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�«PUDDING» MAGICO Nuestra imagen de la ciencia es, la mayor parte de las veces, la de Pascal: una vasta esfera que se extiende a lo lejos. En el interior de esta esfera y a plena luz, está lo que es conocido. En el exterior, en la tiniebla exterior, se halla lo desconocido. Cuando el radio de la esfera aumenta, la superficie de la esfera aumenta a su vez y, con ello, el número de puntos de contacto con lo desconocido. Es ésta una bella imagen que forma parte de las ideas generalmente recibidas. Pero se me aparece como falsa. El objeto de este libro es demostrarlo. Desde hace cuarenta años, tengo experiencia en dos campos donde los hechos cuentan antes que nada: la investigación científica y la información. Tengo también cierta experiencia, menor que en los dos terrenos citados anteriormente, aunque no despreciable, en la Policía. Y puedo afirmar que la imagen de Pascal es falsa porque lo conocido y lo desconocido aparecen mezclados. A riesgo de disgustar a los filósofos, diría que la imagen del mundo es la de un pudding que contuviera frutas confitadas. En la gran masa de lo conocido, aparecen de pronto fragmentos de lo desconocido que no se pueden desalojar y que son muy diferentes de la estructura general del universo. La ciencia, que no gusta de ese género de cosas, trata de eliminarlos. En general, aduce excelentes razones para ello. Así, afirma que no pueden caer piedras del cielo, porque en el cielo no hay piedras. Esto no impide que los meteoritos caigan. En la prefectura de la Policía, el teléfono puede sonar tanto para denunciar un crimen, un chantaje o un rapto, como para denunciar una posesión diabólica, un embrujamiento o una manifestación de espíritus inquietos. En el laboratorio, lo inexplicable puede manifestarse tanto como lo conocido. Los mismos instrumentos sirven para detectar partículas bien identificables, algunas de las cuales son, por otra parte, fabricadas en nuestros propios instrumentos, y acontecimientos cósmicos excepcionales que son quizá partículas procedentes de otra galaxia de estrellas y que han atravesado millones de años luz, y tal vez astronaves extranjeras viajando a una velocidad próxima a la de la luz y que se han contraído a la dimensión de una partícula. Todos los días, científicos oficiales, en las ciencias exactas y naturales, me aportan experiencias impublicables porque contradicen todas las leyes aceptadas. Y en las ciencias de observación, como la astronomía o la etnología, el pudding es sumamente rico en inclusiones que contienen lo desconocido y que no se pueden desechar. Como dice el escritor americano Robert Bloch: Un saber espantoso es súbitamente revelado a una persona entre un millón. Todo esto vuelve a encontrarse más tarde en documentos de circulación restringida, en folletos oscuros, en conversaciones que tienen lugar en los pasillos de los congresos científicos y que con frecuencia son casi más apasionantes que los propios congresos. Esos fragmentos de desconocido, insertados en nuestra realidad, son evidentemente desconcertantes. Los grandes sabios han emitido opiniones al respecto. El biólogo inglés J. B. S. Haldane ha escrito: El universo es, no sólo más curioso de lo que lo hablamos imaginado, sino también más curioso que todo lo que podemos imaginar. Y Arthur C. Clarke, el inventor de los satélites artificiales, premio Kalinga de vulgarización científica, escribe: Una ciencia superior a la nuestra debe necesariamente apa-recérsenos como una magia. Encontramos corrientemente en las publicaciones científicas comunicaciones puramente mágicas que los autores han logrado introducir ante las propias barbas de comités distinguidos que supervisan todas las publicaciones. Encontramos también en los informes de las doctas academias de ciencias y en las revistas científicas un sabio que cría ratas telépatas, otro que demuestra la posibilidad de viajar físicamente por el tiempo, otro cuyos pacientes hipnotizados le describen el futuro y muchas otras riquezas. Evidentemente, yo no lo leo todo. Pero tengo corresponsales repartidos por todo el mundo que me envían referencias, y hago sacar inmediatamente fotocopias. La

investigación científica más seria es un pudding mágico, y la realidad cotidiana aún más. Basta con hacer la clasificación. Pero, entonces, ¿usted lo cree todo?, se me dirá. No. Pongo límites. Chesterton decía, con mucha razón, que no le importaba admitir violaciones de leyes desconocidas ya que, por definición, ignoraba tales leyes, pero que se sentía muy escépticoacerca de la violación de leyes que conocía bien. Y citaba este excelente ejemplo: Si me dicen que Gladstone, en su lecho de muerte, era asediado por el fantasma de Disraeli, lo admitiré con mucho gusto. Se trata en este caso de leyes desconocidas. Pero si me decís que Gladstone, recibido en su cámara por la Reina Victoria, tenía el cigarro en la boca y escupía en el suelo, no lo creeré ni por un momento. Porque eso viola las leyes que yo conozco bien. Incluso en las leyes de lo desconocido, me parece que hay que colocar pretiles. A título de ejemplo, voy a contar una historia en la que yo no creo, pero conozco a personas que sí creen. La escena ocurrió muy recientemente en la ciudad brasileña de Sao Paulo. Una muchacha encuentra a un guapo mozo en un baile. Al salir hace un poco de fresco y el joven le pone su esclavina sobre la espalda diciendo: —Esto me proporcionará un excelente pretexto para volverla a ver. Pero el muchacho no vuelve. La esclavina contiene una dirección. La muchacha va a la casa y encuentra en ella una dama que le dice: —Es la esclavina de mi hijo, que murió hace dos años. Y le enseña una foto que la muchacha reconoce. Pues bien, yo no lo creo. Cabe que me pregunten cómo explico este hecho. Mi explicación es muy simple. El muchacho en cuestión era un ladrón que había robado la prenda y que no volvió porque estaba en la cárcel o había muerto. En cuanto al hecho de que la joven lo reconociera, se explica simplemente porque todos los guapos muchachos bra-sileños de tipo gigolo, con bigotes a lo manillar de bicicleta, se parecen. ¿Que esta explicación parece demasiado prosaica? Lo lamento. Pero mi objetivo no es lo sensacional por lo sensacional. Mi objetivo en este libro es encontrar hechos que permitan hipótesis que vayan más allá de lo que sabemos y que permitan realizar eventualmente investigaciones. Estas hipótesis las he elegido entre otras porque son estimulantes para la mente y hacen soñar. En mi opinión, la ciencia no debe en absoluto ser separada del sueño y de lo fantástico. Sólo que como la mezcla de ciencia y sueño es explosiva, debe ser manejada con precaución. Esto es lo que trataré de hacer. Ocurre a menudo que lo fantástico puede ser aclarado a través de otra cosa fantástica. Así, el misterio del navio Mary Celeste, que fue encontrado en el siglo xix abandonado por su tripulación con todas las lanchas de salvamento en su sitio, fue explicado en el siglo xx por el escritor inglés Frank Rus-sell a partir de un misterio más reciente, el de Pont-Saint-Es-prit. En esta ciudad francesa, la gente se volvía loca tras sufrir unas horribles alucinaciones. Se estableció que ello se debía al pan que contenía un parásito denominado cornezuelo del centeno. Este parásito contiene una droga alucinógena. Ahora bien, Eric Frank Russell estableció que en Gibraltar, el proveedor de la Mary Celeste le había vendido pan podrido, que de seguro llevaba cornezuelo del centeno. Dicho proveedor fue condenado posteriormente. La tripulación de la Mary Celeste se volvió, así pues, loca y saltó al mar. Y la explicación de un misterio como el de Pont-Saint-Esprit puede ser aplicada a otros misterios. Es el método que yo pienso utilizar en este libro. Cuento también con respetar al lector en la medida de lo posible. No hablaré de cosas que sé que son falsas: curanderos, médiums, radiestesia, platillos volantes. Eso deja aún un terreno de caza muy vasto.2 — 3.344 A través de mi experiencia personal, a través de los datos que me aportan algunos lectores y a través de las revistas científicas y de los informes de academias, voy a tratar de cazar lo desconocido que se encuentra muy cerca de nosotros. Algunas de mis hipótesis parecerán fantásticas. Pero, como dijo Teilhard de Chardin, a la e

scala del cosmos, sólo lo fantástico tiene la posibilidad de ser verdadero. ¿Quién habría creído, antes de Pasteur, que somos carcomidos por seres vivientes demasiado pequeños para ser vistos? Aun después de Pasteur, y hasta 1912, ese punto de vista fue combatido, e incluso en nuestros días a los biólogos no les place mucho Pasteur. ¿Quién habría creído que hombres de Neanderthal sobreviven aún en nuestros días? Y sin embargo, se ha encontrado recientemente un cadáver de Neanderthal en los Estados Unidos, y imas excavaciones en Australia han demostrado que una tribu de hombres de Neanderthal vivía allí solamente hace nueve mil años. ¿Quién habría podido creer que era posible vacunar a las máquinas? Pues bien, se hace: se inyecta en una máquina un error, que ella no volverá a cometer jamás. ¿ Quién habría creído que era posible una pila atómica natural? No obstante, se acaba de encontrar una en Gabón. Existen excelentes obras que son catálogos de misterios de este tipo. Citaré, por ejemplo, Invitación al Castillo de lo Extraño, de mi amigo Claude Seignolle. El objetivo del presente libro es diferente. Se trata de escoger, entre los granos de extraño que he podido recoger, aquellos que puedan servir para defender algunas de mis ideas preconcebidas. Estas ideas pueden parecer sorprendentes, como por ejemplo la existencia de seres inmortales entre nosotros o la idea de que la Tierra tiene quizá secretos en varias dimensiones insospechadas. Seré franco: defiendo esas ideas porque eso me divierte y porque pienso dis-traer al lector y darle, una vez cerrado el libro, algunas buenas ocasiones de soñar. Pero creo también que algunas ideas de ese género son verdaderas. El progreso de la ciencia se realizará del lado de lo increíble. Tras la ciencia del siglo xx, habrá la ciencia del siglo xxi, y después de la ciencia del siglo xxi estará la del siglo xxx, que nos parecerá absolutamente incomprensible. Los grandes negocios de 1972, los que proporcionan más dinero, están erigidos alrededor de productos cuyo nombre no existía siquiera en el lenguaje en 1905: transistor, tranquilizante, píldora anticonceptiva. En el año 2000, el 80 por ciento de la cifra de negocios de la industria se producirá en torno a productos y servicios que hoy no existen más que en pequeños laboratorios y cuyos nombres son totalmente desconocidos. Algunos de esos productos, que comienzan a ser difundidos ya, son más fantásticos que la ciencia-ficción. El diodo-túnel, por ejemplo, es un dispositivo en estado sólido donde los electrones pasan de un punto a otro sin franquear los puntos intermedios. El eminente físico George O'Smith, cuyo equipo venció durante la Segunda Guerra Mundial a los kamika-zes inventando el cohete de aproximación que hacía explotar a distancia los proyectiles de D.C.A., piensa que el diodo-túnel contiene el germen de la futura conquista del espacio. O el frigatron, dispositivo donde el paso de la corriente eléctrica produce frío y no calor. O las drogas psicomiméti-cas, medicamentos que se da al médico en lugar de al enfermo y que permiten comprender los estados de ánimo de los enfermos mentales sufriéndolos en uno mismo. Muchas invenciones tan extraordinarias pudieron ser hechas en el pasado y llegar hasta nuestros días solamente en las manos de pequeños grupos que no las dan a conocer. Ecos de esas invenciones llegan a veces hasta nosotros. Contaré simplemente la historia de Sir John Evelyn, me-morialista inglés de comienzos del siglo xvil. Las memorias de Sir John Evelyn son abundantemente utilizadas por los historiadores y nunca se le ha podido pillar en flagrante delito de error o de imaginación. Veamos, pues, lo que cuenta Sir John Evelyn. Un mediodía, encuentra en Roma un italiano, o al menos un meridional o un oriental, que le muestra un anillo. En el engaste de aquel anillo, hay un punto de fuego deslumbrador. El desconocido aplica un anillo a la pipa de Evelyn encendiéndola. Luego le dice a Evelyn que el anillo está en venta y le propone un precio. Como buen escocés de viaje, siempre dispuesto a regatear con los indígenas, Evelyn hace una contrapropuesta. El desconocido dice: «Milord, nunca regateo.» Y se pierde entr

e la multitud. Evelyn corre detrás de él, pero no logra alcanzarlo. Regresemos a 1972. Aun con las técnicas más modernas, incluso con los electrets, dispositivo que refuerza la electricidad estática tal como los imanes refuerzan el magnetismo, incluso con los isótopos radiactivos, desafío a cualquiera a que meta en el engaste de un anillo una fuente de energía que pueda encender una pipa. Un cigarrillo, tal vez; pero una pipa... ¿Entonces? ¿Dónde aquel inventor —admitiendo que fuera el propio inventor el que Evelyn hubiera visto— guardaba su dispositivo? No lo sabemos. Otro ejemplo. Cromwell organiza sus matanzas en Irlanda (antes de Hitler no se conoce un genocidio semejante) y hace reinar el terror en Inglaterra. Organiza una policía, implacable y secreta, modelo para la Gestapo. Confía esa policía a su cuñado Thurloe. Éste crea un gabinete negro. Y recibe la visita de un personaje que ha venido a hacerle una proposición: —Sir, el gran cuello de botella de vuestro gabinete negro es el tiempo que necesitáis para copiar las cartas. Cuando es una carta normal podéis resumirla. Pero cuando se trata de unaVISADO PARA OTRA TIERRA21 carta en lenguaje cifrado, no es posible y es preciso copiarla totalmente. Ahora bien, yo puedo hacer copias para vos instantáneamente. Dejadme solo con las cartas, y en pocos minutos os traeré algunas copias. Eso es lo que hace el personaje en cuestión. Las copias se borran al cabo de unas horas, pero ello basta para llevar a cabo su estudio. Se trataba indiscutiblemente de un sistema de fotografías o de reproducciones electrostáticas. ¿Pero cómo un desconocido tenía semejante material en tiempos de Cromwell? Nadie lo sabe. Y hubo inventores que desaparecieron porque sabían demasiado... El caso más sorprendente es el de Rudolph Diesel, el inventor del motor del mismo nombre, que tomó el paquebote con destino a Inglaterra a comienzos de siglo, para vender al Gobierno inglés el secreto de un Diesel lo suficientemente ligero como para ser utilizado en la aviación. Desapareció, con un mar tranquilo, y su cuerpo no fue hallado nunca. Nadie pudo construir jamás un motor Diesel lo bastante ligero como para ser utilizado en la aviación. Se dijo que los servicios secretos de la Alemania imperial habían suprimido a Diesel para que no proporcionara a Inglaterra una ventaja que le permitiría ganar una eventual guerra. Quizá... Pero esto no fue demostrado nunca. Los enclaves de lo desconocido influyen en nuestra vida. A través de ellos, podemos influir en otros universos, y esos otros universos pueden hacerlo en nosotros. El mecanismo es bastante parecido a lo que ocurre en el juego de ajedrez con un alfil que puede recorrer solamente las casillas blancas y un alfil que puede recorrer las negras. No pueden influirse directamente y ésta es exactamente la situación de dos universos diferentes. Pero sí pueden influirse, y se influyen, por intermedio de las otras piezas. Así es como los universos diferentes al nuestro influyen so-bre nosotros, y nosotros ejercemos influencia sobre ellos. Se puede dar de la cosa una representación matemática rigurosa, que yo me guardaré bien de infligir a mis desgraciados lectores. ¿Hasta dónde llegan estas influencias? Pienso que no es necesario caer en ideas paranoicas. Somos dueños de nuestro destino, y éste no es regido ni por el «sentido de la historia» de los marxistas, que no existe (véase a este respecto la brillante demostración del profesor Jac-ques Monod, premio Nobel de Medicina y Biología, en El azar y la necesidad, edición «Du Seuil»), ni por las sociedades secretas. Es probable que, para permanecer indetectables, esas sociedades secretas no deben precisamente intervenir en nuestras vidas. Insistiré en un próximo capítulo sobre la noción de la iniciación y de las sociedades secretas. Por el momento, me limitaré a contar una historia que he imaginado con todos sus detalles a partir de hechos reales y que muestra claramente lo que habría podido ser una verdadera sociedad secreta. A finales del siglo xix, el matemático alemán Cantor inventó (o descubrió, si es que las entidades matemáticas existen realmente aparte de nosotros) los números mayores

que el infinito. En el acto, los otros matemáticos se encarnizaron con él, los ataques mezquinos e injustos le quebrantaron los nervios y finalmente se volvió loco. Es poco probable que algún otro hubiera imaginado nunca los números mayores que el infinito, y es sobre todo esto que se basa mi historia. Imaginemos que Cantor hubiera sido advertido por un presentimiento de las desgracias que iban a sucederle si hablaba. Habría guardado, en tal caso, para sí esos números, y no los habría confiado más que a algunos amigos. Y a su muerte, habría subsistido una verdadera sociedad secreta que se reuniría para hablar de los números transfinitos, no cobraría cuo-ta alguna, no publicaría revistas y no contrataría espacio publicitario en la radio ni en la televisión. Siendo inconcebible para el resto de la humanidad la idea de las discusiones en la base de tales sociedades, éstas no correrían ningún peligro de ser detectadas, ni siquiera en la sociedad más policíaca. Pienso que existen sociedades de ese género. Por definición, semejantes grupitos, trabajando en campos ignorados en su época, no corren peligro de hacerse notar. El abad Tritemo parece que poseyó un medio de comunicación por radio que él y sus amigos podían practicar sin riesgo de ser detectados. Sólo Cyrano de Bergerac captó sus ecos, lo que le permitió describir un aparato de radio en Les etats de la Lune et du Soleil. Existe actualmente, en un país del Este, donde las investigaciones sobre la telepatía están prohibidas, una sociedad secreta de telépatas. Como la Policía no dispone de telé-patas, no corren peligro de ser descubiertos. Muy recientemente, la comisión de energía atómica americana ha publicado la descripción de un sistema de comunicación no electromagnético, utilizando los mesones mu. Si este sistema ha sido utilizado antes que ellos, las diversas Policías que utilizan detectores electromagnéticos no han podido detectarlo nunca. Si los taquiones, partículas hipotéticas que van más de prisa que la luz, que han sido propuestos por Gerald Fein-berg, un colega mío de la Academia de Ciencias de Nueva York, existen, y si agrupaciones secretas se sirven de ellos para comunicar con los extraterrestres, no estamos en absoluto en condiciones de detectar esas comunicaciones. Si incluso nos visitan algunos extraterrestres, aunque sea únicamente para mantener contacto con pequeños grupos de iniciados, el fenómeno sigue siendo indetectable. Todo este libro está basado en la idea de que el mundo en que vivimos es mucho más extraño de lo que se pueda creer. Ésta es la opinión de los sabios. Al menos de aquellos que llevan a cabo realmente investigaciones, y no se ocupan únicamente de la administración.Muy recientemente, las ediciones «Doubleday» de Nueva York publicaron un libro titulado Ahead of Time, escrito por auténticos sabios y compuesto, por lo demás, en gran parte de artículos aparecidos en la Prensa científica. En él encontramos entre otras cosas: — La descripción de una máquina para predecir el futuro; — la descripción de planetas artificiales; — la teoría de una astronave interestelar; — métodos para comunicar con los extraterrestres. Y me quedo corto. La investigación científica auténtica se realiza en el mundo real, y constantemente encuentra esas micro-bolsas de desconocido que yo he comparado con las pasas de un pudding. Este libro no tiene la ambición de estar al nivel de la investigación científica, pero pretende tener el mismo espíritu. Si extrapola frecuentemente, si a veces da motivos para sorprender y disgustar al lector, esta extrapolación no está hecha a partir del delirio, y no es mi objetivo fabricar lo sensacional únicamente para sorprender. Yo trato de imaginar el universo tal como es. Mis ideas parecerán de una timidez desoladora dentro de un siglo o dos. Mientras tanto, intento proponer imas hipótesis, menos extraordinarias ciertamente que la realidad, pero originales, que yo sepa, con relación a lo que está escrito. Trato de llevar a cabo una obra de pionero, con riesgo de correr todos los peligros de un pionero. He sido ya considerablemente atacado, pero tengo los nervios sólidos. Como Cantor, que descubrió los números transfinitos, otros, Semmelweis que descubrió la asepsia y Wells que inventó la anestesia con éter, fueron perseguidos hasta que se volvieron locos. Yo no corro el peligro, creo, de volverme más loco de lo que lo

estoy ya. Y tengo la costumbre de golpear muy duramente a mis adver-sarios, como lo demuestran por ejemplo mis pequeños ensayos: La vérité sur la girafe (1) y Du crépuscule des magiciens au matin des ánes. Aprovecho la ocasión que se me ofrece en este capítulo de introducción para precisar que, si bien estoy quizás un poco loco, no soy un timador consciente. Este libro está basado en informaciones obtenidas en gran parte en bibliotecas. Por esto, el último capítulo está dedicado a los libros fáciles de encontrar pero poco conocidos y en los que se pueden obtener informaciones completamente extraordinarias. Yo no formo parte de ninguna sociedad secreta, lo que me permite hablar de un modo totalmente libre de la iniciación en el capítulo dedicado a este tema. De una forma general, cuando se me pide una promesa de secreto, rompo el contacto. De modo que si bien mi información es limitada, puedo, por el contrario, mostrarla enteramente en un libro. Me ha sucedido que me envíen cartas amenazadoras personas que estiman que he revelado demasiado, especialmente sobre la alquimia. La experiencia demuestra que las gentes que amenazan nunca son peligrosas. No tengo, pues, ningún escrúpulo en publicar ciertas cosas. No desvelo ningún secreto que me haya sido confiado, sino que emito hipótesis sobre resultados de investigaciones. En el fondo, se trata de un método que está muy cerca de la ciencia-ficción y, por lo demás, ha sucedido ya más de una vez tanto en Francia como en el extranjero, que los autores de ciencia-ficción utilicen mis ideas. Tanto mejor. Esto permite que se propaguen. Formo parte, por contra, de sociedades científicas que (1) Aparecido en Visa pour l’humour («Ediciones Denoel»).me proporcionan la mayor parte de mi documentación, así como de un cierto número de grupos más especialmente consagrados a lo extraño y especialmente el grupo americano Info que continúa los trabajos de Charles Fort. La revista Info, publicada por este club, es una fuente sumamente seria de documentación, así como un cierto número de revistas extranjeras tales como II Giornale dei Misteri, Via Massaia, 98, Florencia. En cuanto a la Prensa científica más oficial, la revista más accesible a las ideas expresadas en este libro es la revista inglesa New Scientist. Citemos, en la misma colección, mi obra Le Livre de VInexplicable (1). Por último, como tampoco lo hacía Charles Fort, no descuido la Prensa cotidiana. En ella es posible encontrar informaciones muy extraordinarias, como por ejemplo, en el momento en que estas líneas son escritas, «El lobo (¿quizá fantasma? (2) de Seine-et-Marne». Por desgracia, como los lectores no se interesan suficientemente por estos problemas, los grandes cotidianos raras veces insisten en las informaciones extrañas o pintorescas que han publicado. Como decía Arthur Machen, «hay cosas extrañas profundamente enterradas en los rincones oscuros de los periódicos». Y Machen citaba esta información de la agencia Reuter en 1930: El gran lama subió a continuación a la cumbre de la montaña K2 en los Himalaya y allí se transfiguró. (1) El libro de lo inexplicable, aparecido en esta misma colección. (N. del T.) (2) Juego de palabras intraducibie entre «loup»: lobo y «loup-garou»: fantasma, coco. (N. del T.) Y Machen hace notar que nunca Reuter insistió en esta información, que por lo visto les parecía del todo normal. Al parecer, ningún lector les pidió detalles. Las indicaciones encontradas en el periódico pueden, pues, conducir a pistas interesantes para el investigador. Lo mismo ocurre con los anuncios por palabras en periódicos y revistas. En capítulos próximos veremos los curiosos anuncios por palabras en los que algunas personas solicitan refugios para escapar a la Tercera Guerra Mundial. Y no es más que un ejemplo. Aun cuando es fácil seguir un gran número de periódicos y revistas, es mucho más difícil prestar atención continuada a los otros mass media, especialmente la Radio y la Televisión. Algunos Gobiernos lo hacen, pero esto no está al alcance de un particular. Con frecuencia se encuentran, al registrar todas las comunicaciones de Radio y todas las emisiones de Televisión, y al escucharlas, porciones considerables del pudding mágico. Desgraciadamente, la mayor parte de estas informaciones quedan como propiedad de los Gobiernos al nivel de los expedientes

F.F. Estas letras, en inglés, se refieren a File and forget, es decir: «Clasificar esta información y olvidarla.» Yo tengo acceso a algunos de esos F.F., y los hay muy interesantes, muy singulares. Por ejemplo, en materia de Radio, están los L.D.E. Son las iniciales de un término anglosajón (en electrónica, como en aviación, se imponen muy a menudo los términos anglosajones) que quiere decir: Long delay echo, lo que se traduce por «Eco con largo retraso». Esto quiere decir que se ven reaparecer emisiones de Radio, y a veces emisiones de Televisión, al cabo de un plazo que oscila desde algunos minutos hasta cuatro años. No existe ningún objeto sobre el que tales emisiones puedan reflejarse. No hay ninguna teoría de propagación de las ondas que pueda explicar que éstas persistan en la atmósfera sin extenderse muy rápidamente. El profesorBracewell, eminente radioastrónomo australiano, y yo mismo, hemos propuesto, independientemente, la hipótesis de que tales emisiones son recogidas por satélites de origen no humano instalados alrededor de la Tierra por extraterrestres. Estos satélites retransmiten las emisiones hacia su planeta de origen cuando las condiciones son favorables. Mientras tanto, las conservan en memorias quizá no muy diferentes de nuestra banda magnética. Evidentemente, se trata de una hipótesis. Se pueden concebir otras. Se puede imaginar, por ejemplo, que el tiempo no es tan simple como creemos y que puede haber entrecruzamientos de los períodos temporales. Es posible también imaginar otras hipótesis. En cualquier caso, basta con pasar la noche al lado de un buen aparato de radio «de tráfico», es decir, que pueda captar las comunicaciones comerciales, los barcos y las bandas de frecuencia de la Policía además de las emisiones corrientes para tener la impresión de penetrar en un mundo desconocido. La Televisión tiene también sus misterios. Mi llorado amigo George Langelaan me contaba la historia de una proyectada emisión de la B.B.C., que nunca se realizó. Se trataba de filmar un castillo encantado, y se utilizaban dos cámaras. Una de ellas, así como todos los espectadores presentes, vio cómo la otra cámara, empujada por unas manos invisibles, iba a estrellarse en el hueco de la escalera estando a punto de matar a un técnico. El registro existe, pero nunca se ha pasado: da demasiado miedo. Por último, y para terminar este capítulo con una nota de agradecimiento, mis lectores me transmiten frecuentemente historias extraordinarias o inicios de pistas que se pueden seguir. Este género de cartas constituye incluso el 90 por ciento de mi correspondencia con sólo un 5 por ciento de cartas de locos y otro 5 por ciento de cartas amenazadoras. Las cartas de locos van a la papelera y en cuanto a las cartas amenazadoras, que sus autores encuentren aquí la célebre respuesta deldoctor Watson, en un caso semejante: «Si sigo siendo amenazado cuando cuente las aventuras de Sherlock Holmes, diré toda la verdad sobre el político y elcormorán domesticado.» Tenemos noticia de la existencia de un mapa del mundo que data del siglo xvi y que representa una región conocida y a su alrededor tinieblas pobladas de monstruos. Nosotros estamos totalmente seguros de que somos mucho más entendidos que los que trazaron esos mapas. Estamos completamente convencidos de que no hay en la Tierra continentes, o incluso grandes islas, desconocidos. Estamos seguros de que nuestros hermosos globos terráqueos representan nuestro planeta tal como es. Pues bien, yo no estoy totalmente seguro. Recuerdo muy bien todavía la época, hace unos diez años, en que me burlaba de René Guénon cuando éste afirmaba que la geografía de la Tierra es mucho menos conocida de lo que la ciencia afirma y que hay regiones a las que se puede ir y regresar de ellas, pero que no son representables en el mapa. Actualmente, ya no me burlo tanto. Menos aún desde mayo de 1970, época en que me enteré por cosa de un eminente representante de la autoridad espacial americana de que, de un total de 250.000 fotos de la Tierra tomadas por satélites artificiales, sólo una muestra huellas de la actividad humana. Esta cifra ha sido confirmada oficialmente. Arthur Clarke la cita en su obra más reciente y la N.A.S.A. ha publicado incluso un folleto titu-3-3344 lado: ¿Hay huellas de vida sobre la Tierra? De modo que ya no hago bromas sobre la tradición acerca de Avalon y sobre Tir Nam-Beo, sobre el reino del Preste Juan y

sobre la geografía sagrada. Considero que hay una posibilidad de que tales ideas no sean leyendas y de que la hermosa forma redonda de la Tierra no constituya más que una segunda aproximación, siendo la primera la forma plana. ¿Pero cómo sería posible que la Tierra no fuera redonda? Es difícil responder a esta pregunta sin entrar en matemáticas extremadamente complicadas. Pero digamos, sin embargo, que los matemáticos conocen lo que ellos llaman las superficies de Riemann, compuestas de un gran número de capas que no están ni unas encima de otras ni unas debajo de otras. Ocupan simplemente el mismo espacio, un espacio más complicado que el que concebimos habitualmente, un espacio que sólo puede ser descrito a través de funciones de una variable compleja. Hay otra forma de los matemáticos de expresar la misma cosa que es quizá más simple para el lector no especializado. Se admite generalmente que un mapa plano o un globo terráqueo puede ser descrito con cuatro colores. Es decir que, por grande que sea el número de los diferentes países que se encuentran en el mapa, cuatro colores bastan para colorearlo sin que se encuentren dos países del mismo color separados por una frontera. La mayor parte de los matemáticos están de acuerdo en ello, y sin embargo ese teorema nunca ha sido demostrado. La ciencia que se ocupa de tales problemas es la topología, rama de las matemáticas que se cuida de la forma más que del número. Pero se pueden concebir perfectamente superficies que exijan más de cuatro colores para poder hacer con ellas un mapa con un número cualquiera de regiones. Si la Tierra es una superficie de ese género, por fantástico que esto parezca, es posible que haya regiones desconocidasinaccesibles normalmente, que no figuren en un globo o un mapa, pero que sin embargo existan en realidad. Nosotros no sospechamos su existencia, como tampoco sospechábamos la existencia de los microbios o de las radiaciones invisibles del espectro luminoso antes de que fueran descubiertos. La idea, por supuesto, parece fantástica como toda idea nueva. Yo no la presento como una revelación. Igual que todas las ideas contenidas en este libro, la presento como un juego de la mente, una forma de ir más allá de las fronteras ordinarias de nuestra imaginación y de ampliar las propias ideas. Como tal, esta idea de una geografía sagrada merece reflexión. Existe en todas las tradiciones. Está particularmente desarrollada en la Tradición islámica, pero la encontramos también en otros lugares (1). Los valles sin retorno en Bretaña, las regiones de las que no se regresa en Comualles, la Tierra Prohibida en la Amazonia, la ciudad de Luz y la ciudad del Rey del Mundo en las tradiciones de que habla Guénon, son ejemplos de ello. En todo el mundo, la leyenda y la tradición hablan de tierras encantadas a las que se puede ir y de las que se puede volver, pero que no son describibles en un mapa ni accesibles por medios ordinarios. Aun en la actualidad, especialmente en Irán, encontramos relatos contemporáneos de viajeros que han visitado esos países que existen a otro nivel que el nuestro. La ciencia-ficción, que es la heredera natural del folklore, (1) Anaxdgoras y la tercera dimensión. Se encuentra tina alusión precisa a otra Tierra en el siglo v antes de la Era cristiana en Anaxá-goras: «Otros hombres y otras especies vivientes que poseen un alma han sido creados. Esos hombres, igual que nosotros, tienen ciudades pobladas y fabrican objetos ingeniosos. Tienen el Sol y la Luna y otros astros. Su Tierra es fecunda y abundante...» En la cosmogonía de Anaxágoras, la Tierra es un disco flotante en el éter, rodeado por el Sol, la Lima y los planetas. Él situaba la otra Tierra al otro lado del disco. Si aplicamos la misma teoría a las tres dimensiones, con otra Tierra situada, no al otro lado de un disco plano, sino del otro lado del espacio, vamos a parar a las ideas del capítulo precedente. se ha apoderado naturalmente de la idea. Han existido también tentativas curiosas de unir el universo ciencia-ficción con el universo de la tradición, como por ejemplo al muy curioso Mont Analogue, de René Daumal («Gallimard»). La ciencia-ficción ha emitido montones de ideas interesantes en este terreno. Podemos, sin embargo, reprocharle el haber hecho popular la expresión «universo para

