la crea, y es
lógico porque desde los inicios ha considerado que la fuente principal del derecho
es la ley. Es decir, el derecho positivo no considera fuentes de derecho los usos, los
hábitos, las costumbres, las creencias, los acontecimientos sociales. Para el
derecho positivo, el derecho está hecho en la ley escrita. Y mediante la ley habla el
legislador. Un texto legal no vale nada por sí mismo, vale por la intención del
legislador. Si la letra escrita es la primera característica de la escuela de la exégesis,
la intención del legislador es la segunda. Un buen representante de esta escuela ni
siquiera aceptará la equidad, ni los principios generales del derecho como fuente de
derechos. En otras palabras, la fuente suprema del derecho positivo es la intención
del legislador. ¿En qué momento histórico se postuló esta ecuación? Justo cuando
se creó el primer código civil moderno, el Código de Napoleón. El lema de los
profesores del Código de Napoleón era la ley, pero nada más que la ley, y la
intención del legislador. Para ellos no era dable aceptar una voluntad distinta de la
voluntad del legislador. Por supuesto, una doctrina de este estilo resulta paralizante.
Debido a esta misma razón acierta Bonnecase cuando sostiene que “al esclavizar
el derecho positivo a la ley y a la intención del legislador, la escuela de la exégesis
necesariamente lo inmoviliza, lo reduce a la importancia, le impide alcanzar su fin”16.
Con todo, la búsqueda del significado literal de la palabra, como la búsqueda de su
intención, aún siguen vigentes en las legislaciones herederas de la francesa,
aunque ya no constituyen la forma de interpretación principal. Ante una palabra
oscura, establece el mismo artículo 27 de Código Civil colombiano, se puede recurrir
a su espíritu. Leamos el artículo completo:
“Cuando el sentido de la ley sea claro, no se desatenderá su tenor literal a
pretexto de consultar su espíritu.
Pero bien se puede para interpretar una expresión oscura de la ley, recurrir
a su intención o espíritu, claramente manifestados en ella misma o en la
historia fidedigna de su establecimiento”.
¿Con qué instrumentos cuenta el intérprete? El legislador indica generalmente estos
instrumentos, pues no son caprichosos ni están al arbitrio del temperamento del
intérprete. Para el caso colombiano está dispuesto que, dentro de la equidad natural
y la doctrina constitucional, la crítica y la hermenéutica sirven para fijar el
pensamiento del legislador (artículo 5 de la ley 153 de 1887).
16 BONNECASE, Julien, Introducción al estudio del derecho, 2da Edición, Editorial Temis, Bogotá, 2000, p. 141.
La expresión espíritu del legislador, que siguen utilizando los jueces, reafirma la
tesis según la cual la ley tiene una letra y un espíritu. Lo del espíritu puede ser una
mala copia de la exégesis bíblica, que ve a Dios como creador de los textos
sagrados, por lo que el legislador funciona como el creador de la ley. O simplemente
puede ser el espíritu del pueblo, que es la expresión usada por Savigny en
Alemania, para explicar cómo se forma el derecho. Para el concepto alemán
Volksgeist, el derecho no puede ser atribuido a un legislador, este simplemente
refleja o traduce en leyes el querer de la nación. Es el legislador el que se acomoda
al espíritu del pueblo, no al revés.
La idea del espíritu se puede rastrear hasta tiempos remotos: ya se encontraba en
Voltaire cuyo Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones data de
1756, o en Montesquieu, que publicó El espíritu de las leyes en 1747. Desde el
punto de vista estrictamente histórico, claro está, antes de la existencia del Estado
moderno y de la división de poderes, tenemos a un cuerpo de ciudadanos que dio
nacimiento a la democracia directa con base en el poder de darse sus propias leyes
y discutirlas. Nos referimos a la primera democracia de que se tenga noticia
humana, la griega, la cual se denominaba así misma con la palabra autonomía
(autos: por sí mismo; nomos: regla). Explica Cornelius Castoriadis que cuando un
gran historiador como Tucídides quería decir que una polis era democrática decía
precisamente que sus ciudadanos eran autonomio, autodikoi, autoteleis. “Es
autónomos quien se da así mismo sus leyes, y nos las recibe de otros. Una ciudad
autódikos se juzga a sí misma, es decir tiene sus propios tribunales, que son la única
instancia encargada de velar por la observancia de las leyes. Y es autotelés en la
medida en que se autogobierna”17.
