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Para conocernos y conocerle, para aprender a amarle… PRIMERAS MORADAS Alma, buscarte has en Mí, y a Mí buscarme has en ti.” Con estas palabras nos recibe el Señor este día. Palabras que Teresa ha escuchado en lo secreto de su corazón y que también nosotras podemos escuchar si abrimos la puerta, y entramos con Él en la casaque siempre habita. Somos invitadas a vivir un día más intensamente atentas a la PRESENCIA que nos acompaña siempre y de la que tenemos “noticia oscura y amorosa(San Juan de la Cruz) En alguna medida esto es orar: “Estar con Quien sabemos nos ama”, pero de una manera: permaneciendo atentas, percibiendo su presencia, acogiendo su amistad, recibiendo su Vida, avivando la fe, la esperanza y el amor… No se trata de pensar mucho sino de amar mucho. Y así nos disponemos para buscar y encontrar lo que nos despierte a amar, entendiendo también qué es amar que no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios” 1. Me dispongo Me doy tiempo para silenciar mi ser entero, despertar los sentidos internos y la fe… RECONOZCO que no sé orar como conviene pero el Espíritu ESTÁ en mí y ora con gemidos inefables... Yo bajo 1 a mi centro a encontrarle. Él me susurra y me “in-voca”: 1 Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa

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Para conocernos y conocerle,

para aprender a amarle…

PRIMERAS MORADAS

“Alma, buscarte has en Mí, y a Mí buscarme has en ti.”

Con estas palabras nos recibe el Señor este día. Palabras que Teresa ha escuchado en lo secreto de su corazón y que también nosotras podemos escuchar si abrimos la puerta, y entramos con Él en la “casa” que siempre habita.

Somos invitadas a vivir un día más intensamente atentas a la PRESENCIA que nos acompaña siempre y de la que tenemos “noticia oscura y amorosa” (San Juan de la Cruz) En alguna medida esto es orar:

“Estar con Quien sabemos nos ama”, pero de una manera:

permaneciendo atentas, percibiendo su presencia, acogiendo su amistad, recibiendo su Vida, avivando la fe, la esperanza y el amor…

No se trata de pensar mucho sino de amar mucho. Y así nos

disponemos para buscar y encontrar lo que nos despierte a amar, entendiendo también qué es amar “que no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios”

1. Me dispongo

Me doy tiempo para silenciar mi ser entero, despertar los sentidos

internos y la fe… RECONOZCO que no sé orar como conviene pero el Espíritu ESTÁ

en mí y ora con gemidos inefables... Yo bajo1 a mi centro a encontrarle. Él me susurra y me “in-voca”: 1 Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa

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“Estoy en ti, ven más adentro… soy tu huésped interior, tu descanso… la Fuente que enriquece tus raíces, la Luz que enciende tu noche, quien te da fuerza en el desaliento. Gozo que enjuga tus lágrimas, tu consuelo, tu cimiento. ¡Ven más adentro! Soy Silencio y soy Palabra, soy Casa, Lugar de encuentro… soy el Amigo del alma, tu Dios, tu Fuerza, tu Aliento… Entra, baja… más adentro…

2. De la mano de Teresa

El texto de las primeras Moradas nos lleva a hacernos tres

preguntas: ¿Quién soy yo, quién es Él y cómo me comunico con Él?

2.1. ¿Quién soy yo, Señor? En las I Moradas Teresa nos hace una fuerte llamada a vivir con

Dios. Y abre la redacción del texto invitándonos a conocer quiénes somos para que Dios quiera hacernos sus interlocutores, sus amigos.

“¿Qué es el hombre para que Tú, Dios mío, te acuerdes de Él?” ¿Quién soy yo para que Tú, mi Señor, vengas a regalarte conmigo?

