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Texto Litúrgico Directorio Homilético Exégesis Comentario Teológico 14 mayo Domingo V de Pascua (Ciclo A) – 2017

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Texto Litúrgico

Directorio

Homilético

Exégesis

Comentario

Teológico

14mayo

Domingo V de Pascua

(Ciclo A) – 2017

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Santos Padres

Aplicación

Información

Textos Litúrgicos· Lecturas de la Santa Misa· Guión para la Santa Misa

Domingo V de Pascua (A)

(Domingo 14 de mayo de 2017)

LECTURAS

Eligieron a siete hombres llenos del Espíritu Santo

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 6, 1-7

Como el número de discípulos aumentaba, los helenistas comenzaron a murmurar

contra los hebreos porque se desatendía a sus viudas en la distribución diaria de los

alimentos.

Entonces los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: «No es justo que

descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas.

Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama,

llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea. De

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esa manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra.»

La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del

Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás,

prosélito de Antioquía. Los presentaron a los Apóstoles, y estos, después de orar, les

impusieron las manos.

Así la Palabra de Dios se extendía cada vez más, el número de discípulos aumentaba

considerablemente en Jerusalén y muchos sacerdotes abrazaban la fe.

Palabra de Dios.

SALMO Sal 32, 1-2. 4-5. 18-19

R. Señor, que descienda tu amor sobre nosotros.

O bien:

Aleluia.

Aclamen, justos, al Señor:

es propio de los buenos alabarlo.

Alaben al Señor con la cítara,

toquen en su honor el arpa de diez cuerdas. R.

Porque la palabra del Señor es recta

y él obra siempre con lealtad;

él ama la justicia y el derecho,

y la tierra está llena de su amor. R.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,

sobre los que esperan en su misericordia,

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para librar sus vidas de la muerte

y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.

Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2, 4-10

Queridos hermanos:

Al acercarse al Señor, la piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y

preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son

edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer

sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo.

Porque dice la Escritura: Yo pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa: el

que deposita su confianza en ella, no será confundido.

Por lo tanto, a ustedes, los que creen, les corresponde el honor. En cambio, para los

incrédulos, la piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra

angular: piedra de tropiezo y roca de escándalo. Ellos tropiezan porque no creen en la

Palabra: esa es la suerte que les está reservada.

Ustedes, en cambio, son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un

pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a

su admirable luz.

Ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes, que

antes no habían obtenido misericordia, ahora la han alcanzado.

Palabra de Dios.

ALELUIA Jn 14, 6

Aleluia.

Dice el Señor: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.

Nadie va al Padre, sino por mí.

Aleluia.

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EVANGELIO

Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 1-12

Jesús dijo a sus discípulos:

«No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay

muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a

prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra

vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya

conocen el camino del lugar adonde voy.»

Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?

»

Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino

por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo

conocen y lo han visto.»

Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta.»

Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no

me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: "Muéstranos al

Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?

Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las

obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por

las obras.

Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún

mayores, porque Yo me voy al Padre.»

Palabra del Señor.

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GUION PARA LA MISA

Guión Domingo V de Pascua- Ciclo A- 14 de Mayo 2017

Entrada:

En cada liturgia eucarística recibimos el don por excelencia que es el Espíritu Santo el

cual desde dentro nos anima a reconocer en Cristo el acceso al Padre.

Liturgia de la Palabra

Primera Lectura: Hechos 6, 1- 7

Los Apóstoles encargaron a siete hombres llenos del Espíritu Santo, para el servicio

del pueblo de Dios.

Salmo Responsorial: 32

Segunda Lectura: 1 Pedro 2, 4- 10

La Iglesia está fundada en Cristo, piedra viva. Los creyentes son raza elegida,

sacerdocio real que ofrece sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo.

Evangelio: Juan 14, 1- 12

Conocemos al Padre a través de Cristo, porque el Padre está en Él, y las obras que

el Hijo hace lo manifiestan.

Preces: V Pascua

Pidamos hermanos a Dios nuestro Padre por las necesidades de la Iglesia

fundada sobre Pedro, y por los hombres y mujeres del mundo.

A cada intención respondemos cantando:

*Pidamos a Dios que proteja y sostenga al Papa Francisco, y que sea para la Iglesia

principio y fundamento visible de la unidad en la fe y de la comunión en la caridad.

Oremos.

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*Pidamos por todos los que no creen en Cristo, Redentor de los hombres y por los

que, en medio de la confusión de las varias doctrinas no católicas, descubran en El, el

Camino, la Verdad y la Vida. Oremos.

*Por la unidad y la paz para la familia humana, y la disponibilidad de todos los

católicos a colaborar en un auténtico desarrollo social de la dignidad de todo ser

humano. Oremos.

.

*Por todos aquellos que se han encomendado a nuestras oraciones, que la alegría de

este tiempo pascual les dé la fortaleza para vivir en esta tierra anhelando los bienes

del cielo. Oremos.

Dios y Padre nuestro, que constituiste a tu Hijo, camino, verdad y vida; haz que

todos por quienes hemos pedido se acerquen a Jesús, que vive resucitado

contigo por los siglos de los siglos. Amén.

Liturgia Eucarística

Ofertorio:

La Eucaristía hace presente a Cristo resucitado, que sigue entregándose por

nosotros. Ofrecemos en esta celebración:

* Pan y vino, conscientes de que somos llamados a participar en la mesa del Cuerpo

y la Sangre de Cristo.

Comunión:

“Un don reclama otro don, y puesto que Jesucristo se nos da a sí mismo, démosle

también nosotros no sólo nuestras obras, sino también nuestro propio ser”.

Salida:

Madre nuestra, causa de nuestra alegría, haz que mirando siempre el Rostro

resucitado de tu Hijo nos identifiquemos con Él, viviendo una vida nueva.

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(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _

Argentina)

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Inicio

Directorio Homilético

Quinto domingo de Pascua

CEC 2746-2751: la oración de Jesús en la Última Cena

CEC 661, 1025-1026, 2795: Cristo abre para nosotros el camino del cielo

CEC 151, 1698, 2614, 2466: creer en Jesús

CEC 1569-1571: la ordenación de los diáconos

CEC 782, 803, 1141, 1174, 1269, 1322: “la estirpe elegida, el sacerdocio real”

LA ORACION DE LA HORA DE JESUS

2746 Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al Padre (cf Jn 17). Su oración, la más

larga transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la creación y de la

salvación, así como su Muerte y su Resurrección. Al igual que la Pascua de Jesús,

sucedida "una vez por todas", permanece siempre actual, de la misma manera la

oración de la "hora de Jesús" sigue presente en la Liturgia de la Iglesia.

2747 La tradición cristiana acertadamente la denomina la oración "sacerdotal" de

Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio, de su

"paso" hacia el Padre donde él es "consagrado" enteramente al Padre (cf Jn 17, 11.

13. 19).

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2748 En esta oración pascual, sacrificial, todo está "recapitulado" en El (cf Ef 1, 10):

Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que se

entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y los que creerán en El

por su palabra, la humillación y la Gloria. Es la oración de la unidad.

2749 Jesús ha cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su

sacrificio, se extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la "hora de

Jesús" llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación. Jesús, el Hijo a

quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al Padre y, al mismo tiempo, se

expresa con una libertad soberana (cf Jn 17, 11. 13. 19. 24) debido al poder que el

Padre le ha dado sobre toda carne. El Hijo que se ha hecho Siervo, es el Señor, el

Pantocrator. Nuestro Sumo Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora

en nosotros y el Dios que nos escucha.

2750 Si en el Santo Nombre de Jesús, nos ponemos a orar, podemos recibir en toda

su hondura la oración que él nos enseña: "Padre Nuestro". La oración sacerdotal de

Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padrenuestro: la preocupación

por el Nombre del Padre (cf Jn 17, 6. 11. 12. 26), el deseo de su Reino (la Gloria; cf

Jn 17, 1. 5. 10. 24. 23-26), el cumplimiento de la voluntad del Padre, de su Designio

de salvación (cf Jn 17, 2. 4 .6. 9. 11. 12. 24) y la liberación del mal (cf Jn 17, 15).

2751 Por último, en esta oración Jesús nos revela y nos da el "conocimiento"

indisociable del Padre y del Hijo (cf Jn 17, 3. 6-10. 25) que es el misterio mismo de la

vida de oración.

661 Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera es decir, a la

bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Solo el que "salió del Padre" puede

"volver al Padre": Cristo (cf. Jn 16,28). "Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del

cielo, el Hijo del hombre" (Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada a sus fuerzas naturales, la

humanidad no tiene acceso a la "Casa del Padre" (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad

de Dios. Solo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, "ha querido precedernos

como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la

ardiente esperanza de seguirlo en su Reino" (MR, Prefacio de la Ascensión).

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1025 Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los

elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera

identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17):

Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el

reino (San Ambrosio, Luc. 10,121).

1026 Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La vida de

los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención

realizada por Cristo quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído

en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad

bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a El.

2795 El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando

oramos al Padre. El está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es por tanto

nuestra "patria". De la patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado (cf Gn 3) y

hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace volver (cf Jr 3, 19-4,

1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el cielo y la tierra (cf Is 45, 8; Sal 85,

12), porque el Hijo "ha bajado del cielo", solo, y nos hace subir allí con él, por medio

de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión (cf Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef 4,

9-10; Hb 1, 3; 2, 13).

Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios

151 Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en aquel que él ha

enviado, "su Hijo amado", en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11). Dios

nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos:

"Creed en Dios, creed también en mí" (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque

es Dios, el Verbo hecho carne: "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está

en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18). Porque "ha visto al Padre" (Jn 6,46),

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él es único en conocerlo y en poderlo revelar (cf. Mt 11,27).

1698 La referencia primera y última de esta catequesis será siempre Jesucristo que

es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Contemplándole en la fe, los fieles de

Cristo pueden esperar que él realice en ellos sus promesas, y que amándolo con el

amor con que él nos ha amado hagan las obras que corresponden a su dignidad:

Os ruego que penséis que Jesucristo, Nuestro Señor, es vuestra verdadera

Cabeza, y que vosotros sois uno de sus miembros. El es con relación a vosotros lo

que la cabeza es con relación a sus miembros; todo lo que es suyo es vuestro, su

espíritu, su Corazón, su cuerpo, su alma y todas sus facultades, y debéis usar de ellos

como de cosas que son vuestras, para servir, alabar, amar y glorificar a Dios.

