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“No escribas como periodista lo que no puedas sostener como hombre” Por: Julián Andrade Jardí Págs: 4 y 5 Francisco Zarco, momificado Comunicante Comunicante Comunicante VIERNES 04 DE DICIEMBRE DE 2015 SUPLEMENTO CULTURAL 57 Museo de la Ciudad 450, espejo de la cultura popular Al transitar por cada una de sus 15 salas, se descubren las tradiciones, personajes y sucesos históricos que han dado identidad al duranguense El misterio del entierro de Mozart ¿Fue transportado su cuerpo en un ataúd reutilizable? ¿Sus restos se encuentran en una fosa común? Eso es lo que afirma el mito en torno al genio de vida breve, tan breve que no llegó ni a los 36 Ricardo Bonilla Págs. 6 y 7 María Santacecilia Pág. 8

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Francisco Zarco, momificado

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“No escribas como periodista lo que no puedas sostener como hombre”

Por: Julián Andrade Jardí Págs: 4 y 5

Francisco Zarco, momificado

ComunicanteComunicanteComunicanteVIERNES 04 DE DICIEMBRE DE 2015 SUPLEMENTO CULTURAL 57

Museo de la Ciudad 450, espejo de la cultura popular

Al transitar por cada una de sus 15 salas, se descubren las

tradiciones, personajes y sucesos históricos que han

dado identidad al duranguense

El misterio del entierro de Mozart¿Fue transportado su cuerpo en un ataúd reutilizable? ¿Sus restos se encuentran en una fosa común?Eso es lo que afirma el mito en torno al genio de vida breve, tan breve que no llegó ni a los 36

Ricardo Bonilla Págs. 6 y 7 María Santacecilia Pág. 8

VIERNES 04 DE DICIEMBRE DE 2015

Editor / Ricardo Bonilla Diseño / Grupo Editorial HADEC

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El 4 de diciembre de 1860, Juárez publica la Ley sobre Libertad de Cultos, cuyo artículo primero dice: “Las leyes protegen el ejercicio del culto católico y de los demás que se establezcan en el país, como la expresión y efecto de la libertad religiosa, que siendo un derecho natural del hombre, no tiene ni puede tener más límites que el derecho de tercero y las exigencias del orden público”. Al final, junto a su firma, aparecen las palabras: “Dios y libertad”.

Juan José Arreola se va volando

(Murió el 4 de diciembre de 1993).

“La mente es como un paracaídas. No funciona

si no está abierta”, Frank Zappa.

Primero una distinción inofensiva entre talento y genio. Si demuestras

un teorema siguiendo pasos conjeturables, tienes talento. El talento es amable, cálido, esforzado, metódico (se cultiva o no), y da gusto siempre. Si demuestras un teorema asociando cosas distantes y aparentemente aisladas, por caminos raros, saltándote pasos, tienes genio.Porque el genio se caracteriza no por ser mejor que el talento, sino solo por ser aparentemen-te inexplicable. Decir genio es decir camino inexplicable.

Nada más, y nada menos. Por eso el genio es brusco, inasible, desordenado, se da o no se da (no se puede cultivar), y produ-ce asombro. El talento es sóli-do, confiable; el genio es frágil, inesperado, impredecible.En este sentido, de cosa repen-tina, ingobernable y misteriosa, decimos que Juan José Arreola tenía genio verbal. No mero talento, algo diferente; no mera habilidad, sino capacidad enig-mática, don milagroso. Porque en la amistad y extrema familia-ridad de Arreola con las palabras (aparecida desde su infancia, cuando era Juanito el Recitador)

impresionaba no solo la manera de elegirlas, sino lo mismo, y a veces más, el modo de articu-larlas, esto es, la presentación física, histriónica y modulada que hacía de las diferentes voces elegidas. Arreola era un catador de voces. Él nos enseñó a discriminar textos paladeando palabras.A veces miraba a Arreola y me quedaba pensando. Pensaba en su misterio. Toda persona es misteriosa, pero Arreola, por sus dones prodigiosos, me parecía más enigmático. Y un día le dije que no me costaba imaginarlo buhonero, abogado

litigante, brujo, orador de pla-zuela, mago de feria, Pierrot en la Comedia del Arte, vendedor elocuente de telas y encajes, carpintero, sastre... pero que no habría sido acertado, por ejemplo, lanzarlo a una carrera política y elevarlo a presidente de México. Se rio de la posi-bilidad. Tampoco lo puedo imaginar gerente de un banco, ni gerente de nada, la verdad: ni siquiera director general u oficial mayor en alguna parte, ni líder sindical ni carcelero... (Hugo Hiriart; Letras Libres, enero de 2002. Arreola murió el 3 de diciembre de 2001).

