azaña, manuel - causas de la guerra _1.1_[rtf]

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    Manuel Azaa Causas De La Guerra De Espaa

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    MANUEL AZAA

    CAUSAS DE LA GUERRA DE ESPAA

    PRLOGO DE GABRIEL JACKSON

    EDITORIAL CRTICA

    GRUPO EDITORIAL GRIJALBO BARCELONA

    Cubierta: Enre Satu 1986: Dolores de Rivas Cherif, viuda de Azaa, Mxico, D. F. 1986 de la presente edicin para Espaa y Amrica:Editorial Crtica, S. A., calle Pedro de la Creu, 58, 08034 BarcelonaISBN: 84-7423-283-XDepsito legal: B. 10. 818 -1986Impreso en Espaa 1986.NOVAGRFIK, Puigcerd, 127, 08019 Barcelona

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    Manuel Azaa Causas De La Guerra De Espaa

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    INDICE

    INDICE ......................................................................................................................... - 2 -

    NOTA EDITORIAL ................................................................................................... - 3 -PRLOGO .................................................................................................................. - 4 -I. CAUSAS DE LA GUERRA DE ESPAA....................................................... - 10 -II. EL EJE ROMA-BERLN Y LA POLTICA DE NO-INTERVENCIN ............. - 16 -

    III. LA URSS Y LA GUERRA DE ESPAA ........................................................... - 23 -

    IV. LA REPBLICA ESPAOLA Y LA SOCIEDAD DE NACIONES................. - 28 -

    V. EL NUEVO EJRCITO DE LA REPBLICA .................................................... - 36 -

    VI. EL ESTADO REPUBLICANO Y LA REVOLUCIN ...................................... - 42 -

    VII. LA REVOLUCIN ABORTADA ..................................................................... - 48 -

    VIII. CATALUA EN LA GUERRA ....................................................................... - 54 -

    IX. LA INSURRECCIN LIBERTARIA Y EL EJE BARCELONA-BILBAO .. - 61 -

    X. LA MORAL DE LA RETAGUARDIA Y LAS PROBABILIDADES DE PAZ . - 69 -XI. LA NEUTRALIDAD DE ESPAA .................................................................... - 76 -

    CONTRAPORTADA ................................................................................................ - 83 -

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    NOTA EDITORIAL

    Este libro est compuesto por once artculos que se publican,ahora, por primera vez en Espaa escritos por Manuel Azaa enCollonges-sous-Salve, en 1939, y pensados para el pblicointernacional (el undcimo lleg a ser publicado en ingls con el ttulode Spain's Place in Europe. A Retrospect and Forecast, World Review,vol. VIII, n. 4, Londres, junio de 1939, pp. 6-15).

    El presidente Azaa no puso ttulo a este conjunto de artculosque aparecen agrupados en el volumen III de las Obras completas, deM. A., editadas en Mxico, bajo el epgrafe de Artculos sobre la guerrade Espaa. Hemos preferido, aqu, dejar como ttulo del volumen elque lo es del primer artculo y que s se debe al autor.

    Esta edicin respeta escrupulosamente la grafa del originalexceptuando las maysculas de palabras como gobierno,presidente, ministro, ministerio, que aparecen aqu con

    minscula, de acuerdo con las tendencias generales de hoy y con losusos especficos de esta editorial.

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    PRLOGO

    Antonio Cnovas del Castillo y Manuel Azaa comparten ladistincin de haber sido los dos jefes del gobierno espaol ms cultos,

    ms conscientes de la historia, de los siglos XIX y XX. Pero, mientrasque Cnovas dedic su talento poltico a un proyecto calificado de malmenor la creacin de una oligarqua civil, cuasi-parlamentaria, trasun perodo de inestable dictadura militar, Azaa dedic su carrera

    poltica a la creacin de una repblica reformista y secular, basada enelecciones limpias y en una administracin no corrompida. En sucalidad de jefe del gobierno de octubre de 1931 a septiembre de 1933,gui el paso por las Cortes de las reformas ms importantesconseguidas por la efmera Segunda Repblica: la separacin de laIglesia y el Estado, la reorganizacin de las fuerzas armadas, un

    importante programa de construccin de escuelas, la primera ley deldivorcio de la historia de Espaa, el estatuto de autonoma de Cataluay los tmidos inicios de una reforma agraria que se necesitaba desdehaca tiempo y haba sido aplazada numerosas veces. Aunque no sentaun inters personal por las cuestiones econmicas, Azaa comprendi yapoy a Jaume Carner e Indalecio Prieto en sus esfuerzos por mejorarel funcionamiento de la banca espaola, defender el valor cambiarlo dela peseta y, al mismo tiempo, combatir el paro y mejorar lainfraestructura econmica de Espaa mediante un programa de obras

    pblicas. Era un excelente orador, un sagaz conocedor de los abogados

    y funcionarios de clase media que eran sus principales colaboradores yrivales y un hombre en el que un elevado sentido de la tica personaliba unido a ideas claras y muy pragmticas sobre lo que era realmente

    posible en Espaa. Amigos y enemigos por igual reconocan en Ataa allder que de modo ms completo encarnaba el programa y el carcterde la mayora republicano-socialista de los aos 1931-1933. Pero esamayora se desintegr internamente durante el ao 1933 y Azaa dejla jefatura del gobierno cuando el presidente Alcal-Zamora decididisolver las Cortes constituyentes en septiembre del citado ao.Durante los dos aos siguientes Azaa, ahora en la oposicin, sigui

    siendo el portavoz arquetpico de la Repblica reformista y brevemente,despus de la victoria electoral del Frente Popular en febrero de 1936,pareci que Azaa iba a presidir de nuevo el gobierno y a reanudar elprograma interrumpido de 1931-1933. Pero las revueltas de Asturias yCatalua en octubre de 1934, junto con la feroz represin que

    provocaron, haban cambiado por completo el clima poltico. Laizquierda se rea de Azaa, al que calificaba de Kerensky, deestadista con un brillante porvenir en el pasado. La derecha se volvacada vez ms hacia los fascismos italiano y alemn como modelos

    para la derrota del bolchevismo y el mantenimiento de los privilegiostradicionales contra la reanudacin del programa republicano dereformas. Los diputados de derechas y los militares activistas

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    empezaron a tramar un pronunciamiento contra el gobierno del FrentePopular desde el primer momento. Los asesinatos y los intentos deasesinato se convirtieron en la moneda comn de la juventud militante,tanto de izquierdas como de derechas. En tales circunstancias, niManuel Azaa ni nadie poda dirigir con xito un gobierno parlamentario.

    Por si la confusin era poca, la nueva mayora en las Cortes decidideponer al presidente de la Repblica, al que acusaba de haber disueltoilegalmente las Cortes anteriores, disolucin que haba llevadodirectamente a la victoria del Frente Popular! Para entender el tonoagraviado y pesimista de los artculos que se publican en el presentevolumen, es necesario tener presentes las circunstancias en las que

    Azaa pas a ser presidente de la Repblica y las condiciones querestringieron su iniciativa mientras ocup dicho cargo desde mayo de1936 hasta su dimisin en febrero de 1939, un mes antes de larendicin definitiva del ejrcito republicano. Al amparo de la

    Constitucin de 1931, el jefe del gobierno ejerca la autoridad ejecutivay la iniciativa legislativa en su calidad de lder de la mayora en lasCortes. ste fue el cargo que ocup Azaa durante los dos primerosaos de la Repblica y ms adelante, brevemente, de febrero a abril de1936. El presidente de la Repblica tena responsabilidadesimportantes, pero cuidadosamente limitadas. Poda nombrar ydestituir libremente al jefe del gobierno de entre los lderes del partidoo la coalicin mayoritarios. Tena poder consultivo en lo referente a laconstitucionalidad de los proyectos de ley. En teora tambin podavetar las leyes, pero, dado que los monarcas espaoles nunca haban

    ejercido el veto constitucional en el perodo 1876-1923, no se esperabaque el presidente de la Repblica ejerciera el suyo.En la primavera de 1936 la Repblica reformista era atacada

    tanto por la izquierda militante como por la derechamonrquico-fascista. Despus de la temeraria deposicin del

    presidente Alcal-Zamora, era indispensable que el nuevo presidentede la Repblica fuera un hombre de moralidad y estatura reconocidasque encarnara el carcter poltico de la Repblica. En pocas tranquilaslas funciones del presidente de la Repblica eran principalmentesimblicas, pero en tiempos agitados su facultad de nombrar y destituir

    al jefe del gobierno y sus opiniones consultivas sobre laconstitucionalidad revestan gran importancia. Al dejar la presidenciadel gobierno para ocupar la de la Repblica, Azaa abandon elliderazgo activo por el papel de smbolo y garante de la legalidadrepublicana.

    Azaa nunca tuvo la oportunidad de funcionar normalmente encalidad de presidente de la Repblica, como tampoco la haba tenido deejercer con normalidad el cargo de jefe del gobierno en la primavera de1936. A l le hubiera gustado nombrar a Indalecio Prieto, el ms

    prestigioso de los parlamentarios socialistas y uno de los pocos lderesque advertan de forma enrgica y repetida del peligro de unlevantamiento militar. Pero el partido socialista se hallaba fatalmente

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    Manuel Azaa Causas De La Guerra De Espaa

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    escindido entre los partidarios de Prieto y los de Largo Caballero, que noestaba dispuesto a tolerar un gobierno encabezado por Prieto. As, pues,

    Azaa se vio obligado a depender de un miembro decente y escrupuloso, pero poco distinguido, de su propio partido republicano, SantiagoCasares Quiroga. Dos meses ms tarde la sublevacin de los generales

    Mola y Franco se propuso destruir la Repblica reformista y laConstitucin. El pronunciamiento fue derrotado, pero no por elimpotente gobierno republicano, sino por los sindicalistas, lossocialistas de izquierda y los anarquistas, que hicieron frente al mismoen las calles de Madrid y Barcelona. Forzado por las circunstancias,

    Azaa se vio convertido en el smbolo de la legalidad republicanadestruida en un pas dividido en dos mitades, una de las cuales era unadictadura militar a la vez que la otra era escenario de una revolucin en

    parte anarquista y en parte socialista.El fracaso del pronunciamiento haba llevado a la guerra civil, la

    revolucin y la intervencin internacional. Desde el principio Italia yAlemania enviaron abundantes suministros ms adelante enviaranhombres en apoyo del general Franco. A partir de octubre de 1936 laUnin Sovitica empez a abastecer al ejrcito republicano, mientras la

    poltica de no-intervencin patrocinada por Inglaterra y Francia oblig ala Repblica a depender cada vez ms de la ayuda sovitica durante losdos aos y medio de guerra civil. Dejando aparte las crisis emocionalesque indudablemente sufri Azaa en diversas fases de la guerra, puededecirse con certeza que en todo momento conserv su comprensinlcida de la marcha de la contienda, su decisin de restaurar la

    legalidad republicana en la zona del Frente Popular y su convencimientode que una paz tolerableslo podra conseguirse si Inglaterra y Franciaejercan presin sobre franco para que aceptase su mediacin. Aunquenunca fue admirador de Largo Caballero, y aunque acab siendoenemigo encarnizado de Juan Negrn, Azaa nombr y apoy a esosdos jefes del gobierno durante la guerra como claros representantes dela mayora de las Cortes y como los lderes ms aceptables desde el

    punto de vista de la opinin pblica, en la medida en que era posibledeterminar sta en plena guerra y revolucin.