Vosotros y él sois como los miembros y su cabeza. Así desea él ardientemente usar

de todo lo que hay en vosotros, para el servicio y la gloria de su Padre, como de

cosas que son de él (S. Juan Eudes, cord. 1,5).

2614 Cuando Jesús confía abiertamente a sus discípulos el misterio de la oración al

Padre, les desvela lo que deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya vuelto,

con su humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo ahora es "pedir en

su Nombre" (Jn 14, 13). La fe en El introduce a los discípulos en el conocimiento del

Padre porque Jesús es "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). La fe da su fruto

en el amor: guardar su Palabra, sus mandamientos, permanecer con El en el Padre

que nos ama en El hasta permanecer en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza

de ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús (cf Jn 14,

13-14).

2466 En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó toda entera. "Lleno de gracia y de

verdad" (Jn 1,14), él es la "luz del mundo" (Jn 8,12), la Verdad (cf Jn 14,6). El que

cree en él, no permanece en las tinieblas (cf Jn 12,46). El discípulo de Jesús,

"permanece en su palabra", para conocer "la verdad que hace libre" (cf Jn 8,31-32) y

que santifica (cf Jn 17,17). Seguir a Jesús es vivir del "Espíritu de verdad" (Jn 14,17)

que el Padre envía en su nombre (cf Jn 14,26) y que conduce "a la verdad completa"

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(Jn 16,13). Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la Verdad: "Sea

vuestro lenguaje: `sí, sí'; `no, no'" (Mt 5,37).

La ordenación de los diáconos, “en orden al ministerio”

1569 "En el grado inferior de la jerarquía están los diácon os, a los que se les

imponen las 'para realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio'" (LG 29; cf CD

15). En la ordenación al diaconado, sólo el obispo impone las manos , significando

así que el diácono está especialmente vinculado al obispo en las tareas de su

"diaconía" (cf S. Hipólito, trad. ap. 8).

1570 Los diáconos participan de una manera especial en la misión y la gracia de

Cristo (cf LG 41; AA 16). El sacramento del Orden los marco con un sello (carácter)

que nadie puede hacer desaparecer y que los configura con Cristo que se hizo

"diácono", es decir, el servidor de todos (cf Mc 10,45; Lc 22,27; S. Policarpo, Ep 5,2).

Corresponde a los diáconos, entre otras cosas, asistir al obispo y a los presbíteros en

la celebración de los divinos misterios sobre todo de la Eucaristía y en la distribución

de la misma, asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, proclamar el

evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios de la

caridad (cf LG 29; cf. SC 35,4; AG 16).

1571 Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia latina ha restablecido el diaconado

"como un grado particular dentro de la jerarquía" (LG 29), mientras que las Iglesias de

Oriente lo habían mantenido siempre. Este diaconado permanente, que puede ser

conferido a hombres casados, constituye un enriquecimiento importante para la misión

de la Iglesia. En efecto, es apropiado y útil que hombres que realizan en la Iglesia un

ministerio verdaderamente diaconal, ya en la vida litúrgica y pastoral, ya en las obras

sociales y caritativas, "sean fortalezcan por la imposición de las manos transmitida ya

desde los Apóstoles y se unan más estrechamente al servicio del altar, para que

cumplan con mayor eficacia su ministerio por la gracia sacramental del diaconado"

(AG 16).

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Inicio

Exégesis · San Juan Pablo II

"Creed en Dios, creed también en mí"

1. Los hechos que hemos analizado en la catequesis anterior son en su conjunto

elocuentes y prueban la conciencia de la propia divinidad, que Jesús demuestra tener

cuando se aplica a Sí mismo el nombre de Dios, los atributos divinos, el poder juzgar

al final sobre las obras de todos los hombres, el poder perdonar los pecados, el poder

que tiene sobre la misma ley de Dios. Todos son aspectos de la única verdad que Él

afirma con fuerza, la de ser verdadero Dios, una sola cosa con el Padre. Es lo que

dice abiertamente a los judíos, al conversar libremente con ellos en el templo, el día

de la fiesta de la Dedicación: “Yo y el Padre somos una misma cosa” (Jn 10, 30). Y,

sin embargo, al atribuirse lo que es propio de Dios, Jesús habla de Sí mismo como

del “Hijo del hombre”, tanto por la unidad personal del hombre y de Dios en Él, como

por seguir la pedagogía elegida de conducir gradualmente a los discípulos, casi

tomándolos de la mano, a las alturas y profundidades misteriosas de su verdad.

Como Hijo del hombre no duda en pedir: “Creed en Dios, creed en mí” (Jn 14, 1).

El desarrollo de todo el discurso de los capítulos 14-17 de Juan, y especialmente las

respuestas que da Jesús a Tomás y a Felipe, demuestran que cuando pide que crean

en Él, se trata no sólo de la fe en el Mesías como el Ungido y el Enviado por Dios,

sino de la fe en el Hijo que es de la misma naturaleza que el Padre. “Creed en Dios,

creed también en mí” (Jn 14, 1).

2. Estas palabras hay que examinarlas en el contexto del diálogo de Jesús con los

Apóstoles en la última Cena, narrado en el Evangelio de Juan. Jesús dice a los

Apóstoles que va a prepararles un lugar en la casa del Padre (cf. Jn 14, 2-3). Y

cuando Tomás le pregunta por el camino para ir a esa casa, a ese nuevo reino, Jesús

responde que Él es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14, 6). Cuando Felipe le pide

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que muestre el Padre a los discípulos, Jesús replica de modo absolutamente unívoco:

“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre?

¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo

nos las hablo de mí mismo; el Padre que mora en mí hace sus obras. Creedme, que

yo estoy en el Padre y el Padre en mí; a lo menos, creedlo por las obras” (Jn 14, 9-

11).

La inteligencia humana no puede rechazar esta declaración de Jesús, si no es

partiendo ya a priori de un prejuicio antidivino. A los que admiten al Padre, y más aún,

lo buscan piadosamente, Jesús se manifiesta a Sí mismo y des dice: ¡Mirad, el Padre

está en mí!

3. En todo caso, para ofrecer motivos de credibilidad, Jesús apela a sus obras: a todo

lo que ha llevado a cabo en presencia de los discípulos y de toda la gente. Se trata de

obras santas y muchas veces milagrosas, realizadas como signos de su verdad. Por

esto merece que se tenga fe en Él. Jesús lo dice no sólo en el círculo de los

Apóstoles, sino ante todo el pueblo. En efecto, leemos que, al día siguiente de la

entrada triunfal en Jerusalén, la gran multitud que había llegado para las

celebraciones pascuales, discutía sobre la figura de Cristo y la mayoría no creía en

Jesús, “aunque había hecho tan grandes milagros en medio de ellos” (Jn 12, 37). En

un determinado momento “Jesús, clamando, dijo: El que cree en mí, no cree en mí,

sino en el que me ha enviado, y el que me ve, ve al que me ha enviado” (Jn 12, 44).

Así, pues, podemos decir que Jesucristo se identifica con Dios como objeto de la fe

que pide y propone a sus seguidores. Y les explica: “Las cosas que yo hablo, las

hablo según el Padre me ha dicho” (Jn 12, 50): alusión clara a la fórmula eterna por la

que el Padre genera al Verbo-Hijo en la vida trinitaria.

Esta fe, ligada a las obras y a las palabras de Jesús, se convierte en una

“consecuencia lógica” para los que honradamente escuchan a Jesús, observan sus

obras, reflexionan sobre sus palabras. Pero éste es también el presupuesto y la

condición indispensable que exige el mismo Jesús a los que quieren convertirse en

sus discípulos o beneficiarse de su poder divino.

4. A este respecto, es significativo lo que Jesús dice al padre del niño epiléptico,

poseído desde la infancia por un “espíritu mudo” que se desenfrenaba en él de modo

impresionante. El pobre padre suplica a Jesús: “Si algo puedes, ayúdanos por

compasión hacia nosotros. Díjole Jesús: ¡Si puedes! Todo es posible al que cree. Al

instante, gritando, dijo el padre del niño: ¡Creo! Ayuda a mi incredulidad” (Mc 9, 22-

23). Y Jesús cura y libera a ese desventurado. Sin embargo, pide al padre del

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muchacho una apertura del alma a la fe. Eso es lo que le han dado a lo largo de los

siglos tantas criaturas humildes y afligidas que, como el padre del epiléptico, se han

dirigido a Él para pedirle ayuda en las necesidades temporales, y sobre todo en las

espirituales.

5. Pero allí donde los hombres, cualquiera que sea su condición social y cultural,

oponen una resistencia derivada del orgullo e incredulidad, Jesús castiga esta actitud

suya no admitiéndolos a los beneficios concedidos por su poder divino. Es significativo

e impresionante lo que se lee de los nazarenos, entre los que Jesús se encontraba

porque había vuelto después del comienzo de su ministerio, y de haber realizado los

primeros milagros. Ellos no sólo se admiraban de su doctrina y de sus obras, sino que

además “se escandalizaban de Él”, o sea, hablaban de Él y lo trataban con

desconfianza y hostilidad, como persona no grata.

“Jesús les decía: ningún profeta es tenido en poco sino en su patria y entre sus

parientes y en su familia. Y no pudo hacer allí ningún milagro fuera de que a algunos

pocos dolientes les impuso las manos y los curó. Él se admiraba de su incredulidad”

(Mc 6, 4-6). Los milagros son “signos” del poder divino de Jesús. Cuando hay

obstinada cerrazón al reconocimiento de ese poder, el milagro pierde su razón de ser.

Por lo demás, también Él responde a los discípulos, que después de la curación del

epiléptico preguntan a Jesús porqué ellos, que también habían recibido el poder del

mismo Jesús, no consiguieron expulsar al demonio. El respondió: “Por vuestra poca

fe: porque en verdad os digo, que si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a

este monte: Vete de aquí allá, y se iría, y nada os sería imposible” (Mt 17, 19-20). Es

un lenguaje figurado e hiperbólico, con el que Jesús quiere inculcar a sus discípulos la

necesidad y la fuerza de la fe.

