suplemento cultural - hp 438

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Comunicante Comunicante Comunicante VIERNES 12 DE JUNIO DE 2015 SUPLEMENTO CULTURAL 33 El último momento con don Luis En el principio, la película "Los olvidados" no gustó a los mexicanos ultranacionalistas, pues retrataba la realidad de pobreza y miseria suburbana 1984, “El Gran Hermano te vigila” “Quien controla el pasado –decía el slogan del Partido-, controla el futuro. Quien tiene potestad sobre el presente, la tiene sobre el pasado”. A 66 años de su publicación. José de la Colina Pág. 7 Juan L. Simental Pág. 8 Borges y Saramago: La creación en duelo con la muerte Con sus obras, Jorge Luis Borges y José Saramago dan ejemplo de la falsedad del prejuicio que limita a la senectud y a la enfermedad al ámbito de la muerte; ni la ceguera ni la vejez fueron un obstáculo para lograr un lugar en la historia universal de la literatura. Por: Adrián Meraz Págs: 4, 5 y 6

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Borges y Saramago: La creación en duelo con la muerte

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Page 1: SUPLEMENTO CULTURAL - HP 438

ComunicanteComunicanteComunicanteVIERNES 12 DE JUNIO DE 2015 SUPLEMENTO CULTURAL 33

El último momento con don Luis

En el principio, la película "Los olvidados" no gustó a los

mexicanos ultranacionalistas,pues retrataba la realidad de pobreza y miseria suburbana

1984, “El Gran Hermano te vigila”“Quien controla el pasado –decía el slogan del Partido-, controla el futuro.Quien tiene potestad sobre el presente, la tiene sobre el pasado”.A 66 años de su publicación.

José de la Colina Pág. 7 Juan L. Simental Pág. 8

Borges y Saramago:La creación en duelo con la muerte

Con sus obras, Jorge Luis Borges y José Saramago dan ejemplo de la falsedad del prejuicio que limita a la senectud y a la enfermedad al ámbito de la muerte; ni la ceguera ni la vejez

fueron un obstáculo para lograr un lugar en la historia universal de la literatura.

Por: Adrián Meraz Págs: 4, 5 y 6

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Editor / Ricardo Bonilla Diseño / Grupo Editorial HADEC

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VIERNES 12 DE JUNIO DE 2015

Fernando Pessoa escribía poesía, pero no escribía “su” propia poesía, sino la de diversos autores ficticios, diferentes en estilo, modos y voz. Publicó con varios heterónimos —de los cuales los más importantes son Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Bernardo Soares y Ricardo Reis—, e incluso publicó críticas contra sus propias obras, firmadas por sus heterónimos. (Nació el 13 de junio de 1888, en Lisboa, Portugal. Wikipedia).

“La ceguera no es oscuridad”

(Murió el 14 de junio de 1986).

“Somos nuestra memoria,somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, Jorge Luis Borges

Borges era apenas un niño, en siete contaba sus años cuando escribió

“La visera fatal”. Más tarde, aunque no tanto, tradujo “El príncipe feliz”, de Oscar Wilde. En esa época inició la educa-ción formal y el trauma que esto le causó le acompañó una buena parte de su joven exis-tencia; ser un infante que “lo sabía todo” le atrajo el escarnio de niños que eran como cual-quiera, menos como él.

La historia de Borges fue abun-dantemente bendecida por las palabras: palabras que nacieron eruditas y palabras de esas que se dicen en la calle y que, igual que aman, odian a muerte; palabras con las que se dicen las verdades y palabras con las que se miente por misericordia o con saña. Bor-ges amó tanto a las palabras que, incluso, inventó las que no había para que con ellas se dijera de los libros que solo existieron en su mente… pero ¿quién lo puede

asegurar? Borges mismo dijo que Borges no existió, sino que era solo el personaje.Sin embargo, apenas a la mitad de su vida la luz comenzó a írsele de a poco. Borges, que había dicho: “hay quien se siente orgulloso de los libros que ha escrito; yo me siento orgulloso de los libros que he leído”, supo entonces que había un infierno peor que el infierno de Dante: la ceguera. A pesar de ello, él mismo des-

mitificó el peso de las sombras: “la ceguera no es oscuridad”, dijo, y luego remató: “ser ciego es como no serlo”.El ángel de la melancolía y la peor de las añoranzas: extrañar lo que jamás sucedió. Esa fue, quizá, la pena última de Borges: los libros que se le apagaron antes de tiempo y la nostalgia que se mide en ausencias. A veces, para ser feliz, basta el más pequeño de los destellos de la luz. Borges lo supo.