Cuando Enrique de Ossó nos habla de la importancia de conocernos y conocerle está sentando las bases para que se dé un auténtico encuentro interpersonal. En todas las Moradas estará presente ese CONOCERME y CONOCERLE, pero Teresa insistirá de manera especial en esta primera morada en la grandeza del ser humano y también en su miseria cuando desconoce o se incapacita para vivir lo que ES. Teresa insiste en la capacidad que nos ha dado nuestro Dios para conocerle, reconocerle en nuestro interior y amarle. Y también nos avisará del peligro que tenemos de vivir ajenas a Dios y a la realidad, encerradas en nuestro egoísmo.

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Si queremos orar tenemos que acostumbrarnos a relacionarnos con los demás y nosotras mismas desde la escucha atenta. Aunque sea de noche, tendremos que caminar hacia nuestro corazón, guiadas por la sed de vivir más conscientemente la vida.

Teresa nos convoca a entrar dentro de nosotras mismas. Y propone un camino para llegar al corazón: reconocer “la hermosura y dignidad de nuestras almas”. Allí nos encontramos con el huésped que siempre nos habita y nos enseña a SER.

“Considerar mi alma como un castillo, todo de diamante o muy claro cristal… Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice Él tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios, pues Él mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza.

Pues si esto es, como lo es, no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo; porque puesto que hay la diferencia de él a Dios que del Criador a la criatura, pues es criatura, basta decir Su Majestad que es hecha a su imagen para que apenas podamos entender la gran dignidad y hermosura del ánima.

Pues consideremos que este castillo tiene como he dicho muchas moradas, unas en lo alto, otras en lo bajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma. (1,1-3a)

Reconozco que mis ojos no son el único criterio para saber quién soy. La fe ilumina mi misterio. Me miro en las manos de Dios-artesano que va haciendo su obra con un amor que no puedo abarcar ni entender por mucho que mi inteligencia se esfuerce. Lo más mío es lo que he recibido. Él es mi verdad más honda.

Me recibo de sus manos de Padre y escucho su Palabra: “Tú eres mi hija, en ti me deleito” (Lc.3,21) “El reino de Dios está dentro de ti” (Lc. 17,21) “Yo, el Señor, te llamé según mi plan salvador, te tomé de la mano, te formé…” (Is,45,6)

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Y me escucho dentro como el eco de Dios:

“El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre” (Is. 49,1a)

¿Me vivo como imagen de Dios? ¿En qué pongo mi identidad: en la inteligencia, en el trabajo, en lo que soy? ¿Ha ido cambiando la conciencia de mi identidad y va siendo cada vez más real, menos aparente, más firme, humilde…?

Miro las distintas dimensiones de mi persona: mi identidad, mi físico (con sus limitaciones y enfermedades), mi trabajo, mis relaciones, mi corazón, mi propio misterio… Descubro lo que me hace valiosa y a QUIEN me hace valer dándome el ser. Reconozco que la capacidad de amar es lo más importante que hay en mí. Me contemplo a mí misma como una habitación con luces y sombras, pero me abro a la luz que me da la verdadera libertad de hija. Dejo también aflorar lo más débil y vulnerable en medio de la riqueza que poseo. Dios me ama con todo, tal como soy.

2.2 ¿Qué me impide entrar dentro de mí?

“Hay almas tan enfermas y mostradas a estarse en cosas exteriores,

que no hay remedio ni parece que pueden entrar dentro de sí” (Moradas 1,1,6).

“No es pequeña lástima y confusión que, por nuestra culpa, no entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos. ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es, y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra? Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras cuando no procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos, y así a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos alma. Mas qué bienes puede haber en esta alma o quién está dentro en esta alma o el gran valor de ella, pocas veces lo consideramos; y así se tiene en tan poco procurar con todo cuidado conservar su hermosura: todo se nos va en la grosería del engaste o cerca de este castillo, que son estos cuerpos.” (1,2)

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Y así en varios números de este primer y segundo capítulo nos habla de “almas tullidas… metidas en el mundo aun con buenos deseos… con mil negocios y asidas a ellos… no atinan con “la puerta”,… entran dentro alguna vez con las sabandijas y no pueden sosegar…” Es la ausencia de luz y de vida, enredo en las cosas y en nosotras mismas cuando nos apropiamos de lo que hacemos con “apariencia de bien”. Ella nos dirá en 2, 1-2 que el bien que no nace de las Fuentes de Vida (Dios en nosotros) carece de autenticidad.