    Empujado por el pesimismo en lo que se refera a las perspectivas

    militares del ejrcito republicano, as como por la desesperanza que enl producan los sufrimientos de sus compatriotas de ambas zonas, esindudable que Azaa abus de sus prerrogativas constitucionales en subsqueda de una paz mediada. De acuerdo con la Constitucin, la

    poltica exterior era competencia del jefe del gobierno y no del presidente de la Repblica. Pero en mayo de 1937 Azaa envi unmensaje personal a Inglaterra cuando Julin Besteiro represent aEspaa en la coronacin del rey Jorge VI, y en varias conversacionescon diplomticos y periodistas expres su parecer de que la mediacinera necesaria, mientras que el jefe del gobierno se comprometa

    pblicamente a alcanzar una victoria militar definitiva.Los artculos que se incluyen en el presente volumen los escribi

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    Manuel Azaa Causas De La Guerra De Espaa

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    el ex presidente en Francia durante los meses que siguieron a la derrotade la Repblica y a la consolidacin de la dictadura del general Franco,que contaba con el apoyo del fascismo. Son la obra de un hombre quese senta profundamente deprimido y era completamente lcido.Fueron escritos con muy poca documentacin a mano.

    Pero Azaa fue siempre un diarista, un pensador y unconversador dado a la reflexin, un lector atento e infatigable y unhombre que conoca la historia contempornea y la poltica mundialmuchsimo mejor que la mayora de los lderes polticos de cualquierpoca. Tena la virtud de la honradez y estos artculos me parecensumamente admirables por la ausencia de todo intento de manipularlos hechos con el fin de mejorar la imagen poltica del autor.

    Me gustara comentar brevemente los artculos, dando porsentada su fiabilidad general como documentos histricos yconcentrndome en las intuiciones y limitaciones particulares del

    presidente Azaa. Causas de la guerra de Espaa ofrece una visinglobal, desde la poca de la dictadura del general Primo de Rivera hastael estallido de la guerra civil, de la historia de Espaa. Me parece unacrnica muy digna de confianza en lo que se refiere a su razonamientode por qu la Repblica lleg cuando lleg, de las diversas formas deapoyo limitado y de resistencia que encontr y de los logros de dichaRepblica. Solamente discrepo cuando incluye la reforma agraria comouna de las realizaciones principales de la Repblica. Debido a unacombinacin de problemas econmicos reales y de obstruccionismolegalista, en realidad slo unas 10. 000 familias campesinas recibieron

    tierra. De hecho, la falta de una reforma agraria significativa fue uno delos grandes fracasos de la Repblica. Al mismo tiempo quisiera llamarrespetuosamente la atencin sobre la insistencia de Azaa en losconflictos internos de la clase media y la burguesa como causas de laguerra civil. La mayora de los autores que han escrito sobre dichaguerra hacen hincapi en los conflictosde clase tal como los vean losmarxistas, los anarquistas y los fascistas. Azaa hace una distincinentre la clase media (profesionales modestos, burcratas,comerciantes al por menor) y la burguesa (los grandes propietarios ylos capitalistas) y contrasta los que estaban preparados para una

    sociedad secular y cierto grado de reforma social con los querechazaban toda disminucin de los privilegios histricos de grupo. Esmuy posible que, en lo que hace al estallido de la guerra civil, esadivisin fuera ms fundamental que las huelgas y los lock-out o que lasbatallas propagandsticas entre las organizaciones juveniles deizquierdas y de derechas.

    El eje Roma-Berln y la poltica de no-intervencin llamadiscretamente la atencin sobre varios puntos que no siempre serecalcan en la literatura que se ocupa de la participacin extranjera enla guerra civil: que la intervencin armada de las potencias fascistastuvo lugar por invitacin del general Franco y que el xito principal delas potencias del eje no fue la ayuda militar directa que prestaron, sino

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    su diplomacia, que aisl eficazmente a la Repblica. En cuanto a lacuestin, tan debatida, de la retirada de las tropas extranjeras, Azaaexpone con precisin y amargura las diferencias de intereses entre sugobierno y el de Gran Bretaa. Para la Repblica era cuestin de vidao muerte que la intervencin cesara antes de que sobreviniera una

    decisin militar de la campaa... Al gobierno britnico lo que endefinitiva le importaba era que los extranjeros no se quedasen enEspaa por tiempo indefinido.

    El artculo relativo a La URSS y la guerra de Espaa es acertadoen lo que respecta a los motivos polticos y militares de la UninSovitica como potencia mundial, pero guarda un silencio absolutosobre las purgas estalinianas de 1936-1938 y su extensin a Espaa.El mismo silencio aparece en La insurreccin libertaria y el "eje"Barcelona-Bilbao, donde el autor comenta los sucesos acaecidos enBarcelona en mayo de 1937 sin mencionar una sola vez la desaparicin

    de Andreu Nin, las acusaciones de colaboracin trotskista con losfascistas que se lanzaron contra el POUM, etctera. Se me antoja muyimprobable que Azaa desconociera la intervencin directa de Stalin enla poltica de Catalua y que ignorase tambin la estructura delabastecimiento del ejrcito republicano. Azaa, por supuesto, estabacompletamente de acuerdo con las opiniones soviticas en el sentido deque la seguridad colectiva requera la cooperacin leal de lasdemocracias occidentales y la Unin Sovitica contra las agresiones delfascismo, y que la situacin objetiva de Espaa no era nada favorable auna revolucin comunista. Pero las purgas de Stalin, tanto en Rusia

    como en Espaa, fueron la razn principal que impidi que todos losdiplomticos occidentales, as como muchos partidarios de la Repblicaespaola, creyeran que Stalin estaba realmente dispuesto a apoyar auna Repblica espaola democrtica e independiente. El orgullo que leinspiraba su propia independencia., la insistencia en la naturalezainterna del conflicto espaol y la adhesin a la poltica histrica deneutralidad de Espaa debieron de contribuir al silencio que guarda

    Azaa sobre las purgas.Los seis artculos (vanse los captulos V-X) que tratan de

    problemas polticos y morales internos de la zona republicana, poseen

    ciertos rasgos comunes en lo que hace a suinterpretacin. Azaa criticasiempre las tendencias centrifugas en Espaa. A su modo de ver, casinadie daba su lealtad principal al Estado republicano y a su ejrcitoregular, que haba sido reconstituido penosamente. La miliciaanarquista anunciaba las condiciones en las que luchara y, en general,los oficiales no podan dar rdenes a las tropas voluntarias, sino que, envez de ello, tenan que recurrir a la persuasin. A la mayora de losvascos slo les preocupaba defender sus propias provincias, cosa queocurra tambin en el caso de los catalanes. Segn la influencia quehan tenido en los gobiernos las sindicales o el partido comunista, as hacrecido o menguado la afiliacin de los militares en esas organizaciones.El primitivo impulso poltico que llevaba a todos a combatir, se convirti

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    en espritu partidista (p. 79). All donde otros diran que las masasurbanas salvaron a la Repblica de la insurreccin militar los das 19 y20 de julio, en Barcelona y Madrid, Azaa escribe: La amenaza msfuerte era sin duda el alzamiento militar, pero su fuerza principal vena,

    por el momento, de que las masas desmandadas dejaban inerme al

    gobierno frente a los enemigos de la Repblica (p. 69). Para l larevolucin social no era un experimento admirable aunque ingenuo denuevas formas de solidaridad humana, sino un desastre de ineficiencia,desorganizacin y violencia vengativa. Si los sentimientosrevolucionarios y regionalistas destruyeron el Estado republicano desdedentro, la no-intervencin sell su destino desde fuera. No fue slo queen la prctica la poltica de no-intervencin impidi a la Repblicacomprar armas mientras que las potencias del Eje abastecan a francosin interrupcin ni obstculo de ninguna clase. Fue que la poltica deno-intervencin negaba implcitamente la legitimidad de la autodefensa

    de la Repblica y con ello contribuy a su descrdito ante los ojos de lapoblacin espaola.Finalmente, en vista de que con frecuencia se ha acusado a Azaa

    de cobarda moral y de derrotismo total, vale la pena citar su definicin,sin mencionar nombres, de la diferencia que en 1938 haba entre lmismo y Negrn. Azaa escribe que el dilema de la Repblica jams fueresistencia o rendicin. Ms bien consista en la diferencia entreresistir es vencer; la resistencia es la nica poltica posible (Negrn) yla guerra est perdida: aprovechemos la resistencia para concertar la

    paz (Azaa). Azaa, con su lucidez de costumbre y su honradez

    fundamental, expone las alternativas en trminos sencillos, objetivos,impersonales. En su conjunto, estos artculos hacen honor a suconocimiento, a su lucidez y a su honestidad.