6. Es lo mismo que Jesús subraya como conclusión del milagro de la curación del

ciego de nacimiento, cuando lo encuentra y le pregunta: “¿Crees en el Hijo del

hombre? Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en El? Díjole Jesús: le

estás viendo; es el que habla contigo. Dijo él: Creo, Señor, y se postró ante él” (Jn 9,

35-38). Es el acto de fe de un hombre humilde, imagen de todos los humildes que

buscan a Dios (cf. Dt 29, 3; Is 6, 9 ss.; Jer 5, 21; Ez 12, 2): él obtiene la gracia de una

visión no sólo física, sino espiritual, porque reconoce al “Hijo del hombre”, a diferencia

de los autosuficientes que confían únicamente en sus propias luces y rechazan la luz

que viene de lo alto y por lo tanto se autocondenan, ante Cristo y ante Dios, a la

ceguera (cf. Jn 9, 39-41).

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7. La decisiva importancia de la fe aparece aún con mayor evidencia en el diálogo

entre Jesús y Marta ante el sepulcro de Lázaro: “Díjole Jesús: Resucitará tu hermano.

Marta le dijo: Sé que resucitará en la resurrección, en el último día. Díjole Jesús: Yo

soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que

vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto? Díjole ella (Marta): Sí,

Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que ha venido a este mundo”

(Jn 11, 23-27). Y Jesús resucita a Lázaro como signo de su poder divino, no sólo de

resucitar a los muertos porque es Señor de la vida, sino de vencer la muerte, El, que

como dijo a Marta, ¡es la resurrección y la vida!

8. La enseñanza de Jesús sobre la fe como condición de su acción salvífica se

resume y consolida en el coloquio nocturno con Nicodemo, “un jefe de los judíos” bien

dispuesto hacia Él y a reconocerlo como “maestro de parte de Dios” (Jn 3, 2). Jesús

mantiene con él un largo discurso sobre la “vida nueva” y, en definitiva, sobre la nueva

economía de la salvación fundada en la fe en el Hijo del hombre que ha de ser

levantado “para que todo el que crea en él tenga la vida eterna. Porque tanto amó

Dios al mundo, que le dio a su unigénito Hijo, para que todo el que crea en él no

perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 15-16). Por lo tanto, la fe en Cristo es

condición constitutiva de la salvación, de la vida eterna. Es la fe en el Hijo unigénito -

consubstancial al Padre- en quien se manifiesta el amor del Padre. En efecto, “Dios

no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo

sea salvo por él” (Jn 3, 17). En realidad, el juicio es inmanente a la elección que se

hace, a la adhesión o al rechazo de la fe en Cristo: “El que cree en él no será

juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no creyó en el nombre del unigénito

Hijo de Dios” (Jn 3, 18).

Al hablar con Nicodemo, Jesús indica en el misterio pascual el punto central de la fe

que salva: “Es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que

creyere en él tenga vida eterna” (Jn 3, 14-15). Podemos decir también que éste es el

“punto crítico” de la fe en Cristo. La cruz ha sido la prueba definitiva de la fe para los

Apóstoles y los discípulos de Cristo. Ante esa “elevación” había que quedar

conmovidos, como en parte sucedió. Pero el hecho de que Él “resucitó al tercer día”

les permitió salir victoriosos de la prueba final. Incluso Tomás, que fue el último en

superar la prueba pascual de la fe, durante su encuentro con el Resucitado,

prorrumpió en esa maravillosa profesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20, 28).

Como ya en ese otro tiempo Pedro en Cesarea de Filipo (cf. Mt 16, 16), así también

Tomás en este encuentro pascual deja explotar el grito de la fe que viene del Padre:

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Jesús crucificado y resucitado es “Señor y Dios”.

9. Inmediatamente después de haber hecho esta profesión de fe y de la respuesta de

Jesús proclama la bienaventuranza de aquellos “que sin ver creyeron” (Jn 20, 29).

Juan ofrece una primera conclusión de su Evangelio: “Muchas otras señales hizo

Jesús en su presencia de los discípulos, que no están escritas en este libro para que

creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su

nombre” (Jn 20, 30-31).

Así pues, todo lo que Jesús hacía y enseñaba, todo lo que los Apóstoles predicaron y

testificaron, y los Evangelistas escribieron, todo lo que la Iglesia conserva y repite de

su enseñanza, debe servir a la fe, para que, creyendo, se alcance la salvación. La

salvación -y por lo tanto la vida eterna- está ligada a la misión mesiánica de

Jesucristo, de la cual deriva toda la “lógica” y la “economía” de la fe cristiana. Lo

proclama el mismo Juan desde el prólogo de su Evangelio: “A cuantos lo recibieron (al

Verbo) dióles poder de venir a ser hijos de Dios: “A aquellos que creen en su nombre”

(Jn 1, 12).

(San Juan Pablo II, Catequesis en la Audiencia General, 21 de octubre de 1987)

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Comentario Teológico· Directorio Homilético

55. Desde el V domingo de Pascua la dinámica de las lecturas bíblicas se traslada de

la celebración de la Resurrección del Señor a la preparación del momento culminante

del Tiempo de Pascua, y a la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés. El hecho de

que los pasajes evangélicos de estos domingos estén todos extraídos de los

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discursos de Cristo al final de la Última Cena, manifiesta su profundo significado

eucarístico. Las lecturas y las oraciones ofrecen al homileta la ocasión de exponer

cual es la función del Espíritu Santo en el camino que vive la Iglesia. Los párrafos del

Catecismo que conciernen «al Espíritu y la Palabra de Dios en el tiempo de las

promesas» (CEC 702-716) se refieren a las lecturas de la Vigilia pascual,

relacionadas con la obra del Espíritu Santo, mientras que los párrafos que consideran

el tema «el Espíritu Santo y la Iglesia en la Liturgia» (CEC 1091-1109) pueden servir

de ayuda al homileta para ilustrar cómo el Espíritu Santo hace presente en la Liturgia

el Misterio Pascual de Cristo.

(Congregación para el Culto Divino, Directorio Homilético, 2014, nº 55)

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Santos Padres· San Juan Crisóstomo

Las palabras de Jesús en la Última Cena

Decía el profeta a los judíos: Tú tenías rostro de mujer descarada*1, puesto

que tratas con todos en forma impudente. Por lo visto, tal cosa puede con todo

derecho decirse no sólo de aquella ciudad, sino de todos cuantos imprudentemente se

oponen a la verdad. Como Felipe dijera: Muéstranos al Padre, Cristo le responde:

Felipe: ¿tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me has conocido? Y a pesar

de todo, los hay que tras de semejantes expresiones todavía separan las substancias

del Padre y del Hijo; y eso que no podrás encontrar vecindad más apretada. No

faltaron herejes que por ellas fueron a dar al error de Sabelio.

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Por nuestra parte, dejando a un lado a unos y a otros, como opuestos

impíamente a la verdad, examinamos el exacto sentido de las palabras. Felipe: hace

tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces? Pero ¿qué es esto? ¿Acaso

eres tú el Padre por el cual yo pregunto? Responde Cristo: ¡No! Por eso no dijo: No lo

has conocido; sino: No me has conocido, queriendo declarar tan sólo que no es el

Hijo otra cosa sino lo que es el Padre, pero permaneciendo Hijo. ¿Por qué se atrevió

Felipe a semejante pregunta? Había dicho Cristo: Si me conocéis a Mí, también

habéis conocido al Padre. Y lo mismo había dicho varias veces a los judíos. Ahora

bien, pues así los judíos como Pedro con frecuencia habían preguntado a Jesús

quién era el Padre, y lo mismo había hecho Tomás, pero ninguno había recibido una

respuesta clara, sino que aún ignoraban quién era, Felipe, para no parecer molesto, ni

molestar a Jesús tratándolo a la manera de los judíos, en cuanto dijo: Muéstranos al

Padre, añadió enseguida: Y eso nos basta. Ya no preguntamos más.

Cristo había dicho: Si me conocéis a Mí también habéis conocido a mi Padre,

de modo que El por Sí mismo manifestaba al Padre. Pero Felipe invirtió el orden

diciendo: Muéstranos al Padre, como si ya conociera a Cristo exactamente. Cristo no

accedió, sino que lo volvió al camino, persuadiéndolo a conocer al Padre por el mismo

Jesús. Felipe quería verlo con los ojos corporales, tal vez porque sabía que los

profetas habían visto a Dios. Pero, oh Felipe, advierte que eso se ha dicho hablando

al modo humano y craso. Por eso decía Cristo: A Dios nadie lo vio jamás*2; y

también: Todo el que oye el mensaje del Padre, viene a mí*3. Y luego: Vosotros

jamás habéis oído mi voz, ni jamás habéis visto mi rostro*4. Y en el Antiguo

Testamento: Nadie puede ver mi rostro y seguir viviendo*5.

¿Qué le responde Cristo?: Felipe: ¿tanto tiempo hace que estoy con vosotros

y no me has conocido? No le dice: Y no me has visto, sino: No me has conocido.

Pero, Señor: ¿es acaso a Ti a quien quiero conocer? Yo quiero ahora conocer a tu

Padre ¿y Tú me dices: no me has conocido? ¡No hay lógica en esto! Y sin embargo

la hay y muy exacta. Puesto que el Hijo es una misma cosa con el Padre, aunque

permaneciendo Hijo, lógicamente Jesús manifiesta en Sí al Padre. Pero enseguida,

distinguiendo las Personas, dice: El que me ha visto a Mí también ha visto al Padre,

para que nadie diga que una misma Persona es Padre y es Hijo. Si el Hijo fuera al

mismo tiempo Padre, no diría: Quien a Mí me ve también a Él lo ve.

Más ¿por qué no le dijo: Pides un imposible para quien es puro hombre? ¡Eso

sólo a Mí me es posible! Como Felipe había dicho: Eso nos basta, como si ya lo viera,

Cristo le declara que ni a El mismo lo ha conocido; pues si hubiera podido conocer a

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Cristo habría conocido al Padre ya. De otro modo: Ni a Mí ni al Padre puede alguno

conocernos. Felipe buscaba el conocimiento mediante la vista; y como pensaba que

ya conocía a Cristo, quería ver del mismo modo al Padre. Cristo le declara que ni a El

mismo lo conoce.

Si alguien en estas palabras quiere entender por conocimiento la visión, no lo

contradiré. Pues dice Cristo: El que me conoce, conoce también al Padre. Pero no es

eso lo que quiere significar Cristo, sino demostrar su consubstancialidad con el Padre.