Nomás por hablar de algo...La Efeméride

El 4 de diciembre de 1914, Francisco Villa y Emiliano Zapata firman el Pacto de Xochimilco, con lo que se consolida la alianza entre ambos líderes revolucionarios.

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Satín y SedaLa higuera del patio y un mayate volador

Por: Nadia Bracho

Fue entrar a la cocina y verlos en un plato. Estaban acomodados “de pan-cita”, para que la redondez de su fru-

to provocara un antojo inmediato. Eran de color morado, turgente, brillante e incitante y, como buena novata, de in-mediato me acerqué el plato con los ricos frutos.

Los toqué con el dedo índice, en ellos palpitaba aún la vida. No se movían, sin embargo, en mi cabeza se fueron desta-pando uno a uno los recuerdos mientras mi dedo los movía esperanzada. ¿Esperan-zada? Esa era la sensación correcta porque de pronto recordé la higuera de la casa de Isauro Venzor 127 Poniente, la casa de mi abuelito. Al abrirse, la puerta blanca de madera era el marco perfecto para la hi-guera que asomaba en medio del patio.

Su tronco no era grueso sino más bien delgado para que una niña de ocho años lo abrazara y pusiera la mejilla en su ru-gosa superficie. Y, como era un árbol que se respetara, tenía dos bifurcaciones para de ahí comenzar la aventura de quienes podía subir a él.

La más fuerte de las ramas sostenía una soga gruesa y, con solo poner un co-jín, era el mejor columpio, y era también escuchar crujir sus ramas; era el aviso de que se podía lle-gar más arriba y el desafío era alcan-zar las hojas más altas con una mano. Pero la otra tenía los frutos más gordos, sus higos eran blancos y como fueron los primeros que conocí, pensaba que todos debían ser así. Por eso, aquellos higos morados fueron parte de la experiencia de saber que el mundo es grande, como la variedad de los higos.

La primera vez que pude treparme me detuve en la bifurcación, con el cora-zón latiendo con fuerza, sintiendo que el mundo, por lo menos mi mundo, estaba a mis pies... a escasos 90 centímetros del

suelo y como a mil años luz del cielo.

Meditaba en tan grandes profundidades cuando un mayate pasó volando y se me pegó a la ropa, igual que yo a la rama en la que estaba trepada. Entre los dos se formó

una tácita conviven-cia, éramos dos lo que compartíamos la som-bra de la higuera.

Una vez habitua-da a la altura y a sentir los rayos del sol en el rostro, busqué como recompensa un higo. Tenía que ser especial ya que sería el primero que iba arrancar de ese árbol y, por qué no decirlo, el primer higo de mi vida así como el primer árbol al que trepaba en el espacio de mis ocho años, desde que una enfermera me depositara en el cuarto de cuneros, aguardan-do a ser identificada por aque-llos que me habían esperado por nueve meses.

Había uno, lo alcancé a ver: colgaba solitario, como privilegiado entre todos los demás. La empatía fue inme-diata. Sola, responsable de mis ac-ciones, sin que nadie me observara para darme indicaciones, estaba donde quería es-

tar... trepada en aquella higuera, en la cima del mundo.

Él estaba dos ra-mas a la izquierda, quitando algunas ho-

jas que el quebrarse dejaron salir gotitas blanca, savia que alimentaban los frutos. Por eso es que decía que el higo se alimen-taba de leche como todos los niños.

Pero también estaba él, el mayate, que luego de los cinco minutos desde nuestra coincidencia en la higuera sabía ya leer mis pen-samientos, por lo que fue a po-sarse sobre el higo descubierto desde mi atalaya; la

hacerlo, caminó con pereza, como animán-dome a que siguiera adelante. Mi mano casi lo tocaba, podía incluso verlo balanceándose hacia mis dedos.