    GABRIEL JACKSONBarcelona, enero de 1986

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    I. CAUSAS DE LA GUERRA DE ESPAA

    Las causas de la guerra y de la revolucin que han asolado aEspaa durante treinta y dos meses, son de dos rdenes: de polticainterior espaola, de poltica internacional. Ambas series se sostienen

    mutuamente, de suerte que faltando una, la otra no habra sidobastante para desencadenar tanta calamidad. Sin el hecho internoespaol del alzamiento de julio de 1936, la accin de las potenciastotalitarias, que ha convertido el conflicto de Espaa en un problemainternacional, no habra tenido ocasin de producirse, ni materia dondeclavar la garra. Sin el auxilio previamente concertado de aquellaspotencias, la rebelin y la guerra civil subsiguiente no se habranproducido. Es lgico comenzar por la situacin poltica de Espaa esterpido examen, que no se dirige a atacar a nadie ni a defender nada,sino a proveer de elementos de juicio al pblico extranjero, aturdido por

    la propaganda.Desde julio del 36, la propaganda, arma de guerra equivalente a

    los gases txicos, hizo saber al mundo que el alzamiento militar tenapor objeto: reprimir la anarqua, salir al paso a una inminenterevolucin comunista y librar a Espaa del dominio de Mosc, defenderla civilizacin cristiana en el occidente de Europa, restaurar la religin-perseguida, consolidar la unidad nacional. A estos temas, no tardaronen agregarse otros dos: realizar en Espaa una revolucinnacional-sindicalista, crear un nuevo imperio espaol. Cules eran,desde el punto de vista de la evolucin poltica de mi pas, y

    confrontados con la obra de la Repblica, el origen y el valor de esostemas?Sera errneo representarse el movimiento de julio del 36 como

    una resolucin desesperada que una parte del pas adopt ante unriesgo inminente. Los complots contra la Repblica son casi coetneosde la instauracin del rgimen. El ms notable sali a luz el 10 deagosto de 1932, con la sublevacin de la guarnicin de Sevilla y partede la de Madrid. Detrs estaban, aunque en la sombra, las mismasfuerzas sociales y polticas que han preparado y sostenido elmovimiento de julio del 36. Pero en aquella fecha, no se haba puesto

    en circulacin el slogan del peligro comunista.La instalacin de la Repblica, nacida pacficamente de unaselecciones municipales, en abril de 1931, sorprendi, no solamente a lacorona y los valedores del rgimen monrquico, sino a buen nmero derepublicanos. Los asaltos a viva fuerza contra el nuevo rgimen noempezaron antes, porque sus enemigos necesitaron algn tiempo parareponerse del estupor y organizarse. El rgimen monrquico se hundipor sus propias faltas, ms que por el empuje de sus enemigos. La msgrave de todas fue la de unir su suerte a la dictadura militar del generalPrimo de Rivera, instaurada en 1923 con la aprobacin del rey. Sieteaos de opresin, despertaron el sentimiento poltico de los espaoles.En abril del 31, la inmensa mayora era antimonrquica. La explosin

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    del sufragio universal en esa fecha, ms que un voto totalmenterepublicana, era un voto contra el rey y los dictadores. Pero laRepblica era la consecuencia necesaria.

    El nuevo rgimen se instaur sin causar vctimas ni daos. Unaalegra desbordante inund todo el pas. La Repblica vena realmente

    a dar forma a las aspiraciones que desde los comienzos del siglotrabajaban el espritu pblico, a satisfacer las exigencias ms urgentesdel pueblo. Pero el pueblo, excesivamente contento de su triunfo, novea las dificultades del camino. En realidad, eran inmensas.

    Las dificultades provenan del fondo mismo de la estructura socialespaola y de su historia poltica en el ltimo siglo. La sociedadespaola ofreca los contrastes ms violentos. En ciertos ncleosurbanos, un nivel de vida alto, adaptado a todos los usos de lacivilizacin contempornea, y a los pocos kilmetros, aldeas queparecen detenidas en el siglo XV. Casi a la vista de los palacios de

    Madrid, los albergues miserables de la montaa. Una corriente vigorosade libertad intelectual, que en materia de religin se traduca enindiferencia y agnosticismo, junto a demostraciones pblicas defanatismo y supersticin, muy distantes del puro sentimiento religioso.Provincias del noroeste donde la tierra est desmenuzada en pedacitosque no bastan a mantener al cultivador; provincias del sur y del oeste,donde el propietario de 14.000 hectreas detenta en una sola manotodo el territorio de un pueblo. En las grandes ciudades y en las cuencasfabriles, un proletariado industrial bien encuadrado y defendido por lossindicatos; en Andaluca y Extremadura, un proletariado rural que no

    haba saciado el hambre, propicio al anarquismo. La clase media nohaba realizado a fondo, durante el siglo XIX, la revolucin liberal.Expropi las tierras de la Iglesia, fund el rgimen parlamentario. Elatraso de la instruccin popular, y su consecuencia, la indiferencia porlos asuntos pblicos, dejaban sin base slida al sistema. La industria, labanca y, en general, la riqueza mobiliaria, resultante del espritu deempresa, se desarrollaron poco. Espaa sigui siendo un pas rural,gobernado por unos cientos de familias. Aunque la Constitucinlimitaba tericamente los poderes de la corona, el rey, en buen acuerdocon la Iglesia, reconciliada con la dinasta por la poltica de Len XIII, y

    apoyado en el ejrcito, conservaba un predominio decisivo a travs deunos partidos pendientes de la voluntad regia. La institucinparlamentaria era poco ms que una ficcin.

    Las clases mismas estaban internamente divididas. La porcinms adelantada del proletariado formaba dos bandos irreconciliables.La Unin General de Trabajadores (UGT), inspirada y dirigida por elpartido socialista (SEIO), se distingua por su moderacin, su disciplina,su concepto de la responsabilidad. Colaboraba en los organismosoficiales (incluso durante la dictadura de Primo de Rivera), aceptaba lalegislacin social. La organizacin rival, Confederacin Nacional delTrabajo (CNT), abrigaba en su seno a la Federacin Anarquista Ibrica(FAI), rehusaba toda participacin en los asuntos polticos, repudiaba la

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    legislacin social, sus miembros no votaban en las elecciones,practicaba la violencia, el sabotaje, la huelga revolucionaria. Las luchasentre la UGT y la CNT, eran dursimas, a veces sangrientas. Por su parte,la clase media, en que el republicanismo liberal reclutaba los ms desus adeptos, tambin se divida en bandos, por dos motivos: el religioso

    y el social. Muchos vean con horror todo intento de laicismo del Estado.A otros, cualquier concesin a las reivindicaciones del proletariado, lesinfunda miedo, como un comienzo de revolucin. En realidad, estadiscordia interna de la clase media y, en general, de la burguesa, es elorigen de la guerra civil. La Repblica hered tambin de la monarquael problema de las autonomas regionales. Sobre todo la cuestincatalana vena siendo, desde haca treinta aos, una perturbacinconstante en la vida poltica espaola.

    El primer Parlamento y los primeros gobiernos republicanostenan que contemporizar entre esas fuerzas heterogneas,

    habitualmente divergentes, acordes por un momento en el interscomn de establecer la Repblica. Una Repblica socialista eraimposible. Las tres cuartas partes del pas la habran rechazado.Tampoco era posible una Repblica cerradamente burguesa, como lofue bastantes aos la Tercera Repblica en Francia. No era posible, 1. :porque la burguesa liberal espaola no tena fuerza bastante paraimplantar por s sola el nuevo rgimen y defenderlo contra los ataquesconjugados de la extrema derecha y de la extrema izquierda; 2. :porque no habra sido justo ni til que el proletariado espaol, en suconjunto, se hallase, bajo la Repblica, en iguales condiciones que bajo

    la monarqua. En la evolucin poltica espaola, la Repblicarepresentaba la posibilidad de transformar el Estado sin someter al pasa los estragos de una conmocin violenta. El primer presidente delgobierno provisional de la Repblica, monrquico hasta dos aos antes,

    jefe del partido republicano de la derecha, y catlico, form elministerio con republicanos de todos los matices y tres ministrossocialistas. La colaboracin socialista, indispensable en los primerostiempos del rgimen, a quien primero perjudic fue al mismo partido,en cuyas filas abrieron brecha los ataques de los extremistasrevolucionarios y de los comunistas.

    La obra legislativa y de gobierno de la Repblica, arranc de losprincipios clsicos de la democracia liberal: sufragio universal,Parlamento, elegibilidad de todos los poderes, libertad de conciencia yde cultos, abolicin de tribunales y jurisdicciones privilegiados, etctera.En las cuestiones econmicas era imposible (con socialistas y sinsocialistas) atenerse al liberalismo tradicional. Las dificultades msgraves que en este orden encontraron los gobiernos de la Repblica,provenan de la crisis mundial. Los siete aos de la dictadura de Primode Rivera, coincidieron con los ms prsperos de la posguerra. LaRepblica advino en plena crisis. Paralizacin de los negocios, barrerasaduaneras, restriccin del comercio exterior. La poltica decontingentes fue un golpe terrible para la exportacin espaola.

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    Bastantes explotaciones mineras se cerraron. Otras, como la de carbn,vivan en quiebra. La industria del hierro y del acero, aunque modestas,se haban equipado bien durante la guerra europea, pero ya no tenanapenas otro cliente que el Estado. Los ferrocarriles, en dficit crnico,vinieron a peor, no slo por la competencia del transporte automvil,

    sino por la decadencia general del trfico, La industria de laconstruccin, la ms importante de Madrid, lleg a una paralizacin casitotal. stas fueron, y no los complots monrquicos ni los motinesanarquistas, las formidables dificultades que le salieron al paso a laRepblica naciente, y comprometieron su buen xito. Ningunapropaganda mejor que la prosperidad. Para un rgimen recin instalado,y ya combatido en el terreno poltico, la crisis econmica poda sermortal. El Estado tuvo que intervenir, si no para encontrar remediodefinitivo, que no estaba a su alcance mientras la crisis azotara a lospueblos ms poderosos, para acudir a lo muy urgente. Todas las

    intervenciones del Estado en los conflictos de la economa eran malmiradas, considerndolas como los avances de un estatismoamenazador.

    En las cuestiones del trabajo (huelgas, salarios, duracin de lajornada, etctera), el Estado espaol, antes de la Repblica, haba yaabandonado, tmidamente, la poltica de abstenerse, de dejar hacer. LaRepblica, como era su deber, acentu la accin del Estado. Accininaplazable en cuanto a los obreros campesinos. El paro, que afectabaa todas las industrias espaolas, era enorme, crnico, en la explotacinde la tierra. Cuantos conocen algo de la economa espaola saben que

    la explotacin lucrativa de las grandes propiedades rurales se basabaen los jornales mnimos y en el paro peridico durante cuatro o cincomeses del ao, en los cuales el bracero campesino no trabaja ni come.Con socialistas ni sin socialistas, ningn rgimen que atienda al deberde procurar a sus sbditos unas condiciones de vida medianamentehumanas, poda dejar las cosas en la situacin que las hall la Repblica.Sus disposiciones provisionales, mientras se implantaba la reformaagraria, fueron las ms discutidas, las ms enojosas, las que suscitaroncontra el rgimen mayores protestas.

    De otra manera influy tambin la crisis mundial en nuestros

    conflictos del trabajo: las repblicas americanas no admitan msinmigrantes espaoles. Pasaban de cien mil los que cada ao buscabantrabajo en Amrica. Hubo, pues, que contar por aadidura con eseexcedente, que ya no absorba la emigracin. Cuando la Repblicasostena una poltica de jornales altos, afluan ms que nunca almercado del trabajo brazos ociosos. La Repblica no acept laimplantacin del subsidio al paro forzoso, entre otras razones, porqueel Tesoro no habra podido soportarlo. Se prefiri impulsar grandesobras pblicas, y favorecer la construccin con desgravaciones y otrasventajas.