Ser ateniense era contar con leyes y discutir sobre ellas. Poder hablar, debatir,
estudiar. La educación democrática original ponía en cabeza del ciudadano, antes
17 CASTORIADIS, Cornelius, La ciudad y las leyes, lo que hace a Grecia II, Seminarios 1983-1984, La creación humana III- México, D.F., 2012, Fondo de Cultura Económica, pág. 89.
que en cualquier otro, el poder de hacer sus leyes y de interpretar su fin. ¿Cuál era
el fin de una democracia como la ateniense? Como lo dijo un griego típico como
Pericles, además de la belleza y la sabiduría, amar el bien común y la ciudad.
Lo relevante es que desde siempre existió una ilusión más allá de la letra de la ley,
en búsqueda de una intención o una voluntad, la de Dios, la del pueblo, la del
legislador, la de la razón, la de la lógica, la del propio intérprete. En últimas, quizá
sea la necesidad del ser humano de conectar sus actos con ideales generales de
justicia, o de valores universales que lo expliquen como un ser trascendente y no
como una criatura simplemente de paso.
En sentido práctico, la intención se presenta como un acuerdo sobre la sensatez del
juicio que consideramos apropiado para aplicar la ley, en otras palabras, es un
consenso sobre la manera más razonable de entender lo que es, pudo ser o sería
la voluntad de quien hizo la ley. Puede identificarse con los motivos históricos que
la generaron, o con los motivos actuales que la justifican. El intérprete asigna esa
voluntad original o actual al autor de la ley, porque es el autor el único legitimado
para responder por lo que quiso decir.
Como sucede con la claridad, no existe un descubrimiento empírico de la intención
o del espíritu ocultos detrás de la oscuridad, o la atribución de una luz dirigida desde
el foco de quien lee el texto, simplemente el intérprete llega a la probabilidad racional
más atendible de lo que pudo haber deseado quien creó la ley, bajo el entendido de
que deseó lo mejor. ¿Ese ejercicio, en principio hipotético, cuándo se torna útil?
Cuando la hipótesis interpretativa del intérprete avanza mediante un
encadenamiento argumentativo válido, y logra que el destinatario se persuada de
que es razonable, conveniente y aceptable. El carácter argumentativo que subyace
en la interpretación es lo que determina el tipo de interpretación que ha de usar el
intérprete.
Como se ha dicho, el método lógico de interpretación busca la intención o espíritu
de la ley o las relaciones lógicas que unen sus diversas partes. Se dirige a investigar
el propósito perseguido por la ley, esto es, la razón que la justifica, o las
circunstancias particulares del momento histórico que determinaron su creación.