lelo». Yo mismo me he servido de ella y estaba equivocado, pues por definición las paralelas no se encuentran nunca. Ahora bien, el interés de esos universos «más próximos a nosotros que nuestras manos y nuestros pies», como dijo Wells, es que poseen puntos de contacto con el nuestro. Dejemos momentáneamente de lado la Tradición legendaria y la ciencia-ficción, no sin haber señalado al lector el excelente libro de Serge Hutin, Voyages vers Ailleurs («Arthéme Fayard»), y veamos aquellos que han tomado la idea en serio. Entre éstos, hay que señalar en primer lugar a René Guénon. Este escritor es sumamente irritante, a la vez que su oscuridad y por el tono extremadamente superior e insolente que adopta (1). Pienso, no obstante, que su obra, después de haber hecho la travesía del desierto, será examinada de una forma seria para deducir de ella un cierto número de ideas interesantes. De la obra de René Guénon y de la lectura de algunos hindúes, así como de algunas conversaciones con orientales que conocen el tema, me he hecho la imagen siguiente de la geografía sagrada. Si los guenonianos me reprochan haber traicio- (1) Él afirma, en efecto: «No tenemos que informar al público de nuestras verdaderas fuentes... Éstas no incluyen en absoluto referencias» {El velo de Isis, noviembre 1932, página 734). Permítase al humilde investigador que soy añadir que está muy bien adoptar esta actitud si verdaderamente se tienen fuentes. Si, por el contrario, se inventa la cosa con detalles, no se es acreedor de más respeto que cualquier autor de ciencia-ficción.nado el pensamiento del maestro, contestaré que no me baso únicamente en Guénon. Con cierta reserva, he aquí la imagen que se desprende: Hay una infinidad de estados, de niveles, de superficies de Riemann, de pliegues topológicos o de planos de existencia ligados a la Tierra. De estos planos, siete nos son accesibles, o al menos lo son para los altos iniciados. Se los llama los siete dwipas. No conozco el origen de esa palabra. Un científico chino moderno diría que esto se explica mediante la teoría de los estratos o capas, una de las más recientes concepciones de los sabios de la China popular. Desgraciadamente, no poseo los conocimientos matemáticos necesarios para comprender la teoría de los estratos que por añadidura está constantemente interrumpida y complicada con referencias al pensamiento de Mao Tse Tung (el Guénon chino). René Guénon escribe, por ejemplo, en Le Regne de la Quan-tité et les Signes des Temps, página 181 de la edición de bolsillo «Gallimard» (Idées), al hablar de los geógrafos modernos: Éstos proclaman triunfalmente que «la Tierra está ahora enteramente descubierta», lo cual quizá no es tan seguro como ellos creen, y se imaginan que, por el contrario, era desconocida para los antiguos en su mayor parte, en lo que cabe preguntarse de qué antiguos pretenden hablar exactamente. Asimismo escribe, en las páginas 182 y 183 de la misma edición: Pues bien, hay realmente una «geografía sagrada» o tradicional, que los modernos ignoran tan completamente como los demás conocimientos del mismo género; hay un simbolismo geográfico tanto como un simbolismo histórico, y es el valor simbólico de las cosas lo que les da su significación profunda,porque es a través de eso como se establece su correspondencia con realidades de orden superior. Pero para determinar efectivamente esta correspondencia, hay que ser capaz, de un modo u otro, de percibir en las cosas mismas el reflejo de esas realidades. Así es como hay lugares que son particularmente adecuados para servir de «soporte» a la acción de «influencias espirituales», y es en eso que siempre se ha basado el establecimiento de ciertos «centros» tradicionales principales o secundarios, entre los que los «oráculos» de la Antigüedad y los lugares de peregrinación proporcionan los ejemplos más aparentes desde el punto de vista exterior; hay también otros lugares que son no menos particularmente favorables a la manifestación de «influencias» de una índole totalmente opuesta, perteneciente a las más bajas regiones del dominio sutil, ¿pero qué puede importarle a un occidental moderno que haya, por ejemplo, en ese lugar una «puerta de los Cielos» o en aquel otro una «boca de los Infiernos», dado que el carácter «grosero» de su constitución «psicofisiológica» es tal que, ni en un caso ni en el otro, puede sentir absolutamente nada de especial? Estas cosas son literalmente inexistentes para él, lo que, por supuesto, no quiere decir en absoluto que hay

an dejado realmente de existir. Es, sin embargo, interesante pensar que la teoría general de ese nivel de energía es factible científicamente utilizando las matemáticas. Pliegues topológicos, superficies de Riemann y estratos deben de ser expresiones matemáticas diferentes de la misma estructura. Alguien más competente que yo hará algún día su síntesis. Siete de esos niveles de energía, siete dwipas, son Tierras como la nuestra, aunque con otros continentes y otros océanos. Ha ocurrido en el pasado remoto, correspondiente, por otra parte, a épocas biológicas que los sabios conocen como la Era primaria y la secundaria, que continentes y océanos pertene-cientes a otros dwipas aparecieron sobre la Tierra y recíprocamente. Esto no corresponde en absoluto a una catástrofe y explica ciertas transformaciones que los geólogos no comprenden. Uno de los otros dwipas, al menos, está habitado. Allí reside el Rey del Mundo, que guarda lo esencial de la humanidad, las aspiraciones espirituales. A su alrededor, en su ciudad que las tradiciones llaman, según cual sea el origen de la Tradición, Avalon, Luz, Tir-Nam-Beo y Shamballah, se encuentra un centro de la tradición y de la investigación. Sobre nuestra Tierra, las sociedades secretas tienen el deber de proteger los accesos a esos centros y de sacrificarse hasta la muerte y la tortura para que esos accesos no sean descubiertos. Dichas sociedades son la «cobertura exterior» del centro. Los Templarios fueron un ejemplo. Es posible ir a la ciudad del Rey del Mundo y regresar de ella. Es posible también encontrar en la Tierra mensajeros que proceden de ella. Es posible, por último, recibir una enseñanza procedente de la ciudad. Llegados a este punto, hay que responder, sin embargo, a algunas objeciones. La primera es simplemente: «¿Cómo puede usted creer en semejantes locuras? Eso es algo enteramente contrario al sentido común.» La forma esférica de la Tierra era también contraria al sentido común. Los habitantes de los antípodas tenían que andar constantemente con la cabeza hacia abajo y habrían debido morir desde hacía mucho tiempo de congestión cerebral. La existencia de los habitantes de los antípodas se explica por la teoría de la gravitación central de Newton, que es muy posterior a la idea de una Tierra redonda. Antes de esa teoría, la teoría de la Tierra redonda era una bobada, contraria al sentido común. Lo mismo ocurre con la relatividad general, cuyas consecuencias desafían de momento al sentido común y que por esta razón es violentamente combatida incluso en esta época. De modo que no basta con declarar una idea como absurda para que tengamos que rechazarla automáticamente. Tratemos, pues, de formular objeciones. La misma cosa debería existir por lo que se refiere a los demás planetas, y entonces lo veríamos. A eso podemos replicar que, en primer lugar, la observación de los otros planetas, por el momento, no ha proporcionado más que resultados muy vagos, así como, por otra parte, la observación de nuestra Tierra mediante satélites artificiales, en cuanto se asciende a una cierta altitud (zona comprendida entre los 300 y los 1.000 kilómetros). Podemos también observar que nuestra Tierra es enteramente particular, ya que es el único planeta en el que encontramos vida. La Luna está completamente muerta, como asimismo Marte y Venus. Los planetas gigantes no parecen contener vida, al menos en nuestro sentido. Si atribuimos una importancia cósmica a la vida, es bastante natural que el planeta que la contenga sea totalmente diferente a los demás planetas. ¿Y por qué esta diferencia no podría expresarse a través de una estructura dimensional múltiple? La segunda objeción es que esto se sabría. Podemos responder primeramente que ya se sabe, en efecto, pero a nivel del secreto de las sociedades esotéricas. Se puede responder también que hay numerosos casos de viajeros llegados de países que no han sido encontrados posteriormente, viajeros que hablaban una lengua desconocida y que llevaban consigo mapas de un mundo que no era el nuestro. Charles Fort cita numerosos casos de éstos en su obra New Lands (Tierras nuevas). El caso más frecuente de este género es quizás el reino del padre Juan, reino cristiano cuyos mensajeros llegaron hasta el Papa y el Emperador y que nunca ha sido encontrado. Pero éste no es el único caso. El fenómeno se extiende des-

de Roma hasta nuestros días, a lo largo de un buen millar de casos. Para dar un ejemplo, me veo obligado, y pido perdón por ello, a citarme a mí mismo. Se trata de un caso del que ya hablé en Les Extra-terrestres dans l’Histoire (1) («J�ai lu»). ...el asunto que se produjo en abril de 1817 en Almonds-bury (Gran Bretaña). Este día, una mujer joven, vestida con un sari y que no hablaba ninguna lengua conocida, llamó a la puerta de varias casas. Al parecer, no sabía escribir tampoco, y, designándose a sí misma con el dedo, decía: Carabú. Después, se consiguió hacerle escribir un alfabeto y decir los números hasta quince en una lengua completamente desconocida que ella llamaba javasu. Más tarde, un marino portugués que pasaba por allí, Manuel Eynesso, anunció que conocía el javasu y que la joven era una princesa raptada por piratas en Indonesia y llevada a Inglaterra. Al cabo de cierto tiempo, se comprobó que el marino era un impostor, y que, poco a poco, se había ido inventando la historia con el único objeto de conseguir hablar con la joven. Después de lo cual, ella misma declaró que la superchería ya había durado bastante, que ella era inglesa, que se llamaba Mary Wilcox y que lo había inventado todo. Pero la historia de Mary Wilcox también era inventada, porque jamás existió tal Mary Wilcox (2). La mujer acabó casándose con un inglés, tuvo y educó varios hijos y falleció en Bristol a los setenta años, sin haber proporcionado una explicación satisfactoria de su aventura. Como dice Charles Fort, hay momentos en que los encargados de ahogar esa clase de fenómenos no trabajan lo bas- (1) En castellano: Los extraterrestres en la Historia. En esta misma colección. (2) Mary Wilcox no existió nunca y la identidad de la princesa Caraboo sigue siendo totalmente desconocida.tante bien. En cuanto a preguntarse cómo una inglesa analfabeta pudo inventar un lenguaje hablado, una lengua complicada, con un alfabeto escrito y un sistema de numeración totalmente original, nadie, antes de Fort, había pensado en ello. Este caso es típico. La aparición de un personaje que habla una lengua totalmente desconocida, a veces llevando consigo el mapa de una Tierra que no es la nuestra y luego la desaparición misteriosa del personaje como si el lugar de donde había venido tuviera una policía aquí. Algunos de estos casos han tenido una celebridad mundial, como el de Gaspar Hauser, que acaba de ser tratado admirablemente, en un plano puramente racionalista, por Monsieur Jean Mistler, de la Academia Francesa («Ediciones Fayard»). Otros fueron recogidos por Charles Fort. Otros se encuentran dispersados en artículos de periódicos. Citemos también algunos ejemplos para intentar deducir de ello una ley general. Un hombre desnudo, que no hablaba ninguna lengua conocida, aparece en las fiestas del matrimonio del rey Alejandro de Escocia, en 1293. La gente ve presagios en él, pero no se llega a identificarlo. En 1125, en Alemania, vemos a otro personaje que habla una lengua totalmente desconocida. Por añadidura, escupe fuego, el suficiente como para comunicarlo a unos abedules en un bosque. Miles de testigos lo ven. A comienzos del siglo xx, en Alemania, se presenta un hombre que habla una lengua desconocida y que, para colmo del humor negro, aparecerá en la propiedad del barón de Frankenstein (pues hubo un barón de Frankenstein y en su propiedad se filmó la primera película de una interminable serie de Frankensteins). Solamente en los Estados Unidos, desde el año 1954 al 1969, John A. Keel, uno de los investigadores más ponderados en esta cuestión, cuenta cuarenta y cuatro casos de seres por lo menos humanoides que abordan a transeúntes en la campiñaamericana. No sólo no atacan, sino que se les encuentra frecuentemente llorando o gimoteando como alguien que se ha perdido. Después, no se les vuelve a ver. Los testigos van a buscar a la Policía o a los gendarmes o al servicio de prevención de incendios forestales, y cuando vuelven no encuentran a nadie. Entre Fort, John Keel y imas instituciones como el laboratorio parafísico de Downton, en Wiltshire (Inglaterra), que publican desde 1968 un anuario de hechos no explicados, sería fácil obtener al menos tres mil casos muy sólidos. Por el contrario, hay casos de desapariciones enteramente inexplicables. En esto, no es por millares, sino por decenas de millares que se cuentan los casos, solamente en los

siglos xix y xx. Y no sólo desaparecen hombres, mujeres y niños, sino también navios, submarinos y aviones. La frontera entre nuestra Tierra y otros países parece ser invisible, pero más fácil de franquear de lo que comúnmente se cree. Tanto en el sentido de allá hacia aquí como en el sentido de aquí hacia allá. Este paso es hasta tal punto fácil que puede llegar a ser involuntario. Ello no excluye en absoluto la posibilidad de viajes voluntarios. Hay probablemente viajeros autorizados que van... pongamos a la ciudad del Rey del Mundo y vuelven de ella. Debe de haber también guardianes del Santuario que se encargan de «la cobertura» del centro. Pero al lado de todo esto, debe de haber desgraciados súbitamente arrancados a su ambiente y que aparecen en el nuestro. Ésos son los que se ven llorar, vagar desesperados, y que a veces son recogidos. Y a la inversa, debe de haber seres de nuestro medio que súbitamente desaparecen y que, a veces, no volvemos a ver. En los casos en que regresan, no se comprende el camino que han seguido ni lo que han hecho en el intervalo. El 24 de octubre de 1593, un centinela español que montaba la guardia en las Filipinas desapareció. ¡ Veinticuatro horas después fue encontrado en México! No hay ningún medioque permita a un hombre del siglo xvi franquear la distancia de Manila a México en veinticuatro horas. Y este género de cosas es corriente. He aquí algunos ejemplos, tomados de John Keel, que generalmente está muy bien documentado: El 22 de agosto de 1967, un joven americano de diecinueve años, llamado Bruce Burkan, desaparece en Asbury Park, New Jersey. Se había marchado de la playa, en traje de baño, para colocar algunas monedas en un parquímetro. Lo encuentran en Newark, el 24 de octubre de 1967, sentado en una parada de autobús. No se acuerda de nada. Lleva unos vestidos que no son de su medida y siete centavos en un bolsillo. No comprende en absoluto lo que le ha ocurrido. Su amiga E., con la que estaba en la playa y que estaba loca de ansiedad al encontrar su coche cerrado con llave, había avisado a su familia. Ésta lo hizo buscar. El joven era un pelirrojo llameante, fácil de distinguir. Pero nadie lo reconoció en todos los lugares donde fue buscado. ¿Dónde estaba? No se sabe. Y ejemplos como éste pueden multiplicarse por cien. Un habitante de Londres se encuentra de pronto en África del Sur. Una muchacha de Cleveland, Estados Unidos, aparece súbitamente en Australia. Un lechero sueco en paro se encuentra de repente en un campo de golf de una isla del Mediterráneo, reservado para gentes muy ricas. En agosto de 1966, un policeman de Filadelfia llamado Ches-ter Archey desaparece. Se despierta al volante de su coche en una pequeña región llamada Pennsauken, de Nueva Jersey. No se acuerda de nada, y, enloquecido, provoca un accidente de coche. Se han señalado casos de ese género recientemente también en Bahía Blanca, Argentina, así como en el Japón, en Córdoba y en Montreal. Para los aficionados a la literatura fantástica, señalemos que tanto la ciudad de Filadelfia como la de Newark han sido descritas por novelistas fantásticos como lugares donde laspuertas se abren a lo desconocido. En el caso de Filadelfia, se trata de H. P. Lovecraft; en el de Newark, es Murray Leinster, en una excelente novela titulada El otro lado de la Tierra. En cuanto a personas que desaparecen simplemente sin dejar huella, hay, como he dicho ya, centenares de miles de casos. Incluso en el Antártico hay personas que desaparecen sin dejar rastro. Esto es lo que le ocurrió, el 7 de mayo de 1965, a un especialista en electrónica americano llamado Cari Robert Disch, de veintiséis años. Se le buscó durante tres días, sin éxito. Al cabo de los tres días, su perro, muy apegado a él, desapareció también sin dejar rastro... La impresión que se desprende de todo esto es que, por el momento, un bloqueo mental general nos impide penetrar en esas regiones «del otro lado de la Tierra». Semejante bloqueo existía en la civilización occidental hasta el siglo xviii en lo que concierne al alpinismo. Las montañas estaban allí, pero nadie había tenido la idea de subir a ellas. Luego, bruscamente, el encanto se rompió y la idea del alpinismo se impuso. Se trata, en realidad, de una exploración de la tercera dimensión y es bastante curioso que por la misma época se hubiera inventado el globo.

Bruscamente, la idea de una tercera dimensión, dimensión que estaba, sin embargo, a nuestro alcance, influye los espíritus y provoca las exploraciones. Es totalmente posible que una apertura análoga suceda el día de mañana en el ámbito de los pliegues dimensionales del espacio que nos ocultan otros aspectos de esta Tierra. Es posible incluso que el presente libro pueda contribuir un poco a esta evolución. Los otros lados de la Tierra son quizá tan fácilmente accesibles como las montañas o la atmósfera, y tal vez hace falta una determinada actitud mental más que imas máquinas. Si hemos de tomar en serio las ideas tradicionales, hay en todo caso sobre la Tierra gentes que saben, que han visitado los aspectos desconocidos de la realidad terrestre y que van y vienen entre ciudades e incluso entre países cuya existencia no sospechamos desde nuestra realidad en tres dimensiones. Dentro de esta perspectiva, Agartha, país legendario del Rey del Mundo, o, para tomar un ejemplo de la ciencia-ficción, El abismo de la Luna, de Abraham Meyritt («Hachette»), no se trataría de terrenos subterráneos, sino de porciones de otras superficies de la Tierra. Me falta espacio para enumerar todas las formas como esos aspectos «paralelos» de la Tierra han sido tratados en la ciencia-ficción. Tal vez llegue el día en que esos relatos de ciencia-ficción se estudien con el mismo cuidado que se empleó en el estudio de la ciencia-ficción que predecía la energía atómica o los cohetes. Un gran número de lugares tanto en al lado de acá como en el otro lado de la Luna han sido bautizados con nombres tomados a la ciencia-ficción. Es posible que algunos lugares que no figuran en el mapa sean bautizados asi cuando hayan sido explorados. Mientras tanto, los únicos documentos realmente científicos que se poseen sobre la cuestión son las 250.000 fotos de la N.A.S.A. que no muestran la Tierra tal como la conocemos. El fenómeno parece comenzar a los 300 kilómetros de altitud y acentuarse más a los 1.000 kilómetros. A veces no se encuentran los continentes y a veces se distinguen otros. Una foto particularmente curiosa es la que abarca el emplazamiento de la gran ciudad industrial americana de Detroit. Ninguna de estas fotos ha sido echada a la basura. Todas están en los archivos de la N.A.S.A. y pueden ser consultadas. Sería interesante hacer su balance y tratar de encontrar una correlación entre la altitud del satélite que tomó la foto, la intensidad de los cinturones de radiación que rodean la Tierra en aquel momento, el viento solar y quizás otros fenómenos. Parece cierto que los astronautas ven infinitamente mejor de lo que se habría creído, infinitamente mejor de lo que lasleyes de la óptica les permitirían. Los croquis ejecutados por los astronautas deberían también ser examinados con cuidado, sobre todo cuando muestran ciudades que es posible encontrar. Por el momento, ésta es la única vía científica que puede conducir a la solución de ese curioso problema. El estudio de las apariciones y las desapariciones y el examen de los mapas de la Edad Media han sido efectuados más de una vez y hasta ahora no parece haber salido de ello nada realmente interesante. Ciertamente, encontramos relatos extraños, pero no como para fabricar una teoría científica. Sería asimismo interesante —aunque eso quizá sea pedir demasiado— que se estudiaran desde el punto de vista científico las afirmaciones de los teósofos y de la tradición hindú sobre los dwipas. Por desgracia, eso exigiría de los científicos un esfuerzo enteramente particular. Como dice muy justamente Guénon (El Reino de la Cantidad, página 65, «Gallimard»): Y de hecho, la mentalidad moderna y «dentista» se caracteriza efectivamente, en todos los aspectos, por una verdadera «miopía intelectual»... Quizá nos demos cuenta a través de ello de que muchas cosas que son consideradas hoy como «fabulosas» no lo eran en modo alguno por los antiguos. Creo que se debe relacionar esta cuestión de una estructura desconocida de la Tierra con los experimentos efectuados recientemente en las Pirámides. Desgraciadamente, los trabajos originales egipcios están en árabe, y yo no he leído más que resúmenes en inglés, aparecidos especialmente en la enciclopedia Man, Myth and Magic. Según estas informaciones, se habría intentado sondear la Gran Pirámide con detectores de rayos cósmicos y ello habría revelado la existencia de cavidades importantes y secretas, si las hay. La absorción de los rayos cósmicos no es la misma en un sólido que en el aire. La diferencia es bastante reducida, pero los modernos métodos de detección la hacen se

nsible. Por otra parte, recientemente se ha creado lo que se llama el «teléfono atómico» que permite transmitir sonidos e imágenes a través de los sólidos con mesones mu producidos por un acelerador y detectados por dispositivos muy sensibles. Ahora bien, las experiencias llevadas a cabo en las Pirámides han proporcionado resultados totalmente imposibles. Para interpretar científicamente esos resultados se han sugerido dos hipótesis: a) Una fuerza interior de la Pirámide desvía los rayos cósmicos. Esta hipótesis es totalmente improbable, ya que para desviar los rayos cósmicos hacen falta campos magnéticos de una potencia formidable que habrían sido detectados. No se ha encontrado ningún magnetismo especial en las Pirámides. b) Las Pirámides no tienen la misma forma en su interior que en su exterior. En el interior, el espacio se habría modificado, lo que haría que su forma interior no fuera la piramidal que se observa desde el exterior. Esta segunda hipótesis me interesa prodigiosamente, ya que si disponemos en el interior de las Pirámides del mismo fenómeno de los «pliegues topológicos» o «superficie de Rie-mann», ese fenómeno podría ser estudiado mucho más fácilmente. Una razón más para desear que la guerra civil en el interior de la etnia semita se termine rápidamente. En el estado actual, lo menos que se puede decir es que yo no sería muy bien recibido en Egipto. Hay estudios sobre el efecto general de la forma piramidal y sobre el modo en que ésta modifica el espacio y concentra radiaciones más o menos bien conocidas. A tales estudios se vincula el nombre de un investigador suizo, que escribe con el seudónimo de Enel y cuyas obras son fácilmente accesibles. Aparece también un resumen de los trabajos de Enel en la hermosa novela de Ray-mond Abellio, La Fosse de Babel («Gallimard»). Yo he repetido algunos de esos experimentos y lo menos que se puede decir es que se trata de algo curioso. Y lo más curioso de todo es que, con un equipo muy simple hecho con cartones, se obtienen resultados difícilmente explicables por la física moderna. Quizá hay aquí también una solución para el problema que nos interesa. La Tradición siempre ha pretendido que existe un vínculo entre la geometría sagrada y la geografía sagrada. La misma idea es sostenida por Robert Heinlein en su muy curiosa novela La ruta de la Gloria («Ediciones Opta») Tendremos que insistir en esto cuando estemos en el capítulo sobre las puertas inducidas. Es posible que toda la arquitectura sagrada consista en reservar una puerta que se abra a los aspectos desconocidos de la Tierra. Éste sería el secreto de todo templo, cualquiera que fuese la religión , a la que pertenece. Todo verdadero santuario podría precisamente servir de refugio, porque se podría pasar a través del santuario de un templo a regiones donde los perseguidores no tendrían acceso de momento. No existen, que yo sepa, estudios sobre la noción de santuario, es decir, de un lugar que pertenece a Dios, pero debería de haber uno. La Tradición hebraica ofrece en este campo un abundante material accesible, especialmente sobre el fenómeno llamado «la Gloria del Señor» (1). Desgraciadamente, yo no tengo la competencia necesaria para hacer estudios en este terreno particular y recordaré solamente que, en hebreo, «luz» y «misil) La Gloria del Señor era una radiación luminosa que rodeaba el tesoro del Templo de Jerusalén y que cegaba, salvo si se la contemplaba con unas gafas de cuarzo. Un procónsul romano fue cegado así.4 — 3.344terio» se designan con la misma palabra. El lector cascarrabias me dirá que no he probado nada. Exacto. Pero todo lo que espero es que un cierto número de lectores, al observar un globo terrestre, lleguen a la conclusión de que no es la última palabra de la ciencia. III. ESTAN ENTRE NOSOTROS Según Gustav Meyrink, existe una serie indefinida y tal vez infinita de estados de conciencia superiores a la vigilia. Una persona despierta puede despertarse más todavía, y pasar a un estado de conciencia superior. Meyrink escribe: El primer escalón ya se llama genio. Los demás son desconocidos por el vulgo y tenidos por espejismos. Troya era considerada también un espejismo hasta que un hombre tuvo el valor de realizar excavaciones por su cuenta. Éstos son algunos ejemplos de esas leyendas de que me gustaría hablar en el pres

ente capítulo. Algunas de estas leyendas pertenecen al pasado, otras al presente. Cosa curiosa, incluso en la actualidad, los testimonios son tan contradictorios que acontecimientos contemporáneos nuestros se convierten rápidamente en leyendas. El primer ejemplo que he elegido es el de Apolonio de Tiana, personaje misterioso e importante, tan importante que Voltaire lo situaba, en cuanto a importancia histórica, por encima de Jesucristo. Apolonio de Tiana ofrece otra ventaja para el buscador de maravillas y es que existe una buena biografía suya escrita por G. R. S. Mead. Un buen biógrafo debe tener ciertas semejanzas con su héroe. George Robert Stow Mead, nacido en 1863 y muerto en 1933, era el biógrafo ideal para Apolonio de Tiana. Ultimo de los secretarios privados de Madame Blavatsky, la ayudó en los últimos tres años de su vida. Fue redactor jefe del periódico de la Sociedad de Teosofía hasta 1909. Publicó dieciséis volúmenes, entre ellos una traducción absolutamente esencial para todo investigador de los Upanishads. Publicó un periódico muy notable, The Quest Review, del cual se puede decir que fue el análogo inglés de La Tour Saint-Jacques. Era el hombre que hacía falta para biógrafo de un taumaturgo. Pues Apolonio, si realmente existió (cosa no absolutamente segura por lo que se refiere a otros personajes de los que hablaremos), dejó la impresión de haber sido un personaje sobrehumano enteramente por encima de la humanidad ordinaria. Nace en el año 17 de la Era cristiana. En el año 66 es expulsado de Roma. Viaja a las Indias y luego vuelve a Grecia. Manifiesta entonces unos poderes supemormales, especialmente en el año 96, cuando ve a distancia el asesinato del emperador Domiciano. Finalmente desaparece sin que puedan encontrarse testigos de su muerte ni su tumba. Tiene entonces entre ochenta y cien años. Parece haber viajado más lejos aún de la India, a uno de esos países no situados en el mapa, de los cuales hemos hablado en el capítulo anterior. Así se citan sus palabras después de estos viajes: He visto hombres que viven en la Tierra y, sin embargo, no son de la Tierra, defendidos por todas partes y no obstante sin defensa alguna y con todo no poseyendo nada más que lo que poseemos todos. La ciudad que visitó se llamaba Iarchas, un nombre que, evidentemente, no es indio. Por lo demás, no existe rastro alguno de ella. Las descripciones que él da guardan más semejanza con la ciencia que con el misticismo. En particular, habría visto un modelo de sistema solar, construido por seres superiores a la humanidad y que se desplazaba sin ninguna clase de soporte bajo la cúpula, construida de zafiro, de un templo. Habría visto también cuatro «ruedas vivientes», dispositivos procedente de otros lugares y que transportaba mensajes de los dioses. Estos dioses habrían sido seres no humanos, superinteligentes y que se habrían retirado de la Tierra después de haber puesto en marcha la civilización humana. En resumen, extraterrestres. A su regreso a Grecia, Apolonio parece haberse interesado particularmente por las reliquias de las civilizaciones avanzadas que se encontraban aún en su época. Visitó también Creta y luego Sicilia. Después, parece que pasó el resto de su vida en Egipto, y tal vez más allá de Egipto, en un país que sus biógrafos han llamado Etiopía, pero que nada tiene que ver con la Etiopía actual. Según él, ese país había estado habitado por hindúes budistas. No se han encontrado huellas de tal colonización india en las fuentes del Nilo. Durante toda su vida realizó milagros y manifestó lo que nosotros llamamos poderes parapsíquicos: levitación, lectura del pensamiento, clarividencia y visión del futuro. Asimismo curó enfermos y locos. Estando en Alejandría, por ejemplo, describió el incendio de un templo de Roma, lo que fue confirmado cuando llegaron las noticias. Se le atribuye el poder de obtener fuego del éter. Se trata obviamente de un fenómeno análogo al «fuego secreto» de los alquimistas y a lo que los judíos llamaban la «Gloria del Señor» (véase capítulo anterior). Aún sabemos pocas cosas a esterespecto. En términos modernos, parece tratarse de un fenómeno intermedio entre la energía química y la energía nuclear. La hipótesis es necesariamente vaga, a falta de pruebas. Se negó también a subir a bordo de un barco diciendo que éste naufragaría, lo cual