Nomás por hablar de algo…La Efeméride

El 12 de junio es el Día Mundial contra el Trabajo Infantil. Según las estimaciones mundiales más recientes, unos 120 millones de niños de cinco a 14 años de edad están en situación de trabajo infantil; los niños de ambos sexos son afectados casi por igual. La persistencia del trabajo infantil tiene sus raíces en la pobreza, la falta de trabajo decente para los adultos, la falta de protección social y la incapacidad para asegurar la asistencia de los niños a la escuela hasta la edad mínima legal de admisión al empleo.

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VIERNES 12 DE JUNIO DE 2015

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Nadia Bracho

Y en el quinto día y dos cuartos… Dios creó a los ratones

Satín y Seda

-Mamá, ayer vi un ratón –dijo la niña como si se tratara de un asunto de la menor importancia.

Yo seguí con mi rutina: partir la carne en pedazos pequeños, ponerle salsa cátsup so-bre la misma, cuidando de formar una carita feliz; quitar la cebolla y hacerla a un lado… momento, dijo: ¡un ratón!

Mi mente divagó un poco, como desme-nuzando la idea, pero no quise hacer dema-siado caso.

-Mamá, el ratón que vi estaba aquí abajo en los cereales –dijo al tiempo que señalaba con la cuchara. Yo ni me inmuté y conservé mi postura, sin moverme un ápice de la si-lla. Seguí ahora con las zanahorias. ¿Un ra-tón? Seguí con esa idea que me molestaba… ¿un ratón, aquí en los cereales?

De pronto todo estaba claro. Mis ojos se abrieron por lo que entró más luz por mi retina, al mismo tiempo que mis cuer-das vocales se prepa-raban para dejar salir el grito más desga-rrador de la cuadra.

-¡Un ratón! ¡Aquí en mi cocina! ¡En mis cereales! ¡Por Dios, auxilio! –grité e instintivamente brinqué arriba de la silla buscando por los rincones al innombrable “monstruo”.

-Eso te decíamos desde hace mucho –dijo uno de los hijos que ni siquiera se tomó la molestia de interrumpir su bocado.

-Está bien, hay que tomarlo con calma -dije a los niños.

-No se asusten, esto se tiene que solucionar. Por lo pronto, vayan a la cama y tápense hasta arriba hasta

-¡Un ratón! ¡Aquí en mi cocina!¡Con mis cereales! ¡Por Dios, auxilio!

que yo les diga…-Mamá, son las tres de la tarde, ¿ya nos va-

mos a ir a dormir? -la protesta sonaba lógica y el único argumento que tenía a la mano era que en China eran aproxima-damente las diez de la noche, pero estaba segu-ra que aunque les pusiera kimono de pijama, no se iban a dormir.

-Por hoy les voy a dar esta concesión y tomaré en cuenta sus peticio-nes -y con un ademán los dejé levantarse, ha-ciendo caso omiso de las caras de: “¡no es posi-ble! Qué hicimos para tener este karma”.

Las horas transcurrieron y no escuché movimiento alguno. Cansada de la espera, me bajé de la silla y deposité a un lado el plume-ro para limpiar los candiles, cuando… ¡Claro que era un ruido!

Sordo, quedo, pero ruido al fin. Me acer-qué con sigilo y, para cerciorarme de que no eran los latidos de mi corazón, el cual sentía en la garganta, lancé un tenedor hacia el lugar del ruido, y... ¡era gris!, gris rata para ser más exacto. Sus orejas estaban paradas, alertas, y se movían en diferentes direcciones; las patas delanteras eran cor-

tas, pero las traseras estaban gordas y pe-ludas, cansadas quizá de sostener una larga cola, larguísima, grue-sa y negra.

Esa osadía le iba a costar muy caro, y an-tes de que ese semejan-te “pterodáctilo roedor” fijara su residencia en

los gabinetes de la cocina, iba a conocerme. Al día siguiente lo primero que compré fue no una, ¡sino 11 trampas!, con pegamento (y no precisamente para que se depilara las piernas). Elegí para eso las más grandes, las más pegajosas y más venenosas. Después las dispuse en el piso de tal manera que cual-quier campo minado se hubiera visto como un simple huerto de hortalizas. Ahí esperé a que mi venganza se llevara a cabo.

