eduardo mallea historia de una pasion argentina

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  • 7/31/2019 Eduardo Mallea Historia de Una Pasion Argentina

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    EDUARDO MALLEA

    HISTORIA DE UNA PASIN

    ARGENTINAPrlogo de

    FRANCISCO ROMERO

    EDITORIAL SUDAMERICANA

    BUENOS AIRES

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    PRIMERA EDICIN POCKETFebrero de 2001

    IMPRESO EN ESPAA

    Queda hecho el depsitoque previene la ley 11.723.

    1961, Editorial Sudamericana S.A.Humberto I 531, Buenos Aires.

    www.edsudamericana.com.arISBN 950-07-1910-X

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    NDICE

    Eduardo Mallea: Nuevo discurso del mtodo ................................... 5Prefacio .................................................................................................. 11

    I. El Atlntico ............................................................................................ 15II. La metrpoli ............................................................................................ 20

    III. La Argentina visible ............................................................................... 31IV. El pas invisible ....................................................................................... 38V. El desprecio ............................................................................................. 44

    VI. Conciencias .............................................................................................. 46VII. Amrica .................................................................................................... 51

    VIII. Meditaciones ........................................................................................... 57IX. El norte, el sur ......................................................................................... 61

    X. El nimo de donacin y el nimo de libertad ..................................... 66XI. El pas como Lzaro ............................................................................... 70

    XII. La invasin de humanidad .................................................................... 74XIII. La exaltacin severa de la vida ............................................................... 79

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    EDUARDO MALLEA:NUEVO DISCURSO DEL MTODO

    No s si alguien ha reparado en la similitud entre la Historia de una pasin argentina y el Discurso delmtodo. Sin dejarme arrastrar a una aproximacin que exagere el paralelismo, quiero indicar en una recorridasucinta los puntos que sucesivamente van jalonando un andar acorde.

    El tratado cartesiano y el libro de Mallea son ambos, esencialmente, la persecucin de un mtodo. Uno y otroindagan un camino, buscan la direccin de una marcha sin extravo. Pero, antes que un camino, ambos aspiran adescubrir algunas evidencias primeras, capaces de otorgar sentido, desde luego, y para siempre a la progresin; una

    segura estacin de partida tal, que, por ser la que verdaderamente es arranque y comienzo, defina por s el camino olos caminos vlidos.Para arribar a semejante estacin de partida no sirven la mera inspeccin del horizonte, la confrontacin de las

    guas habituales, la averiguacin nada ms que inteligente, el atareado ir de ac para all hasta dar con lo quereputemos el puerto de embarque. En cada esquina ciudadana podemos iniciar un viaje; cada esquina puedeantojrsenos un comienzo. La nica garanta de no engaarnos est en la exigencia alerta de que el comienzo queadoptemos sea el verdadero, aquel que no tiene tras s otro alguno. Y para que esta exigencia funcione, la carencia decamino tiene que haber sido antes en nosotros dolor, desesperacin. La apetencia de seguridades debe haberse idoconstituyendo, afinando, acercando, entre un fracaso de falsas seguridades que haya sacudido dramticamente elnimo, desnudndolo, dejndolo a la intemperie. Slo el que ha padecido la angustia de hundirse en la cinaga,aprecia la virtud del terreno resistente.

    Cuando el camino se busca con hambre y sed de seguridades, tras la amargura repetida de las sendas erradas,

    suele aparecer al fin resplandeciente; ms que como una ruta terrestre, simple relieve topogrfico, como el regueroluminoso que traza el faro sobre las aguas nocturnas. Y el descubridor, deslumbrado, no se contenta a veces condecirnos: Ah est. Nos grita su descubrimiento o nos lo refiere con palabras entraables. Nos cuenta, tiene quecontarnos su expedicin trabajosa, su personal aventura. La respuesta que ha encontrado la podra encerrar en unhaz de frmulas heladas, impersonales. Pero la respuesta es para l algo ms, mucho ms que el texto terminante enque puede ser expuesta. Es un deambular en la tiniebla que de repente se para ante un rayo de luz; es la puertaabierta por fin en el calabozo; es la miseria que se torna repentina riqueza, y el dolor antiguo transmutado en gozo. Ylas dos instancias no van separadas, sino que se encadenan, y la primera es condicin de la segunda, como para lamadre los dolores del alumbramiento anuncian y traen consigo la dicha de apretar contra su carne otra carne recinnacida. El descoyuntamiento vendr luego, y si la frmula que se hall era justificada, andar sola por el mundo,desprendida de cuanto recuerde su gestacin. Pero el que la encuentra no se aviene a ofrecrnosla como el estrictoresultado de un clculo, como un pensamiento que deriva mecnicamente de la trabazn de otros pensamientos; ysus razones profundas tiene para ello. Pese a cualquier necesidad lgica que en ellas transparezca, ciertasconclusiones nunca se obtienen por la meditacin apacible. Las disociaciones ltimas, las sntesis supremas,requieren elevadsimas temperaturas, el alma hecha horno, la vida entera consumindose como lea seca. La verdad

    final brota, no como un resultado sino como un desenlace, y el autor del hallazgo se siente movido a darnos, con suverdad, la historia de la pasin tumultuosa que pugn tanto antes de aquietarse en ella. As el santo de lasConfesiones poda haber titulado Historia de una pasin religiosa el libro donde narra sus pasos hasta Dios yDescartes poda haber denominado Historia de una pasin metafsica las indicaciones autobiogrficas delDiscurso, cuya parsimonia debe ser idealmente corregida en vista de la famosa anotacin: X Novembris 1619, sum

    plenus florem. Enthousiasmo et mirabilis scientiae fundamenta reperirem... Descartes busca recaudos que lejustifiquen un cabal conocimiento de la realidad total y lo convenzan sin posibilidad de duda de que la realidad asconocida es, existe con absoluta existencia. Mallea emprende una indagacin pareja, pero endereza a un saber de larealidad argentina capaz de configurar en l el rostro cierto de su pueblo. Puntualicemos aqu una separacin. Elansia de eternidades del francs desprecia cualquier informe que no se refiere a lo que es sin tiempo, a las

    determinaciones abstractas o aprehensibles por la razn. El argentino, por inclinacin y por su tema, se vuelve haciatemporalidades, hacia hombres y cosas cordiales; no se imagine, sin embargo, que se da en l con menor energa elansia de eternidad. Lo que busca no son sin duda valores en s, ni puras formas inteligibles aisladas en un mundo

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    espectral; va tras valores hechos carne, corporizados en sentido; tras ideales acogidos con fervor en almas dehombres y mujeres, y fluyendo en historia por obra de las inteligencias, de los corazones, de las manos. Son dosmaneras de apuntar a lo mismo, que responden a dos mtodos distintos: el mtodo de la razn y el mtodo del amor.

    Mallea no slo aplica el segundo mtodo, sino que lo confiesa: Y esto es todo en la Tierra: amor o desamor. Y no secrea que hay metfora al hablar del amor como mtodo, como modo o posibilidad de conocimiento en lo humano; muy

    profundas averiguaciones de Scheler estn consagradas a este punto y aun constituyen uno de los mtodos centralesde su filosofa. Mallea acierta con el mtodo adecuado: luego veremos cmo lo conduce directamente a su propsito.

    Con la linterna de su mtodo racional, avanza Descartes a travs de la realidad falaz de la apariencia hacia elmundo de lo en s, de lo que realmente existe. Lo que lograba prestigio en la vida diaria, lo que nos aportan lossentidos, descubre su no-ser, y una realidad invisible antes se recorta en la sombra, cobra cuerpo y dimensin. Larazn, ante la ficcin sensible, dice no, y la consistencia de las cosas aparentes se trueca en una vaguedad de nube;

    pronuncia luego un s evocador, y el ser se yergue duro y cristalino como un diamante. Tambin Mallea porta unaluz que cambia radicalmente la acostumbrada perspectiva. Cierta realidad cotidiana y visible, reputada acaso lanica por su presencia continua y resonante, se revela pura apariencia, desfile de sombras; y otra realidad sustancial,oculta, se perfila, se define densa de silenciosa vida. La semejanza del procedimiento de Mallea con el cartesiano es

    patente. Ambos son mtodos de conocimiento esencial, caminos que se abren paso entre las cosas que ven los ojos dela cara, para arribar a otra realidad que slo es capaz de percibir el espritu.

    El filsofo francs y el meditador argentino dibujan ante nosotros con rasgos inolvidables el contorno de sushallazgos respectivos: el ser de las cosas el primero, la sustancia de la argentinidad el segundo. Ni uno ni otro nos

    presenta dogmticamente lo que encontr. Ambos nos comunican sus mtodos, nos invitan a comprobar la verdaddel resultado contndonos cmo lo obtuvieron. Trabajan, por decirlo as, bajo nuestra mirada. Antes de ser losdescubridores de ciertas realidades, han sido los forjadores de sus propios mtodos y aun en este punto se guardan deexponernos sin ms ni ms lo que reputan verdadero: tambin nos dan las razones de sus razones, las races vivas desus convicciones metdicas, las meditaciones que precedieron a la decisin de avanzar en una direccin determinada.Y aun antes de esto nos refieren la soledad y aparcamiento en que se recluyeron al ponerse a la tarea. Condicininexcusable de todo firme avance parece ser el recogimiento inicial, el retraerse al recinto propio y hacerse cada unodueo de s mismo y de sus propias evidencias, antes de intentar cualquier otra apropiacin. Tan universal es estaimposicin, que hasta est en el origen del mtodo vital, del que todos espontneamente usamos en nuestraexistencia. El nio va de ac para all como perdido en la vida: la crisis de la adolescencia no significa sino eladueamiento del propio yo, la toma de posesin de nuestra individualidad en vsperas de ir en demanda de otrasadquisiciones. Sin tal actitud previa, la marcha a travs de los seres y los objetos es un andar extraviado entre ellos,el intil hallazgo de infinitas cosas por quien no se tiene a s, el torpe tanteo de una mano que lo toca todo sinaptitud para asir nada. Pero esta soledad, en la que el mtodo vital se engendra, nos la depara a todos la vida, bien endiferentes maneras, que van desde la residencia de una oquedad sin resonancias hasta el doloroso alumbramiento deoscuras riquezas ntimas. De la clausura impuesta a su tiempo por la ley de nuestro desarrollo psquico, difiere laque nos imponemos para afrontar futuras expediciones: la que Mallea se construye en medio del tumulto de laciudad enorme, como tres siglos antes el pensador de las Meditaciones entre el ajetreo de un campamento.