ocurrió. Acusado de brujería, se hizo invisible ante el tribunal y luego abandonó el Palacio de Justicia. Por su parte, consideraba todos estos fenómenos como algo totalmente secundario y completamente natural. Por lo demás, explicaba que los volcanes y las mareas son fenómenos perfectamente naturales que el hombre algún día explicaría. Empleaba la mayor parte de su tiempo enseñando y respondiendo a preguntas. Físicamente, habría parecido más bien un indio que un griego. Existen dos retratos de él, así como un busto. También hay algunas medallas. Todas esas representaciones le muestran con una larga barba y largos cabellos. Los discípulos tenían también el aspecto «hippy», para emplear un término moderno. No se sabe de qué vivía, puesto que rechazaba los regalos. Constantemente aludía al «conocimiento procedente de los Dioses», y a «la energía demoníaca». Pero, para él, los dioses y los demonios eran seres perfectamente reales, aunque no humanos. Los hombres poseían, según él, todos los poderes de los dioses y de los demonios, pero generalmente no sabían utilizarlos. Escribió muchas cartas, la mayor parte de las veces en clave, de las que han quedado algunas. Noventa y cinco de ellas son citadas en la mayor parte de las ediciones de Apo-lonio. Hay una que es particularmente interesante, la carta número 17, de la que damos aquí un extracto: Los persas llaman a aquéllos que poseen la facultad divina los Magos. Un Mago, por consiguiente, es un representante de los Dioses, o que posee en sí mismo la facultad divina. También escribió libros, pero ninguno ha llegado hasta nosotros más que en forma de fragmentos. Entre estos escritos había El Libro de los Sacrificios que aconsejaba no ofrecer a los dioses ningún sacrificio, pues el uso de la razón era el único sacrificio digno de ellos (se comprende que Apolonio gustara a Voltaire); El Libro de la adivinación, en cuatro volúmenes, basado en lo que Apolonio había aprendido en las Indias. Los contemporáneos de Apolonio escribieron que nada tenía que ver con la astrología. Desgraciadamente, no se ha conservado ninguno de esos cuatro volúmenes. Se cita también una vida de Pitágoras, un testamento filosófico y un himno a la memoria. Hay que reconocer que todo esto no justifica la reputación fantástica del personaje. Si ha sobrevivido es porque fue constantemente un hacedor de milagros. Es en su calidad de taumaturgo como su único biógrafo que ha llegado hasta nosotros, Flavio Filostrato (175 al 245 de la Era Cristiana), nos lo presenta. Esta biografía ha sido muy criticada y su autor ha sido considerado más bien como un novelista que como un biógrafo en el sentido corriente. Por desgracia, no poseemos ninguna biografía mejor. Un discípulo de Apolonio, Damis, tomó notas en una libreta de apuntes que no ha sido conservada. Tal vez se encuentre algún día, como se han encontrado los manuscritos del Mar Muerto. G. R. S. Mead lo espera así. Filostrato, casi dos siglos después de los acontecimientos, reconstruye lo que Damis dijo de tercera o cuarta mano. Se acusa a Filostrato el haber añadido milagros por su cuenta. En todo caso, está claro que no restó ninguno, al contrario. Lo que parece cierto es que, como escribe muy justamente Mead, Apolonio fue a las Indias con un objetivo bien definido y regresó con una misión. ¿A las Indias, o más allá de las Indias? No podemos responder a esta pregunta en el estado actual de nuestros conocimientos. Filostrato ignoraba todo lo referente a la geografía de las Indias, y dice, de vez en cuando, que Apolonio fue más allá de las Indias, «al fin del mundo». ¿Imagen retórica? No lo sabemos. Lo que afirma es que el centro de conocimientos, la central de energía que Apolonio visitó en las Indias, era única en el mundo de su época. El propio Apolonio escribió: Me acuerdo a menudo de mis Maestros, y viajo a través del mundo enseñando lo que aprendí. El punto esencial de esta enseñanza es que no hay que tener miedo de la muerte. No vale la pena. La enseñanza de Apolonio insiste también en el hecho de que hay que ser sano de mente, y entonces la salud del cuerpo vendrá de un modo natural. Eso es lo que ha

redescubierto la moderna medicina psicosomática. Como todos los personajes fuera de serie, Apolonio plantea problemas difíciles de resolver. ¿Puede situarse en un mapa el centro que visitó? ¿Cómo los Superiores desconocidos de ese centro conocieron la existencia en Grecia de un joven tan excepcional? ¿Cómo lo convocaron? ¿Cuál era la misión que le encargaron en Europa? Otros tantos problemas. En virtud de una curiosa paradoja, si bien Apolonio, contemporáneo de Jesucristo, puede ser tratado como un personaje histórico, Armand Robin, contemporáneo nuestro, muerto en 1961, debe ser tratado como un personaje de leyenda. Parecería fácil llevar a cabo una investigación sobre un personaje contemporáneo que ha vivido y ha muerto en la Francia de nuestros días. Sin embargo, las informaciones que obtengo sobre Armand Robin son tan contradictorias, inclusoacerca de su aspecto físico, por no hablar de su mentalidad, que me veo obligado a presentar la historia de Armand Robin como una leyenda contemporánea. Tal vez la aparición de este libro haga surgir testimonios que permitan ver en ello un poco más de claridad. Mientras tanto, he aquí la historia de Armand Robin tal como me fue contada: En los años 50, un joven bretón llega a París. Revela un don de lenguas prodigioso, inverosímil. Aprende veintiséis de ellas, y de una forma tan perfecta que es considerado como el más grande poeta búlgaro y el más grande poeta swahili del siglo xx. Compone asimismo tres hermosos poemas en francés. Esos poemas aparecieron en «Gallimard». Curiosamente, no ha sido posible hallarlos, y los manuscritos desaparecieron. Robin manifiesta también dones parapsicológicos considerables: telepatía, clarividencia, predicción del futuro. Y el día de la cumbre fracasada en París en 1961 (recordemos que Kruschev reveló aquel día la historia del avión americano «U2», y luego rompió las negociaciones). En un París lleno de policías, unos agentes se precipitan sobre Robin y le golpean mortalmente sin saber por qué. Lo trasladan a una comisaría de Policía, donde nadie se da cuenta de que agoniza sentado en el banco de la sala de ingresos. Allí muere. Un proyecto de filme sobre él revela que incluso las descripciones físicas que se dan no corresponden a una sola persona. Las ideas políticas que se le achacan varían desde la extrema derecha a la extrema izquierda. En cuanto a las observaciones que se le atribuyen, son curiosas por su aspecto «extranjero». Se diría que es como el personaje de Lovecraft que decía: «Yo no soy de aquí.» He aquí la leyenda. He tratado de ampliarla por medio de testigos, pero éstos son contradictorios. Algún «otro» vivía entre nosotros. Esto es todo lo que podemos decir por el momento. Parece que existe una sociedad de amigos de ArmandRobin. Se habló también de él en Le Monde, pero no se habló de su poesía. Podremos hallar, en la edición del Libro de Bolsillo de la hermosa novela de Raymond Abellio, Los ojos de Ezequiel están abiertos, algunas traducciones hechas por Robin de poemas de lenguas diversas. El día en que el C.N.R.S. se decida a subvencionar tesis de doctorado sobre temas interesantes en vez de limitarse a la influencia del imperfecto de subjuntivo o a la reproducción de los musgos y los helechos, será interesante invertir un poco de dinero y de tiempo en una investigación detallada sobre Armand Robin. Como punto de partida, sugeriría la idea de que, igual que el conde de Saint-Germain, Robin era una función y no un personaje. Es decir, hablando con claridad, que se es Armand Robin o conde de Saint-Germain igual que se es superior general de los jesuítas. Dicho de otro modo, este término designa una función dentro de una agrupación secreta. Si hubiera, en el mismo período de la Historia, varios hombres designados para dicha función, se comprendería que las descripciones no coincidieran. En cualqiuer caso, éste sería un tema de estudio muy interesante. Por lo demás, un personaje que realmente existió, pero que guardó su secreto, era el americano Charles Mallory Hat-field (1880-1958). (Para la pequeña historia, se trata del auténtico héroe de la novela de Saúl Bellow, Henderson, el fabricante de lluvia.) Hatfield tenía una afinidad con la atmósfera, y fue quizás el único ser humano de su especie. Podía hacer llover a voluntad, simplemente produciendo humos a partir de reacciones químicas que mantuvo en secreto. Por supuesto, la ciencia oficial afirma que

sólo a través de los métodos oficiales y patentados, consistentes en pulverizar cristales a partir de un avión, es como se puede hacer llover. Los estadísticos afirman, por el contrario, que este mé-todo proporciona resultados puramente al azar. Las discusiones entre los sabios son muy duras a este respecto. Hatfield, por su parte, tenía éxito siempre y su historia merece ser recogida con todos sus detalles. En 1902, Hatfield es viajante de comercio, representando máquinas de coser. Nunca siguió estudios, pero lee mucho. Muy tranquilo y muy modesto, pretenderá siempre utilizar unos fenómenos naturales, que él mismo comprende muy mal. Lleva a cabo su primer trabajo de fabricante de lluvia comercial en 1903, cerca de Los Ángeles. Firmó, en veinticinco años, quinientos contratos a precios que oscilaban entre cincuenta y diez mil dólares, siendo determinado este precio por lo que el cliente podía pagar sin que ello le perjudicara (singular método comercial). No fracasará nunca. El municipio de Los Ángeles le pidió que llenara el embalse. Por cuatro mil dólares, obtuvo veinticinco centímetros de lluvia en el pluviómetro y el agua del embalse ascendió seis metros. Al pagarle, el municipio hizo este comentario: «Es peor nada.» El rumor de los poderes de Hatfield se propaga al mundo entero. En Alaska, los torrentes están secos en 1906. Los mineros no pueden utilizar el procedimiento clásico de lavado para la extracción de oro, que exige agua. Todos cotizan y ofrecen conjuntamente a Hatfield diez mil dólares en oro. Treinta y seis horas después que Hatfield se ha puesto en acción cae la lluvia que los salvará. En 1922, Italia está en peligro. Todo el mediodía sufre una gran sequía. Hatfield llega en socorro suyo. Cae la lluvia, y los campos se salvan. Todos los embalses se llenan. La gloria de Hatfield se extiende por todo el mundo. En el desierto de Mohave, en California, obtendrá, al cabo de tres horas, un metro de lluvia. Eso no había ocurrido nunca y nunca volverá a ocurrir. Muere el 22 de enero de 1958, en California. A pesar demedio siglo de comprobaciones experimentales constantes, de 2.000 experimentos logrados y ninguno fracasado, la Ciencia se negará a creer en su método. Al lado de semejante testarudez, Lavoisier rechazando los meteoritos porque no hay piedras en el cielo, aparece como un modelo de credulidad. Todos los animales, al parecer, tienen semejante afinidad con la naturaleza, y emigran, cuando ello es posible, de los lugares donde va a llover. Un eminente meteorólogo me decía un día que la atmósfera se comportaba como un ser viviente, con su propia psicología. Hatfield parece haber tenido una afinidad con la atmósfera y era el único entre los hombres en poseerla. ¿Una mutación de la humanidad? ¿Un visitante de otro lugar? Ese comerciante de máquinas de coser califomiano merecería que la Ciencia lo estudiara. Es lamentable que no lo haga mientras aún es tiempo. Sería también interesante que se examinara un día el caso del australiano Louis Rodgers, nacido no se sabe en qué fecha y muerto en la guerra, en 1942. Había emigrado a Australia en 1931 instalándose allí como médium. No molestaba a nadie, pero empezaron a correr rumores alarmantes sobre él. Se le veía en varios lugares distintos al mismo tiempo y la distancia entre aquellos lugares llegaba a veces hasta un millar de kilómetros. Finalmente, el doctor Martin Spencer, director del Instituto de Investigaciones Psíquicas de Australia, hizo una investigación. La Policía, por su parte, había comenzado otra temiendo que Rodgers hubiera puesto en marcha un nuevo tipo de estafa. Rodgers, muy azorado y sin tener el menor empeño en que se hablara de él, accedió finalmente a no abandonar Melbour-ne durante tres semanas bajo vigilancia de la Policía. Después apareció en Sidney donde tomó una habitación en el hotel. El detective privado encargado de su vigilancia telefoneó aSpencer: —Rodgers está aquí en Sidney. —Eso me asombraría —dijo Spencer—, porque está almorzando conmigo en Melboume. El enloquecimiento fue general. Rodgers decidió prestarse a un nuevo «test» a condición de que le dejaran tranquilo.

Aparentemente, todo lo que quería de la vida era vivir tranquilamente en su rincón echando las cartas y ganándose escasamente la vida. ¿Temía llamar la atención? ¿De quién? Sea lo que fuere, en abril de 1937, encierran a Rodgers en el despacho de Spencer. Hay allí varios testigos. Esto ocurre en Melbourne. Rodgers le dice a Spencer: —Deme una contraseña, la primera palabra que se le ocurra. Spencer dice: —Lilas. Luego esperan. El teléfono suena. Han visto a Rodgers en sidney. Siguen viéndole en Sidney, por la calle. A las cinco de la tarde, le pasan a Spencer una llamada desde Sidney. —Aquí Rodgers —dice la voz por teléfono—. La contraseña es «Lilas». Luego, no se habla más del asunto. Se mantuvo la promesa, y no prosiguieron las investigaciones. En 1942, Rodgers murió en la guerra. Su secreto murió con él. Había quizás un hermano gemelo, pero no hay rastro de él en el registro civil. Tal vez se trataba de un doble, pero las huellas digitales encontradas en la habitación del hotel, en Sidney, eran las suyas. Nunca se les vio a él y a su doble al mismo tiempo. La leyenda y la tradición dicen que el que encuentre a su doble o Doppel-ganger, morirá. Sin embargo, eso no es lo que le ocurrió a Goethe, que se encontró con su doble vestido como él y que cuenta el suceso en Las conversaciones con Eckermann. En el siglo xix, una gobernanta francesa empleada en una familia rusa de los Estados del Báltico, Emilie Saget, tenía un dobleque fue observado en numerosas ocasiones. (Para la pequeña historia, se trata del tema de la novela de Helen Mac Cloy, Le miroir obscur, aparecida en Francia, «Ediciones Pierre Horay».) Se ha atribuido el mismo fenómeno de bilocación al místico italiano contemporáneo padre Pío. Pero la historia del padre Pío es oscuro y discutida. Independientemente del padre Pío, la existencia de seres que tienen el poder de bilocación parece extremadamente probable. Ese poder, lo manifiestan lo menos posible como si supieran que de algún modo está prohibido. Como dice Roger Bacon: Aunque todas las cosas no estén permitidas, todas las cosas son posibles. ¿Permitidas por quién? No lo sabemos. En todo caso, no solamente los procesos de brujos, sino también la hostilidad general de la humanidad contra cualquiera que sea diferente lo dan a entender. Hay interés en no manifestar cualidades demasiado excepcionales. Hay interés en ocultarse. Cabe preguntarse, de una manera general, si los seres excepcionales que a veces se detectan entre nosotros habitan en esta Tierra, o bien la consideran simplemente como un lugar de paso. Todas las tradiciones insisten en el aspecto de la Tierra como un lugar que hay que atravesar: «lugar de paso», «imperio del medio» y cientos de denominaciones más. Imaginemos un instante que siendo el Universo mucho más complejo de lo que nosotros sabemos, resulte necesario, para llegar desde un cierto lugar del Universo a otro, atravesar la Tierra. Imaginemos también que la mayor parte de los seres que realizan este viaje poseen facultades telepáticas. Las investigaciones de un psicoanalista austríaco, Urban, han demostrado que esto es lo que ocurre con algunos paranoicos humanos: que se creen perseguidos, pero en realidad perciben formas telepáticas, sentimientos de hostilidad inconsciente, entre sus parientes o sus amigos. Seguro que si el gran público supiera que la Tierra era visitada, un aura de odio ciego se manifestaría, y quizá destruiría a los visitantes, si son más sensibles aún que los paranoicos humanos normales. Por consiguiente, su existencia debe ser mantenida oculta. Esta teoría, que yo creo original, explicaría la necesidad del secreto y demostraría por qué ciertos seres están obligados a ocultarse. La idea de una «Policía de lo paranormal», como en las excelentes novelas de ciencia-ficción del americano H. Beam Piper, no debe quizás excluirse. Como la mayor parte de ideas originales en el terreno de lo paranormal, ésta se debe a Charles Fort. Por supuesto, yo no trato de imponer mi hipótesis al lector como explicación única. Si queremos permanecer en el plano rigurosamente científico,

podemos admitir que entre las mutaciones que se producen constantemente en la especie humana, hay un cierto número de ellas que son favorables. Podría incluso producirse, en un mismo caso, la combinación de dos o tres mutaciones favorables, que diesen seres excepcionales. Algunos de esos seres pasan inadvertidos, y sólo son descubiertos por casualidad. Recientemente, en el Cáucaso, se ha descubierto que el secretario de una comunidad agrícola, un hombre de cincuenta años, poseía una inteligencia absolutamente excepcional, que no era mensurable por los «tests» habituales. El descubrimiento se debió enteramente al azar. Un periódico había publicado algunos «tests» de inteligencia y algunos campesinos de la comunidad le dijeron a su secretario y contable: —Anda, tú que eres tan inteligente, deberías hacer bien esos «tests».5 — 3.344 Los hizo bromeando y en el acto le pidieron que fuera con urgencia a la Universidad para pasar allí otras pruebas. Ahora se están estudiando los resultados. Este hombre es un calculador prodigioso, sin ser por ello un idiota sabio como ocurre frecuentemente. Posee dones indiscutibles para las altas matemáticas, cosa rara en un adulto. La mayor parte de las veces, la originalidad matemática se alcanza a los veinticinco años. Se dice, con cierta malicia, que a partir de los veinticinco años, al matemático no le queda otra cosa que enseñar. Posee ese hombre unas capacidades tan elevadas que uno se pregunta en qué dirección van a ser enfocadas, una vez llevada a cabo la reinserción. Y esta reinserción puede ser rápida. Bastaría con que el ex contable aprendiera a servirse de un ordenador moderno y a tomar de la memoria del ordenador todo lo que no ha tenido ocasión de aprender hasta ahora. Toda su vida habría sido contable sin ejercitar realmente su mente, si no hubiera tratado de hacer los «tests». Hay, pues, dos variedades, al menos, de esos seres excepcionales que viven entre nosotros: los que saben que lo son y los que no lo saben. La segunda variedad es como el pato del cuento de Andersen, que no sabía que era un cisne. Evidentemente, no vemos de ellos más que los que se hacen notar. Y, por otra parte, ellos lo lamentan. Einstein declaró en sus últimos días, después de haber hecho el balance de todas las humillaciones y todas las injurias con que le habían cubierto: —Si tuviera que empezar otra vez, sería fontanero y no me haría notar. Inmediatamente después de esta declaración, el Sindicato de Fontaneros de Estados Unidos le ofreció una llave inglesa de oro y un diploma autorizándole a ejercer el oficio de fontanero en los cuarenta y nueve Estados. ¿Cuántos viajeros llegados de fuera se ocultan entre noso-tros como fontaneros? ¿Cuántos seres excepcionales nacidos en este planeta comprenden en seguida que les conviene no manifestar dones raros? ¿Cuántos, por último, hay que no pasan inadvertidos, de los que incluso se habla mucho, pero que no son tomados en serio por el conjunto de los medios científicos? Si consigo algún día dos o tres meses de tranquilidad, iré a pasarlos a Salt Lake City, la capital de los mormones. Dos millones y medio de personas, no más locas que yo, y tal vez menos, creen en el Libro de los Mormones y en las revelaciones de Joseph Smith, su profeta. Pero yo no conozco ningún estudio científico imparcial sobre el personaje o su libro. Ahora bien, casi en cada página encontramos relatos de contactos con extranjeros benévolos, contactos que se habrían producido en el pasado de los indios americanos. Como éste (es un piel roja el que habla): —Cuando mi padre salía de la tienda por la mañana, con gran asombro encontró en tierra una bola de construcción curiosa. El material de aquella bola era latón. Y en su interior había agujas, una de las cuales indicaba constantemente la ruta que debíamos seguir en el desierto. Según el Libro de los Mormones, este incidente se había producido mil años antes de Cristóbal Colón. El propio Joseph Smith ofrece relatos de encuentros con guías que le hacen revelaciones. Es sumamente fácil considerarlo simplemente como un iluminado, pero ésta parece ser la solución fácil.

En 1970, las Naciones Unidas publicaron una Memoria diciendo que las cuatro quintas partes de la superficie de 1¿ Tierra no eran objeto de mapas utilizables. Quedaban aún vastas manchas blancas. Si un día se lleva a cabo el mapa de la población humana, se hallarán también las cuatro quintaspartes de superficies inexploradas, manchas blancas y tierras desconocidas que se encuentran en la superficie de la Tierra. La verdadera antropología, un auténtico estudio del hombre, está aún por hacer. LAS PUERTAS INDUCIDAS Si nuestra Tierra es un lugar de paso, ha de haber en ella unas puertas que, a partir de nuestro mundo, se abren a lo desconocido y a partir de otros aspectos del Universo, a nuestra Tierra. Un cierto número de científicos audaces, entre los que hay que citar en primer lugar al zoólogo americano Ivan T. San-derson, se han dedicado ya a efectuar el censo de los lugares que se puede sospechar que son tales puertas. Yo empleo, para designarlas, el término de H. P. Lovecraft, «las puertas inducidas», porque supongo que no se trata de fenómenos naturales, sino de fenómenos artificiales. Por el contrario, una vez creada la puerta, por medio de unas técnicas de las que por el momento no podemos tener la menor idea, debe ser posible un paso accidental, y esto es lo que explica las apariciones y desapariciones de que hablamos a menudo en este libro. Los lugares donde se puede suponer la existencia de una puerta inducida se distinguen por las características siguientes: — la gravitación es alterada; — el magnetismo terrestre es perturbado; — se observan visiones; — se producen desapariciones enigmáticas. Un ejemplo sorprendente está en Carolina del Norte, Estados Unidos, en Chimney Rock. Allí se reúnen todas las características, y las observaciones datan de 1800. En 1806, el cler-gyman local señala en el periódico Raleigh Register: Una visión de millares de seres humanos flotando en el aire. Tenían una vaga apariencia humana, pero iban vestidos con ropas resplandecientes. Después de este artículo, se manifiestan algunos testigos. Todos están de acuerdo en el hecho de que los seres de la visión no eran enteramente humanos y que llevaban unos vestidos transparentes que reflejaban la luz. Ahora bien, evidentemente, en 1806 los testigos no podían estar influenciados por el cine ni por la televisión. Más tarde, algunos investigadores debían encontrar huellas de visión en Chimney Rock, entre los indios cherokes. Se encuentran puertas inducidas en Sussex, en el valle del Mississipi, en el valle del Ohio, en Arizona, en Siberia, en Bretaña y en las Bermudas. Es en la región de las Bermudas donde está situado el famoso «Triángulo de la Muerte», en el que submarinos, aviones y barcos desaparecen sin dejar rastro. Las desapariciones en el Triángulo de la Muerte se cuentan por centenares. Recientemente, el doctor C. L. Mammus, de la Compañía de Teléfonos Bell, sometió a un ordenador un gran número de fenómenos extraños observados cerca de diversas puertas inducidas. Se puso de manifiesto un ciclo de9,6 años. Cada 9,6 años, las puertas manifiestan una actividad violenta, y al mismo tiempo se percibe una abundancia en el mundo entero de espíritus inquietos, de bloques de hielo quecaen del cielo y, de una forma general, de fenómenos paranor-males. No se comprende muy bien a qué corresponde ese ciclo de9,6 años. Está relativamente próximo al ciclo solar de 11 años, pero no lo bastante como para poder sacar conclusiones al respecto. En su reciente biografía de Charles Fort, El profeta de lo inexplicado, el escritor americano Damon Knight afirma que ese ciclo tiene un origen cósmico o al menos extraterrestre. El gran escritor inglés Robert Graves ha estudiado los fenómenos paranormales en torno a Delfos, en Grecia. Está convencido de que Delfos es una región anormalmente cargada y que es por eso que es un lugar sagrado. Hay que señalar también que la isla de Pascua es el centro de una anomalía magnética

considerable. Aprovechemos la ocasión para desbaratar una leyenda. Se habla a menudo, refiriéndose a los lugares extraños de la superficie terrestre, como de puntos de intersección de corrientes telúricas. Precisemos, de una vez para siempre, que no hay tales corrientes telúricas. Hay en la Tierra corrientes eléctricas vagabundas, de débil intensidad y escaso alcance, todo lo más unos cincuenta metros. Tales corrientes se manifiestan, sobre todo, por la corrosión de los objetos metálicos enterrados. No hay líneas de corrientes telúricas que recorren el Globo, ni de intersección de esas corrientes. Hay que buscar en otra parte la explicación de las puertas inducidas. Otro ejemplo muy bonito de puertas inducidas es la Mag-netic Hill, cerca de Moncton, Nueva Brunswick, en Canadá. Allí, la gravitación está literalmente invertida. Un coche puede subir a la cima de la colina sin hacer funcionar el motor. También el magnetismo está allí completamente perturbado, pero los efectos gravitatorios son los más asombrosos. Una bola de caucho sube la colina. Un bastón de madera, que no puede ser afectado por ninguna fuerza eléctrica o magnética, se ponederecho. Si se coloca un canalón, el agua sube por él. Mientras que un campo magnético no tiene efecto fisiológico sensible, aquí los testigos sufren vértigo, sienten dolores en la frente, y a veces tienen la impresión de ser empujados hacia atrás por unas manos poderosas. Han habido numerosas desapariciones en aquellos parajes, y, no muy lejos, desapareció totalmente un poblado de indios entero. Se ha tratado de comparar la anomalía de la Magnetic Hill con los mascones, o concentraciones de masa, encontrados en el interior de la Luna. Pero si Magnetic Hill es un mascón, se trataría de un mascón negativo, lo que nunca se ha visto. Digamos simplemente que allí el espacio se ha modificado, y lamentemos que los científicos oficiales no estudien cada vez más ese género de problemas. Otro ejemplo es Vortex Hill, en Oregon. Allí, la dirección de la gravedad es desviada en unos 40°. La desviación es bastante brusca, y el objeto que la produce debería estar muy cerca y próximo a la superficie. Pero ninguna excavación lo ha puesto de manifiesto, y podemos llegar a la conclusión de que en Vortex Hill no se trata de un objeto enterrado, sino de una modificación del espacio que conduce quizás a otra región. No hay, que yo sepa, un mapa completo de las puertas inducidas del mundo. Yo sentiría la tentación de incluir dentro de ellas fenómenos como el de la isla de Brehat, en Bretaña, en la que hallamos un clima subtropical: el plátano y la palmera crecen allí en medio de un clima marítimo normal. Se ha querido explicar el fenómeno a través del vulcanismo o por corrientes marinas, pero tales corrientes no han sido detectadas. Se habla de radiactividad local, pero además del simple hecho de que no se la encuentra, una radiactividad que elevara la temperatura de 20 a 25 grados habría destruido desde hace tiempo toda vida en la superficie de la isla. Un folleto muy interesante distribuido por el Sindicato de Iniciativa de la islahabla de unas leyendas locales muy curiosas tanto en materia de apariciones como de desapariciones. He intentado hacer un mapa por mí mismo y encontrar alineaciones, pero sin éxito. La isla de Ponapé, en el Pacífico, el desierto de Gobi, el Triángulo de la Muerte en las Bahamas y diversos puntos de los Estados Unidos, todo eso no me parece en absoluto que forme una figura geométrica que tenga ningún sentido, en dos dimensiones. Quizá tenga uno en la representación de la Tierra a través de la superficie de Rieman, pero yo no soy un matemático bastante bueno para deducirla. No es evidente, por otra parte, que todas las puertas inducidas hayan sido construidas por una misma civilización desaparecida o por una misma sociedad secreta. La técnica de su fabricación puede ser tal vez muy simple en el fondo, y quizá sea periódicamente redescubierta. En 1880, esa técnica fue descrita en un libro que aún es posible encontrar, que se llama Oahspe. La historia de este libro es curiosa. Un dentista neoyorkino, John Ballou Newbrough, se dio cuenta de que el gas hilarante (protóxido de nitrógeno) que empleaba para anestesiar a los pacientes, le producía a él visiones y le llevaba a un estado de trance en el cual escribía. Como tenía una mentalidad moderna, se compró, en 1880, una máquina de escribir, que creo que era la tercera que se vendía en los Estados Unidos. Mecanografió entonces, en tecleo

automático, cerca de novecientas páginas. No existe ninguna duda sobre el hecho de que ese libro fue vendido en las librerías y a través de suscripción en 1885. Y sin embargo, contiene cosas que el autor no podía conocer en esa época, especialmente los cinturones de radiación que hay alrededor de la Tierra, que fueron descubiertos con ayuda de los satélites artificiales en 1960. Contiene también una teoría, así como indicaciones prácticas sobre la fabricación de las puertas inducidas. Encontramos asimismo esta teoría, en otra forma, en el ri-tual de la Golden Dawn. Aprovechemos la ocasión para poner en guardia contra los trances y la escritura automática. Que la desgracia terrible ocurrida recientemente en California a un joven jordano llamado Sirhan Sirhan sirva de ejemplo. Se dedicaba a ejercicios de trances y se despertó bruscamente, con un revólver humeante en la mano y rodeado de personas. Acababa de matar al senador Robert Kennedy un día de junio de 1968. Condenado a muerte, sólo pidió una cosa: un ejemplar de la Doctrina secreta de Madame Blavatsky, para poder seguir leyéndolo. Entrevistado en la celda de los condenados a muerte por el escritor Truman Capote, declaró que había sido teleguiado. Como la pena de muerte fue suprimida en los Estados Unidos, Sirhan Sirhan está disponible para los psicólogos y los psiquiatras. Su caso merece ser estudiado. Puede, evidentemente, fingir. Pero puede también haber abierto una puerta, ésta mental, que facilitó su guía por unas fuerzas, hostiles al estado social actual. Ésta es la opinión, escrita y publicada, de Truman Capote. Y cualquiera que haya leído el excelente reportaje de Capote, A sangre fría, estará obligado a reconocer que Capote es un observador metódico, serio y ponderado. El lector tiene derecho a preguntarme cómo es que los científicos no se han interesado en el misterio de las puertas inducidas. La respuesta es que los ha habido, pero que han sido rápidamente desacreditados por una campaña de rumores cuidadosamente organizada. El caso más asombroso del siglo xix es el del matemático alemán Zóllner. Éste, que había hecho y seguía haciendo en aquel tiempo trabajos sumamente interesantes de física y matemáticas, se interesó por las dimensiones superiores y los pliegues del espacio. Encontró un médium llamado Slade, que pretendía tener una visión intuitiva de este fenómeno. Habiendo recibido de Zóllner la formación matemática apropiada, Slade, en presencia de Zóllner y de numerosos testigos, colocó algunos obje-tos en una caja atada con nudos, difíciles de deshacer instantáneamente y a plena luz, y los sacó dejando los nudos intactos. Inmediatamente se desencadenó una vasta campaña contra Zóllner. Se afirmó que chocheaba y que había que privarle de su laboratorio y de sus subvenciones. Se dijo también que Slade era un hábil prestidigitador. Finalmente, Zóllner renunció a su trabajo. Existen algunos otros ejemplos asimismo desalentadores. Así, el físico contemporáneo Maurice K. Jessup, que se interesaba especialmente por las puertas inducidas, en las que veía el origen de los «platillos volantes», fue hallado muerto en su coche, el 20 de abril de 1959, en Florida, con una bala en la cabeza. Nunca se descubrió al asesino. El físico había enviado un informe a la Sección de Investigaciones del Servicio Secreto de la Marina americana. Este informe desapareció, pero habían sido tomadas algunas fotos, que circulan todavía. Conozco a personas que las han visto. Sería interesante saber si las puertas inducidas emiten ondas gravitatorias. Actualmente, la detección de las ondas de gravitación es muy difícil, y su existencia es discutida. Pero los soviéticos intentan poner a punto un aparato muy simple y muy sensible que permita detectarlas. Este aparato nada tiene de secreto, y será publicado en El Diario de la Física Teórica y Experimental de Moscú. Espero que alguien tenga la idea de pasear ese aparato por Mag-netic Hill, por el Triángulo de la Muerte de las Bermudas o por el Mar del Diablo, frente a las costas del Japón, donde las desapariciones se producen con una intensidad particular. Mientras tanto, el Triángulo de la Muerte sigue funcionando, y en abril de 1970, un avión-cargo «C-70» que transportaba cinco toneladas de carne, desapareció en aquella zona sin dejar el menor rastro. Estaba, por supuesto, equipado con radio y un radar derespuesta.