Como si dijera: El que conozca la substancia mía, conoce por lo mismo al Padre.

Instarás: pero ¿qué solución es ésa? También el que ve las creaturas conoce a Dios.

Sin embargo, todos ven las creaturas y las conocen, pero a Dios no. Investiguemos

qué es lo que Felipe anhela ver. ¿Es acaso la sabiduría del Padre o su bondad? ¡De

ninguna manera! Sino qué cosa es Dios en su misma substancia. A esto responde

Cristo: El que me ve a Mí. Quien ve las creaturas no ve la substancia de Dios. Cristo

dice: El que me ve ha visto al Padre. Si El fuera de otra substancia no lo habría

aseverado.

Para usar de un lenguaje más craso, nadie que no conozca el oro puede ver

en la plata la substancia del oro, puesto que es imposible conocer una naturaleza en

otra distinta. De modo que con razón Cristo increpó a Felipe y le dijo: Tanto tiempo he

estado con vosotros. Como si le dijera: Tantas enseñanzas has recibido, tantos

milagros has visto realizados por mi autoridad propia, cosas todas privativas de la

divinidad y que solamente el Padre hace, como la remisión de los pecados, la

revelación de lo íntimo y secreto, las resurrecciones, la creación de los miembros

hecha mediante un poco de lodo ¿y no me has conocido?

Como estaba Cristo vestido de nuestra carne, dice: No me has conocido. ¿Has

visto al Padre? No busques más. En Mí lo has visto. Si me has visto ya no investigues

más con vana curiosidad: en Mi mismo lo has visto. ¿No crees que yo estoy en el

Padre? Es decir: ¿que yo me presento en su misma substancia? Las cosas que Yo

os manifiesto no son invención mía. ¿Adviertes la suma vecindad y cómo son una

misma y única substancia? El Padre que mora en mí El mismo realiza las obras. Mira

cómo pasa a las obras habiendo comenzado por las palabras. Lógicamente debió

decir: Él es quien pronuncia las palabras; pero es que toca aquí dos cosas: la doctrina

y los milagros; o también quiere decir que las palabras mismas ya son obras.

Mas ¿cómo hace el Padre esas obras? Porque en otro lugar dice Cristo: Si no

hago las obras de mi Padre, no me creáis*6. ¿Por qué aquí dice que es el Padre

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quien las hace? Es para indicar con esto que no hay intermedio entre el Padre y el

Hijo. Es decir: No procede el Padre de un modo y Yo de otro; puesto que en otra

parte asevera: Mi Padre en todo momento trabaja y Yo también trabajo*7. En ese

pasaje indica no haber ninguna diferencia, y aquí declara de nuevo lo mismo.

No te extrañes que las palabras a primera vista parezcan algo rudas. Pues las

dijo después de haber dicho a Felipe: ¿No crees? dando a entender que en tal forma

atemperaba sus expresiones que arrastraran a Felipe a la fe. Conocía los corazones

de sus discípulos. ¿Creéis que Yo estoy en el Padre y el Padre está en Mí? Convenía

que vosotros, en oyendo Padre e Hijo, no preguntarais más, para confesar enseguida

ser ambos una sola y la misma substancia. Pero si eso no os basta para demostrar la

igualdad de honor y la consubstancialidad, aprendedlo recurriendo a las obras.

Aquello de: Quien me ha visto también ha visto a mi Padre, si se hubiera referido a las

obras, no habría añadido ahora: A lo menos por las obras creedme.

Luego, declarando que puede no únicamente estas obras, sino otras mucho

mayores que éstas, lo hace mediante una hipérbole. Porque no dice: Puedo hacer

obras mayores que éstas, sino lo que es mucho más admirable: Puedo comunicar a

otros el poder de hacer obras superiores a éstas: En verdad, en verdad os digo: El

que cree en Mí hará también las obras que Yo hago; y aún mayores que éstas,

porque Yo voy al Padre. Quiere decir: En vuestras manos estará en adelante hacer

milagros, porque Yo ya me voy.

Una vez que hubo conseguido con su discurso lo que intentaba, dice: Y todo

cuando pidiereis en mi nombre lo haré, para que sea glorificado el Padre en el Hijo.

¿Adviertes cómo de nuevo Él es el que obra? Pues dice: Lo haré. Y no dijo: Rogaré a

mi Padre, sino: Para que sea glorificado el Padre en Mí. En otra parte decía: Dios lo

glorificará en Sí mismo. En cambio aquí dice: El glorificará al Padre. Porque así,

cuando se vea que el Hijo puede grandes obras, el Engendrador será glorificado.

¿Qué significa: En mi nombre? Lo que luego los apóstoles decían: En nombre

de Jesucristo, levántate y camina. Pues todos los milagros que ellos obraban era El

quien los hacía; y la mano del Señor estaba con ellos. Porque dice: Lo haré.

¿Adviertes el poder absoluto? Los milagros que mediante otros se verifican, El los

hace; ¿y no podrá hacer los que El mismo obra si no es dándole poder el Padre?

¿Quién podría afirmar tal cosa? Más ¿por qué añade esto? Para confirmar sus

palabras y manifestar que las anteriores las dijo atemperándose.

Lo que sigue: Voy al Padre, significa: No perezco, en mi propia dignidad

permanezco; estoy en los Cielos. Todo esto lo decía para consolarlos. Como era

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verosímil que sintieran en su ánimo alguna tristeza, pues no tenían aún una noción

justa de la resurrección, con variadas palabras les promete que ellos comunicarán a

otros esas mismas cosas y continuamente cuida de ellos y les declara que El

permanecerá siempre; y no sólo que permanecerá, sino que incluso demostrará un

poder aún mayor.

En consecuencia, vayamos en pos de Él y tomemos nuestra cruz. Pues aun

cuando ahora no amenaza ninguna persecución, pero es tiempo de otro género de

muerte. Porque dice Pablo: Mortificad vuestros miembros, que son vuestra porción

terrena*8. Apaguemos la concupiscencia, reprimamos la ira, quitemos la envidia. Este

es un sacrificio en víctima viva; sacrificio que no acaba en ceniza, ni se expande como

el humo, ni necesita leña ni fuego ni espada. Porque tiene en sí el fuego y la espada,

que es el Espíritu Santo. Usa de este cuchillo y circuncida todo lo inútil, todo lo

extraño de tu corazón. Abre tus oídos que estaban cerrados. Porque las

enfermedades espirituales y las perversas pasiones suelen cerrar las puertas de los

oídos.

El ansia de riquezas no permite oír las palabras de la limosna. La envidia, si se

echa encima, aparta las enseñanzas acerca de la caridad; y cualquier otra

enfermedad de ésas torna al alma perezosa para todo. Quitemos, pues, esas malas

pasiones. Basta con quererlo y todas se apagan. No nos fijemos, os ruego, en que el

anhelo de riquezas es una tiranía. La tiranía verdadera la constituye nuestra apatía y

pereza. Muchos hay que aseveran no saber qué cosa es la plata, puesto que

semejante codicia no es innata y connatural. Las inclinaciones naturales se nos

infunden desde el principio. En cambio, durante mucho tiempo se ignoró lo que fueran

el oro y la plata.

Entonces ¿de dónde vino semejante codicia? De la vanagloria y de la extrema

indolencia. Porque de las pasiones, hay unas que son necesarias, otras connaturales,

otras que no son ni lo uno ni lo otro. Por ejemplo: las que si no se satisfacen perece la

vida, son necesarias y connaturales, como la del alimento, la bebida y el sueño. En

cambio, el amor sensual de los cuerpos se dice connatural, pero no es necesario,

puesto que muchos lo han superado y no han perecido. Por lo que mira a la codicia

del dinero, ni es connatural ni necesaria, sino adventicia y superflua.

Si queremos no nos dominará. Hablando Cristo acerca de la virginidad, dice:

El que pueda entender que entienda*9. Pero acerca de las riquezas no se expresa lo

mismo, sino que dice: El que no renunciare a todo lo que posee*10 no es digno de mí.

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Cristo exhorta a lo que es fácil; pero en lo que supera las fuerzas de muchos lo deja a

nuestro arbitrio. Entonces ¿por qué nos privamos de toda defensa? El esclavo de

pasiones vehementes no sufrirá tan graves castigos; pero el que se hace esclavo de

pasiones más débiles, queda sin posible defensa.

¿Qué responderemos al Juez cuando nos diga: Me viste hambriento y no me

diste de comer? ¿Qué excusa tendremos? ¿Objetaremos nuestra pobreza? Pero no

somos más pobres que la viuda aquella que venció en generosidad a todos con los

dos óbolos que dio de limosna. Dios no exige en los dones la magnitud, sino el fervor

de la voluntad; lo cual forma parte de su providencia. Admiremos su bondad y

ofrezcamos, en consecuencia, lo que nos sea posible. Así, tras de alcanzar grande

clemencia de parte de Dios, así en esta vida como en la futura, podemos disfrutar de

los bienes prometidos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual

sea la gloria por los siglos de los siglos.–Amén.

SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan (2), Homilía

LXXIV (LXXIII), Tradición México 1981, p. 254-59

_________________________________

*1- Jr 3, 3

*2- Jn 1, 18

*3- Jn 7, 45

*4- Jn 5, 37

*5- Ex 33, 20

*6- Jn 10, 37

*7- Jn 5, 17

*8- Col 3, 5

*9- Mt 19, 12

*10- Lc 14, 33

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Aplicación· P. José A. Marcone, I.V.E.. S.S. Francisco p.p.· San Juan Pablo II· S.S. Benedicto XVI· P. Gustavo Pascual, I.V.E.. S.S. Benedicto XVI

P. José A. Marcone, I.V.E.

El camino que conduce al Padre

(Jn 14,1-12)

Introducción

Dice el Directorio Homilético: “A partir del V domingo de Pascua la dinámica de las

lecturas bíblicas se traslada de la celebración de la Resurrección del Señor a la

preparación del momento culminante del Tiempo de Pascua, y a la Venida del

Espíritu Santo en Pentecostés”*1. Esto quiere decir que los evangelios de los cuatro

primeros domingos de Pascua fueron elegidos para celebrar la Resurrección de

Cristo, mientras que los domingos siguientes, del V al VII, fueron elegidos para

preparar la Ascensión de Cristo a los cielos y la venida del Espíritu Santo en

Pentecostés.