Era el estado perfecto de la esperanza casi recompensada, era la generosidad de la naturaleza que se ponía al alcance de mi mano, pero... En medio de ese estado ilumi-nado, del instante detenido, el mayate abrió sus alas y se elevó, rumbo al cielo, o eso creí porque el Sol no me dejó ver su trayectoria,

pero mi oído escuchó al tiempo que mis pies sintieron el crujir de ramas

y ese como flotar en el vacío; y todo se vino abajo. Un higo, hojas arrancadas, blanca savia en gotas como de sangre inocente, y una

niña de suéter azul, postrada al pie de la higuera, en medio del frío de

los mosaicos del piso.Sin embargo, noventa centímetros fue-ron como la nada: mis manos habían

atrapado el higo perfecto. Mi cuerpo, lleno de moretones y de urticaria por el contacto con la blanca savia de aquellas hojas desprendidas, era la

historia jamás contada de mi primera batalla, la historia de un higo entre to-

dos... y mi aventura primera. Ahora, frente a la mesa, tomé uno y, sin

quitarle la cáscara siquiera, lo llevé a mi boca, paladeando la victoria del fuerte, el vencedor sobre el vencido, el conquistador sobre el con-quistado. Pero no hubo el instante iluminado por la recompensa y la generosidad, era solo un acto reflejo de antojo, y nada más.

Por eso es que en esta historia solo hay un hé-roe: el mayate que supo de mi victoria, que reco-noció mi esperanza y me dio la primera lección de la fragili-dad hu-mana.

En la parte más alta de la higuera estaba él, perfecto

entre los demás

En esta historia solo hay un héroe

Con ocho años tan solo, él me dio la primera lección acerca de la fragilidad humana

Hay sucesos que, con el correr de los años, están más presentes que nunca

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VIERNES 04 DE DICIEMBRE DE 2015

Francisco Zarco, momificado“Francisco Zarco prefirió el exilio a las coqueterías

y chantajes del Imperio”

“No escribas como periodista lo que no puedas sostener como hombre”

Por Julián Andrade Jardí

EL LABORATORIO DE EGIPTOPierre Nandó había llegado a México con la

sorpresa de las rutas marítimas y la contunden-cia de los científicos franceses. Del tiempo que va de su infancia, en Puerto Príncipe, al día de la graduación en alguna escuela perdida de Marsella, poco sabemos. Te-nemos datos, en cambio, de su amistad con Felipe Sán-chez Solís, diputado del Estado de México, secretario de la Suprema Corte, hombre cercano al presidente Juárez, famoso por duelos y escándalos en los pocos antros que sobrevivían a la recién estrenada y por ello tormentosa vida independiente.

Nandó le debía a Suárez su trabajo como médico forense y su exilio, precipitado por acometimientos de aquel diciembre brumoso de 1869. De Pierre Nandó con-servó el dudoso archivo policiaco mexiquense, un diario donde describe, con precisión tenebrosa, cada una de las autopsias que realizó en los fugaces pero intensos meses en que colaboró con el servicio forense del estado más grande de la república.

El 23 de diciembre el diputado Sánchez Solís estaba pálido. La úlcera, trabajada en años de excesos, se estaba reventando finalmente.

Era rara la visita del diputado a las oficinas del servi-cio forense. Le molestaba el olor de la adrenalina, último mensaje que dejan los asesinados como constancia de una vida destrozada en segundos. La sangre mezclada con toda clase de excrementos y sustancias impronun-ciables le atacaban el estómago con la misma intensidad que los golpes y los tragos de licores corrientes, apura-dos entre debate y debate, en los recesos momentáneos de una legislatura tratando de restaurar lo perdido.

Pero aquella tarde el asunto era distinto. Tenía que mandar momificar a un compañero de aventuras, al me-

jor amigo que había tenido, quizás el único, en una etapa donde las lealtades se tambaleaban con el vai-vén de los vientos o con el solo crujir de la tierra.