Un ejemplo concreto de este método interpretativo se encuentra en el análisis que
hizo la Corte Constitucional del artículo 22 de la Ley 42 de 1993. Esta ley regula la
forma en que los entes de control vigilan los recursos públicos en las distintas
entidades del Estado (control fiscal). El artículo 22 establece que la vigilancia se
hace teniendo en cuenta si la entidad pública cuenta con aportes o con participación
del Estado. Hasta entonces nadie sabía realmente cuál era la diferencia entre un
aporte y una participación del Estado, así que la Corte Constitucional adoptó una
interpretación histórica, pues ni una interpretación literal ni sistemática permitía
conocer el sentido de tales expresiones. Así, la Corte como intérprete autorizado
está facultada para trasladarse a los antecedentes de la ley y buscar su espíritu. Al
estudiar el proyecto de la ley en cuestión, la Corte descubrió que los legisladores
habían pensado en la palabra participación para referirse a las Sociedades de
Economía Mixta (sociedades con capital público y privado) y todas aquellas en que
el Estado tuviera participación en el capital de la empresa. La vigilancia de estas se
limitaría entonces a verificar que tales empresas hubieran recibido parte del capital
del Estado18. La Corte, al acudir al espíritu de la norma mediante una interpretación
histórica, interpretó que por participación se debe entender la entrega de dineros
que el Estado efectúa para integrar el capital y convertirse en socio de una entidad,
mientras que el término aporte hace referencia a aquellas entregas de dineros
estatales que no entran a formar parte del capital de la empresa, sino que se
efectúan para el cumplimiento de un proyecto o programa específico, como por
ejemplo en un contrato19.
18 Corte Constitucional, Sentencia C-065 de 1997, M.P. Jorge Arango Mejía y Alejandro Martínez Caballero. 19 Ídem.
4.3 MÉTODO CIENTÍFICO O DEL FIN SOCIAL
Frente a lo estática que resulta la interpretación exegética, surgió en Francia la
escuela científica, representada por Geny y difundida por Julien Bonnecase.
Aunque sus autores reconocen el alcance limitado y objetivo del texto, consideran
que el verdadero sentido se alcanza cuando se combina el texto con el fin social
perseguido en el momento de la creación de la ley. Texto y fin social son los factores
que se han de tomar en cuenta el intérprete para interpretar la ley. El texto es un
elemento fijo, el fin social es un elemento móvil, el cual permite tratar de manera
flexible la ley. Con este sistema el texto no se reduce a la intención del legislador,
sino que la norma entra en contacto con la realidad social que la reclama. Así,
interpretar bajo su fin social una palabra tan antigua como servidumbre20, permite
entenderla ahora no solo en su carácter rural y agrícola, sino también dentro del
mundo urbano moderno, o una palabra veterana como culpa, no representa solo la
conducta imprudente de un individuo, sino que puede representar la responsabilidad
social de una empresa al no cumplir estándares internacionales de calidad.
4.4 MÉTODO SISTEMÁTICO - EL CONTEXTO
Tenemos que el intérprete debe comenzar por la interpretación literal o gramatical,
apoyándose en los significados comunes de la palabra mediante diccionarios y
demás ayudas autorizadas; subsecuentemente, si allí no alcanza el sentido
completo puede acudir a la intención o espíritu del autor a quien se le atribuye la
composición del texto, con el fin de consultar el sentido lógico que suponemos quiso
darle al texto.
Si el sentido literal y la intención del autor no son suficientes, debe el intérprete
acudir al contexto. El entorno en el cual existe la palabra, expresión o frase que se
interpreta, ayudará a determinar su alcance, como parte de un todo que cuenta con
20 BONNECASE, Julien, Op.cit.pág 144.
un sentido integral. El sentido del contexto general ayudará a fijar el sentido de la
expresión particular.
Habrá textos que ameritan solo el primer nivel, algunos el segundo, otros el tercero,
otras tantos requieren la combinación de todos, y algunos otros escapan a esta
clasificación.
El contexto es un recurso tradicional que consiste en poner la parte en relación con
el todo, aunque terminó por popularizarse como principio analítico gracias a la
práctica de los matemáticos. Fueron los primeros filósofos analíticos, esto es,
aquellos filósofos europeos para quienes el estudio del pensamiento implica el
estudio del lenguaje21, los que adoptaron el llamado giro lingüístico y el uso
metódico de tal principio22. El principio de contexto dice que una expresión
matemática será objetivamente verdadera o falsa solo si atendemos la proposición
de la que hace parte. Es el comportamiento lingüístico de las expresiones
numéricas.