¿Mi venganza? ¡Cómo no! La rata esta-ba carcajeándose a sus anchas, ya que las

trampas solo le sirvieron para jugar dominó y seguir disfrutando del buffet de cereales que tenía a la mano. La im-potencia se apoderaba de mi persona

por lo que llamé al exterminador de plagas.

-¡Tengo una rata! -grité de inmediato en cuanto descolgó el teléfono.

-Perdón, está usted llamando al exter-minador “Nunca volverán”. ¿Con quién de-sea hablar? - respondió una señorita muy profesional.

-Con el que mata las ratas. Es una emergencia –le respondí apurada.

-Ya veo, ¿desde cuándo tiene el problema? -Tiene seis horas y 14 minutos…-¿Cuántas ratas ha visto?-Una, y es grande.-¿Cree usted que vaya a anidar?-No sé intimidades, ¡pero sobre mi ca-

dáver, señorita!-Disculpe, pero solo matamos por de-

cenas. Lo que recomendamos es comprar unas bombas con veneno; con una lata chi-ca es suficiente. Buen día…

No esperé a discutir con nadie ni siquiera con mi conciencia. Me fui de inmediato y pedí tres grandes, tamaño jumbo para una bodega de 16 metros por ocho de diámetro. Y esa noche co-mencé mi plan: sellé las puertas, depo-sité las bombas y después de tres gritos de: ¡muere, rata inmunda!, el veneno comenzó a hacer efecto... pero en mi persona: la picazón de ojos me impedía subir la escalera y después una tos es-pantosa no me dejaba respirar.

Como pude salí a la calle y llamé pi-diendo ayuda (eso creía, pero no salía nada de mi boca). Una vecina reconoció mi bulto (yo estaba agachada tratando de respirar) y en un santiamén estaba en Urgencias.

¿Tiene usted ratones?... ¡¿Y?! Qué tanto son unos simples ratoncitos. A pesar de muchas teorías, todos somos criaturas del universo y, por lo tanto, también hijos de Dios.

Antes de que semejante “pterodáctilo roedor” fijara su residencia

en los gabinetes de la cocina, iba a conocerme

Allí estaba la bestia, ese animal como llegado de

la era cuaternaria

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VIERNES 12 DE JUNIO DE 2015

Borges y Saramago: La creación en duelo con la muerte

Pocas ideas asustan tanto a nues-tra todopoderosa cultura como lo son la vejez y la enfermedad,

basta que nos asomemos un poco al mundo de la publicidad y veremos que junto a la obesidad y la fealdad es-tética, la senescencia y la enfermedad son los temibles jinetes del Apocalip-sis que a toda costa hay que desterrar de nuestro moderno mundo.

En él, es poco menos que incon-cebible imaginar que estos demonios puedan ser el principio de algo bello, de algo que desafíe la norma de los cuerpos perfectos y las mentalida-des pueriles, así, el imperativo de ser bello, joven y sano se impone como condición primaria para todo acto hu-mano, sin estas cualidades, el triunfo se vislumbra lejano o inaccesible, sin estos requisitos –se dice- no podemos siquiera imaginar una posición “res-petable” en este mundo.

Cosa curiosa, hasta hace no mu-cho la adolescencia era vista

como sugiere su raíz etimo-lógica como una dolencia,

abatida la brecha generacional, vemos hoy que esa condición de vulnerabili-dad e incertidumbre es ahora el ideal perseguido por el hombre de todas las edades, a diferencia de épocas pasadas en las que la vejez era fuente de reve-rencia, ahora es vista como un impe-dimento insalvable: difícil nos resulta pensar que una obra de mérito pueda provenir de un hombre anciano, la exigencia de crear contra reloj algo nuevo, que dure lo necesario para ser novedoso, es la constante ideológica dominante, esta mentalidad reduce el interés de emprender nuevas empre-sas a edades avanzadas, estrechando a su vez las posibilidades de existencia de muchos seres humanos.