Un lugar que parece caracterizarse también como puerta inducida es Bahía Blanca, en Argentina. He citado ya anteriormente algunas de las historias de Bahía Blanca. Veamos una más: En mayo de 1968, el doctor Gerardo Vidal y su mujer se encuentran inmersos en una niebla espesa, sumamente rara en los alrededores de la ciudad. Pierden el conocimiento. Cuando vuelven en sí, sus relojes están parados, la carrocería de su coche ha sido fuertemente arañada y marchan por una carretera desconocida. Cuando llegan al pueblo más próximo, comprueban para estupefacción suya que han transcurrido cuarenta y ocho horas y, cosa aún más extraordinaria, ¡están en México! ¿Cómo han franqueado millares de kilómetros, incluyendo las fronteras? No comprenden nada, ni ellos ni nadie. Argentina, Brasil y México parecen estar tan llenos de puertas inducidas que es sorprendente que no se haya levantado aún un mapa detallado. Un cierto número de autores, como el americano Vincent Gaddis, han estudiado particularmente las puertas inducidas que se encuentran al nivel del mar y donde desaparecen buques. Al parecer, son extremadamente numerosas. Una de tales puertas parece haber inspirado a Edgar Poe su extraordinaria novela Manuscrito encontrado en una botella. La alta atmósfera no está suficientemente explorada para que se pueda estar seguro de que existen puertas inducidas. Pero las desapariciones inexplicables de aviones están de hecho perfectamente establecidas. Por desgracia, no se puede decir otro tanto de las apariciones de los platillos volantes, ya que actualmente parece seguro que tales apariciones son inventadas sobre la marcha por sus supuestos testigos. Con la mejor voluntad del mundo, no podemos creer en ellos. ¿Son las puertas inducidas responsables de la desaparición de pueblos enteros en Asia del sudeste, América central y otras regiones del Globo? ¿ Qué sucedió con los constructores de Angkor? ¿ Y con los pueblos desaparecidos de América del Sur y de México? ¿PorMENSAJE SECRETO DE LOS ROSACRUZ: Quien descifre este acertijo alquímico podrá viajar a países inaccesibles. Los círculos concéntricos corresponden probablemente a los niveles electrónicos del átomo.qué abandonaron sus ciudades y sus campos? Mientras la arqueología oficial no haya dado una respuesta clara a esta cuestión, será posible imaginar las hipótesis más fantásticas. Recientemente, los chinos han publicado informaciones breves y singulares sobre una pirámide gigante más grande que todas las pirámides conocidas, situada en el interior de la China y construida por una raza enteramente desconocida. Si dicha información es confirmada —al parecer, se ve esa pirámide en un reciente filme— la cuestión de las razas desaparecidas podrá plantearse una vez más. Otra cuestión interesante es saber si las facultades de percepción extrasensoriales no pueden a veces franquear las puertas inducidas y dar imágenes de caras ocultas del mundo. Que yo sepa, ningún examen sistemático de los sueños en este sentido ha sido emprendido hasta ahora. Sin embargo, algunos casos merecerían serlo. Uno de estos casos fue descrito en el semanario American Weekly del 28 de junio de 1942. (En ese período, el gran escritor Abraham Merritt era el redactor jefe.) Se trata del caso de un electricista llamado Dan W. Fehren-bach. Este americano tenía desde hacía años un sueño recurrente en el que visitaba otro mundo más avanzado que el nuestro científicamente. Veía, por ejemplo, y lo describió detalladamente, centrales de energía que transmitían por T.S.H. la corriente que producían, y que en cada casa había un receptor. Veía continuamente invenciones avanzadas con relación a nuestro mundo. Los habitantes del mundo que él veía se daban cuenta de su presencia y un guía lo acompañaba en sus visitas. Este guía era un hombre vestido de blanco, llamado Théta. Todos los habitantes de aquel mundo hablaban griego, y Feh-renbach se decidió a aprenderlo para comprender mejor lo que ocurría. En sus sueños tenía largas conversaciones con su guía y con otros habitantes de aquel mundo. Dio numerosos detalles, que, naturalmente, pudo haber inventado. Éste es el género de informaciones que, por el momento, no puedenser comprobadas, pero que merecerían ser estudiadas independientemente de toda hipót

esis freudiana sobre el sueño. Cabe también preguntarse si algunas radiaciones perfectamente conocidas no pueden atravesar las puertas inducidas. Hay emisiones de T.S.H., de infrarrojo y de ultravioleta cuyo origen no se llega a situar nunca. Se han estudiado incluso emisiones potentes de sonidos de alta frecuencia, normalmente inaudibles para el oído humano, pero que los instrumentos detectan. La Oficina Americana de Pesos y Medidas ha llevado a cabo estudios bastante avanzados a este respecto. Ha reunido, además, una documentación muy importante concerniente a explosiones o ruidos de explosión sin explicación racional. Una de estas explosiones se produjo el 12 de diciembre de 1951 en Dallas, Texas, ciudad a la que el asesinato del presidente Kennedy ha dado una notoriedad mundial. La explosión causó roturas de cristales, y algunos automovilistas aseguraron que sus coches habían sido fuertemente sacudidos. La Policía local y el F.B.I. realizaron una investigación a fondo. Pero hasta el momento, no se ha aportado ninguna explicación. Se controlaron cuidadosamente todas las instalaciones militares de las proximidades de Dallas donde pudiera haberse producido la explosión. No se encontró nada, salvo el relato de una explosión análoga, el 12 de abril de 1857, en San Gabriel, California. Esta nueva explosión dejó un agujero de un metro de profundidad en el patio de una casa habitada por una familia llamada Murphy. El ejército y la aviación, así como los servicios de información han estudiado el agujero y los relatos de la explosión, pero no se ha dado ninguna explicación ni en aquel momento ni posteriormente. Algunos ruidos no hacen bang bang, sino bip bip. Estos últimos fueron escuchados en la noche del 6 de abril de 1967, en los suburbios de Washington. El fenómeno duró tres días y tampoco se le encontró explicación. Los testigos fueron numerosos y el fenómeno pudo ser registrado en cinta magné-6 — 3.344tica muchas veces. Una biólogo opinó que se trataba de gritos de lechuza, pero no se encontró lechuza alguna y no se ve por qué habría tenido que ocurrir una invasión de lechuzas en la región de Washington. Remontándose al pasado, se encuentran explosiones en Ohio, en 1927. Esta vez, el fenómeno duró hasta enero de 1928. Se oyeron ruidos de explosión en diversas ocasiones. Los habitantes se quejaron a la Policía, pero no se halló ninguna explicación. Señalemos que en 1928 no había aviones que provocaran un ruido supersónico. Se cita también el caso de explosiones que anuncian temblores de tierra. Se las ha llamado «temblores de tierra en el cielo». Se señala uno en Los Angeles el 21 de mayo de 1957. Hay también zumbidos como los que se oyeron en Boston el 27 y 28 de mayo de 1968. La centralita telefónica de la Policía se vio inundada de reclamaciones. El zumbido tenía un ritmo muy bien definido: dos minutos de zumbido, seis de interrupción y luego empezaba nuevamente el zumbido. Meteorólogos, astrónomos del observatorio de Harvard, así como las acostumbradas autoridades locales, federales y policíacas estudiaron el problema sin resultado alguno. No se logró hallar la dirección de dónde procedía el fenómeno. Por el contrario, en setiembre de 1953, en Inglaterra, en dos pequeñas ciudades llamadas Chalfont St. Giles y Leigh-on-the-Sea, se logró averiguar los orígenes de un ruido similar al de un motor de avión. Pero ese descubrimiento no sirvió para nada, ya que la fuente del ruido estaba situada a gran profundidad en el suelo. El ruido sigue en la actualidad y es posible escucharlo más intensamente durante las fiestas de Navidad, aunque esto debe de ser a causa del paro de las fábricas durante las fiestas. No existe ningún fenómeno de las profundidades que pueda producir un zumbido regular. Constantemente son escuchados los movimientos de la Tierra para seguir el curso de los terremotos, y hasta hoy no se ha encontrado nada parecido. Es posible que haya una puerta inducida profundamente enterrada debajo del suelo. Después de todo, ¿por qué no? Podemos imaginar incluso a los habitantes de los pliegues desconocidos de la Tierra explotando minas. ¿Cómo se realiza el paso a través de las puertas inducidas? Aunque el tema sea muy anticipado con relación a nuestros conocimientos de física, podemos no obstante hacer algunas reflexiones coherentes partiendo de un fenómeno bien establecido que se llama efecto túnel. Toda traducción en palabras de la física matemática es una traición. Pero se puede describir groseramente el efecto túnel del modo siguiente:

Consideremos un objeto que trata de franquear un campo de fuerzas, por ejemplo que intenta franquear la barrera de potencial que separa el núcleo atómico de los niveles electrónicos. Si no posee suficiente energía, no franqueará la barrera. He aquí lo que parecería una verdad de Perogrullo. Pero el Universo no es tan simple. Las leyes naturales son sólo estadísticas, lo que hace que incluso una partícula que no tenga suficiente energía para franquear una barrera de potencial, pueda sin embargo hacerlo. Esto se expresa matemáticamente diciendo, con Louis de Broglie, que las partículas se comportan también como ondas y que la onda que acompaña a una partícula franquea parcialmente una barrera. Mi primo George Gamov y el profesor Edward Condon (conocido por su informe antiplatillista) han explicado la radiactividad natural alfa diciendo que normalmente una partícula alfa no puede franquear la barrera de potencial del interior del núcleo hacia el exterior. Pero, de vez en cuando, puede lograrlo, de una manera calculable y previsible estadísticamente. Eso es lo que constituye la radiactividad natural, que se encontraba así explicada en 1929. En 1931, Cockroft y Walton, dos sabios ingleses, razonaron que el efecto túnel podría también producirse desde el exte- rior del núcleo hacia el interior y que unos protones de energía bastante débil podían penetrar en los núcleos. Confirmaron su hipótesis en el laboratorio desintegrando parcialmente el litio con protones y obteniendo partículas alfa artificiales. Me acuerdo todavía de Jean Perrin hablando a sus alumnos en el Instituto de Química-Física: —Se trata del segundo descubrimiento del fuego. Son los mismos principios que permitieron realizar la bomba de hidrógeno. George O�Smith, el inventor del cohete de aproximación, estima que el efecto túnel podrá abrir al hombre los espacios interestelares. Yo no pienso pasar por alto el derecho de todo científico a la extrapolación imaginando que si hay una barrera de fuerza entre nuestra región de la Tierra y los pliegues dimensionales es franqueable por el efecto túnel. En estas condiciones, habría dos tipos de franqueamiento: Uno voluntario, aplicando al objeto a transmitir una aceleración en otra dimensión. Eso exigiría unas máquinas o quizás un esfuerzo sin precedente de una voluntad humana especialmente entrenada. Los mensajeros que van y vienen entre nuestros países y la Ciudad del Rey del Mundo, los guardianes del Centro, emplearían estos métodos. El otro, involuntario, debido al azar, como en el caso de la radiactividad natural. De este modo es como vendrían los personajes que se han perdido en nuestro mundo. Tal vez también sea así como vienen ciertos animales cuya presencia en nuestro mundo es completamente inexplicable. El abominable hombre de las nieves, los humanoides de tres metros que se pasean por los bosques americanos, los pterodáctilos que se ha visto recientemente tanto en Inglaterra como en Borneo, las grandes serpientes marinas y así sucesivamente, podrían tener, pues, su origen «en otra parte». Todo esto no me dice quién ha fabricado las puertas inducidas ni cómo. Todo lo que apenas podemos afirmar con se-yiSADO PARA OTRA TIERRA85 guridad es que Einstein demostró que el espacio no es una categoría metafísica, sino una magnitud física. Puede ser modificado. En la época de Einstein se creía que había sido descubierta una curvatura del espacio gracias al movimiento del planeta Mercurio. Esta teoría es fuertemente discutida desde que se ha descubierto que el Sol no es esférico. Pero la relatividad general, que es el nombre técnico de esa teoría, es bastante sólida y se puede imaginar que existen fuerzas que modifican el espacio. En realidad, tanto el campo magnético como el campo eléctrico lo hacen. Se puede, pues, imaginar que la curvatura espacial que separa las diversas tierras o dwipas entre sí puede a su vez ser influida y que es posible crear en esta Tierra puertas que conduzcan también a la Tierra, pero en aspectos de ésta que no son normalmente perceptibles. Esta idea se convertirá quizás algún día en algo tan familiar al físico como la fotografía con infrarrojo o el ultravioleta. Puede objetárseme: «¿Y qué hacer con los otros universos que han postulado los físicos

? ¿El universo fantasma de Nishimura? ¿Y el universo de las taquiones de Feinberg?» Yo contesto que es posible que esos universos existan y que quizá sea posible comunicarse con ellos, pero tiendo, probablemente a causa de mi limitada imaginación, a limitar las hipótesis. Me parece que la hipótesis de una Tierra con varios niveles es ya suficientemente loca (Niels Bohr decía que había que buscar hipótesis suficientemente locas para hacer progresar la Física) como para estimular la imaginación. Dicho esto, hay también investigadores que se interesan en esos otros universos, como el americano Alien Greenfield y el inglés Brinsley Le Poer Trench. Lo que ellos llaman «ventana» es exactamente lo mismo que yo llamo «puertas inducidas». Pero ellos suponen que tales «ventanas» se abren a otros universos y no a la propia Tierra. Yo pienso que, en definitiva, hablamos de la misma cosa, aunque con un vocabulario di-ferente. Recordemos la frase de Wells en El señor Bamstaple entre los hombres-dioses: Hay universos que están más lejos de nosotros que la nebulosa más lejana y, sin embargo, más cerca de nosotros que nuestras manos y nuestros pies. V. LOS INMORTALES Yo asistí, en el campo de concentración de Mauthausen, a los acontecimientos que voy a relatar. Esto ocurría en la primavera de 1944. Habíamos recibido un convoy de deportados que no eran hombres ordinarios. Habían pedido ser llevados a un campo de concentración. Como todo el mundo en Alemania —contrariamente a lo que ellos dicen actualmente— sabía lo que ocurría en los campos de concentración, esta actitud era cuando menos sorprendente. Por eso, Ziereis, el führer de nuestro campo, los interrogó inmediatamente. Pronto supimos lo que había sucedido. Los recién llegados contestaron: —Somos Testigos de Jehová. Nos han contado que en este lugar se cometen crímenes. Queremos ser testigos directamente y el día del Juicio, situados a la derecha del Señor, le daremos cuenta personalmente. Ziereis no era un hombre miedoso, pero se estremeció y les dijo: —Se trata de un error. Voy a hacer que los liberen inmediatamente. Entonces, los Testigos de Jehová gritaron a coroí —¡Muerte para Hitler! ¡Que perezca ese cochino! Hubo que tenerlos encerrados. Todos murieron en el homo crematorio. Pero yo no quisiera estar en el lugar de Ziereis, a quien maté personalmente el día de la Liberación, cuando tenga que explicarse ante el Rostro justo. Es decir, que yo no me siento inclinado a burlarme de los Testigos de Jehová. Ahora bien, ellos pretenden que 144.000 Inmortales están ya entre nosotros. Esta tradición de Inmortales entre nosotros es muy antigua. Ya en China se hablaba de la isla de los Inmortales donde se podía encontrar a algunos sabios del pasado. En todas las civilizaciones la tradición de una pequeña minoría de Inmortales que viven entre nosotros es fundamental. La más célebre leyenda en este terreno es evidentemente la del Judío errante. Una de sus formas menos conocida, y tal vez la más bella, es ésta: el Centésimo Nombre del Señor, el Nombre inefable, está inscrito en una espada. Cuando el Judío errante encuentra esta espada, debe ponerse nuevamente en marcha (parecería que existe un análogo negro de esa espada, la espada de la Orden Negra, la espada simbólica de las S.S., que llevaría el nombre secreto de Satán en caracteres rúnicos). El Judío errante inspiró, por supuesto, a Eugenio Sue y a Alejandro Dumas. Pero inspiró también un número considerable de panfletos que narran encuentros con ese Inmortal fatídico. Algunos lo describen, y otros, como Gustav Meyrink, dicen: Si lo ves como un hombre, es que no has despertado aún. Pero si lo ves como un símbolo sagitario en el cielo estrellado, sabe entonces que has sido elegido como hacedor de milagros. Las apariciones más conocidas del Judío errante se producen en Hamburgo en 1542, en España en 1575, en Viena en 1599, en Ypres en 1623, en Bruselas en 1640 y en París en 1644. Durante la aparición de Hamburgo, Paulus von Eisen, el obispo protestante de Schleswig, se encontró con él. En 1602, apareció un panfleto anónimo que describía ese encuentro.

Es la primera vez que vemos la leyenda, en lo sucesivo clásica, del Judío errante Ahasverus, zapatero de Jerusalén, que, cuando Jesucristo camino de la cruz, quiere descansar en su puerta, le rechaza. Jesús le dice entonces: —Yo descansaré cuando quiera, pero tú estarás caminando constantemente hasta que yo vuelva. El panfleto de 1602 fue impreso no se sabe dónde y el autor es desconocido. De él se han hecho numerosas ediciones. En el siglo xviii, y luego en el xix, el Judío errante se hace más raro. Aparecerá en New Castle en 1790 y en Salt Lake City en 1868. Con ocasión de esta visita, y por primera vez, concede una entrevista a un reportero mormón llamado O’Grady, del pe-diódico Desert News. No se ha manifestado todavía en Saint-Germain-des-Prés, pero todas las esperanzas al respecto están permitidas desde que Saint-Germain, el Rosa-Cruz inmortal, se manifestó allí. Pienso que es demasiado simplista atribuir la leyenda del Judío errante al antisemitismo eterno. La tradición de los Inmortales que viven secretamente entre nosotros no depende del antisemitismo y residía bastante natural pensar que un Inmortal haya podido asistir al acontecimiento número uno de la historia, la crucifixión. Muy recientemente, un autor dramático judío, David Pins-ky, ha recogido la leyenda del Judío errante desde el punto de vista judío. Su Judío errante no es un hombre culpable, sino un buscador inmortal que desea encontrarse en el lugar donde se produzca la venida del Mesías. Esto se parece a la versión de Meyrink. La leyenda más antigua de inmortalidad es la epopeya su-meria de Gilgamesh. El héroe encuentra en el fondo del mar una planta cuyo jugo restaura la juventud y prolonga la vida indefinidamente. Ésta es una idea bastante próxima a la Biología moderna. Sabios como René Quinton han pensado que el secreto de la inmortalidad reside en el mar. Luego, y dejando aparte al Judío errante, la leyenda de la inmortalidad física, la idea de una minoría de Inmortales entre nosotros, está tan extendida que merecería un examen más serio que los que se han llevado a cabo hasta ahora. Por lo que yo sé, el único estudio serio de un medio simple de llegar a la inmortalidad fue realizado un poco antes de la Segunda Guerra Mundial por el senador americano Roger Sher-man Hoar. Partiendo de la idea de que la vejez es causada por la acumulación de agua pesada en el organismo, Hoar dedujo de ello que el elixir de larga vida podría ser simplemente una sustancia que eliminase del organismo el agua pesada en el sudor y las orinas con preferencia al agua ligera. Semejante sustancia habría podido ser hallada empíricamente (u obtenida por contacto con los extraterrestres) en un pasado lejano, y el secreto se habría conservado por una sociedad de Inmortales muy reducida. La idea es bastante plausible y una sociedad de Inmortales semejante sería muy difícil de descubrir. Aún en nuestra época es muy fácil proporcionarse documentos falsos y modificar suficientemente la clasificación de las huellas digitales para que éstas no sean archivadas en el departamento correspondiente. Basta con untar poco a los funcionarios y esto es algo que se practica. En el pasado, cuando no había huellas digitales ni fotografías, era muy fácil cambiar de identidad y pasar inadvertido. Un pequeño número de Inmortales entre nosotros —algunos centenares en el mundo entero por generación de hombres normales— no corre el peligro de ser detectado. Aun en caso de accidente, todo lo más, se hace una autopsiaVISADO PARA OTRA TIERRA93superficial, no se toman muestras de sangre y no se realizan estudios detallados. Un Inmortal aplastado por un automóvil o que perece en un accidente de aviación no corre riesgo alguno de ser detectado. Aun cuando los Inmortales son los únicos en conocer el secreto del elixir de larga vida, otros lo han buscado sin encontrarlo. Los alquimistas en particular. La tradición china afirma que, en el siglo n de la Era Cristiana, el alquimista Wei Po-Yang descubrió el secreto de larga vida. Hizo inmortal a uno de sus discípulos y lo que quedó del elixir fue ingerido por el perro del alquimista, que se convirtió también en inmortal. Los alquimistas chinos creían que el oro era indispensable para preparar el elixir de larga vida, y como en general eran monjes taoistas que no podían procurarse oro porque eran demasiado pobres, intentaron fabricarlo y parece que lo consig

uieron. ¿Pero fabricaron también el elixir de larga vida? A pesar de las leyendas, no es seguro. En cuanto a las tentativas de los alquimistas europeos, aun cuando parecen haber logrado la Gran Obra, no se puede decir lo mismo del elixir de la larga vida, que al parecer fue hallado independientemente de ellos. En el siglo xvm, el léxico universal de H. Zedler habla de una panacea aqua que, frente a todos los análisis, aparecía sólo como un agua muy pura y que, sin embargo, prolongaba la vida y curaba numerosas enfermedades. Esta agua era distribuida gratuitamente por un tal Mon-sieur de Villars, de París, sobre el cual me gustaría saber algo más. Es totalmente posible que se trate de la primera aparición conocida de un elixir que disuelve el agua pesada. Es la misma técnica que la eliminación de agua de un carburante: se añade alcohol que arrastra el agua. Un tratado, atribuido con razón o sin ella a Paracelso, titulado De Tinctura Physicorum,que data de 1570, habla de una tintura gracias a la cual los médicos egipcios habrían vivido 150 años. Hacia el mismo período, un hombre llamado Salomón Trismosin se habría rejuvenecido varias veces, tanto en lo que respecta a su rostro como a sus cabellos y al enderezamiento de la columna vertebral. Interrogado sobre cuánto tiempo esperaba vivir, contestó: —Hasta el Juicio final. También él, al parecer, empleaba un agua modificada. En nuestra época, la sociedad secreta poseedora de este producto parece que se manifestó en el siglo xix con la curación de Goethe, que estaba condenado. Alexander von Bemius hace alusión a ello en algunas de sus obras. Se ha hablado de una intervención de la sociedad para prolongar la vida del canciller Adenauer, considerado por los miembros de la sociedad como indispensable para la causa de la paz. La cosa no ha sido demostrada, pero el propio Adenauer afirmaba que unos médicos poseedores de técnicas desconocidas habían intervenido en su caso. Goethe estuvo marcado durante toda su vida por la intervención de los alquimistas para salvarlo. En aquella época, en 1770, escribía a una amiga, la señorita Von Klettenberg: Mi pasión secreta es la alquimia. Al mismo tiempo, y probablemente bajo los efectos del tratamiento, los dones paranormales que siempre habían existido en su familia (su abuela materna poseía el don de la segunda visión e interpretaba los sueños de una manera muy freudiana) salieron a la superficie. Como Newton, se interesaba por las disciplinas paranormales, por la óptica, especialmente por la teoría del color, y por la meteorología, particularmente por la teoría de las nubes. Por el contrario, cada vez se fue separando más de las religiones y a la edad de ochenta años declaraba que la única religión a la que le habría gustado pertenecer era la de las sectas del siglo iv que querían realizar la síntesis del cristianismo, el judaismo y las religiones paganas. Encontraremos pruebas detalladas de la intervención de los alquimistas en la vida de Goethe en las siguientes referencias: R. D. Gray, Goethe the Alchimist (Cambridge Univ. Press, 1952), y A. Raphael, The Philosopher’s Stone (Routledge, 1965). Estas dos obras son vagas en lo que concierne al nombre de la sociedad que intervino. Yo no dispongo de información adicional a este respecto. Quisiera simplemente hacer observar esto: Muchos autores, y yo el primero, han insistido en el hecho de la Alemania negra que culminó en el nazismo. La existencia de esa Alemania negra es, por desgracia, indiscutible. Pero existió también su opuesta, la Alemania blanca. Y el nazismo parece que no fue capaz de destruir su centro. Es ese centro el que, aún en nuestros días, es el único que está en condiciones de dar autorización para fundar organismos de iniciación. La última de tales autorizaciones fue aquélla dada a finales del siglo xix a la «Golden Dawn». En esa autorización, el centro es designado por las iniciales S.DA. Es igualmente esta organización la que dio la autorización para crear los «círculo

s cósmicos» del escritor Stefan George. Algunos de los oficiales que participaron en el atentado del 20 de julio de 1944 contra Hitler formaban parte de esos «círculos cósmicos». Con la muerte de Alexander von Bernus, el gran poeta y alquimista alemán contemporáneo, el único lazo que yo conocía para ir a parar a ese centro desapareció. Pero su existencia es innegable como lo es el hecho de que intervino en 1770 para salvar a Goethe. Señalemos finalmente que algunos sabios tan eminentescomo Max Planck y Wemer Heisenberg se tomaron o se toman muy en serio las ideas de Goethe sobre la relación entre la alquimia y la ciencia. Es, por lo tanto, posible admitir, al menos como una hipótesis, la existencia de una sociedad de los Inmortales que intervienen raramente. Y nuestros conocimientos sobre el efecto fisiológico del agua pesada permiten al menos una hipótesis precisa sobre la función del elixir de larga vida. El lector podrá indignarse ante la idea de que el elixir de larga vida es fundamentalmente un descubrimiento químico basado únicamente en las leyes naturales. Muchos lectores esperarían más bien que el secreto de la inmortalidad comprenda esencialmente elementos espirituales. Siento el mayor respeto por las concepciones de ese género y quisiera recomendar al lector que se interese por la inmortalidad física desde el punto de vista espiritual la obra L’Immortálité physi-que, de Marcel Pouget («Editions et Publications premiéres»). Raymond Abellio, en el prefacio de este libro, menciona la existencia de una secta califomiana que publica un periódico titulado El Correo de la Inmortalidad. Este periódico escribió: Todo es posible, incluso la inmortalidad. Llegará él día en que los hombres se asombrarán de que sus antepasados, en su ignorancia, hubiesen vivido miles de generaciones en la sombra espantosa de la falsa convicción de que la muerte era inevitable. Es una bella observación. Pouget considera la inmortalidad más bien como un estado de la mente que puede ser logrado interiormente y que constituye una resistencia a la muerte. Desgraciadamente, si tan sólo con la voluntad de resistir a la muerte se lograra la inmortalidad, hay muchos deportados de los campos de concentración que se habrían convertidoVISADO PARA OTRA TIERRA97 en inmortales. Ahora bien, los antiguos deportados siguen muriendo y dentro de pocos años ya no quedará ninguno. Pouget menciona, como prueba de la eficacia de su método, que no ha consultado a su médico desde hace quince años. Yo creo que confunde los efectos con las causas y que está bien de salud porque no ha consultado al médico desde hace quince años, y no lo contrario. Su libro merece el respeto e incluso el afecto que se debe sentir por aquellos que han sufrido mucho, pero eso no impide que él repita los clichés perfectamente falsos sobre la contaminación y las tonterías habituales sobre el yoga, el prana, etc. Por el contrario, su descripción de la condición sobrehumana es muy interesante y vale la pena reproducirla: Cabe ahora preguntarse por qué yo llamo inmortalidad física —o incluso inmortal juventud— a eso que experimenté de incomunicable durante esos pocos segundos. Sin duda, porque en el fondo de mí mismo se impuso con fuerza la idea de la imposibilidad de envejecer y de morir en un estado tan formidable, tan resplandeciente, de felicidad física. La parte de mi ser de donde surgía esta impresión era un Yo que no se manifestaba de ordinario, pero que, lo sentí como una indiscutible verdad, constituía él sostén luminoso de mi vida, así como su guía hacia una existencia superior. Sólo cuenta la experiencia y ya veremos si el señor Pouget será inmortal. Yo se lo deseo vivamente, pero no creo que se pueda deducir algo práctico del método que preconiza. Si se quiere conciliar absolutamente todas las ideas, se puede creer que en su origen la sociedad de los Inmortales encontró su revelación en sus intuiciones paranormales, en la oración o incluso en los contactos con los extraterrestres. Lo que me interesa es pensar que existe un producto simple, obtenido por el tratamiento del agua en presencia de ciertos metales, entre

1— 3344 ellos muy probablemente el oro, que prolonga la vida más allá del límite que los biólogos consideran como normales. Se comprende que el secreto de dicho producto sea guardado. Hay ya suficientes problemas de superpoblación sin que vengamos también a añadir el de la inmortalidad. Pero la sociedad debe reservar este tratamiento para ciertos seres de un valor excepcional y debe también poder remplazar a aquellos de sus miembros que mueren por accidente, porque un Inmortal no está al abrigo de una guerra o de un accidente de automóvil o de avión. La Sociedad debe también velar por la salvaguarda de su secreto. Esta salvaguarda debe ser cada vez más difícil a medida que las técnicas militares se perfeccionan. En el pasado, cuando se observaba que el retrato de un hombre que vivió en el siglo xviii se parecía mucho al de un hombre del siglo xiv, sin que hubiera existido ningún parentesco, se atribuía al azar o a la reencarnación. Los que se asombraban por el parecido de ciertas firmas de hombres separados por siglos, como por ejemplo (sobre todo en forma de iniciales) las firmas de Roger Bacon y Roger Boscovitch, no insistían. Pero en lo sucesivo, si aparecen en el siglo xxi, en un fichero de la Policía, las mismas huellas digitales que en el siglo xix, se plantearán muchas preguntas. Lo mismo ocurrirá con las fotografías, aunque todas las fotografías de pasaporte se parecen, así como todas las fotografías de periódicos. Antes de la guerra, Le Canard Enchainé demostró, pruebas en mano, que el Aga Khan era la misma persona que el político Albert Sarraut y el primer ministro griego Vasconcellos. La semejanza de las fotografías de agencia era realmente seductora. Si se encuentran medios de identificación mejores aún que las huellas digitales, estructura retiniana, electroencefalograma y todos los seres humanos son fichados por medio de un ordenador central, éste se dará cuenta de que algunos humanos sobreviven a través de los siglos. A menos que la sociedad de los Inmortales no encuentre un medio para estropear a distancia dicho calculador... Cabría preguntarse si algunos de los símbolos de la sociedad no corren el peligro de ser identificados. La relación entre la manzana y la inmortalidad está tan extendida por el mundo entero, allí donde existe dicho fruto, que merecería un examen. Asimismo, la leyenda de los Inmortales que están durmiendo, pero que reaparecerán, proporciona quizás algunos indicios. La más clásica de tales leyendas es el rey Arturo, el de la Tabla Redonda, que durmió en Richmond Castle, en Yorkshire. Fue visto allí. Pero está también el rey checo Wenzel, que duerme bajo el monte Blanik y Federico Barbarroja, que duerme bajo las montañas de Turingia. (No puedo dejar de citar una acotación escénica de Victor Hugo, admirable por su ingenuidad, en Los Burgraves: «Mendigo, dime tu nombre.» «Federico Barbarroja, emperador de Alemania.» Y la acotación de Victor Hugo es «asombro y estupor». No hay para menos.) Se cita también al rey Marko, que duerme en las montañas servias, y al bandolero Dobocz, que duerme bajo los Cárpatos. Estarían también los fundadores de la Federación Suiza, Ogier el Danés, y muchos otros. Cada una de esas leyendas designa tal vez Inmortales. Está asimismo la leyenda de los Siete Durmientes de Éfeso, leyenda cristiana que volvemos a encontrar en el Corán. Hallamos también durmientes inmortales en los Nibelun-gos, que influenciaron terriblemente a Hitler, cuya consigna fue finalmente: «Alemania, despierta.» Una canción de marcha nazi dice: «Se acerca la hora en que los muertos se despertarán, incluyendo aquellos que se creen vivos.» Los mitos que hablan, aun en nuestros días, de fortalezas subterráneas de Inmortales son extremadamente numerosos. Los Superiores desconocidos, los maestros que han inspirado movimientos tales como la teosofía o «Golden Dawn»,serían Inmortales. Tendrían igualmente el poder de inmovilizar su cuerpo en un trance en el que el cuerpo no es necesario, mientras hacen un trabajo mental, reflexionan o incluso viajan por clarividencia a otras regiones del espacio. Pitágoras y Francis Bacon estarían en nuestros días todavía entre ellos. Todo esto es, evidentemente, difícil de demostrar, y no puede ser considerado como cierto. Hay quizá, sin embargo, una pista.