En esta línea, el principio de contexto es un principio lingüístico que confiere sentido
a las palabras solo si estas tienen sentido en el contexto de una oración. Si
aceptamos este principio, debemos aceptar que el entendimiento de una palabra no
puede asegurarse independientemente de su uso dentro de una oración. Otra forma
de decirlo es de este modo: una expresión solo tiene sentido dentro de una
21 Nos referimos aquí a filósofos como Rudolf Carnap, Bertrand Russell, Alfred North Whitehead, George Eduard Moore, Ludwig Wittgenstein y aquellos que durante las primeras décadas del siglo XX tuvieron un especial interés en el análisis lógico del lenguaje. La tradición analítica, si bien comenzó como una filosofía del lenguaje, hoy en día comprende temas como filosofía de la mente, filosofía de las matemáticas, filosofía de la ciencia, filosofía política o ética, muy lejanos a la filosofía del lenguaje que caracterizó sus inicios pero que, por la similitud en el método de análisis, esto es, su precisión, profundidad y determinación específica del problema estudiado, son incluidos dentro de la filosofía analítica. 22 Gran parte de los filósofos coinciden en atribuir el nacimiento de la filosofía analítica al momento en que se adoptó el “giro lingüístico” con los estudios de Friedrich Ludwig Gotlobb Frege en 1884, cuando este matemático alemán, al preguntarse por la naturaleza del número, en Los fundamentos de la aritmética, terminó por preguntarse sobre el significado de las oraciones que contienen números.
proposición. Tenemos así que la oración o sentencia es la unidad más pequeña del
lenguaje que puede ser usada para decir algo. El sentido positivo o negativo sucede
por el lugar que ocupen dentro de la oración los nombres y los predicados. La
revelación de todo esto fue una de las demostraciones más importantes a la que ya
hicimos referencia en el capítulo anterior cuando hablamos del lenguaje, esta es,
que la verdad o la falsedad es algo que se determina en el lenguaje. No hay duda
de que es solo dentro del lenguaje donde toman certeza los hechos.
Como era de esperarse, esta visión de la verdad llevó a una ruptura histórica en
aquel momento, pues resulta diferente considerar la lógica como la investigación
general de las características formales del mundo real, a considerar la lógica como
una investigación formal del lenguaje. Incluso Bertrand Russell, patrocinador y
profesor del joven Wittgenstein, tardó en persuadirse de que el problema no
radicaba en el sentido de los hechos, sino en el sentido del lenguaje, como lo
afirmaba su alumno.
Bajo este orden de ideas, la palabra solo es un fragmento. Por lo tanto, cualquier
palabra solo puede ser explicada mediante su incorporación en una oración: cada
palabra está determinada por el entorno en el que vive. Incluso la interpretación
exegética, así como la interpretación por la intención o el espíritu, resultan
sometidas al contexto. Si bien son autónomas, no se dan de manera totalmente
independiente del contexto23.
La palabra se vuelve correcta solo si está dentro del contexto correcto. De este
modo, es cierto afirmar que siempre tenemos un ojo en el significado individual de
la palabra y otro en el contexto. Como no hay un sistema de reglas fijas que guíe la
práctica interpretativa, alguien puede preguntarse en dónde comienza o termina el
23 La función que cumplen dentro de la oración es lo que les da sentido a las palabras, incluso a
palabras que tienen significado, aunque no representen ninguna idea, por ejemplo, palabras como “derecho” u “obligación”. Fue Jeremías Bentham quien propuso también un principio contextual en este sentido. Para profundizar en el contexto dentro del surgimiento de la filosofía analítica del siglo XX recomendamos El surgimiento de la filosofía analítica, editado por Hans-Johann Glock.
contexto. Pregunta que no tiene una respuesta fácil, pues el contexto es móvil,
dinámico y caprichoso. Baste por recomendar que el solo hecho de intentar poner
en contexto lo que se va a interpretar, obliga necesariamente a un primer consenso:
delimitar el alcance de la interpretación.