Si bien hay casos que resultan confirmar la relación entre juventud y productividad, observamos en estos creadores precoces una tendencia a desaparecer casi tan rápido como apa-recieron –quizá el caso paradigmático por excelencia sea el de Arthur Rim-baud: niño genio que a los 17 años ya había revolucionado el mundo de

la poesía moderna, mismo que a los 19 decide abandonar para dedicarse a la exploración y el contrabando en África-; por el contrario, los casos de creadores que alcanzan tarde la madurez expresiva no resulta extraño, y son ellos quienes vienen a dar la nota que contradice nuestro culto moderno al hacer precoz.

Con ocasión de su aniversario luctuoso, recordemos en esta ocasión a dos escritores que con su obra dan ejemplo de la falsedad del prejuicio que limita a la senectud y a la enfermedad al ámbito de la muerte, dos escrito-res que desde la vejez y la ceguera aportaron una voz propia a la es-critura del siglo XX, dos escritores que colocaron a sus respectivos países en el primer plano de la lite-ratura universal, dos escritores para los que ni la ceguera ni la vejez fue obstáculo para lograr un lugar en la historia universal.

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VIERNES 12 DE JUNIO DE 2015

Borges y Saramago: La creación en duelo con la muerte

Solamente tenemos un recurso frente a la muerte:hacer arte antes que ella.

René Char

Por Adrián Meraz

Borges: Visiones de lo imposibleRecordado a 29 años de su muerte, el autor argentino considerado el más importante escritor de Latinoamérica nos recuerda que ni la vejez ni la ceguera son obstáculos insalvables para la creación. Privado de la vista por la conjunción de un golpe en la cabeza y un mal congénito, Borges vio a partir de los 55 años reducirse su mundo a un conjunto de “manchas azul y verde”, contrariamente a lo que pudiéramos creer, mas no renegó de su enfermedad, “ser ciego es como no serlo” afirmó; así, la falta de visión es asumida como una forma de mirar diferente, en lugar de la extensión de este mundo lo que la ceguera apor-tó a la mirada borgiana fueron las visiones de lo infinito.

Considerada grosso modo la monumental obra del argentino, nos muestra la confluencia de los fantástico y lo cotidiano, en sus relatos el lenguaje toma un vuelo protagónico, fuera o no producto de su ce-guera, la mirada de Borges parece estar siempre dislocada: entre lo inmediatamente reconocible como ordinario y cotidiano hasta el más lejano e improbable horizonte caben en esa mirada privada de la luz.

Así, algunas de sus más bellas líneas escritas resultan ser más que reclamo a esta “discapacidad”, un elogio o reconocimiento por los dones otorgados, en “El oro de los tigres” nos dice:

Hasta la hora del ocaso amarillo cuántas veces habré mirado al poderoso tigre de Bengala ir y venir por el predestinado camino detrás de los barrotes de hierro,

sin sospechar que eran su cárcel. Después vendrían otros tigres, el tigre de fuego de Blake; después vendrían otros oros, el metal amoroso que era Zeus, el anillo que cada nueve noches engendra nueve anillos y éstos, nueve, y no hay un fin. Con los años fueron dejándome los otros hermosos colores

y ahora sólo me quedan la vaga luz, la inextricable sombra y el oro del principio.Oh ponientes, oh tigres, oh fulgoresdel mito y de la épica,oh un oro más precioso, tu cabelloque ansían estas manos.

Borges pone sobre la mesa un argumento pode-roso contra la consideración cultural que ve en la ce-guera una discapacidad insuperable: la carencia no siempre es perdida, la carencia puede ser acceso a otras capacidades, a otros modos de ver y pensar la realidad.

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VIERNES 12 DE JUNIO DE 2015

¿Qué cuántos años tengo? ¡Qué importa eso!¡Tengo la edad que quiero y siento!La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido…Pues tengo la experiencia de los años vividosy la fuerza de la convicción de mis deseos.

¡Qué importa cuántos años tengo!¡No quiero pensar en ello!Pues unos dicen que ya soy viejo,y otros “que estoy en el apogeo”.Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice,sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.

Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso,para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos.

Ahora no tienen por qué decir: ¡Estás muy joven, no lo lograrás!...¡Estás muy viejo, ya no podrás!... Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo.

Tengo los años en que los sueños, se empiezan a acariciar con los dedos,las ilusiones se convierten en esperanza. Tengo los años en que el amor,a veces es una loca llamarada,ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.y otras… es un remanso de paz, como el atardecer en la playa…

¿Qué cuántos años tengo?No necesito marcarlos con un número,pues mis anhelos alcanzados,

mis triunfos obtenidos,las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas...