El registro civil debería proporcionar pistas más serias. Algunos estudios a este respecto han sido llevados a cabo por médicos forenses a los que, muy curiosamente, se ha negado la publicación y que prefieren no ser citados. Se conoce Ja fecha del nacimiento del alquimista Jean Lallemant, pero no la de su muerte. De una manera general, y contrariamente a lo que se afirma en la Prensa, nunca se encuentra en el registro civil la muerte de centenarios o de personas de más edad todavía. Cuando un periódico anuncia que una persona ha muerto a la edad de cien años, la comprobación en el registro civil generalmente no muestra más que noventa y cinco años. Un estadístico francés me decía que los centenarios no mueren nunca. El fenómeno es absolutamente general en todos los países del mundo, incluso en la Unión Soviética, pero habitualmente se rechazan las comunicaciones a este respecto. Los casos de personas, sobre todo de investigadores especializados en las ciencias secretas, cuya fecha de muerte no se puede averiguar, en tanto que se conoce perfectamente la de su nacimiento, son relativamente numerosos. Incluyendo aquellos países en los que el registro civil se lleva cuidadosamente y en las épocas más modernas. Meyrink dice poéticamente que cuando se abren ciertos ataúdes, no se encuentra en ellos un cadáver, sino una espada simbólica. Esta espada está tallada, dice, en óxido de hierro cristalino muy duro (mag- netita). También aquí, hay un simbolismo interesante. En China, habría habido Inmortales al frente de las grandes sociedades secretas, especialmente del Dragón de Esmeralda. Ni siquiera la Policía de Mao me parece que haya destruido esas sociedades secretas. Sería evidentemente interesante saber si la inmortalidad se transmite a la descendencia. En principio, los caracteres adquiridos no se han transmitido, pero muy recientemente se ha aportado un cierto número de pruebas de que el A.D.N. puede ser influenciado desde fuera. Es posible también que algunos seres hereden la inmortalidad o la vida muy prolongada sin saberlo. No dejemos el registro civil sin mencionar que es sumamente fácil tener uno nuevo y que debe de haber Inmortales que cambian periódicamente de identidad sin que ello plantee ningún problema. Las leyendas acerca de fuentes naturales de las que emana esta agua modificada que nosotros hemos llamado elixir de larga vida son muy numerosas. La más célebre� es la del conquistador español Ponce de León, que habría encontrado una de ellas en las Bahamas. Cosa curiosa. En la isla de Bimini, donde está la fuente de Ponce de León, se encuentran también reliquias de una civilización desaparecida, especialmente el famoso muro de Bimini, de diez mil años de antigüedad. La coincidencia es, cuando menos, curiosa. Fuentes de este género se encontrarían por todo el mundo. Por supuesto, los psicoanalistas han superpuesto en eso su simbolismo pueril. Lo que hay en ello de notable, es que establecen una relación entre la Luna y el agua. Ahora bien, justamente la Luna es el único mundo que no posee agua... al menos en su superficie. Por el contrario, el simbolismo religioso del agua bendita, de la fuente de vida eterna, del agua que da la vida eterna, debe ser considerado con la mayor atención. Muy recientemente, un cierto número de otras formas de agua, distintas al agua ordinaria y el agua pesada, han sido descubiertas. Citemos en particular el agua superpesada, que contiene dos átomos de hidrógeno 3 y un átomo de oxígeno, y el agua polimerizada. En algún lugar de la estructura de esas múltiples formas de agua se encuentra el secreto de la inmortalidad física. Incluso el agua ordinaria está relacionada con el cosmos. Pic-cardi ha demostrado que sus propiedades físicas y químicas cambian con el tiempo. Parece que estos cambios pueden estar relacionados con la travesía de la Tierra por diversas regiones del espacio. La trayectoria de la Tierra, que es helicoidal (combinación de la rotación de la Tierra alrededor del Sol y del desplazamiento del sistema solar hacia Vega), corta el campo galáctico en un ángulo variable, y esto se refleja en la estructura del agua. El agua modificada, el elixir de vida, el agua que disuelve el agua pesada y la arrastra fuera del organismo, debe probablemente ser fabricada en un punto concreto del ciclo cósmico. No es posible saber, tan bien guardado está el secreto, c

on qué frecuencia debe ser administrada, ni en qué cantidad. En todo caso, la fabricación es probablemente tan simple que los inmortales no deben de tener dificultades en proporcionársela. Cabe preguntarse por qué otros signos se puede reconocer a un Inmortal. La cuestión es ardua. Quizá por una falta de sueño. La liberación de la necesidad de dormir ha sido comprobada medicinalmente en varias ocasiones. Es rara, pero existe. En 1961, se estudió a un inglés llamado Eustace Bumett, que en aquella época tenía ochenta y un años. No había dormido desde hacía cincuenta y cuatro años. Gozaba de una salud excelente. El hipnotismo no actuaba sobre él. Los somníferos le daban dolor de cabeza. Permanecía, sin embargo, en cama seis horas cada noche para descansar y pasaba el tiempo leyendo, escuchando la radio o haciendo crucigramas, a lo que era muy aficionado. A decir verdad, se debería, sobre todo, reconocer a un Inmortal por la sabiduría que ha adquirido, por su desprendimiento, por el desarrollo progresivo de su inteligencia. ¿Para qué serviría la inmortalidad si se sigue siendo el mismo? Una vez más, el problema de la condición sobrehumana es el que nosotros abordamos aquí y el que está más allá de los límites de nuestra imaginación. Igual que el simio no puede imaginarnos, nosotros tampoco podemos concebir al Inmortal o al superhombre. La soledad, la insatisfacción de la vida y la falta de curiosidad son unos fenómenos de mortalidad. El que tiene el tiempo delante de él debe tener una mentalidad muy diferente de la nuestra. Y la primera consecuencia de ello debe ser la pérdida de toda ambición, de todo deseo de interferir. El Inmortal debe, en un sentido más profundo que el de Voltaire, «cultivar su jardín». Chesterton ha dicho: César y Napoleón hicieron esfuerzos inauditos para que se hablara de ellos, y se habló de ellos. Existen hombres cuya única preocupación es lograr que no se hable de ellos, y no se habla de ellos.VI. SOCIEDADES SECRETAS Y CENTRALES DE ENERGIA Me encontraba en el vestíbulo de un gran hotel de Detroit (Estados Unidos) en 1947, cuando oí unos disparos en la calle, y vi cómo desfilaban algunas personas vestidas con túnicas de púrpura y oro. Unas disparaban al aire con pistolas, otras tocaban la cornamusa y otras golpeaban tambores. Le pregunté al portero del hotel qué significaba aquello, y el hombre me contestó: —Sir, es una sociedad secreta. No es éste el género de sociedad secreta que intento describir o imaginar. Se trata de otras sociedades verdaderamente secretas. Para mostrar lo que podría ser una sociedad verdaderamente secreta, permítaseme imaginar una historieta que ocurre en un mundo ligeramente diferente a éste, muy ligeramente diferente, ya que ni la Historia ni las ciencias en conjunto, ni la técnica, serían distintas. En el mundo en que nosotros vivimos, el gran matemático Cantor, que inventó los números mayores que el infinito (o los descubrió, si creemos que las realidades matemáticas están presentes en el Universo y que nosotros no hacemos otra cosa que descubrirlas), fue tan perseguido por los otros matemáticos que se volvió loco. Me imagino un mundo en el que Can-tor, advertido por un presentimiento del peligro a que se exponía, guardó el secreto. Después de su muerte, el secreto es conservado por unos grupos pequeños. Estamos ahora en ese otro mundo, en 1973. Hay una minúscula sociedad secreta cuyos miembros se reúnen para hablar de los números más grandes que el infinito. Como esa idea no existe aparte de la sociedad, pues parecería una locura a la mayor parte de personas, ni siquiera la existencia de la sociedad es sospechada. Evidentemente, no se interfiere, no hace publicidad, no edita revista alguna, sus adeptos pasan todo su tiempo trabajando para explorar el Universo que su fundador Cantor ha descubierto. En nuestro mundo, cuando se discutieron en un congreso de matemáticos los fundamentos lógicos de los números trans-finitos de Cantor, uno de los congresistas gritó: —¡Nadie nos echará del paraíso descubierto por Cantor! Bien, en el otro mundo que yo me imagino, ese paraíso es explorado por un número limitado de hombres para los que su exploración constituye el principal interés de s

u vida. Y su existencia no es ni siquiera sospechada, ni siquiera en forma de leyenda, ya que la idea de un número transfinito no se le ocurre a nadie en este mundo. He aquí, pues, lo que yo entiendo por una verdadera sociedad secreto. Y estoy convencido de que las hay en el mundo en que vivimos. ¿Para qué sirven? Yo contesto a eso con otra pregunta: ¿Para qué sirve vivir? Los participantes de esta sociedad tienen unas vidas más ricas que las nuestras, y eso basta. No utilizan el hecho de ser miembro de ellas para lograr permisos de expendedurías de tabacos o para hacerse elegir diputado. Pero, por el contrario, no son detectables, aunque su actividad produzca efectos físicos. Me explicaré. Una sociedad verdaderamente secreta no tiene necesidad de reunirse. Basta para celebrar una reunióncon que los miembros de la sociedad posean medios de telecomunicación que no estén inventados aún en la época en que viven. Si los Rosa-Cruz de 1623 se comunicaban por un medio análogo a la radio (se tienen algunas indicaciones al respecto), tales actividades no eran detectables en aquella época. Mientras este libro se escribía, la Comisión de Energía Atómica anunció el descubrimiento del teléfono atómico. Ese teléfono sin hilo, que puede también ser una televisión o un telex, utiliza las partículas mu. Puede funcionar hasta 35 kilómetros de distancia a través de cualquier sólido, incluyendo una muralla de plomo o una plancha de blindaje. Y no es detectable por los medios electromagnéticos. La Policía, que busca las emisoras de radio empleadas por los espías o los revolucionarios, habría resultado perfectamente incapaz de detectar el teléfono atómico. Una sociedad secreta cuyos miembros se comunicaran entre sí por teléfono atómico no podría ser detectada. Asimismo, una sociedad secreta cuyo objetivo fuera la exploración del tiempo sería enteramente imposible de descubrir en una época en que se cree que la exploración del tiempo se considera una quimera. De una manera general, toda sociedad secreta cuyas actividades están más allá del radio de acción de nuestra imaginación no puede detectarse. A este respecto, con frecuencia se me ha objetado que, necesariamente, habrían existido a través de los siglos algunos traidores. Incluso entre los apóstoles, estaba Judas. Pero yo respondo que aun cuando el traidor quisiera hacer revelaciones, nadie lo creería, ya que se trata por definición, de objetos de estudio que corresponden a unas ideas que la imaginación humana corriente ni siquiera supone, y probablemente de palabras que no están todavía, y que seguramente no estarán nunca, en el diccionario. Si, por añadidura, no se produce una reunión en el sen-tido ordinario de la palabra ni existen archivos que podamos descubrir por nuestros medios, una sociedad semejante no puede ser objeto de observación. No puede ser detectada; es realmente secreta. No se trata de un gobierno invisible del mundo, ni de gentes que tengan algo que enseñar o predicar: se trata de personas que han descubierto un terreno que quieren explorar y guardar para sí, en secreto. Son necesariamente poco numerosos y aumentan necesariamente ese número por cooptación (1). Teóricamente, semejantes organismos no deberían dejar ningún rastro. Si uno se limita a un esquema puramente mecánico del Universo, este debería ser el caso. Por el contrario, si admitimos que hay campos de fuerza psíquicos, resulta perfectamente posible que a veces se produzcan efectos involuntarios. Estas sociedades secretas son, para usar una expresión de John Buchan, el gran escritor inglés autor de Treinta y nueve escalones, «centrales de energía». La noción de campo de energía psíquico es muy difícil de definir. Hay que comenzar por disipar algunos mitos. No existe energía psíquica en el sentido que la Ciencia considera energía. Numerosos experimentos demuestran que no hay un «fluido» en el sentido en que los ocultistas lo pensaban. De hecho, una sábana mojada y colocada verticalmente en un marco emite las mismas radiaciones que el cuerpo humano y por la misma razón irradia en frecuencias más bajas las radiaciones infrarrojas caloríficas presentes en la atmósfera. Es difícil creer que la simple actividad psíquica, realizada de una cierta manera produzca efectos a distancia. Sin embargo, los fenómenos de telepatía y de telequi

nesia lo demuestran. Hay que admitir, pues, que la actividad psíquica puede actuar como catalizador (2) sobre energías que están presentes (1) Cooptación: Elección de una persona como miebro de una sociedad, mediante el voto de los asociados (N. del T.) (2) O sea, producir efectos sin quedar modificada.a nuestro alrededor y que no sabemos aún detectar. El sabio americano Wheeler cree que unas energías inmensas, mayores incluso que aquellas procedentes de la aniquilación total de la materia, se hallan en la estructura misma del espacio. Su teoría se llama la geometrodinámica, y está basada en consecuencias perfectamente razonables de la teoría de la relatividad general de Einstein. Por lo tanto, no es absolutamente aberrante creer que la energía psíquica pueda actuar como catalizador sobre la energía geometrodinámica de Wheeler. Eso explicaría entre otras cosas los fenómenos de «polter-geist» (espíritus que lanzan objetos por los aires) y de un modo más amplio los fenómenos de psicoquinesia y de una forma general la telepatía. Y es posible que la actividad psíquica pueda producir fenómenos más útiles, emitir a partir de centros de energía que actúan sobre otros psiquismos o incluso sobre toda la naturaleza entera de un modo que no podemos de momento concebir con claridad. Olaf Stapledon, en Los últimos y los primeros («Denoél») emite la hipótesis de que la actividad psíquica sobre un planeta pueda perturbar su campo de gravitación. La idea no es tan absurda como parece a primera vista y la gravitación no es la más sutil de las energías imaginables. La fuerza de la gravitación es la más débil de las energías conocidas, más débil que la fuerza nuclear, y más débil también, y con mucho, que las fuerzas de atracción y repulsión eléctricas. Pero es posible que haya fuerzas aún más débiles que hayan escapado hasta ahora a los físicos, pero que no por ello dejen de existir. Igual que la gravitación, estas fuerzas modificarían el espacio, pero de otra manera. No se posee la prueba absoluta de su existencia. Se han emitido diversas teorías, sólidamente basadas en una estructura matemática. Así, el propio Wheeler, con la ayuda de Al-bert Einstein, concibió lo que él llama «los agujeros de gu-sanos topológicos». Se trata de unas trayectorias en la estructura fina del espacio que permiten pasar de un punto al otro sin franquear el espacio ordinario. Los agujeros topológicos serían un fenómeno del micro-universo, un fenómeno muy pequeño que ocurre en regiones por debajo de la longitud mínima concebible, que es del orden de 10-13 centímetros. En el interior de esa longitud más pequeña que las dimensiones de los núcleos atómicos, el espacio ordinario desaparecería para ser remplazado por energías fantásticas. Muy recientemente, los astrofísicos han inventado un fenómeno análogo, pero en los inmensos espacios del universo astronómico. Se ha demostrado que, en ciertas condiciones, lina estrella puede hundirse sobre sí misma y retirarse del espacio dejando lo que los astrónomos han llamado un «agujero negro». Semejante fenómeno se llama un collapsar. Yendo en su imaginación más allá incluso de los collapsars y los agujeros negros, irnos teóricos ingleses han imaginado recientemente que una galaxia entera puede también hundirse. Una estrella es un cuerpo sensiblemente esférico. Una galaxia, no. Se puede decir de ella groseramente que tiene la forma de un huevo. El cálculo demuestra que si una galaxia se hunde no deja en el cielo un agujero negro, sino un túnel que puede ir a otras regiones del espacio. Se trata de fuerzas enteramente nuevas que modifican el espacio. Esta energía interespacial existe en todas partes, incluso en la superficie de la Tierra. Si suponemos, tal como hemos hecho, que la actividad psíquica puede, en casos especiales, manipularla, modularla, como un grifo modula una corriente de agua o un catalizador modula las energías químicas, entonces se abren posibilidades fantásticas. Podemos, por ejemplo, imaginar que las puertas inducidas están abiertas y mantenidas por un mecanismo de ese género creado voluntaria o involuntariamente. Cabe preguntarse si los objetos materiales, convenientemente tratados, pueden almacenar energías que la Ciencia de momento ignora. La sociedad «Golden Dawn» celebraba ceremonias para «cargar talismanes». Por desgracia, las descripciones de estas ceremonias son vagas, aunque quienes habían asistido a ellas tenían la impresión de qu

e el objeto tratado estaba cargado de fuerzas extremadamente poderosas. Todas las leyendas sobre los talismanes podrían quizá ser retiradas de Las mil y una noches y contempladas con una mente racionalista. Parece evidentemente difícil, cuando se tiene una mente racionalista, creer que un cierto número de seres humanos, colocados según una determinada geometría y pensando al mismo tiempo de una cierta manera, puedan producir efectos sobre el propio espacio y las energías que contiene. La misma mente racionalista se ve, sin embargo, obligada a reconocer que la pila nuclear libera la energía atómica a consecuencia de una disposición geométrica definida de materiales extremadamente puros. La idea de un pila psíquica formada cuando se sitúa en posiciones geométricas definidas a seres humanos puros es nueva, pero no absurda. Es posible que la colocación de los seres pensantes sea más eficaz aún en terrenos energéticos nuevos que la disposición de átomos. Si suponemos unos efectos de este género producidos por el funcionamiento de una sociedad secreta, hay evidentemente dos posibilidades: — los efectos son producidos de una manera involuntaria; — los efectos son producidos voluntariamente, y el objetivo de la sociedad es precisamente el estudio de estos efectos.8 — 3344 Se puede pensar que en el origen remoto de esas sociedades secretas los efectos fueron producidos por casualidad y atribuidos a causas sobrenaturales. Se puede pensar también que con el desarrollo de las matemáticas y las ciencias físicas algunas agrupaciones lograron dominar los efectos y utilizarlos de una forma que nos resulta difícil concebir. La mayor parte de los datos tradicionales son probablemente susceptibles de interpretación en este sentido. Una vez más, hay motivos para sobresaltar a una mente racionalista. Recordemos, además de la pila atómica, el circuito impreso. Algunas líneas trazadas con una tinta especial sobre un soporte especial pueden constituir receptores o emisores de radiaciones. Se fabrican tales circuitos en grandes series a través de métodos análogos a la imprenta, y los encontramos, en particular, en todos los aparatos de transistores. Es, por lo tanto, perfectamente concebible que algunas líneas trazadas con tinta sobre un pergamino puedan producir efectos puramente físicos. Y posible que una figura geométrica trazada sobre una plancha pueda definir posiciones de seres pensantes cuyos sincronismos de pensamiento sean capaces de catalizar efectos energéticos de una naturaleza enteramente particular. Tal vez no sea inútil recordar que el fenómeno de «polter-geist» es en mi opinión un caso natural particular, de ese género de fenómeno, de la misma manera que el rayo es un caso particular, natural y espontáneo, de los fenómenos eléctricos. Igualmente, los meteoritos son un caso natural y espontáneo de astronáutica. Mucho antes que nuestros cohetes, esos bloques de metal o de piedra recorrían el sistema solar. Por consiguiente, supongamos para las necesidades de la causa que eso que, según los sabios, se llama «energía geome-trodinámica» o «energía subcuántica» pueda ser influior el pensamiento, liberado y dirigido. Según los sabios, esas energías son enormes. ¡Cualquiervolumen de espacio que nosotros llamamos erróneamente vacío contendría más energía que una bomba de hidrógeno del mismo volumen! Si esas energías están relacionadas con el psiquis deben en compensación poder actuar sobre el psiquismo. De ello resulta que las centrales de energía pueden, sin quererlo o queriendo, actuar sobre el psiquismo de los seres que están en la vecindad de la central o quizás incluso en la Tierra entera. La evolución psíquica de la Humanidad podría estar así influida en el bueno o en el mal sentido. Las centrales de energía que precedieron al nazismo pudieron influir toda la psicología del pueblo alemán en el peor sentido imaginable. Yo pienso, por el contrario, que hay organismos secretos que podrían influir sobre el psiquismo humano más aún de lo que lo hicieron las centrales alemanas, pero que no lo hacen conscientemente. No teniendo su objetivo nada que ver con la evolución de la Humanidad, deben tratar al máximo de no intervenir, lo que no impide que tengan que producirse fenómenos extraños en su vecindad y persistir quizá durante mucho tiempo, después de la destrucción de la central. Yo pienso particularmente en los fenómenos observados en el emplazamiento de ciertas encomiendas de los Templario

s. Es interesante tratar al menos de imaginar lo que pueden ser las actividades de una agrupación que posea energías mucho más poderosas que las que conocemos. Una de las actividades que se nos ocurre es el contacto con otras inteligencias. Si es posible horadar túneles en el espacio, tal vez sea posible establecer comunicaciones sin utilizar ninguno de los medios que la Ciencia ha considerado. Los contactos con otros planetas habitados, que en vano se busca establecer a través de la radio o el láser, están quizás establecidos desde hace mucho tiempo entre sociedades secretas e inteligencias de otros planetas. Me parece divertido recordar a este respecto, sin hacerla mía, la idea del cabalistaAdolphe Grad. Grad piensa que el hebreo, siendo de origen divino y no humano, es la lengua universal conocida por los iniciados del Universo entero, y propone que sea enseñada a los cosmonautas. Con la misma mentalidad, sería interesante preguntarse si la lengua universal de las comunicaciones entre todas las inteligencias no sería quizás el «lenguaje angélico» de John Dee, el gran mago inglés que fue el Próspero de Shakespeare. Todas las imaginaciones de la ciencia-ficción pueden evidentemente convertirse en realidades, entre las manos de algunos investigadores dueños de las energías interespaciales: viajes en el tiempo, etc. Pero creo que son unas ideas absolutamente nuevas, que nosotros no podemos imaginar, lo que provocan esos efectos. Sir Frederic Hoyle, el célebre astrónomo, decía recientemente en su clase de Columbia de Nueva York: —Estoy convencido de que se podrían escribir cinco líneas sobre el papel, ni una más, que podrían cambiar totalmente la civilización. Yo voy más lejos que él, y pienso que existen unas ideas que basta con pensar con fuerza dentro de un cierto marco, y por parte de un cierto número de personas, para que se produzcan unos efectos espaciales que pueden ser traducidos en fenómenos psicológicos o físicos. Pienso que han existido y que existen aún sociedades que se ocupan de ello. Sólo puedo citar un nombre de estas sociedades: «Los Nueve Desconocidos», de la India. Pero debe de haber otras. De un modo general, podemos decir que existen ciencias únicamente de reflexión, como las Matemáticas. Pero hay también ciencias experimentales. Hay incluso ciencias que establecen un puente entre las dos: la astrofísica es un ejemplo. Si bien no es posible reproducir una estrella en el laboratorio, se puede, no obstante, llevar a cabo sobre la materia, a muy elevada temperatura, algunos experimentos que nos in-forman sobre lo que ocurre o tiene aspecto de ocurrir en el interior de las estrellas. Por analogía, creo que deben existir sociedades secretas únicamente de estudios teóricos, y otras que realizan experimentos. Los resultados de tales experimentos son con toda probabilidad claramente perceptibles a observadores situados en otros planetas provistos de instrumentos análogos a aquel telescopio de detectar la inteligencia con que soñaba Teilhard de Chardin en El fenómeno humano. Pero esos resultados de experiencias deben escapar totalmente de momento a nuestra ciencia. No siempre será así y podemos concebir que la invención de nuevos instrumentos de medida obligue a los experimentadores secretos a trasladar sus actividades a otra parte, por ejemplo a esos pliegues de la Tierra de que yo hablaba en otros capítulos. O tal vez encuentren un medio de proteger sus actividades con unas barreras o unas pantallas, como se protege a las centrales atómicas. El lector podrá preguntarse por qué unos poseedores de semejantes poderes no tratan de dominar el mundo. Creo poder responder a esto diciendo que los métodos de reclutamiento de las sociedades verdaderamente secretas exigen un desinterés enteramente absoluto y un despego del mundo. Creo que esos métodos de reclutamiento imponen también un control serio de los neófitos. Es seguro que una sociedad cuyos miembros se consagren a juegos infantiles de «poder» degenera y acaba por descomponerse. Esto es lo que le ocurrió a la «Golden Dawn» y por ello poseemos algunas informaciones sobre ese descompuesto grupo. Las sociedades verdaderamente secretas no son conocidas, precisamente porque no se divierten jugando con el espacio y el tiempo, sino que llevan a cabo estud

ios serios. Se trata verdaderamente de magia y, como decía Arthur Machen: «Losmiembros de esas sociedades se contentan con una gloria secreta.» Machen ilustró su pensamiento con esta fábula: «Si Cristóbal Colón hubiera sido verdaderamente grande, habría, al descubrir América, echado su tripulación al mar. Y después de esto habría regresado diciendo que no había encontrado nada.» Mentes de esta cualidad, y las hay, no buscan obtener palmas académicas y no están atadas a universidades cuyo lema es: «Publicar o perecer.» Se contentan con actividades cuya sola descripción les implicaría hacerse encerrar por nuestros alienistas y su consigna principal es: «No te dejes coger.» Su mentalidad es la imagen invertida de la mentalidad del sabio oficial. Éste tiene la manía de divulgar la información, y es juzgado por la cantidad de informaciones que ha divulgado. Uno de mis maestros venerables, el físico Bouasse, profesor de la Facultad de Ciencias de Toulouse, decía que para lograr el premio Nobel, hay que publicar cinco veces la misma cosa, de modo que se posea así un volumen de publicaciones. Pero se puede concebir también la mentalidad inversa, que es la fobia de la publicación, que no trata de publicar en las circunstancias habituales, sino que trabaja en conjunción con algunas mentes del mismo calibre y orientadas de la misma manera. Se dice que la crisis de la Universidad se debe al hecho de que no hay elevadas inteligencias en ella. Si no las hay en la Universidad es que tal vez están en otra parte. En otra parte, es decir entre nosotros. Y yo pienso, por razones psicológicas, que sus poseedores están agrupados en células pequeñísimas y no en una vasta sociedad paralela. Deben creer esencialmente en el valor del individuo y haber escrito en letras de oro en su templo del saber la frase de Churchill: «Un camello es un caballo que ha sido diseñado por un comité.» Y también deben utilizar profusamente la divisa de Dis-raeli: «Nunca explicarse, nunca quejarse.» En unas conversaciones que he tenido sobre sociedades secretas, a menudo me han dicho: «Si todo el mundo fuera como esas personas que usted imagina, no habría progreso humano.» Lo que en el fondo equivale a decir: «Si las excepciones fueran como todo el mundo, no habría excepciones.» Dicho así, se ve que es una perogrullada. Según lo que sabemos, especialmente gracias a los trabajos de Catell sobre la inteligencia humana, parece que la curva desciende bruscamente cuando se llega a los niveles de inteligencia muy elevados, por encima de 200. Algunos se preguntan incluso si la medición de inteligencia en las regiones desconocidas más allá de 200 tiene algún sentido. Lo que parece seguro es que, en una época dada, no parece haber más de un millar de inteligencias por encima de los 200 que existan al mismo tiempo. Este millar de seres excepcionales es lo que debe constituir las sociedades verdaderamente secretas, lo que equivalei a decir que no debe de haber un número muy grande de tales sociedades. Las superinteligencias han de poseer una psicología muy particular. Uno de esos hombres superinteligentes, Norbert Wiener, que inventó la cibernética, escribió sus memorias, que se llaman «ex prodige» y que, por desgracia, no están traducidas al francés. Vemos en ellas una mentalidad muy diferente ya a la mentalidad humana corriente. Aunque existen seres humanos más inteligentes que Wiener, que era bachiller a los ocho años y doctor en Ciencias a los doce y que escribió una enciclopedia entera a los dieciséis años, no deben sentir ninguna obligación hacia la masa hostil que les rodea. Como escribió Merritt, al describir un ser semejante en la novela, no traducida al francés, El último poeta y los robots, «sabía que hay un océano espeso de estupidez que cubre el planeta y que de vez en cuando una ola de inteligencia seeleva por encima de ese océano y sabía que él era una de esas olas». Las superinteligencias no deben de sentir ninguna necesidad de beneficiar a la Humanidad con sus trabajos, la cual, por otra parte, no los comprendería. Siguen su camino y tienen que especializarse bastante rápidamente en un terreno de investigación, lo que hace que las diversas sociedades secretas, nunca demasiado numerosas, no puedan comunicarse entre sí ni interesarse por otros trabajos que no sean los suyos. Se trata de una actitud absolutamente contraria a la científica y, aún más, a la de vulgarización. La actitud de los alquimistas antiguos y modernos da una

idea de ello. En estas condiciones, ¿cuál es el interés de esas sociedades? Ya he contestado a esto: el mismo que la propia vida. Y añadiré otro: creo posible que la cima del espíritu humano no sea aparente y que se alcance precisamente en sus trabajos secretos. Probablemente, es sobre ellos que nuestra especie es juzgada por las inteligencias de otros planetas. Jacobi, el gran matemático de comienzos del siglo xix, dijo que los matemáticos no tienen más interés que el de trabajar para la mayor gloria del espíritu humano. Tal vez sea para esta mayor gloria por lo que trabajan las sociedades secretas. Y en tal caso, son quizá la parte importante de la Humanidad. En otro capítulo veremos que alguien está organizando actualmente refugios en los que una selección de la Humanidad podría sobrevivir a una catástrofe general. Es posible que sus conocimientos y sus poderes superiores permitieren en cualquier caso a las sociedades secretas el sobrevivir. Cuando Hit-ler llegó al poder, interrogaron a G. K. Chesterton sobre los peligros que la orden negra representaba para el cristianismo. Chesterton respondió: —El peligro es grave, pero la Iglesia de Jesucristo sobre-vivirá, puesto que su símbolo secreto en las catacumbas era el pez. Y como los periodistas no lo comprendían, Chesterton precisó: —Los peces fueron los que sobrevivieron al Diluvio. Yo pienso que hay sociedades secretas más antiguas de lo que se cree y que han sobrevivido a numerosos fines del mundo, a muchos diluvios, y han conservado secretos que tienen muchas decenas de miles de años de existencia. Lo cual plantea el problema de la iniciación que constituye el objeto del próximo capítulo.LAS IDEAS DE UN NO-INICIADO SOBRE LA INICIACIÓN Una salvacionista que encontré en Pigalle me preguntó una noche: —¿Ha sido usted salvado? —¿De qué? —le pregunté. Y ella no supo contestarme. En el mismo sentido, cuando un pretendido iniciado se anuncia a mí, le planteo la pregunta: —¿Iniciado a qué? Y tampoco es capaz de responder. Esto me demuestra una vez más que hasta ahora no he encontrado más que falsos iniciados. Creo, sin embargo, que los hay de verdad y como yo no estoy ligado por ninguna promesa de secreto puedo emitir algunas reflexiones al respecto. Siempre me niego a hacer una promesa de secreto. Mi oficio es la información, y la información congelada, no utiliza-ble, no me interesa. Se dice en materia de información que lo peor de las indiscreciones es una intuición inspirada. De este tipo de indiscreción, y únicamente de éste quiero hacerme culpable en el presente capítulo. Los falsos iniciados son bastante abundantes y se les pue-de pescar sin dificultad en Flore o en Deux-Magots. Chesterton, que ya los había observado en el siglo xix, los describe como aquellos que «alrededor de un vaso de ajenjo os levantan el velo de Isis y os descubren el secreto de Stonehenge». La descripción de O’Henry es aún tal vez mejor. Jeff Peters, el timador escrupuloso, funda un culto secreto y se dirige a sus discípulos: —Soy el único Sanedrín y el ostensible houpla del Pupitre interior. Los cojos ven y los ciegos andan en cuanto hago un pase cerca de ellos. Le llevan entonces un enfermo. —Tiene usted una grave inflamación de la clavícula derecha del harpsicordio —diagnostica Peters. Y como el enfermo se asusta: —¡Tranquilícese! No tiene usted clavícula, no tiene harpsicordio y nunca ha tenido nada en el cerebro. Levántese y ande. Y cuando el enfermo salta, curado, Jeff Peters da las últimas instrucciones: —Dadle un bistec y ocho gotas de terebentina. ¿Había leído Gurdjieff a O’Henry? Es bastante probable. Sólo que los estafadores que fabrican moneda falsa no impiden que haya moneda buena. Y la existencia de timador