Algunas señales nos avisan del peligro de vivir en las cosas exteriores que dice Teresa. Descubrirlas nos ayuda a hacer verdad.

* Nos daña vivir deshabitadas de nosotras mismas, sin enterarnos de

la vida que discurre y que vivimos. Ajenas a la realidad, centradas en las necesidades personales... con el peligro de vivir llenas de nosotras y de nuestra codicia. ¿Reconozco mis “hambres” y mis codicias?

* Esclavizadas por un activismo arrollador que no encuentra tiempo

para detenerse y preguntarse: ¿qué o quién me motiva para vivir?, ¿qué me llena y me da vida?, ¿qué me bloquea y deprime? Cuando vaciamos la vida de significado, tendemos a llenarla de actividades. ¿Me doy tiempo para encontrar en mí misma el alimento que da sentido a mi actividad?

* Desconfiamos de nuestra valía. Cuando desconfiamos de nosotras

mismas y dudamos de si somos queribles, cuando creemos que nuestras habilidades para vivir son insuficientes, es fácil que nos encontremos ante situaciones que nos superan. ¿Vivo necesitando recibir de fuera lo que no encuentro dentro? ¿Necesito ocultar mi vulnerabilidad y mis limitaciones? Sentirnos queridas por Dios y capaces de amar y servir es uno de los mejores antídotos contra el vacío.

* Por último, también nos hace daño una percepción distorsionada de las situaciones. El pacto o la conversación con los pensamientos negativos: la capacidad para exagerar todo cuanto vemos y quedarnos únicamente con lo negativo o con aquello que nos supera; llamar catástrofe a lo que nos ocurre, y la facilidad para generalizar un hecho, sacándolo del contexto y tomándolo como justificación para estar permanentemente vacías, frustradas y estresadas.

(Adaptación de ANA GARCÍA-MINA FREIRE en www.cipecar.org).

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2.3 ¿Quién es este Dios que nos llama?

Teresa fue conociendo al principio “de oídas” y “muy de cerca” después, al Dios de la Escritura: al Padre y a Jesús su Hijo, que “se hizo a nuestra medida” para hacernos interlocutoras suyas, amigas, discípulas, seguidoras...

Conocerle de cerca, de tú a tú, nos vuelve a dar noticia de nosotras mismas. El conocimiento propio y el de Dios se dan la mano porque “Jamás nos acabamos de conocer si no conocemos a Dios” (IMor.2,9). Pero no se trata de estrujar la mente sino de suplicar el don de poder “ver su rostro” allí donde Él quiera hacérmelo visible. Para Teresa Dios es un misterio de comunicación y amor deseoso de relacionarse con sus criaturas, las cuales somos capaces de acogerlo por haber sido creadas a su imagen y semejanza. Ésta fue la experiencia de Teresa, cada vez más perceptible en la vivencia de la relación. En la oración y en la vida se le iba dando a conocer:

Dios como Fuente de la VIDA, Sol resplandeciente que está en el centro del alma y no pierde su resplandor y hermosura…

El que nos muestra amor y paciencia: “¿En quién, Señor, pueden así resplandecer como en mí, que tanto he oscurecido con mis malas obras las grandes mercedes que me comenzasteis a hacer? ¡Ay de mí, Criador mío, que si quiero dar disculpa, ninguna tengo! Ni tiene nadie la culpa sino yo. Porque si os pagara algo del amor que me comenzasteis a mostrar, no le pudiera yo emplear en nadie sino en Vos, y con esto se remediaba todo. Pues no lo merecí ni tuve tanta ventura, válgame ahora, Señor, vuestra misericordia.”(V.4,4)