Hay un contexto interno o lingüístico y otro externo o extralingüístico. El interno
implica el grupo o conjunto del texto o discurso del cual hace parte la expresión. La
cláusula octava de un reglamento de una Bolsa de Valores, por dar un ejemplo, la
cual establece que un comisionista, al final de la fecha pactada, está obligado a
readquirir las acciones que dio en garantía a otro, por el dinero que este le prestó,
supone interpretar la expresión readquirir dentro del conjunto de reglas especiales
que regulan las operaciones bursátiles, llamadas reportos o repos, y no en otro
contexto, como lo sería en el de una compraventa de bienes muebles, contexto bien
distinto.
El artículo 30 del Código Civil colombiano establece del siguiente modo la
interpretación según el contexto:
“El contexto de la ley servirá para ilustrar el sentido de cada una de sus
partes, de manera que haya entre todas ellas la debida correspondencia y
armonía.
Los pasajes oscuros de una ley pueden ser ilustrados por medio de otras
leyes, particularmente si versan sobre el mismo asunto”.
Este método de contexto fue el que aplicó la Corte Constitucional, cuando interpretó
el artículo 25 del Código Civil colombiano, según el cual la interpretación con
autoridad corresponde al legislador. Para la Corte, la expresión con autoridad y
legislador no eran claras y ajustadas a la Constitución, porque no solo el legislador
interpreta la ley oscura, también lo hace, y con mayor razón, la Corte Constitucional.
De esta manera la interpretación del artículo 25 no se puede hacer de manera
aislada, sino como parte del ordenamiento jurídico completo. Así que la función
interpretativa con autoridad está atribuida al legislador, pero ante todo a la Corte
Constitucional, puesto que esta es la principal institución que protege y salvaguarda
la Carta Magna.24
4.5 INVESTIGACIÓN POR CONTEXTO EN ASUNTOS PENALES
Existe en materia penal un tipo de investigación llamado de contexto, que si bien no
es un método de interpretación vale la pena mencionarlo aquí porque permite
resaltar la necesidad de una perspectiva sistemática e integral de los hechos para
acertar en la investigación de delitos. De hecho, comparte el criterio de buscar un
sentido sistemático y no fraccionario de las pruebas. Dentro de la fiscalía
colombiana, por ejemplo, una de sus líneas de investigación tiene como función
precisamente hacer análisis de contexto. Debe entenderse este contexto como una
manera integral de reconstruir los hechos, para que las averiguaciones de delitos
aparentemente independientes no sigan cursos aislados, sino que puedan ser
dilucidados a la luz de un fenómeno criminal general que los relaciona entre sí.
Ahora bien, a este tipo de análisis le interesa el crimen como un fenómeno social
anómalo que pone en riesgo a la comunidad, más que el estudio específico de la
criminalidad de un delincuente determinado. Por ello encontramos personajes
tenebrosos que participaron en masacres, pero en las cuales, más que profundizar
en su monstruosa individualidad, lo que busca el investigador es develar el aparato,
la organización de la que hace parte, y para ello se vuelve necesario trabajar bajo
un contexto de crimen de sistema. Es de utilidad esta forma de investigar los
crímenes de alta complejidad caracterizados por sus ramificaciones, conexiones y
24 Sentencia C-820 de 2006 de la Corte Constitucional.
enlaces. Se trata de un trabajo interdisciplinario para enfrentar el crimen
organizado25.
Como ejemplos citan los especialistas la importancia del análisis de contexto en el
paramilitarismo en Colombia, a partir del cual se pudieron establecer las conexiones
entre los grupos que se formaron ilegalmente contra la guerrilla, conocidos como
autodefensas, las cuales justificaron su nacimiento en la ausencia del Estado en
varias regiones sometidas a la violencia insurgente, y la clase política y económica
del país, la cual se benefició de su poder intimidatorio para consolidar su dominio
en el Congreso y en varias instituciones públicas.