Los textos de los evangelios de los domingos V a VII de Pascua están tomados del

Discurso de Jesús en la Última Cena, y esto por dos razones. En primer lugar, porque

este discurso está dirigido especialmente a los creyentes en Cristo*2, a los discípulos

de Cristo. Y, en segundo lugar, porque es el lugar donde Jesús habla con mayor

claridad acerca de su partida hacia el Padre y de su envío del Espíritu Santo. Al

mismo tiempo de anunciar esos dos eventos Jesús los interpreta. De esta manera

estos textos del último discurso de Jesús dicho durante la Última Cena son una

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excelente introducción para prepararse al triunfo total de Cristo: Ascensión y envío del

Espíritu Santo.

El domingo de hoy, domingo V, nos prepara más especialmente al triunfo ‘oficial’ de

Cristo: su Ascensión y su exaltación a la derecha del Padre. Por lo tanto, el tono o el

cariz del domingo de hoy consiste en la alegría por la resurrección de Cristo que nos

prepara para celebrar con gran gozo la Ascensión de Jesús y nuestra propia

ascensión al final de los tiempos.

1. Jesús anuncia su partida de este mundo y su vuelta al Padre

En el evangelio de hoy Jesucristo habla acerca de su partida de este mundo por su

pasión y muerte y acerca de su retorno al Padre por su resurrección y su ascensión.

Éste es el tema fundamental del evangelio de hoy.

Lo primero que hace Jesucristo al empezar a hablar es afirmar con fuerza su

divinidad: “Creéis en Dios, creed también en mí” (Jn 14,1). Dice San Juan Pablo II

respecto a este versículo: “Cuando Jesús pide que crean en Él, se trata no sólo de la

fe en el Mesías como el Ungido y el Enviado por Dios, sino de la fe en el Hijo que es

de la misma naturaleza que el Padre”*3.

E inmediatamente les anuncia que se va al Padre pero que volverá por segunda vez

revestido de gloria para salvar a sus elegidos. Esto es lo que significan estas palabras

que hemos leído hoy: “Cuando yo haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os

tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros” (Jn 14,3).

En la Última Cena Jesucristo llega a su más honda humillación pues en el lavatorio de

los pies asume la forma de siervo, como Él mismo lo dice (Jn 13,16). El lavatorio de

los pies es el símbolo del abajamiento más profundo de Jesús y es, al mismo tiempo,

símbolo de su pasión y muerte*4. Pero llegado el punto más bajo de su

anonadamiento (cf. Filp 2,7) comienza su ascenso al Padre a través de la resurrección

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y ascensión a la derecha del Padre.

Ante una pregunta del Apóstol Tomás, Jesucristo explica el modo que tiene el

cristiano de participar de su resurrección y ascensión, y de ese modo llegar al Padre.

Ese modo es Él mismo. Él es el camino porque es la verdad encarnada del Padre y es

Él el que da la vida que viene del cielo, la vida sobrenatural. La fe en que Jesucristo

es verdadero Dios y verdadero hombre, perfecto Dios y perfecto hombre es la que

abre el acceso a la glorificación integral del hombre, cuerpo y alma.

2. Significado eucarístico del evangelio de hoy

El trozo del evangelio que hemos leído hoy, aunque no parezca, está lleno de

referencias eucarísticas. Y nosotros debemos hacerlas resaltar dado que, como dice

el Directorio Homilético, “la gozosa celebración de los cincuenta días que culminan en

Pentecostés es para los homiletas un tiempo excelente para tejer vínculos entre las

Escrituras y la Eucaristía”*5.

La primera referencia eucarística del evangelio de hoy es el simple hecho de que se

trata de palabras dichas por Jesús en la Última Cena, es decir, apenas unos

momentos después de haber instituido la Eucaristía, haber celebrado su Sacrificio,

haber ordenado a los primeros ministros de ese sacramento y haber comunicado su

Cuerpo y su Sangre a los presentes. Sus apóstoles, con quienes conversa en el

evangelio de hoy, acababan de comulgar su Cuerpo y su Sangre. Por eso dice el

Directorio Homilético: “El hecho de que los pasajes evangélicos de estos domingos

estén todos extraídos de los discursos de Cristo al final de la Última Cena, manifiesta

su profundo significado eucarístico”*6.

La segunda referencia a la Eucaristía es que las palabras que Jesús dice en el

evangelio de hoy acerca de su partida de este mundo por su pasión y muerte, y

acerca de su triunfo por la resurrección y ascensión se realizan de una manera

verdadera, real y sustancial en la Eucaristía. La Eucaristía no es solamente el

Sacrificio de Cristo, no es solamente el sacramento de la muerte del Señor, sino que

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es el sacramento del Misterio Pascual completo, que incluye la resurrección y la

ascensión a la derecha del Padre. Por eso, la Eucaristía es también sacramento de la

Ascensión, de la cual habla el evangelio de hoy. La Eucaristía es un signo

sacramental, es decir, eficaz de las palabras de Cristo acerca de su Ascensión. La

Ascensión del Señor expresada con palabras en el evangelio de hoy se plasma de

una manera concreta y artística, podríamos decir, en la celebración de la Eucaristía.

La Eucaristía es la Ascensión de Cristo.

La tercera referencia a la Eucaristía del evangelio de hoy es la ausencia de Judas

Iscariote de entre los Doce. En efecto, en 13,18-30 se narra que Judas, instigado por

el diablo, sale de la sala para denunciar y traicionar a Jesús delante de los sacerdotes

judíos. El contexto en que Judas consuma su decisión de traicionar a Jesús es

totalmente eucarístico.

Jesús introduce el anuncio de la traición de Judas citando un texto del Salmo 41,10:

“Yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come

mi pan ha alzado contra mí su talón” (Jn 13,18)*7. La expresión ‘mi pan’ hace

mención, sin duda, a la Eucaristía*8. La palabra ‘talón’ hace referencia a Gén 3,15,

donde Yahveh reprende a Satanás (la serpiente) recordándole que el Hijo de la Mujer

le aplastará la cabeza con el talón*9. Esta citación del Sal 41,10 dicha por Cristo y

referida al traidor Judas expresa que Satanás, a través de su sicario Judas, busca dar

vuelta la profecía de Yahveh y ahora quiere ser él, Satanás, el que aplaste con su

talón a Cristo. Por algo se dice que el diablo es el mono de Dios. Pero hay un matiz

muy importante: el Cristo que Satanás quiere aplastar con su talón es el Cristo

Eucarístico. Esta acusación de Cristo contra Judas (‘el que come mi pan alzó contra

mí su talón’) es signo y revelación de la lucha eterna que Satanás moverá contra la

Eucaristía a lo largo de todos los siglos*10.

Si ponemos en contacto el texto de Jn 13,18 con Jn 6,64 y 6,71 quedará en evidencia

que la razón principal de la traición de Judas no fue la avaricia sino la falta de fe en la

Eucaristía. En efecto, en el capítulo 6 de San Juan, Jesús anuncia que va a dar de

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comer su propio Cuerpo y de beber su propia Sangre, lo cual provoca el abandono de

muchos de sus discípulos (Jn 6,66). Entonces San Juan dice: “Jesús sabía desde un

principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar” (Jn

6,64), con lo cual manifiesta explícitamente que Judas no creyó en la promesa de la

Eucaristía. Y casi inmediatamente Jesús dice: “¿No os he elegido yo a vosotros, los

Doce? Y uno de vosotros es un diablo” (Jn 6,70). Y el evangelista San Juan explica:

“Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, porque éste le iba a entregar, uno de los

Doce” (Jn 6,71). Queda clarísimo entonces que el gran pecado de Judas fue no haber

creído en la Eucaristía y, a causa de esa falta de fe, fue tentado e instigado por el

diablo para que traicionara a Jesús*11.

Judas será zarandeado por el diablo y a causa de su falta de fe en la Eucaristía

sucumbió a sus instigaciones. San Pedro también será zarandeado por el diablo,

como el mismo Cristo lo dijo (Lc 22,31-32) y tambaleará cuando niegue a su Señor

por tres veces (Mc 14,66-872). Pero la fe en la Eucaristía que manifestó cuando

Jesús la prometió (“Señor, sólo Tú tienes palabras de vida eterna”, Jn 6,68) y la

comunión hecha esa misma noche con buena conciencia hicieron que no sucumbiera

a la instigación de Satanás, se arrepiente, llora y vuelve al redil. Judas se separó de

Jesús y lo traicionó; Pedro, venciendo las tentaciones de separarse de Jesús, se unió

con más fuerza a Él y llegó a una unión máxima. Y todo tuvo su punto de partida y su

vigor en el rechazo del misterio de la Eucaristía o en la fe humilde en el misterio de la

Eucaristía. El cristiano que cree y ama la Eucaristía puede hacer frente al zarandeo

de Satanás y salir airoso.

La cuarta referencia del evangelio de hoy a la Eucaristía es la relación que tiene con

Jn 14,20, dado que Jn 14,20 es continuación del evangelio de hoy. Y Jn 14,20, según

San Hilario, tiene significado eucarístico. En efecto, en Jn 14,10 (evangelio de hoy)

Jesús le dice a Felipe: “¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?”.

Y casi como continuación de este texto dice Jesús en Jn 14,20: “Aquel día

comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros”.

Respecto a esto dice San Hilario: “Si se hubiera referido sólo a la unidad de

voluntades, no hubiera usado esa cierta gradación y orden al hablar de la

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consumación de esta unidad, que ha empleado para que creamos que Él está en el

Padre por su naturaleza divina, que nosotros, por el contrario, estamos en Él por su

nacimiento corporal (por la Encarnación), y que él a su vez, está en nosotros por el

misterio del sacramento de la Eucaristía”*12. El ‘yo estoy en vosotros’, según San

Hilario, se refiere al hecho que Jesús está en los Apóstoles porque ellos acaban de

comulgar su Cuerpo y su Sangre. Por eso, dice San Hilario, “debemos estar

convencidos que permanece en nosotros de un modo connatural” por el sacramento

de la Eucaristía. “Hasta qué punto esta unidad es connatural en nosotros lo atestigua

Él mismo con estas palabras: El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en

mí, y yo en él. Para estar en Él, tiene Él que estar en nosotros, ya que sólo él

mantiene asumida en su persona la carne de los que reciben la suya”*3.