Pierre Nandó obedeció de inmediato. Estaba acostumbrado a las lógicas inexplicables del mando aprendidas en años de una obediencia, legada por su estirpe de esclavos llegados a América y a Eu-ropa hacía ya dos siglos: porque Nandó, además de doctor, era negro y haitiano. Solo pidió, en un gesto de prudencia, que el trabajo se realizara en su labo-ratorio particular, donde tenía todos los ingredientes necesarios, traídos especialmente de Egipto y de Asia. El cadáver fue cautelosamente trasladado dentro de un costal de papas para evitar cualquier percance ya que en la Ciudad de México se velaba, con todos los honores, a un perfecto desconocido.

Por ello, contra su costumbre, preguntó mientras mez-claba yerbas desconocidas en una gran tinaja: “Diputado Sánchez, ¿podría decirme de quién se trata?”, y enseguida volteó hacia el bulto uniforme que a pesar de los letreros que decían “Papas La Gloria” no dejaba la menor duda de su condición de cadáver.

-Es mi amigo, el escritor Francisco Zarco.

LOS PLUMEROS PARA PANCHITOFrancisco Zarco prefirió el exilio a las coqueterías y chan-tajes del Imperio.

Sus labores como canciller de Juárez le dejaron un dolor intenso en los pulmones -del que finalmente moriría- y la más absoluta de las bancarrotas. El Siglo XIX, su periódico, hacía tiempo que le producía conflictos.

Cuando Felipe Sánchez Solís tuvo la momia de Zarco en su poder, lo sentó con todo el honor que merecía, en el centro de la casa de Toluca.

El liberal duranguense descansó en paz… luego de adornar por meses la

sala de su amigo

El 18 de febrero de 1856 inició como diputado por Durango y cronista oficial

del Congreso Constituyente

BIO

GR

AFÍ

A B

REV

E

Su nombre: Joaquín Francisco Zarco Mateos.

Nació: 3 de diciembre de 1829

Murió: 22 de diciembre de 1869, a los 40 años de edad, con 19 días.

Sus padres: Joaquín Zarco, coronel del Ejército de Morelos, y María

Mateos Medina.

De su vida: inició en el ámbito político a muy temprana edad.

En 1844, cuando apenas tenía 15 años, entró al Ministerio de

Relaciones Exteriores en calidad de meritorio.

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Francisco Zarco, momificado“No escribas como periodista lo que no puedas sostener como hombre”

Por Julián Andrade Jardí

Las tertulias no dejaron de engalanar la casa, las sobrinas del diputado, cuando ya eran unas venerables ancianas, recordaban, en el delirio de su senilidad, las sacudidas que le tenían que dar a Panchito. Era una época polvosa esa de fines del XIX. Un borracho, del cual omitimos su pri-mer nombre, por la reputación que tendría en la siguiente década (su apellido era Lerdo), vomitó en los pantalones de Panchito. Las ancianas, casi un siglo después, recordarían el alboroto que se armó para limpiar a la momia, porque, por muerto que estuviera, seguía siendo un hombre y ellas unas ni-ñas decentes.

Su memoria guardaría, en un mismo lugar, la alegría de las fiestas con sus flechazos

al pasado y la tristeza del día que se llevaron a Panchito y en

el que no volvieron a ver nunca más a Pierre Nandó, prófugo de

la justicia por robo y maltrato de cadáveres. Habían pasado ocho me-ses de su falso entierro en la Ciudad de México. El día del falso sepelio las palabras de Altami-rano rebotaban en las orejas de Justo Sierra, quien creía que tenía un ataque de paperas, pero era tan solo el miedo de estar ante la tumba, con cadáver o sin él, de uno de los liberales más poderosos del tiempo de Juárez.

Alguien recordaría que el ojo vidrioso de Francisco pa-recía ver, durante las tertulias, el cuadro de Mier y Terán, pintado poco antes de sus aventuras en Texas y de su sui-cidio frente a la tumba de Iturbide. Tal vez Francisco le gui-ñaba un ojo como para decirle: “¿No se da cuenta, general, de que vivimos en un país irreformable?”. Su momia quizá significara el congelamiento de toda una vida desgarrada, de los imperios importados y las patrias peregrinas, de un canciller free-lance que dejaría a su familia en la miseria, contrastando con las opulencias y los derroches que iría

generando el México de nuestras reformas cuarteadas.(*Escritor. Colabora en el semanario etcétera y

en el suplemento Lectura de El Nacional. Nexos; 1 de enero de 1994).