    Descartes, dispuesto a asegurarse un saber cuyas mayores precisiones recaeran sobre el mundo de las cosasfsicas, atenda sobre todo a separar la facultad de conocimiento cierto de estas cosas, de los recursos cognoscitivoscuya informacin le pareca engaosa: la razn estricta por un lado, la aprehensin sensible por el otro. Mallea, porsu parte, ha discernido con acierto la va justa para llegar al fondo de su problema, evitando dos sendas erradas quehan tentado a otros. Para los hombres y las cosas del hombre, no hay ciencia sin amor: hasta que los hombres delRomanticismo no se volvieron hacia el acontecer humano con ojos enamorados, nadie comprendi cabalmente lahistoria. El pecado de desamor es visible en algunas interpretaciones de la realidad nuestra; la crtica, lcida a veces

    en extremo en el diagnstico de lo censurable, es ciega para los ncleos que la resisten, para la sustancia que, lejos dedisolverse por la accin del reactivo, queda despus de su intervencin ms limpia y reluciente. Pero tan peligrosocomo el desamor es en estos asuntos el amor fcil, el cmodo amor sin discernimiento; el amor que se derrama porigual sobre lo valioso y lo que no vale, y que no es como todo acendrado amor, mezcla de gozo y de sufrimiento, sinocomplacencia superficial. Lo decisivo en el libro de Mallea es la intensidad del amor; de esta intensidad proviene su

    peculiar calidad, la capacidad discriminadora, el subrayado poderoso de las instancias positivas y negativas. Y sobretodo la potencia evocadora, creadora; el imperioso llamamiento para que la presencia descubierta se afiance yconsolide, cobre vigor y se imponga. El mpetu cordial, sin ms que ir adelante cambia de sentido. Primero esaveriguacin y saber; luego se infunde en la realidad conocida y procura en ella una ntima animacin al traspasarleel saber adquirido, al robustecerla con una ms elevada conciencia de s. Las palabras revisten en este punto sueficiencia mxima: porque cuando se pronuncian segn una absoluta necesidad, cuando son las inevitables, las

    palabras son mucho ms que expresin, comunicacin; parecen en algunos casos sortilegio.

    He aqu, pues, en lo que atae al hombre, como Mallea ha visto bien y ya antes de esta ocasin, ver y conocer sefunden y unifican. Tambin el desear, cuando es voluntad resuelta, es modo capital de ser, porque no es sino ladecisin de ser de cierta manera; las precisas reflexiones de Ortega sobre este tema estn o deben estar en la mente detodos. En la Historia de una pasin argentina, una conciencia singular, en una especie de identificacin mstica,

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    se sume en la realidad espiritual de su pas, y tras ahondar en ella, la incita a empresas acordes con su ndole, arevelar su norma secreta y proyectarla en lejanas de futuro. No se trata slo de un libro ms, ni de un buen libro, nisiquiera de un libro excelente. Es ms bien un haz de palabras vivas, verdicas y emocionadas, rebeldes a laesclavitud del papel y de la letra, y cuyo eco ha de extenderse y prolongarse a lo largo de los aos.

    FRANCISCO ROMERO

    NOTA: Este prlogo no figuraba en la primera edicin; fue escrito a raz de la aparicin de la misma, para lasediciones posteriores.

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    Millions of spiritual creatures walk the earth.Unseen, both when we wake and when we sleep.

    Milton, Paradise Lost

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    PREFACIO

    Despus de intentar durante aos paliar mi afliccin intilmente, siento la necesidad de gritar mi angustia acausa de mi tierra, de nuestra tierra.

    De esa angustia nace esta reflexin, esta fiebre casi imposible de articular, en la que me consumo sin mejora. Estadesesperanza, este amor hambriento, impaciente, fastidioso, intolerante; esta cruel vigilia.

    He aqu que de pronto este pas me desespera, me desalienta. Contra ese desaliento me alzo, toco la piel de mitierra, su temperatura, estoy al acecho de los movimientos mnimos de su conciencia, examino sus gestos, susreflejos, sus propensiones; y me levanto contra ella, la reprocho, la llamo violentamente a su ser cierto, a su ser

    profundo, cuando est a punto de aceptar el convite de tantos extravos.La presencia de esta tierra yo la siento como algo corpreo. Como una mujer de increble hermosura secreta, cuyos

    ojos son el color, la majestad, la grave altura de sus cielos del norte, sus saltos de agua en la selva; cuyo cuerpo eslargo, estrecho en la cintura, ancho en los hombros, suave. Su molicie es la provincia; su hijo vivo en el embrin: laentraa activa de los territorios, las gobernaciones, las metrpolis. Su cabeza yace cerca del trpico sin arrebatarse, ala vez prxima y distante; otra cosa. Su matriz est en el estuario, matriz fortsima de humanidad, que penetra hasta

    la entraa por los dos potentes cauces fluviales, su esbeltez, su sistema nervioso todo, parecen descansar, erectos,eternos, en el sistema vertebral de los Andes. Busto liso de mujer en torno a las bellas turgencias pectorales, losdesiertos, las sabanas, los montes del norte indmito; el vientre: la pampa, extenso y sin ondulacin como los de lanormativa escultura. Sus miembros, armnicos y largos, conformados por las largas colinas ptreas de la Patagonia,no sin el vello regular de los valles. Sus pies se afinan hacia el sur, descansan sobre el estrecho glacial, tocan losacantilados estriles y desiertos del Cabo de Hornos, y dejan que los ingleses otrora despechados se entretengancon la babucha suelta de las Malvinas.

    Quiero verla as, como mujer, porque mujer es lo que atrae amor; y mater.Qu puede ser el pueblo nacido de esta mujer, mater? Virilidad, serenidad, coraje; inteligencia y hermosura

    viril, en lo humano; antes de nacer, a nadie se puede presumir traidor de un bello vientre.La verdad: el pueblo nacido de aquel vientre todo eso ha sido. Y con algo ms, todava con algo ms: en l, la

    inteligencia fue siempre una forma de bondad. Amar en espritu es compadecer, ha dicho Unamuno, y quien ms

    compadece ms ama.De esas virtudes, he querido saber cules existen y cules estn en trance de muerte.No quiero un soliloquio, no, sino un dilogo, con ustedes, con los argentinos que prefiero. Esta confesin, qu

    fertilidad tendra si no son las respuestas? Qu eficacia, sino la inquietud que despierte, el cuidado, el escrpulo quesuscite el estado de conciencia que sea capaz de crear con su propio estado. Yo no puedo ensear, yo no puedo niquiero obligar ningn pensamiento, yo no puedo instruir; quisiera, tan slo, conmover; es decir, mover conmigo.

    Hacia nuestra Argentina, argentinos insomnes; hacia una Argentina difcil, no hacia una Argentina fcil. Haciaun estado de inteligencia, no hacia un estado de grito. Quiero decir con inteligencia: la puesta en marcha de unadesconfianza en nosotros mismos junto con la confianza; slo esto es fecundo. Mientras vivamos durmiendo enciertos vagos bienestares estaremos olvidando un destino. Algo ms: la responsabilidad de un destino. Quiero decircon inteligencia la comprensin total de nuestra obligacin como hombres, la insercin de esta comprensin viva enel caminar de nuestra nacin, la insercin de una moral, de una espiritualidad definida, en una actividad natural.

    Es necesario ir hacia ello, no detenerse, argentinos, argentinos sin sueo, argentinos taciturnos, argentinos quesufren la Argentina como un dolor de la carne.

    Es a ustedes a quienes me dirijo. No a otros. No es al argentino que se levanta, calcula el alba segn trminos decomercio, vegeta, especula y procrea. No es al, as llamado, Seor de la patria, tan generalmente vendido a orosignominiosos (y en stos entra el soborno que sobre cierta ndole de hombre ejerce la oscura ceguera de ignorar, elnublado destino de no entender y la campana triste del nfasis). No es a los que hacen y viven de la Argentina.No. Sino a ustedes, que forman parte, quiz, de esa Argentina sumergida, profunda, a cuya digna y grave gloria estdedicado este libro. A ustedes que tienen la edad del alba.

    Aquellos otros son irracionales, la parte irracional (a decir justo: animal) de nuestro pueblo. Y slo en la medidaen que lo racional de un hombre es alto crece hacia su raz la nacionalidad intrnseca, la nacionalidad inmanente, lonacional. No hay nada ms lbrego y terrible que el nacionalismo de los hombres de razn corta. No es un azar que

    las bestias no reconozcan patria sino donde confinan su defensa y alimento. Cuanto ms elevada es la racionalidadde un ser, ms grande es el rbol que su nacin planta y extiende en l. Una sola cosa temo, y es el amor sininteligencia del corazn, porque sta es la especie de amor que mata por proteger.

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    Estamos abocados a males tantos, en esta tierra de tanto sol y tanta tierra y tanto cielo, que yo no veo remedio,para salirles al paso, ms que el fruto que d una categrica, radical, rotunda movilizacin de las conciencias.Movilizacin es maduracin: cuando todas las partculas de un organismo vivo se ponen en extremo movimiento, enagitacin, es cuando ese organismo va a dar sazn a su fruto, cuando todo ese organismo se mueve en el sentido desu secreta presciencia y todas sus clulas han adquirido una suerte de orgnica lucidez. Y si somos todava un

    pueblo verde, un pueblo en agraz, no es porque seamos un pueblo joven cndida, inocente mentira, ya que nolos hay bajo el sol jvenes ni viejos, y aun se es ms viejo en todo caso por ciertas frustraciones de la juventud,

    sino porque nuestra conciencia est en mora, porque ella no se ha desarrollado desde sus fuentes, desde su hondn,sino quedado sobre s y como cerrada. Lo que estamos es sin fruto verdadero y slo nuestras ramas de rbol criollo sehan echado a expandirse por el falso espacio de una supercivilizacin aparencial. Los hijos de los hijos de argentinos,a qu se parecern? He aqu una cuestin que hay que sentirpreocupadamente. Yo s a lo que se parecern en su

    forma vital, pero no s a lo que se parecern en su forma moral. Yo s que sern ricos, yo s que sern fsicamentefuertes, tcnicamente hbiles; lo que no s es si sern argentinos. Y no s si sern argentinos porque s que suspadres han perdido ya hoy el sentido de la argentinidad.

    El sentido de la argentinidad. Ya con slo enunciarla, esta frase suena extraa porque apenas tiene crdito ennosotros, no encuentra en la persona el necesario campo crdulo y responsable. Es una oracin blanca, porsimilaridad con esas voces blancas con que se habla en Amrica de las cosas del espritu y la cultura, es decir, entrminos puramente locutorios y no consustanciados. Y si esta oracin fundamental es una oracin blanca, no hayque poner el grito en el cielo sino en el alma; hay que poner el grito en el alma. Hay que poner el grito en el alma

    porque estamos ante la comprobacin de una certidumbre y es que nuestra conciencia permanece inmatura y de quecorremos el riesgo, no ya de seguir siendo, sino de ser cada vez ms hombres prematuros.No lo eran aquellos de quienes nacemos como pueblo. Lo estamos siendo, cada vez ms, nosotros. Por una

    involucin, por un proceso de involucin ante el que hay que detenerse y decir: no. Sin quedarnos en nuestraafliccin, sumidos en el rido reflexionar de cubil, sino saliendo de nuestro cuarto en modo ardiente y precipitado

    para llevar adonde mora el vecino la declaracin de nuestra decisin crtica y nuestra hambre, nuestro no a esteavance inerte cuyo andar es como un sopor que se desplaza sobre hombres, masas y ciudades.