    Las reformas polticas de la Repblica satisfacan a los burguesesliberales, interesaban poco a los proletarios, enemistaban con la

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    Repblica a la burguesa conservadora. Las reformas sociales, pormoderadas que fuesen, irritaban a los capitalistas. Las realizacionesprincipales de la Repblica (reforma agraria, separacin de la Iglesia yel Estado, ley de divorcio, autonoma de Catalua, disminucin de laoficialidad en el ejrcito, etctera), suscitaron, como es normal, gran

    oposicin. Tambin fue rudamente combatida la fundacin de millaresde escuelas y de un centenar de establecimientos de segundaenseanza, porque la instruccin era neutra en lo religioso.

    El Parlamento y los gobiernos que emprendieron esa obra no sesorprendan porque hubiese contra ellos una fuerte oposicin. Salidosdel sufragio universal, persuadidos de que la poltica de un pascivilizado debe hacerse con razones y con votos, merced al libre juegode las opiniones, triunfante hoy una, maana otra, creyeron siempreque el mejor servicio que podan prestar a su pas era el de habituarlo alfuncionamiento normal de la democracia. Una gran porcin del partido

    socialista, en sus representaciones ms altas, coincida en eso con losrepublicanos. Las mejores cabezas del socialismo, imbuidas de esprituhumanstico y liberal, queran continuar la tradicin democrtica de supartido. Esta disposicin era medianamente comprendida por susmasas. En el partido mismo lleg a formarse un ncleo extremista,cuya consigna fue: Los proletarios no pueden esperar nada de laRepblica. Por su parte, las extremas derechas hacan propagandademaggica, y prestaban a los mtodos democrticos una adhesincondicional. Se resistan tambin a reconocer el rgimen republicano,pero aspiraban a gobernarlo, como en efecto lo gobernaron desde 1934.

    El carcter espaol convirti en una tempestad de pasionesviolentsima lo que, en sus propios trminos, era un problema polticono tan nuevo que no se hubiese visto ya en otras partes, ni tan difcilque no pudiera ser dominado. Lo que debi ser una evolucin normal,marcada por avances y retrocesos, se convirti desde 1934, con dolor yestupor de los republicanos y de aquella porcin del socialismo a que healudido antes, en una carrera ciega hacia la catstrofe.

    Los republicanos llamados radicales, se aliaron electoralmentecon las extremas derechas. Los republicanos de izquierda y lossocialistas fueron derrotados. Un Parlamento de derechas deshizo

    cuanto pudo de la obra de la Repblica. Derog la reforma agraria,amnisti y repuso en sus mandos a los militares sublevados el 10 deagosto de 1932, restableci en los campos los jornales de hambre,persigui * todo lo que significaba republicanismo. Haba amenazas deun golpe de Estado, dado desde el poder por las derechas, y amenazasde insurreccin de las masas proletarias. Huelga de campesinos enmayo del 34. Conflicto con Catalua. Entrega del poder (octubre 1934)a los grupos de la derecha que no haban aceptado lealmente laRepblica. Decisin gravsima, llena de peligros. Rplica: insurreccinproletaria en Asturias, e insurreccin del gobierno cataln. Erroresmucho ms graves an, e irreparables. El gobierno no se content consofocar las dos insurrecciones. Realizada una represin atroz, suprimi

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    la autonoma de Catalua y meti en la crcel a treinta mil personas.Era el prlogo de la guerra civil.

    Del aluvin electoral de febrero de 1936, que produjo unamayora de republicanos y socialistas, sali un gobierno derepublicanos burgueses, sin participacin socialista. Su programa,

    sumamente moderado, se public antes de las elecciones. El gobiernopronunci palabras de paz, no tom represalias por las persecucionessufridas, se esforz en restablecer la vida normal de la democracia. Losdislates cometidos desde 1934, daban ahora sus frutos. Extremasderechas y extremas izquierdas se hacan ya la guerra. Ardieronalgunas iglesias, ardieron Casas del pueblo. Cayeron asesinadasalgunas personas conocidas por su republicanismo y otras de lospartidos de derecha. La Falange lanzaba pblicas apelaciones a laviolencia. Otro tanto hacan algunos grupos obreros. La organizacinmilitar clandestina que funcionaba por lo menos desde dos aos antes,

    y los grupos polticos que se haban procurado el concurso de Italia yAlemania, comenzaron el alzamiento en julio. Lo que esperaban golperpido, que en 48 horas les diese el dominio del pas, se convirti enguerra civil, en la que inmediatamente se insert la intervencinextranjera.

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    II. EL EJE ROMA-BERLN Y LA POLTICA DE NO-INTERVENCIN

    El golpe de fuerza contra la Repblica, que vino a estallar en juliodel 36, necesitaba, para triunfar, el efecto de la sorpresa: apoderarse

    en pocas horas de los centros vitales del pas y de todos los resortes demando. Empresa difcil, porque no se logra nunca descartar loimprevisto, por mucho que se perfeccione el funcionamiento maquinalde una organizacin militar; pero no empresa imposible. Fracasada lasorpresa, y obligado el movimiento a buscar la solucin en una guerracivil, sus probabilidades de triunfo eran casi nulas, si se hubiera vistoreducido a sus recursos propios en Espaa. Esta consideracin, queahora ya no tiene ms valor que el de una hiptesis agotada por laexperiencia, mostrar siempre la importancia capital de la accinextranjera en Espaa para encender y sostener la guerra, y decidirla.

    Es seguro que si todas las potencias europeas hubiesen tenido enaquella ocasin una conciencia pacfica y una percepcin desinteresadade sus deberes de solidaridad humana, la guerra espaola habra sidoahogada en su origen. Una barrera sanitaria a lo largo de lasfronteras y costas espaolas, habra en pocos das dejado a losespaoles sin armas ni municiones para guerrear, y como no iban apelearse a puetazos, hubieran tenido que rendirse, no a esta o a laotra bandera poltica, sino a la cordura, y hacer las paces, como peda elinters nacional. Esta solucin, muy arbitraria, agradable a todoespritu pacfico, habra sido sin duda poco jurdica, y nada respetuosa

    con la altivez espaola. Otras soluciones se ha pretendido aplicar alcaso de Espaa, no ms ajustadas al derecho ni ms indulgentes con elamor propio nacional, y que han producido solamente daos. Pero siaquella conciencia pacfica, comn a todas las potencias de Europa,hubiese existido, no habran tenido que inventar ningn remedio parala desventura espaola, porque la guerra an estara por nacer. Cuandose habla de la intervencin en la guerra espaola de ejrcitos alemanese italianos, enviados por sus gobiernos a combatir contra la Repblica,no debe perderse de vista el rasgo principal de ese suceso: laintervencin armada de estados extranjeros en nuestro conflicto, es

    originariamente un hecho espaol. Una parte, cuyo volumen no puedeapreciarse ahora, de la nacin, busc y obtuvo el concurso de aquellosejrcitos; sin la voluntad de unos espaoles pocos o muchos ningnejrcito habra desembarcado en nuestro pas. El caso no tienesemejanza en la historia contempornea de Europa, salvo en nuestramisma Espaa. No obstante ser muy vivo en el corazn de losespaoles el sentimiento de independencia, se les ha visto en el siglopasado reclamar y obtener la intervencin de estados extranjeros, o losextranjeros mismos han aprovechado las discordias de Espaa para

    justificar su intervencin, con resistencia de una parte del pas, perocon aplauso de la otra. La guerra civil, dolencia crnica del cuerponacional espaol, no reconoce fronteras.

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    El caso no se explica plenamente con hablar de la ideologapoltica. El obstculo que hay que salvar para decidirse a una accin deese gnero, est antes que los pensamientos y los planes polticos.Habra que escudriar lo que el carcter espaol, su energa explosiva,pone de violencia peculiar en todos los negocios de la vida. Y con qu

    facilidad el espaol sacrifica en pblico sus intereses ms caros a losarrebatos del amor propio. Por otra parte, muchos espaoles admiten yaplican ms o menos conscientemente un concepto de lanacionalidad y lo nacional, demasiado restringido. Segn ese concepto,una sola manera de pensar y de creer, una sola manera de comprenderla tradicin y de continuarla son autnticamente espaolas. Elpatriotismo se identifica con la profesin de ciertos principios, polticos,religiosos u otros. Quienes no los profesan, o los contradicen, no sonpatriotas, no son buenos espaoles; casi no son espaoles. Son laantipatria. Con semejante disposicin de nimo, todos los obstculos

    se remueven fcilmente, y resulta posible hacer, invocando la patria, loque, a juicio de otros hombres, menos convencidos del valor eterno desus opiniones personales, puede conducir tan solo a destruirla. Estadisposicin trgica del alma espaola, inmolada en su propio fuego,produjo ya en nuestro pueblo mutilaciones memorables, que tienenms de un rasgo comn con el resultado inmediato de la guerra civil.

    La entrada de los ejrcitos alemanes e italianos en Espaa, no hasido un recurso improvisado, impuesto por la necesidad de ganar laguerra a toda costa. Es parte de un plan mucho ms vasto, que no seacaba con la transformacin del rgimen poltico espaol. Trmite

    previo era el de acabar la guerra con el triunfo del movimiento de julio.Sus directores aportan al plan su dominio de Espaa. Grave error seraestimar por lo bajo la cuanta de esa aportacin. Es equivalente a laimportancia de la Pennsula, entre los dos mares, los Pirineos y elestrecho de Gibraltar. Ha podido ser desestimado injustamente el valorde la neutralidad de Espaa. Tal como era, constitua una pieza capitaldel sistema vigente en el occidente de Europa. Basta que en Espaacambie el viento, para que aquella importancia aparezca de pronto entoda su magnitud. Las pocas semanas transcurridas desde la conclusinde la guerra, han sido suficientes para demostrarlo. As, los motivos de

    los directores del movimiento nacionalista, al concertarse con laspotencias totalitarias, son de dos rdenes: 1. , resolver a su favor, porla fuerza de las armas, la discordia interior espaola. 2. , complementodel anterior, coadyuvar (el tiempo dir en qu medida) a una polticaeuropea que tiene todas sus simpatas, y que, como mostrar en otroartculo, tampoco son nuevas ni improvisadas.

    Las potencias totalitarias han comprendido bien el valor de lacarta espaola, y con la decisin que tantos xitos les ha valido hastaahora, han hecho todo lo necesario para incluirla en su juego. Ningnotro motivo poda pesar bastante para que Alemania e Italia echasensobre s las cargas y los riesgos de la operacin.