La quinta referencia a la Eucaristía en el evangelio de hoy la encontramos cuando

Jesucristo nos dice que Él es el camino porque Él es la vida sobrenatural de las

almas. Y esa vida solamente puede recibirse a través de la Eucaristía: “El pan que yo

les voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. En verdad, en verdad os digo: si no

coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en

vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré

el último día. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre,

también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el

que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre”

(Jn 6,51. 53-54. 57-58).

Conclusión

El domingo de hoy está orientado todo él a prepararnos para participar y compartir

con Cristo su triunfo pascual absoluto, es decir, su sentarse a la derecha del Padre

para asumir el dominio pleno sobre todas las cosas, no sólo según su divinidad sino

también según su humanidad. Este domingo nos prepara a ser partícipes de la

Ascensión del Señor.

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Pero he aquí que la Ascensión la tenemos al alcance de nuestra mano. En efecto,

dentro de pocos instantes consagraremos el pan y el vino que se convertirán en

Cristo resucitado y ascendido a los cielos. La Ascensión que Jesucristo nos anunció

en el evangelio la tendremos de una manera verdadera y real en esta Eucaristía.

Participando digna y activamente de esta Santa Misa nos hacemos partícipes de la

Ascensión del Señor y así nos preparamos para el triunfo total de Cristo.

En el evangelio de hoy Jesucristo nos dijo que Él es el camino para llegar al Padre

porque Él es la verdad del Padre que se ha hecho carne, la verdad del Padre que se

ha hecho hombre. Y si Jesús es el camino, no hay camino más corto y más seguro

para llegar al Padre que comulgar su Cuerpo y su Sangre. Al unirnos a Cristo a través

de la comunión eucarística llevamos a cumplimiento nuestra propia ascensión para

estar junto al Padre. Al unirnos a Cristo en la comunión ascendemos con Él a los

cielos y nos unimos al Padre. Por eso dice San Hilario: “Así tenemos acceso a la

unidad con el Padre, ya que, estando Él en el Padre por generación natural, también

nosotros estamos en Él de un modo connatural, por su presencia permanente y

connatural en nosotros” a través del sacramento de la Eucaristía.

Al decir Cristo ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida’ está diciendo ‘Yo soy la

Eucaristía’. La Eucaristía es el camino, la verdad y la vida.

_____________________________________________

*1- Congregación para el Clero, Directorio Homilético, 2014, nº 55.

*2- “Los discursos de los primeros doce capítulos estaban dirigidos sobre todo a los

no creyentes. Ahora, el cuarto evangelio trata de focalizar nuestra atención sobre el

mensaje de Jesús a los creyentes” (Brown, R., Il Vangelo e le lettere di Giovanni.

Breve commentario, Editrice Queriniana, Brescia, 1994, p. 104; traducción nuestra).

*3- San Juan Pablo II, Catequesis en la Audiencia General, 21 de octubre de 1987, nº

1.

*4- También es símbolo del Bautismo.

*5- Congregación para el Clero, Directorio Homilético, 2014, nº 54.

*6- Congregación para el Clero, Directorio Homilético, 2014, nº 55.

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*7- La biblia denominada “El Libro del Pueblo de Dios”, traducción de los argentinos

Levoratti y Trusso, que es la traducción que ha adoptado el leccionario oficial de uso

en Argentina, traduce: “El que comparte mi pan se volvió contra mí”. Sin embargo, el

verbo ‘compartir’ está absolutamente ausente del original griego. El verbo que se usa

es el verbo trógo, que significa ‘comer masticando’. Además, el original hebreo del Sal

41,10 que cita Jesucristo dice: ‘okel, que es el participio presente del verbo ‘akal, que

significa ‘comer’, es decir, ‘el que come’ y no ‘el que comparte’. Esta biblia comete

otro grosero error de traducción al borrar del texto del original griego del evangelio la

palabra ptérna, que significa ‘talón’. El texto griego dice: ho trógon mou tòn árton

epêren ep’ emè tèn ptérnan autoû, cuya traducción literal es: “El que come mi pan

alzó contra mí su talón”. Por otro lado, el texto hebreo de Sal 41,10, trae la palabra

‘aqeb, que significa ‘talón’. Como veremos ahora, estas precisiones textuales son muy

importantes porque tocan a la esencia del texto.

*8- Raymond Brown piensa que hace mención explícita a la Eucaristía e, incluso,

sostiene, con pocos argumentos, que es posible que en ese lugar del evangelio de

San Juan se encontraba el relato de la institución de la Eucaristía, que habría sido

corrida al capítulo 6 posteriormente. Si bien no es atendible, a mi modo de ver, esta

teoría (porque el Discurso del Pan de Vida en el capítulo 6 está perfectamente

engarzado con la multiplicación de los panes), sí es de mucho valor el hecho de que

R. Brown ponga este v.18, que es citación del Sal.41,10, en relación directa con la

Eucaristía (cf. Brown, R., Il Vangelo e le lettere di Giovanni…, p. 101).

*9- Dice R. Brown: “Puede ser que en el extraño detalle del ‘talón’, en el v. 18 -el cual

recuerda a la serpiente del Génesis que insidia el talón y es aplastada por la

descendencia que nacerá de la mujer- Juan vea un elemento de la lucha titánica entre

el Salvador y la serpiente, prevista desde los orígenes de la historia” (Brown, R., Il

Vangelo e le lettere di Giovanni…, p. 102-103).

*10- El Beato Clemente Marchisio tiene un libro donde explica las características de la

lucha de Satanás contra la Eucaristía, Beato Clemente Marchisio, La Santísima

Eucaristía combatida por el Satanismo, Turín, Agosto de 1894.

*11- Dice R. Brown: “Para Juan y para Lucas, la verdadera causa de la traición de

Judas no fue la avaricia, sino la instigación satánica (cf. Lc 22,1-4)” (Brown, R., Il

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Vangelo e le lettere di Giovanni…, p. 99). El texto de Lc 22,1-4 es el siguiente: “Se

acercaba la fiesta de los Ázimos, llamada Pascua. Los sumos sacerdotes y los

escribas buscaban cómo hacerle desaparecer, pues temían al pueblo. Entonces

Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce; y se fue

a tratar con los sumos sacerdotes y los jefes de la guardia del modo de entregárselo”.

*12- San Hilario, Tratado sobre la Santísima Trinidad, Libro 8, 14; PL 10, 246-249.

*13- San Hilario, además, en el trozo recién citado dice que la Eucaristía genera en

nosotros una unidad con Cristo análoga a la unidad entre el Hijo y el Padre en la

Trinidad. Por la Eucaristía Cristo está en nosotros de un modo connatural, análogo al

modo connatural en que una Persona está en la otra en la Trinidad.

"Alegrémonos todos en el Señor al celebrar esta solemnidad en honor de todos los

Santos, de la cual se alegran los ángeles y juntos alaban a1 Hijo de Dios",

Volver Aplicación

S.S. Francisco p.p.

Hoy la lectura de los Hechos de los Apóstoles nos hace ver que también en la Iglesia

de los orígenes surgen las primeras tensiones y las primeras divergencias. En la vida,

los conflictos existen, la cuestión es cómo se afrontan. Hasta ese momento la unidad

de la comunidad cristiana había sido favorecida por la pertenencia a una única etnia, y

a una única cultura, la judía. Pero cuando el cristianismo, que por voluntad de Jesús

está destinado a todos los pueblos, se abrió al ámbito cultural griego, faltaba esa

homogeneidad y surgieron las primeras dificultades. En ese momento creció el

descontento, había quejas, corrían voces de favoritismos y desigualdad de trato. Esto

sucede también en nuestras parroquias. La ayuda de la comunidad a las personas

necesitadas —viudas, huérfanos y pobres en general—, parecía privilegiar a los

cristianos de origen judío respecto a los demás.

Entonces, ante este conflicto, los Apóstoles afrontaron la situación: convocaron a una

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reunión abierta también a los discípulos, discutieron juntos la cuestión. Todos. Los

problemas, en efecto, no se resuelven simulando que no existan. Y es hermosa esta

confrontación franca entre los pastores y los demás fieles. Se llegó, por lo tanto, a

una subdivisión de las tareas. Los Apóstoles hicieron una propuesta que fue acogida

por todos: ellos se dedicarán a la oración y al ministerio de la Palabra, mientras que

siete hombres, los diáconos, proveerán al servicio de las mesas de los pobres. Estos

siete no fueron elegidos por ser expertos en negocios, sino por ser hombres honrados

y de buena reputación, llenos de Espíritu Santo y de sabiduría; y fueron constituidos

en su servicio mediante la imposición de las manos por parte de los Apóstoles. Y, así,

de ese descontento, de esa queja, de esas voces de favoritismo y desigualdad de

trato, se llegó a una solución. Confrontándonos, discutiendo y rezando, así se

resuelven los conflictos en la Iglesia. Confrontándonos, discutiendo y rezando. Con la

certeza de que las críticas, la envidias y los celos no podrán jamás conducirnos a la

concordia, a la armonía o a la paz. También allí fue el Espíritu Santo quien coronó

este acuerdo; y esto nos hace comprender que cuando dejamos la conducción al

Espíritu Santo, Él nos lleva a la armonía, a la unidad y al respeto de los diversos

dones y talentos. ¿Habéis entendido bien? Nada de críticas, nada de envidias, nada

de celos. ¿Entendido?

Que la Virgen María nos ayude a ser dóciles al Espíritu Santo, para que sepamos

estimarnos mutuamente y converger cada vez más profundamente en la fe y en la

caridad, teniendo el corazón abierto a las necesidades de los hermanos.

(Regina Coeli, 18 de mayo de 2014)

Volver Aplicación

San Juan Pablo II

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“Yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14,6).

La alegría de la Pascua se deriva del hecho de que Cristo, con la potencia de su cruz

y de su resurrección, nos lleva al Padre. Y en la casa de su Padre hay muchas

moradas. Él va a preparar una morada para nosotros (Jn 14,1).

La alegría de la resurrección se transforma ya claramente en la espera del retorno de

Cristo al cielo. Y esto suscita cierta tristeza y cierto miedo. Por lo cual, el Salvador

dice: “No perdáis la calma” (Jn 14,1).