    No. La Argentina que queremos es otra. Diferente. Con una conciencia en marcha, siendo esta conciencia lo quedebe ser, es decir, sabidura natural. Si segn la teora socrtica recogida por Platn en su Fedn, ciencia esreminiscencia, lo que necesitamos en todo momento es reminiscencia, o sea conocimiento anterior del origen denuestro destino y en el origen de nuestro destino est el origen de nuestro sentimiento, conducta y naturaleza. Ennuestro origen natural est potencialmente contenido nuestro devenir; si perdemos el recuerdo, o sea la ciencia, denuestro origen interior qu podremos ser ms que un optimismo errabundo? Haberse originado es originarseconstantemente, nacer es seguir naciendo y si no sabemos cmo y para qu llevamos en nosotros tan constantesnacimientos, esta ignorancia adquirir, bajo el aspecto de una vida que se perpeta, el valor de una muerte que serepite.

    He aqu que estas reflexiones, llevadas a su extrema consecuencia, no me dejan calma. Cada da veo a laArgentina actual desnaturalizarse en uno u otro acto. De pronto est ah, presente; de pronto est perdida. Intiltratar de llamarla a un examen de s: su voz presente est batida por una suma circunstanciada de ignorancias. Locual le improvisa una actitud similar a la de ciertas mocedades, que tan pronto causan gracia como desaliento. Quhacer ante este pas en el que se reproduce la parbola del Hijo Prdigo? Se ha echado a andar en busca de deleite yriqueza; imposible no advertir que se ha alejado tambin en demasa de algo de lo que no debi alejarse nunca: delsentido de su marcha interior.

    Y los pueblos, como los hombres una vez ms, Seor, como los hombres!, no son dueos de sus fines, sino desus caminos. La existencia de cada especie viviente sobre el planeta no conoce ningn fin; toda ella es camino.Caminos vivos son los hombres, camino el insecto de alas que muere en el aceite. Camino la vida y camino la muerte.Todo es camino. Camino es el cuerpo y camino el alma hacia una remota consumacin. Camino el amor, camino lacaridad, camino el odio que divide y la esperanza que apunta por el este con cada amanecer. Camino la aparenteinmovilidad de las mviles constelaciones; la duda, el gozo y la agona; camino el hombre que acecha en la sombra

    para golpear con traicin y la mujer que sangre de su sangre mata en pleno amor; camino el sueo deltaciturno, el coraje del atrevido, la actividad del activo, la pereza del perezoso, el mal peridico de la mujer y en loalto de su angustia potica su delirio crepuscular, el andar del nio, la cruel reserva del ateo, la mentira del malcristiano, el orgullo del que medra y la amargura del pobre. Caminos son todos esos.

    Malos dueos de nuestros caminos somos cuando empezamos a descuidarlos. Porque entonces, segn la parbolade las Escrituras, el que va en busca de das y noches opulentas vuelve por el camino triste siendo cuidador de

    puercos. Esto lo saba de sobra Maquiavelo, con su discrecin previsora y su cara de oscuro caviloso imbeciloide(segn se le ve todava en un rincn de la cmara ducal florentina), cuando aconsejaba a Lorenzo el Magnfico:unos han credo y otros siguen creyendo que las cosas de este mundo las dirigen Dios y la fortuna, sin que la

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    prudencia de los hombres influya en su mudanza y sepa ponerles remedio..., pero me atrevo a aventurar el juicio deque si de la fortuna depende la mitad de nuestros actos, los hombres dirigimos, cuando menos, la otra mitad.

    Nada se dirige, a decir verdad, pues vivimos en el llano, punto desde donde no se manda; pero se es o se deja deser, segn que tengamos o no el coraje de nuestra conciencia. Esto, que puede parecer casi nada, es tan grande cosaque slo por ella fue un Hombre apresado en el huerto de los olivos y muerto a la cada de la tarde, una vspera desbado, y muertos en igual modo el bueno y el mal ladrn, y perdido un mal juez y entristecidos sin aparente motivoalgunos centuriones, y enterrada viva mucha gente en las catacumbas de la campia romana y, poca tras poca,

    precipitados los hombres unos contra los otros, sin ms que dar de s, y al final de sus vidas, en lo ms cruel de susguerras, un ligero gemido y una nostalgia tarda de paz y de perduracin.El extravo de nuestro pueblo es joven, tiene los aos de este siglo: poco ms de treinta y tantos. He visto

    inmigrantes de antes e inmigrantes de despus; en ellos puede estudiarse, como las turbaciones profundas en unsemblante, la historia de nuestra decadencia como patria, ms que como nacin o como Estado. (Y escandalcense

    poco aquellos a quienes este gnero de verdades choca: cuanto mayor sea su sentimiento de escndalo, peor ser suculpa el da en que haya bastantes decididos a ser mejores.) He visto a extranjeros llegados a nuestro pas cuandotodava estaban vivas las voces de nuestras inteligencias mayores, y para esos hombres lo argentino era un estado dereligiosidad; gleba y rbol, casa u hombre, a todo lo de aqu cobraban novsima devocin esos hombres venidos de

    pueblos donde el esfuerzo humano ha perdido eficiencia; estaban aqu viendo el levantamiento casi heroico de unanacionalidad donde todo estaba por crearse, desde los parques metropolitanos, la lnea urbana de las viviendas, lascanciones de marcialidad, las previsiones de la poltica, la realidad orgnica del pas en lo extrnseco y lo intrnseco,

    hasta la articulacin visible de su inteligencia. Era la gesta moral y la material de un territorio fabulosamenteofrecido al porvenir. Pero ste no era un porvenir ilusorio y desierto, sino un futuro activo y habitado, un futuropresente, como son los futuros de todo aquello que se crea por un acto volitivo, en el cual lo porvenir no es ms que elprogreso, o forma ulterior, de un acto actual. Y ante el espectculo de esa autntica grandeza potencial, los hombresvenidos de otras tierras se recogan, se consustanciaban, enmudecan. Yo he visto en su ancianidad, en la ancianidadde hombres as, las huellas de este sentimiento de fervor, tan sencillo, tan emocionante y tan puro. Y ante ellos me heconmovido con una emocin de mi tierra, porque en esos rostros llenos de arrugas negras como las de los antiguoslabriegos, amigos ya de lo eterno y sin codicias terrestres, perduraba esa expresin; no otra que la expresin mismade un mundo nuevo, el espectculo de un amanecer que va sin pausa hasta la medianoche y recomienza. Habansentido en torno de ellos, de esos extranjeros, el rumor de una sabidura: el rumor de ideas, sentimientos, esperanzas,

    gestos, voluntades en marcha, el rumor de un mundo de hombres recientes que se pare a s mismo, pero no a oscuras,sino como hijo que se abriera paso solo en la tiniebla del claustro materno. Hablaban de las cosas argentinas, de losviejos hombres tutelares, de imborrables lapsos de luz en las oraciones pblicas (como el discurso de Avellaneda al

    ser repatriados los restos de San Martn), de tal o cual virtud sensible en tal o cual hombre nuevo de la tierra nueva,con la misma voz tierna y un poco solemne con que, en el lugar de su nacimiento, ms all del ocano, habanaprendido a deletrear el Eclesiasts.

    Y he visto a los inmigrantes ulteriores. Y en vano he querido adivinar en esos rostros ms jvenes de ambiciososel brillo con que se entiende algo ms que las letras de los anuncios metropolitanos, se oye algo ms que las cancionesde caf, se ve algo ms que la imagen fsica de un pas confortable, se percibe, en fin, algo ms definido y profundoque el mero sentimiento de una pretenciosa orquestacin nacional. Los he visto: alegres por fuera, sordos por dentro.

    Atados a nuestro destino, no ya sin conocernos: sin siquiera presentirnos, sin vernos ms all de la piel.Es de ellos la culpa? No; sino nuestra, argentina. Porque la sordera de ellos es un modo que tenemos de aludir a

    nuestro mutismo. En nuestro mutismo preferimos no pensar. Creemos que basta con proclamarnos para nuestrosadentros: adelante, y Dios proveer.

    Qu engao! Qu engao, porque Dios no proveer. Est escrito: el que quiera salvar su alma la perder... El

    que quiera salvar su alma; es as que nuestro libre arbitrio nos pierde cuando no est ordenado a un principiotrascendental, cuando lo dejamos irse de las manos de nuestra virtud, de nuestro corazn y de nuestro conocimiento;siendo stas, no slo las manos frtiles del hombre, sino las ramas del rbol fundamental, el principio de los

    principios, porque no hay principio que no florezca de esas tres ramas.

    Inevitable es ahora que empiece por hablar de m, tan inevitable, tan imprescindible! Estas pginas estndictadas, ya lo he dicho, por una ansiedad, por una aspiracin, por una necesidad de dilogo. Quisiera tener algunosrostros argentinos vueltos por un instante a mi propia desazn, a mi propia lucha, a mis propias esperanzas, a misagonas y renacimientos frente a un pueblo cuyo destino me retiene en los lmites agrios del desvelo. Ya casi mi

    palabra es slo fervor; ya casi no deseo ms que partir ese fervor con otros, esto es, confesarme, hacer mi fe comncon otros. No hay amistad cierta que no se base en una ininterrumpida confesin, en un comprenderlo, verlo,

    sentirlo todo confesndoselo. Confesin quiere decir unidad, sin lo cual no puede haber nada entre t y yo, lector queme has de juzgar, querer, abominar o padecer.Con lo cual, la pretensin de estas pginas no es poca, y demasiado grande es su propsito; porque pretensin y

    propsito suyos son encontrar en su camino algunos hombres y detenerse con ellos y contarse los unos a los otros la

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    causa de su contricin y de su fe, y decirse: Por esto vivimos, por esto padecemos, por esto luchamos, por estoamamos, por esto nos desangramos y por esto morimos.

    Yo no s que haya en la tierra, con excepcin de la fe misma, otra posibilidad de confortacin.

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    I. EL ATLNTICO

    La baha. El nacer al sentimiento de la tierra. Primeras reflexiones ante la llanura. El colegio deMrs. Hilton. Los hijos de los colonos. El mundo comienza.

    Yo casi no tuve infancia metropolitana.Vi la primera luz de mi tierra en una baha argentina del Atlntico. A los pocos das me estara

    meciendo, como un jugueteo torvo de quin sabe qu paternidad tutelar, el sordo y constante ruido de lasdunas cada segundo desplazadas, el clima verstil del pas, el viento animal. Mi padre era uncirujano de hospital; mi madre una mujer suave, sal de la tierra en su bondad tranquila. Los doslaboriosos y tan honestos de naturaleza que en ellos vi salvarse siempre algo del general naufragiohumano. Mi primer amigo fue el viento que vena del ocano. ste, imaginativamente, era para missustos, lobo; para mi deleite, perro. En mitad de las noches de invierno, el viento entraba en las vigilias demi madre y velaba junto a ella, rugiente, mientras mi padre operaba solitario en chalets y despoblados,trabajando en la carne triste. Su mano enrgica no recoga prebenda; si haba que cobrar, tomaba; si habaque dar, se abra; a los doce aos empec a saber lo que significaba aquel afluir de gente pobre a suconsultorio: venan a mirarlo en silencio y a confiarse a l; a veces traan unas aves, otras no traan nada,sino ese confiar penoso, esa entrega llena de triste esperanza. En aquella casa donde se haba dicho adisal oro, las puertas estaban abiertas durante el da y los que no venan a buscar cura venan a pedirconsejo.