    La han conducido bien, con rotundidad, audacia y confianza en

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    sus medios. Los ms importantes, con serlo mucho, no han sidoprecisamente los medios militares enviados a Espaa. Su peso en lasoperaciones ha sido naturalmente decisivo. Si nos atenemos a lasdeclaraciones enfticas de uno de los partcipes, Santander, Tortosa yBarcelona son victorias italianas. El duce acaba de decir que la victoria

    de los nacionalistas espaoles es tambin italiana; se entiende, victoriamilitar, adems de poltica. Tanto como el esfuerzo combativo de loscuerpos italianos y alemanes, ha significado el efecto moral de supresencia. Infundan confianza en el xito final de la empresa, cuyosrecursos, contando con el eje Roma-Berln, podan tenerse porilimitados. Seguridad que ayuda a afrontar las dificultades, cuando elhorizonte parece ms cerrado, y a vencer el desaliento. A estepropsito, se ha hablado mucho de la hostilidad con que algunaspoblaciones acogan a los extranjeros, de rivalidades y enojos entre losoficiales espaoles y sus colegas italianos, etctera. Todo eso podr ser

    verdad. No me consta. Pero un republicano que, despus de sufrir dosaos de prisin en Burgos, consigui llegar a Barcelona, me dijo: Nocrea usted en la hostilidad a los extranjeros. Hay incidentes aislados,sin ms importancia. La mayora de la gente adicta al movimiento, nodesea que se vayan los italianos. Desea que vengan muchos ms, paraganar cuanto antes. Esta actitud es conforme a la lgica de lossentimientos suscitados por la guerra.

    Pero el esfuerzo principal de Italia y Alemania se realiz en elterreno diplomtico. El principal, porque nunca hubieran podidoemprender ni mantener la intervencin militar en Espaa, sin el juego

    victorioso de sus cancilleras durante casi tres aos. Las potenciastotalitarias han operado en Londres y Pars con mejor informacin, conms cabal conocimiento de las intenciones y de los medios de la parteopuesta, que en la Pennsula. Las peripecias de la guerra espaola, ensu aspecto internacional, que era el dominante, se han desenlazado enaquellas capitales. El triunfo militar tena que ser precedido, y ha sidoen efecto precedido, de un triunfo diplomtico rotundo.

    Olvidemos por un momento las dilaciones y los reparos con que,durante los primeros meses de la guerra, se aparentaba poner en dudael hecho de la intervencin italo-alemana. Todo el mundo la conoca,

    pero no se haba demostrado suficientemente. Un da lleg en que fuenecesario rendirse a la evidencia. Estbamos, una vez ms, ante unhecho consumado. La accin del Eje haba convertido la guerraespaola en un problema europeo de primera magnitud. 1. ,

    jurdicamente, por la violacin del pacto, en virtud de una agresincontra un Estado cuya soberana estaba reconocida por todos losdems. 2. , polticamente, porque la agresin era un paso adelante enla expansin de las potencias del Eje. La Repblica espaola mantenaen Ginebra, en Londres y en Pars, esta posicin: que se retirasen deEspaa todos los extranjeros. Era su derecho. Convena a la pazgeneral. Era una condicin inexcusable para la pacificacin interior deEspaa. El caso poda tratarse en Ginebra, por los mtodos de la

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    Sociedad de Naciones; tericamente, eso era lo debido. O porconversaciones entre los gobiernos, susceptibles de conducir a unasolucin satisfactoria, mediante concesiones recprocas. Descartada laSociedad de Naciones (constitucin del Comit de No-Intervencin,nota franco-inglesa de 4 de diciembre de 1936, recomendaciones del

    Consejo, confiando en la gestin del Comit de Londres, etctera), elproblema quedaba pendiente de lo que, en ltimo trmino, quisiera ypudiera hacer el gobierno britnico.

    Nuestra guerra ha dividido profundamente la opinin pblica enlos pases extranjeros, como si la pasin espaola fuese contagiosa.Grandes sectores de la opinin han hecho causa comn con uno u otrode los dos campos espaoles, y a veces les han aadido razones ymotivos que no eran suyos. Esta tensin de los nimos ha producido,entre otros efectos, el de obligar a los gobiernos a contemporizar.Contemplndolo desde Espaa, con todas las probabilidades de error

    que comporta el alejamiento, tal pareca ser el caso de Francia. No eraun secreto que el gobierno francs estaba dividido en cuanto alproblema espaol. Contrariamente a lo que poda suponerse en mi pas,la divisin no coincida con el color poltico de los componentes delMinisterio. Hombres que por su pensamiento poltico, no podansimpatizar con la significacin que, erradamente, se quera atribuir a laRepblica espaola, anteponan a toda otra consideracin lo que para elinters nacional francs significaba la frontera de los Pirineos. Otrosministros, y no de los menores, vean su responsabilidad terriblementeagravada y sus iniciativas paralizadas por el temor de que, una

    oposicin enardecida les imputase el obedecer a" consignas extranjeras.Con mucha afliccin y calientes lgrimas, tenan que resignarse a lareserva y al equilibrio entre las dos tendencias de la opinin. Habasobre todo la necesidad vital para la seguridad francesa, de nodistanciarse de Inglaterra. De esa manera, siendo Francia el pas msinmediatamente afectado por el problema de Espaa, los mtodosaplicados al caso de la intervencin extranjera, los remediospropuestos y los resultados a que se lleg., ms que franceses, eranbritnicos.

    La poltica desgobierno britnico en el problema de Espaa, visto

    en conjunto, ha sido una poltica de equilibrio, de ganar tiempo, y deobservar los acontecimientos. Desde fuera, esa poltica pareca a vecesuna desorientacin, un no saber qu hacerse. A favor de esa oscuridad,de esa reserva, informaciones ms o menos dignas de crdito atribuana veces al gobierno britnico vagos pensamientos de mediacin, opropsitos de llevar el asunto de Espaa a una conferenciainternacional, o de favorecer una restauracin monrquica. Losespritus suspicaces parecan persuadidos de que Londres jugaba a lacarta de Burgos y que la desaparicin de la Repblica estaba, pues,decretada. Para probarlo, hacan la cuenta de los actos del gobierno deLondres que (fuese o no su propsito), favorecan a los nacionalistas,con perjuicio de la Repblica. Realmente, antes de la guerra, la poltica

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    britnica no tena motivos para mirar, no ya con hostilidad, pero nisiquiera con antipata a la Repblica espaola; ni creo, en efecto, que lamirase as. Encendida la guerra, con el cortejo de horrores y desmanesque asolaron a todo el pas, los que ocurrieron en el territoriorepublicano repercutieron, como era natural, muy desfavorablemente

    para el rgimen en la opinin britnica, impresin profunda que hapersistido, sin llegar a borrarla del todo los esfuerzos del gobierno de laRepblica. Con todas las salvedades necesarias, parece tambin ciertoque la opinin britnica en general, no lleg a interesarse por el aspectopoltico de la cuestin espaola tan vivamente como la de otros pases.Conocida es la posicin de los partidos. En el gobierno, personajes muyimportantes por su calidad, eran hostiles a la Repblica. Otros ministros,disidentes de sus colegas en la manera de apreciar el problema generalde Europa (el tiempo ha venido a darles la razn), y mejor dispuestosen el asunto de Espaa, estaban obligados a una gran prudencia y

    reserva, por solidaridad ministerial y porque siendo hombres polticos yde partido, tenan que contar con su opinin pblica. Las oposiciones,laborista y liberal, pugnaban por que se acabase la no-intervencin, porque se volviese a la poltica de seguridad colectiva, por que se realizasela retirada de los contingentes extranjeros, etctera. Esta actitud, muyinteresante, muy til, no poda hacer variar radicalmente la polticabritnica: 1. Porque su peso en la opinin general del pas, no pareca,de momento, demasiado considerable. Ntese que, incluso entre lasTrade Unions se adverta (como aparece en algunas de las resolucionesde sus organismos directivos y en las conferencias de la Internacional),

    una frialdad, una reserva respecto de la Repblica espaola, que lossocialistas y los sindicatos de Espaa se explicaban difcilmente. 2. Porque la causa de la Repblica no adelantaba un paso si aparecaidentificada exclusivamente con los grupos o partidos que hacan laoposicin en cada pas, o se la utilizaba como arma de oposicin, o sedaba lugar a la sospecha de que la Repblica espaola hostilizabaindirectamente a los gobiernos de otros pases, moviendo contra ellos alos partidos de oposicin. La misma observacin puede aplicarse, enrea ms vasta, a las decisiones posibles de la Internacional sindical.3. La poltica de intimidacin del Eje haba hecho creer (nadie tena

    inters en desvanecer esta creencia) que cualquier rectificacinfavorable al derecho de la Repblica en la poltica de no-intervencin,desencadenara la guerra. Ahora bien: toda poltica encaminadaenfticamente a esquivar los riesgos de guerra tena (mientras laexperiencia no demostrase su esterilidad) las mayores probabilidadesde aceptacin general. Esta misma razn (cuya fuerza pusieron demanifiesto los acuerdos de Munich y la alegra con que fueron recibidos)autorizaba a pensar que ni siquiera unas elecciones generales hubieranrectificado fundamentalmente la poltica britnica en los asuntos deEspaa. As se vea desde mi pas la poltica de Londres. Cuando lasempresas del Eje han impuesto una rectificacin enrgica, el problemaespaol, acabada la guerra, haba entrado en una nueva fase, en la cual,

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    las consecuencias de todo lo hecho anteriormente, son, en sustancia,irrevocables.

    El punto concreto sobre que se estuvo discutiendo dos aos yagot la sutileza del Comit de Londres, fue la retirada de loscontingentes extranjeros. Realmente, lo peor del Comit de Londres,

    no fue que existiera, sino su fracaso. Implantada en teora lano-intervencin, lo ms deseable, lo ms til, era que el Comitcumpliera efectivamente la misin oficial que le haban asignado, hastaacabar con la accin, en todas sus formas, ce los extranjeros en Espaa.Segn mi punto de vista personal, ante la realidad creada, la Repblicadeba colaborar con el Comit, facilitndole su labor. De hecho, losgobiernos de la Repblica se han allanado (con reservas de pura forma,algunas veces) a las resoluciones del Comit. No fue la menosdesconcertante de todas, la que decidi que los marroques no eranextranjeros en Espaa; aplicacin un poco abusiva de aquella boutade

    que situaba en los Pirineos la frontera de frica. Y habiendo sido creadopara mantener la no-intervencin, estuvo a punto de conducir alreconocimiento del gobierno de Burgos por todas las potenciasrepresentadas en el Comit; o sea, a un acto de intervencin decisivo.En general, la actividad del Comit fue, de una parte, elenmascaramiento de una realidad que dejaba al descubierto suimpotencia, y de otra, una provocacin sostenida, entre insolente yburlona...