es de la iniciación no impide que exista una verdadera iniciación. Podemos definirla así: En las civilizaciones avanzadas del pasado debió de haber también sociedades secretas avanzadas respecto del medio local y temporal. Estas civilizaciones han muerto, pero las sociedades secretas han sobrevivido. Su saber, su poder es lo que la iniciación ha de revelar. Hay ideas que uno no puede tener espontáneamente o más exactamente que sólo aparecen espontáneamente en un cerebro humano una vez en la historia de la Humanidad. Estas ideas son conservadas desde períodos muy lejanos por iniciados y a veces son comunicadas. ¿A quién? ¿Y por qué? La segunda pregunta es la más fácil de contestar. Para que ese saber no desaparezca completamente. La primera es la más difícil. Debe de haber en una generación muy pocas personas dignas de recibir el conocimiento. ¿ En qué se las reconoce, y, sobre todo, cómo los pequeños colegios de iniciados tienen conocimiento de su existencia? No lo sé. Dos veces he tratado de llamar a puertas que se abren al menos al primer peldaño de la escalera que conduce a la iniciación. Dos veces he sido rechazado por moralidad insuficiente. Robert Amadou escribe en su prefacio a la reciente edición, en la colección 10/18, de El simbolismo de la Cruz, de René Guénon: Añado que, según otros testimonios, inéditos, René Guénon, durante su estancia en Argelia (Setif, 1917-1918; Hamman Rirha, en el verano de 1918), habría recibido la baraka del célebre jeque El Alaui, de Mostaganem. Yo lo garantizo menos aún. (Sobre la terminología del esoterismo islámico, cf. infra.) Con anterioridad, René Guénon tuvo uno o varios maestros hindúes, en Francia, a principios de 1909 como máximo, según Chacornac (obra citada, página 42), y probablemente en 1904-1905, según Jean Reyor («Al margen de la vida simple de René Guénon», Etudes traditionelles, enero-febrero, 1958, página 7). Lo admito. Nunca he oído hablar del célebre jeque El Alaui, ni ninguno de mis amigos musulmanes tampoco. Tal vez Guénon, siguiendo esta ramificación, encontró verdaderamente iniciados. Pero esto no se deduce muy claramente de su obra. C. Dale King, el célebre psicólogo behaviorista, me parecemás serio. Pretende haber encontrado iniciados cuyo saber se remontaba al menos hasta el antiguo Egipto. Es bastante convincente, pero no facilita ningún medio de remontar esa línea. En las Indias, la situación es más difícil todavía. Según me han dicho, se pueden encontrar una docena de personas que han conocidos chelas o discípulos de «Los Nueve Desconocidos», pero nadie que haya visto a los propios «Nueve Desconocidos». Los chelas en cuestión, después de haber recibido un mensaje para transmitirlo o que hayan transmitido ellos un mensaje no solicitado, rehúsan toda explicación y no se acuerdan ya de nada la vez siguiente. Todo lo que se sabe es que la sociedad de «Los Nueve Desconocidos» es tan antigua como la India misma. Pero el contacto con dicha sociedad no parece fácil. Voy a tratar, atando algunos cabos, de concretar un poco las ideas sobre la iniciación. Se habla a menudo de «tradición eterna». El término es vago y demasiado general. Por definición, no es posible comprobar si alguien es inmortal ni si una tradición es eterna. Sería más racional (y este libro, ya se habrá notado, trata de mantener una mentalidad racional si no racionalista), a mi juicio, hablar de una tradición que se remonta a la más próxima a nosotros de las antiguas civilizaciones desaparecidas. Hay razones para creer que esta civilización estaba situada en la Antártida, así como para fecharla entre menos de cuarenta mil a menos de veinte mil años respecto de nosotros. Ha habido ciertamente otras civilizaciones más antiguas en los diez millones de años de la existencia conocida de la Humanidad, pero cuanto más se acentúa la distancia en el tiempo, menos huellas quedan de ellas. Una sociedad secreta de cuarenta mil años de antigüedad ya es mucho. Huellas de esta sociedad nos habrían llegado por intermedio de Egipto. Egipto, paradójicamente, se nos aparece ahora como más antiguo que la Atlántida que estaba en la isla

de Tera, en el archipiélago jónico, y que fue destruida por la erupción del volcán Santorin en el año 1400 antes de Jesucristo. (Véase al respecto la obra del profesor Galanopoulos, La Atlántida, publicada en Francia en «Presses de la Cité».) Egipto, incluso según la cronología oficial, es mucho más antiguo que esto. Y según la cronología de los arqueólogos modernos, soviéticos y egipcios, Egipto se remontaría también a menos de cuarenta a veinte mil años, lo que habría permitido contactos directos con la civilización desaparecida de la Antártida. Cabe, pues, imaginar una ilación, una sociedad secreta invisible que se formara en el seno de la civilización de la Antártida, que continuara su obra en Egipto y en la civilización de los megalitos y que siga funcionando aún en nuestros días. La comunicación de una parte o de la totalidad de la reserva de informaciones de dicha sociedad es lo que yo llamo iniciación. Es evidentemente más limitativo que la limitación habitual, pero al menos sabemos de qué se habla. Acerca de esta iniciación, citaré un pasaje de Guénon, con el que, por una vez, estoy de acuerdo totalmente. Hablando de la iniciación con relación a la ciencia oficial, escribe: Estas cosas son de las que están y seguirán estando totalmente fuera de su alcance. Por lo demás, por eso las niegan (1), como niegan indistintamente todo aquello que los supera de alguna manera, ya que todos sus estudios y todas sus investiga-gaciones, emprendidos partiendo de un punto de vista falso y limitado, no pueden desembocar en defintiva más que en la negación de todo lo que no está incluido en este punto de vista. Y, por añadidura, esas personas están tan absolutamente convencidas de su «superioridad» que no pueden admitir la existencia o la posibilidad de que haya algo que escape a sus investigaciones. Seguramente, los ciegos tendrían la misma (1) Guénon se refiere a los sabios oficiales.9 — 3344razón para negar la existencia de la luz y sacar de ello un pretexto para vanagloriarse de ser superiores a los hombres normales. (El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, página 180, colección Idées, «Gallimard».) Pero la actitud de la ciencia oficial no impide en modo alguno que estas informaciones existan. Pienso, por otra parte, que la actitud de la ciencia oficial delata entre otras cosas un cierto temor. Si la Tradición es algún día revelada, es muy posible que un gran número de sabios oficiales se encuentren completamente descalificados. Pero es poco probable que la Tradición llegue alguna vez a la superficie oficial de los conocimientos. A esa Tradición, que es susceptible de ser comunicada, lo cual constituye la iniciación, la defino, pues, como una gran masa de información importante tanto por la cantidad como por la calidad. Esta información es conservada. ¿ De qué modo? Se ha hablado mucho de las grandes bibliotecas en las que la Tradición es conservada y que se sitúan, entre otros lugares, en el desierto de Gobi o en la jungla del Yucatán. Esto es muy posible, pero es igualmente cierto que a luengas tierras, luengas mentiras. Se ha hablado también de «registros akáshicos», es decir, de información alojada en la textura misma del espacio-tiempo y que puede ser recuperada por una extensión de las facultades paranormales. Basta con leer la obra de Rudolf Stei-ner (1) para saber algo más de ello. La antroposofía no es una sociedad secreta y la documentación steineriana es perfectamente accesible. Me gustaría emitir otra idea, que, según ciertas informaciones que he recibido, sería la buena. La información tradicional, la fuente de la iniciación, estaría en todos nosotros, inscrita en nuestro código genético. (1) Sabio alemán muerto en 1925.Podría ser extraída de cualquier cerebro mediante técnicas relativamente simples. Nosotros llevaríamos la memoria de irnos antepasados muy lejanos y ella podría remontar a la superficie. En estas condiciones, iniciar a alguien no consistiría en hacerle seguir unos cursos ni darle a leer irnos libros, sino en hacer remontar a su conciencia lo que ya sabe, pero de lo que no se da cuenta. Por esto, la Tradición sería indestructible. Estaría presente en todos nosotros mientras hubiera seres humanos y sería accesible a todos. Pero no se iniciaría más que a aquellos que lo hubieran merecido. Esta teoría me parece que explica muchas cosas y precisa la naturaleza de la i

niciación. El hipnotismo ya hace remontar a la superficie informaciones procedentes de un lejano pasado. Numerosos experimentadores, de Charcot a Arthur Guidham, lo han demostrado de una manera indiscutible. La iniciación iría más lejos que el hipnotismo, utilizando otros métodos que han sido olvidados. Un iniciador actúa sobre el cerebro y el sistema nervioso del iniciado, desencadenando un proceso perfectamente natural, explicable de forma científica con independencia de todo espiritualismo y de toda teoría de la reencarnación y haciendo beneficiar así al que ha sido iniciado de lo que ya sabía. Parece que el iniciador podría también beneficiarse de ello, ya que esa información no es la misma en todos los seres humanos y no muestra el pasado y el saber bajo el mismo aspecto. De ahí las numerosas referencias al hecho de que el iniciador aprende a veces más que el iniciado. (Estas referencias se encuentran especialmente en la Cábala.) Yo no pienso en absoluto que haya que ligar la iniciación con las costumbres de las sociedades primitivas ni con los ritos de transición simplemente porque la iniciación es un fenómeno muy raro, limitado probablemente a un centenar de candidatos «recibidos» por generación y no a un fenómeno general correspondiente a la fase de la pubertad y a la entradaen la sociedad. La misma palabra es empleada para dos cosas extremadamente diferentes. A mi juicio, sería útil emplear «rito de transición» cada vez que se trate simplemente de antropología y no de Tradición, debiendo reservarse el término «iniciación» para la comunicación de la antigua Tradición. Esta comunicación debe producirse muy raramente. Es di-díficil citar una cifra; digamos trescientos por siglo y un centenar por generación. Evidentemente es muy poco, y podemos decir que la totalidad de los seres humanos vive y muere sin darse cuenta de las riquezas que llevan en sí mismos. Nuestra ignorancia de los fenómenos de la genética en conjunto nos impide responder con precisión a la mayor parte de las cuestiones que se plantean. Por ejemplo, todos los habitantes de la Antártida, en el momento en que existía la gran Tradición, ¿estaban informados de esos temas, por poco que fuera? En caso contrario, ¿cuál era el porcentaje de los que estaban informados? ¿Cómo se transmitían los paquetes de información concernientes a la Tradición y contenidos en el código genético? ¿Por la herencia mendeliana, como los caracteres ordinariamente transmitidos, o según otra ley que no conocemos? Es evidente que únicamente puede ser iniciado aquel que posee en su código genético esta información. Si no la tiene no es posible revelársela. Considerando la multiplicación de la población, la mayor parte de los caracteres genéticos han sido ampliamente difundidos. En estas condiciones, ¿cuál es la proporción de humanos que pueden ser iniciados? ¿Un 99 por ciento o un uno por millón? Yo me inclinaría más bien por la primera cifra, pero reconozco que no tengo ningún argumento serio que aportar en favor de mi hipótesis. Hay que comprender claramente —y no sólo a propósitode las cuestiones llamadas raciales en general— que la herencia es una transmisión discontinua. No se trata de «sangre que se diluye», como decían los racistas y los geneticistas de Stalin tipo Lissenko. Se trata de la transmisión de una o varias moléculas en el marco de la división de los cromosomas y de las formaciones de genes. Si se llama a la más reciente civilización avanzada anterior a nosotros, aquella que estaba en la Antártida, la «civilización cero», no se trata, como diría un racista nazi o esta-liniano, de «tener en la sangre una gota de sangre de la civilización cero». Se trata de tener o de no tener una molécula en el propio código genético. Una molécula particular, que contiene más información que todos los libros de la Biblioteca Nacional reunidos, una molécula que se reproduce automáticamente y que quizás está presente en todos los cromosomas humanos; al menos, eso es lo que yo creo. Esa molécula podría ser también un rasgo hereditario sumamente raro. Y por supuesto, todas las soluciones intermedias son posibles. La presencia de esa molécula es necesaria, pero no suficiente, para ser iniciado. Además de la posesión de la información, es preciso también que el futuro candidato posea cantidades excepcionales de inteligencia y de carácter. El lector tiene el derecho a decirme: «Pero usted está describiendo aquí una arist

ocracia hereditaria; eso no es democrático.» Totalmente de acuerdo con esa objeción. Yo no soy demócrata. La naturaleza tampoco. John W. Campbell había hecho notar ya que la oposición contra los dones paranormales es de naturaleza democrática. Estos dones no pueden ser aprendidos ni otorgados por la sociedad como premio de buena conducta como las palmas académicas. Por esto, la sociedad prefiere negar su existencia antes que admitir que los seres humanos no nacen iguales. Lo que compensa la existencia de una aristocracia hereditaria es el hecho de que no se manifiesta, que no tiene ninguna pretensión de ser una raza elegida o gobernada, que hace todo lo posible por pasar inadvertida y lo consigue. Es evidente que la existencia de una minoría superior, mutantes superiores, inmortales, portadores de conocimientos que pueden conducir a la iniciación, provocaría una matanza si fuera conocida. Los judíos han aprendido duramente a su costa el precio que hay que pagar por ser una raza elegida, y es probable que no reincidan. La iniciación no reclama nada a la masa de la Humanidad, pero tampoco le aporta nada. Es lamentable, pero es así. Hay que imaginar, pues, la existencia de una minoría presente entre nosotros que no es enteramente humana en este sentido de que poderes y conocimientos que no nos son accesibles hayan sido despertados en ellos. Estos conocimientos, estos poderes, los iniciados los utilizan en caso de necesidad como creen conveniente. Incluyendo la capacidad de transmitirlos a su vez cuando llega el momento. Es evidente que las técnicas de la iniciación no pueden ser enseñadas por correspondencia, ni enseñadas en una escuela. Se puede, no obstante, hacerse una idea de ellas. En principio, se trata de técnicas de información que permiten reconocer a los seres humanos que pueden ser iniciados. ¿Cómo funcionan esas técnicas de observación? ¿Se trata simplemente de un gran conocimiento de los seres humanos o de las técnicas paranormales en los que intervienen la clarividencia y la telepatía? ¿ Se trata de comunicación y las características de los candidatos a la iniciación son aparentes en lo que ellos escriben? No estoy en condiciones de contestar. Yo creo que se trata de telepatía y de clarividencia y que los seres susceptibles de ser iniciados deben aparecer como faros en medio de una oscuridad psíquica general. Pero es posible que me equivoque y que la simple observación en elvulgo revele características particulares que escapan al observador corriente. Uno de mis jefes en la Resistencia, el coronel Vemeuil, podía reconocer a los traidores a simple vista, en una foto e incluso por el modo como redactaban un telegrama. Nunca se equivocó. Tal vez existen seres que reconocen las cualidades superiores en una fracción de segundo a la vista de un rostro. Las técnicas de la iniciación deben comprender la activación de los centros superiores cerebrales y nerviosos que permitan extraer la información oculta y pasarla del inconsciente al consciente. Creo que se trata de una técnica de estimulación que utiliza un conocimiento profundo de la psicología, y no de drogas ni de una estimulación eléctrica y por radiaciones. Como no exigen laboratorios químicos ni aparatos, esas técnicas no son visibles ni en su equipo (si se puede emplear este término inexacto) ni en sus manifestaciones exteriores. Recientemente, un Primer Ministro visitaba el Instituto Henri-Poincaré un día de huelga del Centro Nacional de Investigación Científica. Señalando con el dedo a los matemáticos, preguntó: —¿Están en huelga? A lo que el director del Instituto Henri-Poincaré contestó: —¿Cómo distinguiría usted un matemático en huelga de un matemático que no lo está? Esta pequeña anécdota tiene miga. Las actividades superiores cerebrales y nerviosas no son visibles ni audibles. No pueden ser descubiertas por los medios ordinarios. Una ceremonia de iniciación puede tener lugar en el París actual, en un local muy corriente, sin despertar la menor atención. Y esto debe manifestarse, aunque no todos los días ni todos los años. Escritores como René Guénon o Arthur Machen han ha-

blado de una «contra-iniciación» o anti-iniciación. Ignorando todo lo que atañe al tema, no puedo hacer otra cosa que remitir a esos autores. En el esquema que ofrezco, que no es místico sino racional y que no recurre a las fuerzas «de lo alto», no hay razón tampoco para que lo haga con las fuerzas «de abajo». Este esquema quizá no sea suficiente, pero me parece que tiene la ventaja de recurrir a nociones conocidas sin ninguna especiede trascendencia. Esto podrá extrañar, pero yo creo que la noción de iniciación no es ni más ni menos maravillosa que la aparición de la vida y de la conciencia en general a partir de las albúminas y de los aminoácidos. No podemos, por supuesto, reducir la conciencia a los aminoácidos, como tampoco se puede reducir la iniciación al esquema que yo doy de ella. Únicamente podemos decir algo concreto sobre las albúminas y los aminoácidos, de la misma manera que podemos decir algo concreto sobre una transmisión hereditaria de conocimientos y de poderes latentes, que pueden ser despertados. ¿La recepción del conocimiento iniciático es un acto de voluntad? ¿Puede rechazarse? ¿ Hay que pedirla? Otras tantas preguntas sobre las que la Tradición sólo da respuestas vagas. Pienso que hay que pedir y que estamos en condiciones de rechazar. Pienso que el candidato que se ha negado guarda después su secreto. Por contra, creo que un candidato a la iniciación no puede ser rechazado. Se habrá estudiado de entrada su naturaleza y su estructura mental y nerviosa de manera que se pueda decir si posee las capacidades necesarias, antes incluso de preguntarle si desea ser iniciado. ¿Cuánto tiempo dura la iniciación? Por lo que sabemos de ese fenómeno superior, se trata de una operación mental fuera del tiempo y que nos parece como instantánea. Gérard Cordonnier ha descrito tales estados en un texto que se llama Videncia y matemáticas. Ha descrito cómo, en un tiempo sí no nulo al menos muy corto (entre dos golpes de remo, mientras estaba remando), tuvo la iluminación de verdades abstractas, que incluso en el lenguaje condensado de las matemáticas llenan varias decenas de páginas y exigen a un buen matemático un mes de estudio. Algo de ese tipo debe de producirse, más intenso y más breve todavía, en el momento de la iniciación. La Tradición judía simboliza esto mediante la leyenda del «Centésimo Nombre del Señor» en el cual es suficiente pensar para gozar de la sabiduría y el poder. Pero, contrariamente a la tradición de la iniciación, la Tradición judía afirma que el Centésimo Nombre del Señor no puede ser comunicado desde el exterior y sólo es posible obtenerlo desde el interior. Más próximas a la ceremonia de la iniciación son las máquinas de calcular ultrarrápidas con las que se pueden realizar operaciones en la milésima parte de una millonésima de segundo (1). Este intervalo de tiempo está evidentemente fuera del alcance de nuestra imaginación. Unidades especiales de tiempo, como el nanosegundo y el picosegundo, han sido creados por los especialistas. Por pequeñas que sean estas unidades, son aún muy grandes si las comparamos con la duración de una vibración de un foton gamma. No hay, por lo tanto, nada de anticientífico en la idea de una compleja operación mental que se desarrolla en un tiempo extremadamente pequeño en la escala de nuestras percepciones. Con relación a esos intervalos sumamente pequeños, el ritmo de vibración que se descubre en el cerebro, del orden de una décima de segundo, es enormemente largo. Verdad es que estas vibraciones son un fenómeno secundario; no son más que descargas que se producen en el cerebro, pero que no (1) Estas máquinas inventadas por el hombre trabajan, sin embargo, en intervalos de tiempo demasiado pequeños para ser detectados por un sistema nervioso normal.tienen relación directa con el pensamiento. Todo lo que se sabe es que tienen ciertos ritmos, todos ellos del orden de nna décima de segundo, correspondiendo el ritmo alfa a la ausencia de pensamiento, al reposo cerebral, y el ritmo teta a un pensamiento extremadamente rápido. Pero no son de ningún modo ondas de pensamiento y si tales ondas existen no están en el espectro electromagnético. La comunicación instantánea de un cerebro a otro no necesita, por lo demás, de la telepatía. A priori, puede producirse a través de la observación directa de ciertos ges

tos. Basta trazar con tiza un círculo alrededor de un pollo para que el funcionamiento del cerebro de éste quede totalmente paralizado (1). Por el contrario, deben de existir ciertos gestos (estudiados en las logias especiales de la masonería) cuya sola visión pueda activar un cerebro. Es posible también que el contacto directo, una mano colocada sobre un puño, por ejemplo, permita una comunicación sumamente rápida y que transmita muchas informaciones, de amplias bandas de tráfico, como dicen los especialistas de la teoría de la información. Wolf Messing, en Rusia, llega así a hacerse transmitir únicamente por contacto en su puño o en su hombro la situación compleja de una calle donde el tránsito automovilístico es importante, y llega a conducir un coche, en medio de un tráfico intenso, con la cabeza cubierta por una capucha totalmente opaca. Percibe gracias a los sentidos de otra persona presente en el coche. Según su propio análisis del fenómeno, no se trata de telepatía, sino de signos que le son transmitidos por quien le toca y que él llega a interpretar. Esto parece tan increíble que uno preferiría creer en la telepatía. Pero Messing, en este caso particular y con respecto a la interpretación de esta experiencia particular, no cree en ella. (1) Esto funciona también cuando se traza una simple línea recta delante de un pájaro. Por increíble que ello pueda parecer, pretende que las variaciones de presión que su ayudante ejerce sobre su puño o su hombro le transmiten la imagen de una calle llena de coches en movimiento, con la suficiente rapidez y precisión como para que él pueda conducir. Acabo de decirlo, y lo repito. Esto no parece creíble, pero el control ha sido efectuado por sabios soviéticos muy hostiles a Messing. Se puede, pues, admitir como hipótesis de trabajo, que una simple mano colocada sobre la cabeza o el corazón pueda transmitir la iniciación. En este caso la ceremonia de iniciación estaría representada claramente sobre muchos frescos y bajorrelieves, sin que esta representación inmóvil pueda revelar nada del secreto. Lamento no poder decir nada más sobre el particular. Los alquimistas chinos decían: «Los que saben no hablan. Los que hablan no saben.» Yo me encuentro desgraciadamente en la situación de aquel que habla pero que no sabe. Pero como los que saben no dicen nada, permítaseme al menos emitir algunas hipótesis racionalistas. Tal vez les parezcan ridiculas a los que saben, pero a mí me parece que ofrecen algún interés.VIII. UNO DE LOS QUE GUARDAN LAS LLAVES DE LOS SECRETOS DE LA MAGIA... La leyenda del Caballero Blanco que voy a contar, no puede, por desgracia, ser presentada más que como una leyenda. Cuando estos acontecimientos ocurrieron en Lyon, yo me encontraba ya en el campo de concentración y, por lo tanto, no asistí a ellos personalmente. Después de la guerra, recogí algunos testimonios y asimismo los solicité por intermedio de un semanario hoy desaparecido y que se llamaba Demain. Recogí muchos testimonios, todos contradictorios. Todos procedían de algún no-lionés que había residido en Lyon durante la guerra. Los propios lioneses no hablan nunca y tampoco han salido de su mutismo en esta ocasión. Estamos, pues, en el Lyon ocupado. Lugar destacado de la Resistencia y el más terrible de la ocupación. A comienzos de 1944, apareció allí un hombre que se hacía llamar el Caballero Blanco, que quería combatir al nazismo a través de la magia blanca. La Gestapo tuvo noticias de ello, y un día de mayo de 1944 rodeó la villa en la que vivía este personaje, en los suburbios de Lyon. Unos agentes de la Gestapo lo vieron entrar, y diez minutos más tarde ellos mismos penetraron en la villa. Estaba vacía. No se encontró ningún pasaje secreto ni ninguna explicación racional. El relato de la Gestapo llega ala conclusión de un «caso inexplicable». El personaje había desaparecido sin dejar rastro (spurlos, en alemán), como si hubiera estado a bordo de un buque hundido por la marina de guerra alemana. Para cualquiera que no conozca «Lyon les Mystéres», la historia parece demasiado bonita. Para un lionés, no tiene nada de asombrosa. Está dentro de la vida cotidiana de una ciudad más misteriosa que el Tibet.

Yo mismo soy lionés de adopción, y algún día contaré historias lionesas que nadie creerá. Pero me parece que el interés de esta leyenda radica en que se trata de una manifestación muy moderna (1944), de una noción muy antigua y reconfortante: que la Humanidad no está sola y que tiene un protector. Esta noción se encuentra en la historia más antigua, en los mitos más remotos. No hay que confundirla con la noción de la venida del Mesías, que debe significar el fin de los tiempos y que los cristianos llaman la parusía. El Protector, por el contrario, está en el tiempo, en la Historia e intervendrá para impedir las catástrofes y para defender a la Humanidad. Éste es el mito que está en la base de la caballería y que Cervantes parodiaba. Éste es también el mito que constituye el secreto de los Templarios, los cuales se consideraban como representantes directos del Protector. En literatura, ese mito ha estado, por supuesto, muy explotado, y frecuentemente con mucho genio. Dos ejemplos del género, ambos descritos por celtas, son La ciudad del abismo, de Arthur Conan Doyle, y la trilogía de C. S. Lewis: El silencio de la tierra, Perelandra y Esta fuerza horrorosa. En los mitos, vemos, desde Sumer y hasta el Caballero Blanco de nuestra época, la aparición del Protector. En América del Sur, donde es blanco, pelirrojo y tiene una nariz corva semita, a menudo es descrito como procedente de las estrellas. En la tradición judía, se proclama Maestro delDavid 2 30LPsoDEL PROTECTOR: El escudo deamartlL iI j Salorr]on- Se so,ían ver en forma de estrellas SUnníc „ l evaías p°r los ludios durante la ocupación. Los color azul banderas deI Estado de Israel las ostentan en-10-3.344Nombre, y su última encamación histórica es Sabbataí Zvi, en el siglo xix. El primer nombre que se da al Protector es el de Gilga-mesh. En esta forma, la leyenda es seguramente sumeria y se remonta quizá todavía más lejos. Encontramos en ella notas muy curiosas. Una versión completa, descubierta por los arqueólogos en la biblioteca de Asurbanipal, data del tercer milenio antes de Jesucristo, pero se conocen otras incompletas y más antiguas, y no sería exagerado asignar a la leyenda de Gilgamesh una antigüedad de ocho mil años. Gilgamesh es presentado de una manera curiosamente aritmética. Es dios en dos terceras partes y hombre en una tercera. ¿Nos hallamos aquí ante un código genético y una ascendencia extraterrestre? Es lícito preguntárselo. En cualquier caso, Gilgamesh es eterno. Atraviesa los océanos y trae, de otro mundo que, geográficamente, es uno de los dos continentes americanos (norte o sur, es imposible determinarlo) la historia de un Diluvio Universal. Se encuentra con un anciano alto que ha sobrevivido al Diluvio y que se llama Ut-napishtim. Este anciano le revela a Gilgamesh el secreto de la inmortalidad que, por supuesto, está ligado al agua y más exactamente al océano: —No hay nada eterno en la Tierra, pero en las profundidades del mar existe un árbol que se parece al espino blanco, y si un hombre llega a aproximarse a él y gustar sus frutos recuperará su juventud. Gilgamesh se volverá eterno e intervendrá a lo largo de la historia de la Humanidad para su defensa. Volvemos a encontrar, bajo otros nombres y otros rostros, a ese personaje en todas las tradiciones humanas. Se podría evidentemente decir, con una cierta ironía, que el Protector no ha impedido tremendos desastres ni matanzas. A esto cabe replicar que, sin la intervención del Protector, la cosa habría podido ser peor. Entre los mayas se encuentran descripciones del Protector misteriosamente semejante tanto a la leyenda de Gilgamesh como a la del Caballero Blanco, así como a un gran número de leyendas medievales. Para algunas formas de la leyenda, el Protector será el Rey del Mundo de las tradiciones asiáticas que interviene a veces en defensa de los hombres. En dicha forma, la leyenda del Protector aparece en Europa a finales del siglo xix en la obra de Saint Yves d’Alveydre. Éste habla (página 27 de Misión de la India en Europa) del origen del Rey del Mundo:] ¿Dónde está la Agartha? ¿En qué lugar preciso se encuentra? ¿Por qué ruta, a través de qu

eblos, hay que caminar para penetrar en ella? A esta pregunta que, no dejarán de plantearme los diplomáticos y los militares, no me conviene responder más de lo que lo voy a hacer mientras la alianza sinárquica no esté realizada o, al menos, firmada. Pero como sé que el momento en que estalle un posible conflicto, sus ejércitos deberán forzosamente pasar por allí, o bordearla, es por amistad hacia esos pueblos europeos, como también por la propia Agartha, que no temo proseguir la divulgación que he comenzado. En la superficie y en las entrañas de la Tierra, la extensión real de la Agartha desafía la opresión y la coacción de la violencia y la profanación. Sin hablar de América, cuyos subsuelos ignorados le han pertenecido desde una antigüedad muy remota. En Asia solamente, cerca de quinientos millones de hombres conocen más o menos su existencia y su grandeza. Sabremos más sobre la extraña personalidad de Saint-Yves d’Alveydre cuando aparezca el libro de Jean Saunier, Introducción a las investigaciones de Saint-Yves d’Alveydre. Encontramos ya elementos interesantes en la obra de Jean Saunier, La Synarchie, aparecida en CAL. y en «Grasset». Saint-Yves d�Alveydre era un personaje muy curioso, que entre otras cosas había inventado una máquina de explorar el tiempo, que él llamaba «el arqueómetro». La Misión de la India en Europa fue destruida por el propio Saint-Yves d’Alveydre a consecuencia de unas amenazas. Pero sobrevivió un ejemplar y la obra fue reeditada en 1910 para ser nuevamente quemada por los nazis. Un cierto número de otros documentos concernientes a Saint-Yves d’Alveydre desaparecieron, especialmente su expediente de funcionario que se volatilizó misteriosamente en los Archivos, lo cual es más bien raro. Él pretendía haber recibido la visita de un emisario del Protector y se tomó bastantes molestias para difundir un mensaje real o imaginario procedente de Asia. Lo interesante, en las tesis de Saint-Yves d’Alveydre, es que él vincula el mito —o la realidad— del Protector con la existencia de unos países desconocidos que para mí constituyen repliegues dimensionales de la Tierra. El Rey del Mundo, el Protector, tendría a su disposición un centro, una central de energía. Sobre este centro, Madame Frieda Wion (El reino desconocido, ediciones «Le Courrier du Livre», 21, rué de Seine, París, 6), escribe muy adecuadamente: El «Rey del Mundo», el «Jefe», instala su reino allí donde se encuentra y donde le parece que mejor responde a las necesidades de la época. Si bien hay en la leyenda una geografía sagrada, ésta sólo se torna sagrada por el establecimiento del centro: todo lugar se sacraliza por su presencia. De Egipto y de China pasó a Irlanda y luego a Delfos. ¿Dónde se encuentra actualmente? ¿Está ya en otro planeta? Si creemos que la aventura del Caballero Blanco en Lyon ocurrió verdaderamente, podemos llegar a la conclusión de que el Protector, sintiéndose amenazado, regresó al centropor vías que no discurren a través del espacio normal. Regresará de allí, tal vez, cuando se tenga necesidad de ello. En todo caso la idea es sumamente reconfortante. Sería interesante examinar si la aparición de la caballería, tanto en Occidente como, bajo una forma distinta, en el Islam (véase a este respecto el notable libro de Pierre Ponsoye, L’Islam et le Graal, colección La Tour Saint-Jacques, «Denoél»), no ha sido el resultado de una intervención directa del Protector. Yo no trato con ello de negar el aspecto de la caballería que Marx consideraba como ejemplo de una «superestructura», conjunto de mitos y de hechos destinados a defender los intereses de una clase. Digo que la explicación marxista es válida, pero, como ocurre frecuentemente con las interpretaciones marxistas, incompleta. Hay algo más que aspectos económicos en la caballería. En la caballería hay también un arquetipo, y es el del Protector. Se le llame Padre Juan, Maestro Secreto del Templo, o con otros nombres, se trata siempre de él. Y ese arquetipo aparece también en el Islam (véase, por ejemplo, la obra del profesor Henri Corbin, Terre céleste y Corps de Résurrection). Madame Frieda Wion cita un bello pasaje de este libro, que se relaciona directamente con las ideas expresadas en esta obra: repliegues secretos de la Tierra, países desconocidos, y altos personajes que proceden de allí:

Cuando en los tratados de los antiguos sabios te informes de que existe un mundo provisto de dimensiones y estudios distintos al de la pleroma de las inteligencias, y de que ese mundo, gobernado por él mundo de las esferas, un mundo en el que se encuentran ciudades cuyo número es imposible de calcular, entre las que el propio Profeta nombró Lábalqua y Jarbasa, no te apresures a clamar contra la mentira, ya que ese mundo llega a ser contemplado por los peregrinos del espíritu, y ellos encuentran allí todo lo que constituye objeto de su deseo. En cuanto a la turba de impostores y falsos sacerdotes, aun cuando los convenzas de que mienten mediante una prueba, no por ello dejarán de desmentir tu visión. Entonces, guarda silencio y ten paciencia. Pues si llegas hasta nuestro libro de la «teosofía oriental» sin duda comprenderás algo en lo que antecede, a condición de que tu iniciador sea tu guía. Si no, sé creyente en la sabiduría. Por la misma época, vemos, entre los judíos una abundante literatura, en la que el Protector debe venir a la Tierra por un puente de papel. Esta concepción tan curiosa es interpretada generalmente en el sentido de que es el estudio de los textos sagrados lo que puede permitir ponerse en contacto con el Protector. Cabe imaginar otras concepciones, y yo me canso de repetir la frase tan profunda de Meyrink que, partida en dos, constituye el título de este capítulo y del siguiente: «Uno de los que guardan la llave de los secretos de la magia ha permanecido sobre esta Tierra y reúne a los Elegidos.» Ha permanecido sobre esta Tierra... Así, pues, puede viajar a otros lugares, a otras Tierras. Este aspecto me parece sumamente importante, y yo no creo que haya que pensar necesariamente en otras Tierras en forma de planetas. La concepción de los pliegues dimensionales de esta Tierra, que la cita de Henri Corbin que acabamos de leer expresa de una forma tan magnífica, me parece igualmente válida. El protector se ha quedado en esta Tierra cuando el camino que conduce a través de las puertas inducidas hacia otras Tierras ha sido descubierta. El Protector pasa la mayor parte de su tiempo sobre la Tierra. ...y reúne a los Elegidos. Insistiremos sobre este aspecto del Protector en el capítulo siguiente. Pero es bastante probable que ciertas sociedades como los Templarios y las sociedades islámicas «correspondientes» fue* ran, en ciertas épocas de la Historia y en algunos lugares, representantes del Protector. No insistiré sobre los Templarios, de los que ya se ha hablado mucho. Pero me gustaría hablar de una orden mucho menos conocida, dado que es más secreta y que existe aún en nuestros días en Inglaterra. Es la Orden del Grial. Tiene su sede en una abadía del país de Gales, en un pueblo que no figura en los mapas desde el siglo xrv. Las leyendas que se refieren a la Orden del Grial deben de ser sumamente exageradas. Se le atribuye la estabilidad y la supervivencia de Inglaterra, se la considera como el lazo, más allá de la realeza inglesa, que sigue uniendo los intereses divergentes que dominan Inglaterra. Se hace de ella la representación de la verdadera Inglaterra, que se llama Logres por oposición a la «nación de pequeños tenderos», como decía Napoleón, que es sobre todo lo que se ve de Inglaterra superficialmente. El jefe de la Orden del Grial sería al mismo tiempo el Pendragon, es decir el jefe espiritual del celtismo. Lleva en un dedo un anillo adornado con una amatista que ha cristalizado de modo que forma los peldaños de una escalera. (Que no me digan que es científicamente imposible. Es científicamente imposible, pero yo vi el anillo en el dedo del Pendragon, en Penzance, País de Gales, en 1953.) En 1940, cuando amenazaba el desastre, algunos objetos pertenecientes a la Orden del Grial y que llevaban la marca de san José de Arimatea partieron de Inglaterra para ser con-fiados al escritor John Buchan, que era entonces gobernador del Canadá. Una vez pasada la amenaza y a comienzos de 1941, esos objetos regresaron a la abadía de la Orden del Grial. Himmler y la sociedad de la que se ocupaba particularmente, la Sociedad de la herencia de los Antiguos o Ahnenerbe, se interesaba especialmente por estos objetos, y la invasión de Inglaterra habría sido precedida por una incursión de paracaidistas para apoderarse de ellos. Se pueden hallar referencias precisas sobre el particular en los expedientes del proceso de Nuremberg, en el capítulo

Ahnenerbe. Se cita a menudo, entre las intervenciones directas del Protector, una serie de incendios que estallaron en Londres el año de la gran peste en el siglo xiv. Los hogares que eran focos de peste ardieron con una llama muy curiosa parecida a la de una fogata y la propagación de la epidemia se detuvo. De lo contrario, es probable que una parte aún más importante de la población de Inglaterra hubiera perecido. Podemos encontrar referencias detalladas en este sentido en Daniel De-foe (La gran peste de Londres). Se puede ver también una intervención del Protector en la resolución del Colegio Invisible de fundar la Academia Real de Ciencias y sacar así de la clandestinidad un cierto saber. Esta decisión es el fundamento de la ciencia moderna y de la tecnología que se deriva de ella y, a pesar de las protestas de los pesimistas, se puede afirmar que constituyó una resolución bienhechora para la Humanidad. Sería evidentemente tentador relacionar con precisión al Protector con el Dios blanco de América del Sur, Kukulcan Quetzacoatl. Pero faltan los elementos, ya que todos los documentos —y había muchos— fueron quemados por la Inquisición, y especialmente Diego de Lando. Se puede simplemente decir que no hay ninguna razón para que el Protector se vea limitado por la tecnología de su época y que no pueda desplazarse libremente a los cinco continentes de la Tierra y talvez a otras Tierras utilizando medios que nosotros aún no hemos inventado. Es entre estos desplazamientos del Protector que pienso poder contar una historia extraña que la mayor parte de las veces se presenta como un viaje de Jesucristo al Tibet. Mis principales fuentes en este sentido proceden de los mormones. Es de buen tono burlarse de los mormones. De ellos, uno no recuerda más que la poligamia y la novela de Pierre Be-noit, y cuando unos amables jóvenes nos traen a domicilio el Libro de los Mormones, éste por regla general va a parar a la papelera. Se olvida sencillamente que la universidad de los mormones en Salt Lake City figura entre las más importantes de los Estados Unidos. Su importancia se ve actualmente acrecentada, ya que es la única universidad americana en la que se trabaja estando las demás ocupadas sobre todo en el consumo de drogas y la fabricación de cócteles Molotov. En Salt Lake City, los estudiantes trabajan realmente y los profesores se dedican simultáneamente a la enseñanza y a la investigación, lo que convierte a esta universidad en el centro de la investigación científica del continente norteamericano. Todos los movimientos mormones exigirían un estudio serio e imparcial y la documentación que poseen es única. Ahora bien, según dicha documentación, así como según algunos documentos chinos y tibetanos, un personaje muy importante visitó el Tibet, aproximadamente en la época de Jesucristo. Pero ese personaje no ha pretendido nunca ser Jesús. Se trataba probablemente del Protector, del que descubrimos así un rastro entre sus viajes a América del Sur y la EdadMedia. De Gilgamesh al Caballero Blanco, se pueden señalar apariciones del Protector a lo largo de irnos seis mil años. Yo no he conseguido descubrir en ello una periodicidad simple o cualquier otra clase de regularidad. Si queremos ir más lejos que Gilgamesh en el pasado, podemos pensar en los señores de Dyzan, que aportaron a los hombres el fuego, el arco y el martillo. Si queremos ascender a nuestra época, podemos evidentemente asimilar el Protector a un cierto número de profetas auténticos de nuestro tiempo. La dificultad estriba en la palabra «auténtico». Algunos de los defensores de religiones en nuestra época son aparentemente verdaderos profetas, pero otros son impostores. Es difícil para un contemporáneo juzgar, sobre todo si tiene como yo una mente sarcástica y racional. No obstante, me sentiría inclinado a considerar a Pak Subu en Indonesia y al o a los dirigentes de la Soga-Gokka�i del Japón como manifestaciones del Protector. Al lector corresponde estudiar el movimiento Subud de una manera imparcial —los documentos no faltan— y juzgarlo. A propósito del movimiento Soga-Gokkái, y en general del Japón moderno, hay que señalar una cosa interesante. Cuando el emperador del Japón renunció a su divinidad para capitular en agosto d

e 1945, se produjo una consecuencia imprevista. Un gran número de documentos de los monasterios, que estaban reservados a la familia imperial, se hicieron accesibles a los investigadores e incluso en ciertos casos se inició su publicación. Aún no he visto el conjunto de dichas publicaciones, pero amigos japoneses me dicen que proyectan alguna luz tanto sobre las visitas del Protector como sobre contactos con los extraterrestres. Una parte de estos documentos va a ser publicada en inglés en el periódico de la Soga-Gokkaí. En todo caso, es cierto que si la Soga-Gokka�i triunfa en sus objetivos, si consigue establecer, primero en Japón y luegoen China (donde va a abrir unas ramas) la fraternidad entre los hombres, el efecto sobre la Humanidad será tan importante que cabrá preguntarse si en esta ocasión la Humanidad no se habrá beneficiado de un socorro sobrenatural. La Soga-Gokkaí, que fue perseguida por todos los gobiernos japoneses desde el siglo xm, sale ahora nuevamente a la superficie y se dispone a predicar el amor y la fraternidad entre los hombres, en tanto que la violencia está resurgiendo plenamente en Japón. Los estudiantes izquierdistas japoneses despellejan a sus adversarios cuando los capturan, y el izquier-dismo japonés ha mostrado recientemente de lo que es capaz con ocasión de la matanza del aeródromo de Lod, en Israel. Si la violencia puede ser vencida por la fraternidad entre los hombres y si ese movimiento puede extenderse a China, toda la historia de la Humanidad será cambiada. Y cuando los historiadores del tercer milenio hayan estudiado este fenómeno, tal vez comprobarán que ha habido alguna intervención. En California hay numerosas sectas que se valen del Protector, pero hay suficientes motivos para desconfiar de California donde la demencia más caracterizada anda pareja con la renovación religiosa y mística más sincera. Lo que resulta notable es que en sesenta siglos de actividad el Protector no haya fundado nunca una religión. Parece que éste no es en absoluto su objetivo y que lo que trata es de intervenir en momentos precisos de la historia de la Humanidad —tal vez tiene conocimiento anticipado de esos momentos— más que asegurar la salvación de la Humanidad a través de la religión. Todo el problema de la decadencia de las religiones y de la ascensión de otra cosa es demasiado importante y complejo para que yo pueda tratarlo aquí. Es indiscutible que las religiones reveladas están «perdiendo velocidad». Tratan de solucionar el problema haciendo política y es poco probable que eso las salve. Algo distinto vendrá. Talvez las nuevas religiones como el bahaísmo o el subud, tal vez una religión basada en contactos con los extraterrestes, o a falta de contactos en una actitud diferente hacia el cosmos (Olaf Stapledon podría ser considerado como el primer profeta de semejante religión cuya Biblia sería su libro Creador de estrellas) y tal vez algo totalmente diferente de lo que por el momento no tenemos ni idea. Todo lo que yo querría hacer remarcar es que cualquier futurología basada únicamente en predicciones relativas a la producción de acero y al producto nacional bruto debe fracasar necesariamente porque no tiene en considei ación el vacío dejado por las religiones. (Sobre los efectos de este vacío en la juventud americana, no me cansaría de recomendar el reciente libro de John Searle, La guerra de los campus, publicado en «Presses Universitaires» de Francia.) Pero volvamos al Protector. Su poder es evidentemente limitado, o bien no quiere utilizarlo íntegramente. Verdad es, en efecto, que si todos los problemas de la Humanidad tuvieran que ser resueltos por una intervención sobrenatural, eso no resultaría bueno para la Humanidad, pues no llegaría nunca a la edad adulta. Lo que no impide que la Humanidad reclame tales intervenciones. Un ejemplo notable es la Primera Guerra Mundial. Mientras los alemanes llevaban cinturones grabados con las palabras «Gott mit uns» (Dios está con nosotros) los ingleses se persuadieron fácilmente de que los ángeles de Dios combatían a su lado y de que mataron soldados alemanes en Mons con flechas fantasmas. Durante la Segunda Guerra Mundial, tales leyendas se multiplicaron. Una de ellas, muy curiosa, que invoca al mismo tiempo al Protector y la Cábala, procede de Safed, poblado de los cabalistas en Israel. Parece que en 1941, cuando se esperaba una invasión del Próximo Oriente por los nazis, el Protector se apareció en Safed y dijo que el porvenir estaba indeciso po

rque el valor cabalístico de las palabras «Siria» y «U.R.S.S.» era el mismo. Pero al mismo tiempo declaró: —Yo intervendré para que sea la U.R.S.S. y no Siria la que sea atacada. Es una bella leyenda, totalmente dentro del estilo de las leyendas judías de la Edad Media. Me gustaría que Chagall la ilustrara sobre una vidriera. Podría representar una balanza en equilibrio, con Siria en un platillo y la U.R.S.S. en el otro... Yo he citado, sobre todo, leyendas celtas y judías sobre el Protector, pero esto se debe sencillamente a que son las que conozco mejor. Las hay en Africa, donde se han atribuido poderes sobrenaturales a Patricio Lumumba. Las hay en todas partes donde los hombres son oprimidos. Se han llevado a cabo estudios interesantes sobre la religión de los oprimidos. El Caballero Blanco ha aparecido y ha desaparecido en un clima de derrota y de opresión. Desde la Guerra de los Seis Días, el Islam vive en la espera de un profeta que invierta la situación. Plegarias especiales se efectúan con este objeto en las mezquitas y especialmente en la de El Arham, en El Cairo. (Véase, respecto de la «guerra santa», el admirable libro de John Buchan, Le Prophéte au manteau vert, que sigue estando de actualidad.) En un clima cultural totalmente distinto, pero continuando la misma idea, Isaac Deutscher, al hablar de Trotsky, emplea la expresión «el Profeta armado». Pero parece que el Protector no emplea armas, sino una manipulación psicológica de la Historia que, de momento, se halla fuera de nuestro alcance. Se parece bastante al personaje de Isaac Asimov, de la serie Fundación, llamado el mulo. El personaje de Asimov, cambiando por medios paranormales la mentalidad de algunos personajes clave, modifica la Historia. La hace escapar así a las previsiones de los calculadores y de los soció-logos para imprimirle su propio sello personal. Aunque le pese a Isaac Asimov, que detesta toda especie de misticismo, yo creo que ha trazado aquí un retrato bastante bueno del Protector.IX. ...HA PERMANECIDO SOBRE ESTA TIERRA Y REÚNE A LOS ELEGIDOS La revista de vanguardia francesa R 21 publicó en su número 1, página 53, el siguiente anuncio: ¡A ejemplo de Noé! El planeta va a saltar. Dentro de unos años, no quedará rastro de nuestra civilización sobre el planeta asolado por la locura de los hombres. Pero queda una esperanza de salvar a la especie humana de la destrucción total: «El Arca de la Vida.» Buscamos, pues, personas que deseen construir ese refugio en una región desierta. Personas que dispongan de tiempo y dinero. El lugar deberá ser mantenido absolutamente secreto. Los futuros «supervivientes», tres muchachas y tres muchachos, serán elegidos en función de su edad, su inteligencia, su psicología, su constitución física y su belleza. Escribir con la máxima urgencia a la revista, indicando él número 92. Este anuncio es un ejemplo de un fenómeno que figura ente los más extraños de nuestra época, el de la creación de santuarios en los que una parte de la Humanidad, cuidadosamente elegida, sobreviviría a un desastre que se teme que ocurra. Estas actividades son muy diversas. Ciertamente hay11 — 3.344locos, hay maníacos del pasado que están motivados por un odio a la sociedad de consumo y hay quizás otra cosa... Pero, hay tal vez una acción del Protector. Ya que, recordémoslo, según Meyrink el objetivo del Protector al permanecer en esta Tierra es reunir los elegidos. Lo cierto es que en toda la Tierra se construyen refugios que permiten a un cierto número de escogidos salvarse en caso de catástrofe. Un refugio de este género se construye en Chile, donde durante una decena de años, desde 1955 a 1965, se han estado reclutando candidatos.

Estos candidatos a la salvación fueron convocados mediante anuncios que aparecían en un cierto número de revistas de vanguardia, en particular Saturday Review y Analog. No sé de qué modo se lleva a cabo la elección. La Biblia dice, en otra ocasión, es verdad, que muchos son los llamados y pocos los elegidos. Tampoco he podido saber dónde se realiza la construcción, ya que es bastante difícil informarse en Chile, sobre todo desde el nuevo régimen. Hay otra arca en construcción en Suiza, desde 1971. Fui contactado para refugiarme en ella. Me sentí halagado, pero me negué porque casi no creo en una catástrofe. Pienso, en efecto, que las catástrofes naturales que nos anuncian son enteramente imposibles. No hay ninguna razón para que los hielos de la Antártida se fundan, e incluso si se fundieran no harían bascular el eje de la Tierra porque el momento de inercia del Globo girando es demasiado considerable. Asimismo, la contaminación no aumenta, sino que disminuye. Y esto, por una razón muy simple, porque producimos cada vez más metales, por ejemplo, hierro y aluminio. Ahora bien, esos metales son extraídos de óxidos, y cada vez que se liberan dos átomos de hierro o de aluminio, se liberan tam-bién tres átomos de oxígeno. Desde los comienzos de la era industrial, trescientos mil millones de toneladas de oxígeno han sido liberadas así en la atmósfera. Por consiguiente, la atmósfera se hace cada vez más respirable, y no lo contrario. Por el contrario, una catástrofe artificial sigue siendo por desgracia posible. Los stocks de bombas de hidrógeno en poder de la U.R.S.S. y de los Estados Unidos bastarían para matar a todos los habitantes de la Tierra cuarenta veces. Esto es lo que se llama un overkill de cuarenta veces. No creo en una guerra atómica, y sobre todo en una guerra atómica accidental. Se han tomado precauciones para impedirla. Pero es comprensible que no se quieran correr riesgos y que se intente preservar una parte de la Humanidad ocurra lo que ocurra. Algunas de estas precauciones son ridiculas. Recordemos el caso ocurrido en América al profesor Urey, premio Nobel, que había construido un refugio antiatómico que invitaba a visitar. Su refugio se incendió, quemándose totalmente. Felizmente, el profesor no se encontraba allí en aquel momento. Exageraciones aparte, algunos refugios son concebibles. Refugios fijos y refugios móviles, por otra parte, puesto que un submarino atómico moderno escaparía a la catástrofe atómica y podría permanecer en inmersión durante años para subir a la superficie cuando las lluvias radiactivas se hubieran vuelto de una intensidad despreciable y poco peligrosa. Es probable que se estén considerando refugios móviles de ese tipo para nuestros gobernantes y militares a fin de que puedan escapar a la guerra que ellos mismos habrían desencadenado. En cambio, un refugio fijo, organizado por un grupo privado, tendría otro objetivo: la supervivencia de la Humanidad y la reconstitución de la civilización. Cabe preguntarse cuántos seres humanos harían falta para formar una civilización viable admitiendo que dispusieran de fuentes de energía atómica, de máquinas y, por supuesto, debibliotecas. He efectuado sobre el particular un estudio que no tiene la pretensión de ser definitivo y que he enviado a los constructores de un «arca» en Suiza. A mi juicio, bastaría con ochocientas personas de profesiones diferentes, bien elegidas, para reconstruir una civilización de la que se hubiera eliminado todo aquello que no es esencial. Ni el automóvil ni la televisión son necesarios para la conservación de una civilización. Yo más bien diría lo contrario. Un estudio de este género es un juego intelectual bastante fascinante, ya que uno comprueba que, exceptuando algunos medicamentos muy complejos que sería preciso almacenar, la mayor parte de las necesidades para hacerse una vida agradable son fáciles de fabricar si se dispone de fuentes de energía atómica y de máquinas automáticas. La vida en la propia arca no sería particularmente desagradable. La salida a un mundo desolado es lo que resultaría bastante penoso, sobre todo para el espíritu. Pero el ser humano es tan adaptable que la civilización se reconstruiría mucho más rápidamente de lo que se pueda creer.

Alemania estaba completamente en ruinas en 1945 y ya hemos visto el «milagro alemán». Polonia no sólo estaba en ruinas, sino que había perdido la mayor parte de su población, lo que no ha impedido que su reconstrucción se efectuara de un modo perfecto en un cuarto de siglo. Técnicamente, e incluso humanamente, la construcción de un arca enterrada (para emplear una expresión de René Bar-javel) no tiene nada de imposible. Desde luego, exigiría irnos capitales considerables y toda idea de reunir capitales de este género por suscripción me parece perfectamente ridicula. En el caso que yo conozco, en Suiza, el grupo que contempla la construcción de un arca tiene medios financieros sumamente importantes. No sé en absoluto cuál es la actitud haciaese arca de las autoridades chilenas o suizas, por citar dos países al menos en los que estoy seguro que había o hay construcciones en curso. Difícilmente imagino a alguien solicitando autorizaciones para el arca de Noé. Pero semejante construcción puede ser perfectamente disimulada en forma de minas o de otro tipo de empresas subterráneas. El Gobierno chileno está investigando actualmente sobre minas de cobre de las que nunca ha salido un gramo de ese metal. Tal vez descubra un arca. Y en lugares menos poblados que Suiza o Chile, una construcción de ese género debería ser bastante fácil. Pienso, por dar un ejemplo, en el gran desierto de Namib, en Africa del Sur. Los enormes recursos financieros necesarios eliminan de esa clase de empresas a los simples visionarios o utopistas ordinarios. Cuesta ya bastante trabajo hacer funcionar una colonia utópica en la superficie, y la mayoría de ellas han perecido. Pienso que unos recursos de esta clase han de proceder de Gobiernos o de grupos financieros muy poderosos, pero éstos dirigidos por autócratas que no tengan que dar cuentas a nadie. Un industrial de ese tipo ha conseguido montar en Suiza un museo personal de pintura que, por el número y la calidad de sus cuadros, es uno de los más importantes del mundo. Sólo él puede contemplarlo y pocas personas conocen su emplazamiento exacto. Podemos imaginar perfectamente a uno o varios multimillonarios en dólares de esa clase asociándose para instalar un arca. Hemos visto cosas más extraordinarias, y ni que decir tiene que un Gobierno totalitario no tendría ninguna dificultad en construir un arca sin tener que dar cuentas a nadie. Probablemente hay arcas en la Unión Soviética y China. Mao Tse Tung declaró en un momento dado que si se toman las precauciones necesarias, la bomba de hidrógeno no es más que un tigre de papel. Tal vez la construcción de una o varias arcas figure entre tales precauciones. Es probable que la exploración del campo gravitatorio terrestre a partir de los satélites artificiales haya revelado a los americanos y a los soviéticos la posición de la mayor parte de tales arcas. Pero deben de guardar dicha información para sí mismos, o tal vez intercambiarla entre los Estados Unidos y la U.R.S.S., sin difundirla. Con los progresos de la tecnología es perfectamente posible también concebir arcas bajo una campana de cristal en el fondo de los océanos. Planos detallados e ilustrados de semejantes construcciones en vidrio reforzado han sido publicados, y las obras podrían ser ejecutadas secretamente pretextando para las plataformas de construcción unos sondeos de petróleo y de gas natural. Resulta difícil decir si el precio de un arca enterrada es superior al de una construcción submarina o a lo contrario. Si se acondiciona simplemente una caverna natural, el precio de las primeras instalaciones es ciertamente menos elevado que el de una construcción a partir de cero, sea subterránea o submarina. En el futuro se construirán tal vez arcas espaciales, satélites artificiales gigantes y habitados, pero por el momento, eso no es más que ciencia-ficción. Por otra parte, aunque el mismo satélite pueda ser protegido contra los radares y ser convertido en invisible, su lanzamiento no podrá pasar inadvertido. Se trata, en todo caso, de un futuro lejano, extremadamente lejano, que tiende al infinito, si la explotación del espacio se tiene abandonada como ha ocurrido hasta ahora y como parece también la norma para un futuro inmediato. Por el contrario, en todo el mundo parece que hay arcas subterráneas en construcción. Es posible también que otras civilizaciones distintas a la nuestra las excav

aran en el pa-sado para encerrar en ellas sus bibliotecas y sus museos. Se habla de tales reservas bajo el Gobi, en América Central y en la Antártida. Se dice que los chinos han encontrado ya algunas, pero que guardan para sí el secreto. Volviendo al presente, y sin necesidad de imaginar la intervención directa del Protector, se puede perfectamente creer en la existencia de grupos sumamente ricos que desean preservarse de una guerra nuclear. Los efectos de las armas nucleares son bien conocidos, y utilizando las técnicas elaboradas en el Japón y abundantemente publicadas sobre construcciones antiterremotos, se puede en lo sucesivo construir un arca capaz de resistir el impacto de una bomba de hidrógeno que estalle encima de ella, en la superficie. Estas técnicas son ya aplicadas para la construcción de bases subterráneas de lanzamiento de cohetes. Se las llama «endurecimiento» de un terreno. La aplicación totalmente secreta de las técnicas de este género es, como ya he indicado, difícil pero no imposible. La construcción de arcas puede, por otra parte, muy bien implicar la colaboración secreta de un Gobierno que se sienta satisfecho de disponer de un refugio para algunos militares y algunos políticos sin que le cueste nada. Un arca en funcionamiento estaría tan aislada como un submarino atómico sumergido. El aire sería regenerado o fabricado, el agua procedería de pozos profundos sin comunicación con la superficie y los depósitos de alimentos serían suficientes para un siglo. Se podría emplear el cultivo de plantas hidropónico. El problema de la comunicación con la superficie es extremadamente difícil, pero podemos imaginar la existencia en la superficie de unos receptores muy bien disimulados que conduzcan hacia el arca las emisiones de Radio y de Televisión, así como las mediciones de la temperatura y de la radiactividad del suelo. En caso de necesidad, podría añadirse a estos análisis otros del aire cercano al suelo. Pero en el propio interior del arca, irnos dispositivos que captaran las ondas dechoque en el terreno provocadas por las explosiones de bombas atómicas informarían a los habitantes del arca acerca de la catástrofe atómica. Es bastante difícil imaginar las condiciones de «alerta roja» que podrían inducir a los dirigentes de una futura arca a convocar a los elegidos, hacerles entrar en el arca y luego cerrarla. Sería preciso que los dirigentes estuvieran muy al corriente de la política para pensar que el desencadenamiento de una guerra atómica era sumamente probable. No podrían permitirse dar la alerta, hacer penetrar a los elegidos en el arca durante algunos meses y luego abrirla y dispersar de nuevo a la gente por la superficie del planeta. Es probable que se hablara y se divulgara la noticia. El arca no puede ser llenada, pues, más de una vez, la buena, lo cual constituye una responsabilidad temible. Verdad es que la responsabilidad de aquellos que desencadenen la guerra nuclear será aún mayor. Esa misma energía atómica que amenaza destruimos proporcionaría a los habitantes del arca fuentes suficientemente potentes de energía para que pudieran subsistir hasta agotar los alimentos, digamos... un siglo En ese momento, por supuesto, lo peor habría llegado, o bien la crisis habría pasado. El reclutamiento de los elegidos planteará problemas más difíciles que la propia construcción del arca. Esta construcción necesita ciencias y técnicas bien establecidas, mientras que el reclutamiento personal precisa de la psicología, que no es una colección de recetas de cocina. Se puede, sin embargo, imaginar un nivel cero de reclutamiento efectuado a través de anuncios como el que inicia este capítulo. El nivel 1 de reclutamiento sería el examen de los candidatos mediante unos «tests» psicológicos de estabilidad y un control de sus conocimientos técnicos. Verdad es que en un arca los fontaneros serán más útiles que los egiptólogos. Pero,por el contrario, un egiptólogo tiene más probabilidades de ver un anuncio en una revista de vanguardia y de interesarse por él que un fontanero. El nivel 1 consistiría, pues, en un examen técnico de los títulos y las capacidades y en una aplicación de los «tests» de estabilidad psicológica. Estos «tests» no valen gran cosa, pero son, sin embargo, mejor que nada, y se aplican con cierto éxito a los candidatos que desean formar parte de un servicio sec