“BIEN SENTADITO”Por lo que se sabe, el trabajo de embalsamamiento de Zarco fue de primerísima calidad como a todo alto per-sonaje importante debe de ser. Una vez terminado el asunto, los técnicos contratados entregaron a don Fran-cisco en la casa de Sánchez Solís, se sabe, vestido con levita y con una gorra en la cabeza. Si se creyó que con

eso terminaba la historia, resultó que no, pues a continuación Sán-chez Solís puso al cadáver ante una mesa, bien sentadito –lo que habla muy bien de la flexibilidad que conservó el cuerpo-, con una pluma en la mano y en actitud de escribir.

Aquí el chisme histórico tie-ne dos versiones: una dice que la zarca momia se quedó “por espa-

cio de unos seis meses” en tan elegante pose, en la casa de Sánchez Solís, y después de transcurrido aquel lapso, el diputado le devolvió el marido a la viuda, quien pro-cedió a sepultarlo. Otras versiones aseguran que Zarco se quedó “años” bajo la tutela de su cuate, hasta que algunas amistades convencieron a Sánchez Solís de que ya estaba bueno de andar jugando a los muertos vivos y que era justo y pertinente mandar a don Pancho a ocupar su reservación en San Fernando.

(“Macabra realidad, conoce la historia del ca-dáver de Francisco Zarco”. Fragmento del texto publicado en el sitio Durango Oficial, duran-go.com.mx).

El liberal duranguense descansó en paz… luego de adornar por meses la

sala de su amigo

El 18 de febrero de 1856 inició como diputado por Durango y cronista oficial

del Congreso Constituyente

Su nombre: Joaquín Francisco Zarco Mateos.

Nació: 3 de diciembre de 1829

Murió: 22 de diciembre de 1869, a los 40 años de edad, con 19 días.

Sus padres: Joaquín Zarco, coronel del Ejército de Morelos, y María

Mateos Medina.

De su vida: inició en el ámbito político a muy temprana edad.

En 1844, cuando apenas tenía 15 años, entró al Ministerio de

Relaciones Exteriores en calidad de meritorio.

El Constituyente: en febrero de 1856 fue elegido diputado por

Durango al Congreso Constituyente de 1856 a 1857.

Su frase más famosa: “No escribas como periodista lo que no

puedas sostener como hombre”.

Su tumba: en el panteón de San Fernando, junto al cuerpo de

Benito Juárez, de quien fue colaborador y amigo leal.

FUENTE: Wikipedia.

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Al transitar por cada una de sus 15 salas, se descubren las tradiciones, personajes y sucesos históricos que han dado identidad al duranguense

Por Ricardo Bonilla

Museo de la Ciudad 450, espejo de la cultura popular

Comenzó a construirse en 1898 por su propietario Pedro Es-cárzaga Corral, en 1902 ya lo

habitaba; el 18 de junio de 1930 se convirtió en el Palacio Municipal; 83 años después surge como el Museo de la Ciudad 450, punto central de la multiculturalidad duranguense labra-da por 452 años de historia.

Sus quince salas lo demuestran, transitar por cada una es descubrir tradiciones, personajes y sucesos his-tóricos, artistas, duranguenses desta-cados, pero principalmente esas esas estampas que marcan la identidad del duranguense.

Primero sufre una demolición del ala norte de este edificio; después del fallecimiento de Escárzaga Corral, otras familias acaudaladas se hacen cargo del Palacio, pero al no poder sostenerlo termina por convertirse en oficinas de la Presidencia Municipal.

Por ello se toma la decisión de convertir el inmueble en museo

para rescatar el edificio, ya no

se podía operar como oficinas, había mucha gente tra-bajando, argumenta Virginia Ruiz Valles, coordinado-ra del Museo de la Ciudad 450.