    Hace dos aos, un gran personaje britnico se lamentaba, enconversacin privada, de las indignidades que su gobierno tena que

    soportar. Entre ellas estaban, seguramente, las jugarretas con que sehaca durar la intervencin del Eje en Espaa. No he puesto nunca enduda que el gobierno britnico deseara y hubiese visto con satisfaccinel reembarque de los contingentes extranjeros. Todava en septiembrede 1938, el encargado de negocios en Barcelona me hizo saber que sugobierno persista en el propsito y no haba perdido la esperanza delograr la retirada. Esta conversacin fue anterior a los acuerdos deMunich y a la entrada en vigor del Gentlemen Agreement. De laimportancia del reembarque de los extranjeros, realizado a tiempo, yde sus inmediatas consecuencias para la pacificacin de Espaa, estaba

    enterado el gobierno de Londres, entre otras informaciones de quedispona oficialmente, por la muy minuciosa que le llev, en mayo del37, un emisario excepcional. En el fondo, el inters del gobierno de laRepblica no coincida exactamente con los puntos de vista britnicosen esa cuestin. Para la Repblica era cuestin de vida o muerte que laintervencin cesara antes de que sobreviniera una decisin militar de lacampaa. Solamente as poda llegarse a una conclusin de la guerramenos desastrosa. Al gobierno britnico lo que en definitiva leimportaba era que los extranjeros no se quedasen en Espaa portiempo indefinido. Despus, no faltaran medios de establecer unabuena inteligencia con el nuevo rgimen espaol. Naturalmente, elconflicto de Espaa era para los britnicos una parte, y no la principal,

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    del problema europeo que aspiraban a desenlazar, si era posible,dentro de la paz. Trmite utilsimo para el desenlace pacfico, parecaser la debilitacin del Eje, atrayndose a Italia. Para ese fin, se transigicon las pretensiones de Roma. El Gentlemen Agreementcondujo a esto:las tropas italianas se retiraran de Espaa cuando se acabase la guerra.

    O sea, cuando hubiera desaparecido la Repblica. Ya se estnmarchando. Italia y Alemania, ms unidas que nunca, suscitan unaalianza militar de Francia e Inglaterra con la URSS. La URSS, motivo deprevenciones contra la Repblica espaola, que han pesado mucho ensu suerte!

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    III. LA URSS Y LA GUERRA DE ESPAA

    De todos los temas relacionados con la guerra espaola, pocos oninguno han dado tanto que hablar como la cooperacin rusa en la

    defensa de la Repblica. El origen, los propsitos, la importancia de esacooperacin, sus efectos militares y polticos, han sido, tanto en Espaacomo en el resto de Europa, tergiversados por la propaganda y lapolmica, desfigurados en ms o en menos por la emocin de laspartes contendientes. Es cierto que la cooperacin rusa ha despertadograves temores, por las consecuencias (irrealizables en muchosrespectos), que pudiera traer para el porvenir del pueblo espaol.Tambin es cierto que despert esperanzas alegres, primeramente, enun rea de opinin muy extensa, para el resultado militar, y en segundotrmino, dentro de lmites mucho ms reducidos, en el terreno poltico.

    Ambos puntos de vista el del temor y el de la esperanza eran, a miparecer, equivocados, por falta de conocimiento cabal de las cosas ypor la peligrosa facilidad de confundir con la realidad un sentimientopersonal.

    Frente a la presencia importante, decisiva, de las potenciastotalitarias en Espaa, era fatal que se levantase, como anttesisnecesaria, la de la presencia sovitica, y que se le achacasen un origen,un propsito, un resultado paralelos (aunque de signo contrario) a losde la intervencin italo-alemana, sin pararse a averiguar el volumenexacto y las posibilidades de la cooperacin rusa. As es siempre la

    polmica poltica, que ni en paz ni en guerra suele guardar miramientoscon la verdad. Es creble que durante la guerra, habr habido en laEspaa nacionalista extremosos defensores de la colaboracinarmada italiana; otros, ms tibios, que la hayan soportado; y algunosque la habrn mirado con antipata y recelo. El mismo fenmeno,guardadas las proporciones, ha podido producirse en la Espaarepublicana, con esta diferencia: nunca ha habido un ejrcito ruso,grande ni chico, en el territorio de la Repblica. Nunca ha habido unpacto poltico, para el presente ni para el futuro, entre los gobiernos dela Repblica y el de Mosc. La posicin internacional de Espaa, en el

    caso de haber subsistido la Repblica, no habra variado esencialmenterespecto de lo que vena siendo antes de la guerra. Estas trescircunstancias muestran los lmites impuestos por la naturaleza mismade las cosas, no ya a las intenciones, sino a los medios de accin y losresultados posibles de la cooperacin rusa. De otros lmites hablarms tarde.

    Haba tambin en algunas zonas de opinin de la Espaarepublicana una actitud antirrusa en la cual participaban hombrespolticos muy importantes, que gobernaban o haban gobernado laRepblica. Causa: la poltica absorbente del partido comunista en lapoltica interior de la Repblica. Para algunas gentes, la URSS y elpartido comunista espaol eran la misma cosa. Es decir: se conducan

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    como si estuvieran persuadidos de que la posicin de la URSS ante elproblema de Espaa, incidente en un problema europeo ms complejo,era igual a la del partido comunista espaol, que mirando forzosamenteel problema desde Madrid o Barcelona, no poda verlo desde Mosc... nidesde Londres. Parecan tambin persuadidos de que la URSS sera

    para la Repblica espaola un escudo invulnerable, con el cual se podracontar indefinidamente y en cualquiera eventualidad. Una informacinms puntual les habra demostrado que tales clculos fallaban por subase. Admitamos que Alemania e Italia, empeadas en ganar la guerrade Espaa, habran hecho para conseguirlo todos los esfuerzosimaginables. La recproca no era cierta. Las potencias opuestas albloque italo-alemn en Europa, y por consiguiente en Espaa,consideraban que, en el juego europeo, la carta espaola era desegundo orden. Por dar jaque a Italia y Alemania en Espaa, nosolamente nadie arrostrara un conflicto grave, pero ni siquiera una

    tensin diplomtica, ni un enfriamiento de las ententes ni de lasamistades oficiales. Esta situacin alcanzaba tambin a la URSS.Cuando alguna persona, razonablemente, trataba de explicar losmotivos de esa situacin, probando que no poda esperarse otra cosa, yque la ayuda rusa no poda hacer prodigios, algunos fanticos seenfurecan, como si los insultaran. Ms que por fanatismo, por falta deinstruccin. La Repblica espaola, dirigida en sus comienzos por ungobierno de coalicin republicano-socialista, tard dos aos enreconocer de jure a la URSS. Hecho el reconocimiento en 1933, no senombr embajador, ni se estableci ninguna otra relacin poltica o

    diplomtica. Se intent redactar un protocolo, que sirviese paraprevenir las posibles actividades polticas de la URSS en Espaa. Algnagente comercial ruso estuvo en Espaa, examinando con el ministrode Hacienda las posibilidades de un convenio. Exista base para hacerlo,con ventaja de ambos pases. No se lleg a nada, por las dificultades deconcertar la forma y las garantas de pago. Estuvo tambin en Espaauna comisin de marinos rusos, que visit algunos establecimientosindustriales, que pudieran aceptar encargos de material naval. Elgobierno cay en septiembre del 33, y las cosas quedaron en tal estado.

    As continuaban en febrero de 1936, al constituirse un nuevo

    gobierno republicano, esta vez sin participacin socialista.Evidentemente, el reconocimiento hecho tres aos antes, haba deformalizarse, establecindose con la URSS relaciones normales. Lostrmites se llevaron con tan poca prisa, que seis meses ms tarde, alempezar la guerra, an no se haban organizado las embajadas. Elprimer embajador sovitico lleg a Madrid a los dos meses de guerra.Ninguna gestin se haba hecho para ofrecer ni para buscar el apoyoruso, en ninguna forma. En Mosc parecan tener acerca de la situacinde la Repblica, informes poco precisos, o ms bien, equivocados, talvez por haber credo demasiado a los optimistas. Dos nicasconversaciones tuve yo con el embajador sovitico. Por ellas vine asaber que en Mosc crean en el triunfo inmediato y fcil de la Repblica.

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    Las observaciones del embajador debieron de convencerle de que noera as.

    Las consecuencias, desastrosas para la Repblica, de lano-intervencin, sobre todo de la no-intervencin unilateral,empezaban a dejarse sentir. Los gobiernos que prohiban la

    exportacin de armas y municiones para Espaa, estabanestrictamente en su derecho. Tambin estaba en el suyo el gobiernoespaol comprndolas donde se las quisieran vender. El embajadorsovitico, visitante asiduo del presidente del Consejo, ministro de laGuerra, mantuvo en el ms riguroso secreto las intenciones de Moscrespecto de la venta de material de guerra, de suerte que el arribo de laprimera expedicin, fue casi una sorpresa. Y durante todo el curso de laguerra, la afluencia de material comprado en la URSS ha sido siemprelenta, problemtica y nunca suficiente para las necesidades del ejrcito.La gran distancia, los riesgos de la navegacin por el Mediterrneo, las

    barreras levantadas por la no-intervencin, impedan, por de pronto,un abastecimiento regular. Segn mis noticias, en 1938, hubo un lapsode seis u ocho meses en que no entr en Espaa ni un kilo de materialruso. Por otra parte, los pedidos del gobierno espaol, nunca eranatendidos en su totalidad; lejos de eso. Ms de una vez, el embajadorde la Repblica en Mosc, traslad a su gobierno las recomendacionesdel ruso para que se mejorase y aumentase la produccin de materialen Espaa, reduciendo al mnimo la importacin, que no era segura nide duracin indefinida. Por qu la industria espaola no lleg a unrendimiento suficiente, pertenece a otro lugar. Resultado: en ningn

    momento de la campaa, el ejrcito republicano no solamente no hatenido una dotacin de material equilibrada con la del ejrcito enemigo,pero ni siquiera la dotacin adecuada a su propia fuerza numrica. Encuanto a los combatientes rusos en Espaa, he ledo en una publicacin,al parecer respetable, que la defensa de Madrid corra a cargo de unejrcito ruso de ocupacin, cifrado en cien mil hombres. En 1937, elpresidente del Consejo de entonces, ciertamente poco inclinado atransigir con ninguna intromisin rusa, me hizo saber que el nmero derusos presentes en Espaa con diversas misiones, ascenda a 781.Mviles de los gobiernos espaoles que promovieron el

    aprovisionamiento de material en la URSS: suplir la carencia de otrosmercados en Europa y Amrica. Sin esa circunstancia, la URSS nohabra tenido nada que hacer en la guerra de Espaa. Una situacin tal,ha tenido consecuencias importantes. No fue la menor la impresincausada en la opinin popular espaola. El espritu pblico,naturalmente agnado por la guerra y su cortejo de horrores, estabapronto a llevar sus simpatas all donde encontrase, o le parecieseencontrar, un asomo de amistad y comprensin. No se le puede pedir auna masa que discurra como un hombre de Estado, ni que aprecie conexactitud la poltica exterior de otro pas, lejano y desconocido. Esindudable que en la mayora de los adeptos de la Repblica hubo,temporalmente, un movimiento de gratitud hacia la URSS; gratitud que