    El rido tiempo del sur apretaba en su garra la baha. Durante jornadas y jornadas, slo se escuchabaen la ciudad el ruido del fuerte viento y el rumor de las dunas al desplazar sus arenas. Slo un operosotrabajo poda distraer a los hombres de persistentes acrimonias en la fra ciudad atlntica. Eraterriblemente difcil vivir en aquel clima rgido y sin consolacin. Ni una pradera en torno a la ciudad; nicolores, ni sol, durante das y das, sino la piedra gris, el viento gris, la arena gris; la atmsfera hosca, lastardes interminables, las noches repentinas y profundas. A veces una lluvia fina, luego otra vez el viento,la niebla, el polvo que castigaba furiosamente los ojos viniendo de los mdanos. En el nocturno carruajeregresaba mi padre de ver a sus enfermos. El calor de las estufas y la luz de las lmparas nos guardaban ala familia toda en su calor, mientras fuera soplaba la tormenta. Mis padres y mi hermano lean; yolevantaba de pronto una cortina, pegaba mi nariz al vidrio, miraba la noche exterior. Todo me parecapoblado de monstruos imaginarios. Y cuando alguien rea en aquella casa, pareca responder desde fueraun eco cnico. No era, no, la vida suave para este mdico de la provincia! Estbamos en pleno desierto.No se poda habitar all sin sacrificio; toda cosa viva perteneca, en aquellas latitudes, al pramo, alviento, a la arena.

    Hasta ese puerto del Ocano venan barcos a detenerse en la ruta de Magallanes al Cabo de Hornos. Yome preguntaba, mirando hacia el sur, qu sera ese vasto desierto hasta donde llegaban de vez en cuando

    estos tardos navegantes con el eco del opuesto hemisferio en sus bocas ajadas por el mal tiempo y el mallicor. Perdido por las calles llenas de aserraderos, luego por los muelles llenos de elevadores, puentes,gras, me aproximaba curioso a esas embarcaciones. Precarias lecturas de Reclus me haban enseadomal lo que cada regin del planeta deparaba a esos profesionales del mar, que se parecan a ciertosmonjes asiticos por el desprecio a la muerte y una especie de sacro e inhumano hermetismo.

    Vivamos los tres casi silenciosos mi madre, mi hermano con sus ocho aos y yo en torno a mipadre. l era un hombre de gran energa y gran ternura, fuerte carcter y fuerte inteligencia, de muchasabidura moral y verbal, de expresin tan refinada y elegante que no se saba qu cosa era en l msseorial, si aquel desprendimiento permanente de su corazn o aquel hablar conciso, vehemente,delicado, con lo cual todo lo tocaba en el orden del pensamiento sin menoscabo, dndole dignidad. Mipadre era pariente de Sarmiento y la historia de su familia est escrita a lo largo de varios captulos deRecuerdos de provincia.1 Mi padre ha pertenecido a esa clase de hombres de moral de acero que aparecen

    en la dura formacin social de los pases: no slo tena que recorrer largas leguas en su coche de caballopara ir a operar quirrgicamente o asistir partos en el hinterland de la zona meridional de Buenos Aires,

    1 Los Mallea, Juan Eugenio de Mallea, etc.

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    amenazado muchas veces de muerte si su cura no avanzaba, sino que l, cuya versacin en el Dante y Elprncipe y Molire era perfecta, haca tambin poltica activa y haba sido herido en una pierna a raz desus artculos crticos en un peridico de combate. Desde muy nio me acostumbr a admirar en l estascosas concretas: su vigor mental, su honestidad celosa y hasta violenta, su generosidad entraable, sucultura, su extraordinario coraje de conciencia; todas cosas en l defendidas por un gran coraje fsico. (Alos ochenta aos este hombre haba de tener el nimo de un hombre de treinta, la inteligencia de unintelectual en su madurez, la consistencia de carcter de un luchador sin ejrcito.)

    A fin de templar su brazo de cirujano y su valor ante los hombres, todas las maanas haca esgrimacon un profesor. El recuerdo de mis primeros aos es el recuerdo de un nio que curiosea esos asaltos enel inmenso zagun de portal ancho de nuestra casa de ciudad. Luego esa puerta se abra y entrabanenfermos; luego vena M. Saint-Hilaire a ensear a mi hermano el violn, Mme. Thrse Frig a practicarcon mi padre el francs, la Mac Gregor a ensearme a m rudimentos de piano; con ella tocaba mi madreel Largo, de Handel.

    Tena yo once aos cuando estall la guerra en Europa. De ella tena slo noticias indirectas, por lasconversaciones de mis padres y por aquellas publicaciones francesas que llegaban a mi casa y en las quese vean horribles fotografas de mutilados ah, el largo cuerpo uniformado de Miss Cavell, los NachParis, fotografiados en siniestro carbn sobre las puertas, los edictos militares, las inscripciones

    procaces! El recuerdo de la guerra est vinculado en mi memoria a las obras de Croce, Barrs, Ferrero,Bernstein, Lavedan, que lea mi padre; al despertar, en fin, de mi adolescencia: los instintos, lascuriosidades, los sueos, las ambiciones.

    Es natural que todo organismo tenga sus partes sanas y sus partes enfermas, sus partes torpes y suspartes inteligentes; de todos los organismos sociales, el ms determinado por sus partes negativas es laburguesa, pero hay la burguesa embotada y soolienta de los saurios y una burguesa idealista. ste esya un modo de disconformidad, por relativo que sea. Y los artistas nacen por lo general de un climahumano paterno en el que se ha insinuado el germen inquieto de la disconformidad. En cuanto a m,provengo de este gnero ltimo de burguesa, de una burguesa idealista. Ojal algn da esta rmora deaburguesamiento idealista haya desaparecido de m, no dejando ms que a un hombre cuyo espritudesconozca la comodidad.

    Un da, mi padre se haba levantado en un Concejo comunal para gritar: Yo no voto esto porque soy

    un hombre honrado, y dej sin amargura ese destino de funcionario; ya no luchara polticamente sinoen la ltima campaa del nico partido de su vida, la vieja ilustre Unin Cvica, donde por el jefe-amigoUdaondo habra dado gustoso sangre de sus venas. Pero la candidatura de Beazley no triunf y el partidose retir del campo poltico. Mi padre habra preferido cualquier mal a enrolarse en otro cuerpo; peromuchos hombres de su mismo partido, muchos cvicos no pensaban as y se convirtieron luego enradicales, y en otras cosas. (Pese a estas migraciones aisladas y fortuitas, pocas veces ha alcanzado elcivismo argentino grado ms admirable de honradez colectiva como en aquellos aos de organizacindecente y repudio a la oligarqua. Los aos que precedieron inmediatamente al 1916 fueron el digno yrecio advenimiento a la poltica de unos hombres que sentan la cosa pblica bajo especie de actuanteprobidad.) No medraremos mientras yo viva, o que le deca una noche a mi madre, y ella lo segua ensus convicciones, en su pobreza de hombre que pudo ser muy rico, en esa espartana sencillez y esecarcter, duro como una barra, que le llevaron a no aceptar nunca una situacin dependiente.

    Abandonada la poltica ya casi por entero haba sido intendente y era todava uno de los hombres msimportantes de su partido, uno de los hombres leales a Udaondo, comenz a ir dejando poco a poco lamedicina que haba ejercido hacia esos aos el 14, el 15 por casi treinta, a fin de entregarse todo,corpus et anima, a la educacin de sus hijos. ramos ya los tres nicos, y el mayor estudiaba derecho enBuenos Aires.

    Mi primer contacto consciente con mi tierra tuvo ocasin entonces. Se nace o no se nace a estesentimiento; puede uno acaso vivir mil vidas sin rozarlo nunca. Nac yo a l en las largas tardes solitariasde la ciudad del sur, cuando, de pie en un alto balcn trasero de mi casa, vea las infinitas lomas que ibana volcar la metrpoli en los mdanos y el campo. Eso era la pampa, el horizonte remoto, la llanura, eldesierto. Subiendo por la loma lejana pasaba de tiempo en tiempo el hormiguear de un entierro; el cortejoascenda, de pronto se esfumaba. A unos centenares de metros comenzaba la campia pobre bajo un cielosin comparacin. Los destinos humanos casi no turbaban, con sus conversiones y sobresaltos, el dilogoterrestre con las nubes, la suerte del trigo invisible que crece del grano muerto y recomienza. Como

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    Historia de una pasin Argentina 17

    asegura Lucano en la Farsalia, hay un punto del monte desde el cual los ejrcitos en lucha pareceninmviles; y al fin de esta inmensidad sin ondulaciones, a los ojos de esta madre, la tierra indmita, todaaccin parece vana, slo el pensamiento la alcanza y subordina. Yo, ensimismado, no vea ms que latierra desnuda, la tierra nuestra, la inmensa vastedad limpia y austera, la argentina llanura. Adolescentesin razn clasificadora y discriminativa, todo me pareca ms categrico que el hombre en un suelodesprovisto de confines. Tal vez porque toda concepcin es en la infancia de naturaleza material, y lamateria no manda sobre la materia. Mi espritu dormitaba, soaba; todo yo me haca paisaje; mi nimo se

    acostaba un rato en las pequeas lomas y parta luego, al mismo tiempo raudo y quieto, hacia el llano.Muchas veces me quedaba en nuestra casa, solo con los criados, y mientras ellos jugaban sus juegos

    con el naipe mugriento en la antecocina, suba yo al balcn a la hora del ngelus. Gracias a ese rito ibadespertando a la forma original de mi tierra, transido ante el silencio y la soledad del llano melanclico.Tierra desierta y urbes; as era todo el pas; tierra desierta y urbes, ruido vertiginoso y soledad. Y amedida que pasaban das agosto despus de julio, septiembre despus de agosto, se iba mi nimoadecuando cada vez con ms extensin y profundidad a la forma de esa naturaleza circundante, planicieen la que nada resonaba sin un toque tiernamente salvaje y taciturno.

    Tiernamente salvaje y taciturna tierra en la que cada da se me enseaba el nombre de una recientepoblacin, el aumento de unos millones de almas, los diferentes sentidos del progreso desencadenado...Al norte, al sur, al este, al oeste, crecan poblaciones; hongos furtivos junto a la roca de un centromultitudinario; al norte laboraban los ingenios; al noroeste corra entre trapiches el zumo de copiosas

    vides; hacia los Andes, la pampa, el centro, se multiplicaban bblicamente los ganados y cereales; en lacapital creca la piedra, el oro; el agio; en las gobernaciones naca fruta opulenta; por todas partesproliferaba la alegra del sembrador matinal, y hacia el sur, tierra prometida, jerrquico paraso despusde tanta labor sorprendente, iban a desprenderse los llamados ferrocarriles faranicos. Ah, condicinfrvola del hombre!; todo eso era el primer caminar del Hijo Prdigo.