Saramago: “La vejez empieza cuando se pierde la curiosidad”

Lugar común de nuestra cultura actual es el pensamiento que limita la productividad a las

etapas tempranas de la madurez, un hombre viejo se encuentra en des-ventaja frente a un joven para iniciar cualquier empresa, este lugar común condiciona y limita las posibilidades humanas de creación y acción.

Saramago inició su carrera litera-ria a una edad promedio (entre los 20 y los 30 años) con poco éxito, han de pasar casi treinta años –mismos en los que llegara a decir “no tenía nada que decir”-para que el portugués retome la

pluma y deje de lado su trabajo como agente de seguros para entregarse a la aventura literaria que pasado ya de los sesenta años ha de traerle la fama y el reconocimiento internacional.

Recordado a 5 años de su falleci-miento, sean estas líneas homenaje para el autor del “Evangelio según Jesucristo”, así como recordatorio de que la juventud no es premisa indis-pensable para atender el llamado de cualquier vocación, pues lo que im-porta es “la edad que siento” como nos lo recuerda el portugués en su “Poema sobre la vejez”:

¡Valen mucho más que eso!¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más!Pues lo que importa: ¡es la edad que siento!Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.

Para seguir sin temor por el sendero,pues llevo conmigo la experiencia adquiriday la fuerza de mis anhelos¿Qué cuántos años tengo?¡Eso!... ¿A quién le importa?¡Tengo los años necesarios para perder ya el miedoy hacer lo que quiero y siento!Qué importa cuántos años tengo,o cuántos espero, si con los años que tengo,¡aprendí a querer lo necesario y a tomar, sólo lo bueno!

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VIERNES 12 DE JUNIO DE 2015

“Admiro al hombre que permanece fiel a su conciencia, cualquier cosa que esta le inspire”

La gran mayoría de su obra fue realizada o coproducida en México y Francia, debido a sus convicciones políticas y a la censura franquista para filmar en España

El último momento con

don LuisPor José de la Colina

Un día de 1983 me llamó por telé-fono: “De la Colina, venga usted mañana a casa a las cinco de la

tarde; tengo algo para usted, y de paso nos despediremos.” Con el corazón en-cogido, porque ya sabía que desde hacía unos días Buñuel telefoneaba dando ci-tas similares a otros amigos, fui hipó-crita y pregunté: “Don Luis, ¿va usted a salir de viaje?”.

— No, ningún viaje; venga usted a las cinco de la tarde —me respondió.

En el volksvaguen fui al día siguiente a la recoleta casa de la Cerrada de Félix Cuevas ante la cual estuve paseando porque había llega-do adelantado unos minutos y sabía que don Luis consideraba tan grosero acudir a una cita unos minutos antes como unos minutos después. Él me esperaba ya en el recibidor, no en la salita donde tantas ve-ces conversamos y donde Pérez Turrent y yo, ante los tiernos ojos de la perra Tris-tanita, lo habíamos entrevistado durante dos o tres años para el libro Prohibido asomarse al interior/ Conversaciones con Luis Buñuel. De pie, con un sorprendente aspecto de fragilidad, pero bien erguido, estaba junto a un gran bulto rectangular y vertical envuelto en papel de estraza y atado con cuerdas.

Me esforcé en aparentar serenidad cuan-do don Luis con voz grave pero no solemne dijo las últimas palabras que yo le oiría:

—Amigo De la Colina, voy a prepa-rarme para bien morir. No nos veremos ya, ni responderé al teléfono. Acepte us-

ted esto (el paquete a su lado) como un

recuerdo mío. Gracias por la amistad, por los buenos momentos que hemos compartido y hasta por algunas riñas que nos han hecho más amigos. Venga un abrazo.

Me estremeció tanta grandeza. A este se-ñor tan poeta del cine y de tan señorial ca-lidad humana yo lo trataba desde hacía más de treinta años (desde cuando, en 1950, me eligió para el Pedrito de Los olvidados, pero sabiamente el productor Dancigers encontró que yo “no parecía niño mexicano”).

Tras el abrazo y un cobarde “hasta luego, don Luis”, tomé el paquete, salí de la casa, me

metí al auto, lo condu-je por la avenida Félix Cuevas y luego por San Francisco, y, antes de llegar a mi casa en la Avenida Río Mixcoac, paré en una esquina a

llorar de cara contra el volante.Cinco o seis semanas después, a media

tarde, cuando volví a casa desde un super-mercado y a través de una tormenta que za-randeaba el automóvil por la avenida Univer-sidad, María, consternada, me recibió con la noticia, oída de la radio, de que Buñuel aca-baba de morir.