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    era la fase positiva de una profunda decepcin. Ese movimiento cedipoco a poco, despus con gran celeridad, lo mismo en los grupospolticos y en algunos de sus leaders, que en la masa general. He aqupor qu: los comunistas espaoles aprovecharon a fondo para supropaganda, aquella disposicin del nimo pblico. A juicio de personas

    expertas en poltica, conocedoras del pas y de la situacin d Europa,la aprovecharon demasiado. Un partido que en las elecciones de 1936obtuvo el cuatro por ciento de los votos emitidos en toda la nacin,creci durante la guerra, y a causa de ella, usando de todos los mtodosde captacin, entre ellos la influencia y la proteccin desde losministerios que ocupaban. Una identificacin imposible entre los finespropios de la poltica exterior de Mosc y los fines peculiares del partidocomunista espaol, serva para reforzar o cimentar aquella propaganda.Como si detrs de cada personaje, ms o menos embrujado por elprestigio moscovita, detrs de cada propagandista, detrs del partido

    estuvieran, y hubiesen de estar siempre el seor Litvinov, el ejrcitorojo, y los 180 millones de sbditos de la URSS. El primero de los tresmiembros de esa suposicin, se ha realizado algunas veces, pero losotros dos eran desvaro. Con todo, en algunas conversiones alcomunismo, muy sorprendentes, he podido apreciar que el resortepsicolgico no era la revelacin de una doctrina, sino un sentimiento dedespecho e irritacin.

    El vago sentimiento rusfilo de que he hecho mencin, se vioenvuelto y contrariado por la oposicin creciente a la poltica de partidode los comunistas. Es cierto que los comunistas espaoles no se

    cansaban de repetir que no aspiraban a implantar el bolchevismo, quesu adhesin a la Repblica democrtica era sincera, etctera.Informadores muy personales, que creo fidedignos, me aseguraban,viniendo de Mosc, que los dirigentes soviticos estaban convencidosde que el comunismo en Espaa era imposible, por motivos nacionalese internacionales. Si en efecto lo crean as, daban muestras de buensentido. Mas el partido comunista segua la misma tctica que otrosgrupos polticos: ocupar posiciones en el Estado para ser los msfuertes el da de la paz. Justo es decir que esa tctica no fue adoptadapor los Republicanos, ni por la fraccin del partido socialista que haba

    permanecido fiel a su tradicin democrtica y anticatastrfica. Laoposicin # la poltica de partido de los comunistas fue creciendo entretodos los que no estaban sujetos a su disciplina. Se vio reforzada portodo lo que era o aspiraba a ser oposicin al gobierno, en el que loscomunistas tenan dos o tres puestos, aunque los oponentes no hayanencontrado la ocasin o no hayan tenido los medios de manifestarse.

    Tocante a los motivos de la poltica de Mosc en el problema deEspaa, me abstengo de discurrir por conjeturas. Muy fino ha de serquien pretenda conocer en su raz ltima las decisiones de un gobiernoque se rodea de tanto secreto. (Contraste notable con la locuacidadespaola; otros ms profundos hay entre los dos pueblos, pese aquienes con ligereza pretenden asemejarlos.) Preferir la explicacin

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    ms complicada no es siempre lo ms sagaz. Todo el mundo conoceque los puntos de vista de la URSS en los problemas planteados enEuropa por la poltica del Eje, han diferido de los de Pars y Londres.Igualmente, y por los mismos motivos, han diferido en el asunto deEspaa. El valor de Espaa para la poltica internacional de la URSS no

    depende de que haya en la Pennsula un rgimen bolchevista, sino deque el gobierno espaol entre en el sistema de las potenciasoccidentales y refuerce el sistema, en lugar de disminuirlo oamenazarlo. Los dirigentes de Mosc no podan desconocer, incluso porsu propia experiencia, que el bolchevismo en Espaa, lejos de reforzarlas amistades franco-espaola y anglo-espaola; las habra puesto enentredicho. Una Espaa bolchevizada habra sido relegadainternacionalmente, al lazareto, por todo el tiempo, que no habra sidomucho, que necesitaran las potencias circundantes para aniquilar esergimen en la Pennsula. Segn la tesis de Mosc, la descomposicin de

    las amistades francesas en el oriente europeo, la poltica deintimidacin del Eje, no contrarrestada por nadie, disminuan lapersonalidad internacional de Francia. La empresa talo-alemana enEspaa era una pieza principal de aquella poltica. El hundimiento de laRepblica menguara la posicin francesa en Occidente y en elMediterrneo; menguando la posicin de su aliada, menguara tambinla posicin de la URSS en Europa. La URSS apoyaba, en consecuencia,la causa de la Repblica en el terreno diplomtico. En el orden militar, elapoyo consista esencialmente en lo que he dicho. Los lmites de una yotra accin, impuestos por la situacin que entonces tena la URSS en

    Europa, estaban ms o menos a la vista. En ningn caso poda ni queratomar la URSS una actitud intransigente que originase decisionespeligrosas. Las discusiones de Ginebra y del Comit de No-Intervencinlo prueban. Menos an ha entrado en los clculos de la URSScomprometerse seriamente en Espaa. La guerra espaola ha sido entodo momento para la URSS una baza menor. Creo saber que unpersonaje del Kremlin lleg a admitir la sospecha de que alguien enEuropa hubiera visto con gusto que la URSS se metiera a fondo enEspaa, esperando que as se debilitara. Desconozco el fundamento dela sospecha. El solo hecho de admitirla y de prevenirse contra ella

    llevaba implcito el propsito, confirmado por los hechos, de noarriesgar directamente en la causa de Espaa ningn atout(diplomtico o militar) de verdadera importancia. Pinsese como sequiera de todo ello, las cosas ocurrieron, en los puntos que he tocado,como queda dicho y no de otra manera.

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    IV. LA REPBLICA ESPAOLA Y LA SOCIEDAD DE NACIONES

    La Repblica espaola haba tomado en serio a la Sociedad deNaciones. Inscribi en la Constitucin de 1931 una declaracin

    terminante, adhirindose a los principios del Covenant, para ajustar aellos su poltica exterior. El sistema de seguridad colectiva y lasobligaciones derivadas del pacto parecan llamados a resolver paraEspaa un problema capital: el de encontrarse garantizada contra unaagresin no provocada, sin necesidad de montar una organizacinmilitar y naval que hubiese impuesto al pas una carga insoportable. Erala solucin deseable para una nacin desarmada, dbileconmicamente, pero en vas de progreso y de reconstitucin interior.Por su parte, a quin ni por qu iba a agredir Espaa? Miembrosemipermanente del Consejo, Espaa ha defendido siempre, en el

    Consejo y en la Asamblea, la letra y el espritu del pacto. Hacindolo as,se defenda a s misma. Tal fue su posicin, por ejemplo, ante laagresin del Japn contra la Manchuria. La delegacin espaola tomparte principal en el mantenimiento de la doctrina y en losprocedimientos que se trat de poner en juego al ocurrir aquellaruptura del pacto. Tal fue tambin su actitud al votarse la poltica desanciones por la invasin de Etiopa. Llegada la ocasin, la Repblicapoda creerse con derecho a un trato equivalente, en virtud de lasobligaciones firmadas y en virtud de su conducta anterior. Al estallar laguerra y producirse la intervencin extranjera, era opinin general en

    Espaa que la Sociedad de Naciones hara lo que en justicia fuesenecesario para reducir nuestro conflicto a las proporciones de unadiscordia interior, en la que ningn Estado extranjero tena por qumezclarse. Desde el primer contacto con la Sociedad de Naciones,empezada la guerra, se vio que no sera as. La doctrina oficiosa enGinebra, aunque nadie la hubiese definido claramente, pareci ser quela Repblica deba contentarse con triunfos morales, cuando ms, nosiendo posibles otros, sustanciales. Se implant la tctica de pedirles alos delegados espaoles que no importunaran demasiado con susreclamaciones, que no comprometieran la tranquilidad de la reunin.

    Desde el Congreso de Viena, Espaa no haba vuelto acomparecer ante una gran asamblea de estados a defender su derecho.En el Congreso de Viena, nuestro pas era colaborador (de segundoorden, y un poco desdeado, pese a la prestigiosa aureola de la guerrade Independencia), y la actitud del pueblo espaol, resistiendo alemperador salido de la revolucin, enemigo de Inglaterra, iba en lamisma direccin que la poltica de los gobiernos representados en elCongreso. Del sistema de reconstruccin poltica implantado en Viena,del equilibrio resultante y de la fuerza de las potencias coligadas paramantener aquella obra, Espaa recibi, por todo regalo, la restauracindel despotismo terrorfico de Fernando VII Qu ha recibido ahora de laSociedad de Naciones?

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    En la institucin de Ginebra, nuestra calidad de Estado miembronos permita hacernos or; pero ms que colaboradora, en esta ocasinla Repblica era demandante. Diversas circunstancias, ajenas alproblema mismo, pero enredadas a l parasitariamente, influan de unmodo desfavorable. Me refiero, en primer trmino, a cuanto haba

    pasado en Espaa bajo el nombre comprometedor e inexacto derevolucin. Era muy difcil impedir que al considerar el caso jurdicodel Estado espaol, atacado a mano armada en una guerra exteriorclandestina (materia propia de la Sociedad de Naciones), algunosidentificasen, no siempre de buena fe, la causa de la Repblica con la delos revolucionarios desmandados, y envolviesen a la una en igualaversin que a los otros. Tampoco puede desconocerse cunto hanhecho los espaoles, sin prever tan triste resultado, para menguar surespetabilidad nacional. No me refiero ya a los hechos desatinados,intiles, perjudiciales para aquello mismo que se pretenda defender,

    cometidos a uno y otro lado de las trincheras. El solo hecho delalzamiento en armas basta para hacer zozobrar el prestigio de un pas.Y an ms, la furia con que dos masas enemigas se lanzaron la unacontra la otra. Desgraciadamente, esto es racial.