El Dios bueno y misericordioso: “Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios, y regaládose mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia. Sea bendito por todo, que he visto claro no dejar sin pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno. Por ruines e imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba mejorando y perfeccionando y dando valor, y los males y pecados luego los escondía…”(V.4,10)

Dios fiel, que no se cansa de dar: “Bendito seáis por siempre, que aunque os dejaba yo a Vos, no me dejasteis Vos a mí tan del todo, que

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no me tornase a levantar, con darme Vos siempre la mano; y muchas veces, Señor, no la quería, ni quería entender cómo muchas veces me llamabais de nuevo, como ahora diré. “ (V.6,9)

El que nos sufre y nos regala: “¡Oh bondad infinita de mi Dios!... ¡Oh regalo de los ángeles, que toda me querría, cuando esto veo, deshacer en amaros! ¡Cuán cierto es sufrir Vos a quien os sufre que estéis con él! ¡Oh, qué buen amigo hacéis, Señor mío! ¡Cómo le vais regalando y sufriendo, y esperáis a que se haga a vuestra condición y tan de mientras le sufrís Vos la suya! ¡Tomáis en cuenta, mi Señor, los ratos que os quiere, y con un punto de arrepentimiento olvidáis lo que os ha ofendido! (V.8,6)

Pido al Señor que se me revele, que se me dé a conocer y me diga quién es Él para mí, porque “nadie conoce al Padre y nadie conoce al Hijo sino aquél a quien Dios se lo revela”.

Reconozco las posibles imágenes distorsionadas de Dios y me pregunto:

Cómo recibo su mirada. Cuándo me siento incómoda con Él. Cómo vivo ante Él mi incapacidad de responder al AMOR gratuito. Cómo resuelvo la distancia entre su grandeza y mi complejidad; su claridad y mis tinieblas.

Me doy tiempo para reconocer, agradecer, pedir y acoger su presencia silenciosa.

3. Para permanecer en el Amor.

Desde las primeras Moradas, Teresa nos muestra la razón de hacer este camino interior: vivir la vocación de servicio, como el Maestro. No oramos para sentirnos mejores que los demás, ni para buscar consuelo en nuestras decepciones, ni para solucionar nuestros conflictos de autoestima, ni para “perdernos” en Dios fusionándonos con Él y olvidando nuestras heridas.

Dios nos salva, pero no responde inmediatamente a nuestras necesidades. Muchas veces está donde no estamos nosotras, o se manifiesta donde no le buscamos o no esperamos encontrarle. El plan de Dios de comunicarse con el ser humano es maravilloso pero es un camino

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de fe y de obediencia, de confianza y humildad. Es la relación entre dos libertades.

Dios, que es en nosotras presencia interior, integradora y centradora de nuestro ser, explora y nos muestra nuestro mejor “yo” para convertirlo en don.

Con Él, nos hacemos osadas, atrevidas, fuertes..., nos disponemos a grandes cosas. "Nuestro entendimiento y voluntad se hace más noble y más aparejado para todo bien tratando a vuelta de sí con Dios" (IM. 2,10).

Las obras son fundamentales en la mística teresiana, ya que la meta de la unión con Dios es participar de su misión y transformar el mundo y la realidad. La mística teresiana no nos saca nunca de la realidad, sino que, muy al contrario, nos mete en ella, nos hace comprometernos con ella desde la interioridad, y nos ayuda a transformarla.

Buscar el rostro de Dios en el de los demás: “Si no nos acercamos a mirar de cerca su rostro (el de los pobres), no sabremos quiénes somos. Cultivar el propio conocimiento "al margen de los pobres” (al margen de cualquier otro) es un producto burgués. Nuestra ‘sentada silenciosa' debe estar habitada por el ‘nosotros solidario" (Irene Vega). 1 Mor.2, 17-18

Buscar espacios donde dar vida (cf Mc 4,1-9): Nuestra oración no puede germinar, ni florecer ni dar fruto, si no está inserta en la trama de nuestra existencia cotidiana. Esta es la tierra buena, en la que hay que buscar el manantial. Una oración sin historia origina una historia sin Dios.