Telefoneé a la casa de Buñuel, y Jeanne, en un español galicado, me comprobó la noti-cia y me sugirió que no fuese al funeral, que don Luis había pedido ser cremado “en privado”.

No estuve en la Gayosso de Félix Cuevas (¡tan cercana a su casa!) donde fue velado y de la que partió a la cremación. Mejor así, porque prefiero conservar viva la imagen de los seres queridos, pero poco después leí en algunos periódicos la noticia ¿debida a

quién? de que “el escritor José de la Co-lina, amigo del cineasta, se llevó bajo el brazo las cenizas a un lugar que se ha mantenido en secreto”. Y casi oí susurrar al flamante fantasma de don Luis: “De la Colina, ¿pero va usted a guardar mi polvo como una reliquia? ¡Tírelo usted en cual-quier terreno baldío, y que al menos sirva de abono!”.

El regalo de don Luis (entre los que en la despedida también hizo a otros amigos) era la edición príncipe, en doce tomos, de Las mil y una noches en el barroco inglés y con las innumerables notas de Richard Burton. Libro un tanto insólito en la biblioteca de don Luis, que antaño pregonaba su desinterés por los países no europeos (“¿Qué tendría yo que hacer en Estambul a las 3 de la tarde?”).

En su juventud, señalando a México en un mapa, decía a sus amigos (como pudo decir de Estambul) que si se perdía de vista lo buscaran en cualquier parte menos allí, es decir aquí. Y, vueltas que da el Destino, aquí, en México habría de vi-vir más de la tercera parte de su vida y de hacer la mayoría de sus películas, entre ellas esa obra maestra tan feroz y amoro-samente mexicana: Los olvidados.

ENVÍO:Don Luis, gracias por la amistad, por su obra y por esa

foto ¿de qué año? en que estamos en un bar o en una cantina ¿de México o de Ma-drid? y que en tinta azul dice así: “Nada de Biblias, verdad, Pepe. Muy cariñosa-mente L Buñuel.”. (Tomado de Letras Libres; 29 de julio de 2013. Publicado previamente en Milenio).

“Los olvidados” no gustó a los mexicanos ultranacionalistas, pues retrataba la realidad de pobreza y miseria suburbana

“El amor sin pecado es como el huevo sin sal”

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VIERNES 12 DE JUNIO DE 2015

“La libertad consiste en afirmar sin limitaciones que dos más dos son cuatro”

“Quien controla el pasado –decía el slogan del Partido-, controla el futuro. Quien tiene potestad

sobre el presente, la tiene sobre el pasado”

1984, “El Gran Hermano te vigila”

Por Juan L. Simental

En la Franja Aérea número 1 se camina con idéntica medida en los pasos. No se debe ir ni demasiado aprisa ni de-

masiado lento; variar un ápice en cualquiera que sea la dirección es alterar el orden es-tablecido. Y eso no está bien. En la Franja Aérea número 1 hay que reír igual que se camina: sin mucho aspaviento, pues hacer-lo llamaría indebidamente la atención (“¿por qué ríe tanto?”); menos aún hay que olvidar el habitual gesto agradecido frente a la tele-pantalla, frente al compañero de trabajo y al vecino, al hijo, especialmente si es un infante de pocos años, atento a los gestos mínimos.

En la Franja Aérea número 1, creer que el pasado es pasado –y no cambia- es herejía. El pasado es la materia que hace creíble el presen-te y posible el futuro. Por eso es que la tarea de Winston en el Departamento de Registro del Ministerio de la Verdad –Miniver, según la neo-lengua- es importante. Winston es uno de los muchos que tienen a su cargo la corrección del pasado. Y es que la solidez de la doctrina está en su Verdad, y la Verdad no puede ser más que una sola. Por eso, cuando en el discurso se dijo que el Estado iba a producir cien mil pares de botas y se llegó apenas a ochenta mil, hay que regresar al pasado y corregirlo, borrar de los discursos, de los diarios y de las telenotas las palabras “cien mil” y cambiarlas por setenta mil, de manera que –por diez mil- el Estado ha-brá superado –como siempre lo hace- su com-promiso de bienestar con los felices habitantes de la Franja Aérea número 1.