reto. Tales «tests» eliminarían la mayor parte de los candidatos. Se explicaría entonces a los eliminados que se trataba de un experimento de Sociología y es poco probable que hablaran de ello: experimentos sociológicos mucho más dementes son efectuados a diario. Los candidatos triunfantes pasarían al nivel 2, que serían esta vez «tests» de grupo practicados a una decena de sujetos al mismo tiempo. La psicología de grupos es casi inexistente, menos aún que la psicología individual, si ello es posible. No obstante, ha permitido ya experimentos curiosos. Abandonando un grupo a sí mismo en una casa aislada en la que hay situados micrófonos y cámaras tomavistas se puede comprobar si un grupo es estable. Lo es si surge un jefe, que puede tomar la dirección de los acontecimientos. En caso contrario, pronto ocurren las trifulcas. Es posible estabilizar un grupo cambiando algunos de sus miembros, dos o tres sobre doce. Por lo tanto, probablemente es posible estructurar los ochocientos a mil candidatos a un arca en grupos estables con un mínimo de eliminación. Después de esto sería posible pasar al tercer y último estadio: la entrevista individual en la que se revelarían al candidato los objetivos de la operación y en la que se conseguiría un acuerdo para participar en el arca o una promesa formal de silencio. El resto es técnica absolutamente elemental: el candidato que hubiera dado su conformidad sería provisto de un recep-tor de T.S.H. especial accionado únicamente en caso de alerta roja y de una suma de dinero que bastara para cubrir los gastos necesarios de su desplazamiento hasta el arca. Los costos del examen de grupo de los candidatos en el mundo entero serían evidentemente importantes, pero despreciables con relación a los gastos de primera instalación del arca misma. ¿Cuáles podrían ser las motivaciones de los dirigentes de semejante arca? Exceptuemos aquellos que son agentes directos del Protector y que evidentemente tienen los más elevados motivos morales. Pero ¿y los demás? Se comprendería que quisieran salvarse a sí mismos, pero cuesta más comprender que quieran salvar a otros a su costa. Mis contactos con el grupo que construye un arca en Suiza me han dejado una impresión muy desfavorable. Quizá me equivoque, pero me han hecho pensar en un nuevo feudalismo que desea reservarse unos servidores de modo que no tengan que realizar ningún trabajo manual después de la catástrofe. En su arca, pensé, habrá desde el primer momento clases tan bien definidas como en las peores sociedades fascistas: los Amos y los otros. Quisiera equivocarme. Los autores de ciencia-ficción han estudiado mucho la evolución de sociedades de este género totalmente aisladas, especialmente Robert Heinlein en Universo y Brian Aldiss en Crucero sin escalas. Por regla general, se imaginan que la colonia olvida la existencia del universo exterior y se forma una religión nueva. Aldiss se imagina de una forma muy espiritual al freudismo convirtiéndose en una religión, y dominando incluso la vid^ cotidiana. La gente se saluda en estos términos: —Pueda vuestro ego ser agrandado. A lo que contestan: —A vuestra costa. Es evidentemente divertido, pero podemos imaginar muchas otras cosas y especialmente una revolución de las clases si se forman clases. Verdad es que habrá que educar a los habitantes del arca mostrándoles, por ejemplo, manuales militares sobre las armas radiactivas o el armamento biológico, de modo que comprendan que la superficie del Globo puede haberse vuelto peligrosa aun cuando el análisis del aire proporcione una composición normal. Entre las motivaciones de los promotores del arca debe de haber ciertamente motivaciones políticas. Tienen que estar aquellos que no pueden soportar la idea de vivir en un mundo socialista y que preferirían refugiarse a dos mil pies bajo tierra. Me parece en el caso de Chile, por el contrario, a través de los anuncios que he leído y de las cartas que he recibido, percibir una motivación parecida a la de las colonias utópicas y también al éxodo de los mormones. Una necesidad de pureza, un d

eseo de escapar a un mundo demasiado complejo y demasiado difícil. Colonias de ese género existen también en la superficie: los amish en los Estados Unidos son un ejemplo de ellas. Se trata de imas colonias agrícolas de un protestantismo muy puritano que utilizan las máquinas lo menos posible. Su elevada productividad en agricultura permite a los amish vivir confortablemente en el siglo xx de la agricultura, la cría de ganado y algunos oficios manuales. Evidentemente, si alguna vez por desgracia se instala el socialismo en América, los amish serán tratados de kulaks (campesinos que se obstinan en ser independientes) y serán exterminados o enviados a los campos de concentración. En un arca se podría imaginar también una motivación religiosa. Constantemente aparecen profecías acerca del fin del mundo y siempre es posible hallar ingenuos para creer en ellas. (Es- pero llevar a cabo un estudio detallado de tales profecías en un libro titulado Cassandra ha muerto idiota.) Siendo la ingenuidad perfectamente compatible con la riqueza, podemos figurarnos un multimillonario o un grupo de multimillonarios que creen en una profecía catastrófica y construyen un arca. Por último, motivos perfectamente honrosos. La creencia en una guerra atómica y el deseo de hacer algo son perfectamente concebibles. Considero también la posibilidad de comerciantes de armamento financiando un arca o un museo secreto. Incluso unos motivos absolutamente honorables pueden estar acompañados de unas ambiciones personales, de unos deseos de sobrevivir al diluvio y de ser el Noé de las generaciones futuras. Un espíritu suficientemente pesimista puede perfectamente convencerse de la inminencia de una guerra atómica. Una mente suficientemente realista puede tomar precauciones, aunque considere los riesgos de una guerra atómica como extremadamente reducidos. Todos esos motivos son suficientes como para que haya varias arcas en curso de construcción o acabadas. Estas arcas deben de ignorarse entre sí. Es una lástima, ya que nos acercamos al punto en que la técnica de las comunicaciones permitirá enviar mensajes a unas distancias considerables bajo tierra y tal vez incluso a través de la Tierra entera. Partículas como los mesones mu y los neutrinos atraviesan la materia y pueden ser detectadas. Las arcas podrían, pues, comunicarse en caso de necesidad, aunque es probable que no lo hagan: los obstáculos sociales alzan un muro más espeso que la propia Tierra. En los países totalitarios es probable que las arcas sean totalmente desconocidas para el ciudadano y que la selección para entrar en ellas se haga no mediante reclutamiento, sino por designaciones arbitrarias procedentes del poder. Los jefes de Estado y de Policía con sus mujeres primero, despuéslos técnicos destinados a asegurar su supervivencia, y nadie más. Mientras que las arcas de Occidente se dejan adivinar, las de los países totalitarios deben pasar totalmente inadvertidas, y los obreros que las han construido deben desaparecer muy de prisa, sin dejar rastro. La construcción subterránea es, por otra parte, una característica de los países totalitarios. La Alemania hitleriana en particular había construido enormes ciudades subterráneas que habrían podido ser perfectamente viables en caso de catástrofes que destruyeran toda vida en la superficie. Estas ciudades existen y funcionan ya en Suecia. Hay planos de esas ciudades y pueden ser consultados en ciertos archivos. Seguramente han inspirado a los constructores de algunas arcas. Se sabe también que algunos Gobiernos —y probablemente también determinados particulares— han efectuado el censo de las grandes cavernas naturales. Cosa curiosa, al parecer hay todavía grandes cavernas totalmente desconocidas. Acaba de descubrirse una en Kentucky, en los Estados Unidos. En Francia, habría una tercera gran sima en el Lot, además de la de Padirac y la de Martel. Asimismo, las cavernas de Checoslovaquia se prolongarían más allá del sistema conocido. En pocas palabras, existe todo un mundo subterráneo que está en gran parte ignorado. Aun cuando consideremos una exageración las ideas tradicionales de unos túneles

que irían desde el Asia central hasta la América del Sur, no por ello deja de ser cierto que en unos túneles descubiertos recientemente en la República del Ecuador no se ha divisado todavía su final. El recuento de esas cavernas tiene como objetivo oficial la fabricación de refugios y la creación de centros de pruebas subterráneos de bombas atómicas. Francia, en particular, ante la tempestad de indignación levantada por las pruebas atómicas en el Pacífico contempla la creación de un centro semejante. Las pruebas atómicas subterráneas pueden pasar inadvertidas si son desencadenadas en el momento en que comienza un temblor de tierra. La onda producida no puede ser entonces diferenciada de la del terremoto. Pero además de esos dos objetivos oficiales, la creación de arcas por grupos privados puede ser uno de los fines del recuento de cavernas. Como ya lo he indicado, la exploración del campo gravitatorio de la Tierra por medio de satélites permite descubrir cavernas. Pero ni los americanos ni los rusos publican sus resultados. El folklore y la tradición indican un gran número de cavernas y túneles y la mayor parte de las veces estas indicaciones están basadas en hechos reales. En particular, el folklore de los indios de América del Norte que pretenden haber venido todos en su origen de un vasto dominio subterráneo, señala con precisión las entradas de los dominios subterráneos. Estas entradas se sitúan especialmente en Virginia y en Carolina del Norte. El gran interés que recientemente han demostrado algunos grupos de origen mal definido por esos dominios es quizás un signo de construcción de arcas, como puede ser también el signo de actividades secretas del Gobierno americano. Algunas de las entradas supuestas en Virginia se hallan en terrenos adquiridos recientemente para la construcción de fábricas, pero no se ve en ellos el menor rastro de tales fábricas. Los terrenos en cuestión están rodeados de alambradas electrificadas. Es probable que el Gobierno americano sepa a qué atenerse, pero no responde a las preguntas planteadas sobre el particular en la Cámara de Representantes. Los anuncios siguen apareciendo y en el movimiento hippyhay un vasto mito referente a un dominio subterráneo al que se podrá acudir cuando ocurra la gran catástrofe o cuando la contaminación lo invada todo. Películas, artículos e incluso poemas «underground» están dedicados a esos lugares. Por supuesto, los psicoanalistas lo han explicado por el deseo del feto a regresar al seno de la madre. Aparte de que no conozco declaraciones de fetos en este sentido, quisiera hacer notar que los psicoanalistas anteriores a la guerra mundial explicaban los cohetes como símbolos fálicos y declaraban que nunca se podría ir a la Luna con ellos. Pienso que ese mito hippy es la consecuencia de un reclutamiento con destino a las arcas. Este reclutamiento conduciría, por otra parte, a almacenar en un arca cantidades suficientes de marihuana y LSD si el arca estuviera llena de hippies... La contrucción de arcas se me aparece como un hecho indiscutible. Opino que esta construcción no llevará a ninguna parte por la sencilla razón de que no habrá ninguna catástrofe. Pero es posible que los trabajos realizados para construir un arca lleven al descubrimiento de huellas profundamente enterradas de civilizaciones desaparecidas... desaparecidas porque ellas no construyeron arcas. Tres veces por semana me hacen la misma pregunta: «¿ De dónde saca usted sus informaciones?» Algunos de mis críticos, por otra parte, no me hacen esta pregunta, sino que se limitan a afirmar que invento las informaciones y todos sus detalles. Esto supondría por mi parte la más grande imaginación creadora que haya existido nunca. Nada de esto. He hablado ya, al comienzo de este libro, de mis fuentes de información. Pienso ahora que el lector podría sentirse interesado, a modo de conclusión, por un breve estudio de tales fuentes. H. G. Wells escribió en El hombre invisible: ¡En esos libros polvorientos que él estudiante sólo consulta la víspera del examen, hay maravillas, milagros! Tenía razón. Los libros científicos, las revistas científicas, están llenos de maravil

las. No hay más que tomarse la molestia de leerlos. Es cierto que a veces son decepcionantes. Es difícil terminar El azar y la necesidad, del profesor Monod, sin experimen-tar un profundo sentimiento de desaliento. No sólo el autor no cree en nada, sino que los hechos científicos que él presenta como irrefutables son falsos (véase en particular el artícu lo del profesor Pierre-P. Grassé sobre la herencia de los carac teres adquiridos en el número 3 de Savoir et Action). Pero por cada Monod hay en ciencias diez Hoyle. Sir Fre-deric Hoyle, el célebre astrofísico, escribe libros más ricos incluso en apertura fantástica que sus propias novelas de ciencia-ficción, las cuales son, sin embargo, extraordinarias. En Átomos y Galaxias, escribe: Sería posible escribir en un papel cinco líneas, no más, que destruirían la civilización. Del mismo estilo es la escritura de Frederic Soddy, el premio Nobel, el hombre que descubrió los isótopos, cuando habla, en La interpretación del radium, de antiguas civilizaciones más avanzadas que la nuestra de las que desciende la alquimia. Lo mismo ocurre con Eric Temple Bell (cuyas novelas de ciencia-ficción, escritas con el pseudónimo de John Taine, son asombrosas, aunque menos que otros libros suyos) cuando, mostrando el camino que va de la geometría del espacio curvo a la bomba de Hiroshima, recalca: El lector habrá visto así que la puerta del infierno se abre por la ecuación 58b. Los verdaderos sabios, y no los parásitos de la ciencia, han tenido en su vida uno o varios instantes de revelación, que nos transmiten. Como dice Wells en Sitio a los gigantes, «escriben con letras de fuego sobre el pergamino negro del abismo». Un libro diez veces más largo que éste no bastaría para enumerar las obras de los verdaderos sabios, y yo creo que una bibliografía sería más perjudicial que útil. Pero es fácil encontrar en las bibliotecas o comprar una edición de bolsillo de las obras de los verdaderos y auténticos sabios en las que hallaremos todas las ideas de este libro y muchas más todavía. Si se quiere profundizar más, hay que leer las obras completas de los sabios y sus discursos de recepción del premio Nobel que han sido reunidos en un volumen por la Fundación Nobel. Encontraremos allí las ideas más extraordinarias, y también los hechos más extraños. J. B. S. Haldane, biólogo inglés muerto recientemente, escribía en uno de sus libros que «el universo es no solamente más extraño de lo que imaginamos, sino también más extraño que todo lo que podamos imaginar». Basta con leer, de Haldane, The Inequality of Man y Possi-ble Worlds para convencerse de ello. Haldane ha dicho, y ésta debe ser la divisa de todo investigador independiente, que «se interesa por lo insólito en química-física, pero que no lo desprecia si lo ve en otra parte». (Lo que Haldane llamaba en 1924, cuando estas líneas fueron escritas, la química-física, es el ámbito que dio posteriormente nacimiento a la física nuclear y a la biología molecular. Véase mi obra Les Empires de la Chimie, editada por Albin Michel.) La verdadera actitud científica es, por supuesto, la de Haldane y no la de algunos funcionarios de la ciencia con una mente estrecha que pretenden representar a la ciencia en Francia. La mentalidad francesa corresponde a un período de decadencia de la ciencia en este país, pero no debemos olvidar que tuvimos también un Flammarion que fue ciertamente uno de los sabios con una mente más amplia en la historia de la ciencia. Flammarion fue atacado violentamente por sus contemporáneos, y en particular por un hombre primitivo, totalmenteolvidado en la actualidad, que se llamaba Clément Vautel. Pero encontró también sus defensores y el más combativo de ellos fue Jean Jaurés. No son únicamente los sabios contemporáneos o los de un pasado reciente los que tienen cosas que decirnos. Gali-leo, Kepler y Newton tienen también revelaciones extraordinarias. En el caso de Newton, una gran parte de su obra está por desgracia inédita, especialmente la que concierne a sus relaciones con sus maestros de alquimia. Hay todavía demasiadas obras científicas inéditas que no han podido ser publicadas. Esto se

debe, sobre todo, a la fuerza de la inercia. Así es como existen baúles enteros de manuscritos del físico inglés Heaviside, personaje extraordinario y excéntrico. Heaviside dedujo matemáticamente la existencia en la alta atmósfera de la capa electrizada que permite la propagación a grandes distancias de las ondas de T.S.H. actuando como un espejo gigante. En matemáticas, inventó el cálculo simbólico, que aparecía en su época, en 1920, como una especie de brujería, ya que él procedía por saltos intuitivos sin demostración. Mucho más tarde, después de la muerte del físico Heaviside, Norbert Wiener demostró que su cálculo podía ser justificado racionalmente y que podía ser deducido de la obra de Fourier. Heaviside vivía en medio de una pobreza total y de un aislamiento completo. De vez en cuando, llegaba a reunir bastante dinero para comprar un sello de correos y entonces escribía a Einstein para decirle que no era serio... La obra publicada de Heaviside proporciona ya una idea de lo que contienen sus manuscritos inéditos que esperamos ver un día publicados. Pero sin esperar la publicación de manuscritos inéditos de Heaviside, de Pierre Curie o de Cavendish, la obra publicada y fácilmente accesible de los sabios es un terreno enteramente apasionante. Los sabios escriben a veces para sus colegas (desgraciadamente). A veces, para el gran público, como ocurre en nuestra época con el prehistoriador Lorenz Eiseley, que ha escrito en El inmenso viaje�. Tal vez nosotros venimos de otra parte y tratamos de volver allí con la ayuda de nuestros instrumentos. He aquí una frase que coincide con el espíritu del presente libro. El lector podrá objetarme que no tiene tiempo para leerlo todo. Yo tampoco. Como Newton, «no he recogido más que algunos guijarros en la orilla». Ningún ser humano es capaz de leer o siquiera de hojear toda la obra de todos los sabios. Yo pienso que se puede comenzar por los autores que datan del Renacimiento y después continuar teniendo en cuenta el hecho bien conocido de que el noventa por ciento de los mayores sabios viven aún en nuestros días. A priori, yo le sugiero al lector que de cada diez volúmenes que coja para leer, uno de ellos sea de antes del siglo xix, otro del siglo xix y siete del siglo xx. Encontrará sin dificultad esos libros en las colecciones de bolsillo como la biblioteca Payot, Idées 10/18, o en las bibliotecas públicas, incluso en las municipales. La biblioteca Sainte-Geneviéve, de París, es particularmente rica, pero hay, otras. Después de los libros, el lector puede dedicarse a las revistas científicas o medio científicas. Desgraciadamente, la excelente revista Science, editada por Hermann, ya no se publica, pero el lector puede consultar su colección. A comienzos de siglo, había revistas como la Revue scien-tifique, más familiarmente llamada «La Revista rosa», en la que los sabios escribían para todo el mundo y en la que se encuentran milagros y misterios en cantidad por decirlo así ilimitada. Si el lector tiene la suerte de conocer el inglés, puede leer todas las semanas New Scientist, Science o Nature y todos los meses Scientific American y Analog. Esta última revista, absolutamente notable, contiene dos partes claramente separadas, ciencia-ficción y artículos científicos. Esos artículos científicos son de una calidad verdaderamente extraordinaria y de una gran amplitud de miras. Exactamente en la frontera, encontramos en la literatura inglesa obras colectivas donde los sabios emiten ideas no demostradas para ensanchar su mente y la de sus lectores. Dos ejemplos de libros de este género son The Scientist Specula-tes, dirigido por I. J. Good, y Ahead of Time, dirigido por Harry Harrisson. Estos libros van mucho más lejos en el campo de lo fantástico que la obra presente, pero exigen del lector un cierto nivel de conocimientos. Si se poseen algunos conocimientos sobre esta materia se encontrarán ideas sumamente fascinantes. El prefacio muy corto de The Scientist Speculates merece ser enteramente rep

roducido: El objetivo de esta obra es plantear más preguntas que las que resuelve. Si el lector tiene la suerte de conocer el ruso tendrá acceso fácilmente, no sólo a las obras de todos los grandes sabios en su traducción rusa, sino a la revista mensual Priroda («La Naturaleza»), publicada por la Academia de Ciencias de la U.R.S.S., que es, al mismo tiempo, extremadamente rigurosa y extremadamente imaginativa. En Francia no hay nada análogo porque la vulgarización científica es un monopolio político. Hasta ahora he hablado de revistas que se dirigen al gran público. Las revistas dirigidas a los otros sabios, y que publican descubrimientos, no son menos interesantes. Especialmente los informes de la Academia de Ciencias que proporcionan ampliamente motivos para reflexionar y soñar. Por desgracia, hay que leer muchos fascículos para encontrar en ellos un artículo interesante. Esto es lo que ocurre con la mayor parte de las revistas rigurosamente científicas. Su lectura para el aficionado a los misterios (a los que, por otra parte, no están especialmente destinadas) es como la pesca con caña. Sería interesante que alguien señalara sistemáticamente en las revistas de ciencia pura los artículos insólitos o curiosos, pero en el estado actual de la investigación científica en Francia, esto podría provocar serios conflictos a sus autores. Por ello no daré la referencia exacta de la comunicación existente en las actas de la Academia de Ciencias, en las que el autor describe cómo cría ratas telépatas... Siendo las matemáticas el lenguaje de las ciencias, hay un cierto número de comunicaciones científicas sumamente extraordinarias que sólo son comprensibles si se las conoce. Esto es particularmente lo que ocurre con los trabajos sobre las superficies que tienen varios niveles de estructura y con los mapas que exigen más de cuatro colores. Y esto es también lo que sucede con los viajes en el tiempo. En estos últimos tiempos, físicos y matemáticos eminentes Vían admitido la posibilidad de viajar en el pasado, cosa que, hace sólo cinco años, negaban enérgicamente. Para todas las ideas evocadas en este libro se pueden encontrar referencias científicas, y un lector con otra formación que la mía encontraría en sus lecturas científicas la sustanciade otro libro o de otros diez libros. La investigación de lo extraño por medio de la ciencia debe sobre todo basarse en las «ciencias duras»: matemáticas, física, química, ciencias biológicas. De una manera general, las ciencias siguen la ley del desarrollo de Augusto Comte: — matemáticas, — física, — química, — ciencias biológicas, — psicología, — sociología. Actualmente, el espíritu científico, después de haber conquistado la física, está extendiéndose a la química, que va dejando de ser una colección de recetas para convertirse en una ciencia. Las ciencias biológicas, por el contrario, casi no son ciencias. El espíritu científico apenas ha penetrado en ellas y están todas llenas de mitos, como el de la evolución. Tienen, pues, poco contacto con la realidad, y por ello poca repercusión en los campos que constituyen el objeto de este libro. En cuanto a las llamadas «ciencias humanas», psicología y sociología, no son de ningún modo ciencias, ni siquiera una colección de habilidades. Como dijo en otra ocasión Bertrand Russell: «Son ruidos sin significación.» A esto, las llamadas ciencias humanas, que, mucho más que la astrología o la brujería, son ejemplos de falsas ciencias, añaden un vocabulario que nada tiene que ver con la realidad. Así ocurre que llaman «inconsciente» al aspecto de nuestra personalidad que no duerme nunca, que percibe sin utilizar los sentidos y que no muere nunca.

En cuanto a la sociología, para indicar su nivel, basta condarse cuenta de que no hay un solo sociólogo en el mundo que sea capaz de hacerse elegir concejal en una ciudad de diez mil habitantes. Es por esto que apenas se encuentran libros de psicología o sociología con algún tipo de repercusión sobre los grandes misterios. Es lamentable, ya que el espacio interior está tan desconocido como el espacio exterior, y a un cierto nivel no hay distinción entre ellos. Hay excepciones a toda regla y también hay una a lo que acabo de formular. Me refiero a la obra de C. G. Jung. En la frontera de la filosofía y de la ciencia-ficción, la obra de Jung está, sin embargo, basada en la observación de hechos psicológicos reales. Tiene intuiciones que no siempre pueden comprobarse, pero que apuntan muy lejos. Su obra merecería una vulgarización, porque es extremadamente larga, a menudo sólo escrita en alemán, y sus ideas resultan a veces difíciles de comprender. El lector de Jung se ve espléndidamente recompensado por unas ideas extraordinarias, especialmente sobre los arquetipos, que en el fondo son, a pesar de que nadie se atreva a decirlo, dioses, y acerca del sincronismo, que es una acción que se ejerce perpendicularmente al tiempo y que no está regida por la ley de la causalidad. Esto es lo que explicaría científicamente la magia. No estamos obligados a admitir todas las ideas de Jung. Sobre la alquimia y sobre los platillos volantes, por ejemplo, creo que está en un error. Pero en cualquier caso, la obra de Jung es la única-en las ciencias humanas por la que penetra un poco de aire fresco. ¿Es la Historia una ciencia humana? Yo no lo creo. Creo que es más bien un arte. Hay mucho que expurgar, desde nuestro punto de vista, entre los grandes historiadores tanto griegos y latinos comoCarlyle o Michelet. No hay nada interesante que ver en la «micro-historia» moderna, donde se estudia el consumo del tabaco en un pueblo de Flandes entre 1740 y 1760. Pero los grandes historiadores como los grandes sabios han tenido la visión de un mundo más amplio que el nuestro, de una Historia que no está todavía concluida. Sus imitadores son actualmente los historiadores soviéticos, que tienen también la misma visión, la que puede descubrirse en el magnífico filme soviético Andrei Rou-blev. El Occidente, por su parte, sigue esperando «historiadores abiertos». Habría muchas cosas que decir sobre el párticular, ya que la Historia merecería ser escrita otra vez señalando algunos de los fenómenos que han sido citados en este libro. Esto es lo que yo he llamado «La Historia invisible». Aparte de los grandes historiadores es posible encontrar materiales para la Historia invisible en revistas de Historia, sobre todo en las revistas de provincias. Pero hay que efectuar enormes búsquedas para encontrar unos pocos artículos. Éste es el género de trabajo para el cual el ordenador sería sumamente útil, pero para el que es prácticamente imposible disponer de unas horas de ordenador. Habría que tener la paciencia inverosímil de un Charles Fort para leer los millares de pequeñas revistas de Historia durante años, a fin de encontrar finalmente algunos centenares de pequeños artículos referentes a lo extraordinario. Nadie que yo sepa lleva a cabo ese trabajo, lo cual es una lástima. Las revistas que tratan de la historia de las ciencias geográficas y de la exploración son particularmente interesantes. Encontramos en ellas islas desaparecidas, países que no es posible volver a encontrar, relatos muy sorprendentes de los exploradores. Entre esas revistas, la del Instituto Nacional Geográfico Americano es particularmente rica y recompensa abun-dantemente a los investigadores. Las revistas de astronomía popular, especialmente la revista americana Sky and Telescope, son particularmente interesantes. En especial, mencionan cada vez más los problemas situados en la frontera de la astronomía, es decir el estudio de lo que ocurre cuando el espacio y el tiempo mismos son deformados por una estrella que se «hunde» hasta convertirse en un punto y en el límite desaparecer del espacio y del tiempo. Esto es lo que se llama los collapsars, del latín collapsus, que quiere decir

hundimiento, desmoronamiento, caída. Los fenómenos extraordinarios comienzan antes incluso de que la estrella se hunda definitivamente. Cuando ya no tiene más que un radio de pocos centímetros, mientras sigue poseyendo la masa de un sol, los ejes del espacio y del tiempo que normalmente forman un cono se tuercen. En la superficie del astro, el pasado se encuentra por debajo del ecuador y el futuro por encima de él. Si esos astros hiperdensos están habitados, sus habitantes pueden viajar al pasado y al futuro con la mayor facilidad. La imaginación se halla bloqueada ya en ese punto. Pero si el proceso de hundimiento continúa, la estrella se convierte en un agujero negro en el cielo. Toda la materia y toda la energía que se aproximan a él caen en su interior. Los fenómenos que puedan ocurrir en el interior de ese agujero negro en el cielo son enteramente inimaginables. Diversas teorías matemáticas estudian tales fenómenos y su explicación popular en revistas tales como Sky and Telescope o Analog constituye la frontera más interesante del pensamiento. Podría creerse que el fenómeno de los agujeros negros en el espacio es lo más asombroso que se pueda concebir. Nada de eso. Algunos astrofísicos imaginan que una galaxia entera puede desmoronarse sobre sí misma y desaparecer. Entonces seforma, no ya un agujero negro, sino un túnel negro en el cielo y es posible que se pueda utilizar ese túnel para pasar instantáneamente de una región del espacio a otra mucho más de prisa que la luz. El astrofísico americano Ben Bova, que dirige actualmente Analog, dice que un día las naves del espacio buscarán esos túneles como se buscó en la Tierra el «Paso del Noroeste». Hay aquí una hermosa frontera de la imaginación. Es lamentable que los grandes maestros de la imaginación científica Flammarion, Jeans y Eddington no estén ya con nosotros para guiamos. Pero, a la luz de los descubrimientos y de las hipótesis sobre los agujeros negros y los túneles negros en el cielo, es bueno volver a leer sus obras, especialmente Los nuevos senderos de la Ciencia, de Eddington. Ahí es donde se encuentra, junto a otras mil observaciones profundas, ésta: A fuerza de progresar, la ciencia acabará por crear una imagen del universo que un hombre sensato pueda creer. Lo que también cabe esperar es que cuando Sir Frederic Hoyle, que aún es joven, llegue a la madurez de su genio, pueda ocupar el lugar de un Jeans o un Eddington. Ya que no es precisamente de los equipos de congresos y de los comités de donde procede el verdadero progreso de la ciencia, aquel que es realmente interesante. Sobre la tumba de Newton, en la abadía de Westminster, se grabaron estos versos de Wordsworth: Viajó por los extraños mares del pensamiento. Solo. Ésta es la característica de los grandes espíritus. Están solos. Einstein, por su parte, decía: No creo en la educación. Tu único modelo debe ser tú mismo, por espantoso que sea. Otra característica de los hombres excepcionales es que son extremadamente claros. Mientras que un gran número de libros que pretenden vulgarizar la relatividad resultan completamente incomprensibles, un Einstein o un Eddington son perfectamente claros. Y lo mismo ocurre con todos los grandes pioneros, en particular Curie, al que nunca se lee bastante. Hay que comprender también que esos grandes pioneros tuvieron al comienzo de su carrera iluminaciones que no vuelven, pero que frecuentemente tuvieron tiempo de notar. Son esas iluminaciones lo que es fácil de encontrar. Están, por supuesto, mezcladas con detalles técnicos, y en algunas ocasiones matemáticos. Hay que leer a veces decenas de páginas antes de dar con un pasaje que ilumina todo el universo con un resplandor tan vivo como breve. Pero ese género de investigación vale la pena.

Encontramos en él satisfacciones que no aporta ninguna otra lectura, salvo quizá la ciencia-ficción en sus momentos más inspirados. Por desgracia, los autores de ciencia-ficción, en general, no parecen haber leído esos libros de ciencia. En cuanto a los filósofos, nunca han oído hablar de ellos. Un Sartre hablará a lo largo de centenares de páginas de la esencia y la existencia, sin saber siquiera que la corriente alterna que lo alumbra cambia sesenta veces por segundo de esencia a existencia y recíprocamente. Me acuerdo de una discusión que tuve con Camus sobre El mito de Sísifo. Le hice notar que cuando la piedra rueda hacia abajo, Sísifo puede recuperar la energía perdida fabricando corriente eléctrica como se hace comúnmente con los saltos de agua. Y Camus me dijo: —¿Así, pues, se puede hacer corriente eléctrica con un objeto que cae? No insistí. ¿Cómo habría que llamar a esta visión del universo que se desprende de la lectura de los grandes científicos y también de la observación de la vida cotidiana? En su época, le robé al escritor belga Franz Hellens la expresión «realismo fantástico». Pienso que esta expresión es útil, a condición de no hacerle significar más de lo que significa. La realidad, vista un poco más de cerca, es fantástica. Es ya buena cosa hacerlo notar. Pero a esta fase de interpretación debe suceder otra fase de interpretación, y luego una fase de síntesis. Yo no pretendo más que divertir y distraer. Para citar a Conan Doyle: Yo habré logrado mi objetivo en suma si logro divertir filosofando al niño que es sólo un hombre pequeño, y al hombre que es sólo un niño grande. Pero habría querido que hubiera mentes que fuesen mucho más lejos que yo y elaboraran teorías generales tendentes a una explicación. Si estas teorías plantean más problemas de los que resuelven, estimo que la humanidad necesita de ellas con urgencia. No hay que contar conmigo para crearlas. Por megalómano que sea, no me considero un Boscovitch. Pienso que las características esenciales de un pensamiento realmente moderno serían: el abandono del postulado fundamental de la Ciencia,el de la objetividad del Universo. Habrá que admitir que algunas de las fuerzas del Universo tienen una personalidad,aunque ésta sea muy diferente de la personalidad humana; — el abandono de la distinción arbitraria entre el espacio interior y el espacio exterior. Vivimos en una «intercava» entre los dos, pero esta «intercava» no es necesariamente continua y no tiene necesariamente una de las formas geométricas simples a las que estamos habituados; — la formulación de una física general que derive de la psicología y la biología. El reduccionismo que trata de explicar la psicología y la biología a través de la física, lo pequeño por lo más grande, está condenado al fracaso. La tentativa contraria puede dar resultados. Semejante teoría se le acudirá quizás a alguno de los lectores de este libro, y cuando se estudie su obra, se verá tal vez que un cierto número de libros dementes como éste le habrán sido útiles. Así ocurre que El origen de las especies ha sido precedido por un cierto número de libros completamente dementes, como el del abuelo de Darwin, Erasmus Darwin. Este libro se titulaba El secreto dorado, y pretendía revelar la existencia de otros mundos muy próximos al nuestro, especialmente en el interior de la Tierra. El secreto dorado inspiró, entre otros, a Edgar Poe, en Las aventuras de Arthur Gordon Pym. Todos los elementos de una teoría que hacen andar un paso más al pensamiento humano deben encontrarse quizás en libros fácilmente accesibles. Tal vez, sin buscarlos, un lector atraído simplemente por el gusto de lo fantástico los encuentre. Esto es lo que yo deseo.13 — 3344


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