Puliendo la identidad Hoy, tras su rescate, se considera un patrimonio cul-tural de Durango y se convierte en el museo más im-portante de la capital, donde se muestra su historia, sus tradiciones, su cultura, sobre todo esa identidad como duranguenses.

“En cada una de las 15 salas vamos mostrando cómo se forma nuestro estado, desde la época prehis-

pánica, sus pobladores; la Conquista militar y espiritual de los españoles, esa mezcla de razas”, expresa.

No hay que olvidar que Duran-go también tiene una riqueza cul-tural indígena, como los tlaxcalte-cas que llegaron acompañando a los españoles, los esclavos negros, luego vinieron los europeos; se registró la intervención francesa y todos esos inmigrantes de la época porfirista que realiza-

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ban actividades en el comercio y en las artes.

“Toda esa mezcla de identidades nos da como resultado lo que actualmente somos”, exclama la coordinadora.

Detalla la sala de la gastrono-mía, donde al ingresar se comienza a entender esta parte de la cultura duranguense, desde el chile pasa-do, los o rejones, las mermeladas, las con-servas; es toda una mezcla de culturas.

Si bien muestra cómo se encontraba la entidad geográfi-camente, evidencia lo poco aislada que se encontraba, “no te-níamos ese comercio como en otras partes de la República, donde las vías de comunica-ción lo facilitaban”.

Aquí la gente puede entender par-te de la historia del estado, antes solo se utilizaba como oficinas del Ayuntamiento. Aquí se pueden encontrar a duranguenses ilustres como Ricardo Castro, los hermanos Revueltas –Silvestre, Fermín, José y Rosaura-, cineastas, la cultura po-pular y en general.

Aquí es punto central para llegar a otros museos, precisa Ruiz Valles; aquí se expone sobre hombres y mu-jeres ilustres como Francisco Villa y su mascarilla mortuoria; si la gente requiere más información acerca del Centauro del Norte, entonces van al museo que lleva su nombre.

Se tiene la sala prehispánica, con puntas de flecha, hachas, se

habla de la cultura chalchihuite, tepehuana, pero si se alguien se interesa más a fondo acude al Museo de Arqueología Ganot-Peschard.

“Tenemos obra de Benigno Mon-toya y la familia -un ángel-, y de aquí se puede acudir al Museo de Arte Funerario, en el Panteón de Oriente. En el cubo de la escalera y en cabildo están los murales que ayudan a en-tender aquellos del Museo Francisco Villa, de un centro comercial y en oficinas del Seguro”, añade.

Los muralistas de Durango están bien representados en el Patio Cen-tral; además del maestro Guillermo Ceniceros y Carlos Cárdenas.

Amor y temor por los alacranes

De entre todas estas salas, destaca una por su pecu-liaridad y su amplia relación con la cultura popular duranguense: el alacranario.

“Tenemos que movernos para que el museo sea cada vez más atractivo, el más visitado, que ofrece todo”, señala.

Y explica: los duranguenses tienen esa convivencia extraña con los alacranes, por un lado hay ese amor que se expresa en las artesanías, en llaveros, ceni-ceros; en los dulces de jamonci-llo, ahora hasta en los tacos. Por otro lado, está el temor; se traba de entender cuál ha sido la con-vivencia con el alacrán por más de 450 años.

Hoy en día es una de las sa-

En 1898 comenzó a construirse el Palacio por órdenes de Pedro

Escárzaga Corral

El 18 de junio de 1930 se convirtió en el Palacio

Municipal

Ala

cran

ario

las más visitadas del Museo, niños desde preescolar hasta jóvenes uni-versidad acuden a visitarlo; gente local y turistas.

En el alacranario pueden observar qué come, qué hace, cómo se repro-duce, por qué brilla este animal, todo se explica; incluso, la sala cuenta con murales que describen las leyendas en su entorno, entre ellas la Celda 27, por muchos conocida.

Lo mismo sucede con el suero anti-alacránico y sus descubridores: Docto-res Isauro Venzor y Carlos León de la Peña, quienes donan el suero a la Or-ganización Mundial de la Salud (OMS), no intentaron lucrar sino salvar miles de vida de la población general.