    Los desastrosos efectos que todo eso produjo en el exterior, noformaban en todo caso el obstculo mayor con que la Repblicatropezaba para obtener en Ginebra algn resultado til. La Sociedad deNaciones naci tericamente para declarar el derecho entre los pueblosy prestar un procedimiento pacfico de restablecerlo cuando fueseatropellado. Pretensiones (fallidas) de universalidad y permanencia. De

    hecho, la Sociedad de Naciones se haba convertido en el guardin delsistema europeo elaborado en Ver salles. El Tratado de Versalles se caea pedazos, y con l la Sociedad de Naciones que lo custodia. Gobernarel mundo sobre el supuesto de que permanecera indefinidamentedentro de aquel estatuto, es inconcebible. Qu paz general, pormuchos juristas que interviniesen en su redaccin, y aunque dejasetras de s menos resentimientos que la de 1919, ha durado en Europaarriba de una veintena de aos? Era fatal que los resentidos y losambiciosos (algunos renen ambos caracteres) trataran de romper, deun modo o de otro, las costuras de un traje que les vena estrecho. No

    haba ms que acceder a tiempo, y con buena gracia, a una equitativarectificacin, o sofocar por la fuerza el primer intento unilateral derectificacin. Se ha hecho lo peor: soportar, porque no podanimpedirse, las violaciones de la legalidad internacional, y acusar elgolpe, como un agravio de las naciones a quienes perjudican omolestan. Es claro que no todas las rupturas del pacto que puedenrecordarse quebrantan los tratados de 1919, pero cualquieramodificacin unilateral de ellos infringe el pacto. La guerra de Espaa,en el orden internacional, era una violacin formal del pacto(intervencin armada de Alemania e Italia), y, en el fondo, unaoperacin estratgica para obligar, si se poda, a Francia a someterse elda de maana a un diktat germnico. Todos los hechos que han

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    debilitado a la Sociedad de Naciones e impiden tomarla en serio desdeque su accin coactiva qued anulada en 1935, y todas las razones quelas grandes potencias hayan podido tener para ir tolerando, aregaadientes, que la Europa reajustada en Versalles se descompongapor voluntad del Reich, se han conjurado contra la causa de la

    Repblica y contra el destino poltico de Espaa, envuelta en una ondasuscitada para modificar las paces de 1919, en las que nada tuvo quever. Espaa ha padecido la guerra para facilitar que en su da vayansiendo alemanes el Danubio, la Silesia, el pasillo polaco, etctera, ypara que Inglaterra sea disminuida en el Mediterrneo. En ciertosentido, Espaa ha sufrido las consecuencias del desarme britnico.

    En cuanto a lo que poda esperarse de la aplicacin del pacto, eraevidente que, no disponiendo de un sistema de sanciones, o nopudiendo aplicarlo (viene a ser lo mismo), la Sociedad de Nacionesanul su fin principal en cuanto el primer agresor qued impune. Del

    caso de Manchuria se habl mucho con Ginebra. Comisiones,dictmenes... En la invasin de Abisinia pareci que las cosas seformalizaban. Quien o quienes hicieron fracasar la poltica de sanciones,o la emprendieron sin los medios ni la decisin bastantes para llevarla atrmino, dejando sembrados intilmente resentimientos nuevos ydesprestigiada a la Sociedad de Naciones, abrieron la puerta a laagresin contra Espaa. Despus de eso, era previsible que en Ginebrase hablara poco y de mala gana del caso espaol.

    El primer recurso ante la Sociedad de Naciones fue presentadoformalmente por el gobierno espaol en diciembre de 1936. Tres meses

    antes, en la reunin de la asamblea, los delegados espaoles haban yaexpuesto los trminos de la cuestin, pero sin demandar un acuerdoconcreto sobre ella. La reunin extraordinaria del Consejo, pedida porel gobierno espaol, conforme al artculo 11 del Pacto, en vista de quela situacin existente en Espaa era una grave amenaza para la pazinternacional, no pudo ser denegada. La vspera de la reunin delConsejo, un comunicado de Pars y Londres dio a conocer que el 4 dediciembre los dos gobiernos se haban dirigido a los de Alemania, Italia,Portugal y la URSS, pidindoles su cooperacin para impedir todo actode intervencin extranjera en el conflicto, y que dirigiesen a sus

    representantes en el Comit de Londres las instrucciones necesariaspara organizar un control eficaz. En la misma nota pedan a los cuatrogobiernos mencionados su aquiescencia para una mediacin conjuntaen Espaa. Ignoro lo que respondieron a esta propuesta Alemania,Italia y Portugal.

    El Consejo, despus de or excelentes discursos, en los que, mso menos, se haca notar la inutilidad del llamamiento formulado por elgobierno espaol, adopt una resolucin que era una parfrasis de lanota franco-inglesa y una ratificacin de sus miras.

    Incumbe a todo Estado el deber de respetar la integridadterritorial y la independencia poltica de otro Estado... Informado [elConsejo], de que en el Comit de Londres se intentan nuevos esfuerzos

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    para hacer ms eficaz su accin, por el establecimiento de medidas decontrol, recomienda a los miembros de la Sociedad representados en elComit que no omitan nada para hacer tan estrictos como sea posiblelos compromisos de no-intervencin, y tomar las medidas paraasegurar un control eficaz...

    La deliberacin ms importante de las dedicadas por la Sociedadde Naciones al asunto de Espaa fue la de septiembre del 37. Comopuede suponerse, la actitud que la delegacin espaola deba adoptarfue examinada detenidamente en Valencia. Tuve ocasin de exponer noslo al jefe del gobierno, sino al ministro de Estado y a otros miembrosde la delegacin, lo que, a mi juicio, proceda hacer. No podamos ir aGinebra a pedir sanciones contra los agresores. En cuantohablramos de eso, todos se pondran en contra. Tampoco se podapensar, cediendo a un movimiento de mal humor, por justificado queestuviese, en retirarnos de la Sociedad. La cuestin deba plantearse

    tomando por base un acuerdo anterior del Consejo, en que se dio porcomprobado el hecho de la invasin y se remiti el asunto al Comit deLondres. El complejo plan elaborado por los tcnicos y sometido a ladiscusin del Comit en julio anterior, no pudo ser aprobado. Desdeentonces, el Comit haba cado en letargo. Era el momento de que laSociedad de Naciones llamase a s el problema nuevamente y sepronunciase sobre el fondo. Nuestra posicin fundamental no poda serms que una: que el conflicto espaol se redujera a sus lmites propios,o sea, los de una cuestin de poltica interior del pas; la accinconsiguiente era la retirada de todos los combatientes extranjeros.

    Otras peticiones complementarias podan hacerse, sin hablar para nadadel artculo 16 del pacto. Todos los delegados con quienes habl,encontraron acertado el planteamiento, cuyos trminos deban serfijados en definitiva por el gobierno. Algn delegado me hizo observarque la asamblea podra incluso votar una resolucin de principio, ms omenos platnica, pero que era intil esperar que de sus acuerdossaliera nada que pusiese fin a la intervencin, ni un mecanismo quehiciese efectiva la retirada de los extranjeros. Opinin muy probable,sobre todo siendo tan contrario a la Repblica el curso de la guerra.Haba que resignarse de antemano a que la delegacin espaola, que

    ira a Ginebra con dos provincias menos (estaba para consumarse laprdida de todo el norte), retornase con las manos vacas. Pero el viajede la delegacin espaola a Ginebra, especialmente del jefe delgobierno y del ministro de Estado, tena una importancia particular, conindependencia de lo que pudiera ocurrir en la Sociedad de Naciones, pormotivos que me propongo contar en otro artculo.

    Tambin en aquella asamblea iba a resolverse el caso de lareeleccin de Espaa como miembro semipermanente del Consejo. Lareeleccin era dudosa, por varios motivos: la incertidumbre (cuandomenos, incertidumbre) del resultado de la guerra, la desconfianza en loque pudiera hacer la Repblica, la desconsideracin producida por elhecho mismo de la guerra, sus horrores y las disputas por la influencia

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    extranjera en Espaa, la animadversin (encubierta o declarada) dealgunos gobiernos. Informaciones posteriores al suceso asegurabanque la eleccin de Blgica en el lugar de Espaa estaba concertadadesde algunas semanas antes. Apenas lleg a Ginebra la delegacinespaola, comprob que la reeleccin de Espaa era poco probable. En

    las conversaciones preparatorias de la votacin surgi un incidenteinesperado: el delegado chileno, por s, y en nombre de otrasdelegaciones americanas, ofreci sus votos a Espaa a cambio de queel gobierno de la Repblica dejase salir de las embajadas en Madrid atodos los refugiados en ellas, y los situase en un puerto, para embarcarlibremente.

    En una reunin anterior del Consejo, ya el delegado chileno habaplanteado la cuestin del derecho de asilo en las embajadas,institucin jurdica que, si existe en Amrica, no era reconocida enEspaa. En aquella ocasin, el representante espaol se opuso a que el

    Consejo entendiera en esa cuestin, pero se avino a examinarseparadamente con cada gobierno el caso de los asilados en laembajada respectiva. En la prctica de ese derecho de asilo, toleradopor el gobierno (a mi juicio, hizo bien en tolerarlo), se haba llegado auna situacin sumamente difcil e irritante, ms que por el nmero depersonas asiladas, por la condicin de algunas y por las actividades aque se dedicaban dentro de las embajadas, Que de este espinosoasunto, en el que la autoridad del gobierno estaba gravementecomprometida, se quisiera hacer materia de contrato, nada menos quepara adquirir votos en la reeleccin de Espaa, produjo asombro. El jefe

    del gobierno, presidente de la delegacin, rechaz la propuesta,aunque algunos delegados parecan inclinarse a aceptarla. Espaa noobtuvo el qurum. La delegacin espaola pidi a la asamblea que sereconociese la agresin de que Espaa era objeto por parte deAlemania e Italia, y que en virtud de tal reconocimiento la Sociedad deNaciones examinara con toda urgencia la manera de poner fin a laagresin; que se devolviese al gobierno espaol el derecho de adquirirlibremente material de guerra y que se retirasen del territorio espaollos combatientes extranjeros. Un comit de redaccin, designado por laComisin sexta, elabor trabajosamente un proyecto de resolucin. En

    el proyecto,la asamblea... lamenta que... no solamente el Comit de

    No-Intervencin no haya conseguido la retirada de loscombatientes no espaoles que participan en la guerra de Espaa,sino que hoy sea preciso reconocer la existencia en el territorioespaol de verdaderos cuerpos de ejrcito extranjeros, lo queconstituye una intervencin extranjera en Espaa...; la retiradade los combatientes extranjeros es el remedio ms eficaz de unasituacin tan grave...; hace un llamamiento a los gobiernos paraque se haga un nuevo esfuerzo en ese sentido; y consigna que, siese resultado no fuese obtenido en un bref delai, los miembros de

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