Un buen ciudadano aprende a doblepen-sar, es decir, si el Partido decide que la ración de chocolate será reducida a solo veinte gra-mos a la semana –en lugar de los treinta ha-bituales- , la nota publicada en los diarios y la telepantalla deberá decir: “el Partido tomó la decisión de aumentar la ración semanal de

chocolate a veinte gramos”, y el ciuda-dano –agradecido- deberá celebrarlo, como si antes hubiera tenido acce-

so a solo cinco o diez o quince gramos de chocolate a la semana. Por supuesto, nadie recordará que antes la ración era de treinta gramos. La capacidad –y mandamiento- del doblepensar es la capacidad de satisfacción posible. Y en la Franja Aérea número 1 todos están satisfechos… y agradecidos.

Winston tiene recuerdos de la infancia. Recuerda, por ejemplo, que años atrás la Franja Aérea número 1 se llamó Inglaterra o Bretaña, algo parecido. A veces le vienen imá-genes de su madre y de su pequeña hermana -¿tuvo alguna vez una pequeña hermana?-, y de que –tiempos atrás- la vida era distinta. Sabe que no debe, pero no puede acallar sus recuerdos. Por eso es que a veces, abrumado, saca un cigarrillo –con sumo cuidado para que el tabaco no se vacíe antes de calarlo- y busca en la profundidad de sus recuerdos las respuestas que el Partido no tiene para él.

Hay ocasiones en las que durante los Dos Minutos de Odio –y mientras los demás vo-ciferan, escupen, gritan, aúllan, “¡traidor!, ¡maldito traidor!”, al tiempo que extienden sus puños cerrados frente a la telepantalla cuando aparece el rostro de Goldstein, “¡ese criminal!”-, Winston maldice como lo hacen todos –su rabia es idéntica-, pero, al mismo tiempo, su mente recrea una y otra vez la imagen de su madre y de su pequeña herma-na perdiéndose en la memoria de un naufra-gio que no sabe de dónde le viene. ¿Por qué conserva esa imagen? El Partido le ha hecho diestro en el hábito de doblepensar –y de con-vertir al pasado en una escena intercambia-ble según sea conveniente-. Por eso no sabe si se trata de un juego perverso de su mente, si fue solo un sueño, si cuando era niño miró la escena en alguna función de cine que ya no recuerda… o si en verdad sucedió.

Por eso es que a la hora de la pausa, sen-tado en un ángulo imposible para la telepan-talla –que no solo transmite sino que vigila, principalmente vigila- Winston comete uno de los peores pecados, un crimental, y escribe un diario. Y mientras el Partido remacha cada día el dogma: “LA GUERRA ES PAZ; LA LI-BERTAD ES ESCLAVITUD; LA IGNORAN-CIA ES FUERZA”; y mientras los cientos, los

miles, los cientos de miles de carteles en cada esquina, en cada pared de cada oficina, en cada sala de cine, en cada parque… en cada sala de la casa

de cada buen ciudadano, exhiben la mirada penetrante de EL GRAN HERMANO –“EL GRAN HERMANO TE VIGILA”-, Winston escribe un Diario que no sabe si algún día será leído por alguien; un Diario que puede significar que lo vaporicen y alguien –como él lo hace ahora- corrija el pasado y Winston deje de existir para siempre, incluso en el pa-sado. Lo que no sucedió en el pasado no causa recuerdos en el presente.

Es 1984, debe serlo, aunque Winston no lo sabe a ciencia cierta; en la Franja Área número 1 nada se sabe con certeza. Pero debe serlo. Y aunque EL GRAN HERMANO TE VIGILA, Winston escribe un Diario que puede significarle, para siempre, desapare-cer en la nada de no haber sido, ni siquiera, parte del pasado… “Para el futuro, para el pasado, para el tiempo en que se pueda pen-sar sin censuras, cuando los hombres sean diversos y eso no implique la soledad y la in-comunicación… Para el momento en el que la verdad sea aceptada y lo hecho no pueda ser deshecho por la fuerza.

“Desde esta época de sumisión y soledad, la Era del Gran Hermano, la época del doble-pensar… ¡muchas felicidades!”. “Nos encon-traremos en el lugar donde no hay oscuridad”.

“1984”, de George Orwell, se publicó el 13

de junio de 1949