El Palacio de Escárzaga sigue guar-dando historias, unas verdaderas y otras inventadas, como un vigilante imponente que a cada paso el duran-guense se encuentra sobre la principal avenida de la ciudad, que no se achica ni sonroja ante otros edificios emble-máticos ni la propia Catedral.Mascarilla mortuoria de Francisco Villa

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Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Amadeus Mozart… su nombre

¿Fue transportado su cuerpo en un ataúd reutilizable? ¿Sus restos se encuentran en una fosa común?

Por María Santacecilia

El misterio del entierro de Mozart

Quienes han visto la pelí-cula Amadeus (Milos For-man,1984), recuerdan la es-

cena en la que el genio de Salzburgo era enterrado en las afueras de Vie-na un día nublado y lluvioso del in-vierno austríaco. Al poco de morir, el cuerpo del com-positor es envuelto en un saco de tela. Varios allegados lo despiden en una iglesia de la ciudad y un coche de caballos transporta su cuerpo en un ataúd. El féretro tiene una compuerta en su extremo, de tal manera que el cadáver puede ser arrojado fácilmen-te a una fosa común. La caja está lista para usarse de nuevo.

Si bien es cierto que Wolfgang Amadeus Mozart no fue enterra-do con los honores de los que años más tarde sí disfrutaron Haydn y Beethoven, hay ciertos detalles de su entierro que son ficticios y que con-tribuyen a inflar la leyenda del genio romántico que muere joven e incom-prendido en condiciones de extrema

pobreza. El musicólogo austríaco Michael Lorenz investiga me-

ticulosamente desde hace años los archivos de la ciudad de Viena y es un estudioso infatigable de todo aquello que tenga que ver con Mozart. Lorenz ha reconstruido el entierro del compositor.

Un emperador poco querido por el puebloEl mito parte de unas regulaciones oficiales publicadas por el emperador José II pocos años antes de la muerte de Mozart. José II sentía rechazo por todo aquello que supusiera pompa y

boato superficial. Por razones de salu-bridad, redactó una serie de ordenan-zas con el fin de conseguir una mayor celeridad en la descomposición de los cadáveres. Según estas disposiciones, los ciudadanos fallecidos debían ser envueltos en bolsas de tela, transpor-tados en ataúdes reutilizables y arrojados a fosas comu-nes en las afueras.

Sus ordenanzas causaron un gran rechazo entre el pueblo, sobre todo entre los vieneses, que aún recordaban las fosas comunes de las epidemias de principios de siglo. Aquellas disposiciones tropezaron con una fuerte protesta ciudadana. Por ese motivo, varios párrafos hubieron de ser eliminados y nunca llegaron a aplicarse en Viena. La orden de envolver los cuerpos en sacos de tela fue revocada y los ataúdes reutilizables no llegaron a esta ciudad. El escritor austriaco describe el revuelo entre la población en su pan-fleto titulado “Warum wird Kaiser Joseph von seinem Vo-

lke nicht geliebt?”. (¿Por qué no quie-re el pueblo al emperador José II?).

Algo más de honor en la muerte de un genioLas aclaraciones de Michael Lorenz aportan luz sobre las circunstancias del entierro de Mozart.

Ahora sabemos que el genio de Salzburgo se marchó vestido al otro mundo -no desnudo y envuelto en un

ignominioso saco de tela-, y dispuso de su propio ataúd. Fue enterrado en el cementerio de St. Marx en Vie-na, donde recibió sepultura en una tumba comunitaria,

no en una fosa común.Su entierro fue, sin embargo, muy

solitario para un compositor del re-nombre del que Mozart gozaba en vida. Su fama no hizo sino crecer con el tiempo y actualmente no solo las ciudades de Salzburgo y Viena hacen negocio con el nombre del músico, sino toda Austria.

Tras su muerte a los 35 años, dio comienzo el mito. (DW, Made for minds; 5 de julio de 2013).

Sufrió numerosas enfermedades a lo largo de su breve vida: viruela, amigdalitis, bronquitis,

neumonía, fiebre tifoidea, reumatismo y periodontitis

“¡Tengo un deseo inexplicable de escribir de nuevo una ópera! Soy más

feliz cuando tengo algo que componer. Es mi única

alegría y pasión”