    Detrs de ese externo esplendor, estaba el hombre desnudo enfrentado con la tierra desnuda, elhabitante natural frente a frente, a solas con su destino interior. Con su destino, no como individuo deuna clase, parcela de una suerte social colectiva, no como ente de la fortuna, no como sujeto de lasalternadas: trabajo y ocasin; sino como persona de aparente libertad terrible y sino peligroso. Comopersona ante el ltimo Juicio y no ante el transitorio y afortunado. Y el ltimo Juicio no vendr con laconsumacin de los siglos; cada da nos procesa secretamente. La persona enfrentada con los otroshombres, la tierra, la religin; la persona desnuda esa persona, se haba quedado atrs. Vena detrs,

    sombra grave que sigue al que dilapida.

    El nio que haba en m, sin cansarse, miraba la llanura. Sobre esa perspectiva todo lo iba viendo conclaridad; semejante a ese extremo punto del fondo en que el primitivo pareca poner la suma de su visinsensible: el color del horizonte que infunde espritu, luz, tono, acento, a la masa plstica. Toda esaextensin salvaje fui concibiendo, a medida que el adolescente perda materia, slo por una cosa ibaa ser conquistada, slo por una cosa, por una forma moral tan fuerte y definida como ella: idea, pasin osentimiento.

    Dnde buscar esa idea, esa pasin, ese sentimiento?Primero en las aulas de un colegio privado, luego en las del colegio superior buscaba yo ese signo en

    los estudiantes que me rodeaban. En el primero, un colegio ingls mantenido bajo la frula de Mrs. Hilton

    corpulenta australiana de tez bronce que nos gobernaba con el ltigo, bien que siempre justa comocorresponde a los mejores entre los ms fuertes, se agrupaban los hijos rubios de tantos y tantoscolonos, hijos de dinamarqueses, de noruegos, de galeses, de alemanes, de galos, de celtas. All corr enlos recreos junto a los Jorgensen, all conoc a los Rasmussen, all a los Denholm y a los Le Tesson. Alladmir cndidamente a los ms diestros y a los ms valientes, a Hctor, a Stanley Geddes, mayores, aquienes ms de una vez acompa en sus incruentas luchas como escudero. Ah!, Hctor y StanleyGeddes el uno muerto, el otro, dnde? que no se dignaban mirar al condiscpulo menor, que nocorran sino contra el viento, altivos, osados y belicosos, en aquella ciudad del Atlntico, cuanta devocinmuda les di!

    Recuerdo sobre todo los inviernos en el colegio de Mrs. Hilton. El gran patio desierto y rectangular, lasdos nicas aulas enormes, separadas por una mampara de vidrio. La clase superior y la clase inferior,donde se mezclaban sin otra jerarqua todos los grados y donde todos nos sentbamos al sol de lasmaanas, desde el fiero Valpoli, cuyos dedos se agarrotaban con crueldad, hasta las muchachas detrenzas auburn y ojos claros... Mientras aquellos cincuenta muchachos jugaban furiosamente en losrecreos, me gustaba ms bien observarlos, admirarlos, odiarlos o quererlos segn sus propias diferentes

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    naturalezas, y sacar a la luz de cielo o infierno el secreto de tantas incipientes vocaciones. Como la coladel cometa en la polvareda csmica, mi nimo se iba tras ste a aquel rapto de otra alma, tras la rebeldade este precoz facineroso o la uncin temprana del manso, en el fugaz espacio del asueto, no sin que, enuno u otro caso, mi asombro se jugara alternativamente siguiendo la proyeccin que imaginaba enaquellos dos opuestos destinos. Cuando me llamaban a correr, mi eficacia era mediocre: si urgidas ibanmis piernas, otra urgencia era mayor, la carrera de mi asombro, mi reflexin, mi huraez mediante. Erandas de descubrimiento, y en el terreno de lo humano como en el terreno de lo fsico, tena nuevos

    motivos de sorpresa y encanto, desde la simtrica nervadura de la hoja hasta la forma de constitucin dela arena, desde la omnisapiencia de los libros clsicos hasta el relato de la aldeana, desde los ritos de laliturgia del domingo y la imagen del Creador crucificado hasta el dulce y secreto misterio de la gracia enlos rostros de las chicas que atravesaban la plaza central con el dbil cabello al viento del atardecer... Peroel asombro significa perder un tiempo, asombrarse es detenerse; y entre todas aquellas turbulentasinfancias, slo la ma era lenta, inexperta, ineficaz. Para los juegos me consideraban perdido; pero de eseextravo retornaba con mi fantasa colmada, los pequeos ojos ardientes de lucidez y descubrimiento, elalma en vilo. Una vez se jugaba a la ejecucin, al fusilamiento; serva de proyectil una pelota; el verdugo,terriblemente diestro, la arrojaba desde lejos como un rayo, en el momento en que el sentenciado echaba acorrer a fin de intentar la suerte de salvarse; cuando me toc el turno, esper, y al levantar el otro desdelejos la mano, abr los ojos, corr transversalmente; pero l arroj la pelota con una carcajada salvaje; habacalculado exactamente el arranque del tmido; y sent estrellarse el proyectil como un latigazo en plena

    mejilla... Ah, anticipaciones! Siempre me iba a alcanzar as todo en la vida, hirindome al ir a correr, enalevoso clculo ajeno de una falta de clculo mo, en el instante mismo de alzarme de la tierra con los ojosabiertos y ardientes, sorprendidos!

    Le Tesson, Bigliardi, Denholm, Valpoli, Battistoni, cmo cazaba yo en ustedes los pjaros dscolos! Esas que, mientras dispersos en quin sabe cuntos rincones del pas me habrn ustedes olvidado, relegadosin reminiscencia al desvn oscuro del alma, yo todava los pienso, los frecuento, los llamo a la luz de estatarda convocatoria...

    La vecindad de esos hijos de colonizadores, de esos casi extranjeros, me exaltaba de un modo oscuro ysecreto. Senta gravitar su tenacidad sin nfasis sobre la suerte de mi tierra. Los quera. Hubiera dado porellos todas mis ambiciones de criatura, mi salud y mi sangre; por ellos empec a querer los libros de suspases, las leyendas heroicas y los primeros libros de aventuras escritos en la lengua de Sir Walter Scott.Venan a mezclar, en el fragor de los recreos, sus viejos vocablos rgidos a un espaol que amaneca.

    Venan a traer una sabidura natural de las intemperies a nuestra sangre reciente.Los quera. Muchas tardes, cuando el viento arrastraba desde el Ocano la arena de las dunas,

    regresaba del colegio con alguno de ellos atravesando la Plaza Municipal y, al rozar sus labios cualquiertema, descubra en esos casi nios una asombrosa seguridad en las propensiones, los gustos, losproyectos. Aos ms tarde, al cursar los aos del Colegio Nacional, no encontr en mis compaerosargentinos una determinacin comparable a la de aquellos recin llegados. Tanto en la belleza de lasmuchachas de ojos claros y piel fina una Flossie Rae, una Elsa Bogges, soberbias y de aspecto boreal,como en la aparente sequedad, lo spero de los muchachos se revelaba el designio de hacer un pas.Saban la parte que les tocaba en esa construccin, la parte que a cada uno le corresponda, fuera suvocacin la del ganadero, fuera la del industrial.

    El ltigo de Mrs. Hilton, que no me toc nunca, me ense en cambio muchas cosas. Por l supe lo quehace en cada hombre la presencia de un orden, lo que eso enriquece y fortalece; qu clase de aristocracia

    impone al alma la aceptacin de un orden lcido. Ella lo impona, con su esbeltez de mnade bronceada ysus ojos grises de mirar duro, no sin que, cuando era necesario, el corazn sustituyera en esas faccionesptreas la dureza por el enternecimiento. A m, que no saba nada de Australia, me pareca ella losuficientemente grande como para no tener que aprender ya ms de esa nacin. Por su ltigo, aplicadosobre las manos del que miente tantas veces encarnizado sobre Le Tesson, a quien amenazaba ya conenviar tras correctivo a una nave de guerra!, sobre las manos del que traiciona o se complace enconstantes perezas, aprend cmo no le cabe al hombre sino que la justicia se la impongan, ya que por ssolo nada en s castiga. (Pero ese aprendizaje era propio de aquella edad; despus habra de ver su granengao.)

    En las largas tardes del cielo Tipolo, yo lea en el jardn hasta ver muerto el crepsculo. Lo fabuloso,en el orden humano y en el divino, eran ondas que el mar del mundo me alargaba, desde el fondo de laspginas ledas con voracidad, la ua entre los dientes. Los das de fro, mi madre me mandaba quecambiara de ropa, temerosa de que el aire cortante fuera a poner en m su filo. Yo suba las escaleras, iba

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    hasta el tercer piso, donde estaban los dormitorios, casi en un sueo: ms que la realidad familiarhabitbamos entonces las figuras extraordinarias Little Dorrit jugaba con el extrao habitante de laabada, con Stephan Gray; y Sexton Blake me llenaba de envidia ardiente y policiales ambiciones.

    Pas luego de aquel colegio britnico al Nacional y tuve por primera vez encuentro con profesoresargentinos: eran mdicos o abogados indolentes que enseaban indolentemente gramtica o aritmtica.Su inters por los estudiantes comenzaba con la hora de clase y acababa con ella. Si antes haba aprendidoen ingls quin era San Martn, aqu empec a olvidarlo tenazmente. La psicologa de mis condiscpulos

    era otra, creada por aquella indolencia, por aquel perpetuo abandono del maestro, y nadie se preocupabasino de vivir cmodamente, con poca lectura y menos repaso. Del serio carcter nrdico a la holganzacriolla, el trnsito no me fue a la sazn desagradable. Ms que escuchar en clase a todos esos bostezantesdoctores, me atraa la ciudad, la calle humana, la llanura, el puerto, mis libros entraables, los eternos:Dumas, Dickens, Stevenson y Gaboriau. Adems, la conducta de los hombres, las miradas de las mujeres.Sin hermanas, sin primas, sin amigas, el mundo de las mujeres me era tan extrao como un remotocontinente. Con mis condiscpulas del colegio britnico haba guardado casi siempre una silenciosadistancia. Pero ahora, ante el despertar no ya slo de mi instinto, sino tambin de una imaginacin que seorganizaba, todo mi ser exiga datos sobre ese mundo de femineidad secreta y recatada, sobre la causa delimperio que iba fundando en m, sobre tantas miradas evasivas, coqueteras, crueldades, reticencias,mimos y otros andares de falda corta. Mis costumbres de solitario tmido y errabundo crearondefinitivamente en mi nimo, hacia las mujeres, una actitud de extrao respeto y atraccin. Slo ellas me

    ensearan luego a sentir y ver ciertas cosas del corazn humano con lucidez y profundidad. Slo ellasme daran luego, en las etapas ms difciles, en lo ms turbulento de ciertas noches, el caliente pan de laalegra.