La resurrección del Señor ha abierto una perspectiva clara de los destinos últimos del

hombre en Dios. Cristo nos guía hacia estos destinos con la potencia del Espíritu

Santo. Nos preparamos a la Ascensión y juntamente a Pentecostés.

Cristo es el camino: nadie va al Padre sino por Él (cf. Jn 14,6).

El Apóstol Felipe, con sencillez, pero también con curiosidad ansiosa, pide al maestro

Divino: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Da la impresión de estar

escuchando la pregunta que atormenta al hombre de siempre, necesitado de

certidumbre y seguridad, deseoso de encontrarse con Dios. Jesús responde con firme

autoridad: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿No crees que yo estoy en el

Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre

que permanece en mí, Él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el

Padre en mí”. Jesús subraya la perfecta identidad de naturaleza entre Él y el Padre, y

por lo tanto, la identidad de pensamiento (lo que yo os digo no lo hablo por mi cuenta)

y de acción (el Padre que permanece en mí, Él mismo hace las obras), aun dentro de

la distinción de las divinas Personas.

Jesús parece reprochar a Felipe por su pregunta: “Hace tanto que estoy con vosotros,

¿y no me conoces, Felipe?” Pero más que un reproche, era una constatación de las

dificultades que la razón humana experimenta ante el misterio. Efectivamente, nos

encontramos aquí en la cumbre del misterio trinitario y sólo conociendo

profundamente a Jesucristo y aceptando todo su mensaje, es posible conocer a Dios

como Padre, que revela su amor con la creación y la redención. Sólo Jesús es el

camino hacia el Padre; sólo Jesús nos hace conocer el misterio trascendente de la

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Santísima Trinidad y el misterio inmanente de la Providencia de Dios, que está

presente en la historia de los hombres con el proyecto de salvación, que nos trae su

amor, su misericordia y su perdón.

El Apóstol Tomás plantea luego, con idéntica sencillez, la segunda pregunta

igualmente fundamental, referente al destino del hombre: “Señor, no sabemos a

dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?”. Jesús responde, con igual claridad,

que Él retorna al Padre, a la casa del Padre, adonde todos están llamados a entrar,

porque para todos hay un lugar asignado. El camino es Él mismo, con la verdad que

ha revelado y la gracia sacramental que ha traído con la encarnación y la redención.

La concepción cristiana de la vida es radicalmente escatológica, es decir, proyectada

más allá del tiempo y de la historia: cada uno debe negociar apasionadamente los

talentos propios durante la existencia, en espera del lugar feliz y eterno en la casa del

Padre: “Volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también

vosotros”. Y Jesús concluye dirigiéndonos también a nosotros su palabra decisiva:

“Creed en Dios y creed también en mí”. Únicamente Jesús es la luz. ¡Él sólo es la

Verdad!

Cristo nos lleva al Padre, convirtiéndose en piedra angular de la Iglesia, esto es, del

templo espiritual.

La segunda lectura, tomada de la primera Carta de San Pedro, nos hace meditar en la

Iglesia y en la misión de

los laicos en la Iglesia.

Jesús quiso elegir a Pedro y a los Apóstoles y fundar sobre ellos y sus sucesores la

Iglesia, dándoles sus mismos poderes divinos y entregándoles la Verdad revelada,

para su transmisión íntegra, su desarrollo con la asistencia del Espíritu Santo y su

defensa contra los errores. Pero es también evidente, como dice Pedro, que la “Piedra

angular” del edificio espiritual es Él, Cristo: piedra viva, escogida, preciosa y “el que

crea en ella no quedará defraudado”. En otro contexto, también San Pablo afirma “...

la piedra era Cristo” (1 Cor 10,4).

Sobre esta “piedra angular”, que por desgracia muchos rechazan con daño común, ya

que no puede ser eliminada, todos los seguidores de Cristo están llamados a ser

piedras vivas para la construcción del edificio espiritual, “formando un sacerdocio

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sagrado para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo”. Grande

es, pues, la dignidad y grande la responsabilidad de cada uno de los cristianos. “El

honor es para vosotros los creyentes -escribe San Pedro-. Vosotros sois una raza

elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios

para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de las tinieblas y a entrar en su

luz maravillosa”.

Así, pues, Cristo es el camino y nosotros caminamos en Él hacia el Padre, hacia la

casa del Padre. En Él: con la fuerza de su cruz y de la resurrección. Con la fuerza de

su Evangelio y de la Eucaristía.

Y simultáneamente Cristo es piedra angular: nos lleva al Padre en la comunidad del

Pueblo “adquirido por Dios” (1 Pe. 2,9), haciéndonos “piedras vivas para la

construcción de un edificio espiritual” (1 Pe 2,5).

Cristo nos conduce a los destinos definitivos en Dios por medio de la misma Iglesia,

que Él fundó sobre los Apóstoles, como lo testimonia la primera lectura.

Mediante una múltiple participación de la diaconía de la Iglesia construimos, como

piedras vivas, un edificio espiritual. La piedra angular sigue siendo siempre la

redención: el servicio de la cruz y de la resurrección de Cristo. De ella sacamos todos

la vida y la salvación.

Conservad profundamente en el corazón la verdad salvífica que la Iglesia proclama en

el V domingo de Pascua.

Que se consolide en vuestra conciencia. Que guíe vuestro comportamiento. Cristo es

el camino, la verdad y la vida. ¡Caminemos por este camino! ¡Amemos esta verdad!

¡Vivamos esta vida!

“Que no se turbe vuestro corazón” (Jn 14,1,27). Dejad que os impregne esta fortaleza

que brota de la resurrección del Señor. La victoria es nuestra fe (cf. 1 Jn 5,4).

(Homilía en la parroquia Santa María Auxiliadora, 20 de mayo de 1984)

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Volver Aplicación

Benedicto XVI

En el Evangelio que acabamos de escuchar, Jesús dice a sus Apóstoles que tengan

fe en Él, porque Él es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Cristo es el camino

que conduce al Padre, la verdad que da sentido a la existencia humana, y la fuente de

esa vida que es alegría eterna con todos los Santos en el Reino de los cielos.

Acojamos estas palabras del Señor. Renovemos nuestra fe en Él y pongamos nuestra

esperanza en sus promesas.

Con esta invitación a perseverar en la fe de Pedro (cf. Lc 22,32; Mt 16,17), les saludo

a todos con gran afecto.

La primera lectura de hoy, tomada de los Hechos de los Apóstoles, habla de las

tensiones lingüísticas y culturales que había en la primitiva comunidad eclesial. Al

mismo tiempo, muestra el poder de la Palabra de Dios, proclamada autorizadamente

por los Apóstoles y acogida en la fe, para crear una unidad capaz de ir más allá de

las divisiones que provienen de los límites y debilidades humanas. Se nos recuerda

aquí una verdad fundamental: que la unidad de la Iglesia no tiene más fundamento

que la Palabra de Dios, hecha carne en Cristo Jesús, Nuestro Señor. Todos los

signos externos de identidad, todas las estructuras, asociaciones o programas, por

válidos o incluso esenciales que sean, existen en último término únicamente para

sostener y favorecer una unidad más profunda que, en Cristo, es un don indefectible

de Dios a su Iglesia.

La primera lectura muestra, además, como vemos en la imposición de manos sobre

los primeros diáconos, que la unidad de la Iglesia es “apostólica”, es decir, una unidad

visible fundada sobre los Apóstoles, que Cristo eligió y constituyó como testigos de su

resurrección, y nacida de lo que la Escritura denomina “la obediencia de la fe”

(Rm 1,5; Hch 6,7).

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“Autoridad”… “obediencia”. Siendo francos, estas palabras no se pronuncian hoy

fácilmente. Palabras como éstas representan “una piedra de tropiezo” para muchos

de nuestros contemporáneos, especialmente en una sociedad que justamente da

mucho valor a la libertad personal. Y, sin embargo, a la luz de nuestra fe en Cristo, “el

camino, la verdad y la vida”, alcanzamos a ver el sentido más pleno, el valor e incluso

la belleza de tales palabras. El Evangelio nos enseña que la auténtica libertad, la

libertad de los hijos de Dios, se encuentra sólo en la renuncia al propio yo, que es

parte del misterio del amor. Sólo perdiendo la propia vida, como nos dice el Señor,

nos encontramos realmente a nosotros mismos (cf. Lc 17,33). La verdadera libertad

florece cuando nos alejamos del yugo del pecado, que nubla nuestra percepción y

debilita nuestra determinación, y ve la fuente de nuestra felicidad definitiva en Él, que

es amor infinito, libertad infinita, vida sin fin. “En su voluntad está nuestra paz”.

Por tanto, la verdadera libertad es un don gratuito de Dios, fruto de la conversión a su

verdad, a la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32). Y dicha libertad en la verdad

lleva consigo un modo nuevo y liberador de ver la realidad. Cuando nos identificamos

con “la mente de Cristo” (cf. Fil 2,5), se nos abren nuevos horizontes. A la luz de la fe,

en la comunión de la Iglesia, encontramos también la inspiración y la fuerza para

llegar a ser fermento del Evangelio en este mundo. Llegamos a ser luz del mundo, sal

de la tierra (cf. Mt 5,13-14), encargados del “apostolado” de conformar nuestras vidas

y el mundo en que vivimos cada vez más plenamente con el plan salvador de Dios.

La magnífica visión de un mundo transformado por la verdad liberadora del Evangelio

queda reflejada en la descripción de la Iglesia que encontramos en la segunda lectura

de hoy. El Apóstol nos dice que Cristo, resucitado de entre los muertos, es la piedra

angular de un gran templo que también ahora se está edificando en el Espíritu. Y

nosotros, miembros de su cuerpo, nos hacemos por el Bautismo “piedras vivas” de

ese templo, participando por la gracia en la vida de Dios, bendecidos con la libertad

de los hijos de Dios, y capaces de ofrecer sacrificios espirituales agradables a él (cf. 1

P 2,5). ¿Qué otra ofrenda estamos llamados a realizar, sino la de dirigir todo

pensamiento, palabra o acción a la verdad del Evangelio, o a dedicar toda nuestra

energía al servicio del Reino de Dios? Sólo así podemos construir con Dios, sobre el

cimiento que es Cristo (cf. 1 Co 3,11). Sólo así podemos edificar algo que sea

realmente duradero. Sólo así nuestra vida encuentra el significado último y da frutos

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perdurables.

“Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo

adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que les llamó a salir de la tiniebla y

a entrar en su luz maravillosa” (1 P 2,9). Estas palabras del Apóstol Pedro no sólo

nos recuerdan la dignidad que por gracia de Dios tenemos, sino que también

entrañan un desafío y una fidelidad cada vez más grande a la herencia gloriosa

recibida en Cristo (cf. Ef 1,18). Nos retan a examinar nuestras conciencias, a purificar

nuestros corazones, a renovar nuestro compromiso bautismal de rechazar a Satanás

y todas sus promesas vacías. Nos retan a ser un pueblo de la alegría, heraldos de la

esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5) nacida de la fe en la Palabra de Dios y de la

confianza en sus promesas.

En esta tierra, ustedes y muchos de sus vecinos rezan todos los días al Padre con las

palabras del Señor: “Venga tu Reino”. Esta plegaria debe forjar la mente y el corazón

de todo cristiano de esta Nación. Debe dar fruto en el modo en que ustedes viven su

esperanza y en la manera en que construyen su familia y su comunidad. Debe crear

nuevos “lugares de esperanza” (cf. Spe salvi, 32ss) en los que el Reino de Dios se

haga presente con todo su poder salvador.

Además, rezar con fervor por la venida del Reino significa estar constantemente

atentos a los signos de su presencia, trabajando para que crezca en cada sector de la

sociedad. Esto quiere decir afrontar los desafíos del presente y del futuro confiados

en la victoria de Cristo y comprometiéndose en extender su Reino. Comporta no

perder la confianza ante resistencias, adversidades o escándalos. Significa superar

toda separación entre fe y vida, oponiéndose a los falsos evangelios de libertad y

felicidad. Quiere decir, además, rechazar la falsa dicotomía entre la fe y la vida

política, pues, como ha afirmado el Concilio Vaticano II, “ninguna actividad humana, ni

siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la soberanía de Dios” (Lumen

gentium, 36). Esto quiere decir esforzarse para enriquecer la sociedad y la cultura

americanas con la belleza y la verdad del Evangelio, sin perder jamás de vista esa

gran esperanza que da sentido y valor a todas las otras esperanzas que inspiran

nuestra vida.

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En el Evangelio de hoy, el Señor promete a los discípulos que realizarán obras

todavía más grandes que las suyas (cf. Jn 14,12). Unamos, pues, nuestras plegarias

a la suya, como piedras vivas del templo espiritual que es su Iglesia una, santa,

católica y apostólica. Dirijamos nuestra mirada hacia él, pues también ahora nos está

preparando un sitio en la casa de su Padre. Y, fortalecidos por el Espíritu Santo,

trabajemos con renovado ardor por la extensión de su Reino.

“Dichosos los creyentes” (cf. 1 P 2,7). Dirijámonos a Jesús. Sólo Él es el camino que

conduce a la felicidad eterna, la verdad que satisface los deseos más profundos de

todo corazón, y la vida trae siempre nuevo gozo y esperanza, para nosotros y para

todo el mundo. Amén.

(Yankee Stadium, Bronx, Nueva York, 20 de abril de 2008)

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P. Gustavo Pascual, I.V.E.

No se turbre vuestro corazón

Jn 14, 1-6

“No se turbe vuestro corazón” ¿A quién dice esto Jesús? A sus apóstoles pero

también a nosotros. ¿Por qué estaba turbado el corazón de los apóstoles? Porque se

quedaban solos en este mundo, al menos eso pensaban, y porque sabían que tenían

que luchar solos contra el mundo y todos los enemigos si querían alcanzar la vida

eterna.

Dice la Biblia de Jerusalén que una situación similar experimentaron los

israelitas antes de entrar a la tierra prometida. Desconfiaban y eso que Dios les había

manifestado por sus obras que los precedía y los guardaba de todos sus enemigos*1.

Jesús también acompaña a sus apóstoles aunque haya partido al cielo porque

está con nosotros “hasta el fin del mundo” y nos librará de todos nuestros enemigos

porque nos precede en todo.

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Además les dice a los apóstoles que se va al cielo a prepararles morada

porque allí hay muchas, una para cada uno. Cuando haya preparado la morada

volverá a buscarlos para llevarlos con Él para siempre.

Es decir, que todos los que están con Cristo, los que luchan con Él, los que lo

siguen, alcanzarán el cielo y será el mismo Cristo el que los lleve al cielo porque

Cristo quiere llevarnos a todos con él a la casa de su Padre.

Él nos pide que creamos en Él como creemos en el Padre, que confiemos,

porque Él nos librará en la batalla contra el mundo y Él nos llevará al cielo.

¡Qué hermosa promesa que nos hace Cristo! ¡Qué enorme fuente de

consuelo! Saber que Cristo se interesa por nosotros y quiere darnos su vida eterna. Él

nos prepara mansión en el cielo, es decir, el intercede ante el Padre para que

nosotros vayamos construyendo una morada en el cielo con nuestras buenas obras y

cuando la prepare, porque Él es el primer Hacedor, Él es el que nos inspira y nos da

fuerza para obrar el bien. Él mismo vendrá a buscarnos en el momento de la muerte

para llevarnos al cielo.

No temamos, no nos creamos desamparados, no pensemos que Cristo se fue

al cielo y no está aquí con nosotros. Él está cerca de nosotros, en nosotros mismos,

para combatir contra el mundo porque ha vencido al mundo y para obrar en nosotros

nuestra santificación.

Le dice Tomás que no saben a dónde va. No saben a dónde va porque están

distraídos. Cristo los está diciendo: se va a las moradas del Padre, al cielo. Es decir,

conocen el destino.

La pregunta de Tomás es lógica. Si no conocen el destino ¿cómo van a

conocer el camino? Pero Cristo les dice una vez más el destino “nadie va al Padre” y

les dice el camino: “sino por mí”. Aunque antes lo ha dicho con toda claridad: “Yo soy

el camino”. Y al decir esto está diciendo que es un camino único porque no hay más

que un solo camino divino: este es Jesús. ¿Camino divino? Camino divino y esencial

“Yo soy”. Nadie puede ir al cielo, llegar al Padre, sino por este camino. Y es camino

único porque quién podrá decir “Yo soy el camino” sino el Hijo encarnado

Yo soy el camino que lleva a la verdad eterna, a la verdad que aquieta nuestra

sed de sabiduría y que lleva a la vida y no a cualquier vida sino a la vida del Padre y

del Hijo, a la vida eterna.

¿Por dónde quieres ir? Yo soy el camino. ¿A dónde quieres ir? Yo soy la

verdad. ¿En dónde quieres permanecer? Yo soy la vida. Todo hombre comprende la

verdad y la vida, pero no todos encuentran el camino. Hasta los mismos filósofos del

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mundo vieron que Dios es la vida eterna, y que es la verdad digna de saberse. Más el

Verbo de Dios, que con el Padre es verdad y vida, se hizo el camino tomando la

humanidad. Camina por esta humanidad para llegar a Dios, porque preferible es

tropezar en este camino, a marchar fuera de la vía recta*2.

Construirse una morada en el cielo es posible sólo siguiendo a Cristo.

Siguiendo su caminar, el camino que Él ha abierto con su vida, camino que ha

marcado como Verbo Encarnado. Imitar a Cristo es caminar a la Verdad y a la Vida.

Imitar a Cristo es caminar su camino. Es caminar por Él.

En otro pasaje más adelante*3 les dice: “no se turbe vuestro corazón ni se

acobarde” porque Jesús nos deja su paz, nos da su paz y esta paz de Jesús no la

puede arrebatar ni el mundo ni satanás.

La paz del mundo es una paz falsa que lleva consigo la intranquilidad de la

conciencia, en cambio, la paz de Jesús pacifica el alma y la deja en un estado de

tranquilidad absoluta, de alegría y gozo, de libertad.

La paz del mundo es pasajera. Se da por un tiempo cuando obtenemos la

quietud de nuestras apetencias desordenadas pero pasado esta trae el remordimiento

y la intranquilidad, en cambio, la paz de Jesús es permanente y nadie la puede

arrebatar a no ser que nosotros la perdamos porque nos separamos voluntariamente

de Jesús.

La paz del mundo se muestra atractiva a causa de las máximas del mundo

que se nos van metiendo en la mente. Poco a poco podemos ceder a esa forma de

ser del mundo, difícil de describir pero fácil para entrampar, y luego apetecemos la

paz que nos promete, una paz ilusoria y engañosa.

La paz de Cristo es atractiva cuando la experimentamos y se da cuando

cumplimos su voluntad, sus mandatos. Si logramos, y es una gracia, la paz de Cristo

no la queremos dejar, tan hermosa es. Sin embargo, en esta vida esta paz de Cristo

se logra en la lucha contra las malas pasiones que quieren liberarse del suave yugo

de Cristo. La paz permanente y estable sólo se dará en el cielo.

____________________________________

*1- Cf. Jsalén. a Jn 14, 1

*2- Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea, San Agustín a Jn 14, 6

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*3- Jn 14, 27

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iNFO - Homilética.ive Función de cada sección del Boletín¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética?

Función de cada sección del Boletín

Homilética se compone de 7 Secciones principales:

Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así

como el Guion para la celebración de la Santa Misa.

Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado deespecialistas, licenciados, doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papaso sacerdotes que se destacan por su análisis exegético del texto.

Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos

Padres de la Iglesia, así como los sermones u escritos referentes al texto del

domingo propio del boletín de aquellos santos doctores de la Iglesia.

Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los

cuales pueden facilitar la ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan

aplicar en la predicación.

Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir

alguna reflexión u ejemplo que le permite desarrollar algún aspecto del tema

propio de las lecturas del domingo analizado.

Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que

ayudarían a realizar un enfoque adecuado del el evangelio y las lecturas del

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domingo para poder brindar una predicación más uniforme, conforme al

DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto

Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.

¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética? El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en SanRafael, Mendoza, Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto devida religiosa de derecho Diocesano en Segni, Italia. Siendo su Fundador el SacerdoteCatólico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene como carismala prolongación de la Encarnación del Verbo en todas las manifestaciones delhombre, y como fin específico la evangelización de la cultura; para mejor hacerloproporciona a los misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como unaherramienta eficaz enraizada y nutrida en las sagradas escrituras y en la perennetradición y magisterio de la única Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia CatólicaApostólica Romana.

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