La investigación llevó a descubrir el extravagante objetivo de estos grupos en
reuniones documentadas donde prometían “refundar la patria” y firmar un “nuevo
pacto social”. La justicia colombiana bien podía suponer que se enfrentaba no solo
a un problema de violencia, sino a un desafío contra el Estado Democrático. Los
defensores de la investigación consideran que su estudio permitió reconstruir la
comisión de miles de crímenes atroces y la historia misma de la actividad
paramilitar, así como la participación de políticos, empresarios, militares y otras
fuerzas sociales que apoyaron el fenómeno paramilitar durante años. La Corte
Suprema de Justicia expresamente concluyó, con base en las pruebas recaudadas
que, si en un principio se pretendió sustituir al Estado Democrático para enfrentar a
la guerrilla, la dinámica del conflicto demostró que:
“(…) en nombre de una concepción fundamentalista de ultraderecha que
no permitía la menor disidencia, luego de imponer orden, las autodefensas
armadas decidieron incidir en lo político, en lo económico y en lo espiritual
(…). Las autodefensas se constituyeron en un Estado de facto, ejercieron
25 RAMELLI, Alejandro y CABARCAS, Gina, La importancia de la construcción de contextos en las investigaciones judiciales, Trabajo presentado en Seminario Internacional de la Fiscalía General de la Nación, Bogotá, 2013.
el gobierno, cobraron impuestos, decidieron conflictos e, incluso, hasta el
poder eclesiástico fue reemplazado”26.
En otro ejemplo de análisis de contexto, como lo es el despojo de tierras, el
investigador penal no se detiene, como el abogado experto en contratos civiles, en
la propiedad como un problema de títulos, pues muchos campesinos carecen de
títulos sobre la tierra, sino en la cadena criminal que existe detrás del abandono
(despojo) de la tierra, que pasa por los grupos armados al margen de la ley, el
precio, los terceros de buena fe, el narcotráfico, incluyendo, por supuesto, la
violencia misma y el testaferrato.
De cualquier manera, hay delitos que por su naturaleza siempre han exigido un
contexto, como los crímenes de guerra o los delitos de lesa humanidad. Los
penalistas mantienen diferencias en el uso metodológico del contexto, pero ninguno
niega que el contexto sea el que permite hablar de patrones criminales o esquemas
delictivos.
Ahora bien, algunos critican, desde un punto de vista político, que la ley penal está
descubriendo lo que la Constitución ya ordena, y simplemente repite la creencia
original de toda sociedad en un Estado que garantice la efectividad de los principios,
derechos y deberes de la comunidad y asegure la vigencia de un orden justo.
Es justo indicar, también, que existe una crítica al contexto por sus abusos, pues el
contexto puede simplemente relacionar abusivamente lo que lógicamente no es
vinculante. Además, cómo negar que el contexto por lo general pueda estar
contaminado. Perelman, en su Tratado de la Argumentación, nos recuerda que
cuando el pastorcito mentiroso grita ¡Qué viene el lobo! por cuarta vez y ya no llama
la atención de los pobladores a pesar del peligro verdadero que, en esta ocasión,
amenaza a las ovejas por la presencia real del lobo, el conjunto de la situación, esto
es, el contexto, del cual forman parte los gritos anteriores, está fatalmente
26 Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Penal, 25 de noviembre de 2008, Radicado 26942.
contaminado y perturba por completo la interpretación del peligro. Más que la
responsabilidad del niño, de los pobladores o del lobo, será útil preguntarnos por la
salud del contexto.
4.6 INTERPRETACIÓN POR EQUIDAD
La misma ley suple la dificultad de que el intérprete o hermeneuta haya pasado por
el método literal, el de intención o espíritu y por el de contexto, y aun así no haber
logrado fijar el sentido del texto legal, por lo que se han creado criterios subsidiarios.
Como lo expone el Código Civil colombiano en su artículo 32, en los casos en que
no puedan aplicarse las reglas de interpretación anteriores, los pasajes oscuros o
contradictorios de la ley deben interpretarse del modo que más conforme parezca
al espíritu general de la legislación y a la equidad natural.