    No sin barquinazos por el empedrado, ms suave luego el andar del coche de caballo a lo largo de lasquintas, entre arrayanes y tamariscos, acompaaba algunas maanas a mi padre hasta el hospital. Losenfermeros se apresuraban a halagar al hijo del director y me daban a saborear sabrosos caldos. An meacuerdo de un delicioso cocido de cardo y especias. En retribucin, les llevaba yo revistas europeas confotografas tomadas en el Marne o Charleroi: ejecuciones, trincheras, heridos y muertos cara a la tierraseca. La garrulera de los cocheros me entretena otras veces junto al porche, prximos a Corso, nuestrocaballo de pelaje luciente, mientras mi padre trabajaba en las salas blancas. Yo estaba cerca de la tierra enque se arraigaban esas quintas, cerca del cedrn, la diosma y el tomillo. Abra la nariz sensual al puro olorde la tierra, los ojos al cielo tan azul y liso que ni nube ni niebla interrumpan el arco de ail plido. Y el

    viento del Atlntico me circundaba, me baaba. Al fin, preocupado por tal caso, contento por tal otro,sala mi padre, el rostro a la vez sonriente y severo, para caer con un suspiro sobre el asiento; yo sentadescansar su mano sobre mi brazo, aquel pulgar en que un bistur haba dejado su marca.

    El contacto con esta naturaleza de nobleza y amor inmanentes llenaba mi taciturnidad de un gozorepentino. De nada he tenido nunca hambre ms viva que de esta especie de hombres en quienes la leyterrible de vivir se redime por una efusin pletrica de la naturaleza y el corazn. De esas especiesextraimantadas que nada guardan para s como no sea el gesto de la donacin. Movido por tristezas,inhibiciones, angustias profundas, ninguna complacencia extraa yo entonces ni he extrado despusde las cosas; stas son la apoteosis de lo inmvil y en m no hicieron nunca sino acrecentar lasinterrogaciones trgicas. Lo mvil, en cambio, lo viviente, es lo que obedece al solo motor de amor; y degente rica en accin emotiva es de la que obtuve siempre vida, en sus formas exaltadas, en sus fuentes.Dios sabe que ni agua ni alimento me han movido tras ellos como no fueran puros; y yo no conozco en lo

    humano otra pureza ms que la piedad.Piedad, caridad: las tres virtudes teologales se resumen en esa sola: caridad engendra fe y tambin

    esperanza. Y yo no s que haya verdadero acto de amor que no sea un acto de piedad de la carne, por elcual ella misma, lejos de perderse, se salva abandonndose.

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    II. LA METRPOLI

    Otro nacimiento. Aproximacin a la inteligencia. Amistad con los furibundos. Pasin de lasensibilidad. El principio del combate. Primeras preguntas fundamentales: pasin de los creadoresangustiados. Filiacin en cuanto a la esencia y en cuanto a la tierra. El hombre y su proporcin enel mundo real e ideal.

    Buenos Aires, y el nacimiento a una nueva conciencia, o mejor dicho, el nacimiento a la conciencia,1916: perseguido por su escrpulo esencial, la preparacin de sus hijos, ese mdico de cincuenta y ochoaos que haba renunciado a tantas cosas, renuncia a las ataduras de su profesin y viene a la capital paracuidar de los dos seres jvenes al lado de la Universidad. El hijo mayor estudiaba jurisprudencia; yo,todava el bachillerato. Tarea grave, educar, que mi padre no entenda sino austeramente.

    As me encuentro yo de pronto en el centro mismo que monopoliza el gobierno y el pensamiento delpas. Todo me parece entonces grande, todo extraordinario. Vivo en la urbe horas de admiracin transidaante el espectculo de una Babilonia que conserva la forma de la llanura en medio de su acre pujanza y desu riqueza casi brutal. Los hombres me parecen fuertes; las mujeres, hermosas. Es la hora lujuriosa de laadolescencia, cuando la juventud se complace, un poco aterrada, en los burdeles y busca las aventuras dehotel turbio con seoras de busto y moral anchos. Hurgo en las libreras; vago por las calles; me detengoante cada escaparate como ante el mundo ferico de las joyas, los mobiliarios, los vapores, las rotiseras,los bazares, las elegancias del hombre y de la mujer con etiquetas caras; entro en la oscuridad de loscinematgrafos; me paro a ver pasar las multitudes; estoy en la plenitud, soy feliz. Algn da esa ciudadleer lo que yo escriba. Pero, es que lee ahora lo que yo leo? No quiero preguntarme nada; mi gozo esdemasiado grande ante la ciudad de ms de dos millones de habitantes, de ms de dos millones dedestinos que pueden contarse como una historia...

    Pero el escenario del colegio, las aulas secundarias, no eran diversas de las que haba dejado atrs.Tena que atravesar mucha ciudad calles, plazas, para ir a esas habitaciones fras; all encontraba elcalor de otras adolescencias, y el otro fro; el fro profesoral. En cinco aos de bachillerato he conocidoms de cuarenta maestros; mi gratitud slo recuerda a dos. Uno de ellos se llamaba M. Franois yenseaba francs; el otro se llamaba Wilkins, y enseaba fsica.

    Mi vocacin literaria comenz a manifestarse en una necesidad de crear mitos cuya sensible bellezafuera similar a la que produca en m tan grande efecto. No me contentaba con exaltarme, llorar yaprender; necesitaba exaltar, hacer llorar y tambin en una forma pueril instruir. Comenc a escribirrelatos y, a escondidas de todos, enviarlos a algunas de las revistas infantiles que lea. El da en que los vipublicados me sent caminar por las calles en el aura de una alucinacin dichosa. Escribir!, pensaba. Ylea con un espritu de emulacin muy vivo pobre nio cndido! las biografas de Hugo y de LenTolstoi.

    Tena entonces 14 aos. El cinematgrafo, que contaba casi mi edad, creca conmigo Y qucolaboracin, la de ese arte, para una naturaleza imaginativa! Horas y horas en la oscuridad, pendiente dela aventura reflejada por medio de un halo lechoso en la pantalla de plata. Mi padre quera que noseducramos tambin fsicamente y entr en un club donde se enseaba el boxeo esta palabra era a lasazn maldita en Buenos Aires mientras Maeterlinck haca en Blgica el elogio de the noble art of selfdefense, y Bombardier Wells y Carpentier eran los dolos de Londres y Pars. Diariamente, en el ring,deb aprender a perder sin protestar, a no ostentar ampulosamente esa fuerza para la que cada da puedetraer contraste, a no esperar nada sino de la potencia que yo pudiera cultivar en m. Con el cuerpo sano yagilitado, me iba, antes de la comida, a gustar crocantes en una pastelera prxima al club; y al cruzarlas calles hasta Esmeralda, mis ojos, durante la marcha, se llenaban de las luces, el encanto, la agitadavida, la humanidad, el trfico de Carlos Pellegrini y de Suipacha, desde Cangallo a Paraguay, esasarterias en que late el pulso de la ciudad rica como Creso. Ah, los anocheceres de aquella adolescencia enBuenos Aires, culto naciente por las muchachas de piel cetrina, aire altivo, ojos claros; ciego deseo deextraos viajes a esa tierra conclusa: las mujeres! Todo, entonces, me pareca prodigioso; ver, tocar, oler,or, gustar; obtener de todo lo viviente cierta efusin; un xtasis; no poder acercarme a nada vivo sino con

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    un temblor, de un modo subterrneamente intenso, con vibrante vehemencia y hasta la alegra o el llanto.Corra por las calles, a la vez, osado y tmido, detrs de la manifestacin tributada a este o aquel hroe,deseoso de esto: de manifestar ardientemente, de dar a mi entusiasmo, cauce; a mi propensin deadmirar, salida. Admirar! No peda otra cosa, no quera otra cosa. Admirar, sin importrseme qu, contal de admirar, y siempre que se leyera en lo admirado la sombra de un parentesco divino.

    Ya entonces presida mis encuentros ocasionales una constante fatal: el llegar demasiado tardamenteal encuentro con los tipos humanos, no ya presentidos, mas activamente buscados por mi corazn. En

    aquellos das de decepcin y desconcierto, por alejado que estuviera mi nimo de todo lo queanodinamente me rodeaba, ningn ser humano inquieto, ntegro y verdadero apareca en mis cercanas;ni siquiera sospechaba que pudiera convivir en la ciudad ese coro mediano de adolescentes speros,dscolos y exaltados del que salen a la postre dos o tres creadores autnticos para servir de gua a unageneracin; no me rodeaba ms que gente de un desapego beocio por las cosas de la inteligencia,incapaces de devorar un libro ni siquiera apenas leerlo!, enarbolar un sueo absurdo o llevar en elalma esa llama insensata donde se enciende la deflagracin de una utopa, una heroicidad o unmisticismo. Era tan extrao ver a un estudiante leer otros libros fuera de los textos obligados que, unamaana, yendo yo sentado en el tranva que me llevaba al colegio, dio la casualidad que vino a sentarseal lado Mr. Wilkins, nuestro profesor de fsica, hombre relativamente joven, y al notar que iba yo leyendoen ingls los Sketches by Boz de Charles Dickens tuvo tan conmovida sorpresa, l, extranjero, que fue apartir de entonces mi maestro ms benvolo, con ser el ms temido del colegio por lo arduo y riguroso

    de su enseanza. Era un dinamarqus de noble familia natural de la Jutlandia, de extraordinariadistincin, distante, comprensivo y aristocrtico como un gran seor de raza, un descendiente de vi-kingos, y parti poco despus para su pas. Era un hombre habituado a conferir su valor justo a lasinclinaciones puras de la inteligencia, y aunque el ms rgido de los profesores de fsica, ciencia a menudorida, saba, como lo sostiene su colega Sir James Jeans, que los grandes poetas han hecho por elconocimiento del mundo sensible mucho ms que los grandes fsicos.

    En esos aos comenc a desear la proximidad de aquellas gentes cerca de quienes se pudiera realizar elaprendizaje de la inteligencia. Despus, con el tiempo, esa hambre se transform en otra, ms profunda,menos incgnita, y fue la de buscar dilogo de amor con mujeres inteligentes, dilogo de amistad conhombres inteligentes, en no concebir ya edificios humanos que no se alzaran sobre la roca de unaconstante sensibilidad reflexiva. Si hubo alguna vez para m un prejuicio de clase, ste lo fue, yencendido.

    Nada de inteligencias infalibles: me interesaban los seres llenos de noche que solan hallar su alba yseguir adelante. No pura funcin, sino sustancia de inteligencia. En este sentido, experiment cada dauna abominacin mayor por la letra, una propensin ms grande hacia el espritu que se mueve en cadacircunstancia del hombre, sea ella literaria, sentimental, sensual, fsica o moral. Crecieron en m odios ypreferencias. Execracin de los eruditos, pasin por los creadores. Execracin de los letrados, pasin porlos que cada da admiten estar amaneciendo sobre ignorancias, por los que cada da sienten despertar enel mundo su propia gravedad virgen, su horror al fro concepto sistemtico y a la intelectualizacinmecanizada. Execracin del que est sentado sobre el sitial de sus letras.

    Esto me iba a llevar rpidamente a la compaa de los grandes insurrectos de la literatura. De los queno se han contentado con cantar, de los que han gritado, de los que no se han contentado con vivir, de losque han padecido el universo; de los que no se han parado ante la pasin y el conflicto, de los que hanarrojado sus ropas e ido a enfrentar el mar atroz, humanos aun en el fracaso, ricos de coraje, vivientes,

    ms que vivientes: casi muertos a fuerza de tanto vivir. Era ya el instante en que buscabadesesperadamente ciertos herosmos sombros. Haba dejado atrs el tiempo del pacto con el sentimientopuro, atrs a Dickens, Manzoni, Mistral, Hugo, Chateaubriand, de Vigny. Ahora la literatura no podadarme ya ms que lo heroico no lo pico, como sujeto, sino la heroicidad crucial, sangrante, de algunospoetas tormentosos y angustiados. No s cmo nac de pronto a tal solicitud despus de tantos aos devegetacin sentimental. Tal vez porque la frecuentacin casi exclusiva de los novelistas haba idodepositando en los subterrneos de mi espritu un poso germinativo de experiencia humana. Thackeray,Meredith, Hardy, Maupassant, Turguenef, los nrdicos, el Goethe de Werther, Balzac, Stendhal, hasta elfastuoso y desierto dAnnunzio haban ido a lo largo de esta adolescencia almacenando, refinando,destilando una extraa presciencia del hombre y un sentimiento desventurado ante el destino. Frente atales corrientes, tal era el recogimiento de mi ola. No dejaron de apuntalar el sentido de esa nacientepropensin a los creadores de pensamiento trgico adems del teatro griego de la descendencia deEsquilo y el latino decadente lo nulo de la influencia en m de la poesa romntica inglesa (cuyassugestiones eran demasiado retricas para fundamentales) y la influencia verdadera de la stira deSterne, a travs del humorismo aristocrtico de Tristam Shandy; as como las influencias de la aguda

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    ciencia humana de Sir Thomas Browne, en su Religio Medici: la filosofa crepuscular emanada de laancdota aparentemente gratuita de Daniel de Foe; el cruel fondo ltimo de Stevenson, en fin.

    La vida no tiene ms que dos alimentos y el de la ma no era precisamente la accin. Cuando la accinno nutre una existencia de hombre, esa existencia se nutre de pasin en el sentido de padecimiento ysacrificio; a su vez esta pasin puede ser consciente o ciega en el cuerpo que la sufre si es ciega, eltormento es sobrellevable, la penuria se vuelve casi fsica, pero cuando es consciente, cuando es unapasin de la sensibilidad, entonces el hombre que la sufre vive desollado, sangrante, casi muerto a fuerza

    de vivir extremadamente. En mi caso, el extremo estaba en la pasin de un nimo agitado por un apetitoterrible de perduracin y de unidad. Podra, de algn modo, lograr que mi pensamiento perdurara, quealcanzara un lmite ms extenso que las alternativas de una vida acosada por el sentimiento de susirremediables fronteras, de su soledad fsica y de un desierto interior en apariencia irredimible que habaque llenar con actos espirituales, sabiduras, creencias, experiencias? Me echaba a andar por las salas delos museos, me arrinconaba en los ltimos puestos de los salones de conferencias, iba a escuchar todas laslecciones pblicas cuyos ttulos atraan mi fiebre de incorporarme en seguida aquellos conocimientos.Osado e impaciente en el fondo de una inhibitoria timidez, con el ardor que mi propio apetito encenda yconservaba, andaba as como un curioso apremiado que todo lo quiere buscar, lleno de amarga ansiedadpor tantas cosas que no encontraba. Taciturno, me sentaba a comer tarde con mi familia. Este raro, estemudo, este muchacho sombro de rostro ms sensible que inteligente, con una pequea luz desesperada,con una mutilacin precoz de lo que deba ser alegre en sus ojos de escasos aos, no sorprenda a esa

    familia de sensibles, de gente tambin silenciosamente humana. Me vean comer y escuchar, nadie memolestaba; luego sala a pensar, en la noche, que hace siempre lugar dilecto al hurao y solitario, en unadeambulacin larga de horas. Slo el final cansancio traa una especie de orden a tanto tormentosodesorden y en ese acto de acostarme despacio, musitando a veces como un loco mi dilogo interior conlas cosas que haba visto, odo, sentido, volva a m, reconquistada, cierta esperanza hecha de tantas bocascomo las bocas que tena mi deseo, mi deseo de no pequeas glorias, no pequeas exaltaciones, nopequeos amores. Mi parte era, y eso murmuraban tambin mis labios sin decirlo en los inacabablesinsomnios, vivir en el lago de fuego ardiente, en el lago del Apocalipsis: pars illorum erit in stagno ardentiigne; pero es que este tormento iba a ser perpetuo en una vida sin goces o es que por la sabidura, por lacreacin, por el pensar, escribir y volver a sentir, y luego volver a pensar y volver a escribir, por esaprofesin dialctica del alma, iba de pronto, un da u otro, el tormento a verse rescatado, a verse lleno deluz como las calles que me gustaba encontrar al salir de la tiniebla suburbana en la noche de la ciudad?

    Todo eso no bastaba. Solitario frente al mundo y el espacio infinito, un miedo pascaliano era lo quevea aparecer en su reflexivo horizonte este hombre joven que lo cambiaba todo ambiciones o gulaspor un instante intenso de alegra humana o dolor frtil. Miedo a su propia limitacin vegetativa, a lo quehaba en l de atado a la tierra, a lo que haba en l subterrneo, subyacente. A lo que contena de noredimido an por un mpetu hacia lo espiritual. En los aos de la guerra o el eco de aquel fragor lejano,no sin que mi nimo dejara de mezclarse, turbado, a ese dolor atroz, al desgarramiento de la carne en loscampos de tierra violentada y ruinas. Mi amor era el de Francia e Inglaterra, estaba del lado de ellas, peromi padecimiento era universal. Un da form con entusiasmo en la gran manifestacin francfila deresultas de la que fue incendiado, en un atardecer de verano, el Club Alemn. El conde Luxburg habainsultado a nuestro pas y yo ya no poda de furor vindicativo. Sans-culotte adolescente, camin alucinado

    por las calles al lado de aquellos hombres decididos que a raz de no haber noticias de uno de nuestroscnsules en Blgica, hombre eminente llevaban en alto el letrero de grandes letras con la inscripcin:Dnde est Roberto Payr? Mientras tanto, en la vigilia de silencio y estudio, ojeaba estupefacto yobsesionado aquellas macabras fotografas en las que se vea un puo yerto de cadver saliendo de lasepultura natural entre rastros de obuses, o la cara blanca de un soldado a medio devorar por la lluvia ylos buitres nocturnos.

    Ese brazo, ese rostro, pertenecan a cuerpos que tuvieron otrora nombre, destino, amores, caprichos,gustos, propensiones, pequeos afectos, odios e ideas de contricin y de paz. Esos sentimientos, esasafecciones para llamarlos segn el modo de Spinoza tocaron con tales despojos a su fin o biensiguieron transformndose, ms all de la muerte, en algo ms rico y extrao, into something richer andstrange, como est escrito en la tumba romana de John Keats? Tanto dolor, tanto gozo, tanta instantneagloria, tanta esperanza, tanta fatiga diaria, tanto nocturno descanso, tantos deseos, tantas suertes, tantostrabajos y ocios, paran al fin en un cuerpo librado muerto a la lluvia? O bien siguen, cambian,germinan, como el grano que slo con la muerte adquiere fecundidad?

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    Nada. En esto, ni mi Stevenson ni mi Sterne me daban claridad. Tampoco la diaria conversacin congentes de moral frvola. Y cada maana, en la Facultad, en vez de encontrar a un maestro, a un hombrecuya funcin es ensear, encontraba a un seor o varios abogados, cuya obligacin presupuestaria eraensear. Hombres vacuos, petulantes y grises, sin sentido autntico de la vida, algunos de los cuales enla Facultad de Derecho de Buenos Aires, hacan mofa ridcula de su propia asignatura, prefiriendo a otracosa menos miserable y ms decente exhibir ante los estudiantes el airecillo de un trivial ingenio burgus.Y de estos hombres yo me acuerdo, no me olvido. He visto a algunos de ellos tener despus mando en el

    pas, levantar sobre tantas cabezas de buena voluntad su perspicacia cnica de mediadores, dedemagogos y polticos. Y he sentido entonces, con terror, con miedo de verificarlo, que el pas que losllamaba poda parecerse a ellos.

    Fuera de una correspondencia epistolar con un muchacho de mi edad que estudiaba filosofa inteligente, solitario y asctico como un mstico; parco en palabras y gestos como un habitante de losrefugios de altura, y con quien varias veces por semana cambibamos gruesos sobres llenos de muchopapel cargado de letras apretadas, con juicios sobre centenares de libros e ingenuas y osadas definicionessobre cuanto de bello se ha creado, slo tuve vinculacin verdadera con aquel pequeo cenculo denovicios llenos de ardimiento y espritu de empresa que fund una revista en la que apuntaba, juntoa la mucha puerilidad, el grano que comienza a germinar. Las primeras reuniones eran tumultuosas en elcuarto de la casa de pensin de aquel estudiante provinciano de jurisprudencia; en aquella humilde piezasombra y alta de la calle 25 de Mayo, no lejos del ro sin color y las ya arcaicas galeras del Paseo, por las

    que caminaban al atardecer mujeres de mal vivir y hombres de peor tramar; en aquella pieza, qudiscusiones no tuvimos, qu pasin no nos repartimos, vehementes, insomnes, urgidos los cincoiniciadores, al amparo del nombre ya escogido para la nave literaria, cuyas bodegas cargaramos cadatarde de impaciencias escritas y errores redactados y medidos! S; todo estaba entre nosotros contado,pesado, dividido; nos contaramos y dividiramos con apenas vernos, en distintas facciones: dos ramoslos insurrectos, los revolucionarios; dos los conservadores literarios y oscilante siempre entre dosteoras a su alrededor speramente defendidas y gritadas pugnaba el quinto por no echar a perder contal o cual inclinacin exagerada sus laudos de rbitro prudente. ramos, casi todos, entonces, estudiantesde derecho: dos, psimos, yo y el otro insurrecto; los otros, excelentes. Insurrectos y psimos estudiantesnosotros dos porque queramos a toda costa levantar la bandera del examen crtico sobre viejos cnonesde arte y traer a la pelea nuevos criterios, oposicin, una sed y una fiebre nuevas, un fervor nomanoseado; temerosos, prudentes, los otros teman por el destino de la revista. As defendamos, dos, el

    vivir con peligro, que es multiplicar la vida; y los otros, el vivir sin osar, que es matarla sin gloria. Prontotuvimos un pequeo local propio y el grupo de los fundadores se acreci con otros aficionados a entraren la batahola de las ideas; nada qued sin ser glosado en esas pginas apresuradas, hecho o nocin,verdad inconcusa o absurda, ley o ficcin, desde el sistema ideal de Croce hasta las previsiones deOswald Spengler, desde la paradoja potica de Cocteau hasta la morgantica trivialidad de PearsallSmith, desde la jerarqua teologal de los ngeles hasta el Diario de viaje de un filsofo. No tenamos todavaveinte aos y antes que nadie habamos ya traducido, con el categrico desorden propio de tal edad, eltormento de Lautramont, los poemas caligrmicos de Apollinaire, el Laberinto de Joyce, y estbamoslistos para entrar por la puerta estrecha del superrealismo, gritando, como el guarda que despide alexpreso: Al absoluto por la nada! Abajo la literatura, abajo la composicin! Destruir es crear; nada selevanta sino poniendo la piedra sobre el suelo desnudo! Me indignaba contra los prudentes como unincendiario en aquella revista de muchachos. Gritaba, deca basta! a los que traan tmidamente hasta

    la pequea redaccin el elogio de tal o cual poeta oficialmente entronizado en las pginas de nuestrahistoria literaria... Y esta historia eterna del rebelde adolescente, con qu pasin, con qu cndidaseriedad, con qu insomnios exhaustos la viva!