Sobre el espíritu general valga precisar en este caso que la ley invita a que, ante el
fracaso de los tres métodos explicados, se acuda a su espíritu general, no solo a la
intención particular mencionada en el artículo 27. Lo dicho ya sobre la intención o
espíritu allí, funciona de igual modo cuando se aplica a la ley en general. Su
diferencia solo está en el ámbito sobre el que se aplica: en el primero, a la ley
específica que contiene la expresión oscura y, en este último, amplificado a toda la
legislación en su integridad, la cual debe acudir en procura de integrar la
interpretación. Basta entonces lo dicho sobre el espíritu. En cambio, sobre la
equidad debemos destacar algunos aspectos.
Siempre van a existir conflictos entre los principios universales y las normas
concretas, y en algunos casos habrá que hacer concesiones especiales o licencias
en pro del asunto individual. Se busca, en estos casos, aplicar una justicia de
sentido común frente a los principios generales, porque puede suceder que una ley
no reconoce o no puede resolver una situación concreta. Se puede decir en términos
básicos que la equidad tiene que ver con la corrección de la ley general en beneficio
de la justicia individual. A pesar de los tratados que existen sobre la materia, el libro
V de la Ética nicomaquea de Aristóteles, que contiene su Teoría de la Justicia, sigue
siendo una exposición sencilla, breve, y por demás brillante, del concepto humano
de justicia y por consiguiente de equidad.
Desde los griegos, la humanidad sabe que toda ley se encuentra en una tensión
inevitable respecto al hecho concreto, precisamente porque la ley es general y no
puede contener en sí toda la realidad práctica. Allí entra en juego la equidad. En ese
sentido la ley siempre es deficiente, no porque lo sea en sí misma, sino porque
frente a la ordenación de la realidad humana es imposible abarcar todos los casos
particulares. Lo equitativo y lo justo apuntan a una misma cosa, dice el filósofo; la
única diferencia que hay entre los dos es que lo equitativo es mejor aún. Lo
equitativo siendo lo justo, no es lo justo legal, sino que es una mejora afortunada
de la justicia legal, esta es, la expresada en la ley.
Las leyes son abstractas e impersonales. Nunca encontraremos, por ejemplo, una
ley que diga: si te cae una teja en la cabeza tienes derecho a que te paguen, sino
que bastará que diga: quien sufra un daño tiene derecho a una indemnización, en
donde cabe cualquier tipo de daño. Ante la generalidad de la ley, por esto mismo,
habrá casos individuales que requieran complementarse con un juicio particular. Si
la regla general de una universidad es que los alumnos aprueban una materia con
3.0 y un alumno aprueba con 5.0, gracias al examen final, pero resulta que jamás
asistió al curso, y otro, que siempre asistió al curso, pierde por el examen final, el
instrumento que tendrá el profesor para sopesar la asistencia al curso, será la
equidad, no solo la regla general que valora únicamente la nota.
El término equidad se utiliza para lograr la igualdad social con valoración de la
individualidad, en procura de reducir la brecha que puede presentarse entre la
justicia positiva o legal y la natural. Nótese que la equidad es residual, esto es, se
aplica cuando los otros criterios de interpretación se tornan insuficientes. Sin
embargo, hoy en día es más común de lo que se cree, pues las leyes positivas se
siguen quedando cortas ante la dinámica social. En la actualidad, por ejemplo,
abunda la interpretación por equidad en asuntos de género, en asuntos laborales,
empresariales, políticos, familiares, etc., o en conflictos por discriminación.
Un ejemplo clásico se da en los impuestos, en la medida en que la equidad es el
criterio para ponderar la distribución de gravámenes entre los contribuyentes. En
Colombia, así lo ordena expresamente el artículo 363 de la Constitución Política:
“El sistema tributario se funda en los principios de equidad, eficiencia y
progresividad. Las leyes tributarias no se aplicarán con retroactividad”.