    En las mesas de los cafs vociferbamos como energmenos, el otro insurrecto y yo te acuerdas,Luis Saslavsky? contra los estultos guardianes de la tradicin y su empaque ceremonioso; todas lascrueldades de la palabra nos parecan pocas para aplicar a esas gentes que se haban quedado atrs y quereconocan con alarma en nosotros la ignominiosa locura de los que van a vivir fuera de la ley; micompaero se indignaba menos, miraba las cosas, suspicaz, con un sonrer despectivo y dejaba caeroportunamente el veneno de una irona acerba y disimulada; pronto, el director de la revista abandon ala mayora bien pensante de los redactores y se uni a nuestro espritu de revuelta; entonces pusimosabiertamente la proa de la revista hacia el mar de quin sabe cuntas vagamente aclamadas renovaciones;todo el lugar comn de la necesaria mutacin biolgica estuvo blandido en nuestras manos; y, al fin ungusto de victimarios nos vena a la boca viendo el tendal de los que no comprendan y quedaban atrs,inmviles, cristalizados. No ignorbamos que lo que tena sentido no era aquel detenerse contemplativoya que estaba ah la morosidad, sino nuestro apuro por romper amarras y entrar a la conquista de

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    una filosofa mucho ms dura que cualquier contemplativo lirismo, a la conquista de un territorio dondeel pensamiento creciera con inusitado rigor y que no se pudiera asir sin herirse uno las manos. En larebelda de los ms jvenes est siempre implicada una asctica es este fondo de penuria lcida yvoluntaria que se ofrece sin tibieza a trueque de una problemtica salvacin, lo que hay en esa rebelda deverdadero, de puro; aun sin sospecharlo, tal era nuestra vocacin ms violenta. Dios y su derecho erapara nosotros pensar con un rigor cada vez ms desprovisto de frmulas y recatos. En los recatadosacusbamos a los hipcritas de una causa que lo avieso de su misma hipocresa poda hacer peligrosa;

    nos reamos de ellos, pero con furia.Mi vida se extenda entre la maana de libros, las tardes en la sombra de los cinematgrafos, los

    crepsculos en las discusiones interminables y el comentario nervioso de las obras, y las noches queparticipaban de cierto errar onrico y cierto pasivo recogimiento en esa regin de la persona donde laimaginacin se recrea a s misma, opera y elabora secretamente atada a las tentativas menosprevisibles, a los clculos ms oscuros y secretos ese proceso de la perseguida corporizacin final. Peroel da era el verdadero campo de combate; el da, las tardes.

    Tardes, tardes de invierno, tardes de invierno en Buenos Aires; calles fras ridas y solitarias, lucescalcinadas del anochecer, barrios del norte desiertos, viejas calles costeras con olor a frituras y ferias ybric--bracs, ruidos estridentes de timbres llamando a funciones modestas, grandes bocas de trfico centralcon las aristas pretenciosas del mrmol reciente, plazas de pocos rboles, lejanos parques de mediocreestatuaria, montonas voces de tantos diarios, calles de amantes ocultos, yertos canteros, lujosos cafs,

    hoteles y restaurantes, avenidas confusamente pobladas. Ah, ciudad, ciudad, enorme ciudad opulenta,ciudad sin belleza, pramo, valle de piedra gris: tus tres millones de almas padecen tantas hambresprofundas! En tu corazn ramos como una doliente sangre, nosotros, los que tenamos menos de veinteaos y un fervor desatado de nima y mente; los que suframos al ver holladas las causas justas, lascausas por las cuales se debe combatir, las causas en que el objeto tiene una infatigable bellezainespacial, como el vuelo que presienten en torno de sus cabezas los delirantes; inexpertos, irritados,vindicativos, vagabundos, discutidores, lectores devorantes, orgullosamente celosos, ariscos, hirsutos,que despus de enarbolar todo el da la soberbia de nuestros proyectos y opiniones mostrando a quienquisiera mirarlo nuestro desprecio por el sueo y la comida, bamos a pagar pasada la medianoche esamentira cndida, hurgando en las despensas familiares tras un resto de pollo fro y a dormirnos sin odiocon slo poner la cabeza exhausta sobre la almohada. De da ramos como fiscales desempeando unarbitrario ministerio.

    Cuntas veces senta yo ganas de castigar y humillar a aquel que osaba alzar su voz en las reuniones,en este o aquel caf o en la pequea redaccin, contra tal o cual principio de esttica rebelde, contra tal ocual tentativa de evasin audaz; cuntas veces me he sentido lleno de encarnizamiento y de saa contralos inofensivos defensores de las leyes inmutables de la literatura! Imbciles! los enrostrabafuriosamente por dentro. Es que hay descubrimiento que no se invente sus propias rutas? Lo queustedes odian es el descubrimiento; lo que ustedes recelan es el ir ms all; incapaces de ninguna osada,viven de miedos y luego son tristes idlatras de esos miedos convertidos en imgenes, santificados.

    La creciente angustia metafsica se mezclaba en mi nimo al espanto y la execracin hacia los hombresimpuros, hacia los falsificadores. Noche y da temblaba por aquella angustia; noche y da odiaba por estaexecracin. La impureza de ciertas naturalezas ms que otra sistemtica injusticia social me pareci

    siempre ser el ms grande veneno en el pequeo vaso esfrico que a todos nos contiene y limita. En talimpureza est toda injusticia, pues no es tal impureza otra cosa que la tesaurizacin del sentimiento enfro beneficio individual, con la consiguiente negativa al que llama a la puerta o vive transido a laintemperie. Y esto es todo en la tierra: amor o desamor. Pero si yo conoca, conociendo su efecto, elsentido de ese odio, no conoca en cambio los caminos de lo otro, de aquella terrible angustia que meesperaba detrs de cada alegra, que me paraba en cualquier camino para preguntarle: Si no sabes lo queeres, cmo sabrs lo que buscas, cmo sabrs adnde vas? Es que el alma que perteneci a esa manoyerta de soldado cado en la guerra saba acaso ms que yo adnde iba, cul era su va ms all de lavoraz humedad de esa tierra en que su cuerpo casi entero se pudra?

    Repentinamente, el sentido trgico del destino del hombre haba hecho irrupcin en mis noches de nodormir y en mis das de mucho pensar, errar y rumiar. Durante semejante crisis, qu asombro veralrededor un mundo para quien la concepcin de su propio destino ostenta una irresponsabilidad opacay animal. Qu difcil concebir, respecto de la inteligencia, esa traicin en pleno razonar! Porque todosesos hombres de mi mundo circundante razonaban, pero desde dnde? Desde la conciencia, desde laentraa? No, desde cierto foco vegetativo dotado de instinto, de mera voluntad de conservacin.

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    Como mi canal religioso no estaba abierto en medio de un terreno personal demasiado terrestre ycasi lacustre, slo avanz en m, de esa fiebre metafsica, el terror trgico a la muerte. Entonces fuecuando se abri paso el sentimiento de lo heroico en el hombre. Ignorante todava de la moral del santo,ms an de la del asceta o el sacerdote, fro a la ambicin militar, lo que mi instinto se ech a buscar fue loheroico en el pensamiento; la semilla del sacrificio glorioso de la que surge una especie particular noserena, no! de obras de arte, una especie particular de poesa. Si no me era dado conocer la suerteulterior del alma, del combatiente destrozado en la guerra, quera conocer al menos su destino de hombre

    comn, lo supremo posible en una vida que va fatalmente a concluir en una rigidez ya sin despertar y sinnombre. Y como, antes de la muerte, lo ms trascendental que sucede en un hombre es su intelecto puesto que tambin la virtud es intelecto esencial, ya que entiende en el sentido divino de la palabrafue en la historia de ese intelecto donde mi voraz y cruel apetito se encarniz.

    He aqu que no quiero contar, al resumir la historia intelectual de esos aos, la historia de unos cuantoslibros, sino la historia de mis pasiones frente a esos libros. La historia del desarrollo viviente de unapasin. Pasin, primero, de William Blake, en cuyos libros profticos y en cuyos estremecedoresproverbios del infierno, que provenan de Swedenborg, se aprende sangrientamente cmo la energa laenerga de la creacin y la energa de la fe es eterna delicia y que (con lo cual tocaba Blake por suextremo a Pascal) un pensamiento llena la inmensidad; los goces impregnan; los dolores llevan

    adelante, dicen esos libros, adonde se muestra el rapto de un cristiano visionario no prisionero de lasistematizacin teolgica; yo iba hacia Blake igual que hacia un hombre en cuya familia me sentacmodo y qu terrible comodidad por su modo de considerar la conciencia pensada comoprincipio y fin de todas las cosas. Pasin, luego, de Rimbaud, a quien vea anegado de salvaje y sublimearrebato, errando, como lo pinta Valentine Hugo, por las calles de Charleroi, sublevado contra lasmentiras instituidas, la conformidad burguesa, el fraude moral de los hombres; me arrastrabaardientemente su aspiracin a fundirse con el infinito mediante un acto intrpido de su espritu, sinmiedo a que esta intrepidez pudiera significar su propia desaparicin de todos los terrenos visibles parael resto de la humanidad, su huida hacia insondables mundos en los que no acababa de perderse. Pasinde Kierkegaard, el hijo del pastor, el angustiado, el sentenciado a un eterno dolor de la conciencia, aquelque haba gritado: Toda mi vida ha sido una lucha contra m mismo; yo no quiero tener discpulos;lucha contra s mismo que adquiri el mismo carcter trgico, la misma desolacin que en Nietzsche;

    Kierkegaard, acosado por la idea del martirio, escandalizado por el modo como la Iglesia visiblecomprende con ligereza el sentido de la religin al tornarla un conocimiento, en vez de sentir en laentraa que ser cristiano significa, ms que un conocimiento teolgico, miserias, dolores, dramas,penurias y humillaciones incomparables; tan profundamente valiente de conciencia, que alzaba su voz enel desierto de su penosa existencia para proclamar que ser cristiano equivale a volverse el contemporneode Cristo; y esto, que nadie se lo pudo perdonar a l, como l saba que no se lo perdonaran a nadie, eralo que me empujaba ardientemente hacia su morada espiritual, barrida, azotada por tantos fros, portantos terribles vientos, por la tremenda intemperie de un alma que se haba atrevido a decir: Yo soycomo el puerco de Lneburg. Mi pensamiento es una pasin. Y antes de la pasin de Kierkegaar